Delito

116
 D E L I T O G A B R I E L D A N N U N Z I O Ediciones elaleph.com

description

Obra clásica de Dannunzio

Transcript of Delito

  • D E L I T O

    G A B R I E LD A N N U N Z I O

    Ediciones elaleph.com

  • Editado porelaleph.com

    2000 Copyright www.elaleph.comTodos los Derechos Reservados

  • D E L I T O

    3

    DELITO

    1

    ENTONCES..., usted quiere saber... Qu cosaquiere saber, seor? Qu cosa debo decirle? Qucosa?... Ah!, todo! Entonces es necesario quecuente todo, desde el principio.

    Todo, desde el principio! Cmo har?... Si yano recuerdo nada, no s nada, realmente. Cmohar, seor? Cmo?...

    Dios mo! Espere, se lo ruego..., espere y tengapaciencia. Slo un poco de paciencia, porque no shablar. Aunque recuerde algo, creo que no lo sabrnarrar... Cuando viva entre los hombres, erataciturno. Hasta cuando beba, continuaba sindolo.Siempre.

  • G A B R I E L D A N N U N Z I O

    4

    No... no siempre! Con l hablaba; tan slo conl. Ciertas tardes de verano, en el umbral de lapuerta o en las plazas, en los jardines pblicos... Elpona, su brazo bajo el mo, aquel pobre bracitodescarnado, tan liviano que casi no lo senta. Ycaminbamos juntos, conversando.

    Once aos..., se da cuenta, seor?... Tena nadams que once aos, y razonaba como un hombre, yera tan triste como un hombre. Pareca conocer yatoda la vida, haber padecido todos los sufrimientos.Su boca conoca ya las palabras amargas, esas quehacen tanto dao y que nunca se olvidan!

    Quin olvida alguna cosa?... Quin?Yo le deca: no s nada, no recuerdo nada. No

    es cierto.An recuerdo todo..., todo! Comprende

    usted? Recuerdo sus palabras y sus gestos, susmiradas, sus lgrimas, sus suspiros, sus gritos, y cadaacto de su existencia, desde el momento en quenaci hasta la hora de su muerte.

    El muri. Ya hace diecisis das que muri. Yyo vivo todava! Pero debo morir; cuanto msrpido sea posible; yo debo morir. Mi hijo quiereque vaya con l: Todas las noches viene, se sienta yme mira. Y est descalzo, pobre Ciro! Es necesario

  • D E L I T O

    5

    que est con los odos atentos para que puedaescuchar sus pasos. Por eso, continuamente, desdeque oscurece, estoy escuchando. Continuamente.Cuando pone sus pies sobre el piso, es como si lohiciera sobre mi corazn, pero sin hacerme dao...,tan liviano..., pobre alma!

    Y est descalzo ahora, todas las noches. Pero,crame usted, nunca en su vida fue descalzo. Se lojuro, nunca.

    Le dir una cosa. Esccheme bien: si se muereun ser querido, no deje que en la casa falte nada.Vstalo usted mismo, con sus propias manos, si le esposible. Vstalo minuciosamente, como si debieserevivir, levantarse, salir. Nada debe faltar a quien seva del mundo; nada. Recurdelo.

    Mire..., mire estos zapatos. Usted tiene hijos,no? Bueno, entonces no puede saber, no puedeentender qu cosa son para m estos dos zapatitosque han contenido sus pies, que han conservado laforma de sus pies. Yo no sabra explicarlo; ningnpadre se lo podr decir nunca...

    En aquel momento, cuando entraron en lahabitacin, cuando fueron a llevarme, todas susropas, no estaban all, sobre la silla, junto allecho?... Y entonces, por qu yo no busqu otra

  • G A B R I E L D A N N U N Z I O

    6

    cosa que sus zapatos, ansiosamente, bajo el lecho,sintiendo destrozarse mi corazn ante el pensa-miento de no hallarlos?..., y los escond, como sidentro de ellos hubiese quedado un poco de suvida... Ah, usted no puede entenderme...

    Ciertas maanas fras, de invierno, a la hora dela escuela... Sufra de sabaones, el pobre pequeo!De invierno tena los pies llagados, ensangrentados.Yo le pona las medias, los zapatos. Saba hacerletanto bien! Luego, al abrazarme, senta que susmanos, apoyadas en mis hombros, temblaban defro. Y yo me conmova... Usted no puedecomprenderme!

    Despus, cuando muri, ste era el nico parque tena. Y yo lo llev. Por eso l fue sepultadocomo un pobre, sin zapatos. Quin lo amaba, fueradel padre?... Y ahora todas las noches, tomo estosdos zapatitos y los coloco uno junto al otro en elpiso, para l. Si los viera al pasar? Tal vez los ve,pero no los toca... Quiz sabe que me volvera loco,por la maana, si no los encontrase all, en supuesto, uno junto al otro...

    Ah, pero usted me cree loco?... No?... Mepareci leerlo en sus ojos. No, seor, no estoy

  • ESTE LIBRO FUE AUTORIZADO POR ELALEPH.COM PARA EL USO EXCLUSIVO DE JULIO GARCIA ([email protected])

    D E L I T O

    7

    todava loco. Esto que le cuento es verdadero. Todoes verdadero. Los muertos retornan.

    El otro tambin vuelve, a veces. Horrible! Oh,es horrible!

    Mire..., noches enteras he temblado as, me hanentrechocado los dientes, sin poder detenerlos; hecredo que por el terror se me romperan los huesosen las articulaciones, y he sentido los cabellos sobrela frente como agujas, hasta la maana, duros,derechos. No tengo todos los cabellos blancos?Dgame: no estn blancos?...

    Gracias, seor. Mire: ya no tiemblo ms... Estoyenfermo, muy enfermo. Cuntos das de vida medara usted, a juzgar por mi aspecto? Usted lo sabe:debo morir, cuanto antes mejor.

    Pero, s..., s, estoy perfectamente calmo. Lecontar todo, desde el principio, como usted quiera:ordenadamente. La razn no me ha abandonadotodava. Crame. Todo comenz as. En una casa delos barrios nuevos, una especie de pensin, hacedoce o trece aos. Comamos all una veintena deempleados, entre jvenes y viejos. Ibamos a cenartodas las noches, juntos a una. gran mesa. Nosconocamos bastante bien, pese a no trabajar en las

  • G A B R I E L D A N N U N Z I O

    8

    mismas oficinas. Fue all donde conoca Wanzer,Julio Wanzer, hace doce o trece aos...

    Usted vio... el cadver? No le pareci quehaba algo extraordinario en aquel rostro, enaquellos ojos claros? Claro, que los ojos estabancerrados. Los dos no. Ya lo s. Tengo que morirpara librarme de la sensacin que me ha quedadoen. los dos, cuando toqu aquel prpado que seresista... La siento aqu, siempre. Como si hubiesequedado prendida en el dedo un poco de su piel.Mire... Esta es una mano que ha comenzado amorir. Mire...

  • D E L I T O

    9

    2

    Si, es verdad. No es necesario pensarlo. Perd-neme. Ahora ir directamente al final. Dndehabamos quedado? Haba comenzado tan bien! Yde pronto, me he olvidado! Debe ser el efecto delayuno, no por otra cosa, ciertamente. Hace casi dosdas que no tomo nada.

    Antes, recuerdo, cuando estaba con el estmagovaco experimentaba una especie de delirio ligero,un tanto extrao. Pareca desaparecer; vea cosas...

    Ah, s..., tiene razn. Contaba que all conoc aWanzer.

    Era un hombre dominante. Mandaba sobretodos en la pensin; no sufra contradiccin alguna.Siempre alzaba la voz, y algunas veces las manos.No pasaba noche sin que tuviese un altercado. Eraodiado y temido, como un tirano. Todos hablaban

  • G A B R I E L D A N N U N Z I O

    10

    mal de l, murmuraban, conjuraban; apenas aparecahasta los ms rabiosos callaban. Los ms tmidossonrean, lo acariciaban. Qu tena aquel hombre?

    No lo s. En la mesa estaba casi enfrente de l.Sin quererlo lo tena con los ojos clavados casicontinuamente.

    Experimentaba entonces una sensacin extraa,que no puedo describir exactamente: una mezcla derepulsin y atraccin, indefinible.

    Era algo as como una fascinacin malvada,muy malvada, la que aquel hombre fuerte y violentoenviaba hacia m, un, ser dbil -ya en aquella poca-y enfermizo. Irresoluto, y, realmente, un poco vil.

    Una noche, al fin de la comida, surgi unadiscusin entre Wanzer y un tal Ingletti, que sesentaba junto a m. De acuerdo al momento,Wanzer alzaba la voz y se airaba. Ingletti, tal vezvuelto audaz por el vino, le haca frente. Yopermanec casi inmvil, con los ojos fijos en miplato, no osando levantarlos, y el estmago se mehaba cerrado en una forma desagradable.

    De golpe, Wanzer tom un vaso y lo arrojcontra su adversario. El golpe fall y el vaso fue aromperse contra mi frente. Todava tengo lacicatriz, la ve usted? Apenas sent en el rostro la

  • D E L I T O

    11

    sangre caliente, perd el conocimiento. Cuando lorecuper, tena la cabeza vendada. Wanzer estaba ami lado con aire dolorido; murmur algunaspalabras de disculpa. Me acompa a casa, con elmdico; asisti a la segunda cura y quiso permane-cer en mi habitacin hasta tarde A la maanasiguiente volvi. Volvi siempre. Y comenzentonces mi esclavitud.

    Yo no poda experimentar hacia l otro senti-miento, otra actitud que la del perro asustado.Cuando entraba en mi habitacin, pareca ser elamo. Abra mis cajones, se peinaba con mi peine, selavaba las manos en mi lavatorio, fumaba en mipipa, jugaba con mis barajas y lea mis cartas. Sellevaba las cosas que le gustaban. Da tras da suprepotencia se haca mayor, y da tras da mi alma seenvileca, se haca ms pequea.

    No tuve ms voluntad propia. Me somet ple-namente, sin protestas. El me quit todo sentido dedignidad humana, as, de un golpe, con la mismafacilidad con que me hubiese quitado un cabello.

    Y yo no estaba embrutecido, no. Tena concien-cia de todo lo que haca, de mi debilidad y de m:abyeccin; y especialmente de la imposibilidad en

  • G A B R I E L D A N N U N Z I O

    12

    que me hallaba de sustraerme al poder de aquelhombre.

    Yo no s definir, por ejemplo, el sentimientooscuro y profundo que derivaba de aquella cicatriz.Y no poda explicar la turbacin que me invadicuando, un da mi verdugo me oprimi la cabezacon las manos para mirar esta cicatriz, que todavano estaba formada del todo, y tras pasarle el dedopor encima varias veces dijo:

    -Est perfectamente cerrada. Dentro de un mesno se ver nada. Puedes dar gracias a Dios.

    Me pareci, en cambio, desde aquel momento,tener en la frente no una cicatriz, sino una marcaservil, un signo vergonzante y visible que duraratoda mi existencia.

    Y as fui con l siempre que quiso; lo aguardhoras enteras en la calle, frente a una puertacualquiera; permanec despierto durante las nochespara terminar los trabajos que deba hacer l; fui deun extremo a otro de Roma para entregar cartassuyas; cien veces sub las escaleras del montepo ycorr de usurero en usurero para conseguirle la sumaque deba salvarlo; cien veces permanec hasta elalba, muerto de cansancio, tras el asiento que locupaba en un garito, lleno de nuseas, enfermo por

  • D E L I T O

    13

    las explosiones de blasfemias y el humo acre que memorda la garganta; y l se impacientaba por mi tos yme culpaba de su mala suerte, y luego, si habaperdido todo, sala por los barrios desiertos, enmedio de la neblina, me arrastraba como a unestropajo, gesticulando e imprecando, hasta quesurga en una esquina la sombra de alguna tabernadonde tomar un vaso de aguardiente. Ah, seor!Quin sabr revelarme este misterio, antes que yome muera?... Quiere decir que sobre la tierra hayhombres que, encontrando otros hombres puedenhacer con ellos lo que quieren..., pueden hacerlosesclavos? Entonces es posible arrebatar a un serhumano la voluntad, como se quita de entre losdedos una brizna de paja?... Se puede hacer esto,seor? Pero..., por qu?

    Frente a mi verdugo no he tenido nunca vo-luntad. Y sin embargo tena inteligencia; y sinembargo, tena el cerebro lleno de ideas, y habaledo muchos libros, y saba y comprenda muchascosas... Una sobre todas las cosas comprenda: queestaba perdido... irremisiblemente.

    Tena siempre, en el fondo de m mismo, undesfallecimiento, un temblor; desde la noche en queme hiri, me haba quedado un temor profundo a la

  • G A B R I E L D A N N U N Z I O

    14

    vista de la sangre. Las crnicas de los peridicos meturbaban, me quitaban el sueo. Ciertas noches,cuando caminando con Wanzer pasaba por un lugaroscuro, una escalera en tinieblas, y los fsforos seapagaban, experimentaba temblores y los cabellos seme erizaban. Mi pensamiento constante era que,una noche cualquiera, aquel hombre me matara.

    Pero no fue as. Fue en cambio aquel que nopoda ser... Yo pensaba: Morir en esas manos, unanoche, atrozmente, ste es mi destino seguro... Encambio... Pero esccheme. Si aquella noche Wanzerno hubiese venido hasta la pieza de Ciro; si yo nohubiese visto en la mesa el cuchillo...; si alguien nohubiese entrado en mi cuerpo de improviso, paradarme aquel mpetu terrible..., si... Ah! Es cierto...Usted tiene razn; todava estamos en el principio,yo estoy hablando del final. Usted no podrcomprender si primero no le cuento todo!

    Y, sin embargo, estoy fatigado, me confundo.No tengo nada ms que decir, seor. Siento lacabeza ligera, como un baln lleno de aire. No. Notengo nada ms que decir. Amn.

  • D E L I T O

    15

    3

    Bueno, ya ha pasado. Gracias. Y usted es muybueno, tiene piedad de m. Nadie tuvo piedad de men la tierra.

    Me siento mejor; puedo proseguir. Le contaracerca de ella, de Ginevra.

    Despus del episodio del vaso, algunos compa-eros abandonaron la pensin, y otros declararonque se quedaran si se exclua a Giulio Wanzer. AsWanzer fue expulsado por la patrona de la casa.Despus de haber protestado contra todos, segnsu costumbre, se fue. Y cuando yo pude salir,pretendi que lo siguiera.

    Por mucho tiempo, anduvimos vagando de sitioen sitio. Nada era ms triste para m que aquellahora que para los otros seres fatigados representa latranquilidad y, para algunos, el olvido. Coma

  • G A B R I E L D A N N U N Z I O

    16

    apenas, haciendo esfuerzos, experimentando undisgusto creciente al escuchar el rumor que hacanlos maxilares de mastn de mi compaero, quepodran haber destrozado un pedazo de acero.

    Y poco a poco comenzaba a sentir la sed,aquella sed que, una vez encendida, dura toda laexistencia.

    Pero una noche, Wanzer me dej en libertad. Yel da despus me anunci que haba encontrado unlugar muy agradable, donde quera conducirme deinmediato.

    -He encontrado..., vers. Estars contento.La nueva pensin, en realidad, era mejor que la

    antigua. Las condiciones me convenan. Adems,algunos de mis compaeros de trabajo estaban all, yotros que no me eran desconocidos, tambin. Mequed. No hubiera podido, de cualquier manera,irme.

    Aquella primera noche, apenas se llev la comi-da a la mesa, dos o tres comensales preguntaron,con singular vivacidad:

    -Y Ginevra? Dnde est Ginevra?La respuesta fue que estaba enferma. Entonces

    todos se informaron acerca de la enfermedad,mostrndose preocupados. Pero se trataba de algo

  • ESTE LIBRO FUE AUTORIZADO POR ELALEPH.COM PARA EL USO EXCLUSIVO DE JULIO GARCIA ([email protected])

    D E L I T O

    17

    sin importancia. En la conversacin, el nombreausente pas por todas las bocas; proferido enmedio de frases ambiguas que traicionaban undeseo sensual de todos aquellos hombres, viejos yjvenes. Yo trataba de escuchar todas las palabras,de una a otra punta de la mesa. Un joven libertino,frente a m, habl de la boca de Ginevra largamente,acalorndose; y al hablar me miraba, porque yo loescuchaba con extraordinaria atencin. Recuerdoque entonces se form en mi imaginacin la figurade la ausente, que era casi igual a la que despus vi.

    Recuerdo tambin el expresivo gesto que hizo,Wanzer, y del movimiento casi dira de avaricia queoprimi sus labios al pronunciar una frase obscenaen dialecto. Y recuerdo que, saliendo de all, mesenta yo tambin contagiado del deseo por aquellamujer no vista an, y una ligera inquietud, una ciertaexaltacin muy extraa me dominaba en forma casiproftica.

    Salimos juntos, yo, Wanzer y un amigo deWanzer, un tal Doberti, el mismo que hablaba de laboca de Ginevra. Caminando, los dos continuabancomentndolo mismo, y se detenan de tanto entanto para prolongar la risa. Yo permanec un pocoms atrs. Una melancola casi afanosa, una

  • G A B R I E L D A N N U N Z I O

    18

    abundancia de cosas oscuras y confusas me llenabael corazn, tan estrecho, tan envilecido ya...

    Hoy, despus de doce aos, recuerdo aquellanoche. No he olvidado nada; ni siquiera lasparticularidades ms insignificantes. Ahora s, comosent entonces, que aquella noche se decidi misuerte. De dnde me llegaba pues el aviso? Esposible? Es posible? Un simple nombre de mujer,tres slabas sonoras abren frente a uno un abismoinevitable, que usted ve, y que sabe es inevitable.

    Es posible esto?Presentimiento, clarividencia, vista anterior?Palabras! Palabras! Lo he ledo en los libros.

    No es as, no es as!... Alguna vez se mir ustedadentro? Alguna vez espi su propia alma?

    Y usted sufre y su sufrimiento le parece nuevo,nunca experimentado?... Usted goza y su alegra leparece nueva, nunca sentida?... Error, ilusin. Todoha sido probado y experimentado antes. Su alma secompone de miles, de centenares de miles defragmentos de almas que han vivido toda la vida,que han producido todos los fenmenos y hanasistido a todos. Comprende a qu punto quierollegar?... Esccheme bien, porque le digo la verdad;la verdad descubierta por un hombre que ha pasado

  • D E L I T O

    19

    aos y aos mirando dentro de s mismo, solo enmedio de los dems seres humanos. Solo.

    Esccheme bien, porque sta es una verdadmucho ms importante que los hechos que ustedquiere conocer. Cuando...

    Otra vez?... Maana? Por qu maana? Noquiere usted que le explique mi pensamiento?

    Ah, los hechos, siempre los hechos! Los hechosno son nada, ni significan nada. Hay cierta cosa enel mundo que vale mucho ms, seor...

  • G A B R I E L D A N N U N Z I O

    20

    4

    Y bien: otro enigma. Por qu Ginevra separeca tanto a la figura que haba imaginadointeriormente? Dejemos estar.

    Tras dos o tres das de ausencia entr nueva-mente en la sala llevando una sopera que le velaba elrostro con el vapor.

    S, seor. Era una camarera, serva una mesa deempleados...

    Usted la ha visto? La ha conocido? Hablcon ella? Y ella ha hablado con usted? Entoncesusted tambin experiment la turbacin inexplicableque produce, si le toca con la mano. Todos loshombres la han deseado, todos la desean, la quieren;la quieren todava. Wanzer ha muerto. Ella tendrun amante, cien amantes, hasta que sea vieja, hastaque se le caigan de la boca los dientes. Cuando ella

  • D E L I T O

    21

    pasaba por la calle, el prncipe desde su carroza sevolva para mirarla, y el que caminaba se detenapara poder verla.

    En todos los ojos he sorprendido la mismamirada, el mismo pensamiento. Ahora estcambiada. Muy cambiada. En aquella poca tenaveinte aos. Me he esforzado siempre intilmenteen verla otra vez, dentro de m, como la vi laprimera vez. All est el secreto. No ha notadousted nunca esto? Un hombre, un animal, unaplanta..., cualquier cosa le da ese aspecto verdaderouna sola vez, en el momento fugaz de la primerapercepcin. Es como si le entregara su virginidad.Inmediatamente despus, no es ms aquella, es otracosa. Su alma, sus nervios la transforman, la falsean,la oscurecen. Adis!

    Y bien. Yo siempre he envidiado a las personasque vean por vez primera a aquella criatura.Comprende? Tal vez no, no me entiende. Ustedpiensa que me vanaglorio, que me confundo ycontradigo. Es intil. Dejemos estar y volvamos alos hechos.

    ...Una habitacin iluminada con gas, demasiadocaliente, con un calor rido, que hace resecar la piel;y el olor y los vapores de los comestibles, y el rumor

  • G A B R I E L D A N N U N Z I O

    22

    de voces sobre las que se escuchaba la de Wanzer.Luego, de tanto en tanto, una interrupcin, unsilencio que me parece espantoso. Y una manotoma el plato delante de m, coloca otro, y meprovoca un escalofro, como si me acariciase.Todos, en torno a la mesa, sucesivamente,experimentan el mismo escalofro. Es visible. Y elcalor se hace insoportable; las orejas se encienden,los ojos relucen. Una expresin baja, casi bestial,aparece en las caras de aquellos hombres que hanbebido y comido, que han alcanzado el nico fin desus vidas cotidianas. La emanacin de tantaimpureza me hiere tan agudamente que creodesmayarme. Me encojo en mi silla, retiro los codosde la mesa para aumentar la distancia que hay entremis vecinos y yo. Una voz grita:

    -Epscopo tiene dolor de vientre!Otro contesta:- No, Epscopo est sentimental. No habis

    visto qu cara pone cuando Ginevra le cambia elplato?

    Yo trato de rer. Alzo los ojos y encuentro losde Ginevra fijos en m con una expresin ambigua.

    Ella sali de la habitacin. Entonces FilippoDoberti hace una propuesta bufonesca:

  • D E L I T O

    23

    - Queridos mos: no hay otra posibilidad... Unode nosotros debe casarse con ella... por cuenta delos dems!

    No dijo precisamente eso. Dijo la palabrabrutal, indic el acto, la funcin de los otros.

    -Que se vote! Que se vote! Es necesario elegiral marido!

    Wanzer gritaba:-Epscopo! Epscopo y Compaa!Los gritos aumentaban. Entra Ginevra nueva-

    mente. Tal vez ha escuchado. Sonre, con unasonrisa calma y segura, que la hace parecerintangible.

    Wanzer grita:-Epscopo, haz tu pedido!Otros dos, con estudiada gravedad, avanzan y

    preguntan en mi nombre, si Ginevra quiereconcederme su mano.

    Ella contesta, con su misma sonrisa:- Lo pensar.Y nuevamente encuentro su mirada. Y no s

    realmente si se trataba de m, si se habla de m, si yosoy aquel Epscopo de quien se re. Y no alcanzo aimaginar la expresin de mi rostro...

  • G A B R I E L D A N N U N Z I O

    24

    5

    Un sueo, un sueo. Todo aquel perodo de mivida fue un sueo. Es imposible que usted puedacomprender o imaginar el sentido que experimenta-ba de mi persona, y la nocin que tena de los actosrealizados.

    Reviva, en sueos, una parte de mi vida yavivida. Asista a la repeticin inevitable de una seriede acontecimientos ya ocurridos. Cundo? Quinlo sabe? Agregue usted que yo no estaba seguro dese yo. En realidad me pareca haber perdido mipersonalidad; a veces, crea tener una artificial. Qumisterio, el sistema nervioso del hombre!

    Abrevio. Una noche Ginevra dej su trabajo,nos dej. Dijo que no se senta bien, que iba aTvoli, que se quedara all en casa de su hermana.

  • D E L I T O

    25

    Todos, al despedirse, le dieron la mano. Ellarepeta a todos, sonriendo:

    -Hasta la vista, hasta la vista!Y a m, riendo:-Estamos comprometidos, seor Epscopo,

    recurdelo.Fue aquella la primera vez que la toqu, y fu la

    primera vez que la mir en los ojos con intencin esde penetrar en ella. Pero permaneci siendo unsecreto para m.

    La noche siguiente pareci ttrica. Todos pare-camos desilusionados. Wanzer dijo:

    -En realidad, la idea de Doberti no era mala.Algunos, entonces, se volvieron hacia m, yprolongaron estpidamente la conversacin.

    La compaa de aquellos idiotas me resultabainsoportable, pero no trat de alejarme.

    Continu frecuentando la casa, donde, en mediode las charlas y las risas, poda alimentar misfantasas oscuras y dulces.

    Por muchas semanas, entre las peores angustiasmateriales, entre las humillaciones, las inquietudes ylos terrores de mi vida esclava, prob todas lasangustias del amor ms delicado y ms violento.

  • G A B R I E L D A N N U N Z I O

    26

    A los veintiocho aos apareca en mi alma unaespecie de tarda adolescencia, con todos susmomentos lnguidos, con todas sus ternuras, contodas sus lgrimas. Ah, seor! Imagine este milagroen un ser como yo, viejo, rido, reseco hasta sufondo. Imagine una flor inesperada que se abre enla punta de una estaca. Otro acontecimientoextraordinario, inesperado, me atont y meconvulsion. Ya desde haca algunos das Wanzerme pareca ms duro, ms irascible que decostumbre. Haba pasado las cinco o seis ltimasnoches en un garito. Una maana haba subido a mihabitacin, plido como un cadver, se habaarrojado sobre una silla, y dos o tres veces trat dehablar. Luego, de un gesto, renunciando, se habaido, sin volverse para decirme una sola palabra, sincontestar, sin mirarme.

    Desde aquel da no lo volva ver. En la comidano estaba. Al da siguiente, tampoco.

    Estbamos a la mesa cuando entr un talQuestori, un colega de Wanzer, y dijo:

    -No saben? Wanzer se ha fugado...Desde el principio no comprend bien, no lo

    cre. Pero el corazn me salt hasta la garganta.Algunos preguntaron:

  • ESTE LIBRO FUE AUTORIZADO POR ELALEPH.COM PARA EL USO EXCLUSIVO DE JULIO GARCIA ([email protected])

    D E L I T O

    27

    -Qu dices? Quin se ha fugado?-Wanzer, Giulio Wanzer.No s realmente qu sent, pero lo cierto es que

    aquella primera agitacin ma gran parte fue deplacer. Hice un esfuerzo por contenerme. Y escuchtodos los resentimientos, todos los rencores, todoslos odios reprimidos estallar contra el hombre quehaba sido mi amo.

    -Y t?... -me grit uno de ellos-. T no ha-blas?... No eras el sirviente de Wanzer? No lehabrs llevado las valijas a la estacin?

    Otro me dijo:-Has sido marcado en la frente por un ladrn.

    Hars carrera.Y otro:-Al servicio de quin te pondrs ahora? Pasas

    a la Polica?...As me insultaban, por el placer de hacerme mal

    porque me saban vil.Me levant y sal. Por las calles, sintindome

    libre, vagu a la ventura. Libre, libre al fin!Era una noche de marzo, serena, casi tibia.

    Camin por las Cuatro Fuentes hacia el Quirinal.Buscaba los lugares amplios, quera beber de unsolo sorbo una inmensidad de aire, mirar las

  • G A B R I E L D A N N U N Z I O

    28

    estrellas, escuchar el rumor del agua... Hacercualquier cosa potica, soar un porvenir. Dentrode m una voz pareca repetir: Libre..., libre! Soyun hombre libre!

    Estaba en una especie de borrachera. No podareflexionar, ordenar mis pensamientos, examinar misituacin. Experimentaba deseos pueriles. Hubieraquerido realizar mis actos en un instante para darmecuenta plena de mi libertad. Pasando frente a uncaf, me alcanz una rfaga de msica y penetrhasta el fondo de mi ser. Entr con la cabeza alta.Me pareca tener un aire fiero; orden coac, hicedejar la botella y beb dos o tres copas.

    El interior del caf era sofocante. El acto dequitarme el sombrero me hizo recordar la cicatriz, ydespert en mi memoria la frase cruel: Estsmarcado en la frente por un ladrn.

    Me pareci que todos me miraban la frente ynotaban el signo. Pens: Qu creern? Pensarntal vez que es una herida recibida en un duelo. Yyo, que no me hubiera batido nunca, me complacen este pensamiento. Si alguien se hubiera sentadojunto a m para conversar, habra encontrado laforma de contarle el duelo. Pero no vino ninguno.Tras algn tiempo un hombre se acerc y tom la

  • D E L I T O

    29

    silla que estaba frente a m, de la otra parte de. lamesa. No me miro, no me pidi permiso: no cuid,al sacarla, que no estuviesen apoyados mis pies. Fueuna falta de delicadeza, verdad?...

    Sal a la calle nuevamente, y ech a andar a laventura. La borrachera desapareci de golpe, y mesent profundamente infeliz, sin saber por qu.Luego una inquietud vaga despert de aqueldesasosiego. Y creci, aument hasta sugerirme unpensamiento: Si l estuviese todava en Roma,oculto? Si anduviese por las calles, huyendo? Sime esperase delante de la puerta de mi casa, parahablarme? Si me esperase en la oscuridad de laescalera?...

    Tuve miedo; me volv dos o tres veces haciaatrs, para asegurarme de no ser seguido; entr enotro caf, buscando refugio.

    Tarde, muy tarde, me resolva dirigirme a micasa. Todos los que se cruzaban conmigo, todos losque hacan ruido eran causa de temores en m. Unhombre acostado en la vereda, en la sombra, me diola impresin de ser un cadver. Ah! Por qu no seha matado?... Y, sin embargo, era lo nico que debahacer, pensaba. Comprend que la noticia de la

  • G A B R I E L D A N N U N Z I O

    30

    muerte, mejor que la de la fuga, me hubieratranquilizado.

    Dorm poco y con sueo inquieto. Pero a lamaana, apenas abr los postigos, un sentimiento detranquilidad comenz nuevamente a difundirse portodo mi ser; un sentido particular, que usted nopodra comprender, porque no ha sido jamsesclavo.

    En la oficina tuve una informacin ms detalla-da sobre la fuga de Wanzer.

    Se trataba de una gravsima irregularidad ysustraccin de valores de la Tesorera Central,donde estaba empleado desde hacia algunos aos.Haba sido dictada contra l una orden de arresto,pero sin efecto. Muchos crean que se haba puestoa salvo...

    Entonces, libre con toda seguridad, no viv msque para mi amor, para mi secreto. Me pareca casiser un convaleciente; senta mi cuerpo ms ligero,menos material; tena una facilidad casi infantil paralas lgrimas. Los ltimos das de marzo, losprimeros de abril, tuvieron para m dulzuras ytristezas cuyo solo recuerdo, ahora que muero, meconsuelan de haber nacido.

  • D E L I T O

    31

    Por aquel solo recuerdo, seor, yo perdono a lamadre de Ciro, a la mujer que tanto dao nos hahecho. Usted no puede comprender, seor, qusignifica para un hombre endurecido y pervertidopor el padecimiento y la injusticia, el descubri-miento de su propia bondad oculta, la revelacin deun fondo de ternura en lo ms ntimo de su propiapersona. Usted no puede comprender, y tal vez nisiquiera creer lo que le digo. En algunos momentos,Dios me perdone, he sentido en m algo de Jess...

    He sido el ms vil y el ms bueno de todos loshombres.

    Ahora djeme solo, djeme llorar un poco. Vecmo corren mis lgrimas? En tantos aos desufrimiento he aprendido a llorar as, sin sollozos,sin suspiros, para no ser odo, para no afligir a lapersona que me amaba..., para no aburrir a lapersona que me haca sufrir. Pocos en el mundosaben llorar as. Y bien, seor, que esto al menospermanezca entre lo que usted dir sobre m...; dir,cuando yo haya muerto, que el pobre GiovanniEpscopo supo al menos llorar en silencio toda lavida...

  • G A B R I E L D A N N U N Z I O

    32

    6

    Por qu aquella maana dominical -era Domin-go de Palmas- me hall en la calle de Tvoli, en eltranva, realmente no recuerdo... Fue un acceso dedemencia? Realmente no lo s.

    En realidad, iba hacia lo desconocido. Medejaba llevar por lo desconocido. Una vez ms elsentido de la realidad hua de m. Me parecahallarme circundado de una atmsfera particularque me aislase del mundo exterior. Y esta sensacinma no era solamente visual, sino cutnea. Yo no sexpresarme bien. El campo que atravesaba, porejemplo, me pareca infinitamente lejano, separadode m por distancias incalculables...

    Cmo podra representarse usted un estadomental tan extraordinario? Cuanto yo le describodebe parecerle necesariamente absurdo, inadmisible,

  • D E L I T O

    33

    antinatural. Y bien..., piense que yo he vivido hastahoy en estos desrdenes, en estos disturbios, enmedio de estas alteraciones casi continuas.

    Parestesia, diestesia... Inclusive han dado nom-bres a mis enfermedades y me los dijeron. Sinembargo, nadie ha podido curarme. He permaneci-do toda mi vida al borde de la locura, sabindolo,como un hombre inclinado sobre un abismo,esperando de un minuto a otro el vrtigo final, lainmensa oscuridad.

    Usted qu cree? Perder la razn antes decerrar los ojos? Hay en mi rostro alguna seal de loque digo? Se ha dado cuenta de algo?... Contste-me sinceramente, seor, contsteme!

    Y si no debiese morir! Si debiese sobrevivirmucho tiempo en un manicomio, loco!

    No; le confieso que ste no es mi verdaderotemor. Usted sabe... que lo que realmente meatemoriza es que vengan por las noche los dosjuntos. Porque una noche, seguramente, Ciro seencontrar con "el otro"; lo s, lo preveo. Yentonces?... El estallido de la furia, la locura furiosa,en las tinieblas... Dios mo, Dios mo! Este ser mifin?...

  • G A B R I E L D A N N U N Z I O

    34

    7

    Alucinacin, s, nada ms. Usted lo ha dicho. S,s, es cierto. Una luz ser suficiente para que yo esttranquilo, para que duerma profundamente. Unaluz, tan slo una luz... Gracias, seor.

    Dnde estbamos?... Ah, s, en Tvoli!Un olor agudo a aguas sulfurosas, y luego, por

    todas partes, olivos, bosques de olivos. En m laextraa y primitiva sensacin, que se pierde poco apoco en el viento de la carrera. Bajo del vehculo; lagente est en la calle; las palmas relucen al sol; lascampanas redoblan. Yo s que la encontrar.

    -Oh, seor Epscopo! Qu hace por ac!...Es la voz de Ginevra; es Ginevra, con las manos

    extendidas frente a m.-Por qu est tan plido? Ha estado enfermo?

  • D E L I T O

    35

    Ella me mira y sonre, esperando que me atrevaa hablar. Es sta la mujer que daba vueltasalrededor de la mesa, en la habitacin llena devapor, bajo la luz del gas?... Es posible que seasta? Yo balbuceo, por fin, algunas palabras.

    Ella insiste:-Pero cmo est aqu?... Qu sorpresa!-Vine para verla.-Entonces recuerda que estamos comprometi-

    dos?Diciendo esto, re, y agrega:-Esta es mi hermana. Acompenos a la iglesia.Se quedar con nosotras hoy, verdad?... Har el

    papel de mi novio..., diga que s!As habla, alegre, locuaz, llena de cosas impre-

    vistas, de seducciones nuevas. Est vestida en formasimple, sin pretender mucho, pero con gracia, casicon elegancia. Me pregunta noticias de los amigos.

    -Y Giulio Wanzer?Ella ha sabido por los peridicos todo lo ocu-

    rrido.-Ustedes dos eran muy amigos..., no?...No contesto. Sigue un breve silencio, y ella

    parece pensativa. Entramos en la iglesia, llena depalmas benditas. Ella se arrodilla junto a la hermana

  • G A B R I E L D A N N U N Z I O

    36

    y abre un libro de misa. Yo, de pie a sus espaldas, lemiro el cuello, y al descubrirle un pequeo lunar seme produce un temblor inefable.

    En ese preciso instante, ella se vuelve un poco yme enva con el ngulo de sus ojos una miradaextraa.

    Entonces siento que toda memoria del pasadoha quedado abolida, y que el futuro no me inquieta.Nada existe fuera de la hora presente; nada haysobre la tierra, para m, fuera de esa mujer. Sin ellano me es posible otra cosa que morir. Al salir, sinhablar, me ofrece una palma. Yo la miro, ensilencio, y me parece que con aquella mirada ella hacomprendido todo. Nos encaminamos hacia la casade la hermana. Me invitan a entrar. Ginevra medice, yendo hacia un balcn:

    -Venga, venga un poco aqu, a gozar del sol!Estamos en el balcn, uno junto al otro. El sol

    nos rodea, el eco de las campanas pasa sobrenuestras cabezas. Ella dice en voz baja, comohablando consigo misma:

    -Quin lo habra pensado!El corazn se me llena de una ternura inmensa.

    No resisto ms. Le pregunto con una vozirreconocible:

  • ESTE LIBRO FUE AUTORIZADO POR ELALEPH.COM PARA EL USO EXCLUSIVO DE JULIO GARCIA ([email protected])

    D E L I T O

    37

    -Entonces... estamos comprometidos?Ella calla un momento. Luego contesta, muy

    bajo, ruborizndose un poco y bajando los ojos:-Usted quiere? Bueno..., estamos comprometi-

    dos.Nos llaman desde adentro. Es el cuado; hay

    tambin otro pariente, estn los nios de la casa. Yohago realmente el papel de novio. En la mesa,Ginevra y yo estamos sentados juntos. En unmomento nos tomamos de la mano, bajo el mantel;yo creo que estoy apunto de perder el sentido. Elcuado, la hermana, los parientes, todos me mirancon una curiosidad mezclada con estupor.

    -Pero cmo nadie saba nada?-Pero cmo t, Ginevra, no nos habas dicho

    nada?Sonremos, embarazados, confusos, atontados

    por todo lo que est ocurriendo, con la facilidad deun sueo, con su mismo sentido absurdo...

    S. Absurdo, increble, ridculo; sobre todoridculo. Pero ha ocurrido, entre un hombre y unamujer de este mundo, entre yo, Giovanni Epscopo,y ella, Ginevra Canale, as, tal cual lo he contado.

  • G A B R I E L D A N N U N Z I O

    38

    8

    Ah, seor! Usted puede rer, si quiere. No meofender.

    La farsa trgica... Dnde he ledo eso? Real-mente, nada ms ridculo, ms innoble y ms atroz...

    Fui a casa de la madre; era una vivienda vieja, dela calle Montanara, a la que se llegaba por unaescalera estrecha, hmeda como la de una cisterna,donde apenas se vea una luz plida, verdosa, casisepulcral, inolvidable! Todo est en mi memoria.Subiendo, me detena casi en cada escaln, porqueme pareca perder en cada paso el equilibrio, comosi apoyara los pies en un trozo resbaladizo de hielo.Ms suba y ms fantstica me pareca aquellaescalera bajo esa luz, llena de misterio, de unsilencio vaco, donde venan a morir ciertas voceslejansimas, incomprensibles. De pronto, se oy

  • D E L I T O

    39

    abrir una puerta con violencia, en el piso de arriba, yun estallido de improperios que aullaba una vozfemenina reson por toda la escalera, luego lapuerta se cerr con un gran golpe que hizo temblarla casa hasta los cimientos. Yo tambin tembl,intimidado, y qued all, dudando. Un hombrebajaba poco a poco, y pareca resbalar sobre lapared como una cosa flccida. Mascullaba,lloriqueando, bajo el ala de un sombrero blancuzco;cuando tropez conmigo levant la cabeza. Y yome vi frente a un par de anteojos oscuros, de esosque parecen orejeras, enormes, que surgan de unacara rojiza, como un trozo de carne cruda.

    El hombre, creyendo reconocerme, me llam:-Pedro!Y me tom del brazo, ponindome bajo la cara

    su aliento aguardentoso. Pero se alcanz a darcuenta del error, y continu bajando. Yo entoncesreinici mi ascensin, maquinalmente. Emperoestaba seguro, no s por qu, de haberme cruzadocon alguien de la familia.. . Me encontr frente a unapuerta en la que le: Mara Canale, tasadora en elMontepo, autorizada por la Real Prefectura. Pararefrenar mi excitacin, hice un esfuerzo, y luego tir

  • G A B R I E L D A N N U N Z I O

    40

    del llamador, pero -sin quererlo- tan fuerte que lacampanilla se puso a resonar estrepitosamente.

    Una voz iracunda contest desde adentro. Erala misma voz de los improperios.

    La puerta se abri, y yo, presa del pnico, sinver, sin esperar, habl mascullando las palabras:

    -Soy Epscopo... Giovanni Epscopo... Hevenido, como usted sabe..., por su hija... Perdne-me, he tirado de la campanilla un poco fuerte...

    Me hallaba delante de la madre de Ginevra, unamujer todava hermosa y joven, que llevaba uncollar de oro, dos gruesos pendientes y anillos entodos los dedos, de oro tambin. Y haca tmida-mente una propuesta de matrimonio, la famosapropuesta de Filippo Doberti! Usted lo recuerda,verdad?...

    Ah, seor! Puede rer, si quiere, no me defende-r...

    Debo contarle todo, minuciosamente, da porda, hora por hora. Quiere todas las escenasmnimas, todos los pequeos hechos, toda miexistencia en aquellos momentos, tan curiosos, tancmicos, insensatos y miserables? Hasta el granacontecimiento? Acaso quiere rer?... O quierellorar? Yo puedo proporcionarle todo. Decirle todo.

  • D E L I T O

    41

    Leo en mi pasado como en un libro abierto. Estagran claridad se produce en los que estn prximosa su fin.

    Pero estoy fatigado. Me siento dbil. Y ustedtambin debe estar un poco cansado. Es mejorabreviar.

    Abreviar. Obtuve el consentimiento fcilmen-te. La mujer pareca informada de mi empleo, demis entradas y mi condicin. Tena una voz sonora,gesto resuelto y mirada maligna, rapaz casi, que aveces se haca acariciadora, lasciva, semejante a la deGinevra.

    Cuando me hablaba, de pie, se me acercabademasiado, me tocaba continuamente, me daba unpequeo pellizco, o me tiraba de un botn del saco,o quitaba una mota de polvo del hombro, o mequitaba de encima un cabello o una hebra de hilo.Para todos mis nervios era una verdadera torturaaquel constante toqueteo de manos de una mujercuyo puo haba visto alzarse muchas veces contrael esposo.

    Este era en verdad el hombre de la escalera, elde los anteojos verdes. Un pobre idiota.

    Haba trabajado de tipgrafo. Una enfermedaden los ojos le impeda trabajar ms. Y viva a carga

  • G A B R I E L D A N N U N Z I O

    42

    de la mujer, del hijo y de la nuera, maltratado portodos, martirizado, como un intruso. Tena el viciode la bebida, el hbito de la eterna embriaguez...: lased, la terrible sed. Nadie en la casa le daba uncentavo para beber, pero, para poder hacerlo, adiario realizaba en las calles, pequeos trabajosinnobles, por cuenta de quin sabe qu clase degente.

    Cuando se presentaba la oportunidad, pona lasmanos sobre los objetos de la casa, y corra avenderlos, para poder beber, para abandonarse a suirrefrenable pasin. No lo detena el miedo a losimproperios y los castigos. Por lo menos una vez enla semana la mujer le pegaba sin piedad. Por dos otres das no tena el valor de volver a la casa.Dnde estaba? Dnde dorma? Cmo viva? Yole result simptico desde el primer da, cuando loconoc. Mientras estaba sentado y aguantaba lacharla de mi futura suegra, l estaba frente a m,sonriente, con una risa continua que le hacatemblar el colgante labio inferior, pero que no setransparentaba a travs de los anteojos queocultaban sus pobres ojos enfermos.

    Cuando me incorpor para irme, l dijo en vozbaja, con manifiesto temor:

  • D E L I T O

    43

    -Salgo yo tambin!Salimos juntos. Las piernas parecan fallarle un

    poco. Una vez en la escalera, vindole vacilar ytambalearse, le dije:

    -Quiere apoyarse?El acept y se apoy. Cuando estuvimos en la

    calle continu teniendo su brazo bajo el mo, pese aque hice un movimiento para librarme. Se calldurante un trecho, pero de tanto en tanto se volvay me colocaba el rostro tan cerca del mo que metocaba con el ala del sombrero. Sonrea todava,acompaando su sonrisa con un sonido particularde su garganta, para romper el silencio.

    An lo recuerdo. La tarde era dulcsima. Estabaanocheciendo, y la gente paseaba por las calles. Dosmsicos, uno con flauta y el otro con guitarra,tocaban frente a un caf un aria de "Norma".Todava me acuerdo que pas cerca nuestro uncoche llevando a un herido acompaado por dosguardias.

    El dijo, por fin, oprimindome el brazo:-Estoy contento, sabes? Estoy realmente

    contento!... Qu buen hijo debes ser t! Ya tequiero como si lo fueras, sabes?...

  • G A B R I E L D A N N U N Z I O

    44

    Dijo esto como si estuviera en una especie deorgasmo, teniendo un solo pensamiento fijo, unsolo dese y temiendo expresarlo. Luego riconvulsivamente, y hubo otro intervalo. De nuevohabl:

    -Estoy contento!De nuevo ri, convulso. Comprend que una

    agitacin nerviosa lo dominaba y lo haca sufrir.Cuando nos hallamos frente a una vidriera con lucesrojas que brillaban desde adentro, dijo, deimproviso, rpidamente:

    -Bebamos una copa juntos...Y se detuvo, y me arrastr hasta aquella puerta

    de reflejos rojizos. Sent que temblaba; la luz mepermiti, mirar a travs de los anteojos a esospobres ojos castigados.

    - Entremos...- repuse.Nos introdujimos en la cantina. Haba pocos

    bebedores; jugaban a las cartas, en un grupo.Nosotros nos sentamos en un ngulo. Canaleorden:

    -Un litro de vino!Pareca hallarse dominado por un sbito ataque.

    Sirvi el vino en los vasos, temblando como unparaltico, y bebi de un sorbo; mientras se relama

  • D E L I T O

    45

    sirvi otro vaso. Luego ri, dejando la botella en, lamesa, y confes ingenuamente:

    -Haca ya tres das que no beba nada!-Tres das?-S, tres das. No tengo dinero. En casa nadie

    me da un centavo. Comprendes? Compren-des?...Y no puedo trabajar ms, con estos ojos...,mira, hijo mo...

    Se quit los anteojos, y me pareci que se habasacado una mscara, tanto cambiaba la expresindel rostro. Los prpados estaban ulcerados,hinchados, sin pestaas, cargados de manchas...,horribles. En medio de esa inflamacin, se abrandos pupilas lacrimosas, infinitamente tristes, con esatristeza profunda e incomprensible que tienen en lamirada las bestias cuando sufren. Una mezcla depiedad y repugnancia me conmovi, ante esarevelacin. Pregunt:

    -Le duelen? Le duelen mucho?...-Ah, figrate, hijo mo! Agujas, esquirlas de

    madera, trozos de vidrio..., espinas venenosas... Sime clavasen todo eso, no sera nada, frente a misdolores.

    Tal vez exager su sufrimiento porque vio quele compadeca. Sentirse compadecido por un ser

  • G A B R I E L D A N N U N Z I O

    46

    humano, tras tanto tiempo! Quin sabe cuntotiempo haca que no oa un acento piadoso! Tal vezexager, s, para aumentar mi compasin, parasentirse por una vez consolado por un semejante.

    -Tanto le duelen?-Tanto.Se pas sobre los prpados, lentamente, una

    especie de trapo sin forma ni color definidos. Luegobaj los anteojos; de un trago bebi el segundovaso. Yo tambin beb. El toc la botella ymurmur:

    -No hay otro igual en el mundo, hijo mo!Yo lo miraba. Nada en l recordaba a Ginevra.

    Ni una lnea, ni un gesto, ni un aire. Nada. Pens:No es el padre...El bebi ms. Orden otra botella, y luego

    continu hablando con un tono de voz que parecaun falsete.

    -Estoy contento que te cases con Ginevra. Ttambin puedes estar contento..., es una familiahonesta, la Canale! Si no fusemos honestos, a estashoras... - alzando el vaso tuvo una sonrisa equvocaque me inquiet. Luego prosigui -: Y Ginevra!...Ella podra haber sido un tesoro para nosotros, sihubiramos querido. Comprendes?... A ti se te

  • ESTE LIBRO FUE AUTORIZADO POR ELALEPH.COM PARA EL USO EXCLUSIVO DE JULIO GARCIA ([email protected])

    D E L I T O

    47

    pueden decir estas cosas. No una, ni dos..., diez,veinte ofertas por ella... y qu ofertas, hijo mo!...

    Yo crea haberme puesto verde.-El prncipe Altino, por ejemplo... Desde

    cunto tiempo me persigue! Una noche, antes queGinevra se fuera a Tvoli, hace unos meses..., dabatres mil liras de inmediato..., comprendes?, y abraluego una casa para ella, etctera, etctera... Ah, no!Emilia siempre ha dicho: No conviene, noconviene. Hemos casado la primera, casemos a lasegunda. Un empleado, con una hermosa carrera yuna entrada discreta..., lo encontraremos! Ves?Ves? Has venido t. Te llamas Epscopo, esverdad? Qu nombre curioso! La seora Epscopo,entonces...

    Se haba tornado locuaz. Comenz a rer:-Cmo la has visto? Cmo la conociste?...

    All, es cierto. En la pensin! Cuenta, te escucho.En ese momento entr un hombre con aspecto

    ambiguo, repugnante, entre camarero y peluquero,plido, con el rostro sembrado de pstulas rosadas.Salud a Canale.

    -Salud, Battista!Battista lo llam, y le ofreci un vaso de vino.

  • G A B R I E L D A N N U N Z I O

    48

    - Beba, Teodoro, a nuestra salud. Este es mifuturo yerno, el novio de Ginevra.

    El desconocido, sorprendido, murmur mirn-dome con ojos blanquecinos, que me hicieronestremecer como si me hubiese sentido tocado poralgo fro y viscoso:

    -Ah, entonces, el seor...!-S, s - interrumpi el charlatn -. El seor

    Epscopo...- Ah, el seor Epscopo .Mucho gusto..., mis

    congratulaciones...Yo no abr la boca. Pero Battista rea, con la

    barbilla cada sobre el pecho, tomando un airemalicioso. El otro, despus de un momento, seapart.

    -Adis, Battista. Hasta la vista, seor Epscopo!Me extendi la mano, y se la estrech.Apenas se hubo alejado, Battista me dijo en voz

    baja:-Sabes quin, es? Teodoro, el... hombre de

    confianza del marqus Aguti, del viejo que tiene elpalacio aqu cerca... Hace un ao que me ronda porGinevra, comprendes?... El viejo la quiere, laquiere y la quiere!... Llora, chilla y patea, porque ladesea. El marqus Aguti, aquel que se haca atar al

  • D E L I T O

    49

    hierro de la cama para hacerse azotar por susmujeres hasta que sangraba... Hemos escuchado susgritos desde casa... Despus se ocup la polica...Ah, ah! Pobre Teodoro, cmo ha quedado! Vistecmo ha quedado?... No se lo esperaba! PobreTeodoro!

    El continuaba riendo estpidamente, frente am, que mora de angustia. De pronto se interrum-pi, y grit una imprecacin. Bajo los cristales desus anteojos, caan dos ros de impuras lgrimas.

    -Ah, estos ojos! Cuando bebo, qu espasmos!Nuevamente levant aquellos terribles anteojos

    verdes, y de nuevo vi ntegra aquella cara deforme,que pareca casi sin piel, como el trasero de algunosmonos... comprende? Y vi aquellas dos pupilasdolorosas en medio de dos hagas. Y le vi pasarsesobre los prpados el sucio trapo.

    -Es necesario que me vaya... -dije -. Ya es tardepara m.

    -Bueno, vmonos... Espera.Y se puso a buscar en sus bolsillos, como si

    quisiera sacar dinero, bufonescamente. Pagu y noslevantamos.

    Cuando salimos a la calle l pas nuevamente subrazo por debajo del mo. Pareca que no estaba

  • G A B R I E L D A N N U N Z I O

    50

    dispuesto a dejarme, aquella noche. De tanto entanto rea, como un tonto. Y yo percib que tornabael orgasmo anterior, la agitacin, el ansia interna,como quien desea decir algo y no se atreve,avergonzado.

    -Qu hermosa noche! - dijo, y tuvo la mismarisa convulsa.

    De pronto, con, el mismo esfuerzo del tartamu-do que trata de hablar, con la cabeza baja,escondindose bajo el ala del sombrero, agreg:

    -Dame cinco liras... Te las devolver.Nos detuvimos. Le puse en las manos temblo-

    rosas el dinero. Inmediatamente se volvi, huy, seperdi en las sombras.

    Ah, seor, qu pena! El hombre devorado porel vicio, el hombre que se debate en las garras delvicio, y lo siente, y se ve perdido y no quiere nipuede salvarse! Qu pena, seor, qu pena!...Conoce usted algo ms profundo, ms atrayente...,ms oscuro?... Diga, diga: qu cosa, entre todas lashumanas, es ms triste que el temblor que seapodera de un hombre frente al objeto de su pasinsin frenos? Qu cosa ms triste que las manostemblorosas, las rodillas que vacilan, los labios quese retuercen, todo el ser, convulsionado por la

  • D E L I T O

    51

    necesidad implacable de una sola sensacin?... Qucosa es ms triste sobre la tierra?... Qu cosa? Yver por todas partes, entorno a uno, este enemigo,verlo con una lucidez prodigiosa, descubrir todas lastrazas, adivinar todas las corrupciones, la devasta-cin oculta?... Ver, comprende usted?... Ver encada hombre el sufrimiento, y entenderlo, siempre,y experimentar una misericordia fraterna por cadaextraviado, por cada atormentado, y sentir en lontimo de la propia sustancia, la voz de una mismafraternidad humana, que no le deja considerar en lacalle a cada hombre como un simple desconoci-do?...Entiende usted?... Puede comprender esto,en m, en m, que usted considera un abyectopusilnime, casi un idiota?

    No. Usted no puede comprender. Y sin embar-go es as. Hay quien camina en medio de la multitudcomo quien lo hace entre rboles de un bosque,hallando a todos iguales, indiferente; pero hay quienest continuamente ansioso, que busca en cadarostro la muda respuesta a una muda pregunta. Parastos no hay extranjeros sobre la tierra...

    Porque su corazn pertenece a todos, y ningncorazn es para l!

  • G A B R I E L D A N N U N Z I O

    52

    Ya lo s... ya lo s. Quin se cuida de l?Quin se preocupa por su bondad y su amor? Cadahombre alimenta dentro de s mismo un sueosecreto, que no es la bondad ni el amor, sino undeseo desenfrenado de placer y de egosmo. Lo s.Ninguna criatura humana ama a otra criaturahumana, y nunca ha sido amada por un semejante.Yo nunca me habra atrevido a confesarme a mmismo la horrible verdad por temor de morir.

    Y bien, seor, desde aquella noche yo me sentligado a ese miserable, me transform en su amigo.Por qu? Por qu afinidad misteriosa?... Por quatraccin instintiva? Tal vez por la influencia de suvicio, que comenzaba a apoderarse tambin dem?... O por el llamado de su infelicidad, sinesperanzas, sin escapatorias, como la ma?

    Desde aquella noche lo vi casi todas las tardes.El vena a buscarme a tocas partes; me aguardaba ala salida de la oficina; me esperaba, de noche, al pie,de la escalera de mi casa. No me peda nunca. Nihaca hablar a sus ojos, que estaban siemprecubiertos. Me bastaba mirarlo para comprender.Sonrea con aquella sonrisa suya, estpida oconvulsa, y no peda nada, esperando. Yo no sabaresistirlo, no poda echarlo, humillarlo, mostrndole

  • D E L I T O

    53

    un rostro severo, arrojndole una palabra dura.Acaso me hallaba sometido a otra tirana?... AcasoGiulio Wanzer tena un sucesor? A menudo supresencia me martirizaba, pero no haca nada paralibrarme. El tena a veces conmigo efusividades decario ridculas y entristecedoras, que me oprimanel corazn. Una vez me dijo, frunciendo la bocacomo hacen los nios cuando quieren comenzar allorar:

    -Por qu no me llamas pap?Yo saba que l no era padre; saba que los hijos

    de su mujer no eran suyos. Tal vez l tambin losaba. Y yo lo llamaba pap, cuando nadie oa,cuando estbamos solos, cuando l tena necesidadde ser consolado.

    A menudo, para conmoverme, me mostrabaalgn moretn, la seal de un castigo, con el mismogesto que los mendigos usan para mostrar susdeformidades y sus males para obtener una limosna.

    Por casualidad descubr que algunas noches secolocaba en los lugares menos iluminados de lacalle, y peda en baja voz limosna, hbilmente, sinhacerse descubrir, caminando por un trecho al ladode los que pasaban. Una tarde, en el ngulo del

  • G A B R I E L D A N N U N Z I O

    54

    Foro de Trajano, me vi cercado por un hombre quebalbuca:

    -Soy un obrero sin trabajo. Estoy casi ciego.Tengo cinco hijos que no comen desde hacecuarenta y ocho horas. Dme cualquier cosa paracomprar un trozo de pan para aquellas pobrescriaturas...

    Reconoc sbitamente la voz. Pero l, en lasemipenumbra, era realmente casi ciego, y no meconoci. Y yo me alej rpidamente, hu, per miedode ser identificado.

    El no experimentaba repugnancia ante ningunabajeza, para satisfacer su atroz sed. Una vez seencontraba en mi habitacin: pareca inquieto. Yoacababa de llegar de la oficina y me estaba lavando.Haba dejado sobre la cama el saco y el chaleco, yen el bolsillo de este ltimo tena mi reloj, unpequeo reloj de plata recuerdo de mi padremuerto.

    Me lavaba tras un biombo, cuando sent aBattista moverse por la habitacin de un modoinslito, como si estuviera inquieto. Le pregunt:

    -Qu hace?Contest demasiado rpidamente, con voz un

    poco alterada:

  • D E L I T O

    55

    -Nada, por qu?Y vino adonde estaba yo, con demasiada prisa.Me vest. Salimos. A1 pie de la escalera busqu

    el reloj en el chaleco para mirar la hora. No lo hall.-Maldicin! He dejado el reloj en la pieza.

    Tengo que subir de nuevo..., espreme aqu, vuelvoenseguida.

    Sub. Encend la luz y busqu el reloj por todaspartes sin poder hallarlo. Tras algunos minutos debsqueda intil, o la voz de Battista que pregunta-ba:

    -Lo has encontrado?...Haba subido, y estaba parado en el umbral:

    vacilaba un poco.-No. Es raro. Cre haberlo dejado en el chaleco.

    Usted no lo ha visto?-No.-Est seguro?-No lo he visto!...La sospecha ya se haba apoderado de m.

    Battista permaneca en el umbral, de pie, con lasmanos en los bolsillos. Recomenc a buscar,impaciente, casi colrico.

  • G A B R I E L D A N N U N Z I O

    56

    -Es imposible que lo haya perdido. Lo tena,con seguridad, antes de desvestirme; s que lotena... aqu tiene que estar. Debo encontrarlo.

    Battista se haba movido por fin. Yo me volvde pronto, y le el pecado en su rostro. El coraznpareci carseme a los pies.

    El repiti mis palabras, confuso.-Aqu tiene que estar..., se debe encontrar.Y tom la vela y se inclin a buscar en torno al

    lecho, y se arrodill, balancendose. Alz lascolchas ,mir bajo la cama. Se afanaba, y la vela letemblaba en la mano mal cerrada. Aquella comediame irrit. Le grit speramente:

    -Basta! Alcese..., no se afane tanto. S biendnde debo buscar!...

    El dej la vela sobre el piso, permaneci unpoco de rodillas, todo curvado, y temblando comouno que se halla a punto de confesar un crimen.Pero no confes. Se incorpor a desgano, sinhablar. Una vez ms le le el pecado en el rostro; mepareci sentir una espina clavada. Pens: Cierto,tiene el reloj en el bolsillo. Es necesario obligarlo aconfesar, a entregar el objeto robado, a arrepentirseEs necesario que yo lo vea llorar de arrepentimien-to. Pero no tuve fuerza.

  • ESTE LIBRO FUE AUTORIZADO POR ELALEPH.COM PARA EL USO EXCLUSIVO DE JULIO GARCIA ([email protected])

    D E L I T O

    57

    -Vamos... - murmur.Salimos. Por la escalera el culpable vena tras de

    m, lentamente, apoyndose en la balaustrada. Qupena... ,qu tristeza! Cuando estuvimos en la calle,me pregunt con un hilo de voz:

    -Entonces t crees que lo he tomado yo?- No, no... - repuse -. No hablemos ms.Agregu, tras un momento:-Me disgusta porque era un recuerdo de mi

    padre muerto...Not en l un movimiento reprimido, como si

    hubiera querido sacar algo del bolsillo. Pero no sacnada. Seguimos caminando. Despus de unosmomentos me dijo, casi brutalmente:

    -Me quieres revisar?...-No, no..., no hablemos ms. Adis. Ahora lo

    dejo, porque tengo que hacer esta noche.Y lo dej, sin mirarlo. Qu tristeza!En los das siguientes no lo vi. La tarde del

    quinto da se present en casa. Yo dije, serio:-Ah, es usted? . . .Y me puse a escribir ciertas cartas de la oficina,

    sin agregar nada. Tras un intervalo de silencio, los preguntar:

    -Lo has hallado?

  • G A B R I E L D A N N U N Z I O

    58

    Yo fing rer, y segu escribiendo. Tras otrolargo intervalo agreg:

    - Yo no lo he tomado.- S, s. . ., est bien. Todava piensa en:. eso?Viendo que ya permaneca sentado en el escrito-

    rio, despus de un rato agreg:-Buenas noches!Lo dej ir as, sin detenerlo. Pero me arrepent;

    quise llamarlo. Era demasiado tarde, ya se habaalejado.

    Por tres o cuatro das todava, no apareci. Porfin lo vi, cuando estaba por casa, poco antes de lamedianoche, bajo un farol. Lloviznaba.

    - Oh, es usted . . . A esta hora?No se poda mantener en pie. Me pareci ebrio.Pero, cuando lo mir bien, advert que se halla-

    ba en estado miserable; cubierto de fango como sise hubiera revolcado en el pantano, inmundo,destrozado ,con una cara casi violeta.

    -Qu le ha pasado? . . . Hable.El estall en un gran llanto, y se me aproxim

    como para carseme en los brazos, y as, desdecerca, sollozando, trataba de contar entre sollozosque lo sofocaban, entre las lgrimas que le rodabana la boca.

  • D E L I T O

    59

    Ah, seor! Bajo aquel fanal, en medio de lalluvia ,qu cosa terrible! Qu cosa tremenda lossollozos de ese hombre que no haba comido desdehaca tres das!

    Conoce usted el hambre? Ha visto alguna vez aun hombre medio muerto de hambre sentarse a unamesa y llevarse a la boca un trozo de pan, unpedazo de carne y masticar los primeros bocadoscon sus pobres dientes debilitados, que vacilan enlas encas? Lo ha visto alguna vez? Y no se le hadesgarrado el corazn de tristeza. . ., de ternura?

  • G A B R I E L D A N N U N Z I O

    60

    9

    En realidad yo no quera hablarle de aquelpobre hombre. Me he dejado llevar, he olvidadotodo el resto: no s por qu. Pero, realmente, aqueldesdichado fue mi nico amigo y yo he sido elnico amigo suyo en la vida. Lo he visto llorar, y mevio llorar l a m ms de una vez. Y yo vi reflejadomi vicio en su propio vicio. Y tambin hemossufrido juntos el mismo padecimiento, la mismainjuria, y hemos llevado la misma vergenza.

    No era el padre de Ginevra, no. No haba dadola sangre que corra en las venas de esa criaturaqueme ha hecho tanto dao.

    Yo he pensado siempre, con una curiosidadinquieta e inextinguible en el padre verdadero, eldesconocido, el inominado. Quin poda habersido? Ciertamente, no era un plebeyo. La delicadeza

  • D E L I T O

    61

    fsica ,unida a los movimientos naturalmenteelegantes, la crueldad, las perfidias demasiadorefinadas y luego ese instinto del lujo, el enojo fcil,y esa forma particular de herir y de desgarrar con larisa; todas esas cosas que revelan algunas gotas desangre aristocrtica. Quin era entonces el padre?Tal vez un viejo obsceno, como el marqus Aguti?O tal vez un sacerdote, uno de aquellos cardenalesgalantes que sembraban hijos en todas las casas deRoma?

    Lo he pensado siempre. Y algunas veces, inclu-so algunas veces, se present en mi imaginacin lafigura de un hombre, no vaga y variable, sino biendefinida, con una fisonoma especial, con unaexpresin particular, que pareca vivir con una vidaextraordinaria intensa.

    En verdad, Ginevra deba saber, o por lo menossentir, que no tena ninguna comunidad de sangrecon el marido de su madre. Realmente yo nuncapude percibir en sus ojos, cuando se diriga aldesdichado, una mirada de afecto o de piedad.

    En cambio, la indiferencia y hasta la repulsin,el odio, aparecan en las pupilas de ella cuandomiraba al pobre hombre.

  • G A B R I E L D A N N U N Z I O

    62

    Ah, aquellos ojos! Decan todo; decan muchascosas en una fraccin de segundo, cosas distintas,que me hacan extraviar...

    Como al acaso se encontraban con los mos, yparecan de acero brillante, impenetrable. A veces,de improviso, se cubran como de un plido velo yperdan toda dureza. Parecan la hoja de un cuchilloempaado por el aliento... Pero no. Yo no puedohablarle de mi amor..., no puedo. Nadie sabr nuncacunto la he amado, nadie. Ella nunca lo supo y nola sabe. Yo, yo s s que ella nunca me ha amado, nisiquiera por un da, por una hora, por un minuto.

    Y saba esto desde el primer momento: lo sabacuando me miraba con los ojos velados. No meilusionaba. Mis labios no osaron nunca repetir lapregunta que murmuran todos los amantes: Mequieres? Y recuerdo que, estando cerca, sintin-dome invadido por el deseo, pens ms de una vez:Oh! Si pudiese besarla en la cara, sin que ella sediese cuenta de mis besos!

  • D E L I T O

    63

    10

    No. No puedo hablarle de mi amor. Le dir mshechos todava, le contar los pequeos hechosridculos, las pequeas miserias, las pequeasvergenzas. El matrimonio fue arreglado. Ginevrapermaneci todava en Tvoli por algunas semanas,y yo iba a visitarla. Me quedaba algunas horas yvolva. Era mejor para m que ella estuviese lejos deRoma; mi preocupacin mayor era que algncompaero de oficina pudiese descubrir mi secreto.Pona gran cautela en mis movimientos, buscabapretextos, deca mentiras, todo para ocultar lo quehaba hecho.., lo que haca..., lo que estaba porhacer! Ya no frecuentaba los lugares de costumbre;contestaba siempre evasivamente a cualquierpregunta; me ocultaba en cualquier cantina, portn

  • G A B R I E L D A N N U N Z I O

    64

    o calle transversal cuando vea aproximarse a algunode mis antiguos camaradas.

    Pero un da no pude esconderme de FilippoDoberti. Me alcanz, me detuvo; en realidad, meaferr.

    -Oh, Epscopo! Cunto tiempo hace que nonos vemos! Qu has hecho?. . . Has estadoenfermo?

    Yo no llegaba a vencer mi agitacin irracional.Contest sin reflexionar:

    -S, he estado enfermo.-Se ve..., ests plido. Pero ahora, qu vida

    haces? Dnde cenas? Dnde pasas la noche?Contest alguna otra mentira, evitando mirarle

    el rostro.-Hablbamos de ti las otras noches. . . - conti-

    nu l -. Efrati contaba que te haba visto en la calleAlessandrina del brazo con un borracho...

    -Con un borracho?.. . -repuse-. Efrati suea.Doberti estall en carcajadas.-Ah, ah! Y te pones colorado? Siempre vas

    buscando lindas compaas, t... A propsito... Notienes noticias de Wanzer?

    -No, no s nada.-Cmo! No sabes que est en Buenos Aires?

  • D E L I T O

    65

    -No s nada. Ah, pobre Epscopo! Adis, tedejo. Cudate. Te noto muy desmejorado.

    Dio vuelta en la esquina, dejndome presa deuna agitacin que no alcanzaba a reprimir. Todas laspalabras de aquella tarde lejana, cuando l habahablado de la boca de Ginevra, volvan hasta m conprecisa claridad. Y volvan otras palabras mscrudas, ms brutales. Y volv a ver en la habitaciniluminada por gas la larga mesa en torno a la cual sesentaban todos aquellos hombres satisfechos, llenosde vino, un poco entorpecidos, mancomunados enla misma preocupacin obscena. Y o nuevamentela risa, la algaraba, mi nombre propuesto a gritospor Wanzer, aclamado por los dems, y luego laspalabras atroces: Casa Epscopo y Compaa! Ypensar que la cosa horrible haba podido tenerlugar!...

    Tener lugar...! Pero, entonces es posible unaignominia semejante?. .. Es posible que unhombre, al menos ni loco ni idiota, se deje llevarhasta una ignominia semejante?

    Ginevra volvi a Roma. El da del matrimoniofue establecido.

    Fuimos as por las calles, con la madre, en uncoche, buscando un pequeo departamento,

  • G A B R I E L D A N N U N Z I O

    66

    comprando el lecho nupcial y los dems mueblesnecesarios, y para todos los preparativos comunes.Yo haba tomado un depsito de unas quince milliras, que eran toda mi fortuna de hurfano.

    Fuimos, pues, en un coche por toda Roma,triunfalmente: yo sentado en el balancn, y las dos,mujeres frente a m, con las rodillas contra misrodillas. Quin no nos encontr?... Quin no nosreconoci?... Ms de una vez, pese a que iba con lacabeza baja, alcanc a ver de reojo a alguno quedesde la vereda gesticulaba haca nosotros. Ginevrase alegraba, volvindose y diciendo cada vez:

    -Mira a Questori! Mira a Michelli! Mira aPalumbo, con Doberti!

    El coche era una berlina...Y la noticia se esparci. Fu para mis antiguos

    compaeros de oficina, para los antiguos comensa-les, para todos los que me conocan, un motivo deburla sin fin. Yo lea en todos los rostros miradas deirona, de irrisin, de hilaridad maligna: algunasveces, una cierta compasin insultante.

    Nadie me evitaba su pinchazo, y yo, para haceralgo, ante cada alusin sonrea, siempre con elmismo gesto, como un autmata impecable.

  • ESTE LIBRO FUE AUTORIZADO POR ELALEPH.COM PARA EL USO EXCLUSIVO DE JULIO GARCIA ([email protected])

    D E L I T O

    67

    Qu otra cosa hubiera podido hacer? Ofen-derme? Airarme? Tornarme feroz?... Entregarmea la violencia? Dar algn cachetazo? Romper untintero contra alguien?... Blandir una silla? Batirmea duelo? Pero todas estas cosas... no hubieran sidotambin ridculas?

    Un da dos "jvenes espirituales" simularon uninterrogatorio en la oficina. El dilogo era entre unjuez y Giovanni Epscopo. A la pregunta del juez:"Profesin?"; Giovanni Epscopo contestaba:"Hombre al que se falta al respeto". . .

    Otro da llegaron hasta m las siguientes pala-bras: "No tiene sangre en las venas, ni una gota desangre. La poca que tena se la sac de la frenteGiulio Wanzer. So ve que no le ha quedado ni unagota. . .

    Era cierto. Era cierto...

  • G A B R I E L D A N N U N Z I O

    68

    11

    Cmo fue que me resolv, de golpe, a escribiruna carta a Ginevra para romper el compromiso?. . .S, yo escrib una carta para terminar con elproyecto de matrimonio; yo, con esta mano, laescrib. Y la llev al correo yo mismo.

    Era de noche. Lo recuerdo. Pas muchas vecesfrente al correo, agitado como un hombre que sehalla a punto de suicidarse. Me detuve, finalmente, ypuse la carta en el buzn, pero me pareci no poderdespegar los dedos. Cunto tiempo permanec enesa actitud? No podra decirlo. Un guardia me tocen el hombro, preguntndome:

    -Qu hace? . . .Yo abr los dedos y dej caer la carta. Y por

    poco no me desmayo en brazos del guardia!

  • D E L I T O

    69

    -Dgame... -barbot, casi llorando-. Cmopuedo hacer para recuperarla?

    Y a la vuelta, las angustias de esa noche! Y a lamaana siguiente, la visita a la nueva casa, la casaconyugal, lista para recibir a los esposos, y depronto transformada en algo intil, en una casamuerta! Oh! Aquel sol, aquellos rayos de sol, casicortantes, sobre todas esas cosas nuevas, brillantes,intactas, que enviaban un olor de negocio,insoportable! . . .

    Al otro da, a las cinco de la tarde, saliendo de laoficina, encontr a Battista en la calle, esperndome.

    -Te quieren ver en casa, inmediatamente... -medijo.

    Echamos a andar. Yo temblaba como unmalhechor! atrapado. En cierto momento pregunt,para prepararme:

    -Qu querrn?...Battista no saba nada. Se encogi de hombros.

    Cuando llegamos a la puerta me dej. Sub laescalera poco a poco arrepintindome de haberobedecido, pensando con temor en las manos de lamadre de Ginevra, en aquellas terribles manos Ycuando alc los ojos al entrepiso y vi la puerta

  • G A B R I E L D A N N U N Z I O

    70

    abierta, y all a la mujer, presta ya a arrojarse sobrem, grit sbitamente:

    -Fue una broma..., fue una broma!Y, una semana ms tarde, se celebr el matri-

    monio. Mis testigos fueron Enrico Efrati y FilippoDoberti. Y Ginevra y la madre quisieron que yoinvitara la fiesta al mayor nmero posible de miscolegas para disminuir a la plebe de Va Montanaray los contornos. Todos los comensales de lapensin, segn creo, estaban all.

    Conservo un recuerdo confuso, vago, interrum-pido, de la ceremonia, de la fiesta, de aquellamultitud, sus voces, sus rumores...

    Me pareci, por momentos, que por aquellamesa se deslizaba el mismo soplo impuro que sobrela otra mesa tiempo atrs. Ginevra tena el rostroencendido y los ojos muy brillantes. Muchos ojos,en derredor, brillaban; muchas sonrisas relucan...

    Conservo el recuerdo de algo semejante a unatristeza enorme, pesada, quo me llovi encima yocup mi raciocinio, obstruyndolo.

    Y me parece ver todava, all, en el extremo dela mesa, muy lejos, a una distancia increble, a aquelpobre Battista, que bebe, bebe, bebe, bebe...

  • D E L I T O

    71

    12

    Por lo menos una semana! No digo un ao, unmes; tan slo una semana, la primera! Pero no.Nada. Sin misericordia. Ella no esper ni siquieraun da, comenz inmediatamente, la misma nochede la boda a torturarme.

    Si viviese un siglo no podra olvidar aquel estaestallido de risa inesperado, que me alcanz en laoscuridad de la alcoba y humill mi timidez y miinocencia.

    Yo no vea su rostro en la oscuridad, peropercib por primera vez toda su maldad en aquellarisa acre, burlona, impdica, nunca oda, irreconoci-ble. Me di cuenta que a mi lado respiraba unacriatura venenosa.

    -Ah, seor! Ella tena la risa en los dientes,como las vboras tienen el veneno! . . .

  • G A B R I E L D A N N U N Z I O

    72

    Nada, nunca, sirvi para apiadarla, ni mi muda,adoracin, ni mi sumisin silenciosa, ni mi dolor ymis lgrimas. Nada. Prob todo para enternecerla,todo. Intilmente. Ella me escuchaba, algunasveces, seria, con los ojos graves, como si se hallase apunto de comprender, y, de pronto, se echaba a rercon aquella risa espantosa, aquella risa inhumana,que le brillaba ms en los dientes que en los ojos...

    Y yo permaneca all, empequeecido.No, no: No es posible. Djeme, seor, que calle;

    djeme hablar de otra cosa. No puedo hablarle de,ella. Es como si usted me obligase a masticar unacosa amarga, de una amargura mortal, insoportable.No ve que se me tuerce la boca mientras hablo? . . .

    Una noche, cerca de dos meses despus denuestros esponsales, ella tuvo un malestar, unaespecie de mareo. Yo estaba presente. Y al darmecuenta de su significado, yo que esperaba aquellarevelacin, aquel indicio, tembloroso, ca de rodillasfrente a ella como frente a un milagro. Era verdadEra verdad? S. ;Ella me lo confirm, me lo dijo.Tena dentro de s otra vida! . . .

    Usted no puede comprender. Aunque fuesepadre, no podra comprender el sentimientoextraordinario que entonces se apoder de toda mi

  • D E L I T O

    73

    alma. Piense, seor, piense en un hombre que hapadecido todo lo que bajo el cielo es posiblepadecer, a un hombre sobre quien la ferocidad desus semejantes se ha encarnizado sin tregua, a unhombre que nunca fue amado por ninguno y que,sin embargo, tiene en lo profundo 'de su ser tesorosde bondad y ternura, inextinguibles;- piense, seor,en las esperanzas de ese hombre, cuando espera unacriatura de su sangre, un hijo, un ser pequeo ydelicado, dulce, infinitamente dulce, del que podrhacerse amar! Podr hacerse amar... Comprende?...Hacerse amar!

    Era septiembre. Lo recuerdo. Eran esos dascalmos, dorados, un poco pesados, cuando muere elverano. Yo soaba siempre con l, con Ciro,indeciblemente. Un domingo, en el Pincio,encontramos a Doberti y Questori. Ambos hicieronmuchos elogiosa Ginevra y se unieron a nosotrospara pasear. Ginevra y Doberti caminaron adelante.Yo y el otro quedamos atrs. Pero egos dos,adelante, a cada paso dado, pareca quemepisoteaban el corazn. Hablaban mucho, reanjuntos, y la gente se volva a mirarlos. Las palabrasme llegaban fragmentadas, entre las ondas demsica, pese a que estiraba la oreja para aferrar

  • G A B R I E L D A N N U N Z I O

    74

    alguna. Mi pena era tan visible, que Questori llam ala pareja diciendo:

    -No tan rpido! No se alejen tanto, que Eps-copo explota de celos ...

    Bromearon y se burlaron de m. Y continuaroncaminando adelante, riendo y hablando, entre lamsica fragorosa que tal vez los exaltaba yembriagaba, mientras yo me senta tan infeliz que,caminando a lo largo del parapeto, tuve elpensamiento loco de precipitarme all abajo, deimproviso, para terminar inmediatamente aquelsufrimiento.

    Hasta Questori en determinado momento call.Me di cuenta que segua con una mirada atenta lafigura de Ginevra, y que el deseo lo turbaba. Otroshombres, caminando hacia nosotros, se volvan doso tres veces a mirarla, y tenan en los ojos el mismoanhelo. Siempre era as. Siempre era as, cuando ellapasaba entre la gente, sembrando un surco deimpureza. Me pareci que el aire en torno anosotros estuviese contaminado por aquellaimpureza; me pareci que todos deseaban a aquellamujer, y crean fcil obtenerla, y tenan fija en elcerebro la misma idea obscena.

  • D E L I T O

    75

    Las ondas de msica se alargaban en una luzdensa; todas las hojas de los rboles brillaban; lasruedas de las carrozas, en mis odos, hacan unruido ensordecedor. Y en medio de aquella luz, deaquel sonido, de toda esa multitud, en medio deaquel espectculo confuso, viendo frente a maquella mujer que se dejaba tomar poco a poco perese hombre, sintiendo a mi alrededor toda esaimpureza, pens en una terrible agona, con unespasmo de todas mis fibras ms ntimas, en lapequea criatura que comenzaba a vivir, en el serpequeo e informe que sufra tal vez las contraccio-nes de la matriz donde comenzaba a vivir...

    Dios mo, Dios mo! Cmo me hizo sufrir esepensamiento! Cuntas veces ese pensamiento medesgarr antes que l naciese! Comprende usted?...El pensamiento de la contaminacin... Compren-de?...

    La infidelidad, la culpa, no me afligan tanto porm como por el hijo que an no haba nacido. Mepareca que alguna parte de aquella vergenza, deaquella fealdad deban pegrsele, deban mancharlo.Comprende usted mi horror?

    Y un da tuve el valor inaudito. Un da en que lasospecha era ms fuerte, tuve el valor de hablar.

  • G A B R I E L D A N N U N Z I O

    76

    Ginevra estaba en la ventana. Lo recuerdo. Erael Da de Todos los Santos; las campanas redobla-ban; el sol iluminaba las persianas. El sol, en verdad,es la cosa ms triste del universo. No le parece? Elsol siempre me ha hecho doler el corazn. En todosmis recuerdos ms tristes siempre hay un poco desol, algunos rayos amarillos, como en torno a lascoberturas mortuorias.

    Cuando era nio, una vez, me dejaron solo en lahabitacin donde estaba el cadver de unahermanita ma, expuesto en el lecho, entre coronasde flores.

    Todava me parece verlo, aquel pobre rostroplido, todo lleno de sombras violceas, al que debaparecerse tanto, en los ltimos momentos, el rostrode Ciro. . .

    Ah, qu deca?... Mi hermana, s, una hermanayaca en el lecho, entre flores. Bien, deca eso. Pero,por qu? Djeme pensarlo un poco..., ah, claro! Yome acerqu a una ventana, agobiado. Era unaventana pequea. La casa de enfrente parecadeshabitada, no se escuchaba voces humanas, todoestaba tranquilo. Pero sobre el techo una grancantidad de pjaros haca una bulla tremenda,continua, sin fin. Y bajo el techo, bajo el tejado,

  • ESTE LIBRO FUE AUTORIZADO POR ELALEPH.COM PARA EL USO EXCLUSIVO DE JULIO GARCIA ([email protected])

    D E L I T O

    77

    junto al muro gris, en la oscuridad gris, una estra desol, un trazo amarillo, derecho, agudsimo, brillabasiniestramente con una intensidad increble.

    Yo no me atreva a volverme, y miraba fijo eltrazo amarillento, como fascinado, y senta tras dem, comprende usted?, mientras mis odos estabanllenos de aquel sonido, senta el silencio espantosode la habitacin, ese silencio fro que siempre rodeaa los cadveres...

    Ah, seor! Cuntas veces en la vida he visto latrgica estela del sol! Cuntas veces!

    Y bien... a propsito de qu? Era Ginevra,entonces, que estaba en la ventana; las campanassonaban, el sol entraba en la habitacin. Haba,tambin, sobre una silla, una corona de siemprevi-vas con una cinta negra, que Ginevra y la madredeban llevar al Campo Verano para la tumba de unpariente... "Qu memoria!" - usted piensa -. S.Ahora tengo una memoria tremenda.

    Esccheme. Ella coma una fruta con aquellasensualidad provocante que pona en todos susactos. No me miraba; no se daba cuenta que laestaba observando. Y nunca, frente a aquellaindiferencia profunda, me haba afligido tanto comoese da; nunca haba comprendido con tanta

  • G A B R I E L D A N N U N Z I O

    78

    claridad que ella no me perteneca, que poda ser detodos, que tal vez haba sido de todos, inevitable-mente, y que yo no podra jams haber hecho valerningn derecho de amor, ningn derecho de fuerza.Y la miraba..., la miraba.

    No le ha ocurrido nunca, al mirar una mujer,que se borren para usted todos los rasgos de suhumanidad, de su estado social, de los vnculossentimentales que le ligan a ella y ver, con unaevidencia aterradora, la bestia, la esencia femenina...,la abierta brutalidad del sexo? . . .

    Yo vi esto, mirndola, y comprend que ella noera apta ms que para una labor carnal, para unamisin innoble. Y otra verdad horrenda se hizopresente en mi espritu: el fondo de la existenciahumana, y de todas las preocupaciones humanas, esuna verdadera porquera! Verdad horrible...,horrible!

    Y bien, qu cosa poda hacer yo? Nada. Peroaquella mujer llevaba en el vientre otra vida, nutracon su sangre a la criatura misteriosa que era misueo continuo y mi esperanza y mi supremaadoracin...

  • D E L I T O

    79

    S, s. Antes que 1 viese la luz, yo lo ador, llorde ternura por l, y le dije dentro de mi coraznpalabras indecibles.

    Piense, seor, piense en este martirio: no poderseparar una imagen ignominiosa de una imageninocente; saber que el objeto de su adoracin idealest ligado a un ser de quien usted teme la peorinfamia. Qu experimentara un fantico si viesesobre el altar los Sacramentos cubiertos por unaceniza inmunda? Qu sentira si no pudiera besar elobjeto divino ms que a travs de un veloenvilecido? Qu sentira?

    Yo no me s expresar. Nuestras palabras sonsiempre vulgares, como nuestros actos, estpidos,insignificantes, cualquiera que sea la magnitud delsentimiento del cual derivan. Yo tena dentro de m,aquel da, una inmensidad de cosas dolorosas,sofocadas, que se mezclaban; empero todo seresolvi en un pequeo dilogo cnico, en unaridiculez vil. Quiere usted saber los hechos?Quiere conocer el dilogo?... Fue as.

    Ella estaba, como dije, en la ventana. Yo meacerqu. Permanec un poco en silencio. Luego, conun esfuerzo enorme, la tom de la mano y lepregunt:

  • G A B R I E L D A N N U N Z I O

    80

    -Ginevra, me has engaado?Ella me mir, asombrada, y pregunt a su vez:-Engaado?... Cmo?Yo le rogu:-Tienes ya un amante?... Acaso... Doberti?Ella me mir, todava, porque yo temblaba

    terriblemente.-Pero, qu escena es sta? Qu te ha ocurrido?

    Ests loco?-Contstame, Ginevra.-Enloqueces?Y mientras yo trataba de tomarle todava de la

    mano, ella grit, evitndome:-No me fastidies! Basta!Pero yo me ech de rodillas y la retuve por el

    orillo del vestido.-Te lo ruego, Ginevra! Ten piedad, un poco de

    piedad! Espera al menos que nazca la pobrecriatura..., mi pobre hijo... Es mo, verdad?...Espera que nazca. Despus hars todo lo que teplazca; yo callar y sufrir todo. Cuando vengan tusamantes, yo me ir. Si t me lo mandas, les limpiarlos zapatos en la otra pieza..., ser tu esclavo, sufrirtodo! Pero espera..., espera! Dame primero a mihijo! Ten piedad...

  • D E L I T O

    81

    Nada, nada! En su mirada haba apenas unacuriosidad risuea. Y retroceda, repitiendo:

    -Enloqueces?... Luego, como yo continuabasuplicando, ella me volvi la espalda y sali,cerrando la puerta tras de s. Y me dej all, derodillas en el suelo. Haba sol en el suelo; estabatambin aquella corona mortuoria, en la silla, y misollozo no cambiaba ninguna cosa Qu cosapodemos cambiar nosotros? Acaso pesan nuestraslgrimas? Cada hombre es uno cualquiera, al que leocurre una cosa cualquiera. Eso es todo, no haynada ms. Amn...

  • G A B R I E L D A N N U N Z I O

    82

    13

    Estamos fatigados, seor. Yo de contar. Usted,de escuchar. En el fondo, yo he divagado un poco.He divagado tal vez demasiado. Porque, usted losabe bien, no se trata de esto. El asunto es otro.Faltan diez aos todava para llegar al asunto. Diezaos: diez siglos de dolor, de miseria, de vergenza.Y sin embargo todo se poda remediar todava. S.Aquella noche, cuando o los aullidos que profera,durante el parto, gritos inhumanos, irreconocibles,de bestia martirizada, pens, con una convulsin entodo mi ser:

    "Si ella muriera..., oh! Si ella muriera, dejndo-me la criatura viva!" Y gritaba tan horrendamente,que segu pensando: "Quin grita as no puededejar de morir!" Tuve este pensamiento. S. Tuveesta esperanza.

  • D E L I T O

    83

    Pero ella no muri. Ella permaneci para laperdicin ma y de mi hijo.

    Mo, realmente mo, de mi sangre. Tena en elhombro izquierdo la misma mancha particular quetengo yo desde mi nacimiento. Dios sea benditopor esa mancha que me hizo reconocer a mi hijo!Ahora le contar nuestro martirio durante diezaos. Le dir... todo?... No es posible. No llegara alfin. Y, adems, quiz usted no me creera, pues loque hemos sufrido es increble.

    Estos son, pues, los hechos. Mi casa se trans-form en un lupanar. A veces me encontraba, en lapuerta, con hombres desconocidos. No llegu ahacer lo que haba dicho; no llegu a limpiarles loszapatos, pero me transform en mi propia casa enuna especie de servidor bajo y despreciable.

    Battista era menos infeliz que yo; Battista eramenos humillado. Ninguna bajeza humana podrjams ser comparada a la ma. Jess habra lloradosobre m todas sus lgrimas, porque yo, entre loshombres, he tocado el fondo de todas las bajezas ytodas las humillaciones.

    Battista, usted me comprende, el miserable,poda tener piedad de mi situacin.

  • G A B R I E L D A N N U N Z I O

    84

    Y no fue nada en los primeros aos, cuandoCiro todava no comprenda. Pero cuando me dicuenta que su inteligencia se desarrollaba, cuandoadvert que en ese ser dbil y frgil la inteligenciacreca en forma prodigiosa, cuando escuch en suslabios la primera pregunta cruel, entonces me sentperdido.

    Cmo hacer? Cmo ocultarle la verdad?Cmo salvarme? Ya me vea perdido.

    La madre no se preocupaba por l. Lo olvidabadurante das enteros; a veces le haca faltar lo msnecesario, y hasta le pegaba. Yo, por largas horas,deba permanecer alejado; no poda cubrirlocontinuamente con mi ternura; no poda hacerle lavida dulce, como haba soado, como quera... Lapobre criatura pasaba casi todo su tiempo, en lacocina, en compaa de una sirvienta.

    Lo puse en una escuela. A la maana lo acom-paaba yo mismo; a la tarde, a las cinco, iba abuscarlo y no lo dejaba ms hasta que se habadormido. Al poco tiempo aprendi a leer, a escribir,hizo progresos extraordinarios y super a todos suscompaeros. Tena inteligencia en los ojos. Curadome miraba con sus grandes ojos negros, profundosy melanclicos, que le iluminaban el rostro, yo

  • D E L I T O

    85

    senta dentro de m una sensacin curiosa y nosostena por mucho tiempo la mirada.

    Y a la noche, en la mesa, cuando estaba lamadre y sobre los tres caa el silencio..., toda miangustia muda se reflejaba en aquellos ojos purosPero los das realmente terribles tenan que llegartodava. Mi vergenza estaba demasiado expuesta ala vista de todos. El escndalo era demasiado grave:la Seora Epscopo era demasiado famosa. Ademsyo descuidaba mis deberes de la oficina. Cometaerror tras error en los papeles; algunos das el pulsome temblaba tanto que no me era posible escribir.

    Yo era considerado por mis colegas y por missuperiores como un hombre deshonrado,degradado, embrutecido, vil... Tuve dos o tresamonestaciones; luego fui suspendido del empleo yms tarde, destituido en nombre de la moralidadultrajada...

    Hasta aquel da, yo haba representado por lomenos el valor de mis gastos. Desde ese momentono val ni siquiera lo que una basura.

    Nada puede dar una idea de la ferocidad, delencarnizamiento que demostraron mi mujer y misuegra para atormentarme.

  • G A B R I E L D A N N U N Z I O

    86

    Y, sin embargo, me haban quitado los pocosmiles de liras que me quedaban, y la madre deGinevra instal a mis expensas un negocio demercera. Con aquel pequeo comercio la familiapoda vivir.

    Pero yo fui considerado como un haragnodioso, me colocaron a la altura de Battista. Yotambin, algunas noches, encontr la puerta cerrada,y yo tambin pas hambre. Y me adapt a todos lostrabajos, a todas las fatigas, a todos los servicios msdegradantes y reducidos; para conseguir un centavome di vuelta de la maana a la noche; hice elmandadero, fui apuntador en una compaa deoperetas, trabaj en la oficina de un peridico, fuiempleado en una agencia de colocaciones... Hicetodo lo que era capaz de hacer, baj el cuello antetodos los yugos...

    Ahora, dgame usted, tras todos estos trabajos,en esos das interminables, no mereca un poco detregua, un poco de olvido?

    A la noche, cuando poda, apenas Ciro se habadormido, sala a la calle. All me esperaba Battista.Juntos bamos a la taberna y bebamos.

    Qu tregua? Qu olvido? Quin ha sabidojams el significado de estas palabras: "Ahogar la

  • ESTE LIBRO FUE AUTORIZADO POR ELALEPH.COM PARA EL USO EXCLUSIVO DE JULIO GARCIA ([email protected])

    D E L I T O

    87

    tristeza en el vino''? Ah, seor! Yo siempre hebebido porque me he sentido quemar por una sedinextinguible; pero l vino nunca me dio un nimode alegra. Nos sentbamos all, uno junto al otro, yno tenamos voluntad de hablar. Nadie, en realidad,hablaba all adentro.

    Alguna vez entr usted en una de estas canti-nas silenciosas? Los bebedores estn solitarios,tienen el rostro fatigado, apoyan la cabeza en lapalma de la mano; .frente a ellos est la copa, y susojos se fijas en ella, pero tal vez no la ven. Esvino? Es sangre? S, seor, es una y otra cosa.

    Battista se haba vuelto casi ciego. Una noche,mientras caminbamos juntos, se par junto a unfarol y palpndose el vientre me dijo:

    -Ves cmo est hinchado?Luego, tomndome una mano para hacerme

    sentir la dureza de la hinchazn, me dijo con unavoz alterada por el miedo:

    -Qu ser?Haca muchas semanas que se encontraba en

    ese estado, y no haba revelado nada a nadie.Algunos das ms tarde lo conduje al hospital

    para hacerlo ver por un mdico. Se trataba de untumor. En realidad, de un grupo de tumores, que

  • G A B R I E L D A N N U N Z I O

    88

    crecan rpidamente. Se poda intentar unaoperacin. Pero Battista no quiso, pese a que noestuviese resignado a morir.

    Arrastr su enfermedad algunos meses todava,y luego se vio obligado a ponerse en cama, para nolevantarse ms.

    Qu larga y qu atroz agona! La mujer lo habaencerrado en una especie de altillo, una habitacinremota y sofocante, para no orlo lamentar.

    Y yo todos los das entraba all, y Ciro queravenir conmigo, quera ayudarme... Ah! Si lohubiese visto mi pobre pequeo! Qu valiente eraen aquella obra de caridad junto a su padre!

    Encenda un trozo de vela para ver un pocomejor, y Ciro me iluminaba. Y descubramosentonces el gran cuerpo deforme, que gema y noquera morir. No, no era un hombre invadido poruna enfermedad; era ms bien..., cmo expresar-me?, era ms bien, no s, una figura de la enferme-dad..., una cosa ms all de la naturaleza, un sermonstruoso, que viva de por s, al, que estabanunidos dos miserables brazos humanos, dosmiserables piernas humanas y una pequea cabezadescarnada, rojiza. Horrible! Horrible! Y Ciro mealumbraba; en aquella piel estirada, brillante como

  • D E L I T O

    89

    mrmol amarillento, yo inyectaba la morfina conuna jeringa ferruginosa.

    Pero basta..., es suficiente. Tenga paz esa pobrealma. Se trata, ahora, de llegar al momento. Nodebemos divagar ms.

  • G A B R I E L D A N N U N Z I O

    90

    14

    El Destino! Haban pasado diez aos, diez aosde vida desesperada, diez siglos de infierno. Y unanoche, en la mesa, en presencia de Ciro, Ginevrame dijo inesperadamente:

    -Sabes? Ha vuelto Wanzer.Yo no palidec, es cierto. Hace ya mucho tiem-

    po que tengo en la casa este color, inmutable, que nila muerte cambiar, que llevar as, tal cual, bajotierra. Pero recuerdo que no consegu mover lalengua para proferir una sola palabra.

    Ella me miraba con aquella mirada aguda,inclusive cortante, que me produca siempre lamisma impresin que un arma afilada produce a unpusilnime. Recuerdo que el