Delam Heinz - La Selva Prohibida

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La selva prohibida**Heinz Delam Lagarde**

Heinz Delam selva prohibida

La

Heinz Delam Lagarde Grupo Editorial Bruo, S. L., 1997 Maestro Alonso, 21 28028 Madrid Telfono: 91 724 48 00 ISBN: 84-216-3187-X Depsito legal: M. 5.023-2004 PRIMERA EDICIN: marzo 1997 SEGUNDA EDICIN: diciembre 1997 TERCERA EDICIN: abril 1998 CUARTA EDICIN: abril 1999 QUINTA EDICIN: septiembre 2000 SEXTA EDICIN: diciembre 2000 SPTIMA EDICIN: diciembre 2001 OCTAVA EDICIN: marzo 2003 NOVENA EDICIN: febrero 2004 COLECCIN PARALELO CERO Directora de la coleccin: Trini Marull Edicin: Cristina Gonzlez Diseo y cubierta: Emilio Rebull Obra seleccionada en la Lista de Honor del Premio CCEI 1998 Edicin digital: Adrastea, Marzo 2007. Esto es una copia de seguridad de mi libro original en papel, para mi uso personal. Si llega a tus manos es en calidad de prstamo y debers destruirlo una vez lo hayas ledo, no pudiendo hacerse, en ningn caso, difusin ni uso comercial del mismo.

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Introduccin

DURANTE mi larga estancia en frica central tuve la oportunidadde descubrir numerosas tradiciones y leyendas locales que me parecieron curiosas e interesantes. Una de aquellas leyendas, muy extendida en la regin ecuatorial prxima a la pequea ciudad de Boende, habla de un fabuloso talismn: el biyamb-yamb. Segn la tradicin, este objeto mgico permanece guardado por una gran serpiente, que lo conserva en el interior de su cuerpo; si alguien intenta matar al reptil, ste se desprende del talismn proyectndolo con fuerza a gran distancia, para que as nadie pueda hallarlo. Pero el talismn nunca queda abandonado, pues se supone que ms tarde vendr otra serpiente para hacerse cargo de su custodia. Todos los habitantes de la regin ambicionan apoderarse del biyamb-yamb, ya que se cree que aquel que lo consiga obtendr grandes poderes y alcanzar para l y para los suyos prosperidad y felicidad. En tres ocasiones tuve la suerte de asistir a una de esas bsquedas frenticas que se producen cada vez que los nativos logran dar muerte a una serpiente de gran tamao. Entre intrigado y divertido, reconozco haber participado yo mismo en el rastreo, a pesar de no estar muy convencido de la veracidad de tal supersticin. Me encantara poder decir que al fin encontr el talismn y que ahora lo guardo en un lugar a prueba de serpientes, pero tengo que confesar que no fue as. De aquellas experiencias slo conservo el recuerdo de hombres, mujeres y nios que se pasaban horas e incluso das enteros escudriando cada palmo de selva con la esperanza de hallar el preciado objeto. Sin embargo, la historia ms interesante acerca del mito del biyambyamb me lleg a travs de un curioso personaje que conoc de forma casual. El encuentro se produjo una tarde que yo me haba despistado de mi camino y erraba desorientado a travs de la intrincada selva que se extiende al norte del ro Ruki, cerca del ecuador. No conozco nada tan penoso y humillante como encontrarse solo y perdido en medio de la selva africana. Me senta desesperado ante la inminente cada de la oscura noche tropical, y la idea de dormir en pleno bosque sin equipamiento ni armas, sin una proteccin contra los voraces 4

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mosquitos, me pona la carne de gallina. As que me alegr sobremanera cuando divis una fina columna de humo azul que surga entre los rboles frente a m. Pens que se tratara de algn pequeo poblado y que podra guarecerme en una de sus chozas hasta la maana siguiente. Me apresur en direccin a la humareda con toda confianza, pues saba que los habitantes de las pequeas aldeas del interior suelen ser hospitalarios y cordiales. Aparte de darme cobijo, podran indicarme el camino para regresar al sendero que me haba llevado hasta all. Mi sorpresa fue mayscula cuando llegu al centro de un pequeo calvero donde se alzaba una nica y solitaria cabaa. Junto a ella arda una fogata en la que se asaban unos suculentos filetes de carne cuyo aroma penetr hasta lo ms hondo de mis hambrientas entraas. Mir a mi alrededor en busca del dueo de la vivienda, pero no se vea a nadie por las inmediaciones. En el interior de la choza haba una desgastada estera extendida sobre la hmeda tierra y algunas armas y enseres propios de un cazador, pero ni un alma. De no ser por la fogata y la apetitosa carne que se cocinaba en ella, habra pensado que el lugar estaba abandonado desde haca tiempo. Tuve que hacer grandes esfuerzos para resistir la tentacin de engullir la cena del misterioso habitante invisible de aquel lugar perdido, pero me pareci una forma poco corts de presentarme, as que hice bocina con mis manos y grit en direccin a la selva circundante: Mbotee-eeee! Bato nini azal awaaaaa? Estas palabras significan algo parecido a: Holaaa! Hay alguien aqu? La respuesta no se hizo esperar, y una voz ronca surgi a mi espalda: Ngai nazal awa. Aaaahh! chill dando un brinco. De dnde has salido? Justo detrs de m acababa de aparecer un anciano menudo y reseco que me examinaba con la mirada inquisidora de sus ojillos vivaces. Me senta perplejo, pues hubiese jurado que apenas un segundo antes no haba nadie en aquel lugar. Simplemente, el viejo estaba all, como si hubiese brotado del suelo o se hubiera materializado a partir de la nada. No haba emitido el menor sonido, ni producido la ms leve corriente de aire... Sent cmo un ligero escalofro recorra mi espinazo, aunque la verdad es que el hombre no pareca peligroso. Vesta un taparrabos confeccionado con algo ya irreconocible, pero que en algn tiempo debi de ser un pantaln de tela. Iba descalzo, y tanto su torso como sus piernas desnudas mostraban numerosas cicatrices, marcas que hablaban por s solas de la larga y azarosa vida del anciano cazador. Pero era su rostro lo que ms atrajo mi atencin: a pesar de su piel apergaminada y cubierta de arrugas, las facciones de aquel hombre irradiaban una especie de majestuosa belleza. Su frente ancha y despejada apareca enmarcada por una densa madeja de pelo algodonoso y ensortijado, blanco como la nieve, que rodeaba su cabeza como una solemne corona de plata. Como yo permaneca embobado y boquiabierto, el viejo me tendi su mano y se present con estas palabras:

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Mi nombre es Moi-Bokil, aunque algunos me llaman simplemente el anciano. El tacto de su mano me produjo una extraa y clida sensacin. Me pareci notar una especie de energa vital que flua hacia m a travs de su piel reseca y agrietada, aunque en aquel momento lo achaqu a mi perplejidad y a mi agotamiento. Qu hace un joven mndele1 tan lejos de la civilizacin? pregunt Moi-Bokil esbozando una sonrisa. Supongo que no habrs venido hasta aqu nicamente para saborear mi asado de carne de mono. Pero te propongo que compartamos mi cena mientras me cuentas tu historia. Despus de cenar permanecimos sentados junto a la hoguera, con la mirada perdida en el hipntico resplandor de las brasas que se consuman ante nosotros. Tambin ramos conscientes de la estremecedora grandeza de la selva que nos rodeaba, de la cual surgan todo tipo de misteriosas voces e inquietantes susurros. Por ms que me esforc, no consegu recordar ninguna narracin que estuviese a la altura de aquel escenario admirable, as que me aventur a relatar algunas ancdotas de mi vida en Europa. Despus de escucharme con paciencia hasta el final, mi anfitrin guard silencio. Pareca decepcionado conmigo y as me lo hizo saber: Lo que me has contado no me parece muy interesante, mondele. Lo nico que suelo pedirles a quienes, como t, me solicitan comida y cobijo para pasar la noche, es que me refieran alguna aventura emocionante, una ancdota atrayente..., pero tu historia es anodina. Los hombres blancos sois muy aburridos y os falta imaginacin; desconocis el misterio y la magia, unos elementos que se ocultan en ciertos lugares remotos de la selva y tambin en el corazn de algunas personas. El fantasmagrico resplandor de las ascuas se reflejaba en los insondables ojos del anciano, abiertos de par en par. Tras preguntarme cuntas hazaas y prodigios habran contemplado aquellas viejas pupilas, me atrev a hacerle una proposicin: Lamento mis carencias narrativas, amigo Moi-Bokil, y espero poder compensarte las molestias con algo de dinero que llevo encima. Sin embargo, me encantara que, por una vez, alterases tus costumbres y fueras t el narrador. Estoy deseando escuchar alguna de las proezas que sin duda has protagonizado a lo largo de tu dilatada existencia... No quiero tu dinero, mondele. Aqu, en la selva, tengo todo cuanto necesito. A veces, un poco de compaa ya es suficiente recompensa, especialmente para un anciano como yo... El viejo guard silencio durante algunos instantes, mientras yo contena la respiracin sin atreverme a interrumpir sus cavilaciones, con la esperanza de escuchar algn relato de aquellos labios agrietados. Al fin comenz a hablar y, cuando lo hizo, no par hasta que la claridad del amanecer empez a hacerse visible a travs de las altas ramas de la selva. Le prest toda la atencin que me permita mi1

mondele: en lingala significa hombre blanco o europeo.

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fatigado cerebro, y a pesar del cansancio y la falta de sueo permanec atento hasta el final. Todava me estremezco al revivir aquella noche, mientras la montona y cascada voz del viejo cazador me narraba su increble historia. Una historia que a lo largo de varios aos me he esforzado por rescatar de mis recuerdos, aunque me he visto obligado a aadir algunos elementos de mi propia cosecha para completarla y adaptarla a nuestro idioma y nuestra forma de pensar europeos. A pesar de todo puedo afirmar que, en esencia, se trata de la misma historia que me narr Moi-Bokil, el anciano. Supongo que ha llegado la hora de que todos puedan conocerla.

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Captulo primero

Kabindji

SUMIDO en sus propios pensamientos, Kabindji se desplazaba conlentitud a travs del paisaje de aspecto fantasmal. A su alrededor, finas gotas de roco se desprendan de las hojas y las ramas en medio de un suave murmullo. Algunas de esas gotas acertaban a caer sobre su piel morena, recubrindola de una multitud de puntitos brillantes semejantes a lentejuelas. A cada paso que daba, sus pies descalzos se hundan ligeramente en el barro del sendero, mientras su cuerpo oscuro y gil se cimbreaba de modo instintivo para esquivar las ramas bajas y los largos tallos cubiertos de pas que se interponan en su camino. Haba cumplido ya los diecisiete aos, pero su silueta menuda y su escasa estatura le hacan parecer an ms joven, casi un nio. Vesta un simple taparrabos de tela roja y una cinta del mismo color que le cea la frente. De su cintura penda un machete de hoja mellada y carcomida por el xido. La oscuridad de la noche comenzaba a diluirse en la lechosa claridad que precede al amanecer, momento mgico en que el aspecto de la selva se torna especialmente misterioso y sobrecogedor; durante unos instantes se establece una tregua en la dura lucha por la supervivencia, un tiempo muerto que permite el relevo entre los animales nocturnos que cesan su actividad y los diurnos que se disponen a iniciar la suya. El aire que penetraba en los pulmones del joven era espeso y cargado de variadas esencias. Aunque el tiempo pareca detenido en una pausa mgica e inquietante, la salida del sol se haca inminente, y el muchacho apresur el paso. Tena el tiempo justo para llegar al poblado antes de que alguien notara su ausencia. Le hubiese gustado poder alargar aquellos ltimos instantes de tranquilidad, unos momentos que le permitan fantasear con su imaginacin. Cerraba los ojos y la vea a ella. Vea a Bwanya; tan grcil, tan bonita, tan dulce. En la mente de Kabindji la joven representaba la mxima expresin de la belleza y la armona. Desde que Bwanya se haba adueado de su corazn, su imagen sola protagonizar la mayora de sus sueos e ilusiones. Cada da que pasaba se senta ms

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interesado por ella, aunque an no se haba atrevido a decrselo. Se limitaba a mirarla desde lejos siempre que tena ocasin, a contemplarla ensimismado durante largo rato. En los momentos en que no poda verla, deba contentarse con pensar en ella, como ahora. Cuando lograba fugarse en solitario al amparo de la noche, Kabindji experimentaba algo muy parecido a la felicidad. Mientras duraba su escapada se senta libre, apreciaba la caricia de la vegetacin sobre su piel mojada y los complejos aromas de la selva que se adentraban en sus pulmones. Libre. Con toda su mente entregada al placer de soar despierto... Un placer que tan slo el recuerdo de la grave enfermedad que padeca su madre poda enturbiar. Tan absorto andaba Kabindji en sus dulces pensamientos que olvid prestar atencin al suelo que pisaba. Not algo bajo la planta de sus pies que le hizo retroceder sobresaltado: era hmedo y viscoso. Se agach para examinar el bulto informe que acababa de aplastar y a duras penas logr reconocer los despojos de un animal muerto. A pesar de que la claridad aumentaba por momentos, los entrenados ojos del muchacho tuvieron dificultades para identificar lo poco que quedaba de aquellos restos parcialmente devorados. Haba algunos mechones de pelo marrn adheridos a los huesos rodos y tambin una pezua hendida, lo que pareca indicar que se trataba de un pequeo antlope o de una cabra. Durante unos instantes Kabindji contempl los restos y sacudi la cabeza con disgusto; el hallazgo de un animal muerto a la entrada de un poblado era un signo que no poda significar nada bueno: un mal augurio. Todo el mundo saba eso. Adems, sospechaba quin era el autor de la carnicera: una fiera que atacaba con creciente asiduidad. Aquellos despojos, tan prximos a la aldea, parecan confirmar que el viejo leopardo se volva cada vez ms audaz. Mal asunto murmur Kabindji entre dientes; habr ms muertes. Los primeros rayos del sol despuntaban ya entre las ramas altas cuando Kabindji lleg al borde del extenso calvero en cuyo centro, rodeado por una empalizada de troncos y espinos, se alzaba el poblado de los bowassi. Al igual que otros muchos pueblos africanos, era un conjunto de grandes chozas dispuestas en crculo en torno a una amplia plazoleta central. Las viviendas eran muy similares entre s, ya que en su construccin se utilizaban idnticos materiales: madera y adobe en las paredes y hojas de palma entremezcladas con paja en los tejados. Ante el riesgo de ser descubierto, Kabindji apresur an ms el paso hasta llegar a unos matorrales que crecan junto a la empalizada. All, disimulados por la vegetacin, haba dos palos sueltos que Kabindji conoca bien: era su puerta secreta para salir y entrar en el poblado sin que nadie se fijara en l. Saba que algn da su secreto sera descubierto, pero hasta entonces seguira aprovechndose de aquel 9

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defecto de la cerca. Tras volver a colocar con cuidado los palos en su sitio, el muchacho avanz por las silenciosas callejuelas procurando no hacer ruido, una precaucin que no le sirvi de mucho. Apenas se haba adentrado unos metros entre las chozas exteriores cuando se top de frente con el viejo Mboka, uno de los respetables y temidos miembros del consejo de ancianos. El viejo fulmin al muchacho con una mirada severa y, sin mediar palabra, levant el bastn que llevaba y le propin un golpe en la cabeza. Kabindji trat de mantenerse impasible, mas no pudo evitar que de sus ojos escapara una lgrima de rabia. Satisfecho del efecto conseguido con su accin, el vejestorio esboz una maliciosa sonrisa que dej al descubierto sus encas desdentadas. Te has vuelto a escapar, verdad? sise Mboka en voz baja. Sabes que est prohibido abandonar el poblado durante la noche... Por qu te empeas en desobedecer las normas? Kabindji se mantuvo callado, sosteniendo la mirada del consejero. Mboka haba pasado la mayor parte de su vida viajando por las aldeas del norte y participando en las sangrientas batallas contra los washai. Aseguraban que, ya desde muy joven, haba destacado por su valenta como cazador y como guerrero, especialmente en las luchas contra otras tribus. Tras varios aos de guerras y aventuras regres al poblado y se convirti en un personaje muy respetado, llegando incluso a ser propuesto como jefe, cargo que rehus. Tampoco quiso tomar esposas y permaneci clibe toda su vida. Sin embargo, resultaba difcil creer en las pasadas glorias de aquel hombre al fijarse en su aspecto actual: la piel marchita y agrietada que recubra su cabeza calva confera a esta ltima la desagradable apariencia de una fruta podrida. El pellejo de su vientre colgaba flccido alrededor de un ombligo herniado, y sobre los huesos deformes apenas quedaban msculos visibles. Tan slo la mirada ardiente de sus ojos hundidos conservaba el brillo de un fuego an no extinguido; el rescoldo de una llama avivada por gestas gloriosas a lo largo de los aos. Tienes suerte de haberte topado conmigo Mboka golpe nuevamente a Kabindji, esta vez en el brazo y con ms suavidad. Mrchate a tu casa antes de que otros tambin te descubran. Quiz ellos no sean tan bondadosos como yo. Sin decir nada, el muchacho se apresur hacia su choza. Senta cmo un dolor sordo, al ritmo de punzantes latidos, se extenda por todo su crneo. Al pasar la mano por su cabeza pudo palpar sin dificultad los contornos de un hermoso chichn. Otro recuerdo del viejo Mboka. Pues al final s que ha resultado un mal presagio esa cabra muerta murmur para s el muchacho. Y tena razn. Aunque an no poda sospechar que aqul iba a ser uno de los das ms tristes de su vida.

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Captulo segundo

Tswama

LA choza donde viva Kabindji era una de las ms pequeas detodo el poblado. Estaba dotada de una nica abertura que haca las funciones de puerta y ventana a la vez, pero demasiado angosta para que la luz del da que penetraba por ella pudiese disipar del todo la penumbra del interior. Un interior espartano donde no haba muebles, ni cortinas, ni apenas elementos decorativos. En realidad tampoco hacan falta, pues en la mayora de los poblados africanos la gente hace su vida al aire libre y las chozas slo sirven para dormir. Lo primero que hizo Kabindji al entrar fue acercarse a la estera sobre la cual estaba tendida su madre. A su lado, su cuada Busama se afanaba con unos paos impregnados en jugos de plantas aromticas. Qu tal est? pregunt Kabindji con un hilo de voz. La segunda esposa del hermano de Tswama levant la vista con lentitud. Haba algo en su mirada que aterroriz al muchacho. Tu madre ha empeorado. Me he acercado como todas las maanas para ver si necesitaba algo, y la he encontrado tendida en el suelo, incapaz de arrastrarse siquiera hasta su estera. Kabindji sinti que la sangre cesaba de circular por sus venas. Se senta culpable. Por qu habra escogido justo aquella noche para salir del poblado? Probablemente no hubiera podido hacer nada por su madre, pero al permanecer junto a ella habra aprovechado al menos el poco tiempo que les quedaba para estar juntos. Cerr los ojos y se esforz en negar la realidad. Intent creer que se encontraba en medio de una pesadilla de la que pronto despertara. Alguna vez haba tenido sueos parecidos, tan terribles que haba amanecido chillando y baado en sudor, convencido de la veracidad de aquello que imaginaba su mente. Sin embargo, algo le deca que ste no era el caso y que, por desgracia, la situacin que estaba viviendo era real; no se trataba de ningn sueo. Desvi la mirada hacia su madre y su memoria retrocedi un par de meses hasta una situacin parecida a aqulla. El escenario era el mismo: el sombro interior de la choza..., la estera... Todo igual, salvo

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que l estaba tumbado y su madre le cuidaba. Cerr los ojos con fuerza y pudo evocar aquel momento con todo detalle: se haba hecho un profundo araazo en una pantorrilla al caer de un rbol. Estaba tendido en la penumbra de la choza y alguien le hablaba con una voz suave y sedante; era Tswama, que an no haba contrado su terrible enfermedad. De una en una, la mujer extraa las mafumba2 de un pequeo recipiente y las aplicaba con delicadeza a la pantorrilla. Cada vez que Tswama colocaba una de sus hormigas, un intenso escozor trepaba por los irritados nervios de la pierna magullada. Cuando las mandbulas del insecto se haban cerrado sobre los bordes de la herida, la mujer le arrancaba el cuerpo, dejando plantada la cabeza a guisa de punto de sutura. Tranquilzate, Kabi deca su madre. Los araazos son poco profundos y el veneno de las mafumba evitar que tu herida se pudra. Kabindji contemplaba en silencio el rostro sereno de la mujer mientras sta trabajaba: un rostro parecido al de Kysanto, pero mucho ms joven. Los dos hermanos compartan cierta nobleza y simetra en sus rasgos, aunque los de ella eran algo ms suaves y dulces. Su mirada tambin se diferenciaba de la de Kysanto, el consejero, por la ternura y sencillez que se reflejaban en el fondo de sus grandes ojos oscuros. Atenta a su tarea, Tswama agitaba de cuando en cuando la cabeza, lo cual provocaba una oscilacin de las diminutas trenzas que colgaban a ambos lados de su plcido semblante. Ay! El pinchazo particularmente doloroso de una de las mafumba haba interrumpido la contemplacin de Kabindji, que comprob con alivio que su madre estaba terminando la dolorosa cura. Tras depositar un emplasto de hierbas sobre la zona afectada, Tswama se apart para evaluar su obra. Eso que acabo de colocar sobre tu herida debes mantenerlo durante un buen rato. Y la prxima vez que trepes a un rbol con tus amigos, procura tener ms cuidado para no caerte. Kabindji apret los dientes. Con la mirada clavada en su herida cubierta de aromticas plantas medicinales, record la causa que haba provocado el accidente y sinti resurgir de repente toda la indignacin que llevaba dentro. Ya te he dicho que no me he cado, me han empujado! exclam indignado. Estoy harto de aguantar las canalladas de Likong y sus amigos! Tswama movi la cabeza y se qued pensativa, acariciando el pelo ensortijado de su hijo durante unos minutos, hasta que por fin dijo: Algn da podrs desquitarte, hijo mo, pero tienes que saber esperar. Debes tener paciencia. Paciencia? Hasta cundo he de tener paciencia? Me respetan cada vez menos. Empezaron por burlarse de m porque soy ms bajo que mis compaeros, y a llamarme enano y pigmeo. Ahora dicen que no soy un bowassi, sino una hiena del bosque, y me aconsejan que memafumba: en lingala significa hormigas (en singular, lifumba). En este caso se trata de las temibles hormigas legionarias, cuyas mandbulas se utilizan para suturar heridas.2

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vaya del poblado en busca de otra hiena con la que pueda aparearme. Eso es lo que dicen. An hoy, me juzgan nicamente por mi aspecto, y no importa si hago o dejo de hacer algo importante. Al final llega Likong o cualquier otro y me ridiculiza. Ni siquiera se me conceden los derechos normales de la tribu. Te refieres al nkoma3... S. Hace ms de un ao que cumpl los diecisis y an no se me ha permitido realizar el ritual del tatuaje sagrado. Todo llegar, hijo. Ya sabes que tu to Kysanto prometi hablar de ese asunto con el jefe Nsomo, y puedes estar seguro de que lo har en cuanto le sea posible. Pronto podrs realizar la ceremonia y ser considerado mobali4, un hombre adulto. Es una lstima que mi to Kysanto no sea el jefe. Intenta dormir, Kabi Tswama se puso en pie y se apart de su hijo. Ahora debo salir a buscar hierbas y frutas para la cena... Intentar que esta noche tengas un plato especial, de los que tanto te gustan. Y procura no moverte mucho. Ya vers como todo acaba por arreglarse. Poco a poco, la mente de Kabindji regres de aquel episodio pasado. Como un helado punzn, la terrible realidad del presente se abri camino a travs de su cerebro: la situacin se haba invertido, pero ahora que su madre le necesitaba, l no poda hacer nada por ella. No era la primera vez que Kabindji senta de cerca la insidiosa proximidad de la muerte, y por eso saba reconocerla. La muerte estaba all, junto a su madre, rozando su cuerpo con la inexorable caricia de sus dedos glidos. La muerte. A pesar de su juventud, Kabindji ya haba visto morir a varios habitantes del poblado, unos por enfermedad, otros por picaduras de serpiente, o por accidentes de caza... Pero esta vez era distinto. El destino le golpeaba demasiado cerca, en la persona ms querida, y eso le record algo: cierto da, cuando acababa de abatir una mona con una de sus flechas envenenadas, descubri a su cra viva, que an se aferraba intilmente al cuerpo muerto de la madre. Kabindji se haba preguntado entonces lo que sentira aquel pequeo ser al verse privado de repente del calor y la proteccin de su madre... Ahora ya lo saba. El joven se arrodill junto a Tswama y la toc. La piel brillante de la mujer se haba tornado opaca y gris, mientras los bonitos cabellos que Kabindji tanto haba admirado en otro tiempo se haban convertido en una masa informe y estropajosa alrededor de un rostro marchito. El muchacho levant la cabeza hacia Busama y pregunt: Cunto crees que vivir?nkoma: en lingala significa tatuaje y, por extensin, algunas ceremonias relacionada con los mismos. 4 mobali: en lingala significa hombre o macho, aunque aqu se refiere a un hombre adulto.3

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Mi padre padeci el mismo mal y recuerdo perfectamente cmo muri. Le queda poco tiempo, Kabi..., muy poco tiempo. Y ya ni siquiera la magia de Nsomo puede salvarla... Kabindji not cmo el terrible significado de las palabras de la mujer penetraba hasta lo ms hondo de su embotado cerebro. Apenas se percat de que ella continuaba hablando: ...Te dejo a solas con tu madre para que puedas despedirte de ella. Yo ya no puedo hacer ms. Conteniendo las lgrimas, Busama recogi sus cosas y sali por la estrecha puerta de la choza. Durante unos segundos, el muchacho se qued mirando aquella abertura que mostraba las angostas callejuelas del poblado y la actividad cotidiana de sus gentes, cuya vida prosegua como si nada especial estuviese sucediendo. La existencia de Kabindji, en cambio, acababa de dar un giro terrible. Sumido en el dolor y la incredulidad, el joven cazador contempl el cuerpo tendido de Tswama, habitualmente tan lleno de vida. De repente, la mujer se agit y abri los ojos. Su mirada turbia recorri el interior del chamizo, dando la impresin de no ser capaz de distinguir nada de lo que vea. Hasta que al fin descubri la presencia del muchacho, acurrucado junto a ella. Entonces una luz de reconocimiento ilumin sus dilatadas pupilas. Ka... bi, hijo murmur con voz entrecortada. Madre! exclam Kabindji con lgrimas en los ojos. Madre...? repiti la mujer, tragando saliva con dificultad. Creo que ha llegado la hora de decirte la verdad, Kabi... Yo no... no soy tu verdadera madre. Tu madre muri hace mucho tiempo. Qu dices? Eso no es posible! exclam incrdulo el muchacho, convencido de que su madre estaba delirando. Sin embargo, la mirada de Tswama ganaba lucidez por momentos y su voz se volva ms firme y clara, hasta el punto de que Kabindji lleg a pensar que se estaba recuperando. La verdad es que yo jur no revelarte nunca el secreto de tu pasado, pero me voy ms tranquila as, sabiendo que conoces la verdad. Siempre te has preguntado por qu algunos del pueblo, como Likong, se niegan a considerarte un autntico... bowassi prosigui Tswama. Debes saber que, en cierto modo, tienen razn; procedes de otra tribu, de otra raza que viva lejos de aqu... Las palabras de la mujer golpeaban a Kabindji como un pesado mazo. Sinti deseos de correr, de no seguir escuchando. Ella no era su madre..., aqulla no era su tribu... Quin era l entonces? Como respuesta a aquellos pensamientos, la vacilante voz de Tswama prosigui con sus terribles revelaciones: Mi querido Kabi...; en realidad eres un botshu, un pigmeo..., pero eso no debe avergonzarte. Tu pueblo era prspero y valiente...; lo fue hasta que una espantosa desgracia cay sobre l. Todos sus habitantes fueron asesinados durante una feroz matanza. Asesinados... Tambin mis padres? S, tambin ellos. Una matanza? Quin lo hizo? Con el rostro baado en sudor la mujer pugn por incorporarse, aunque apenas pudo levantar un poco la cabeza. 14

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Eran tiempos difciles y oscuros, Kabi. Tiempos de guerras sangrientas entre tribus vecinas, tiempos de cultos a oscuras divinidades como Nzenenek, el infame demonio del bosque. A menudo, Likong y sus amigos nombran a ese Nzenenek. Pues no deberan hacerlo. El simple sonido de ese nombre maldito produce escalofros, y trae el recuerdo de ciertos ritos antiguos que nos ocasionaron a todos grandes calamidades... Por suerte, todo eso ya ha pasado y esas prcticas estn proscritas. Pero hace apenas quince aos la locura se haba adueado de toda la comarca y tu gente fue exterminada junto con otros pueblos, como los washai... Nosotros, los bowassi, logramos sobrevivir, aunque pagamos un alto precio. An hoy, nuestro pueblo sufre desgracias tales como esa crecida del ro que arruin las cosechas del ao pasado. Estamos siendo diezmados por enfermedades como la que ahora me est matando y padecemos el acoso de una fiera sanguinaria que nos acecha da y noche. Algunos afirman que todo eso no es casual, que forma parte de un castigo por haber practicado el culto maldito. La gente que, como Busama, cree en las antiguas leyendas, dice que un da alguien encontrar el poderoso biyamb-yamb y lo traer consigo hasta aqu. Ese da cambiarn las cosas. Al escuchar el nombre del legendario talismn, Kabindji abri la boca, pero permaneci completamente mudo. Tswama prosigui: En tu poblado muri mucha gente, aunque a ti se te perdon la vida. Eras muy pequeo, y tus padres haban sido asesinados durante la masacre... Entonces... alguien se apiad de ti y viniste a parar a este poblado. Yo te adopt. La mente de Kabindji, incapaz de asimilar lo que estaba escuchando, pareca a punto de reventar. Quera taparse los odos y gritar con todas sus fuerzas, vocear a los cuatro vientos que todo aquello era falso, que l era Kabindji, el hijo de Tswama, un guerrero bowassi... Se mantuvo callado. Tom las manos de su madre adoptiva entre las suyas y permaneci atento, temblando ante lo que an podra descubrir acerca de su pasado. Un silencio de muerte se haba instalado en el interior de la pequea choza. La respiracin de la mujer se haca cada vez ms trabajosa y entrecortada. El brillo de aquellos grandes ojos se apagaba por momentos, y Kabindji comprendi que el fin estaba cerca. Hay... algo ms... que de... bes saber tartamude Tswama con gran esfuerzo. La ma... yora de los bowassi hemos vivido engaados, nos hemos criado a la sombra del odio generado por tantas guerras y muertes. Hubo un dirigente, un prestigioso personaje que supo reunir a todos los poblados bowassi del norte..., y hubo matanzas, pueblos enteros arrasados..., como en el que vivas con tus padres... An hoy, hay muchos que siguen odiando. Odian a los extraos, a los washai, a los mongo, a los botshu..., y t eres un botshu. Debes tener mucho cuidado, ahora que ya no estar a tu lado para... protegerte. De... bes... esss... La cabeza de Tswama se inclin hacia atrs y sus labios se agitaron sin que ningn sonido inteligible llegase a brotar de ellos. Kabindji

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abraz con ternura aquel cuerpo tembloroso que durante aos haba sido para l la nica fuente de cario. Mam! grit el muchacho con voz angustiada. No me dejes. El pasado no me importa. Para m seguirs siendo siempre mi madre, mi nica madre... Tswama no respondi, pero el muchacho crey adivinar la sombra de una fugaz sonrisa sobre los amoratados y tumefactos labios de la moribunda. Luego, los msculos de Tswama se relajaron y la luz se extingui definitivamente en su mirada. La ruidosa respiracin haba cesado, y lo nico que Kabindji poda escuchar ahora era el entrecortado y desgarrador sonido de sus propios sollozos. El acompasado retumbar de los tambores marcaba el ritmo de una danza lenta y sincopada que las mujeres ejecutaban, desnudas de cintura para arriba, en seal de duelo. Con los cuerpos arqueados y enteramente recubiertos de hojas, otro grupo de bailarines practicaba la danza que simbolizaba el paso de la vida a la muerte: el largo y definitivo viaje que el espritu del fallecido debe emprender hasta reunirse con sus antepasados y sus seres queridos. Uno de los bailarines asuma el papel de espritu de la persona fallecida, y los dems deban conducirle fuera de su envoltorio carnal y guiarle en su difcil camino hacia el ms all. Kysanto, el hermano de Tswama, coloc su mano con delicadeza sobre el hombro de Kabindji, que no lograba apartar la mirada del cadver de su madre adoptiva mientras ste era ungido y preparado para el entierro. Momentos despus, el muchacho se estremeca al or el sonido apagado y terrible que producan los primeros puados de tierra al caer sobre el cuerpo de Tswama. De algn modo intuy que con aquel ruido se cerraba una etapa de su vida, aunque no se atreva a considerar lo que vendra despus. Los pensamientos del joven cazador se alejaron entonces de aquella ceremonia en un esfuerzo por imaginar cmo fueron sus verdaderos padres y cul habra sido el aspecto de su poblado natal... Un ligero carraspeo a su espalda le hizo volver la cabeza: Kysanto an estaba a su lado. El consejero vesta una larga tnica adornada con tiras de piel de leopardo, la vestimenta ceremonial reservada a los venerados miembros del consejo de ancianos. Era muy delgado y su rostro apareca cubierto por una espesa barba plateada, un rasgo poco frecuente entre los bowassi y que contribua a engrandecer la dignidad de su imagen. Una imagen que era temida y respetada por todos. Sin embargo, Kabindji lo mir sin la menor reverencia y alz la voz por encima del retumbar de los tamtanes: Hay algo que necesito saber, to Kysanto. Imagino lo que es, y te aseguro que no debes preocuparte. El espritu de mi hermana, tu madre, se habr reunido con nuestros antepasados antes de que termine la ceremonia. Y puedes estar tranquilo, ya que algn da no muy lejano nosotros tambin acudiremos a la cita, aunque supongo que ese viaje... lo emprender yo mucho antes que t. 16

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Todo eso ya lo s. La pregunta es otra el muchacho vacil. Necesito saber dnde se encontraba el poblado pigmeo, el que fue destruido aos atrs. El cuerpo de Kysanto se envar de repente, y su mano se retir del hombro de Kabindji como si ste quemara. Veo que mi hermana ha decidido hablar antes de morir..., y no me parece buena idea. Esa informacin no te har ningn bien. La incertidumbre tampoco me hace ningn bien. Necesito saber. El mal ya est hecho y no tiene remedio. Si te empeas en que hablemos, hablaremos, pero ser en otro momento. Nsomo ha decidido convocar una asamblea urgente Para maana, y como consejero debo organizar los preparativos. Nos veremos ms adelante. El muchacho permaneci con la vista fija en la silueta que se alejaba hasta que Kysanto, con su andar solemne, se perdi entre la multitud. Kabindji se sinti entonces golpeado por una espantosa sensacin de vaco, de soledad. Nunca hasta entonces se haba dado cuenta de la importancia de su madre, de que ella lo haba sido todo para l. Ahora no le quedaba nadie en quien confiar, excepto en su to... Siento lo de tu madre, muchacho dijo una voz grave a su espalda. Kabindji se volvi sorprendido. Aparte de su to, nadie se haba acercado a l para decirle unas palabras de consuelo, como era la costumbre. Por eso le sorprendi aquella voz acompaada de una enorme manaza que se pos en su brazo. Era Mutembo, un gigantesco guerrero admirado por su fuerza y valenta. Gra... cias acert a tartamudear el asombrado muchacho. No debes estar triste recomend el bowassi haciendo ademn de marcharse. No olvides que la muerte es un camino que, tarde o temprano, todos hemos de emprender; un guerrero debe estar siempre dispuesto a ello. Yo no soy an un guerrero. No me dejan serlo se quej Kabindji. El musculoso gigante ya haba comenzado a alejarse con sus grandes y elsticas zancadas, pero se detuvo y aadi: Si eres o no un guerrero, depende ms de tu valor y de la nobleza de tu corazn que de lo que opinen los dems. Puede que t ya lo seas, quin sabe? Kabindji an no haba tenido tiempo de asimilar las palabras de Mutembo cuando divis otra figura, mucho ms menuda y grcil, que caminaba en sentido contrario. El muchacho intent tragar saliva mientras senta cmo su pulso se aceleraba: era Bwanya. La joven vesta un sencillo limputa, un trozo de tela enrollado alrededor del cuerpo, segn la costumbre de las mujeres bowassi. Llevaba el pelo recogido en un sinfn de finas trenzas que caan alrededor de su rostro de rasgos suaves y gran belleza, en el cual se reflejaba una intensa emocin. Ella tambin haba perdido a sus padres siendo an muy pequea y, en cierto modo, estaba tan sola como l. Se acerc al muchacho y le toc levemente el brazo. En otras circunstancias, el contacto con el objeto de sus sueos habra transportado a Kabindji 17

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hasta un paraso de felicidad. Ahora, sin embargo, estaba demasiado triste y desconcertado, por lo que se limit a observar fijamente a la muchacha. El resultado de aquella intensa mirada fue sorprendente: durante unos instantes sinti que todo cuanto les rodeaba se disolva en la nada. Los sonidos y cnticos fnebres se apagaron en sus odos, y la gente, el poblado, la selva e incluso el cielo y la tierra dejaron de existir. Slo quedaron ellos dos, unidos por una atraccin invisible. Pese a la total ausencia de palabras, Kabindji poda percibir montones de cosas a travs de los ojos profundos y brillantes de Bwanya... Hasta que el hechizo se rompi. De nuevo se encontraron en las proximidades de una aldea africana, rodeados de voces y ruidos. Antes de que Kabindji tuviera tiempo de reaccionar, la joven ya haba dado media vuelta, alejndose en direccin a las chozas.

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Captulo tercero

La asamblea

medio de una gran algaraba, los habitantes del poblado se arremolinaron en la plaza central para asistir a la asamblea convocada por el jefe Nsomo. A pesar del aparente caos que reinaba, todos estaban colocados con cierto orden, segn su rango y formando crculos concntricos. En el interior se encontraban los guerreros, un poco ms atrs las mujeres y los ancianos y, por ltimo, los nios. En el mismo centro de aquella extensin, cubierta de apretados cuerpos sudorosos, se alzaba una tarima de madera sobre la cual haba cuatro sillas vacas. Kabindji intent abrirse paso hacia el interior de la plaza, pues su baja estatura le impeda ver lo que ocurra. Sin embargo, su avance pronto se vio interrumpido por un viejo guerrero visiblemente malhumorado: Fuera de aqu, apestoso botshu! escupi con rabia la boca desdentada del anciano. Tanto tiempo entre nosotros y an no has aprendido que este lugar est reservado a los guerreros bowassi? Vete al bosque a reunirte con las alimaas de tu especie! Kabindji mir a su alrededor en busca de apoyo, pero todas las miradas que encontraba estaban cargadas de fro desprecio. Resignado, retrocedi hasta situarse en la parte ms alejada, entre los nios, e incluso all tuvo que soportar algunas risas y burlas que slo cesaron gracias a los acontecimientos que se iniciaban sobre la tarima central: la escandalosa multitud enmudeci de repente al hacer su aparicin cuatro personajes suntuosamente ataviados que subieron a la tarima con paso solemne. Sobre la ms grande y adornada de las sillas, el trono, se acomod Nsomo, el brujo-jefe de los bowassi. Era un hombre relativamente joven, aunque su rostro estaba surcado por profundas arrugas que resaltaban an ms su expresin ceuda. Bajo sus ojos inyectados en sangre destacaban unos pmulos recubiertos por una fina red de tatuajes cuyos motivos se reproducan igualmente en su pecho y sus antebrazos. Al igual que su hijo Likong, Nsomo era de complexin atltica. En la mano llevaba un pequeo bastn rematado por un conjunto de finas tiras de piel, un instrumento que

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utilizaba para espantar las moscas y tbanos que osaban acercarse a su insigne persona. Aunque el jefe se mova con la calculada lentitud de un felino, sus poderosos msculos siempre parecan en tensin, a punto de saltar y listos para alguna accin violenta, y era legendaria su habilidad para el combate. De hecho, Nsomo era el nico jefe que haba logrado alcanzar su cargo mediante el mobuni, el combate tradicional por el poder. En las otras tres sillas, alineadas en segundo plano detrs del trono del jefe, se sentaron los tres miembros del consejo de ancianos: Mboka, Mokwango y Kysanto. Tres antiguos guerreros vestidos con tnicas largas y adornos de piel de leopardo, tres hombres venerados por su experiencia y sabidura y quiz ms temidos incluso que el propio Nsomo. Cualquiera de los cuatro personajes que se sentaban sobre aquella tarima tena poder de vida o muerte sobre los dems habitantes del poblado. Los tres miembros del consejo de ancianos permanecan rgidos como estatuas. El cuerpo obeso y grasiento de Mokwango destacaba por su inmenso volumen entre sus dos esquelticos compaeros de consejo, cuyos huesos parecan a punto de perforar sus secos pellejos. Pero nadie se fijaba mucho en el aspecto fsico de los ancianos, pues todos rehuan la mirada fra de aquellos tres pares de ojos. Eran igualmente temidos y respetados, y su simple presencia bastaba para mantener en absoluto mutismo a toda la multitud que se apiaba a su alrededor. Nadie abri la boca hasta que Nsomo, como mxima autoridad, decidi romper el tenso silencio: e-! grit alzando una mano. ! corearon al unsono todos los presentes. Insatisfecho con el nivel de entusiasmo demostrado por sus sbditos, Nsomo sacudi la cabeza y repiti ms fuerte: E-! ! respondi la turba enfervorizada. Tras una leve pausa, el cacique lanz por tercera vez su grito: E-EE! EEEEEE! repitieron a pleno pulmn los extasiados asistentes. Complacido con el fervor alcanzado, el jefe esboz una leve sonrisa antes de proseguir: Hermanos, hermanas... Como jefe vuestro os he reunido para hablaros de un asunto que ya conocis y que a todos nos preocupa. Me refiero a ese leopardo que ronda nuestro poblado y se vuelve cada vez ms atrevido. Cuatro de nuestros hermanos ya han perecido bajo sus garras asesinas, sin contar las numerosas cabras y gallinas que ha devorado. Su presencia nos ha obligado a prohibir a los jvenes abandonar el poblado durante la noche, pero incluso de da son muchos los que vacilan antes de salir solos a la espesura, muchas las madres que temen dejar que sus hijos jueguen ms all de los lmites de la empalizada. Sabemos que se trata de un leopardo viejo, un animal cuyos dientes rotos y desgastadas uas no le permiten ya cazar animales salvajes. Por tanto, para cualquiera de nuestros guerreros

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ser fcil acabar con l. Entre todos ellos elegir a un valiente para que cumpla esa misin... Una cerrada ovacin acogi las palabras del soberano. Cuando las voces se hubieron acallado, Kysanto se puso en pie. Muy sensatas han sido las palabras del gran jefe Nsomo dijo sealando hacia el cacique con su mano huesuda. Conociendo su propio valor, su fuerza y el poder de su magia, no me extraa que desprecie el peligro que supone ese animal. Nuestro jefe es formidable... Varias voces se elevaron para aclamar de nuevo a Nsomo. Kysanto aguard pacientemente hasta que volvi a hacerse el silencio. Sin embargo, ninguno de nuestros valientes guerreros podra compararse con el gran Nsomo. Es cierto que el leopardo es viejo, pero esa vejez no lo hace menos peligroso, sino al contrario. Por qu tenemos nosotros un consejo de ancianos? Acaso no es un pobre viejo decrpito el que os habla? Y sin embargo me escuchis... Un murmullo de perplejidad recorri la muchedumbre. Ese leopardo est ahora en la fase final de su vida prosigui Kysanto. Y precisamente por eso tiene acumulada en su cabeza la experiencia de muchos aos. Ha vivido, y vivido, y vivido tiiiii5... Ahora se las sabe todas. Tambin ha tenido ocasin de equivocarse muchas veces y, al igual que cualquiera de nosotros, ha ido aprendiendo de sus errores. Quiz sea ms dbil y lento que un leopardo joven, pero es cien veces ms difcil de engaar, como lo demuestra la facilidad con la que ha cometido sus fechoras ante las mismsimas narices de nuestros mejores guerreros. Por eso, es mi deber como consejero recomendar que se organice una batida en toda regla, y que sean varios los guerreros y cazadores que participen en ella. Solamente si actuamos en grupo, de forma organizada, podremos asegurar el xito. Debemos proceder como en los viejos tiempos, cuando toda la comarca hablaba de la gloria de nuestras gestas... Un clamor apagado surgi de la muchedumbre. Kysanto dirigi una interrogadora mirada hacia Nsomo, que haba escuchado las palabras del anciano con el ceo particularmente fruncido. Sabia es la voz de los ancianos respondi al fin el jefe. En efecto, si ese leopardo es la mitad de astuto que nuestro venerable Kysanto, debemos andar con ojo. Reconozco que a veces me dejo llevar por mi valor y mi fuerza, olvidando que soy especial y que por eso soy el jefe. La mayora de nuestros bravos muchachos tiene mucho que aprender hasta poder alcanzarme..., suponiendo que alguno lo haga aadi riendo. Una risa nerviosa se extendi entre los asistentes, aunque la mayor parte de los guerreros permanecieron ceudos. Nsomo prosigui: Yo escojo a Lofundu, a Mutembo, a Kwasway, a Lisangu y a Mpundu para la batida, y entre ellos nombro a Lisangu como jefe de la misma... Todos deben obedec...tiiiii: expresin que se utiliza para exagerar el tiempo o la distancia. Suele acompaarse con un gesto elocuente de la mano y el dedo ndice.5

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Ejem...! carraspe Kysanto con discrecin. Qu pasa ahora...? exclam el jefe, visiblemente contrariado por aquella nueva interrupcin. Como de costumbre, has escogido muy bien a tus hombres. Eso demuestra tu gran sabidura y buen criterio para valorar a tu gente. Sin embargo, me atrevo a sugerir que incorpores a tu hijo Likong a la expedicin y que le nombres jefe de la misma, en lugar de Lisangu. Sabemos que Likong es casi tan valiente como su padre y a todos nos enorgullecer verle por fin al frente de una misin importante. El rostro de Nsomo se torn grisceo. Gruesas gotas de sudor comenzaron a resbalar por su piel, resaltando el relieve de sus complejos tatuajes. Con una mano hizo una sea a Kysanto para que se acercara. El anciano obedeci y avanz hasta situarse junto al trono del jefe, donde permaneci quieto y con la cabeza inclinada. Ests loco, Kysanto! escupi Nsomo al odo del anciano. Quieres dejarnos en ridculo, o qu? Sabes perfectamente que Likong siente verdadero pnico por los leopardos. Es algo superior a sus fuerzas y no puede evitarlo. No tengo por qu arriesgar la vida de mi hijo, mi nico sucesor. De nada servir que Likong herede el trono si no es respetado y temido por la gente. Acaso has olvidado cmo subiste t mismo al poder? Reconozco que sin tu apoyo jams lo habra logrado la voz del jefe se convirti en un susurro casi inaudible. Siempre te estar agradecido por haber amaado el mobuni... S, pero ese brebaje que le hice beber a tu adversario tan slo sirvi para atontarlo un poco, y de nada habra servido si t mismo no te hubieses comportado como un valiente. Ningn guerrero aceptara el mandato de un hombre menos valeroso que l mismo, ni tampoco de alguien que nunca se ha enfrentado a peligro alguno ni ha dirigido con xito a sus hombres en batallas o caceras arriesgadas. As somos los bowassi! Sabes que tengo razn, y es inevitable que, tarde o temprano, Likong necesite demostrar que realmente lleva algo de su padre en las entraas. Debes considerarlo una leccin para Likong, una prueba de fuego que le vaya preparando para acaudillar a nuestras tropas en las futuras batallas que sin duda tendremos que librar contra los eternos enemigos de nuestro pueblo. Es preferible que tu hijo no llegue a subir al trono a que baje de l con la cabeza separada del cuerpo. El jefe se agit inquieto en su enorme silla. Pero eso puede esperar. Habr otra ocasin menos peligrosa... Todas las ocasiones deben ser peligrosas para ser vlidas. Piensa que hoy podra comenzar el futuro reinado de tu nico hijo. Adems, puedes considerarlo una decisin de todo el consejo. Debe ser ahora! Sin aguardar respuesta, Kysanto regres a su asiento. Indeciso, Nsomo mir hacia los otros dos ancianos consejeros, cuya mirada glacial le hizo estremecerse. Se puso en pie y grit: Por fin ha llegado el gran da en que mi hijo demostrar ser, como su padre, un digno aspirante al trono. Likong, hijo, acrcate. Vas a tener el honor de mandar el grupo de elegidos que nos traern el 22

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cuerpo de esa fiera para que nuestras mujeres y nuestros nios puedan pisotearlo y escupirlo. Y todos recordarn tu proeza. Todos sabrn que pueden dormir tranquilos en sus chozas gracias a Likong, el hijo de Nsomo. En medio del clamor general, Likong avanz hasta situarse junto a la silla de su padre. Desde lejos nadie poda apreciar el sudor que perlaba su frente ni el ligero temblor que agitaba sus piernas.

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Captulo cuarto

Likong

de diminutas y brillantes gotas de roco, los enmaraados hilos tejidos por enormes araas del gnero nephila6 formaban caprichosos arabescos que centelleaban bajo los primeros rayos del sol. El estridente graznido de las aves competa con el gritero de los monos que iniciaban sus eternas disputas en las ramas altas. Por debajo del denso techo de vegetacin, el pequeo grupo caminaba sin prisas, siempre hacia el norte, siguiendo de cerca el rastro de la fiera. Los integrantes de la partida eran altos y esbeltos guerreros bowassi, todos ellos ataviados con las galas y adornos propios de su rango. Las vistosas plumas blancas y negras que adornaban sus altivas cabezas procedan de la cola de un gran pjaro, el clao de pico rojo7, y contrastaban con los pesados aros de cobre pulido que relucan alrededor de brazos y tobillos. Pero lo que ms llamaba la atencin eran sus cuerpos, verdaderos mosaicos de color donde gruesos trazos de pigmentos azules y blancos alternaban con las marcas de los tatuajes y las profundas cicatrices de antiguos combates. Por detrs de ellos, disimulada entre el espeso follaje, avanzaba una sigilosa figura que se distingua fcilmente del grupo que le preceda por la ausencia de abalorios y marcas sobre su piel oscura. Tambin su talla era algo inferior a la de esos compaeros de quienes se ocultaba, aunque la elasticidad de sus giles movimientos incluso superaba la de aqullos.6

CARGADOS

nephila: araa de gran tamao cuyo cuerpo mide ms de cinco centmetros y, con sus largas patas, puede sobrepasar los dieciocho. La resistencia de sus telas es tal, que incluso algunos pjaros pequeos pueden quedar atrapados en ellas. Sus filamentos firmes y pegajosos resultan molestos al caminar por la selva.7

clao de pico rojo (Tockus erythrorhynchus): ave de unos cincuenta centmetros de longitud, provista de un gran pico curvado hacia abajo. Su plumaje es blanquecino a excepcin de las alas y la cola, que son negras con manchas blancas. Anidan en oquedades de los rboles, cuya entrada tapian con barro mientras dura la incubacin de los huevos. La hembra queda encerrada junto a sus polluelos y es alimentada por el macho a travs de una pequea abertura.

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As progresaba el curioso conjunto de perseguidores y perseguidos: el leopardo iba acosado de cerca por los guerreros, rastreados a su vez por el joven pigmeo Kabindji. Ni los hombres ni la bestia emitan sonido alguno, pero tampoco necesitaban hacerlo. La espesa selva que les rodeaba estaba plagada de mensajes claros que podan descifrar con la misma sencillez con que nosotros interpretamos las seales de trfico de nuestra ciudad. Los hombres saban que el inevitable enfrentamiento con la fiera estaba cerca. Resultaba evidente que se trataba de un animal lento y viejo, aunque, como haba dicho Kysanto, diablicamente astuto. Tanto era as, que en ms de una ocasin estuvieron a punto de perderle la pista. Pero al fin haban logrado arrinconarlo, demostrando con ello ser ms taimados que l. Conteniendo la respiracin, los bowassi se aproximaron con sigilo a un pequeo grupo de arbustos que crecan junto al ro. Sus msculos estaban tensos y las lanzas vibraban entre sus dedos, dispuestas para ser arrojadas con fuerza a la menor seal de peligro. El rastro del leopardo estaba fresco. Caliente. Los excrementos del animal eran tan recientes que las moscas an no haban acudido a posarse sobre ellos. Algunas de las hierbas aplastadas bajo el peso de sus patas ni siquiera haban tenido tiempo de enderezarse. Incluso era posible percibir, flotando en el aire pesado de la maana, el inconfundible aroma del animal: un olor engaosamente agradable, parecido al que desprende el suave y limpio pelaje de un gato domstico. Mutembo y Likong intercambiaron una mirada significativa. El camino mora junto a la ribera y el cerco no permita escapatoria: el encuentro se haca inexorable. Como respuesta a sus conjeturas, las hojas del matorral se agitaron con un estremecimiento casi imperceptible, confirmando que la fiera estaba agazapada all dentro. Acorralada. Se encontraban ya a menos de cincuenta pasos de la frondosa maleza donde les aguardaba el animal. A pesar de que sus ojos slo podan apreciar una espesa cortina de follaje de aspecto inofensivo, cada uno de los bowassi saba lo que se ocultaba detrs, y con su imaginacin podan adivinar los detalles que sus miradas no podan percibir: los msculos tensos bajo la piel moteada, las fauces entreabiertas, el hocico retrado dejando al descubierto los poderosos colmillos, el par de ojos amarilloverdosos de mirada penetrante y las orejas aplastadas contra el crneo, replegadas hacia atrs para el ataque... Likong trag saliva con dificultad y lanz unas rdenes escuetas a los hombres que estaban a su mando: Kwasway! Mpundu! Id por el lado izquierdo. Lisangu! Lofundu! Avanzad por el derecho. Mientras tanto, Mutembo y yo marcharemos de frente. Todos asintieron y comenzaron a desplegarse segn las instrucciones del hijo de Nsomo. Kabindji se haba encaramado a un rbol prximo, desde donde observaba la escena con mucho inters. Se fij en la actitud de Likong, que, con cierto disimulo, procuraba situarse siempre detrs de Mutembo, escudado tras las anchas espaldas de su gigantesco compaero. De repente, un movimiento a la 25

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izquierda del camino distrajo la atencin del grupo de cazadores. Por el sendero acababa de aparecer la esbelta figura de una muchacha. Ignorante del peligro, la chica caminaba con paso airoso y decidido, detenindose de cuando en cuando para recoger algunas hierbas que guardaba en una pequea cesta. Sus pasos la conducan directamente hacia el escondrijo donde se ocultaba la fiera. Kabindji sinti que su corazn dejaba de latir, pues acababa de reconocer a la recin llegada: Bwanya! Los guerreros, que ya haban iniciado el despliegue, se volvieron hacia su jefe en espera de instrucciones, pero Likong pareca superado por los acontecimientos y no haca ms que farfullar rdenes sin sentido: Kwasway y Mpundu..., proteged a la chica! Esperad..., Lisangu est ms cerca. Hay que atacar al leopardo! No, un momento, es mejor esperar a que ataque l! Ante semejante cmulo de contradicciones, los hombres vacilaron, indecisos. Kabindji, en cambio, no lo dud ni un instante. Haba venido con el simple propsito de observar los acontecimientos, sin albergar la intencin de intervenir directamente. Pero la sbita aparicin de la muchacha cambiaba la situacin; la haba reconocido y eso bastaba. Actu con celeridad: se dej caer al suelo mediante un gil salto y emprendi una veloz carrera hacia el lugar donde se encontraba el leopardo. Kabindji sola considerarse a s mismo un valiente, y el hecho de sentirse cada vez ms asustado a medida que menguaba la distancia que le separaba de la fiera no cambiaba esa opinin. Siendo apenas un nio, su to Kysanto le haba enseado que el autntico valor slo puede demostrarse cuando se tiene miedo. Record con claridad aquellas palabras: La valenta crece a partir de tus propios temores, y se alimenta de ellos. En eso consiste el mrito. Un guerrero sin miedo nunca podr ser valiente, tan slo un loco o un imprudente. Cuanto ms miedo tengas, ms heroico llegar a ser tu comportamiento. Lo nico que debes hacer es aprender a dominarte, a utilizar la energa de tu propio temor sin dejarte apabullar por el pnico. Un consejo que le habra venido de perlas a Likong. El joven pigmeo pas al lado de la estupefacta muchacha y continu su veloz carrera en direccin a los matorrales. Ahora Kabindji senta aumentar la frecuencia de los latidos de su corazn y cierto cosquilleo en la boca del estmago. Hubiera preferido no estar all, no tener que enfrentarse directamente al torbellino de garras y dientes en el que el felino se convertira muy pronto. S, estaba atemorizado, pero tambin saba que ese mismo sentimiento que le invada le sera, til a la hora de luchar. Aunque Kabindji ignoraba la existencia de la adrenalina, haba tenido ocasin de familiarizarse con sus efectos. A sus diecisiete aos, y a pesar de no estarle permitido participar en las caceras, ya posea cierta experiencia en enfrentamientos con animales peligrosos, pues la selva est plagada de ellos. Sin embargo, nunca hasta entonces haba tenido que vrselas cuerpo a cuerpo con un leopardo adulto. Mucho ms terrible que la fiera en s lo era el hecho

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de no poder verla: resultaba espantoso saberse tan cerca, intuir su mirada fra y calculadora y su cuerpo listo para el salto fatal. Nadie sabr nunca lo que ocurri dentro del sagaz cerebro de aquel leopardo. Es probable que ya se sintiera muy irritado por el hambre y el acoso que vena padeciendo durante horas cuando percibi aquella nueva amenaza: una insolente y delgada figura que osaba correr hacia l y atacarle. En condiciones normales habra huido, pues los leopardos procuran evitar enfrentarse con seres humanos adultos. Pero el felino debi de considerar que aquellas condiciones no eran normales: a su espalda estaban las profundas aguas del ro, y a su alrededor haba muchos hombres, as que su instinto le impuls a lanzarse sobre aquella criatura algo ms pequea que las dems y que corra solitaria a su encuentro. Con un crujido, las ramas de los arbustos se separaron dejando paso a un nervudo cuerpo moteado que surgi como un proyectil en direccin al joven pigmeo... Pero Kabindji ya estaba preparado. Balanceando la lanza por su centro de gravedad, el brazo derecho de Kabindji haba ido retrocediendo poco a poco hacia atrs, almacenando as todo el mpetu de su veloz carrera. De pronto, los msculos del muchacho se tensaron como un poderoso y nico resorte de acero. Su cuerpo de bano se arque y gir sobre s mismo para vencer la inercia del pesado venablo, que sali despedido al encuentro del animal. Durante un instante Kabindji tuvo la sensacin de haberse desgarrado de arriba abajo por la excesiva violencia del movimiento, y sinti todos sus nervios recorridos por un latigazo de dolor. Pero no prest atencin a nada que no fuera la trayectoria de su arma. Err el tiro. Quiz debido a su inexperiencia, o al excesivo mpetu del lanzamiento, el venablo se clav profundamente en la blanda tierra, tan slo a unos pocos centmetros del cuerpo del animal. El entusiasmo inicial del joven cazador se troc en verdadero pnico al comprobar lo cerca que estaba de la bestia. Incapaz ya de frenar su carrera, desenfund su viejo machete y se prepar para lo que sin duda sera una lucha a muerte. A pesar de contar con la mellada hoja de su arma, Kabindji saba que no tena muchas posibilidades de derrotar al enfurecido felino. Y entonces sucedi algo sorprendente. El animal se qued plantado delante del muchacho, mirndole fijamente con sus grandes ojos dorados. Aunque viejo, se le vea an flexible y vigoroso, con el cuerpo recubierto por multitud de cicatrices; haba algunas zonas calvas en su pelaje lustroso y, adems, le faltaba ms de la mitad de la oreja derecha. Cuando Kabindji, armado con su machete, se abalanz sobre el felino, ste se limit a apartar al muchacho de un zarpazo. Luego dio media vuelta y se alej, eludiendo el combate. En ese instante, los dems guerreros reaccionaron arrojando sus venablos, aunque ninguno de ellos logr acertar a la saeta moteada que ya se esfumaba entre la vegetacin. Kabindji rod por el suelo al tiempo que notaba en el muslo el doloroso fuego de cuatro largos cortes, aunque enseguida supo que no eran profundos. Todos los presentes se haban quedado boquiabiertos 27

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ante la inesperada reaccin del leopardo, que nadie acertaba a explicarse. Por qu haba cambiado de parecer en el ltimo instante? El ms perplejo era el propio Kabindji, que no poda apartar de su mente la mirada que le haba dedicado el animal justo antes de desaparecer: una mirada pavorosa y escalofriante, pero al mismo tiempo inteligente y casi... humana. La sensacin de algo clido y pegajoso que flua a lo largo de su pierna le sac finalmente de su estupor. Los ojos de la muchacha permanecan clavados con incredulidad en el lugar por donde acababa de desaparecer la bestia que tan cerca haba estado de arrebatarle la vida. Todos los guerreros haban utilizado sus armas..., todos excepto Likong, que observaba estpidamente la lanza que an sostena su mano. La expresin alelada del hijo del jefe cambi de repente, y su mirada expres de golpe toda la frustracin y la vergenza que senta al no haber sabido estar a la altura de las circunstancias. Avanz directamente hacia Kabindji, y por su actitud pareca dispuesto a ayudar al joven a ponerse en pie. Enseguida todos comprendieron que no era sa su intencin: los ojos del hijo de Nsomo se haban estrechado hasta quedar convertidos en dos finas rendijas, dos delgadas aberturas por donde asomaba todo el odio que un hombre puede llegar a sentir hacia otro. Su mirada lo deca todo: alguien haba osado arrebatarle la glora, el heroico derecho que le corresponda como lder y como futuro heredero del trono de los bowassi. Apartando sus ojillos crueles del cuerpo tendido del muchacho, clav su lanza en el suelo junto a l y grit: Viniendo hasta aqu has desobedecido la prohibicin, y slo eso ya es muy grave. Pero con tu inoportuna intervencin has destrozado la labor de varios das de cuidadoso acecho, algo absolutamente imperdonable. Por tu culpa esa bestia seguir matando a nuestra gente. Sers juzgado por esto! No tienes derecho a estar aqu, maldito pigmeo, y ni siquiera eres digno de llevar una lanza no sin grandes esfuerzos arranc el arma de Kabindji de la tierra hmeda y la esgrimi por encima de su cabeza, aadiendo: He aqu la lanza de Likong, el hijo de Nsomo: mi lanza. Con ella, yo, Likong, futuro jefe de los bowassi, he ahuyentado a la bestia justo a tiempo de salvar la vida de la joven Bwanya. Todos agacharon la cabeza excepto Mutembo, que se plant delante del hijo del jefe y habl con su voz profunda: No ponemos en duda tu valenta, Likong. Pero debemos reconocer que hemos fracasado en nuestra misin: el animal ha escapado. De no ser por la audaz intervencin de Kabindji, Bwanya estara muerta en estos momentos, y mi orgullo como bowassi y como guerrero me impide negar el valor de quien acaba de demostrarlo con creces. Likong hizo una mueca grotesca mientras sealaba hacia el cuerpo del pigmeo, que permaneca tendido en el barro. Me hablas de orgullo bowassi?, de orgullo guerrero? Todo eso me parece muy bien. Pero l no es un bowassi, ni siquiera un guerrero. Aceptara gustoso lo que dices si el leopardo hubiese sido ahuyentado por Lofundu..., o por Kwasway..., o por cualquiera de los de nuestro 28

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grupo. Pero l no es uno de nosotros. No es ms que un sucio pigmeo. Un animal apestoso. Pertenece a otra raza y no posee ningn derecho entre los de nuestro pueblo. Pretendes arrebatarle la gloria al hijo de tu jefe para drsela a un bastardo de otra raza? Mutembo mir a los dems y comprendi que ninguno de ellos le apoyara. Likong prosigui: Ese enano no estaba autorizado a portar armas, ni siquiera a participar en la batida. Nos ha seguido a hurtadillas, como la hiena persigue al len para arrebatarle su presa en cuanto se descuide. Ha intervenido para humillarme, Para humillarnos a todos. As es como pretenda ganarse esos derechos que no le corresponden; tal vez incluso ansiaba poder desposar a una bowassi y mezclar su sangre impura con la nuestra. No lo permitiremos! Volveremos al poblado y le otorgaremos el mrito de esta gesta a quien le corresponde, que soy yo: el que mandaba esta expedicin. Y ahora, Mutembo, te doy a elegir: vas a ponerte del lado de nuestro pueblo, o prefieres defender a ese enano? Tras un instante de vacilacin, Mutembo agach la cabeza y retrocedi un paso. Satisfecho con su victoria dialctica, Likong orden: Este miserable ha impedido que acabemos con la amenaza que asola nuestro poblado, pero al menos la hemos ahuyentado antes de que atacase a Bwanya. Regresemos cuanto antes para celebrar nuestra victoria. Honor a Likong, hijo de Nsomo! exclam una voz. Tmidamente al principio, pero cada vez con ms fuerza, los dems guerreros corearon el grito, con las lanzas apuntando al cielo: Honor a Likong!

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Captulo quinto

Humillacin

EL calor aumentaba a medida que el sol, en su veloz ascenso atravs del cielo brumoso, se acercaba al cenit. Afortunadamente, gran parte de la luz abrasadora del medioda se perda entre el follaje de las ramas altas y rara vez lograba alcanzar el estrato ms profundo del ecosistema: el umbro y enmaraado laberinto que el grupo de guerreros recorra de camino hacia su hogar. Se movan en silencio, sin prestar atencin a las densas bandadas de mariposas blancas que levantaban el vuelo entre sus pies descalzos, ni a las pequeas moscas tse-tse que revoloteaban a su alrededor emitiendo su zumbido caracterstico. De cuando en cuando, alguno de esos dpteros de abdomen plano se posaba con suavidad sobre alguna piel tatuada y permaneca muy quieto, con las alas cruzadas una sobre la otra y sorbiendo con avidez la sangre caliente y nutritiva. Pero los guerreros apenas prestaban atencin a aquellas peligrosas picaduras capaces de transmitir la enfermedad del sueo. A pesar de no haber podido cumplir con xito la peligrosa misin que el resto de la tribu les haba encomendado, al menos podan alardear de haberse enfrentado al animal y salvado la vida de la joven Bwanya, un hecho que llenara de admiracin a las mujeres y a los jvenes del poblado. Sin embargo, la expresin ceuda de los rostros fatigados y sudorosos traicionaba el clima de tensin que se haba establecido entre ellos. Cada uno de los habitantes de la selva, ya sea humano o animal, arrastra consigo el peso de dramticos episodios que han marcado su azarosa existencia. En la memoria de todas las criaturas del gran bosque se entremezclan glorias y miserias, momentos heroicos o mezquinos que se suceden a lo largo de sus vidas y que en muchos casos slo ellas conocen. En las cercanas del poblado se toparon con algunos nios que haban salido al encuentro de la expedicin y que se quedaron ensimismados escuchando el relato de la aventura, una versin muy exagerada y aumentada de lo sucedido. Luego, entre gritos y palmas,

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se unieron a la comitiva, muchos de ellos soando con el lejano da en que les tocara protagonizar acciones similares. En las proximidades de la aldea la vegetacin se haca menos densa, permitiendo al grupo avanzar con mayor rapidez y desenvoltura. Al frente de la comitiva marchaba Likong, con la cabeza enhiesta. El hijo de Nsomo se senta plenamente satisfecho; la verdad es que ya haba planeado atribuirse el mrito de aquella operacin, fuese quien fuese el verdadero hroe, pero la aparicin de Bwanya y la oportuna intervencin del pigmeo haban resultado muy convenientes. Ahora saba muy bien que nadie se atrevera a poner en duda su proeza..., al menos en pblico. Aquellos que le conocan bien podan sospechar algo raro, pero no hablaran. Detrs de Likong caminaba sumisa Bwanya, con la mirada clavada en el suelo que pisaba. Kabindji se arrastraba en ltimo lugar, cojeando y con ciertas dificultades para mantener el paso de los dems. La hemorragia de su pierna haba cesado, pero la sangre seca formaba costras duras que tiraban de su piel a cada paso. Tras colocarle un tosco vendaje, Bwanya le haba aplicado sobre la herida algunas plantas curativas, las mismas que haba estado recolectando antes del encuentro con el leopardo. A pesar del dolor sordo que el muchacho senta latir bajo el apsito, aquellos araazos ni siquiera le preocupaban, y las lgrimas que resbalaban por sus mejillas eran fruto de la rabia y la impotencia. Lo que realmente le haca sufrir era esa otra herida que vena a sumarse a sus ltimas desventuras, una herida mucho ms profunda y lacerante que los araazos del felino: la humillacin. Humillacin que se una a tantas otras tropelas de los habitantes de aquel pueblo que siempre haba considerado suyo, a pesar de los malos tratos que en muchas ocasiones haba recibido en l. Y la presencia de Bwanya en aquel episodio complicaba an ms las cosas. De haber ocurrido nicamente entre guerreros, el asunto habra sido ms soportable y, al igual que en ocasiones precedentes, Kabindji habra aceptado resignado la ofensa. Una vez en el interior de la aldea, los guerreros lanzaron sus gritos de triunfo y se congregaron en el centro de la gran plaza central. Una alegre multitud de hombres, mujeres y nios se arremolin en torno a los recin llegados, ansiosa por escuchar los pormenores de la aventura. Likong avanz pomposamente hasta situarse en un lugar destacado y levant la mano con gesto arrogante. El hijo de Nsomo conoca a la perfeccin el arte, aprendido de su padre, de cautivar a las masas con una serie de poses y actitudes sabiamente estudiadas. Se irgui en toda su impresionante estatura y ech hacia atrs la cabeza, agitando al viento el conjunto de llamativas plumas de clao que la adornaba. Los duros rasgos de su rostro, acentuados por las pinturas y los tatuajes, se contrajeron en una orgullosa mueca desafiante. Por primera vez en su vida se atrevi a emular el grito del jefe: e-! grit, exultante. ! respondi la multitud. E-EEE! bram Likong a pleno pulmn. 31

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EEEEEE! Los ecos del grito, coreado al unsono por cientos de gargantas, se perdieron a gran distancia a travs de la selva. Nsomo sali precipitadamente de su choza, incapaz de creer lo que estaba viendo. Desde el centro de la plaza, la voz de Likong llegaba con nitidez a los sorprendidos odos del jefe: El gran Likong, hijo de Nsomo, glorioso jefe de los bowassi, acaba de enfrentarse a la fiera que amenazaba a nuestros nios y asustaba a nuestras mujeres extendi la punta de la lanza arrebatada a Kabindji para que todos pudiesen verla bien y aadi: El leopardo ha escapado a la muerte huyendo como una rata asustada ante mi presencia, y dudo que se atreva a regresar por aqu en mucho tiempo. Una vez ms, Likong ha demostrado el gran amor que siente hacia su pueblo..., ese pueblo por el que siempre estar dispuesto a luchar. Pero en esta ocasin lo ha hecho an con ms entusiasmo que otras veces, si cabe, pues se trataba de salvar la vida de Bwanya. Y aqu se puede adivinar la mano poderosa de Nzenenek, el espritu del bosque: Likong ha sido elegido para salvarle la vida precisamente a nuestra joven Bwanya... Y por qu a ella...? La multitud se mantena en expectante silencio. A pesar del gran nmero de personas congregadas en torno a la plaza, poda orse incluso el vuelo de las moscas y los tbanos. El hijo del jefe prosigui: ... Una coincidencia como sta no debe ser ignorada, as que declaro aceptar formalmente los designios de las fuerzas poderosas que gobiernan nuestros destinos. Bwanya ser mi esposa. Ha sido escogida de modo inequvoco para convertirse en la primera mujer de Likong, hijo de jefe y futuro jefe. Y yo os pregunto: puede haber una ocasin ms hermosa que el da de hoy, cuando acabo de salvarle la vida, para anunciaros esa buena nueva? La multitud prorrumpi en risas y gritos, y algunos comenzaron a batir palmas y a corear cantos nupciales. Mordindose los labios para contener el grito de rabia que pugnaba por surgir de su atenazada garganta, Kabindji volvi la mirada hacia la muchacha en busca de apoyo, de alguna mnima seal de reconocimiento, pero los ojos de Bwanya se mantenan obstinadamente clavados en el suelo polvoriento de la plaza. Mientras tanto, la arrogante voz de Likong prosegua su endiosado discurso: Tambin me alegro de haber podido salvar la vida de Kabindji, que una vez ms ha demostrado ser indigno de la hospitalidad que nuestro pueblo siempre le ha brindado. Despus de desobedecer la prohibicin de asistir a la cacera y presentarse de improviso, el pigmeo llev su osada hasta el extremo de intervenir en el momento decisivo. Tras largas horas de esfuerzos, habamos logrado conducir al astuto leopardo a un terreno sin rboles, apropiado para darle muerte. Fieles a una hbil estrategia que yo haba ideado, nos dispersamos para rodear a la fiera en su escondite. Puede decirse que no tena escapatoria..., pero entonces sucedieron dos cosas que echaron a perder todo nuestro trabajo: primero apareci Bwanya, aunque ella cuenta con la disculpa de no saber lo que estaba sucediendo. Luego se entrometi nuestro enano aprendiz de guerrero, dispuesto a intervenir. 32

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l s saba lo que ocurra; nos haba estado siguiendo desde nuestra salida del poblado. Por culpa de su torpe accin perdimos definitivamente la oportunidad de eliminar a la bestia. Todas las miradas recayeron en la solitaria figura de Kabindji, que se mantena apartado del resto de la multitud. Sin duda para impresionar a la muchacha, el enano se abalanz hacia el leopardo gritando y haciendo aspavientos en medio de las risas de los asistentes, Likong comenz a vociferar y a gesticular en una cmica parodia destinada a ridiculizar al joven cazador. Nuestro Kabindji es muy feo, as que debi de pensar que su aspecto y sus gestos bastaran para asustar al animal, que huira espantado nada ms verle... ms risas. Hablemos en serio. Puede que a algunos de vosotros os parezca un acto valeroso, pero os aseguro que fue un disparate y, de hecho, ah tenis el resultado Likong seal hacia la pierna herida del muchacho. Si no llego a intervenir a tiempo, ese imprudente ya no estara entre nosotros. Incapaz de aguantar por ms tiempo la falaz impostura de aquel cobarde charlatn, Kabindji se precipit hacia delante, dispuesto a defender la verdad, pero una mano se pos con firmeza sobre su brazo y le retuvo. Al volver la cabeza se encontr con la distinguida figura de su to Kysanto. La mano del anciano lo sujetaba sin esfuerzo, pues, a pesar de su edad y su delgadez, el cuerpo del viejo guerrero se mantena an derecho y vigoroso, y la mirada serena de sus ojos profundos actu como un sedante que apacigu en parte la furia que arda en el corazn del muchacho. Djalo estar, Kabi susurr en voz baja el anciano. No importa lo que afirme ese engredo, ya que las palabras nunca pueden cambiar los hechos: Likong seguir siendo ms torpe y cobarde que t, a pesar de lo que diga... Pero est mintiendo! exclam Kabindji al borde de las lgrimas . Se pavonea delante de todos como si la cacera hubiese sido un xito, cuando en realidad ha fracasado por su culpa. Fui yo quien ahuyent al leopardo, mientras Likong se dedicaba a gritar rdenes incoherentes. Fui el nico que se atrevi a hacerle frente y a arrojarle una lanza..., aunque reconozco que err el tiro. Las heridas de mi pierna demuestran que nadie ms que yo se acerc al animal. Todos lo vieron y, sin embargo, nadie sale en mi defensa. Por qu? Tus compaeros de cacera tienen miedo. Todos temen a ese imbcil, aunque quiz es su padre quien les asusta... Y hay algo ms: son muchos los que odian a los pigmeos, con razn o sin ella, pero os odian... Mira a la gente a tu alrededor, observa su expresin de entusiasmo. Estn embelesados con su nuevo hroe, el que algn da se convertir en su prximo jefe. Nunca aceptaran como protagonista de la jornada a un extranjero al que desprecian. Les parece mucho ms bonito que haya sido el heredero del trono quien ha salvado a su prometida, y muchos suean ya con la fastuosa boda que se aproxima. Nuestro pueblo necesita estas cosas para alimentar su orgullo, para mantenerse vivo; la gesta de Likong ser recordada durante aos y repetida una y mil veces en las historias que se cuentan alrededor de

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las hogueras. Muy pocos sabrn que, en realidad, todo ocurri de forma muy diferente. En definitiva, qu importa? A m s me importa. Todo esto es injusto... La vida entera es una injusticia, Kabi! El jefe Nsomo tambin se atribuye a menudo ideas o decisiones que no son suyas, sino mas o de cualquier otro consejero. Te repito que la gente de este poblado es injusta. Y estoy cada vez ms convencido de que fuisteis vosotros los bowassi, quienes exterminaron a mi pueblo. No es bueno que digas eso Kysanto lanz una mirada inquieta hacia la multitud, que continuaba vitoreando a los supuestos triunfadores del da. Marchmonos de aqu y vayamos a mi ndako8. Lejos de todo este alboroto hablaremos con ms tranquilidad. Una vez en el interior del chamizo del consejero, ste despach a sus tres mujeres para que les dejaran solos. Al cruzarse con ellas, Kabindji se fij en Busama, que intercambi con l una breve y sincera mirada de complicidad. Ajeno a ese detalle, Kysanto tom asiento sobre un pequeo taburete de madera e invit al muchacho a que hiciera lo mismo. La choza del consejero era mucho ms amplia que el diminuto cuchitril al que Kabindji estaba acostumbrado. Una especie de biombos fabricados con mimbre trenzado servan para dividir el espacio en tres apartados destinados a cada una de las esposas. En todos los rincones se amontonaban objetos valiosos: telas, cuencos y pucheros de arcilla, machetes, adornos, etc. Contrariamente a las chozas ms humildes, la vivienda contaba con dos puertas de acceso y tres ventanas protegidas con tela de rafia para evitar la entrada de los insectos. En todo aquel ambiente se respiraba riqueza y ostentacin: de las paredes colgaban armas y pieles curtidas de diversos animales, y hasta el mismo suelo se hallaba recubierto en toda su superficie por multitud de esteras nuevas y brillantes. Una vez acomodados, el anciano comenz a hablar con su voz ronca. Mientras lo haca, su arrugado rostro adopt una expresin grave que Kabindji no recordaba haber observado jams en su to. Tswama y yo acordamos no revelarte nunca tu verdadero origen, pues pensamos que seras ms feliz ignorando que en realidad eres un hurfano, un extranjero cuyos padres murieron en trgicas circunstancias. No comprendo por qu ella rompi nuestro acuerdo justo antes de morir. Yo no soy partidario de revelarte los detalles de la desgracia que se abati sobre tu pueblo. Aquello pas y no tiene solucin. Eran tiempos de guerra, y de nada sirve revolver el pasado, especialmente cuando ya no es posible enmendarlo. Si t no quieres decirme la verdad, preguntar a los mayores y a los dems ancianos. An deben de quedar con vida muchos de los que participaron en el exterminio de los mos. El consejero se encogi de hombros con un gesto de indiferencia.8

ndako: en lingala significa casa o vivienda.

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Nadie te dir nada. Todos deseamos olvidar aquello; ni siquiera lo comentamos entre nosotros. Y, desde luego, t seras la ltima persona a quien le revelaran algo. Piensa que son precisamente ellos, que tuvieron algo que ver en aquellas batallas, los que mejor saben quin eres t: un botshu, un superviviente de aquella carnicera. No te hablarn y, aunque lo hicieran, no lo comprenderas. Fue una lucha justa. Eran otros tiempos, y los pigmeos representaban una amenaza para nosotros. Todava son muchos los que creen que el exterminio fue necesario. Con la mirada clavada en el suelo, Kabindji apret los dientes con rabia. En vista de su silencio, Kysanto prosigui: Slo te dir que el antiguo territorio de los botshu se extenda al sur de nuestra comarca, ms all del Libanga, la gran piedra roja que marca el lmite de nuestro territorio. Es una regin peligrosa. Siempre he odo decir que a partir del Libanga se extiende el zamba ya ebembe, el bosque del muerto. La selva maldita. S, ese lugar siempre ha tenido mala fama entre nosotros, los bowassi, y los sangrientos acontecimientos que all ocurrieron parecen confirmarlo. Es una comarca condenada. Cmo es que mi pueblo habitaba tranquilamente en ella? Kysanto tom una calabaza llena de lotoko, un fuerte aguardiente hecho con nuez de palma, y llen dos pequeos cuencos. Tendi uno de ellos a Kabindji, que lo acept sorprendido; era la primera vez que su to le ofreca aquella bebida reservada a los guerreros adultos, a aquellos que haban cumplido con el nkoma. Tras vaciar su cuenco de un trago, el anciano respondi: Los botshu siempre han tenido fama de ser poderosos hechiceros. De hecho, en la poca que precedi al desastre, el brujo de los pigmeos presuma de tener grandes poderes mgicos..., aunque eso no le salv la vida. Al final muri con los dems. Es posible que tu pueblo desapareciera precisamente por eso, por haber escogido un lugar endemoniado para asentarse, o por haberse equivocado de magia. Kabindji bebi un sorbo del aromtico brebaje y sinti cmo el fuego del aguardiente descenda por su garganta. Carraspe ligeramente antes de anunciar: Mi madre habl de un culpable, un lder que acaudill a todos los poblados bowassi. Dijo que se era el autntico responsable de la muerte de mi pueblo y de mis padres. Sabes t quin es y si vive an? El venerable Kysanto arque las cejas en un gesto de perplejidad. Es cierto que aqulla fue una accin conjunta en la que participaron muchos bowassi: varios poblados con sus respectivos jefes se unieron para defender lo que consideraban suyo: sus tierras de caza, sus hogares, la pureza de su raza y las sagradas costumbres de sus antepasados. Te repito que era la guerra..., la guerra de todos. Nunca hubo un nico culpable. Yo entend que alguien reuni a los jefes y los espole contra los botshu. Un dirigente que soliviant a los bowassi... Si mi hermana saba tanto, no te dijo ella su nombre? No pudo. Muri antes de pronunciarlo. 35

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Tras unos instantes de silencio, Kabindji continu: Quiero visitar mi antiguo pueblo... Necesito saber ms cosas acerca de mis verdaderos antepasados. Quiz entre las ruinas de los botshu encuentre lo que busco. Si intentas ir all, me ver obligado a impedrtelo murmur Kysanto en tono sombro. Nuestra ley prohbe pisar aquella tierra. Adems, es una insensatez. No hay nada que pueda interesarte en ese lugar. El joven cazador apur el contenido de su cuenco y se dirigi hacia la puerta. Mientras la franqueaba, pens que la tierra de sus antepasados le interesaba ahora ms que nunca: su madre le haba dicho que la mayora de los bowassi fueron engaados. Necesitaba averiguar quines fueron los verdaderos asesinos que mataron a sus padres, y decidi que no se detendra hasta haberlos encontrado.

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Captulo sexto

La fuga

luz rojiza y vacilante de las hogueras recin encendidas penetraba por la puerta entreabierta de la choza, dibujando fantasmagricas sombras sobre el adobe amarillento de las paredes. El breve crepsculo haba dejado paso a la noche cerrada, como lo demostraba un cambio en el gritero de los insectos y dems alimaas que surga de la espesura: la vida nocturna acababa de tomar el relevo. A juzgar por la amalgama de apetitosos olores que llegaban hasta la nariz de Kabindji, resultaba evidente que las mujeres se afanaban ya en la preparacin del tspu, la cena, y aquello devolvi a su memoria el doloroso recuerdo de Tswama. A esas horas, su madre ya habra preparado algn plato exquisito que ambos compartiran en la intimidad del chamizo. Kabindji suspir: a pesar de estar rodeado por una ruidosa multitud de gente, se senta solo. Ms solo que si estuviera perdido en medio de la selva. Cuando escuch el gruido de protesta de su estmago vaco, record que llevaba todo el da sin probar bocado. Rastre el interior de la choza en busca de algo de comida, sin conseguir nada que pudiera calmar su apetito. Sin embargo, aprovech el registro para ordenar los pocos enseres de Tswama sobre una estera. All haba de todo: dos trozos grandes de tela o limputa, varios utensilios de cocina, un caldero de cobre, tres cuencos de arcilla, un peine de metal (de los que se calientan al fuego para desenredar el pelo), tres pas de peinar, un colgante con una curiosa talla de madera, una pulsera de marfil, varias cintas de colores y dos madejas de mimbre trenzado. Cuando hubo terminado el inventario de los objetos que pertenecieron a su difunta madre adoptiva, el muchacho enroll la estera y la cerr por ambos extremos con fuertes cuerdas. Haba decidido enterrar todo aquello lejos del poblado para que nadie se lo apropiara. De pronto, Kabindji cambi de opinin y desat uno de los lados del paquete. Introdujo su mano por la abertura y busc a tientas entre la maraa de objetos que haba en su interior. Not algo circular

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que result ser la pesada pulsera de marfil. El marfil tena escaso valor entre los habitantes de la selva, pero aun as decidi quedrsela. Sigui buscando entre el revuelto montn de cosas hasta que al fin sus dedos palparon los redondos y pulidos contornos de la talla de madera. Tir de ella hasta sacarla y la examin durante unos instantes: el colgante representaba una cabeza de rasgos angulosos de cuyas orejas nacan los extremos de un aro de hueso en forma de lgrima que colgaba unos cuatro centmetros; era un nkamba9. Sorprendido por el curioso aspecto del objeto, que tena una apariencia muy diferente a la de los adornos utilizados por los bowassi, Kabindji decidi quedrselo y, sin dudarlo un instante, pas la cuerda alrededor de su cuello. Observ el efecto que produca la figura tallada sobre su piel oscura. Satisfecho con el resultado, volvi a cerrar el paquete y lo apart a un lado. Lo enterrara ms tarde. Con ayuda de un improvisado bastn, el joven sali renqueando de la choza hasta un oscuro rincn situado justo detrs de la empalizada, muy cerca de los palos sueltos que constituan su puerta secreta. All se tumb boca arriba sobre la mullida vegetacin y permaneci muy quieto, con la mirada perdida en el cielo. Las primeras estrellas empezaban a brillar entre las frondosas ramas de los gigantes de la selva, un espectculo que siempre le fascinaba. As es como pasaba gran parte de las clidas noches, soando despierto, imaginando mundos fantsticos donde las cosas eran diferentes. Y mejores. El elemento que siempre sola aparecer en sus ensoaciones estaba relacionado con las leyendas que su madre le contaba de pequeo, en las que a menudo apareca el mito del biyamb-yamb. Se trataba de un fabuloso talismn guardado por una enorme serpiente que, al parecer, lo llevaba dentro de su boca. Para hacerse con l era preciso matar a la serpiente, aunque eso no bastaba: antes de morir, el reptil poda escupir el talismn y lanzarlo a gran distancia. Era preciso pasarse horas o incluso das enteros buscando ese amuleto que desde tiempos remotos haba sido codiciado por todas las tribus. Se crea que el poseedor del biyamb-yamb poda obtener unos poderes casi ilimitados. Tswama sola decir que el preciado objeto mgico haba cambiado varias veces de manos a lo largo de las ltimas dcadas, hasta que finalmente desapareci en algn lugar no lejos del poblado de los bowassi. Aquella historia del talismn le impulsaba a soar y le serva de pretexto para sumergirse en un mundo diferente, en una vida en la que dejaba de ser un enano despreciado por todos para convertirse en un autntico guerrero respetado por su valenta y habilidad como cazador. Se vea a s mismo engalanado con los atavos y tatuajes propios de un mobali, con su cuerpo y su cabeza adornados con las pinturas y galas rituales. A su paso, los hombres murmuraban con envidia y admiracin, mientras que las mujeres sonrean dedicndole coquetas miradas provocativas. Y entre todas esas mujeres destacaba siempre Bwanya,9

nkamba: en lingala significa engarce, y tambin soporte o sujecin.

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la nica en la que se fijaban sus ojos, la nica cuya sonrisa le haca estremecer. Aquella noche, al igual que otras veces, Kabindji se qued dormido en mitad de tales pensamientos, pero stos no se interrumpieron, sino que se prolongaron en sueos tan vividos y detallados que parecan reales. En ellos reapareci Tswama, su madre adoptiva, que se acerc a l y le acarici el pelo con ternura, como slo ella saba hacer... En ese momento, un suave roce sobre su piel le despert. Haba una figura femenina agachada a su lado, y el sorprendido muchacho pens por un momento que su sueo se haba hecho realidad y que su madre adoptiva haba regresado del mundo de los muertos... Hasta que logr enfocar mejor la vista y comprendi que era Bwanya la que pareca haber surgido de sus fantasas y estaba a su lado. Pero la muchacha era real: poda verla, poda sentir el