DERIVAS DE IDENTIDAD -...

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1 DERIVAS DE IDENTIDAD: EL DECIR LATINOAMERICANO Y EL DECIR DEL OTRO. LOS COLOMBIANOS EN ESTADOS UNIDOS: Alcira Saavedra Este extenso título es, como puede suponerse, la denominación de un problema. De una crisis que nos concierne y de sus consecuencias. De lo que significa para nosotros, colombianos, latinoamericanos, emigrar, pasar la frontera, y entregarnos al otro. A su lengua. A lo que en su lengua puede ser todavía la lengua del amo y a la que corremos el riesgo de someternos a costa de la nuestra. Es entonces un problema de las lenguas; de la nuestra y de la otra; de sus formas de hacer mundo y de nuestras posibles derivas de identidad. Desde que el lenguaje se revela como principio de sentido y las lenguas como sus modalidades diferenciales de significación; desde que el lenguaje nos antecede y las lenguas nos dictan cada una modos de comportamiento específicos y formas de vida singulares; desde que todos nos negociamos discursivamente; desde que ya no somos sino que ocurrimos en los juegos de lenguaje, en las situaciones y los contextos, en las posiciones dialógicas y los intercambios de sentido, nos hemos visto obligados a reconocer que nunca somos idénticos a nosotros mismos, ni individual, ni social, ni culturalmente; que inmersos en el lenguaje y en las lenguas, en sus posibles representativos e interpretativos, nos constituimos y nos construimos en un permanente proceso dialógico de sentido que da lugar a adhesiones e identificaciones coyunturales en función de los contextos, las circunstancias, los deseos y las aspiraciones; que inscritos siempre en un juego relacional de negociaciones significativas, asumimos de manera constante posiciones flexibles y móviles; que en definitiva no somos uno sino múltiples; y que la identidad, esa instancia delimitativa de nuestra subjetividad individual, social, cultural en la supuesta coherencia perfecta consigo misma, siempre estará sometida a reajustes y reinterpretaciones, de tal manera que vivimos en realidad en un proceso continuo e interminable de identificación. Como dice Nikos Papastergiadis “la identidad siempre oscila entre la estabilidad y la apertura- [..]; es siempre un proceso que se realiza en lo que se llama “el tercer espacio”, una zona que existe entre lo familiar y lo extraño.” 1 Ahora bien, pasar de una lengua a otra, de una forma de darnos sentido a otra, no es, lo sabemos, una coyuntura o una circunstancia cualquiera. Y no nos referimos solamente a los problemas prolíficamente debatidos de la traducción -de lo traducible y lo inconmensurable, sino a la coyuntura del paso cuando de lo que se trata es de sobrevivir o de vivir mejor -y habría que preguntarse lo que ese vivir mejor significa-; y cuando para sobrevivir o para vivir mejor, la lengua en la que se busca refugio puede ser no solo excluyente en su forma de dar sentido, sino altamente colonizadora por la hegemonía que le concede la concentración desmesurada del poder económico y el prestigio que le otorga la valoración fantasmal del sueño americano. 1 Nikos Papastergiadis, The Turbulence of Migration. Globalization,Deterritorialization and Hybridity, Cambridge, Polity Press, 2000, pag. 98. La traducción es mía.

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DERIVAS DE IDENTIDAD: EL DECIR LATINOAMERICANO Y EL DECIR DEL OTRO. LOS COLOMBIANOS EN ESTADOS UNIDOS: Alcira Saavedra Este extenso título es, como puede suponerse, la denominación de un problema. De una crisis que nos concierne y de sus consecuencias. De lo que significa para nosotros, colombianos, latinoamericanos, emigrar, pasar la frontera, y entregarnos al otro. A su lengua. A lo que en su lengua puede ser todavía la lengua del amo y a la que corremos el riesgo de someternos a costa de la nuestra. Es entonces un problema de las lenguas; de la nuestra y de la otra; de sus formas de hacer mundo y de nuestras posibles derivas de identidad. Desde que el lenguaje se revela como principio de sentido y las lenguas como sus modalidades diferenciales de significación; desde que el lenguaje nos antecede y las lenguas nos dictan cada una modos de comportamiento específicos y formas de vida singulares; desde que todos nos negociamos discursivamente; desde que ya no somos sino que ocurrimos en los juegos de lenguaje, en las situaciones y los contextos, en las posiciones dialógicas y los intercambios de sentido, nos hemos visto obligados a reconocer que nunca somos idénticos a nosotros mismos, ni individual, ni social, ni culturalmente; que inmersos en el lenguaje y en las lenguas, en sus posibles representativos e interpretativos, nos constituimos y nos construimos en un permanente proceso dialógico de sentido que da lugar a adhesiones e identificaciones coyunturales en función de los contextos, las circunstancias, los deseos y las aspiraciones; que inscritos siempre en un juego relacional de negociaciones significativas, asumimos de manera constante posiciones flexibles y móviles; que en definitiva no somos uno sino múltiples; y que la identidad, esa instancia delimitativa de nuestra subjetividad individual, social, cultural en la supuesta coherencia perfecta consigo misma, siempre estará sometida a reajustes y reinterpretaciones, de tal manera que vivimos en realidad en un proceso continuo e interminable de identificación. Como dice Nikos Papastergiadis “la identidad siempre oscila entre la estabilidad y la apertura- [..]; es siempre un proceso que se realiza en lo que se llama “el tercer espacio”, una zona que existe entre lo familiar y lo extraño.”1 Ahora bien, pasar de una lengua a otra, de una forma de darnos sentido a otra, no es, lo sabemos, una coyuntura o una circunstancia cualquiera. Y no nos referimos solamente a los problemas prolíficamente debatidos de la traducción -de lo traducible y lo inconmensurable, sino a la coyuntura del paso cuando de lo que se trata es de sobrevivir o de vivir mejor -y habría que preguntarse lo que ese vivir mejor significa-; y cuando para sobrevivir o para vivir mejor, la lengua en la que se busca refugio puede ser no solo excluyente en su forma de dar sentido, sino altamente colonizadora por la hegemonía que le concede la concentración desmesurada del poder económico y el prestigio que le otorga la valoración fantasmal del sueño americano.

1 Nikos Papastergiadis, The Turbulence of Migration. Globalization,Deterritorialization and Hybridity, Cambridge, Polity Press, 2000, pag. 98. La traducción es mía.

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Lo que intentamos abordar aquí, desde Colombia y desde la difícil coyuntura del éxodo actual de colombianas y colombianos a los Estados Unidos, es entonces la cuestión de una posible colonización de la lengua española y por lo tanto de una pérdida en su forma de hacer sentido. De lo que, mas allá o mas acá de los discursos culturales que proclaman el fin de las fronteras identitarias, y la multiculturalización, aún puede constituir un resto de diferencia en la lengua que, al margen de todo fundamentalismo, le permita a Colombia y a Latinoamérica resistirse a un nuevo orden colonial e integrarse a su manera en los nuevos procesos globalizantes o mundializantes que vivimos hoy, pero que también puede echarse a perder si seguimos huyendo de nosotros mismos. Un resto de sentido con el que tal vez podamos empezar a reinventarnos desde el fondo de todas nuestras injusticias y nuestras cicatrices, pero que puede ser neutralizado por la fuerza colonizadora del entramado cultural que modula la otra lengua cuando buscamos refugio en ella para sobrevivir o para vivir mejor. Antes de hacerlo, sin embargo, creemos necesario examinar con una mirada crítica y desde la perspectiva misma de las lenguas, es decir, desde los entramados categoriales que modelan significativamente una cultura y una sociedad, pero que también imponen límites a la presencia concreta de los otros, algunos de los contextos lingüístico-culturales en los que los colombianos, los latinoamericanos, que emigran a los Estados Unidos deben negociar sus nuevas adhesiones e identificaciones. Se trata ante todo de descentrar las visiones demasiado optimistas de un mundo sin fronteras, de migrantes felices en sus flexibilidades identitarias y en sus traducciones culturales. Las fronteras y los límites proliferan hoy más que nunca a pesar de los cantos alegres de los entusiastas de la globalización. En esta perspectiva, el contexto -la frontera- que aparece en primer lugar es, desde luego, el de la lengua institucional con sus instancias normativas y categoriales. Este contexto se pone en marcha desde antes de salir del país con la solicitud de visa. En el caso particular de las colombianas y los colombianos, como puede imaginarse, está siempre ya atravesado por la sospecha y supone una negociación identitaria que la mayoría de las veces hace pasar la esperanza por la humillación. Es el yo despojado del yo soy un ser humano y tengo dignidad. Los que logran, por su parte, obtener alguna de las treinta y tantas visas con las que la lengua institucional reglamenta la identificación de lo inmigrantes, -es la paranoia diferenciadora como demostración del poder de dar un nombre; “la dominación, es sabido, comienza por el poder de nombrar, de imponer y de legitimar los apelativos”2-,deben cumplir con el acto de pasar la frontera física con su nueva etiqueta para presentarse al otro. Como dice Brand Epps:

“el acto de pasar la frontera es también un acto de hacerse pasar. Es decir, para pasar una frontera uno se hace pasar por “alguien” digno de pasarla. Con “hacerse pasar” quiero expresar, entre otras cosas, los actos discursivos y físicos por los cuales una

2 Jacques Derrida, El monolingüismo del otro , Buenos Aires , Ediciones Manatial, , 1998, pag. 57.

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persona se relaciona con la otra, los actos por ejemplo, por los cuales el “otro” examinado pretende hacerse pasar por el mismo -o casi el mismo - que el examinador (...) el individuo que así actúa, diciendo y haciendo, pasa o pretende pasar, no solo límites topográficos sino también discursivos e identitarios. [...] Hacerse pasar, entonces, no es sencillo y suele funcionar cuando funciona gracias a una mezcla de buena fortuna y talento, talento tanto narrativo, como teatral cuyo objetivo es seguir, o aparentar seguir, el camino recto.”3

Desde luego en el caso de los colombianos, la sospecha que precede el hacerse pasar puede hacer inútil cualquier habilidad histriónica. El colombiano, por lo general, esta sujeto a las supuestas intuiciones clarividentes o a las benevolencias o cansancios del examinador. Este “hacerse pasar por” pierde toda pertinencia, claro está, cuando el paso se da por esa llaga de 1950 millas de extensión de la que habla Gloria Anzaldúa. En el hueco, no se trata tanto de pasar, aun menos de actuar, como de hacerse invisible. El ilegal es ese nadie que llega a estar ahí en la ausencia y negación de todos los derechos civiles y humanos, victima de las sofisticaciones tecnológicas de unos sensores sísmicos que detectan el sigilo de sus pies4 Cuando consigue dar el paso hacia el vacío, el ser humano institucionalmente ilegal puede ser tal vez, y hasta cierto punto, sujeto de derechos éticos -siempre y cuando no se atraviesen los limites que la pragmática del entramado cultural impone a la presencia concreta del otro-, pero carece de existencia civil. “El ilegal es el límite entre los derechos del hombre y los del ciudadano”5. Por eso, en el contexto de la lengua oficial, su sola posibilidad identitaria es un yo en permanente estado de deportación. El mismo estado que comparte el turista que. para sobrevivir o para vivir mejor, negocia su identidad en contrabando de la ley y renuncia a la ciudadanía, mientras espera conseguir una identificación de papel que se la devuelva y mientras decide si la lengua del otro merece ser aprendida o no. Rechazar la lengua del otro puede ser un castigo a esa lengua que 3 Brand Epps, “Actas y actos de inmigración”, en Nuevas perspectivas desde/sobre Latinoamerica: El desafio de los estudios culturales, Instituto Internacional de Literatura Iberoamericana, Universidad de Pittsbourgh, Pittsbourgh, 2002, pags. 314-315. 4 En su artículo “Urbanismo mágico: los latinos reinventan la gran ciudad estadounidense”, Mark Davis afirma lo siguiente: “En la era de NAFTA, el capital, al igual que la contaminación, pueden fluir libremente de un lado a otro de la frontera, pero la inmigración de mano de obra se enfrenta a una criminalización y a una represión sin precedentes. En un intento de arrebatar a los republicanos la candente cuestión de la -inmigración incontrolada- Clinton [..] concentró a los efectivos de la Patrulla de Fronteras en la línea San Diego/Tijuana (“Operación Centinela”) [...] Con ayuda del Pentágono la vigilancia de los sectores fronterizos clave se ha automatizado con la introducción de sensores sísmicos, capaces de captar los minúsculos -terremotos- de las pisadas de los inmigrantes y de dispositivos militares de detección nocturna mediante rayos infrarrojos.”. [...] “Se trata, además, de una guerra con mu chas víctimas reales. En estos últimos años las enérgicas medidas, a las que tanta publicidad se ha dado, contra las fronteras de las ciudades gemelas, que suponen aproximadamente un millón de arrestos al año, han obligado a un mayor número de inmigrantes a intentar peligrosas travesías cruzando lejanos tramos del Río Grande o atravesando desiertos sudoccidentales bajo un sol abrasador. El resultado, según una estimación, es la muerte de aproximadamente mil quinientas personas, incluido un grupo de diez inmigrantes que, en agosto de 1998, murió de sed en el desierto que se extiende al este de San Diego..” Mark Davis, “Urbanismo mágico: los latinos reinventan la gran ciudad estadounidense”, en New left Review, ,nº 3 julio-agosto, , Madrid, Ediciones Akal, 2000, pag. 36 . 5 Véase José Lorite Mena, Sociedades sin Estado. El pensamiento de los otro , Madrid, Ediciones Akal,1995, pag. 18.

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impide el acceso a la visibilidad y a los derechos ciudadanos, pero también puede ser el silencio que uno mismo se impone hasta haber hecho méritos para poder hablar. La lengua es por definición el lugar primero de la hospitalidad; también de la exclusión e incluso del terror. ¿Cuántas lenguas hablan hoy en términos bélicos y cuántas lo hacen en nombre de la paz? Cuando se trata de sobrevivir, la ley, claro está, es otra frontera que puede cruzarse. Un paso que se da como un nuevo modo de existir que consiste en ser otro; una nueva identificación en el lugar del otro que vale lo que vale entre los ochenta y los quinientos dólares. El otro es el nacional, el suplantado que lo ignora, el jubilado o el muerto. Es el recurso fantasmal último del inexistente civil; la negociación literal y metafórica de una identidad en seguridad social que le da acceso al trabajo, al estudio, al crédito, siempre y cuando no se trate de un modelo barato de identidad negociada, en cuyo caso existe ilegalmente legal o lo contrario para el bien-estar de los otros. Es la expresión moderna de la esclavitud como acción oportunista de lo gobiernos. Ser legal es otra cosa o muchas. Hablamos ya de la proliferación de nombres como compulsión maquinal del poder que determina la forma de visibilidad., aunque en realidad la visibilidad depende en última instancia de la presencia económica. El Nuevo Herald publicó en su edición virtual del 23 de enero de 2003 un articulo titulado “En auge el poder de los colombianos en Estados Unidos”6. Se trata de los colombianos empresarios exitosos que han sabido integrarse a un entramado cultural que falseó la idea de progreso al dar preeminencia a los móviles económicos y a los avances materiales para hacer del consumo inmediato la razón primera del deseo. Es el criterio económico como la única forma de visibilidad posible y como único modo de re-conocimiento de identidad. No son hispanos los que triunfan, son colombianos. Es el derecho a la diferencia conseguido por obediencia al orden. El problema es que la falacia de la generalización oculta el drama de tantos nacionales que luchan por sobrevivir a la espera de que se les cumpla el sueño, si no a ellos, al menos a sus hijos en quienes depositan todas sus esperanzas. Serán ellas o ellos las o los que aprendan la lengua de prestigio, se casen con una americana o americano, se eduquen y se americanicen. Es la identificación o asimilación al sistema como promesa diferida. Ser asilado, por otra parte, es la condición identitaria de muchos colombianos actualmente. Cerca de doce mil solicitudes en los últimos tres años. Es el recurso obligado de supervivencia que les garantiza una existencia civil aunque los prive de sus propias adhesiones e identificaciones. Es otra manera de invisibilidad. Lo que preocupa, sin embargo, es que esa forma de identificación se haya convertido en el recurso fingido de tantos jóvenes colombianos que mienten el miedo -requisito primero de la identificación según las normas institucionales del asilo- para integrarse al sueño americano. El miedo también se compra. No se si por desesperanza por homogenización o por desarraigo posmoderno. Recorrer la lengua institucional como contexto identitario sería una labor interminable. Para no alargarme demasiado, quisiera referirme por último a una de esas formas de caritativismo cívico –

6 El Nuevo Herald On Line, http/www.miami.com/mld/el nuevo/4992724.htm.

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“última y economicista versión del humanitarismo”-7 con la que los países económicamente fuertes hacen gala de sus benevolencias con el otro. Se trata de la llamada Green Card lottery o DV -Diversity visa- que, gracias al azar omnisciente de un computador, otorga identificaciones verdes a los afortunados –50.000 en el próximo sorteo. De este caritativismo cívico y de esta probabilidad identificatoria están privados los colombianos a no ser que demuestren que sus inmediatos antecesores son étnica y nacionalmente ajenos a la colombianidad; también lo están los mejicanos, los salvadoreños, los dominicanos, los haitianos y los jamaiquinos, para no hablar sino de Centro y Sur América. Está visto que no siempre se puede ganar. Los caritativismos cívicos también son excluyentes por economía de la sangre o de la suerte. A la lengua institucional se articula esa otra instancia contextual que llamaremos la lengua del otro y en la que tiene lugar el choque cultural o, de manera posmoderna, la traducción de culturas. El encuentro con la lengua del otro es el encuentro disimétrico entre dos formas de hacer mundo porque las disimetrías de los significados y los entramados categoriales no son siempre reversibles; porque los límites de realidad del uno pueden hacer del otro una amenaza; porque el otro en su diferencia puede ser el salvaje, el primitivo, el incivilizado. Es en ese encuentro dispar donde tiene lugar la traducción entre las lenguas. Una traducción que para la colombiana o el colombiano, para las mujeres y los hombres de las distintas comunidades nacionales latinoamericanas, significa de entrada la reinterpretación de si mismos en un espacio identitario que, por un sentido, una mirada, generalizante del otro o por economía multicultural, los reduce a lo mismo con una sola y única denominación: todos son hispanos o latinos8 Lo que esta nueva identificación, surgida de la lengua del otro, puede significar para el que tiene que asumirla, sería el objeto de un estudio empírico que, por lo demás, en el caso particular de los colombianos es urgente realizar desde diferentes contextos lingüístico-identitarios. De todas maneras se puede ya prever que esa nueva identificación, que de alguna manera produce un exceso o un desarreglo de la identidad -sólo se necesitan tres horas desde Colombia para conseguirlo-, estará necesariamente atravesada por otros modos identificatorios que tienen que ver con el hecho de ser mujer o de ser hombre, con la condición de ilegal o legal, con la localización territorial o con el nivel social que determinan las capacidades económicas. No se es igualmente hispana o hispano, latina o latino en la marginalidad que en la visibilidad, con dinero o sin dinero; mucho menos desde la mirada del otro que incluso puede, tal y como sucede en el caso de los colombianas-os mencionados en el Nuevo Herald, re-conocer la nacionalidad específica si demuestra, como dijimos, su idoneidad empresarial. 7 Véase José Lorite Mena, op. cit.., pag. 14 8 La categoría de -hispano- fue utilizada por primera vez en 1980 por la Oficina del Censo de Richard Nixon. A propósito de ella dice Mark Davis en su artículo “Urbanismo mágico: ...:“ “En el mejor de los casos se trata de una conveniencia burocrática. En California, por ejemplo, se prefiere por lo general el término -latino- al de -hispano-, mientras que en la Costa Este ambos calificativos son moneda común. Los especialistas, por su parte, han intentado establecer líneas de batalla entre lo que ellos identifican como diferentes políticas en el empleo de las categorías. Juan Flores, por ejemplo condena el carácter superficial y odioso del término -hispano- en su actual uso burocrático. En consonancia con Flores, tanto Suzanne Oboler [....] como Rudy Acuna afirman que fundamentalmente son las elites de apellido español las que prefieren el apellido -hispano- frente a la identificación popular con el apelativo -latino-. En la misma línea, Neil Folez escribe: -identificarse actualmente como -hispano- significa reconocer parcialmente la propia herencia étnica sin renunciar a la propia -blanquitud-. Mark Davis, op. cit. pag. 24.

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Estará igualmente atravesada por el contexto mismo de los llamados hispanos en el que cada una, cada uno, jugará identitariamente entre lo que era y lo que debía ser y lo que es y debe ser ahora en su hispanidad. Hasta dónde la colombiana o el colombiano se reinterpreta o se diferencia, sería también un aspecto de la negociación a analizar. De todas maneras, cabria preguntarse cuántas solidaridades se pueden negociar cuando se trata de sobrevivir en competencia. La proliferante denominación que diferencia chicanos, de cubanos, de cubano-americanos, de mejicano-americanos, etc, en un reflejo especular de las compulsiones del sistema, parece sugerir que la lucha y la competencia es más fuerte de lo que la figura englobante de la hispanidad podría dar a entender con relación a una posible solidaridad compensatoria de la indiferenciación9. Por lo demás, esta deriva identitaria obligada de la hispanidad o latinidad puede muchas veces llegar al extremo de manifestarse, por un deseo de conservar ciertos márgenes de seguridad subjetiva o por un deseo de ser re-conocido, como la identificación fantasmal con la mirada estereotípica y diferenciadora del otro. La colombiana o el colombiano en este caso se re-conoce diferente y valida como identidad lo que le parece positivo del estereotipo. Es la metáfora del otro como autoapreciación identitaria. Ahora bien, es con esta diferencia de identidad entre lo que es para sí y lo que es para el otro -entre su colombianidad y su hispanidad- con la que las colombianas y los colombianos confrontan los valores, las normas, las creencias, los símbolos que habitan la lengua del otro. Si nos acogemos a las propuestas teóricas de la sociolingüística y de los estudios culturales, esta confrontación dará lugar a un proceso de bilingüalización o multiculturalización, para utilizar los conceptos de Eliezer Ben-Rafael10, que se manifestará de diversas maneras. Siempre en términos de Ben-Rafael, como un “bilingüismo o multiculturalismo substractivo” en el que se tiende a dejar la cultura original para adquirir la cultura de la sociedad dominante, como un “bilingüismo o multiculturalismo aditivo” en el que se conserva alguna fidelidad a la herencia cultural propia, o como un “bilingüismo intercultural”articulado por interlenguas que supone la participación en las dos culturas, bien sea porque se tiene la flexibilidad para pasar situacionalmente de una a otra, bien sea porque se viva entre dos, en una bilengua, o un tercer espacio intercultural y por lo tanto en una tercera lengua. Cada una de estas modalidades pone en juego distintos modos de negociación y distintas afiliaciones identitarias que en nuestro caso se definirían en términos de 9 Con relación a las propuestas de una latinoamericanización de las culturas nacionales en los Estados Unidos por parte de varios autores, Marc Zimmerman dice lo siguiente: “Pero por, una razón u otra, se repara poco en el costo social de estas celebraciones, en el sufrimiento y la explotación en esta etapa de la expansión capitalista. Y todo eso viene en un momento en que la campaña antilatina es parte de la reestructuración de las identidades nacionales y cuando las tensiones entre latinos y otros grupos -por ejemplo, los afroamericanos- parecen ser más agudas en la competencia por trabajos, espacios, etc”, Marc Zimmerman, “Fronteras latinoamericanas y ciudades globalizadas en el nuevo desorden mundial”, en Mabel Moraña, Ed., Nuevas Perspectivas desde/sobre America Latina. El desafio de los Estudios Culturales, Santiago, Editorial Cuarto Propio, 2000, pag. 353. 10 Eliezer Ben-Rafael, The Transformation of Diaporas: The Linguistic Dimension, in Ben-Rafael, E., Sternberg, Y., Ed., Identity, Culture and Globalization, The Annals of the International Institute of Sociology., Brill, Leiden, 2001, pag. 340.

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cuánto más colombiano que americano, cuánto más hispano que colombiano, cuánto más americano que colombiano, etc11 La tripartición conceptual de Ben-Rafael constituye un instrumento analítico hasta cierto punto válido para abordar el tema del choque cultural o de la traducción de culturas en el caso del éxodo actual de las colombianas y los colombianos a los Estados Unidos. Digo hasta cierto punto válido porque además de tener que considerar que el choque cultural o la traducción de culturas se da en una situación sui géneris entre lo que es para sí y lo que es para el otro, en ese exceso o desarreglo de identidad del que hablaba antes, no quiero de ninguna manera olvidar que las circunstancias y las situaciones singulares exigen siempre una mirada atenta a todas las formas de generalización; que, como dice Jacques Derrida, aunque toda singularidad se inscribe siempre en una estructura general, hay singularidades que marcan más dolorosamente la generalidad de la ley12 No quiero olvidar que nuestras violencias y nuestros desacuerdos, nuestras dificultades económicas, nuestros secuestros y amenazas, nuestros muertos, la sospecha que nos atraviesa, pero también nuestras entregas y nuestras adhesiones fantasmáticas al sueño americano, preceden y condicionan la mayor parte del tiempo y muchas veces de manera dramática las situaciones de negociación bilingüe o multicultural que deben confrontar en su éxodo actual.. Porque, ¿cómo se negocia el dolor en otra lengua?; ¿cómo se negocia el exilio o la desesperanza?; ¿cómo se negocia la supervivencia o el vivir mejor cuando hay que reajustar no solo la identidad sociocultural a partir de una categorización que predetermina el encuentro con el otro, sino con toda seguridad la identidad socioprofesional al tener que renunciar a un determinado estatus para acomodarse a lo que venga y siempre por debajo de sus conocimientos y sus capacidades?; ¿cómo se negocia un sueño cuando se comparte cotidianamente con la frustración o con el fracaso?. El éxodo de las colombianas y colombianos a los Estados Unidos no se puede mirar desde la sola perspectiva de las teorías que se ocupan de lo fenómenos migratorios de la globalización aunque la dimensión económica de ella con sus efectos desestabilizadores para países como el nuestro13 puedan ser una de sus razones, y aunque el imaginario del sueño americano hiperbolizado año tras año y exacerbado actualmente por la situación de Colombia y del resto de los países vecinos, como la imposibilidad de otras fronteras a atravesar, pueda ser un modo de atracción muy fuerte hacia los Estados Unidos. La verdadera situación de negociación identitaria solo puede hacerse evidente con un estudio que tenga en

11 Eliezer Ben-Rafael, Ibid., pag. 349. 12 Véase Derrida, J., El monolingüismo...... 13 Muchos son los análisis que se realizan actualmente sobre el impacto de la globalización económica en Latinoamerica. A este propósito dice Alfredo Guerra-Borges: “En América Latina, la región del mundo donde se fue más lejos en la aplicación de las reformas neoliberales, ha quedado atrás el optimismo con que los gobiernos saludaron hace 15 años el consenso de Washington, decálogo de tales reformas. Como lo admiten la Cepal y el BID, la prometida estabilidad dista mucho de haberse conseguido y en vez de ello constatan ahora que la inestabilidad no sólo sigue siendo una dolencia crónica latinoamericana sino que tiene consecuencias aun más graves. El desarrollo prometido que se asociaba a la liberalización y el Estado mínimo se contrasta ahora con hechos lacerantes como que de seis regiones del mundo por su nivel de ingreso medio, América Latina, en 2000 solo aventajaba a África, cuando en 1950 se colocaba en segundo lugar después de los países desarrollados. “Globalización. Ordenar el debate y asignarle un imperativo ético”, en Transnacionalismo. Migracion e Identidades, Nueva Sociedad, nº 178 marzo-abril, Caracas, Editorial Texto, 200, pag. 52.

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cuenta además de los presupuestos de un mundo globalizado que incita al nomadismo entre otras cosas por la flexibilidad y volatilidad de los mercados del trabajo, la singularidad de nuestro caso que se inscribe en las circunstancias específicas de un éxodo que supone en la mayoría de los casos un proyecto de vida y no un tránsito migratorio.14 Sobre todo si ese proyecto de vida debe enfrentar las condiciones actuales de la mayor parte de los llamados hispanos o latinos que no solo sufren “la destrucción social provocada por la desinversión en las redes de seguridad urbanas educativas y asistenciales-, sino las desigualdades flagrantes producidas por la desindustrialización.”15 En este sentido, los triunfos de las colombianas o colombianos exitosos nos deben alegrar pero no confundir. No son la mayoría. Como dice Francisco Thoumi, catedrático, experto en temas colombianos, -estos logros son más bien el producto de un esfuerzo individual que comunitario-16. La comunidad colombiana en los Estados Unidos es una comunidad fragmentada. en la que las colombianas y los colombianos que dejaron Colombia para sobrevivir o para vivir mejor deben hacerlo no solo re-conociéndose como el otro hispano y multiculturalizándose en la pragmática de una lengua y de un entramado cultural que compromete a todos en una lucha individual permanente por el trabajo y el dinero y que define el bien-estar en términos de una feroz competencia económica, sino negociando sus nuevas ilusiones con sus dolores y sus desesperanzas, la mayor parte del tiempo en la inexistencia civil.. En esas circunstancias, en ese exilio del país hacia el sueño americano, se puede ya suponer el grado de dificultad y de conflictividad que alcanzan sus reinterpretaciones y reajustes identitarios. Sobre todo cuando se vive quizás con las nostalgias de lo que se dejó, pero con la conciencia de no querer o de no poder volver. Por eso es necesario ir mas allá de los estudios meramente estadísticos sobre el numero de colombianos inmigrantes, sobre los lugares de residencia según su lugar de origen, sobre las fiestas conmemorativas que celebran o las sumas de dinero que envían al país. Son estudios pertinentes sin duda, pero ya sabemos lo que las constataciones cuantitativas con las consabidas pretensiones de cientificidad de sus evidencias y objetividades factuales dejan oculto de las vivencias cotidianas y sus inevitables conflictos y aporías. Las tabulaciones de la estadística jamás podrán medir donde comienza un sueño y donde empieza a posponerse en un futuro de papel, de inserción en el sistema o de promesa por cumplir en otra generación. La economía de un sueño es ajena y extraña a cualquier número. 14 En esta perspectiva, tal vez deba considerarse a los colombianos inmigrantes modernos y no posmodernos: “el inmigrante moderno aun cuando parta soñando en el regreso debido al horizonte imaginario y las posibilidades tecnológicas y materiales del espacio internacional en que se mueve, se embarca en un proyecto de vida, un viaje sin retorno tal vez, que en la mayoría de los casos termina siendo así. Esto determina un fuerte sentimiento de pérdida por el mundo familiar abandonado y una elevada disponibilidad a afincarse, a asimilarse, a identificarse con la sociedad receptora”. Abril Trigo, “Migrancia: Memoria: Modernidad”, en M. Moraña, Ed., op. cit. pag. 323. 15 A este propósito dice Mark Davis: “La renta familiar media de treinta millones de latinos estadounidenses disminuyó casi tres mil dólares entre 1989 y 1996; la mayor reducción registrada por cualquier grupo étnico desde la Depresión. Aunque obviamente la marginalidad y la pobreza de los inmigrantes recién llegados están reflejadas en estas estadísticas, los latinos nacidos en Estados Unidos también han perdido una parte importante de terreno”, M. Davis, op. cit. pag. 57. 16 Tomado de el Nuevo Herald, ver nota 6.

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Podría prolongar indefinidamente estas consideraciones críticas. Sin duda la situación merece la mayor atención posible desde nuestro propio país. No obstante y más acá de los resultados efectivos que pueda dejar una investigación sobre las negociaciones identitarias de la colombianas y los colombianos en Estados Unidos, me interesa formular otras consideraciones surgidas de la misma coyuntura y que, desde los postulados teóricos más recientes sobre el lenguaje y sobre las lenguas, dan lugar a una interrogación muy precisa : en las circunstancias actuales del país, en las condiciones de violencia, inseguridad y desempleo, el éxodo de mis conciudadanos es un éxodo sin esperanza de regreso para muchos, al menos por un periodo muy largo de tiempo Aunque haya colombianas y colombianos que venimos y que vamos; aunque las distancias espacio-temporales se hayan acortado por el desarrollo vertiginoso de los medios; aunque en las llamadas comunidades transnacionales se mantengan lazos virtuales con la familia y los amigos y se intercambien comportamientos y practicas de vida, es previsible pensar que la mayoría se encontrará en una situación de no retorno y en la necesidad de reajustar su vida en ese entramado cultural del que hablé antes. En estas circunstancias, la interrogación que se impone es la siguiente: cuando se tiene la conciencia de no querer o no poder volver; cuando Colombia ya no es el lugar seguro al que se puede regresar; cuando el sueño americano es, frustrado o no, el compromiso de vida o la única esperanza; cuando en ese sueño la lucha por sobrevivir o por vivir mejor impone concentrar toda su atención en conseguir un nuevo contexto de pertenencia en términos socioeconómicos ¿no acaba uno por olvidarse como miembro de una comunidad sociopolítica a la cual ha pertenecido y con la cual tiene una deuda? ¿No acaba uno inevitablemente por hacer pasar sus propias necesidades y sus propios intereses sobre esa deuda? ¿No acaba uno por endeudarse con el otro, con su lengua, y adherir a sus proyectos y programas por venir para conseguir un reconocimiento que le permita obtener la seguridad que busca? - En la tierra de los hombres de hoy, dice Derrida, algunos deben ceder a la homo-hegemonía de las lenguas dominantes, deben aprender la lengua de los amos, el capital y las máquinas, deben perder su idioma para sobrevivir o para vivir mejor-17 Colombia se debate entre sus violencias sin fin y sus injusticias históricas pero sigue creyendo en la vida y en una segunda oportunidad. Las colombianas y los colombianos que la abandonan son una pérdida sin compensación. Mientras luchan por un nuevo lugar, por conseguir seguramente la representación política de sus derechos socioeconómicos, incluso culturales y lingüísticos en Estados Unidos; mientras trabajan para sostener el sistema y sostenerse en él, lo que queda de ser colombiana o colombiano será tal vez apenas el discurso nostálgico de una Colombia en vacaciones o la declaración emocional de unos lazos irrompibles como discurso de auto justificación o buena conciencia. Colombia para ellas y para ellos no será ya el nombre de una posible comunidad a reinventar desde su propio orden de saber y su propio modo de hacerse sentido a sí misma, sino un paisaje, un sabor, un sonido, una familia a retener en la memoria. No habrá compromiso ni sentido de pertenencia sociopolítico. Soy consciente del riesgo de impertinencia y caducidad de mis planteamientos. ¿Acaso no se trata hoy de las riquezas bilingües o multiculturales, del encuentro de las lenguas y de la

17 J. Derrida, op. cit. pag. 48.

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celebración del intercambio cultural de la producciones artísticas, de las comidas, de la música o de las telenovelas, esos objetos de cultura que supuestamente modifican nuestras vidas? Tal vez haya que tener más cuidado con esa falacia de un mundo híbrido que en realidad permanece en la superficie de las relaciones humanas, atravesadas más que nunca por el temor a la diferencia y a la presencia concreta del otro y por las entregas y sometimientos a la ley hegemónica. Colombia es una comunidad a reinventar. Para que podamos hacerlo necesitamos, no del capital o del recurso humano que se pierde como tan absurdamente se dice hoy en día; -El capital que hemos perdido son los 10.000 millones de dólares que han salido del país en los últimos cinco años destinados a los países ricos y a la construcción de conjuntos residenciales destinados a las colombianas y los colombianos con poder económico suficiente para adquirirlos el día que decidan dejar el país. Necesitamos de todas y todos los colombianos que quieran una nueva comunidad de existencia como diría Jean Luc Nancy.18 Una nueva manera de existir en común en la que pongamos fin a nuestros infortunios y resolvamos nuestras desigualdades, nuestras injusticias y nuestras violencias. Por eso Colombia, debe extender sus fronteras y llevarlas hasta las colombianas y colombianos que nos dejan para comprometerlos en la reinvención de ese nuevo modo de existir juntos; debe llegar a ellas y a ellos para hacerlos participar como una comunidad. Tal y como dice Jean Luc Nancy, “debemos decidir ser/estar en común -y cómo-, cómo permitir a nuestra existencia existir. No es sólo cada vez una decisión política, es una decisión con relación a lo político19. Esa decisión, sin duda, debe contemplar múltiples aristas y seguir numerosos caminos. Ahora bien, desde nuestra mirada, serán siempre ya los caminos de la lengua. De la nuestra. Porque comprometer a todas las colombianas y colombianos en un nuevo modo de existencia juntos significa que debemos no sólo pensar en una nueva lengua en la lengua; en un nuevo discurso que nos lleve a existir en común pluralmente, sino, por eso mismo, como veremos, en volvernos a la lengua -al idioma propiamente dicho- de la nuestra. Si, soy conciente de que mis planteamientos pueden ir en contravía del saber actual; de que se me puede reprochar el confundir las cosas. Pero no siempre las cosas son tan claras como se pretende Las ideas tampoco. Ni claras ni distintas. Todo depende del orden de las lenguas y del sentido. Es ese el núcleo del problema que intento formular aquí en la forma, más o menos, de una exposición objetiva en nombre de la hospitalidad. Hay, a mi manera de ver, una instancia de las lenguas que no ha sido abordada con suficiente rigor critico ni por la lingüística, como ciencia que se declara del lenguaje y de las lenguas como tales, ni por los estudios culturales que proclaman el fin de los esencialismos. Una instancia que no ha sido pertinente para el saber en la medida en que este ha permanecido en los límites de su concepciones instrumentalistas del lenguaje. Por lo menos en la cultura de Occidente que define las posibilidades del decir y del pensar en el interior de unos limites donde el lenguaje, donde cada lengua, es tan sólo el soporte formal o el vehículo transparente de un pensamiento inducido al reflejo objetivo y a las certezas de un sentido ideal -ideo-lógico. Esa instancia es el punto de partida de mi reflexión y mi propuesta. 18 Véase Jean Luc Nancy, .La Communauté Desoeuvrée, France, Christian Bourgois editeur, 1999. 19 Véase Jean Luc Nancy, Ibid. Pag. 278

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La cultura occidental instaura como principio único del lenguaje y del sentido el orden de la objetividad. Con una tematización excepcional a lo largo de su historia que se inicia con la regulación platónica y su ordenamiento del lenguaje en el sentido de un decir predicativo que dice algo en la planicie de la verdad,20 la cultura occidental hace de la objetividad la sola forma de pensar posible. Esta forma que mantiene el saber en los límites de un decir ontologizado que cosifica el pensamiento, fundamento por lo demás de las ideas claras y distintas que aseguran la objetividad, recorre los siglos con una supuesta naturalidad nunca interrogada hasta épocas recientes. Aunque las diferentes corrientes y teorías filosóficas hayan postulado para el conocimiento un origen no siempre el mismo; aunque hayan situado su punto de partida en regiones opuestas entre ellas, siempre han estado atravesadas por un presupuesto que permanece incuestionado e incuestionable: pensar es siempre pensar en algo -una idea o un objeto- o no pensar en nada.21 Esta cosificación del pensamiento que hace que en la cultura occidental “los sustantivos sean más reales que los adjetivos o los verbos”, que su “orden representativo sea más de estados que de procesos”22, recorre todas las lenguas, o casi todas. Que se trate de la pragmática del inglés o del cartesianismo metódico del francés, para citar las lenguas que conozco fuera de la mía; o que se trate de la lengua alemana, para citar otra que conozco un poco, y a la que Adorno “no cesa de reconocer un privilegio “metafísico”23, el pensamiento/cosa siempre las precederá como la única forma de ordenamiento posible. Que el inglés, el francés o el alemán ofrezcan infinitos posibles de significación no implica que los contextos culturales en los que se inscriben y que siguen el orden de saber, la racionalidad, occidental, no las orienten y las domestiquen para que operen en la certeza de la idea o del objeto en que pensar. Aunque cada una de esas lenguas no existan como tales24; aunque puedan darse en un orden incontable de variaciones significativas, -no pretendo desconocer la riqueza de sus espacios literarios, por ejemplo-, la cultura occidental en la que se inscriben las ordena para que signifiquen en el sentido de los presupuestos que esta cultura define como principio y fundamento de su significatividad. En este sentido, esas lenguas siguen el sentido del sentido como regulación cultural del orden objetivo, y revelan la estructura lógico-lingüística de la significación con la que la cultura occidental administra el saber por la delimitación categorial de lo pensable y lo decible para ella. Las lenguas de la cultura occidental están entonces precedidas por ese presupuesto que las

20 En buena lógica -platónica-, el decir no puede, no debe ocurrir en el vacío: “el que no dice alguna cosa, inevitable y absolutamente no dice nada.-Es necesario que así sea-/¿Y no es incluso preciso retirar esta concesión de que sea decir, a saber no decir nada?”, Platón, Obras Completas, Madrid, Editorial Aguilar, 1979. La crisis del lenguaje en la que interviene Platón para asegurar la verosimilitud entre “lo que es” y “lo que se dice” permitió al pensamiento occidental fijar, de una vez por todas, la naturaleza predicativa del lenguaje a partir de la evidencia filosófica de ese algo sin el cual el discurso arriesga perderse en sus posibilidades lingüísticas. Para una deconstrucción de la estructura predicativa, véase D. Reggiori, A. Saavedra, -Modèles Processifs du Langage- en Semiotica, Vol. 6, 3-4, Amsterdam, Mouton, 1986, ps. 259-284. 21 Véase A. Saavedra, “El sentido es el lenguaje que significa. Más allá o más acá del orden logocéntrico del saber”, en Revista de Estudios Sociales, Facultad de Ciencias Sociales, Uniandes, Bogotá, ARCCA, octubre 2002, pags. 13-26. 22 J. Lorite Mena, op.cit., pag. 14. 23 J. Derrida, op. cit., pag. 90. 24 J. Derrida, op. cit, pag. 106 y sgs.

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instaura en la objetividad como única posibilidad operativa y como si fuera su natural25. Decir algo habrá sido siempre su única funcionalidad y finalidad operativa. Por eso, y aun aceptando que la cultura es un proceso permanente de variables interpretativas, que la cultura sólo existe como acontecimiento de una afirmación permanente de diferenciación-26, las variaciones interpretativas en la cultura occidental siempre han sido recuperadas en el orden de coherencia de un sentido objetivo fuera del cual lo único que tiene lugar es la insignificancia o la insensatez. De esta forma ha ejercido una domesticación del pensamiento y de las lenguas que se mantiene incluso en los textos que insisten con mayor fuerza en el fin de las ontologías esencialistas y en la necesidad de un nuevo lenguaje -y por lo tanto de un nuevo pensamiento- para decir lo que ocurre o lo que debe ocurrir en estos tiempos de globalización. Como dice J. Derrida “para empezar a pensar de otra manera hay que empezar a escribir de otra manera”. El orden de la escritura es el orden del sentido, del pensamiento y del saber. Es esa la instancia de las lenguas a la cual me refería antes y que en Occidente, por su regulación del lenguaje en el sentido de la objetividad, no fue reconocida nunca. Como principio heterogéneo y aleatorio de la significatividad, cada lengua puede disponer distintos modos de significación según el orden de su escritura, su articulación y su literalidad. La cultura occidental redujo todas las posibles variables a una sola y se otorgó el poder de decidir dónde y en qué medida se saben las cosas, el poder de administrar su saber en los limites de un sentido objetivo, unitario y unívoco. Ahora bien, por razones históricas que nos pertenecen, por lo que podríamos llamar las violencias sin fin de nuestro difícil recorrido hasta hoy, nuestra lengua -el decir español de nuestra continente- es mi hipótesis, nunca fue domesticado en realidad. Por lo tanto, tampoco nuestra manera de pensar. Puedo decirlo con certeza de Colombia y con sospecha del resto de Latinoamérica. Al menos así lo dejan ver no sólo todos esos textos literarios prolífica y rigurosamente analizados por los pensadores y críticos de los estudios culturales latinoamericanos, sino muchos de los textos mismos de estos pensadores y críticos cuyo español aun orientado a la claridad de un sentido en la forma de las ideas se resiste a la linealidad perfecta del orden objetivo. El español de Colombia, el español de nuestra gente, el que hablamos y con el cual decimos y escribimos, nunca fue sometido a los requerimientos de un orden que fundó la verdad en un principio objetivo de realidad Si Bogotá fue llamada la Atenas Suramericana, ese apelativo honroso que devolvía la capital de mis país a las sapiencias griegas sólo fue el privilegio de una élite. La educación y con ella la posibilidad de una domesticación de nuestro pensamiento y nuestro decir en el sentido de la objetividad nunca estuvo al alcance de todos -todavía no lo está- ni a todos les alcanzó -ni les alcanza- el rigor metódico del cartesianismo francés o la finalidad inmediatista de la pragmática inglesa para que el sentido y el pensamiento les llegara en la certeza de una lógica transparente al objeto. Por eso, y es, vuelvo a decirlo, mi hipótesis, nuestra lengua -nuestro español-, el hogar móvil que todos llevamos con nosotros y cuyo origen fue la violencia colonizadora de una lengua que se impuso a costa de tantas otras, no responde al 25 Véase A. Saavedra, op. cit. 26 J. Lorite Mena, op. cit., pag. 9.

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orden objetivante ni cosificante de la cultura occidental a la que sin embargo pertenecemos.. Si la lengua nos llegó desde el lugar de la racionalidades y sintaxis objetivas, esa racionalidad se enfrentó a la resistencia sintáctica de otras lenguas y se quebró en múltiple sentidos. Puesto que la cultura letrada de Occidente como entramado del pensamiento y del saber en el orden de las linealidades de un querer decir objetivo solo estuvo reservada a unos pocos; puesto que no hubo, ni la hay, una política de la lengua que llegara a todo los rincones; puesto que las formalidades estrictas de la gramática y las disposiciones circulatorias rigurosas del decir sólo fueron asequibles para unos cuantos privilegiados; puesto que los distintos modelos importados de la lingüística permanecían en su estado de abstracción intelectual en el recinto académico que nunca se preguntó si eso servía para algo, en el resto de nuestra gente, el español, sometido al encuentro con otro mundo y con otras lenguas, con otras realidades y otras sintaxis; con otros órdenes de saber, se liberó27 y siguió su propio rumbo y su propio ritmo al compás de una articulación abierta a los injertos, las derivas, las intervenciones de otras lenguas y de otros sentidos, al margen de las categorías y delimitaciones coercitivas de la llamada lógica binaria de la cultura occidental que, por lo demás, nunca fue ni ha sido binaria en realidad. Porque si de todas las lenguas se puede decir que son susceptibles a los injertos, a las remarcas, a la diseminación -si todas son susceptibles de literatura- ninguna como nuestro español fue objeto de tantas derivas y dispersiones -seguramente se puede decir lo mismo del inglés o del francés en sus manifestaciones criollas-, pero es de la nuestra de la que puedo hablar. Liberada de la letralidad de Occidente; de su escritura logocéntrica; de su economía discursiva cosificante; de los cálculos rítmicos del decir en el sentido de algo y de los controles de la deriva retórica en el orden de la verdad; de los límites de esa sintaxis expositiva con la que la cultura occidental ha buscado garantizar un decir a la medida exacta de la objetividad, nuestra lengua levantó la lógica que mantenía la lengua española sujeta a las certezas del decir objetivo, desplegó su sintaxis, la abrió en todos los sentidos del decir e inscribió su propia letralidad. Allí empezó otra forma de saber y otra modalidad del pensar. Porque no hablo aquí de los espacios académicos ni de las domesticaciones a las que nos sometemos los profesores, los docentes, los críticos para asegurar esa objetividad que nos garantiza la acogida de los otros -y aun así- Hablo de nuestra lengua en la vida y de su orden significante y significativo de realidad. De ese orden cuya letralidad, cuya escritura, no puede pensarse en las certezas del querer decir objetivo porque en ella el decir se dispone a la libre circulación y a la metaforicidad indefinida; a la apertura del sentido en todos lo sentidos del decir y por lo tanto a la negación de la objetividad. En el orden de nuestra lengua, en el sentido de su letralidad o literalidad, el decir no obedece a las racionalidades logocentricas ni a la trama de su sistema conceptual porque su principio de razón es su propia lógica. Una sintaxis discursiva que se dispone al azar del decir y a sus probabilidades metonímicas; una escritura en articulación indefinida cuyo ritmo circulatorio escapa a los controles de la deriva retórica y a las delimitaciones cosificantes; una literalidad fluida que desborda la instancia ontològica del lenguaje y produce el sentido fuera de la 27 Habría que remontarse a través de los numerosos estudios sobre la historia de la lengua española para ver cuánto de esa libertad era ya parte de su sintaxis cuando nos llegó y si tenemos en cuenta los incontables injertos que la constituyeron a lo largo de las múltiples invasiones de la península española.

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representación objetival; una letralidad proliferante que escapa a la instancia normativa del decir algo e impone una nueva manera de significar que depende, no de la linealidad causal, sino de la continuidad sintáctica en cualquier sentido del decir, en una discursividad metonímica que se auto-justifica en un movimiento de referencia a cualquiera de los lugares de sentido que ella misma genera en su circulacion . Por eso en nuestra lengua el sentido, el pensamiento y el saber no son objetivos ni objetivantes. Porque ocurren al mismo tiempo que transcurren. Porque pensar y saber en nuestra lengua no es pensar y saber en algo; es pensar y saber en todo lo que puede ocurrir en el decir por la lógica del decir mismo; por todo lo que el decir abre a decir en sus posibles metonímicos y por una lógica del sentido que descansa en el fondo de sus posibles variaciones metafóricas.. Por eso tampoco nuestra realidad es una, objetiva, que se daría en la certeza de cada cosa en su lugar y con su medida exacta. Nuestra realidad no es sino que pasa en el orden del decir. Y es un decir en profusión, una articulación exuberante de sentido que nos envuelve y nos trabaja, nos atraviesa y nos obra y nos hace saber no en uno sino en todos los sentidos. Es una forma de saber sin límites, una manera de pensar sin cálculos. Un orden de realidad abierto a todos los posibles y a todas las variaciones significativas a medida de las posibilidades del decir. Es una realidad probable. Por eso me atrevería a afirmar que no es mestiza, transcultural o híbrida, si esas denominaciones nos mantienen todavía en los límites de un lenguaje que nos arrastra a su modalidad representativa objetivable conceptualmente. Sin duda, la insistente búsqueda por parte de los críticos latinoamericanos de una forma, una figura retórica, una metáfora que diga con la mayor precisión posible nuestra forma de ser -aunque ya sabemos como diría Cornejo Polar que ninguna categoría resuelve la totalidad de la problemática que suscita-28 es la prueba de esa imposibilidad de capturar metareflexivamente un orden de realidad que no se corresponde con el orden de lo que es porque se produce en una discursividad que se da fuera de toda pertinencia conceptual con relación al orden referencial del conocimiento. Lo que de una manera o de otra, se revela en los textos literarios latinoamericanos y que ponen de manifiesto los críticos también latinoamericanos, es esa imbricación inédita de la palabra y el pensamiento que es el orden de nuestra vida, de nuestra realidad, de nuestra lengua y en la que lo que es no alcanza a tener lugar definido porque nuestro decir trabaja al otro extremo de las posibilidades representativas cosificantes del saber. Antes de cualquier recuperación por abstracción objetivante del pensamiento; antes de cualquier racionalización letrada occidental, antes de cualquier conceptualización que nos devuelva a una realidad manifestada en ideas claras y distintas, nuestra lengua, y en consecuencia el orden de realidad que ella produce, es la disposición de un sentido no representativo, no logocéntrico, no ontológico ni objetivo lógicamente. Tal y como manifesté antes, es una disposición que se puede observar en los mismos textos de las ciencia sociales y de los estudios culturales de nuestro continente los cuales revelan en muchos 28 Cita tomada de Schmidt-Welle, F., “Introduccion. Hacia una crítica heterogénea de las culturas latinoamericanas, en Antonio Cornejo Polaryz los estudios latinoamericanos, Instituto Internacional de Literatura Iberoamericana, Pittsbourgh, 2002, pag. 30

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casos, y a pesar de su intención de objetividad -algunos claro esta trabajan en la planicie de la verdad-, una continuidad sintáctica que relanza permanentemente el objeto que dicen hasta inscribirlo en una espiral discursiva que lo fragmenta en múltiples sentidos y le impide cosificarse. En este sentido, en mi opinion, esos textos estarían mas cerca de ese nuevo pensamiento y ese nuevo lenguaje del que se habla con tanta insistencia como algo urgente de poner en juego para responder a las exigencias de lo que hay hoy en día y que se revela como un proceso y no como un estado; como algo que no es sino que ocurre de manera acelerada y vertiginosa. Tal vez si se vuelve la mirada hacia esos textos con la atención debida no sólo a lo que dicen, sino a cómo lo dicen, se podría rearticular en nuevos posibles de sentido todo aquello que en ciertos textos de los estudios culturales parece ya gastado por la redundancia y repetición de sus constataciones objetivas. Como dice Roa Bastos “lo que prolijamente se repite, se anula.”29 Sobre todo si se tiene en cuenta que la escritura objetiva, al ser, por definicion, la detención del sentido, su estricta delimitación en contenido y su fijación esencialista,30 solo puede disponer un decir en el sentido de lo que es y, ya lo sabemos, lo que es, aunque se diga con Aristóteles de multiples maneras, siempre volverá a lo mismo, a ser el objeto o tema delimitado, definido, contenido del que se habla -la cultura, por ejemplo- y a partir del cual se subsume todo en un solo y único horizonte de sentido. Es eso lo que ponen de manifiesto tantos textos que se inscriben en la escritura objetiva como garantía de decir lo que es, como si lo que es fuera la única posibiliidad del decir, del saber y del pensar. Nuestra lengua lo sabe bien. El principio de su letralidad, de su orden escritural es la practica inontológica del pensamiento. Una forma de inteligibilidad en la que el pensamiento piensa en el decir y se practica en todos sus posibles sentidos a la vez. Una forma de saber en la que el sentido no alcanza una consistencia objetival porque quiere abarcarlo todo desde múltiples voces y múltiples perspectivas. Por eso nos lleva muchas veces a los abismos de la muerte. Porque en su disposición desmesurada no hay límites para morir. Pero por eso también nos permite sobreponernos a ella, porque tampoco hay límites para la vida. Es lo que debiéramos comprender antes de adherir a los principios ideo-lógicos de ese norte occidental que hizo -y sigue haciendo- del sentido, por lo tanto de la vida- un dominio en el que todos los posibles deben coincidir en un solo espacio de realidad -el suyo-. Un espacio de realidad que nos impone modos de representación cuyo principio logocéntrico es incompatible con el nuestro. De ahí, creo yo, que los modelos importados de Europa y de los Estados Unidos sólo produzcan en nosotros más violencia. En la medida en que el horizonte interpretativo de estos modelos - ya se trate del capitalismo, del neoliberalismo, del comunismo, etc- está delimitado por esa centricidad lógica31 que hace de sus presupuestos representativos la condición de posibilidad única de toda interpretación posible, sin dejar espacio a nuestras formas de vida y nuestros modos de interpretar y de hacer mundo, son modelos ajenos a los que nos resistimos de una manera o de otra y a los que no les queda más recurso que la fuerza para imponerse. Es lo que nos ocurre en Colombia.

29 Véase A. Roa Bastos, Yo, El Supremo , Madrid, Siglo XXI, 1978. 30 Vease A., Saavedra, op. cit. 31 Para un análisis del principio operativo de la centricidad de la lógica, véase J. Lorite Mena, El Animal Paradójico. Fundamentos de Antropología Filosófica, Madrid, Alianza Editorial, 1982, pags. 383-509.

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De ahí mi preocupación, y aquí intento recoger mis planteamientos iniciales, por las colombianas y los colombianos que hacen del sueño americano su proyecto de vida. Aunque las colombianas y los colombianos quieran guardar en total auto-afección ese -hogar móvil- que es la lengua materna; aunque les sirva privadamente para una identificación fantasmal con el allá antes; aunque quieran dejársela a sus hijos, los que de manera tan excluyente son llamados de segunda y tercera generación y que en definitiva terminan por integrarse, ¿no acabará la otra razón por tomar cuerpo en ella y someterla a su ley?. Aun aceptando las diferentes modos de negociación identitaria, con sus conflictos y aporías; aceptando el llamado espacio multicultural de los Estados Unidos que puede hacer pensar en una realidad múltiple, híbrida, plural para el futuro -aunque el término ya sugieren semánticamente una cierta connotación de lugares delimitados-, parece previsible imaginar que por ahora se dará una identificación inevitable con la otra lengua; con el orden que la rige y que define en una forma específica la distribución del sentido y del saber, por lo tanto de las creencias, los valores, los símbolos, las aspiraciones y los deseos, es decir de la vida misma, según una racionalidad que no es la nuestra, pero que tiene la atracción de su pulsión consumista, fundada en una concepción del sentido como producto material inmediato. Porque no se trata solamente, ya lo hemos visto, de las lenguas en cuanto que operaciones lingüísticas de enunciación, elocución, ni de los calcos, los préstamos o las interlenguas; se trata también de la racionalidad y del orden del saber que ellas definen; de lo que en ellas determina en que forma decir y en que sentido pensar la vida. Por la fuerza de las circunstancias las colombianas y los colombianos del exodo pueden poco a poco adherir a un nuevo orden de razón, por lo tanto a nueva forma y sentido de realidad y de vida que, aun hablando su lengua, será el otro, la otra racionalidad que tomará cuerpo en ella. Un nuevo orden de razón y de sentido que inscribirá su lengua en los límites significativos pragmáticos de ese entramado cultural que hace de la lucha individual el principio de la sociedad y al cual deben adherir para sobrevivir o para vivir mejor. No quiero de ninguna manera desconocer las riquezas de la cultura norteamericana, ni las incontables posibilidades signifcativas de la lengua inglesa o el trabajo que otras kenguas ejercen sobre ella, Tampoco quiero desconocer, en mi rechazo a una sociedad entramada en una racionalidad unificante de los posibles de la vida en términos del bien-estar como competencia económica, las voces profundamente críticas, las reflexiones y cuestionamientos rigurosos que se escuchan en la sociedad norteamericana sobre ella. Académicos, intelectuales, grupos marginados y sobre todo las voces femeninas cuya lucha excepcional y su denuncia sin reservas de las exclusiones, nos han servido a todas nosotras mujeres del mundo. Sin duda, esas voces son la más fuertes y las más combativas . Pero en las circunstancias actuales en las que lo que se ofrece para sobrevivir o vivir mejor cotidianamente no son las representaciones teóricocríticas que proclaman pública y oficialmente el respeto a la alteridad y a la valoración de sus formas de vida, el respeto a la democracia, a la ciudadanía sin límites y a la pluralidad, sino la pragmática de un entramado cultural que arrastra el imaginario de las domesticaciones históricas y con él no sólo la lucha desigual y las exclusiones, sino la aspiración hegemónica de un sentido y una razón unívocos de la vida, no puedo menos que manifestar mi preocupación por una colonización de nuestra lengua y de su idioma. Si bien es cierto que, como dice Derrida, “no se dice yo o nosotras-nosotros de la misma manera en todas las lenguas” porque las creencias, los valores, las

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normas, los sentidos que las habitan; todos los residuos sedimentados del trabajo cultural, preceden siempre al yo o al nosotras-nosotros que proferimos para hablar al otro, para acordarnos o para saber, para reír o para llorar, también es cierto que ese yo puede tomar la forma de otra lengua Y no siempre de manera bilingüe o intercultural. Sobre todo cuando se trata de un éxodo para sobrevivir o para vivir mejor Por eso necesitamos la nuestra; necesitamos su idioma para esa nueva comunidad de existencia que todas las colombianas, todos los colombianos, todas las latinoamericanas y latinoamericanos en el mundo debemos construir. Es una decisión con relación a lo político que debe comenzar por asumir, en mi opinión, la exigencia de una política no política de la lengua, es decir una política de la lengua que se de al margen de todos los intereses y deseos de dominación. Una política no política de la lengua que nos lleve a practicar a todas y a todos esa forma de pensar y de saber que es la nuestra para insertarnos en el mundo de hoy a nuestra manera. Lo que propongo aquí es entonces una nueva cultura letrada cuyo fundamento sea nuestro principio de significatividad propiamente dicho. Una nueva educación que haga de ese principio que, por definición, prohíbe todo límite y toda exclusión, nuestro horizonte de sentido. Si debemos corregir nuestras injusticias; si debemos dar lugar a esas otras voces siempre ocultadas por un discurso hegemónico que ha querido sujetar nuestra lengua al otro europeo o estadounidense, tenemos que empezar a comprendernos en ella. Tenemos que comenzar a pensar en ella, en todos los sentidos de la preposición -pensar sobre ella para que nos deje sentir su propio idioma; pensar en ella para cuidarla y en su interior para no permitir su colonización. Será la única manera de dejar de huir de nosotros mismos y entendernos; la única manera de darnos una comunidad de existencia que nos permita insertarnos en el que también es nuestro tiempo; la única manera además de salir de las subalternidades y los poscolonialismos -conceptos que arrastran las marcas de nuestro difícil recorrido histórico hasta hoy-. Si lo que hay y lo que ocurre hoy en día exige no sólo un lenguaje y un decir procesivo que pueda dar cuenta de un mundo difícil de administrar representativamente; un mundo que no obedece ya a las categorías y paradigmas estáticos y esencialistas, sino también un discurso que promueva como dice Chantal Mouffe, la creación de nuevas posiciones subjetivas que permitan la articulación común de, por ejemplo, antirracismo, antisexismo y anticapitalismo; (...) un nuevo -sentido común- que transforme la identidad de diferentes grupos, de tal manera que se puedan articular las exigencias de cada uno de ellos con las de otros, de acuerdo con un principio de equivalencia democrática-,32 nuestra lengua, su idioma siempre abierto a lo probable, puede ofrecer una opción para que ese espacio de encuentro democrático y plural pueda tener algún día lugar. Será como dice Derrida -una lengua de llegada, o más bien de porvenir, una frase prometida; una lengua del otro, además, pero muy otra que la lengua del otro como lengua del amo o del colono-33 Por eso me atrevo a proponer esa política no política de nuestra lengua. A sugerir la necesidad de volvernos hacia ella, desde luego sin ningún fundamentalismo -ella misma lo prohíbe-, para iniciar desde las ciencias sociales y desde los estudios latinoamericanos una practica del

32 Chantal. Mouffe, El Retorno de lo Político, Buenos Aires, Paidós, 1999, pag. 39. 33 J. Derrida, El monolinguismo.....pag. 102

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pensamiento que, inducida por ella, por sus principios no ontológicos y su apertura ilimitada a los posibles de sentido, nos permita encontrarnos en un diálogo hacia nuestra existencia en común Se me preguntará, claro está, qué sucede con las otras lenguas de nuestro continente. Se me dirá que estoy cayendo en el deseo o en el pecado que denuncio y que pretendo someterlas a todas a una sola; que de nuevo sus voces serán acalladas. Nuestra lengua es una lengua hospitalaria. Acostumbrada desde siempre a recibir otras lenguas en su interior, esta siempre dispuesta al otro. De ahí la metáfora del calor humano con la que los otros se refieren a Latinoamérica. Porque hay lugar para todos en ella. Las otras lenguas, las otras formas de vida, los otros modos de darse sentido están siempre ya en ella. Sólo basta hacerlos hablar. De ahí la importancia, e insisto en ello, que poseen los análisis críticos sobre la literatura latinoamericana que revelan en esa heterogeneidad de la que habla Cornejo Polar la hospitalidad de nuestra lengua y que “tendría su comienzo más visible en el “diálogo” entre el Inca Atahuallpa y el padre Vicente Valverde, en Cajamarca, la tarde del sábado 16 de noviembre de 1532” Dice Cornejo Polar que esa “heterogeneidad caracteriza desde entonces y hasta hoy, la producción literaria peruana, andina y -en buena parte- latinoamericana-34 Esos textos y esos análisis críticos serían entonces el mejor punto de partida para la política sin política de la lengua que propongo hoy aquí. Colombia, Latinoamérica, es una comunidad por hacer. Equitativa, justa, multicultural, claro está. Pero si debe insertarse en el mundo globalizado de hoy, con todos sus procesos y sus bilingüismos, debe pensarse primero a si misma. En su lengua; en su forma de hacerse sentido; en sus modos de identificación y en sus propias derivas de identidad. La lengua es el hogar móvil que siempre se lleva consigo y al que siempre se puede volver. pero la lengua también es lo que no existe como tal. Por eso es susceptible de apropiaciones, de domesticaciones ideológicas y colonizaciones. Por eso tenemos que pensar en ella, en su idioma, para existir juntos. Porque cada colombiana y cada colombiano que se va, es una herida en la lengua de Colombia; cada una y cada uno de nosotros que se va es una herida en nuestra lengua. .

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34 Tomado de R., Bueno, “Sujeto heterogéneo y migrante. Constitución de una categoría de estudios culturales” en F., Schmidt-Welle Ed. Antonio Cornejo Polar y los estudios latinoamericanos, ,Pittsbourgh, Instituto Internacional de Literatura Iberoamericana, Universidad de Pittsbourgh, 2002, pags. 179-180.

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DERIVAS DE IDENTIDAD: EL DECIR LATINOAMERICANO Y EL DECIR DEL OTRO. LOS COLOMBIANOS EN ESTADOS UNIDOS

ALCIRA SAAVEDRA BECERRA PROFESORA TITULAR

DEPARTAMENTO DE LENGUAJES Y ESTUDIOS SOCIOCULTURALES UNIVERSIDAD DE LOS ANDES

BOGOTÁ-COLOMBIA

“PREPARADO PARA PRESENTAR EN EL CONGRESO DE 2003 DE LA ASOCIACIÓN DE ESTUDIOS LATINOAMERICANOS

DALLAS, TEXAS, MARZO 27-29, 2003”