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Del mercado al instinto (o de los intereses a las pasiones) FÉLIX OVEJERO Universidad de Barcelona "Nos mantienen con vida extrañosequi- librios que no son comprensibles desde la propia vida» Carlos Marzal La organización de la vida social se ha enfrentado al problema de armonizar los objetivos de los individuos y los objetivos colectivos. Con sus importantes matices, ese problema está en la raíz de importantes discusiones de las teorías sociales y nor- mativas contemporáneas: la configuración de una voluntad general a partir de volun- tades individuales, la posibilidad de la acción colectiva, la aparición y la necesidad de la confianza, la búsqueda de escenarios de diálogo entre individuos comprometi- dos con criterios de racionalidad y de inte- rés general, la obtención de reglas de jus- ticia aceptables para personas con concep- ciones morales dispares, la participación comprometida de los ciudadanos en la vida cívica. En la trastienda de esas discusiones aparece un problema de disposición socie- taria (OS en lo sucesivo): hay la suficiente interacción como para que los problemas aparezcan pero no la suficiente como para que se disuelvan 1. Si los individuos no comparten algunos principios, criterios, intereses o predisposiciones, la vida com- partida resulta imposible y con ella cual- quier discusión acerca de cómo vivir o qué decisión tomar. Ahora bien, si todos cami- nan como un solo hombre bajo un ideal común hasta el mínimo detalle, si ni siquie- ra se concibe la posibilidad de la discre- pancia o de la elección, desaparece la mis- ma idea de moralidad o de vida cívica. El territorio cívico parece situarse entre la. moral de los lobos y la moral del hormi- guero. La OS apunta a la necesidad de ISEGORfN18(1998) pp.181-203 «Cuando todo sucedenaturalmentelas cosasson todavía más extrañas» R. M. Rilke asegurar la sociabilidad sin imposibilitar la discrepancia. En el diagnóstico de que la OS es un problema normativo han coincidido comu- nitaristas y liberales, las tradiciones más importantes de la filosofía política contem- poránea, aun cuando unos estén más cerca de las hormigas y otros se reconozcan, con resistencia o resignación, en cierta idea de libertad presocíal, anterior a la ley, en la que suena un eco amortiguado de la vieja máxima (Horno homini lupus) de Plauto popularizada por Hobbes 2. Los primeros han querido moralizarlo hasta el empacho. La resolución de la DS requiere una genui- na comunión moral, todo lo demás es el principio de la disgregación. Los liberales, por su parte, han tratado de omitir toda presunción normativa y obtener una suerte de motor inmóvil de la moral social. Para ello han construido artificiosos contratos sociales inaugurales en los que unos indi- viduos presociales (y premorales) buscan un acuerdo sobre unas reglas de juego lai- cas, no comprometidas normativamente, capaces, sin embargo, de asegurar el esce- nario de la moral pública. Se verá que nin- guna de esas propuestas ha conseguido abordar el verdadero problema: encontrar un fundamento a la comunidad normativa, que haga posible la vida CÍvica, pero que no sea él mismo normativo. Entre otras razones porque, antes que un fundamento, lo que hay que encontrar es un mecanismo que asegure la reproducción sin invocar instancias normativas, un juego (social) tal 181

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Del mercado al instinto(o de los intereses a las pasiones)

FÉLIX OVEJEROUniversidad de Barcelona

"Nosmantienen con vidaextrañosequi­librios que no son comprensibles desde la

propiavida» Carlos Marzal

La organización de la vida social se haenfrentado al problema de armonizar losobjetivos de los individuos y los objetivoscolectivos. Con sus importantes matices,ese problema está en la raíz de importantesdiscusiones de las teorías sociales y nor­mativas contemporáneas: la configuraciónde una voluntad general a partir de volun­tades individuales, la posibilidad de laacción colectiva, la aparición y la necesidadde la confianza, la búsqueda de escenariosde diálogo entre individuos comprometi­dos con criterios de racionalidad y de inte­rés general, la obtención de reglas de jus­ticia aceptables para personas con concep­ciones morales dispares, la participacióncomprometida de los ciudadanos en la vidacívica. En la trastienda de esas discusionesaparece un problema de disposición socie­taria (OS en lo sucesivo): hay la suficienteinteracción como para que los problemasaparezcan pero no la suficiente como paraque se disuelvan 1. Si los individuos nocomparten algunos principios, criterios,intereses o predisposiciones, la vida com­partida resulta imposible y con ella cual­quier discusión acerca de cómo vivir o quédecisión tomar. Ahora bien, si todos cami­nan como un solo hombre bajo un idealcomún hasta el mínimo detalle, si ni siquie­ra se concibe la posibilidad de la discre­pancia o de la elección, desaparece la mis­ma idea de moralidad o de vida cívica. Elterritorio cívico parece situarse entre la.moral de los lobos y la moral del hormi­guero. La OS apunta a la necesidad de

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«Cuandotodo sucedenaturalmentelascosasson todavíamás extrañas»

R. M. Rilke

asegurar la sociabilidad sin imposibilitarla discrepancia.

En el diagnóstico de que la OS es unproblema normativo han coincidido comu­nitaristas y liberales, las tradiciones másimportantes de la filosofía política contem­poránea, aun cuando unos estén más cercade las hormigas y otros se reconozcan, conresistencia o resignación, en cierta idea delibertad presocíal, anterior a la ley, en laque suena un eco amortiguado de la viejamáxima (Horno homini lupus) de Plautopopularizada por Hobbes 2. Los primeroshan querido moralizarlo hasta el empacho.La resolución de la DS requiere una genui­na comunión moral, todo lo demás es elprincipio de la disgregación. Los liberales,por su parte, han tratado de omitir todapresunción normativa y obtener una suertede motor inmóvil de la moral social. Paraello han construido artificiosos contratossociales inaugurales en los que unos indi­viduos presociales (y premorales) buscanun acuerdo sobre unas reglas de juego lai­cas, no comprometidas normativamente,capaces, sin embargo, de asegurar el esce­nario de la moral pública. Se verá que nin­guna de esas propuestas ha conseguidoabordar el verdadero problema: encontrarun fundamento a la comunidad normativa,que haga posible la vida CÍvica, pero queno sea él mismo normativo. Entre otrasrazones porque, antes que un fundamento,lo que hay que encontrar es un mecanismoque asegure la reproducción sin invocarinstancias normativas, un juego (social) tal

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que las propias condiciones del juegogaranticen la reproducción del juego y delos jugadores.

El mercado ha constituido la herra­mienta analítica más poderosa en el inten­to de solventar la DS. La mano invisibleha sido propuesta como ese mecanismo,como ese terreno capaz de asegurar el fun­cionamiento de la vida social, más allá detodo cimiento normativo. Las diferenciaséticas empezarían, en todo caso, después 3.

Esa iniciativa ha llegado a sus últimas con­secuencias de la mano de aquellas teoríasque han querido disolver el territoriomoral en el intercambio y la negociación.Con independencia de su circunstancial-aunque frecuente- matrimonio con elmercado, tales propuestas apuntaban enla dirección correcta al destacar que enla DS hay más aspectos que los moralesy que cargar la tinta sobre ellos puede con­tribuir a oscurecer los problemas. Su errorconsistía en pensar que detectar el carácter«amoral» del escenario cívico equivale adeclarar amoral (el argumento de) la obracívicay, sobre todo, en creer que el cimien­to premoral del escenario tenía que serel hamo ceconomicus, los agentes egoístaspresociales que convierten su vida comúnen un cálculo.

En las páginas que siguen se verá, enprimer lugar, la centralidad de la DS enla discusión contemporánea, se verá cómoel mercado, que en principio aparece comoun buen candidato para solucionar el pro­blema de la DS, se revela, a la postre, comoun mecanismo perverso. A continuaciónse tratará de mostrar cómo las propúestasdeliberativas se revelan insuficientes paraasegurar, por sí mismas, el territorio cívico,o dicho de otra manera, en positivo: paraedificar un escenario de liberativo serequieren unas condiciones de cohesión ymotivación, una ontología social 4 .que nosea ella misma producto del escenario deli­berativo. La parte final sugiere una fun­damentación naturalista que, en rigor,equivale a disolver el problema de la DS,

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a mostrar, por pasiva, que se trata, en buenamedida, de uno de esos seudoproblemastan frecuentes en la historia del pensa­miento filosófico, heredado esta vez de eseimposible hombre presocial que está en labase del liberalismo contemporáneo 5.

La disposición de sociabilidad

La DS está en el centro de la mejor teoríanormativa contemporánea. La evoluciónde Rawls se puede entender como un peromanente intento de solucionar ese proble­ma. El camino que lleva desde la Teoríade la justicia hasta el Liberalismo políticoviene marcado por la preocupación por laestabilidad que hace posible el escenariopúblico: los ciudadanos se deben sentirmotivados para defender los principios queinspiran su sociedad de tal modo que cuan­do se producen desviaciones, el equilibriose restablezca automáticamente, sin que­brar el escenario 6. Ahora bien, esa moti­vación cívica no tiene que depender de unaidea de bien, si se quiere compatible conel respeto al «hecho del pluralismo», conla irreductible diversidad de ideas acercade cómo vivir. Esa es la raíz de la evoluciónde Rawls, pero también la raíz de sus pro­blemas 7. Una idea de justicia que no seamarra en lo que a los distintos ciudadanosles parece bien (o mal) carece de fuerzavinculante, es incapaz de comprometer aaquellos sobre los que se quiere asentar.En breve, Rawls anda a la búsqueda deun cemento social distinto de la «simplecoordinación» y normativamente agnósticoque asegure una base a la vida cívica. Laperspectiva comunitaria tiene bastante deresolución retórica. Si los problemas apa­recen porque hay intereses en conflicto,empecemos por suponer que no los hay.La DS parece disiparse si todos los ciu­dadanos participan de una común idea de

. bien, si tienen los mismos criterios de valo­ración, metas comunes que encarar y uncódigo compartido para resolver conflictos

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y ordenar preferencias. Apenas resultanecesario destacar la irrealidad de suponerque los ciudadanos tienen una idea de biencompartida, no menor que la de presumirque, aun si tal fuera el caso, esa idea debien es capaz de proporcionar criterios dedecisión inequívocos 8. La comunidad delos santos que resuelve la DS no es másplausible que dos de los personajes másmaltratados, por su irrealidad, por la criticafilocomunitaria del liberalismo: el hornoceconomicus omnisciente y calculador queasegura la eficiente asignación en el mer­cado y el sujeto trascendental y descarnadoque se siente comprometido por hipoté­ticos o contrafácticos contratos sociales.

Sin embargo, la propuesta comunitaria,en su irrealismo, por omisión, ayuda adetectar algunas dimensiones de la DS nor­malmente descuidadas por la filosofía polí­tica. Pues tampoco es verdad que la esta­bilidad quede asegurada con la benevolen­cia o la comunión de ideales. Sin duda,una comunidad de monjes está en buenadisposición para resolver muchos proble­mas de acción colectiva. Las tareas comu­nes se llevarían a cabo sin necesidad depenalizar a unos inexistentes free riders.Pero no todos los problemas desaparecen.Si se produce un incendio en la bolsa devalores, cuando cada uno intenta salvarsesin atender a los demás, con su acción ali­menta la catástrofe de la que todos acabancomo víctimas. Pero no irían mejor lascosas en un convento en el que cada unode los monjes decidiera ceder el paso alos demás y ser el último en salir. Conun poco más de realismo las cosas resultantodavía más complicadas. Una sociedadelementalmente cornunitarista, en la queno exista una homogeneidad cultural abso­luta, es una sociedad abocada al conflictoy la segregación, más allá de la voluntad(multicultural) de los ciudadanos. En unode sus sugestivos modelos Schelling mostrócómo una sociedad en donde los individuos .tienen preferencias del tipo «no me impor­ta tener vecinos de otro grupo cultural

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siempre que no constituyan una mayoría»desemboca en procesos inestables frentea menores perturbaciones aleatorias (uncambio de residencia de un individuo) cuyoresultado final es una alta segregación 9.

Aun con «comunitaristas liberales» con­trarios a la segregación, dispuestos a acep­tar otros modos de vida, se produce unefecto perverso, contrario a la voluntad decada uno, que hace imposible la estabilidadde los principios sobre los que se asentabala sociedad.

En resumen, hay problemas de coor­dinación (de armonia de objetivos) y deestabilidad que no tienen que ver simple­mente con la contraposición de las con­cepciones del mundo. La existencia de con­flictos e inestabilidades ajenos a diferen­cias normativas no escapa, por el contrario,a aquellas teorías que hacen de la justicia,y en general de las normas morales, unsimple capítulo de las teorías de la nego­ciación o, más exactamente, de la teoríade la elección racional 10. Con todas susdificultades 11, estas teorías destacan conpertinencia la existencia de continuidadesentre los problemas de coordinación y losproblemas normativos. Desde su perspec­tiva, no habría una diferencia esencialentre las normas de etiqueta y la justicia,entre la convención de conducir por laderecha y la condena moral de la men­tira 12. Resultarían insostenibles socieda­des en donde cada uno conduce por dondequiere o donde reina una desconfianzageneralizada. En todos esos casos, lo queal final hay es un sistema de resoluciónconvencional de intereses en conflicto querequieren una solución coordinada. Loimportante es que se producen situacionesde equilibrio en lasque nadie tiene nin­guna razón (interés) para modificar su con­ducta mientras los otros mantengan la suya(dadas unas preferencias y una situacióninicial). De ese modo cada uno con suacción asegura la acción de los otros y,de paso y sin pretenderlo, un resultado quees consecuencia de la acción de todos. En

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tales escenarios (de non regret) los indi­viduosno lamentan sus elecciones, despuésde constatar el resultado final 13. Sean cua­les sean sus motivaciones, siguiendo sumejor estrategia, todos se orientan en lamisma dirección. La convergencia en elresultado es independiente de las motiva­ciones de cada uno.

Estas estrategias resultan, sin embargo,menos convincentes a la hora de explicarla reproducción de los equilibrios, su esta­bilidad, en particular en todos los casosdistintos de la coordinación pura, El pro­pio individuo que se acoge a la moral desdeel cálculoy la conveniencia es un perpetuofree rider en estado latente dispuesto aaprovechar cualquier oportunidad debeneficio. Al cabo, está muy bien que losdemás digan la verdad y precisamente porello, porque reina la confianza, me puedobeneficiar de la mentira, siempre, claro es,que los demás no piensen lo mismo. Porotra parte, conviene advertir que esos esce­narios y equilibrios no excluyen que elresultado, inflexible, sea el menos deseadopor todos. En el incendio de la bolsa, nadieescapa a la catástrofe precisamente cuandocada uno hace 10mejor que puede hacer,dado lo que los otros hacen, y sale lo másrápido posible 14. En suma, además de queel resultado sea, en algún sentido, inde­pendiente de las motivaciones de los indi­viduos, se necesita que sea estable y óptimosocialmente.

De un modo más sistemático, el meca­nismo capaz de asegurar el escenario socialtiene que satisfacer:

1. La armonia de objetivos exige queapunten en la misma dirección las accionesde los individuos y los objetivos sociales.Es el requisito de «coordinación» desta­cado por las teorías de la negociación yde la convención: cada uno con su accióndebe contribuir a un equilibrio que seainteresante para él y para todos. En prin­cipio, la armonía de objetivos no excluyela «comunión de los santos», no impide

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que el vínculo social tenga base normativa.De ahí el siguiente requisito.

2. El agnosticismo normativo, el requi­sito «liberal» por excelencia y del quearranca la preocupación rawlsiana por laestabilidad: la cohesión y el compromisono deben depender de una idea de bien.El problema con el agnosticismo liberal,como se apuntó, radica en que no asegurala sociabilídad. Aun si fuera posible que,en sociedades en las que «el hecho del plu­ralismo resulta irrevocable», los criteriosde dilucidación no dependan de concep­ciones específicas del bien, Con ello no seasegura el compromiso con las decisiones.Es cierto que existen vínculos circunstan­ciales entre la participación en el juegosocial y la imparcialidad de las reglas dejuego: nadie aceptaría los resultados dereglas que favorecen a otros. Sin embargo,en tanto no se comprometen con nadie,también dejan indiferentes a todos, care­cen de fuerza vinculante. En la medida quelos criterios de decisión se quieren laicosquedan desprovistos de vigor para com­prometer a los ciudadanos: las razones quevalen para los individuos no son las quetienen en cuenta al juzgar una decisión.La «solución» liberal no funciona, pero sípersiste el objetivo: asegurar la vida cívicadesde un asidero que no sea normativoo, para volver al viejo léxico, trascendental.El «problema», que es más general quela fuerza vinculante, se puede solventar nosólo a través del compromiso con los cri­terios de valoración de los ciudadanos, sinotambién a través de un vínculo que sujetea los individuos al escenario social perosin apelar a sus principios normativos.

3. El algoritmo social. Que «los obje­tivos de los individuos apunten en la mismadirección que los objetivos sociales» noquiere decir que sean necesariamente losmismos, sino que los resultados de lasacciones de los individuos coinciden con

. los objetivos generales. En ese sentido, elrequisito de la armonia requiere una mati­zación: la armonía entre las acciones de

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los individuos y los objetivos comunes notiene que depender estrechamente de lasmotivaciones de los individuos. Basta conque las acciones de los individuos asegurenel designio al cual sirven. Las comunidadescientíficas son un buen ejemplo de algo­ritmo social. Los científicos pueden estarinteresados en la fortuna, la fama o el éxitosexual, pero, dadas las reglas de juego dela comunidad científica, para obtener susobjetivos han de perseguir la verdad. Porsupuesto, entre ellos habrá muchos queúnicamente estén interesados en la verdad,pero no son necesarios sin más. Con inde­pendencia de las metas de cada cual, elmecanismo social asegura el buen funcio­namiento 15. El resultado interesante nodepende de los fines específicos de los indi­viduos en los que se realiza o «instancia»(aunque obviamente se requieren algunascondiciones que lo hagan posible, porejemplo su calidad intencional). No resultanecesario ninguna armonía preestablecidadesde una común idea de vida buena. Eneste sentido cabe abordarlo como un pro­ceso que se comporta «como si» estuvieraorientado por los objetivos compartidos,aunque en sí mismo sea resultado de unproceso ciego, mecánico.

4. La estabilidad reproductiva. Losrequisitos anteriores no aseguran la per­durabilidad de los procesos. Un sistemade competición deportiva es un algoritmoque cumple los requisitos anteriores peroque se acaba una vez se ha determinadoal ganador. No asegura la reproducción dela competición. Interesa que el proceso sereproduzca y que se reproduzca dc unmodo estable. Hay que asegurar que elmecanismo que mantiene al escenariosocial sea también capaz de hacer que serecupere de elementales perturbacionessin que se modifique la armonía de obje­tivos. Recuperación que, si no quiere vio­larse el requisito de agnosticismo, ha derealizarse, además, sin la intervención deninguna instancia ajena al propio meca­nismo reproductor, instancia que necesi-

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taría una referencia normativa. El requi­sito de estabilidad no es de fácil cumpli­miento para las teorías que reducen lamoral a un escenario de negociación. Nobasta con mostrar que los individuostienenabiertas opciones que aseguran la resolu­ción de los conflictos o el mantenimiento,por ejemplo, de una senda de crecimien­to 16. Hay que mostrar que las propias con­diciones del juego propician la reproduc­ción del juego.

El mercado como solución a la DS

La teoría económica ha consumido buenaparte de su historia en la búsqueda dealgún mecanismo capaz de armonizar lasacciones de cada uno con los objetivos detodos de tal manera que las primeras pro­duzcan los segundos de un modo automá­tico, sin pretenderlo, mediante un procesocapaz de autorreproducirse y sin depen­dencia de instancias normativas. Durantebastante tiempo el mercado ha aparecidocomo ese motor inmóvil de la éticasocial 17. Con independencia de los pro­pósitos específicos de los individuos,el jue­go competitivo obliga a comportarse demodo eficiente. Los recursos se asignanallí donde hay oportunidades desaprove­chadas. La escasez en condiciones deexpresarse como demanda se detecta a tra­vés de (la subida de) los precios, y las nece­sidades insatisfechas (y con dinero) seatienden. Sin que nadie se ocupe de ello,la coordinación de las tareas productivasse asegura a través del sistema de precios.Éstos, en su movimiento, señalan qué pro­ducir, cómo producirlo, en qué cantidadesy para quién. No sólo eso. El mecanismose reproduce alimentándose de las elec­ciones de los individuos y sin ocasión parael desvío de la trayectoria. El territorio dela moralidad queda disuelto en un esce­nario competitivo. Éste impone una únicarespuesta a las tres preguntas que sitúanel perímetro de la elección moral: Zqué

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debo hacer", ¿qué puedo hacer?, équéquiero hacer? Lo que debo hacer, lo queasegura el buen funcionamiento social, elbienestar, es aquello que quiero hacer,atender a mis intereses, y que es, además,lo único que puedo hacer, lo que la com­petencia me fuerza a hacer. En suma, lodeseable es lo deseado.

No es casual que la imagen que másha acompañado al mercadohaya sido lade «la mano invisible» 18: una máquina condesignio pero sin ingeniero que aseguraque los objetivos de todos se consiguen,que permiten «promover un fin que noestaba en las intenciones de los indivi­duos». Adam Smith, fascinado por la «ade­cuación de la máquina para alcanzar el finpara el cual fue diseñada», describirá lasociedad como «una grandiosa máquinacuyos movimientos regulares producenefectos beneficiosos», «El hambre, lapasión entre los sexos, el amor al placery el odio al sufrimiento, nos llevan a actuar(..,) sin consideración de su tendencia hacialos beneficiosos fines que el Gran Directorde la naturaleza intenta producir a travésde ellos» Su cultura científico-natural 191epermitirá reconocer en la sociedad elmecanismo de «autopreservación y propa­gación de las especies (...), los grandes finesque se impone la naturaleza». El mercadoparece satisfacer cada uno de los requi­sitos:

1. Amoralidad. Para obtener elbien(estar) social el mercado no necesitaninguna autoridad que aleccione a las gen­tes a seguir cierto tipo de vida. En el mer­cado las penalizaciones que hacen másatractivas unas opciones que otras y quecastigan la elección errada, no requierenni de instancias morales ni de agentes san­cionadores. El consumidor que cambia deproducto no quiere penalizar al productor.No forma parte de su horizonte intencio­nal, aunque sea resultado de su acción. Adíferencia de lo que sucede en muchos pro­yectos sociales cooperativos, que dejan sin

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resolver el problema de quién asume elcosto de la coordinación, en el mercadoexiste un sistema descentralizado y no inten­cional en donde los individuos se debencomportar de tal modo que con su accióncastigan a quien no se comporta comodebe, sin que para ello tengan que infor­marse de quién se trata ni pretenderlo 20,

2. Armenia de objetivos. Los individuosse ven impelidos a realizar aquella con­ducta que coincide con los objetivos comu­nes sin requerir para ello de un compro­miso normativo. No tienen los fines de lasociedad, pero el mecanismo del mercadose encargará de asegurar que al perseguirsus propios objetivos apunten en la mismadirección que el objetivo social. Andandoel tiempo, la maniobra de disolución delcimiento normativo de la sociedad buscarácompletarse en una doble dirección. Pri­mero, hacia abajo, cuando se intente mos­trar que la única conducta posible, el egoís­mo, es además, la natural, la única queproporciona ventajas adaptativas 21. Haciaarriba, extendiendo la tesis de Hume,según la cual «el respeto por el interéspúblico no constituye nuestro motivo pri­mordial para respetar las reglas de justi­cia» 22, se reescribirán las institucionessociales, los principios normativos, las rela­ciones interpersonales o los escenariospolíticos como lugares de negociación eintercambio 2.3,

3. Carácter algorítmico, el que mejordetecta la imagen de la «mano invisible».Más allá de las motivaciones de los indi­viduos, la lógica de la competencia imponeuna suerte de fatalidad que desencadena«beneficiosos efectos». En este extremo,la clásica comparación entre la mano invi­sible y la selección natural, tan limitadaen tantos aspectos, apunta con correccióna los rasgos de esos procesos con designiopero sin artífice propios de un algoritmo:

.a) independencia del soporte sobre el cualse realiza, b) ausencia de inteligencia delos constituyentes respecto al proceso del

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cual forman parte, e) resultados garan­tizados 24.

4. Estabilidad reproductiva, garantiza­da en el mercado por los diversos procesosque coinciden en reproducir y alimentaraquel tipo de comportamiento que hacefuncionar al mercado. El sistema producelos comportamientos que aseguran sureproducción. Ello es resultado del par­ticular tipo de estímulos y penalizacionesque aseguran que 10 que los individuosquieren es lo que deben querer. No parecehaber un modo mejor de garantizar lareproducción del escenario, la «fuerza vin­culante»: ~<la mejor seguridad para garan­tizar la fidelidad de la humanidad es quecoincidan el interés y el deber» 25.

Así las cosas, la tentación de presentaral mercado como un mecanismo capaz deproporcionar una solución a la DS es difícilde resistir. El mercado constituiría un sóli­do cimiento (laico) a la vida colectiva sinnecesidad de extrañas comuniones mora­les, compromisos cívicos infatigables ocompetencias discursivas más allá del almay la paciencia humanas. Desdichadamente,ante una mirada más atenta, resulta dis­cutible que el mercado satisfaga los requi­sitos societarios. Mejor dicho, al no satis­facerlos todos, la satisfacción parcial resul­ta particularmente dañina: unos apuntancontra otros y los resultados son desastro­sos para el propio escenario que, en prín­cipio, estaba intentando cimentar. Sondesastrosos por ineluctables.

El mercado contra la disposiciónsocietaria

El mercado, para su funcionamiento, nece­sita una red moral e institucional, unas pre­condiciones sociales y normativas 26. Esemarco cívico permite respetar los contra­tos, aceptar los compromisos, realizar los'intercambios o asignar derechos. Para queel mercado resuelva la DS ha de estar en

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condiciones de asegurar un fundamento ala sociabílidad desde el principio, esto es,también a ese marco cívico. Sin embargo,el carácter ciego e inflexible del mercadosocava las precondiciones cívicas de fun­cionamiento del escenario social. Aquellosmarcos institucionales, las leyes que ase­guran la propiedad, sin ir más lejos, sonbienes públicos 27, bienes que el mercadopor sí mismo es incapaz de suministrar.Pero no sólo se trata de bienes públicos.En virtud del inevitable desajuste temporalque se da entre los actos de compra yventa,el más sencillo de los intercambios de bie­nes privados resultaría imposible sin algúnvínculo moral 28. Si el mercado se quiereuna genuina garantía frente a la DS, esobligado que esos mismos escenarios nosean ajenos al mercado. Más exactamente,la tesis del mercado como motor inmóvilde la cohesión social ha de estar en con­diciones de mostrar que esas precondicio­nes: a) son producto del mercado, y b)ven asegurada su reproducción por elmercado.

1. La primera de las tareas constituyebuena parte del programa de investigaciónde las teorías de elección pública; en par­tieular, de la teoría económica de la demo­cracia 29. En esencia, el programa consisteen diseñar escenarios políticos que funcio­nan al modo de los mercados económicoscon los partidos compitiendo por votos.Los políticos, al procurar su beneficio, ten­drían incentivos para averiguar y atenderlas demandas de los votantes/consumido­res. De ese modo, al perseguir su interés,actúan en «coincidencia con su deben>. Asílas cosas, el sistema produce el bien(estar)público sin presumir virtud en los indivi­duos. Es más, para funcionar ni siquieranecesita identificar a los ciudadanos vir­tuosos. Lo malo es que tampoco está encondiciones de hacerlo. No sólo eso, sinoque reprime la virtud. Y sin virtud, no hayinstitución que funcione: tampoco el mer­cado político.

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La teoría del diseño institucional arran­ca con dos principios, referidos a la iden­tificación de las motivaciones: un principiode realismo de la virtud, según el cual, losindividuos no procuran el interés públicopor sí mismo, y un principio de posibilidadde la virtud, según el cual las institucionesno deben diseñarse de tal modo que soca­ven las motivaciones públicas 30. Hay razo­nes poderosas para el segundo de esossupuestos, también en el caso del mercadopolítico. Éste presenta dos característicasque hacen importante la presencia de lavirtud. Por una parte, hay un problemageneral de libertad en la elección y decisiónde objetivos y tareas por parte de los polí­ticos que hace que sean justamente aque­llas labores públicas que requieren de lavirtud las que mayor espacio dejan parala discrccionalldad, para que los agentesegoístas obtengan beneficios. Por otra par­te, hay un problema de información (deagente-principal) que está en la base mis­ma del mercado político 31. Al delegar lagestión en un político profesional, preci- .samente porque adquiere los servicios dealguien que se «informe y actúe», el votan­te no tiene modo de conocer si la acciónemprendida es realmente la que le bene­ficia ni, tampoco, si la ejecución es lamejor. En ese escenario, cuando los polí­ticos se ven abocados a regirse por su inte­rés, a explotar las oportunidades de bene­ficio, los buenos resultados se hacen impo­sibles. En suma, aun si el mercado, o paraser exactos, el muy limitado caso del mer­cado con excepcionales circunstancias deproducción e información ::\2, no requierela virtud o la confianza, lo cierto es queel «mercado político», el conjunto insti­tucional que permite el funcionamiento delmercado, sí lo requiere. El problema esque lo que necesita no es lo que produce:el mercado político sólo reconoce la moti­vación del egoísmo.

2. De todos modos cabría replicar que,aun si el mercado no está en condicionesde asegurar aquellas condiciones, sí que

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está en condiciones de reproducirlas. Delmismo modo que la norma de conducirpor la derecha tiene un origen puramentecircunstancial que nada tiene que ver conlas razones de su mantenimiento, podríasuceder que el respeto a las promesas, aúnsi tiene una raíz religiosa, una vez en cir­culación, su propia utilidad social aseguresu reproducción. De modo que se trataríade fijar esas precondiciones políticas, des­de alguna instancia previa (moral o no)al propio mercado, y después dejar a éstetodo lo demás, incluida su reproducción.Esa propuesta presume la posibilidad decompartimentación, de construir un esce­nario desde la cooperación y la virtud parael mejor desarrollo de la actuación de lamano invisible, escenarío que se manten­dría ajeno al funcionamiento de ésta. Sinembargo, también aquí hay dificultades.En primer lugar, las derivadas de la virtudalgorítmica del mercado. La «exposición»al mercado y a la conducta egoísta alientael egoísmo más allá de sus lugares de bene­ficio original. La experimentación psico­social muestra que los economistas sonmás egoístas que el resto de la poblacióny que los estudiantes de microeconomía,el hábitat natural del horno oeconomlcus,se vuelven más egoístas en el curso de susestudios 33. Otro tanto sucede con otra vir­tud del mercado, la amoralidad con la quese mantiene la coordinación social. Sucedeque aquellos comportamientos (coopera­ción, confianza, veracidad, participaciónvoluntaria) que permiten solventar proble­mas de acción colectiva (el escenario públi­co) se ven minados por las estrategias deconducta que alimentan los mercados 34.

En virtud de su sistema de incentivos, eluso generalizado del mercado en la asig­nación de trabajo y mercancías da pie auna serie de problemas de acción colectivaque socavan cualquier forma de accióncooperativa. Un conjunto de procesos (dis­minución de los vínculos comunitarios,menor duración esperada de las interac­ciones sociales, incremento de la tasa de

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NOTAS Y DISCUSIONES

preferencia temporal) derivados de la pro­pia falta de cimiento normativo en las inte­racciones sociales de mercado hace que,al aumentar los costos de la cooperacióny los beneficios de la defección, buena par­te de las interacciones tomen la forma deun dilema del prisionero, circunstancia quealienta el comportamiento free ridery minala producción de los bienes públicos quehacen posible el escenario moral del mer­cado. En el contexto de conductas propi­ciadas por el mercado, el aumento del cos­te de proporcionar bienes públicos hacemenos atractivas las estrategias coopera­tivas. Así, por ejemplo, el costo de pro­porcionar bienes públícos depende en bue­na medida de la disposición de los queparticipan en su suministro para compro­meterse en procesos de suministro deinformación, deliberación y toma de deci­siones.

Parece, pues, razonable pensar que elmercado no sólo no propicia los escenarioscívicos que hacen posible el mercado, sinoque, por su propia dinámica, tiende inexo­rablemente a socavados. Sin embargo, per­siste el reto de encontrar algún mecanismoque realice las funciones que el mercadoparecía cumplir pero que no cumple. Doshan sido las respuestas más frecuentes. Laprimera apela a un cemento civico derivadodel compromiso que los ciudadanos tienencon las decisiones que adoptan en unasóptimas condiciones de diálogo. La segun­da invoca un cemento emocional, un con­junto de disposiciones afectivas que ase­guran el vínculo social.

El vínculo civico

Una sociedad en la que los individuos secomprometen con unas condiciones bási­cas de diálogo arrastraría, en virtud de lapropia dinámica de la argumentaciónpública, a un compromiso con los resul­tados de ese diálogo. Ése es el núcleo quecomparten diversas teorías que, sin ernbar-

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go, discrepan en casi todo lo demás 35. Enlas formulaciones más refinadas se esta­blece una fuerte conexión entre delibera­ción, racionalidad e interés público: en ladeliberación, la defensa pública de las opi­niones obliga a los ciudadanos a suscribircriterios impersonales de aceptabilidad (delas mejores razones) y, con ello, a admitirla posibilidad de estar equivocados y demodificar opiniones y preferencias. Esenúcleo sería suficiente para excluir prag­máticamente las invocaciones al propiointerés y al destructivo free rider. En el lími­te, en el diálogo, uno puede «preferir quelos otros tengan razón» porque a la postre,para decirlo de nuevo con Borges, «un diá­logo es una investigación y poco importaque la verdad salga de uno o de boca deotro».

Sin duda se dan ciertos vínculos entredeliberación y fuerza motivacional queapuntan en la dirección de los requisitosde estabilidad. Es innegable que los indi­viduos se pueden sentir comprometidoscon aquello en cuya elaboración han par­ticipado y en ese sentido se satisface algoparecido al requisito de armonía 36, aunsi tampoco cabe ignorar otras circunstan­cias que invitan a matizar el alcance deaquel vínculo 37. En todo caso, en los tér­minos expuestos, la perspectiva delibera­tiva aparece únicamente como una teoría(epístérnica) de la justificación de las deci­siones (democráticas): las decisionesdemocráticas estarían justificadas porquese basan en procedimientos correctos queaseguran el triunfo de las mejores razones.Pero nada dice dicha perspectiva sobre lafuerza vinculante de las decisiones y,mucho menos, sobre los diversos requisitosde estabílidad", No hay que confundir lajustificación con las condiciones de fun­cionamiento. No es lo mismo la fundamen­tación (las condiciones epístémicas) de lademocracia que la exploración de las con­diciones de su funcionamiento (la teoríade la democracia), del mismo modo quehay que distinguir, mal que le pese a la

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filosofía de la ciencia construccionista,entre las reglas que los científicos utilizanen sus inferencias, la justificación epísté­mica, y las reglas que rigen las comuni­dades científicas (comunismo, escepticis­mo organizado, publicidad de los argumen­tos, etc.) 39. Precisamente porque no cabeconfundir ambos planos es por lo quecobran importancia las condiciones de fun­cionamiento del escenario deliberativo, laontología social que permite «realizar» ladeliberación, la estabilidad, en suma.

La despreocupación por las condicionesde funcionamiento resulta particularmentenítida en aquellas versiones de la demo­cracia deliberativa que trazan una radicalseparación entre el mundo de la produc­ción/economía, regido por el interés y lanegociación, y el de la política, que aten­dería a la razón y la deliberación. Sepa­ración bastante discutible a la luz de ladinámica destructora de la vida cívica porel mercado. En ese terreno, el terreno dela DS, resultan más vigorosas las teorías(republicanas) de la democracia delibera­tiva que buscan entroncar con el huma­nismo cívico florentino 40. Por lo pronto,proporcionan una solvente respuesta alrequisito de la armonía o continuidad entrelos intereses individuales y los interesescolectivos. Para ello arrancan con una tesisfáctica que invierte la dirección de lasecuencia causal de la mano invisible.Mientras para el mercado, al procurar subeneficio, los individuos producían, sinpretenderlo, el bien común, para el repu­blicanismo, el mejor modo de defender lapropia libertad es defender la libertad detodos. Cuando los ciudadanos quieren ase­gurar su independencia, escapar a la arbi­trariedad real o potencial de los demás,tienen que participar en la vida públicay asegurar el imperio de la ley. De otromodo, estarán al albur de los poderosos.Es a través de la ley justa, resultado dela participación y la deliberación, como se .asegura la libertad. No sólo eso. Una socie­dad política que garantiza desde el terri-

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torio público -desde la ley- la libertadde cada uno, tiene que asegurar ciertascondiciones de independencia en la for­mación de juicios y en las condiciones devida de los ciudadanos, condiciones siquie­ra mínimas de igualdad que impidan, porejemplo, dependencias materiales especí­ficas entre ciudadanos 41. En esas circuns­tancias es fácil que surja una sólida dis­posición cívica, con ciudadanos responsa­bles, que proporciona un buen fermentopara solventar los problemas de coordina­ción y de obtención de bienes públicos 42.

La perspectiva cívica proporciona unaatractiva caracterización de la vida colec­tiva y, en la medida en que se sustentaen argumentos epistémicos, acerca de losescenarios deliberativos como un lugar decristalización de las correctas condicionesen la formación de los juicios y de triunfode las mejores ideas, lo hace sin ningunasubordinación normativa. Cuando seacompaña de una teoría política que esta­blece una relación causal entre la libertadde todos y la libertad de cada uno sugiere,además, la existencia de un mecanismo conalgunos de los requisitos de estabilidad.Sin embargo, está lejos de proporcionaruna respuesta completa a la DS. Se podríadecir que la DS no es el problema de laperspectiva cívica, pero. por lo mismo, laperspectiva cívica tampoco es la solucióna la DS, aunque ya es bastante, desde lue­go, que no se adivinen los rasgos destruc­tivos hacia el escenario cívico que se adi­vinaban en la «mano invisible»,

Aun si la perspectiva cívicaparece inser­tarse bien en una red moral que requiereleyes, confianza, bienes públicos 43, lo cier­to es que el vínculo de los individuos conla república, con la defensa de la vida cívi­ca, como un instrumento para asegurar supropia libertad, es circunstancial y estásometido al albur de que los ciudadanosno se interesen por su libertad. Si la voca­ción cívica es un instrumento, es que, des­pués de todo, los individuos no tienen unagenuina disposición societaria. Aunque

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pueda ser improbable, no se descarta queel individuo se reserve elegir la participa­ción en el juego social, no se descarta laposibilidad de una identidad presocial, deun lugar precívico desde donde se calculay decide entrar en diálogo y razones. Esasimple posibilidad, que resulta irrelevantey acaso inevitable en la fundamentación,en el terreno epistémico, complica cual­quier intento de presentar a la perspectivacívica como una respuesta satisfactoria ala DS. La fuerza vinculante de las deci­siones o la misma estabilidad reproductivaparecen estar sometidas al humor de unosciudadanos que ven su relación con el esce­nario público como un simple instrumento,aún si lo juzgan beneficioso 44.

Mostrar las condiciones en las que sesuperan los problemas no equivale a supe­rarlos. Afirmar que si los ciudadanos fue­ran delíberadores infatigables con un fuer­te sentimiento cívico y exquisita sensibi­lidad para la justicia, las cosas irían mejor,es sin duda más realista que la fábula del(equilibrio general de)mercado, ese mun­do en competencia perfecta, sin tiempo,externalidades, bienes públicos, rendi­mientos crecientes o asimetrías informa­tivas 45. Sin duda es buena cosa saber queciertos comportamientos que no resultanImposibles para los seres humanos asegu­ran un buen orden social, sobre todo sihay razones para pensar que ese ordensocial satisface, además, algunos requisitosde estabilidad. Pero con eso no basta. Tam­bién hay que averiguar si el escenario tieneque ver con disposiciones bien asentadas,si cabe esperar que actúen las fuerzas queaseguran la reproducción social. Mientrasen la conjetura de la mano invisible esalabor estaba asignada al egoísmo, en lasociedad republicana parece necesariacierta disposición cívica, cierta disposiciónvirtuosa 4{j.

Sin embargo, el terreno de las dispo­siciones resulta bastante espinoso. Existeuna razonable prudencia a realizar afir­maciones acerca de la naturaleza humana

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ante el temor de introducir de rondón com­promisos con ideas (perfeccionistas) debien que hagan imposible el agnosticismonormativo. Resulta comprensible esetemor, por más que haya razones paradudar de su pertinencia: tiene escaso sen­tido un proyecto social que ignore lo quesabemos acerca de cómo son los humanos.Al cabo, el requisito agnóstico se satisfacetanto con un fundamento trascendentalcomo con la investigación positiva, con laexploración naturalista. Circunstancia, porcierto, no ignorada por los defensores dela mano invisible que veían en el egoísmoel cimiento natural donde afirmar la socia­bilidad.

En ese contexto no han de extrañar losintentos de cargar la suerte y recuperarun republicanismo apegado a la naturalezahumana, al animal político con una naturaldisposición a la vida cívica 47. Esos intentoshan puesto un mayor acento en la virtud,en la importancia no sólo de la correctaacción, de la acción que tiene buenas con­secuencias, sino también en la correctamotivación, en hacer lo correcto por lasacciones correctas, con las disposicionescorrectas, incluidas las emociones correc­tas. Resulta evidente que para un com­portamiento virtuoso resulta impensable lavisión instrumental de la vida cívica y conello se disipa el carácter del vínculo entrela acción del individuo y el interés público.La dificultad, obviamente, reside en laplausibilidad de la maniobra. Despejarlaserá cosa de la perspectiva emocional.

El vinculo emocional

Buena parte del atractivo del mercadoradicaba en que las consecuencias de lasacciones apuntaban en la dirección delinterés general. No importaban las razonesde cada cual. Desde esa perspectiva resul-

. taba irrelevante, por ejemplo, la distinciónentre que el bienestar de A aumente conel de B y que aumente por(que aumenta)

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el de B. Las motivaciones son ajenas almercado y su funcionamiento 48. Se ha vis­to que la estrategia cívica llegaba a unresultado parecido. No era necesario dis­tinguir entre quién procuraba el interéspúblico para defender sus intereses y quiénlo hacía por una auténtica preocupacióncívica. Sin embargo, en el caso del mer­cado, también se ha visto que, cuandoalgún requisito deja de funcionar, la sim­plicidad motivacional del horno oeconomi­cus empieza a ser un problema 49. El hornooeconomicus va, por así decirlo, a piñónfijo. Mientras existe continuidad entre susintereses y el bienestar común, muy bien.Pero, cuando se da un desvío, no atiendea razones que no sean las suyas y se con­vierte en una suerte de adicto al dilemadel prisionero que, en la mala senda, seenfila ineluctable hacia el desastre. Ya seha visto cómo esa circunstancia tenía con­secuencias desastrosas para la solución dela DS. Las cosas son algo mejores parala perspectiva cívica. Cuando los compor­tamientos convergen en la defensa del inte­rés público, al menos hay lugar para quie­nes tienen una genuina disposición cívica,cosa imposible con la convergencia en elegoísmo impuesta por el mercado.

Sin embargo, aunque observacional­mente pueda parecer que no existen dife­rencias entre el ciudadano que se compor­ta del modo correcto por las razonescorrectas y el que no, lo cierto es que ladiferente disposición es importante, tam­bién por sus consecuencias. No se trataúnicamente de que hay algo que no fun­ciona en el individuo que se comporta deun modo correcto pero que no siente deun modo correcto, que teniendo razonespara sentir, no siente. En ese sentido, lascríticas de raíz aristotélica y del feminismoson absolutamente pertinentes 50: hay unaincapacidad incluso para la correcta eva­luación normativa, para reconocer la com­plejidad de los acontecimientos particula­res, para identificar los principios moralesrelevantes en cada caso o para su aplica-

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ción, por no referirse a 10 que tiene derepugnante un individuo que a contra vís­ceras sigue lo que dicta el deber. Pero hayalgo más, que tiene que ver con las con­secuencias, con las condiciones de posibi­lidad de la vida social: las emociones cum­plen importantes funciones a la hora deresolver la DS, al actuar como disposicio­nes para el compromiso que solventan pro­blemas de coordinación social.

En perfecta lógica económica no ten­dría sentido iniciar un pleito por una estafaque resulte más costoso que la propia pér­dida. Los débiles no deberían prolongaruna negociación más allá del punto dondelos costos superan a los posibles beneficios.La venganza supone riesgos y costos sinposibilidad de reparar el daño inicial. Sinembargo, para el funcionamiento de la vidasocial es importante que el estafador sepaque tengo la intención de llegar hasta lostribunales, que el poderoso conozca queaprecio mi dignidad o que quien me quieradañar prevea mi lealtad con los míos. Deese modo, se evita el robo, la barbarie ola injuria. El propio individuo se beneficiade su propio comportamiento «irracional»,de su conducta honorable; de transmitirconfianza, de su compromiso con la jus­ticia, se hace posible la red moral del juegosocial. Las emociones, la capacidad parala indignación o la justicia, hacen que loscompromisos resulten creíbles 5t.

El modo como las emociones aseguranla coordinación resulta interesante. Por lopronto, para que las emociones funcionense requiere que no se elijan, que la acciónque tiene los resultados correctos no seescoja por los resultados. La acción correc­ta desde las consecuencias lo es precisa­mente porque es la correcta desde los prin­cipios, porque no atiende a costos o bene­ficios. Su eficacia reside en su incondicio­nalidad. El que piense en causarme dañoha de saber que mi indignación no obedecea un cálculo que estoy dispuesto a revisar.Repárese en que la función de coordina­ción queda asegurada merced a un sofís-

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ticado juego de atribuciones intencionales:«el otro sabe que yo sé que él sabe...»,

Atribuciones que permiten que, aun si laamenaza no se formula, los actores conoz­can que «puede pensarse». La emociónasegura la coordinación porque forma par­te de su «entorno cognitivo»: los individuos«comparten información sobre la informa­ción que comparten» 52. Se requiere, ade­más, cierta coordinación entre emociones.La vinculación entre tu miedo y mi indig­nación, entre tu vergüenza y mi reproche,permite la solución de los conflictos sinromper el escenario social, sin que cadaencuentro desencadene una guerra sin tre­gua. Mi reproche funciona porque tú expe­rimentas la vergüenza. Las emociones,finalmente, na requieren en los individuosconocimiento de las consecuencias sociales(benéficas) del juego emocional, de su fun­ción coordinadora 53. El juego emocionales ajeno al designio al que sirve.

Las emociones proporcionan un soportea la resolución de la ns,un cimiento «tras­cendental» respecto a territorio normativo,pero no metafísico. No faltan resultadosde la etología o la neurobiología que mues­tran cómo aseguran la coordinación, evitanel conflicto y hacen posible la valoraciónmoral. Las emociones aparecen en el cursode la evolución, asociadas a procesos desocialización y cerebración, hasta alcanzaraltos grados de complejidad (emocionessobre emociones) en las especies conmayor desarrollo cerebral. La investiga­ción neurológica ha mostrado la localiza­ción de la sensibilidad emocional en ciertasáreas del cerebro, su relativa autonomíarespecto a otras funciones cerebrales y losvínculos con la racionalidad y la moralidad.Los individuos con ciertas lesiones cere­brales, que se muestran incapaces de cali­brar el significado emocional de las situa­ciones, son, a la vez, incapaces de realizarevaluaciones morales completas 54. Sabencómo hay que comportarse, qué es lo quecorresponde hacer en cada caso o qué se

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sigue de cada curso de acción, pero sonincapaces de valorar las acciones. Convier­ten, por así decir, las normas morales ennormas de etiqueta. Tales individuos (omonos a los que se les ha cortado laconexión entre la amígdala y el neocórtex)se muestran incapaces de dar respuestasemocionales y al final resultan inútiles parala vida social. Con la sensibilidad emocio­nal desaparecen la capacidad para laempatía y las bases mismas de moralidad.

En suma, las emociones proporcionanun terreno, con base neurológica, indiscu­tible funcionalidad adaptativa y estrechosvínculos con la racionalidad cognitivay práctica, donde afirmar la solución ala DS 55, No requieren fundamento, comono requieren fundamento la visión o elhabla. Sencillamente se está ahí, se empie­za desde ahí. Del mismo modo que esta­mos instalados en la racionalidad, estamosinstalados en la capacidad emocional queafirma el territorio de la moralidad social.En ese terreno se está, no se elige 56. Noestá sometido a un cálculo y, por lo mismo,no está sometido a las debilidades de lasteorías de la moral como negociación.Éstas, eficaces frente a los procesos decoordinación, al mostrar la posibilidad delos equilibrios de convención o las ventajasde las normas, se veían perpetuamenteamenazadas por un free rider; que podíadecidir romper los equilibrios, no jugar.Los agentes del Rational Choice vienen aser como los individuos con lesiones enla corteza prefrontal, individuos queentienden las normas morales como COn­venciones, individuos incapacitados para lavida social. Ahora podemos recuperar losresultados que muestran la funcionalidadde las normas, recuperar los sugestivosresultados de la teoría de juegos que mues­tran cómo resultan ventajosos para losindividuos la emergencia de ideas comolas de compromiso o justicia, o las ventajasde las convenciones, sin necesidad de expli­car las normas por sus consecuencias (fa-

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lacia funcional) y sin los problemas deexplicar la reproducción de las normasapelando a una capacidad de previsión másallá de la mente humana. El escenario últi­mo de la moral social no es una elección,sino una disposición. El cimiento emocio­nal está en los individuos y es bueno paratodos. Que no se elija es precisamente loque requiere el buen funcionamiento delescenario. Los individuos hacen lo quedeben hacer.

El territorio emocional no aparececomo la disolución de la ética pública. Sen­cillamente es su condición de posibilidad.No se trata de reducir las teorías moralesa un capítulo de la teoría de las emociones.Hay un abismo de sutileza entre moralidady emociones. Las emociones proporcionanrepertorios poco flexibles, 10 que se avienemal con elementales criterios de raciona­lidad y moralidad, criterios que reclamanvaloraciones ceñidas a escenarios cambian­tes y valores en conflicto. La emoción queen cierto momento pudo resultar venta­josa, en otras condiciones puede conducirdirectamente a la catástrofe. De hecho, suaparición en el curso de la selección natu­ral está asociada a los procesos más tem­pranos de cerebración. Por otra parte, laspropias emociones pueden ser objeto devaloración, por su adecuación o por su basecognitiva. Una emoción puede ser excesivao inapropiada dadas las circunstancias opuede corregirse cuando se dispone denueva información. Pero nada de eso miti­ga su funcionalidad a la hora de asegurarel vínculo sociaL También cometemoserrores ínferenciales sistemáticos en cier­tos contextos, y también percibimosincorrectamente muy conocidas imágenesde Jos psicólogos, pero ello no nos hacedudar del carácter adaptativo de la racio­nalidad o de la visión 57. Al cabo, nuestrafísica «intuitiva» (aristotélica) es suscep­tible de ser valorada: es falsa 58.

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El instintosocial

La estrategia de la «mano invisible» pre­tendía mostrar que la DS desaparece sinque se pretenda cuando cada uno va a lasuya. Pero ya se ha visto que lo menosque se puede afirmar es que ese vínculoentre egoísmo y (buen) orden es contin­gente. No s610 eso. De hecho se acaba dever que hay bastantes razones para invertirel mecanismo. Resulta beneficioso serhonesto. En ese sentido, las teorías «cal­culadoras» de la moral tenían razón. Lamoral parece salir a cuenta. En un doblesentido, para el individuo y para la socie­dad. Doble sentido que se corresponde condos estrategias falaces muy frecuentes enlas teorías que relacionan la explicaciónde las normas con sus beneficios 59. La pri­mera, común entre economistas, se traduceen un abuso de la intención y consiste enatribuir la existencia de la norma a los indi­viduos que se benefician de ella 60. El expe­diente más frecuente consiste en acabarencontrando siempre al final un egoístaomnisciente que se beneficia de aquelloque se pretende explicar. Los muchos pro­blemas de este proceder se muestran par­ticularmente nítidos en la explicación dela disposición moral, que, por definición,no puede ser elegida. Es muy posible quela cooperación o la honestidad puedan salira cuenta, pero para que ello suceda hande ser auténticas (o sentidas). En elmomento en que se es honesto instrumen­talmente, por cálculo, los beneficios se disi­pan. La virtud o la disposición al compro­miso se han de sedimentar, por así decir.La otra estrategia (la falacia funcional, dehecho) consiste en explicar las normas porsus consecuencias benéficas para algúnescenario en el que se inserta. Es un pro­ceder muy frecuente entre sociólogos, aun­que se da también entre economistas queexplican las normas por sus «externalída­des positivas» 61.

¿Hay algún modo de recuperar la solu­ción a la DS propuesta sin incurrir en estas

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dos falacias? Si así fuera, no se puede des­cuidar la importancia de un resultado que,cuando menos, permitiría rescatar las«ventajas» (coordinación) de la moralidaddetectadas por las teorías económicas dela moral 62. Se requiere, además, por lodicho, para asegurar la estabilidad repro­ductiva, que el comportamiento que ali­menta el mecanismo no sea mudadizo,cosa de unos pocos o sometido a «cálcu­los». La única solución en condiciones desatisfacer los requisitos de espontaneidad,universalidad, naturalidad y estabilidad,tiene que ser, obviamente, biológica. El«instinto» no está sometido a elección nies fluctuante 63. De hecho, si hubiera algoasí como un «instinto de la virtud» 64, elproblema «liberal>, de la fundamentación(agnóstica) desaparecería. Al cabo, nadiepretende fundamentar la visión o justificarel lenguaje 65. Como ha mostrado hasta lafatiga la discusión acerca de los fundamen­tos de la inducción, hay una dificultad deprincipio en este tipo de justificacionestrascendentales empeñadas en derivar x(moralidad, necesidad lógica) de algo queno tiene x 66. Por supuesto, no se trata deresolver el expediente de la DS medianteel oportuno gen 67. Los procesos coope­rativos son diversos (altruismo recíproco,parentesco, selección de grupo, byproductmutualismi 68 Y las explicaciones que pue­den valer para las hormigas no valen paralos homínidos con importantes procesos deencefalizacién. La vocación social de éstoses una tarea compleja que comprometeestructuras diversas. Del mismo modo queel lenguaje requiere ciertas reglas de fono­logía, de sintaxis, de producción de hablay de descodificación sonora, la disposiciónsocietaria reclama un proceso múltiple (undiseño adaptativo complejo) que exige unacoordinación de funciones que no cabeatribuir al puro azar. Ese proceso, que aAdarn Smith le podía parecer diseño, sólocabe entenderlo en términos de selecciónnatural.

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Los problemas de la interacción socialcomprometen circuitos cerebrales especia­lizados resultado de un proceso adaptativo,módulos como Jos comprometidos en ellenguaje, el reconocimiento de caras O laconstrucción visual de escenas 69. En elpleistoceno, en grupos con alto grado deestabilidad, con individuos con largosperíodos de maduración, con períodosimproductivos y convivencia de miembrosde distintas generaciones, la predicción dela conducta de los otros presentaba indis­cutibles ventajas adaptativas. En esas con­diciones resultaba importante «realizarinferencias sobre sus actitudes, motivos, yanticipar su futura conducta» 70, Los indi­viduos se configuran como «psicólogosnaturales» que se atribuyen intenciones alas que dan respuestas, se asumen comoindividuos y adquieren conciencia reflexi­va; tienen, en suma, una teoría de la mente.La colaboración requiere de la atribuciónde intenciones, pero, a la vez, está some­tida, por esa misma circunstancia, al peli­gro de la aparición del engaño, del com­portamiento free rider que la socava. Lacomunicación es un ejemplo bien conoci­do. Se basa en la expectativa de la cola­boración, en la presunción de que el otrotransmite con veracidad, brevedad, clari­dad y orden. El oyente asume que la infor­mación es relevante, no le es conocida yestá suficientemente relacionada con loque conoce como para realizar esa infe­rencia que es la comunicación, inferenciaque le permite interpretar las intencionesdel otro, eliminar ambigüedades, ordenarinformaciones parciales y completar frag­mentos (pronombres, alusiones, ctc.) 71.

En ese contexto, es fácil que se dieran algo­ritmos darwinistas reguladores de la inte­racción social, capaces, por una parte, deprocesar los costes y beneficios de la inte­racción social, y, por otra, de realizar infe­rencias complejas sobre las posibles tram­pas de los free riders. Lo cierto es que hayla suficiente evidencia experimental parahacer plausible la conjetura de que existe

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un fuerte vínculo entre racionalidad, inte­racción social e identificación de los «men­tirosos» 72. Los individuos aplican reglasinferenciales correctas con suma facilidaden escenarios de reciprocidad, inferenciasque permiten reconocer el fraude. Paraque pueda evolucionar la disposición socie­taria se requiere un aparato cognitivo biendispuesto para detectar a quienes rompenlos contratos. Sólo quien inspira confianzapuede obtener las ventajas de la coope­ración, pero eso sólo lo pueden hacer,enfrentados a «detectores de mentirosos»,quienes son de confianza 73,

La idea de circuitos mentales evolucio­nados especializados en los problemas dela interacción social no es extraña ni excep­cional. «Las inferencias necesarias paradetectar mentirosos son obvias para loshumanos en el mismo sentido en el quelas inferencias necesarias para la ecoloca­lización son obvias para los murciéla­gos» 74. Se trata de circuitos desarrolladospara resolver los problemas de la coope­ración, presente en todos los humanos, sinnecesidad de consciencia, instrucción for­mal yaplicados sin conocimiento de la lógi­ca subyacente. Esos circuitos fijan en noso­tros conceptos y motivaciones que hacenposible el juego intencional. Sobre ellosse asienta la interacción y el sustrato emo­cional. «No sólo facilitan el desarrollo dela cooperación, también hacen posible laamenaza y el funcionamiento de la ven­ganza,» El juego emocional depende «dela naturaleza de la máquina interpretativade la especie... Si el otro animal es incapazde categorizar las acciones que desenca­denen su daño, el castigo resulta inútil» 75.

La evidencia de ese funcionamiento estambién negativa: los autistas, que carecende la capacidad de representarse las repre­sentaciones mentales de los otros, de «unateoría de la mente», se muestran tambiénincapaces para comprender el significadonormativo de los acontecimientos y, aunsi son «inteligentes», resultan particular­mente indefensos socialmente.

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La naturalización de la DS no equivalea la disolución de la discrepancia o la diver­sidad. Es cierto que <da diversidad culturalha sido siempre invocada como prueba dela plasticidad de la especie humana», perono faltan razones para creer que «los orga­nismos dotados de una mente verdadera­mente modular pueden engendrar culturasauténticamente diversas» 76. La diversidades tan natural como la sociabilidad. Nocabe ignorar la importancia para las teoríasnormativas de un programa 77capaz de ase­gurar una base naturalista a la diversidad:se «disuelve» la DS sin dejar de reconocer«el hecho del pluralismo».

Para acabar

En las páginas anteriores se han visto razo­nes para, por lo menos, revisar la pers­pectiva liberal sobre el problema de cómoes posible el orden social. En el caminose ha sugerido la conveniencia de revisarun par de axiomas liberales, quemuehotienen que ver con el «problema» y su «so­lución», el mercado. El «problema» tienemucho que ver con una insostenible ideade individuo presocial que ha persistidoen el liberalismo más genuino. Sencilla­mente, no hay lugar para la pregunta inau­gural de la «fundamentación» del contratosocial que está en la base del liberalismo.Del mismo modo que, si es el caso queel universo es finito, carece de sentido pre­guntarse acerca de qué hay fuera, tampococabe preguntarse por qué los individuosestán en sociedad. Por supuesto, en eseestar en sociedad intervienen disposicionesdiversas. No se trata, pace Ridley, de queexista una línea directa entre un gen y eltacherismo 78, como no hay un lazo entregenes y una lengua, aunque lo hay con lacapacidad para adquirir una lengua. El jue­go de lo posible no empieza desde ningunaparte. No elegimos la sociabilidad, comono elegimos el lenguaje.

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No sólo eso. Aun si nuestras disposi­ciones son más informativas, si apuntan enuna dirección, si, por ejemplo, hay una pre­disposiciónhacia el adulterio o la violencia,de ahí no se sigue la bondad o la ineluc­tabilidad del comportamiento. Primeroporque sigue intacto el trazo entre lo posi­tivo y lo normativo. Sucede en el terrenoepistémico, en donde estamos en condi­ciones de corregir nuestros juicios y aunsesgos inferenciales errados por más sis­temáticos que sean, con más razón en elnormativo. Después de todo, curar unaenfermedad genética es también corregiruna disposición en nombre de lo que nosparece bien. Segundo, porque también losbuenos valores son «naturales», tambiénse asientan en otras disposiciones queintervienen corrigiendo y «contrabalan­ceando» 79, pues, como dejará dichoD'Holbach, <das pasiones son los verda­deros contrapesos de las pasiones (...). Laeducación es el arte de sembrar y de cul­tivar en el corazón de los hombres laspasiones favorables» 80.

En el camino también se ha rectificadootra tesis liberal según la cual el interés,en el escenario de mercado, es la garantíadel orden social. En cierto modo se podríadecir que hay razones para invertir el tra­yecto que llevó de las pasiones a los inte­reses como garantía del orden social 81. Laconvicción de que, para el incipiente pen-

samiento liberal, la única justificación dela religión era su capacidad para disciplinarunas emociones que se entendían comofuente de desorden: los intereses, por unaparte, permitían edificar un orden laicoque sustituyeseal orden religioso necesariopara disciplinar a unas pasiones que se des­bordaban y, por otra, por 10 mismo, per­mitían anticipar al otro como no podíanhacerlo las emociones. La ventaja del inte­rés y del mercado es que hacían posibleembridar las pasiones y asegurar el ordensin necesidad de intervenciones extrañas.El camino seguido hasta aquí ha sido unretorno. Son las emociones y el «instinto»social los que disciplinan un interés (y unmercado) de indiscutibles consecuenciasdesintegradoras. Circunstancia que no sele escapó a A Smith, quien glosando aHutcheson escribe con aprobación: «(LaNaturaleza) actúa aquí (con el sentimientode aprobación) como en otros casos conestricta economía... (Ese sentimiento) noestá fundado en el egoísmo ni tampocoen una operación de la razón. No cabesino suponer que se trataba de una facultadcon la que la Naturaleza dotó a la mentehumana (al igual que) sucedió con el sen­tido moral, el sentido público, o la ver­güenza y el honor ... (Ese sentimiento) sebasa en un poder de percepción, análogoa los sentidos externos» 82.

NOTAS

I Esa tensión es central en el ensayo inaugural dela moderna filosofía política, J. Rawls, A Theory 01Iustice, Cambridge, Harvard U. P., 1971. Baste conver que el egoísmo, que aparece Implícitamente comouna de las circunstancias materiales de justicia, esexcluido por las cinco condiciones formales de justicia(pp. 125-126). En ese sentido resulta llamativo queRawls, que dice seguir a D. Hume, se cuide muchode referirse al egoísmo como tal entre las circunstanciasde justicia, cuando lo cierto es que el escocés es abso­lutamente claro: «el origen de la justicia se encuentraúnicamente en el egoísmo y la limitada generosidad

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de los hombres», A Treatise ofHuman Nature, Oxford,Clarendon Prcss, 1975, p. 495.

l J. F. Spiz, «The Concept of Liberty in «A Theoryof Justice», Ratio Juris; 7,1994.

.1 D. Gauthíer, Morals byAgreement, Oxford.OxfordU. P., 1986, cap. 4. Para críticas, D. Haussman, «AreMarkets Free Zones», Philosophy and Public Affairs,3, 18, 1989; F. Ovejero, Mercado. ética y economía,Madrid, Fuhern/lcaria, 1994.

• Circunstancia, por cierto, bastante desatendidapor tradiciones radicales que han pasado en pocos añosde ver la lucha de clases por todas partes, a una cándida

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e idealista fascinación por el poder de las buenas razo­nes. fascinación que, por lo demás, no resiste el análisisde los procesos psicológicos de formación de las creen­cias. Cfr. F. Ovejero, «El ingreso universal y los requi­sitos de los proyectos ernancipatorios», R. Lo Vuolo(comp.), Contra la exclusión, B. Aires, Miño y Dávila,1995;«Democracia de mercado y ética ambiental», Cla­vesde la razónpráctica, 68. 1996.

5 J. F. Spiz, La liberté politique, París, PUF, 1995.6 La estabilidad (ente-ndida como aquella situación

en la que el sistema «pone en juego fuerzas propiasde tal modo que vuelva al equilibrio después de per­turbaciones", p. 457) es la preocupación central elcapítulo VII de A Theory of Justice. No sólo eso, allíapunta un explícito intento de fundamentación natu­ralista (en las emociones, en el desarrollo psicológico)de los principios de justicia y de la propia estabilidadde la justicia como imparcialidad a la luz de «leyespsicológicas» (pp. 462, 476, 485, 490) que será aban­donado en Political Liberalism (N. York, ColumbiaU. P., 1993), aunque se mantiene la centralidad dela estabilidad [«{lajusticia como equidad) adopta comosu idea fundamental la sociedad como un sistema equi­tativo de cooperación a lo largo del tiempo, de unageneración a otra", p. 15] Y la preocupación porquelos individuos puedan estar interesados en -compro­metidos con- soluciones que se juzgan las mejoresdesde algún punto de vista colectivo (o imparcial).Resulta interesante que el abandono de [a perspectivanaturalista se acompañe de la modificación de las tesisde A Theory por creerlas subordinadas a una concep­ción «comprensiva" del bien, concepción incompatiblecon el respeto al «hecho del pluralismo», y su sus­titución por la concepción política de la justicia quebusca asegurar que el vínculo social se mantiene sindepender de una idea particular de bien.

t Críticas, por ejemplo, de P. Jones, R. Dworkin,O. O'Nei1; cfr. F. Ovejero, «La diáspora liberal», Clavesde la razónpráctica,79,1998.

• Por lo demás, no hay que olvidar que las teoríasIiberal-contrnctualistas empezaban por destacar que «sitodo el mundo sintiera afecto por todo el mundo (...)la justicia y la injusticia no serian conocidas por Joshombres" (D. Hume, op. cit., p. 495), para, inmedia­tamente después de reconocer [a escasa plausibilidadde esa presunción, construir sus «contratos sociales»,descalificados por la crítica comunitaria por irreales.

, T. Schelling, Micromotives and Macrobehavior; N.York, W. Norton, 1978, cap. 4.

11) El núcleo compartido es el análisis en términosde interacción estratégica entre agentes racionales.Desde ahí hay diversidad de modelos: equilibrios demercado, acción colectiva, negociación, etc. Tres clá­sicos desde tres disciplinas: D. Gauthier, op. cit.;J. Colcman, FoundationsoiSocial Theory, Cambridge,Harvard U. P., 1990; y R. Posner, Economic Analysis01Law, Little, Brown and Company, 1986.

II J. Roemer, «The mismarriage of bargainingtheory and justice distributive», Ethics, 97, 1986; J. L.

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Colcman, Markets; Morals and the Law, Cambridge,Cambridge U. P., 1988.

12 No es menos cierto que sin las pequeñas mentiras(<<buenos días», «me alegro mucho», etc.) la vida socialsería imposible.

13 Un equilibrio de Nash, En otras líneas de argu­mentación, la norma aparece como una extemalidadpositiva (Coleman) y los principios de justicia (dis­tributiva) como aquellos que aseguran que la máximaconcesión relativa exigida por ellos sea la más pequeña(Gauthier).

.. Por ejemplo, el dilema del prisionero. Vale lapena destacar: a) el carácter autorrealizador de losequilibrios de Nash, de modo que cuando cada indi­viduo piensa que el otro escoge tal o cual solución,ésta se realizará y las previsiones se confirmarán; b) larelevancia de la atribución mutua de estados mentalesentre los agentes: «A cree que B cree que...» Se verámás abajo la importancia de esta circunstancia.

15 El peculiar sistema de retribuciones asegura que«se busca la verdad". El frecuente «fraude» de las cien­cias sociales no tiene que. ver con una peor «naturaleza»de sus practicantes, sino con el mal funcionamientodel algoritmo; F. Ovejero, «Kuhn y las ciencias des­honestas», Clavesde la razónpráctica, 71, 1997.

16 De hecho, bajo ciertas circunstancias, cuando lossujetos perciben que la tasa de crecimiento real esinferior a la que asegura el crecimiento equilibradoe intentan acercarse, las dos tasas se alejan. Para variosejemplos, cfr. F. Ovejero, La quimera fértil, Barcelona,Icaria. 1994, pp. 176-178, notas 17, 18, 19. En todocaso, no debe confundirse la estabilidad con el pro­blema más general de la obtención de trayectorias his­tóricas. En este caso hay dos dimensiones funcionando:a) direccionalidad o no dírcccionalidad de proceso,b) contingencia o causalidad entre las secuencias. Enla naturaleza se pueden dar los cuatro casos posibles.La estabilidad sería un caso particular de causalidad(mecanismo) y direccionalidad (equilibrio). Para algu­nas ideas cfr. E. O. Wright, A. Levíne, E. Sober,Recons­tructing Marxism, N. York, Verso, 1992, pp. 61-100.

.7 La fórmula paradigmática ha sido la comparaciónentre la selección natural y el mercado corno procesoscreativos y ciegos. El ejemplo clásico es Hayek, obvia­mente. De todos modos, la moderna economía evo­lucionista empieza por criticar la comparación hayc­kíana, cfr. G. Hodgson, Economia y evolución, Madrid,Celeste, 1995. caps,11 y 12; V. Vanberg, «Spontaneousrnarket arder and social rules», Economics and Phi­losophy, 2, 1986. Los economistas evolucionistas hanbuscado alejarse tanto del supuesto de equilibrio comodel supuesto de individuos maximizadores. Sin embar­go, como ha destacado P. Krugman (<<What econornistscan learn from evolutionary thcorists», Conferencia enla European Association [or Evolutionary Economics,noviembre 1996), la propia biología evolucionista (almenos sus teóricos más «adaptacíonistas») camina, res­pecto a aquellos supuestos, en la dirección de la eco­nomía neoclásica. Como se señala en la siguiente nota,hay más economía de inspiración evolutiva que la que

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Hodgson sistematiza en su ya clásico trabajo. Eldesarrollo de la teoría de la complejidad ha convertidotanto la evolución biológica corno los procesos eco­nómicos en modelos de sistemas más básicos; cfr. J.Hollan, «Complex Adaptatíve Systcrns», Daedalus,1992;S. Kauffman,At Home in the Universe.The Searcbfor Laws of Complexity; Londres, Penguin, 1995.

rs Para una completa reconstrucción de la teoríade la mano invisible, la teoría del equilibrio general,y sus limitaciones derivadas de que «el problema dela rnatematización (antes que el vigor explicativo) fuefa razón básica de su creación y desarrollo», cfr.B. Ingrao, G. Israel, The Invisible Hand, Cambridge,Harvard U. P., 1994, p. x. Cfr. asimismo J. Eawtell,M. Milgate y P. Newman (eds.), The Invisible 1!and,N. York, Norton, 1987. Vale decir que el interés porlos sistemas de «mano invisible» ha ido más allá delmercado: P. Krugman, La organización espontánea dela economía, Barcelona, A. Bosch, 1996. El desarrollode los sistemas dinámicos no lineales y de la teoríade caos ha llevado a un amplio programa de inves­tigación que ha abandonado el clásico matrimonio COII

la teoría (básicamente estática) del equilibrio general.CfL R. Day y P. Chen (eds.), Nonlinear dynamics andevoluiionary economics, Oxford, Oxford U. P., 1993.De hecho, entre los pioneros y más refinados culti­vadores destacan economistas que entroncan con latradición clásico marxista-kcynesiana: W. Goodwin,Chaotic Economic Dynamics, Oxford; Oxford U. P.,1990.

j" Para los pasos citados y para la formación cíen­tífico-natural de A. Smítb, en especial su excepcionalrelación con las fuentes del darwinisrno, cfr. F. Ovejero,De la naturaleza a la sociedad, Barcelona, Península,1985, pp. 116-136.

.. G. Brennan y P. Pettit, «Hands invisible andintangible», Synthese, 94, 1993.

lJ Tesis que acostumbra a confundir dos «egoísmos»bien diferentes: el evolutivo, que tiene que ver conque las consecuencias de mis acciones aumenten mieficacia reproductiva, y el psicológico, que se refierea mis intenciones ya mis intereses. Que el primeroha de existir en el proceso evolutivo es una simpletautología. Llamar a eso egoísmo simplemente es mal­tratar las palabras. Por otra parte, lo que no resultaautorizado decir es que hay razones evolucionistas enfavor de la hipótesis del egoísmo psicológico, cfr. E,Saber, From a Biological Poi/U of View, Cambridge,Cambridge U. P., 1994, pp. 8-27. Para algoritmos quemuestran el carácter evolutivamente estable de lasestrategias cooperativas, M. Nowak, R. May y K Sig­mund, "La aritmética de la ayuda mutua»,lrwestigacióny Ciencia, 227, 1995; T. Besgstrom y O. Stark, «Howaltruism can prevail in an evolutionary cnvíronment»,American Economic Review, 2,82, 1993. En un sentidoparecido, P. Kitchcr ha mostrado cómo resultan efi­caces las estrategias de discriminating altruism, quecolaboran con aquellos que hasta el momento nuncahan traicionado, «The evolution of Human altruism»,Joumal of Philosophy. 90, 1993. Para un panorama,

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a partir de la anterior distinción entre egoísmos, cfr.N. Serardíc, «Recent work on Human Altruisrn andEvolution», Ethics, 106, 1995; una completa antologíaprocedente de la economía, S. Zamagni (ed.), TheEco­nomics of Altruism, Vcrmont, Edward Elgar, 1995.

22 Op. cit.; p.495.t' La operación habitual ha consistido en buscar

una garantía en los genes de los supuestos egoístasde la teoría de la elección racional o de la microeco­nomía. Lo cierto es que la operación ha sido con fre­cuencía bastante torpe. Así, G. Becker, a la vez quedefendía el clásico «irrealismo» de los supuestos, latesis de que los supuestos no se calibran por su plau­sibilidad empírica, buscaba urgentes «fundamentacio­nes naturalistas» en la sociobiologia. Cfr. F. Ovejero,«El imperio de la economía», Claves de la razón prác­tica, 58, 1995; J. Elster, More Than Enough. Reviewoí G. Becker, Accountig for Tastes, The University ofChicago Law Reviel\o~ 62,2,1997. En la misma dirección,en la obtención de una «teoría bíoeconórníca» de lasexualidad en términos de costos-beneficios, cfr.R. Posner, Sex and Reason, Harvard, Harvard U. P.,1992. Para una crítica minuciosa, M. Nussbaum,«"Only-Grey Matter''? Richard Posner's Cost-BencfitAnalysisof sex»,The Universuy ofChicago Law Review;591, 1992, pp. 16~9-1734. De todos modos, convieneadvertir que no todas las teorías de la negociaciónmuestran confianza en las explicaciones evolucionistas.Véase, por ejemplo, los escépticos comentarios deD. Gauthier, al sugerente trabajo de A. Gibard, WiseChotees; Apt Feelings (Cambridge: Harvard U. P.,1990), en «Morality and Biology?», G. Wolters y J.Lennox (eds.), Concepts, Theories; and Rationality inthe Biological Sciences, Píusburgh, University of Pitts­burgh Press, 1995.

" No es casual que se hable de «explicaciones demano invisible» precisamente para referirse a expli­caciones en las que funciona un mecanismo algorít­mico, como la selección natural; por ejemplo, D. Den­net, Darwin's DangerousIdea, N. York: Sirnon, Schus­ter, 199$, p. 316. De todos modos, el reconocimientode la presencia de un proceso algoritmico como elque se da en la selección natural no debería llevara conclusiones del tipo «el darwinismo actúa tanto enlas modas láser y las biomoléculas como en los hiper­ciclos y en los reinos animal y vegetal» (H. Hakcn,Secreto de los éxitos de la naturaleza, Barcelona,Argos-Vergara, 1984, p. 78). Eso es como decir queporque se hace uso de la teoría de la optimización,todo es microeconomía. Sencillamente las distintas teo­rías que pueden utilizar una teoría formal compartenciertos isomorfismos y por eso pueden aplicar las mis­mas herramientas. No por ello se,reducen unas a otrasni son casos particulares de la teoría matemática deque se sirven. Se necesita conocer primero si se danlas propiedades que permiten hacer uso de la teoríay ello requiere de la exploración específica del campode una teoría. En el presente caso hay que saber quese dan ciertos patrones en condiciones de copiarse,variar ocasionalmente, competir y heredarse, Y para

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saber que eso lo pueden hacer los genes y no otrasentidades, hay que tener una teoría acerca de cómoson, de sus propiedades.

" A. Hamilton (1788), The Federalist Papers, N.York, Penguin, 1961, p. 437.

Z6 Requiere, por de pronto, un alto grado de con­fianza, entendida como «cierto nivel de probabilidadsubjetiva de un individuo que le permite estimar queotros individuos realizarán ciertas acciones, antes deque pueda controlarla (o aun sin que pueda llegara controlarla) en un marco tal que su propia acciónse ve afectada», D. Gambetta, "Can we trust trust?»,D. Gambetta (ed.), Trust, Oxford, Blackwell, 1988,p. 217. Para las diversas formas como el capitalismomina la confianza como cimiento de la vida social,cfr. A. Selígman, Theproblemof trust, Prínceton, Prln­ceton U. P., 1997.

21 Bienes que se consumen sin rivalidad (mi con­sumo no reduce el tuyo) y sin exclusión (todos gozamosde la misma cantidad).

z.q G. Winston, «Three problems wíth the treatmentof time in econornics», G. Winston y R. Teichgracber(eds.), The boundaries ofeconomics, Cambridge, Cam­bridge U. P., 1988.

l'J Una sin tesis actualizada en B. Gofman, «PolíticalEconorny: Dowsian Perspectives», en R. Goodin yH. D. Klingcman (eds.), A New Handbook o{PoliticalScience, Oxford, Oxford U. P., 1995. En los últimosaños, modelos emparentados con la teoría de la elec­ción racional han buscado aumentar su plausibilidad(con atención, por ejemplo, a los procesos de formaciónde preferencias) y se han alejado de las explicacionesen términos de mercados, cfr. K. Monroe (ed.), Com­temporal), Empirical Political Theory, Berkeley, Uníver­sity of California Press, 1997; D. Mueller (ed.), Pers­pectives o/PublicChoice, Cambridge, Cambridge U. P.,1997.

'" G. Brennan, «Selection and the currency ofreward», R. Goodin (ed.), The Theory of InstitutionalDesign, Cambridge, Cambridge U. P., 1996,pp. 257-258.

" F. Ovejero, "Tres ciudadanos y el bienestar.., Lapo/faca, 3, 1997, pp. 98-99.

J, Aunque ni siquiera. En palabras de uno de losmás refinados cultivadores de la teoría del equilibrio:"La economía del mercado y el sentido del orden noson compatibles... Nunca se ha demostrado que seacierto que la economía de mercado consigue orden,ni siquiera para la economía abstracta», F. Hahn, «Loque pueden o no hacer los mercados», El TrimestreEconómico, 241, LXI(I), 1994.

JJ R. Frank, T. Gilovichy D. Regan, «Docs StudyingEconomics Inhibir Cooperation?»'¡oumalolEconomicPerspectives, 7,2,1993.

).4 Con más precisión, los equilibrios de Nash (si­tuación en la que los individuosno tienen ningún incen­tivo para cambiar de estrategia mientras Jos otros nocambien la suya) no son óptimos: en ausencia de coo­peración se darán los equilibrios aun cuando existenresultados mejores. El problema no es que los mer-

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cados den pie a equilibrios subóptimos, sino que soca­van una cooperación que es precisamente la vía parasuperar diversos problemas" de coordinación y bienespúblicos. Para los diversos mecanismos, cfr. S. Bowles,«Mandeville's rnistake: The Moral autonomy of theself-regulating market reconsidered», Ethics and Eco­nomlcs, Universitvoí Siena, Siena, 1991.

"" Acerca de ~i la justificación se vincula con unprincipio que vale para todos (consensual) o con dis­tintos principios, uno para cada participante (conver­gcntista); acerca de si la justificación tiene base cog­nitiva o simplemente volicional, o acerca de si la jus­tificación es pragmática, según deseos o creencias rea­les, o trascendental, según el mejor yo (<<a reason Iorher» versus "a reason to her» en la terminología deWiIliams). Cfr. D'Agostíno, Free Public Reason.Oxford, Oxford U. P, 1996. Para una sugestiva revisiónde los grados (incompletos) de acuerdo en la deli­beración, cfr. C. Sunstein, «Incornpletely theorizedagreements», Harvard Law Review, 108, 1995,pp. 1733-1772.

J~ B. Manín, «On legítimacy and political delibe­ration», Political Theory, 15,1987.

J, Por una parte, hay problemas de compatibilidad.La justifícación pública ha de satisfacer una serie derequisitos además de la fuerza vinculante (robustez,carácter inclusivo, relevancia informativa) que no siem­pre apuntan en la misma dirección, D'Agostino, «TheIdea and thc Ideal of Public Justiñcation», SocialTheory and Practice, 18, 2, 1992. Por otra parte, hayrazones epistémicas derivadas de la distinción entrecreencia, entendida como una disposición a sentir unaproposición como verdadera, y aceptación, la adopciónde una proposición como un principio de actuación,en un contexto determinado, sin atender a si se juzgaverdadero o no, J" L. Cohen, A essay on Belief andAceptance, Oxford, Oxford U_P., 1994 p. 115.

J. No se trata de una teoría empírica de la demo­cracia ni tampoco de una propuesta política. Para serexacto, es una fundamentación epistérnica que puede,eso si, justificar propuestas políticas, cfr. F. Ovejero,«Teorías de la democracia y fundamentaciones de lademocracia», Doxa, 19, 1996.

)9 R. Merton, La sociologia de la ciencia, IZ, Madrid,Alianza, 1977, pp. 355 Yss. También cabe reconocerel plano de las reglas de competencia, del juego deincentivos de las comunidades científicas, P. Stephan,«The Econornícsof Sciencc»,Journal ofEconomicLite­roture, XXXIV, 1996, pp. 1199·1235.

40 Q. Skinner, «Machiavelli on the Maintenancc ofLiberty», Politics, 18, 1983. Para una exposición sis­temática, P. Pettit, Republicanism, Oxford, ClarendonPress, 1997.

4' F. Ovejero, «Tres ciudadanos...», arto cit.., M. Hechtcr, Principles of Group Solidaruy, Ber­

keley, University of California Press, 1987; B. Frey yI. Bohnet, «Cooperation and fairness in experiments:relevance for dernocracy»; J. Casas Pardo y F. Schnei­der (eds.), Current Issues in Public Choice, EdwardElgar, Cheltnham, 1995"

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., Cfr. nota anterior.44 Para el horno oeconomicus esa posibilidad no

plantea problemas, resulta acorde con su egoísmoentender el escenario social como lugar de trapicheo.

" Aunque no sea 10 que aquí interesa, convieneadvertir que, para muchos problemas de coordinacióny eficiencia, las conductas cooperativas o altruistas fun­cionan mejor que el mercado: S. K. Kolm: La bonneéconomie: La reciprocité général; París, PUF, 1984;H. Moulin, Cooperative Microeconomics; Londres,Prcntíce Hall, 1995, cap. 5.

.. Que no excluye, antes al contrario, la preocu­pación prioritaria por los propios proyectos, cfr. M.Slote, From Moraluy to Virtue, Oxford, Oxford, 1992;y el número dedicado a Self-tnteres: de SocialPhilosophyand Policy; 14, 1, 1997, especialmente los trabajos deWolf, Badhwar, Slote, Bírnk y Hurka.

47 Sea en clave aristotélica (M. Galston, «TakingAristode Seriously; Republican-oriented Legal Theoryand the Moral Foundation of Deliberative Demo­craey», California Law Review, 82, 1994, pp, 331-399)o roussoniana(J. Spitz,op. cu.).

... y a la propia teoría del mercado. Durante muchotiempo la teoría económica defendió su despreocu­pación por las motivaciones con argumentos conduc­tístas o de parsimonia metodológica. Sin embargo, esadespreocupación se traduce en importantes insuficien­cias analíticas. Sobre el estrecho eonsecuencialismo dela teoría económica y sobre sus implicaciones, cfr. E.Anderson, Value in Ethicsand Economlcs, Cambridge,Harvard U. Po, 1993. Para un intento de recuperarlas motivaciones con instrumental económico, cfr. J.Morse, «Who is rational economic rnan?», Social Phi­losophyand Policy, 14,1,1997.

" También desde el bienestar, desde su motivaciónbásica: T. Scitovsky,Frnstracionesde fa riqueza,México,FCE, 1986. Sobre los vínculos psicológicos entre feli­cidad y preferencias del homo aicomicus, cfr. el númerodedicado al importante trabajo de Scitovsky, CriticalReview, 10,4, 1996.

S" R. Tronto, «Beyond Gender Difference: to aTheory of Care», Sings, 12, 4, 1987; M. Nussbaum,«Compasion: the Basíc Social Emotion», Social Phi­losophy and Polity, 13, 1, 1996. Sobre el descuido delas teorías normativas por los aspectos motivacionales,cfr. el ya clásico M. Stocker, «The Schizophrenia ofModern Ethical Theories», Ioumal of Philosophy; 73,1976, pp. 453-456.

" Sobre estas funciones «económicas» de las emo­ciones, cfr. R. Frank, PassionswithinReasons:The stra­tegic role of the emotions, N. York, Norton, 1988. Unrepaso de la abundante experimentación que muestracómo funcionan emociones o principios espontáneosde justicia que violan principios de racionalidad eco­nómica, A. Roth, «Bargaining Experiments», en J.Kagel y E. Roth (eds.), The Handbook of F-xperimelltafEconamics, Princeton, Princeton U. P., 1995. Sobrelas implicaciones para la microeconomía, que es comodecir la teoría del mercado, R. Thaler, Quasi Rationa!Economics, N. York, Rusdl Sage, 1994, pp. 199 Yss.

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Sobre las implicaciones para la vida cívica del entra­mado de normas y emociones, C. Sunstein, «SocialNorms and Social Roles», Columbia Law Review, 96,1996, pp. 903-968.

S2 D. Sperber y D. Wilson, Relevance (2." ed.),Oxford, Backwell, 1995, p. 45. Fórmula que es undesarrollo de la idea de «conocimiento común (mu­tuo)» de D. Lewis, Convenüon; Cambridge, HarvardU. P., 1969. Resulta interesante destacar que una ideaparecida (<<the tacit cognitive communalities»), «entreel instinto y la razón» es formulada desde la teoríade la elección racional para referirse a los contextosnormativos, U. Witt, "Moral norms and rationality wit­hin populations: an evolutionary theory», J. Casas Par­do yF, Schneider (eds.),op. cit., p.251.

" F. De Wall, Good Nature. The originsofrightandwrong in humans and other animals, Cambridge, Har­vard U. P., 1996, pp. 28-29. De Wall muestra sus dudasacerca de las emociones en los animales no humanos,ibidem. p. 108.

s. A. Damasio, El errorde Descartes, Barcelona, Críotica, 1996. Dos panorámicas del conocimiento psíco­biológico sobre emociones: R. Plutchik, The Psychoiogyand the Biofogy oi Emotion, N. York, Harper Colins,1994; K. OatIey y J. Jenkins, Understanding Emotions,Oxford, Blackwelt, 1996.

" Para interesantes conjeturas acerca del vínculoentre emociones, normas y coordinación, cfr. A. Gib­bard, op. cit.; R. Solomon, A Passion[or Justice. Emo­tionsand tite Origin ofthe SocialContract. Boston, Row­man, 1995.

56 Que no se elija la capacidad emocional es cosadistinta de elegir las emociones. Las emociones secorrigen como se corrigen las ideas o los errores alinferir. Que tengan base biológica no quiere decir queno se puedan valorar. Sobre tales aspectos: R. De Soa­sa, The ratlonallty ofemotion, N. York, Harper Collins,1994; F. Schocman (ed.), Responsibility, Character andEmouons, Cambridge, Cambridge U. P., 19$7.

" La explicación (de la psicología evolucionista)radica en que la selección natural prima unos meca­nismos cognitivos que favorecen la formación de creen­cias verdaderas, pero que, a la vez, han de satisfacerotras exigencias (fiabilidad, robustez, rapidez, accesoa la información, economía, etc.), cfr. Lo Cosmides yJ. Tobby, «Beyond intitution and instintive blindness:Toward an evolutionary rigorous cognitive science»,Cognition, 50, 1994; «From Evolution to Behavior:Psychology as the Missing Link», 1. Dupré (ed.), TheLatest on the Best:Essays on Evoluiion and Opümality,Cambridge: MIT Press, 1987. Un panorama en H. Bar­kow, L. Cornides y J. Tooby (eds.), The Adapted Mind,Oxford, Oxford U. P., 1992. Para el caso de la visión,en términos computacionales (más tarde incorporadosen clave adaptativa por los psicólogos evolucionistas)cfr. D. Marr, La vislon, Madrid, Alianza, 1985. Parauna valoración crítica y mesurada, cfr. E_Srein, Withou/Good Reason, Oxford, Clarendon Press, 1996, cap. 6.Una discusión de la significación de los supuestos expe­rimentales de tales trabajos (el alcance del condicional)

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NOTAS Y DISCUSIONES

para las conclusiones sobre el vínculo entre raciona­lidad, vida social y evolución, en J. Fetzer, «Evolution,rationality and tcstability», Synthese, 82, 1990.

"M. McCloskey, «Intuitive Physics», ScienttficAmerican, 4,284, 1983.

" F. Ovejero, La quimera férti~ ap, cit., cap. 4.ro Los economistas han utilizado dos recursos para

defender esta estrategia ante la evidencia de que noestaba en el horizonte intencional de los individuoshacer o desencadenar aquello que se quería explicar.E] primero, metodológico, con argumentos pragmá­ticos, justifica la «irrealidad de los supuestos» de com­portamiento en nombre de su vigor predictivo, Elsegundo, teórico, más reciente, en torpe matrimoniocon la socloblología, convertía a los individuos en «in­conscientes» envases de los genuinos actores maximí­zadores, los genes. Corno se apuntó en la nota 23,las dos estrategias no son del todo CQm patihlcs, puessi la segunda busca dotar de plausibilidad naturalistaa los supuestos, la primera proclama el derecho a des­cuidar ese soporte.

ól Para ser justos, su hábitat originario fue la releo­logia natural, el designio divino de los organismos alque se enfrenta la teoría de la selección natural, Lostextos clásicos del debate en T. Cosslett (ed.), Scienceand Religion in the Nineteenth Century, Cambridge,Cambridge U. P., 1984. Debate que se modifica des­pués de Darwin. Para el debate contemporáneo entreadaptacionistas y darwinistas moderados, cfr. J. Dupré(ed.), The Latest 011 the Best, op. cit.; C. Allen, Bekoffy G. Lauder (cds.), Nature'sPurposes: analyses ofjunc­tion and design in biology, Cambridge, The MIT Press,1998. Una formulación sencilla de la discusión desdeuna perspectiva adaptacionista por un biólogo evolu­cionista de primera línea: efe. G, Williams, Plan andPurpose in Nature, Londres, Phoenix, 1996.

62 Cfr. una reconstrucción dinámica del contratosocial, incorporando compromisos, convenciones e «ins­tintos», en el breve y espléndido ensayo de B. Skyrrns,Evolution 01theSocialContract, Cambridge, Cambridgeu. P., 1996.

6.' En un contexto cooperativo, obviamente, la mejor'estrategia sería aquella que «aparece» y "desaparece»,que sugiere colaboración, pero que, cuando tiene laconfianza, traiciona. Pero, precisamente, la selecciónnatural no permite esa posibilidad, las disposiciones1111 se pueden elegir, aun si eso se realiza de un modosofisticado, a través de la capacidad para detectar alfree rider.

M M. Ridley, The Origins ofvirtue, N. York, Vikillg,1996.

'" Esa comparación en S. Pinker y P. Bloom, «Na­tural Languagc and Natural Selection», Behavior andBrain Sclences, 13, 1990, pp. 707-784. Asimismo. S. Pinoker, The Language Instinct. Londres, Penguin, 1995,p.35U.

<oó Si la inducción fuera segura, no sería inducción,sino deducción, Es falible, pero también eficaz. Enese sentido sigue resultando pertinente la «reinterpre­ración» del a priori kantiano por Lorenz y sus discí-

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pules, cfr. F. Wuketits (ed.), Concepts and approachesin evolutionary epistemology, Dordrecht, Reídel, 1984;R. Rield, Biología del conocimiento, Barcelona, Labor,1983. Más interés (mayor base cognitiva) tiene lareciente «(díjsolución» biológica del prohlema de lainducción, fundamentada en la idea de que nuestrosconceptos están innatamente estructurados de talmodo que presumen Ia existencia de clases naturales.Lo que no quiere decir que la epistemología pierdasu carácter normativo: «La evolución no debe invocarsecorno evidencia de que nuestra psicología se ajustahien a la estructura causal del mundo. Ese ajuste debeestablecerse independientemente. La evolución sólocabe invocarla después de haber establecido ese ajus­te», H. Kornblith, Inductive Inferencc and its NaturalGround, Cambridge, MlT Press, 1993, p. 3. Para unrepaso de los diversos aspectos de conocimientos «im­plícitos» sedimentados evolutivamente: A. Reber,ImplicitLearning and Tacit Knowledge, Oxford, OxfordU. P., 1993.

67 Como se señala en una de las exposiciones mássistemáticas de la psicología evolucionista, hay genesde disfunciones (distrofia muscular, díslexia, Alzhei­rner, etc.), pero no "de la civilidad, lenguaje, memoria(oo.) de organismos adaptativos complejos», S. Pinkcr,How the Mind Works, AJen Lane, N. York, 1997,pp. 34-35. Cabe conjeturar que lo que en tales casosse localiza es un gen que es condición necesaria paracierta función, Es conocido que las únicas condicionessuficientes son de sucesos negativos: es suficiente paraque la TV no funcione que el cable esté cortado, porejemplo, Para una visión más «optimista» de fa loca­lización de genes, efr. J. M. Smith y E. Szatrnáry, «Lan­guage and life», M. Murphy y L. O'Neill (eds.), Whatis Lije? The Ncxt Fifty Years, Speculations on the Futureo] Biology, Cambridge, Cambridge U. P., 1995, p. 76.

.. La cooperación y el altruismo tienen más de unitinerario. En el trabajo existente más completo sobrecooperación animal, L. Dugatkin sistematiza cerca deun centellar de modelos distintos, Cooperation amongsanimals, Oxford, Oxford U. P., 1997, pp. 25-29.

69 Desde esta perspectiva, la «mente» no apareceríacomo una inteligencia general útil para todo, sino comouna combinación de diversos dispositivos especializa­dos en parte programados genéticamente, especiali­zados tanto respecto al dominio cognitivo del que seocupan como por el tipo de tratamiento de la infor­mación. Para una presentación informal dc la evidenciaexperimental, cfr. M. Gazzaniga, El cerebro social,Alianza, Madrid, 1995. Una visión más matizada: A.Karrniloff-Smith, «Precis of: Beyond Modularity»,Behavior and Brain Sciences (en curso de publicación).

7. H. Plotkin, Evolution in Mind, Londres, AlenLane, 1997, p. 139, Para una breve y sugestiva expo­sición del vínculo evolutivo entre vida social y los huma­nos como «psicólogos naturales», cfr. N. Humprey, Lamirada interior, Alianza, Madrid. 1993. La atribuciónde estados mentales es común a los primates con inten­sa vida social, efe. D. Cheneyy R. Seyfarth,How mon­keysseethe world, Chicago, University oíChicago Press,

ISEGORíA/16 (1998)

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NOTAS Y DISCUSIONES

1990; C. Alíen y M. Bekoff, Species ofMind, Cambridge,The MIT Press, 1997, cap. 6. Para una visión crítica,C. Heyes, «Theory of Mind in Nonhuman primates»,Behavior and Brain Sciences (en curso de publicación).

11 D. Sperber y D. Wilson, op.cit., pp. 65-72.71 L. Cosmides,«The Logicof social exchange: has

natural selection shaped how humans re ason?», Cog­nition, 31,1989.

13 Por esta vía se captura con buen fundamento unargumento filosófico tradicional según el cual reco­nocer a otro como racional supone un principio derespeto y preocupación, T. Nagel; The Possibility 01Almúsm; Prínceton, Princeton U. P., 1970. Otro tantose podría decir respecto a la intuición (y la torpeza)utilitarista que toma el sufrimiento como criterio depertenencia a la comunidad de valoración, lo que lelleva a incluir sin matices a los animales no humanos,Para una teoría normativa atenta a los resultados cog­nitivos, la capacidad de sufrimiento no es indepen­diente de la existencia de unos sistemas articuladosde deseos, expectativas, de unos estados mentales com­plejos y con capacidad discriminatoria, que no se danpor igual en todas las especies. Sencillamente, no todosufrimiento es igual. Cfr. D. Dennet, "Animal Cons­cioussnes: What Matters and Why», Social Research:In the Company 01Anima/s, New York City, 1995.

" L. Cosmides y J. Tooby, «Beyond intuitíon...»,

art, cit., p. 64." J. Tobby y L. Cosmides, «Friendship and the Ban­

ker's Paradox: Other Pathways to the Evolution ofAdaptations for Altruism», W. Runcirnan, J. MaynardSmíth y R. Dunbar (eds.), Evolution 01 Social Behavior

ISEGORíM 6 (1996)

Patterns in Primates and Man, Oxford, Oxford U. P.,1996, pp, 129-130.

16 D. Sperber, «Modularité rnentale et diversité cul­turelle», Le contagian des idées, París, Editions OdileJacob, 1996, p. 166. Asimismo, S. Atran, «Folk Biologyand the antropology of Scíence: Cognitive Uníversalsand Cultural Particuíars», Behavior and Brain Sciences(en curso de publicación).

n Que se ha dado en llamar, por oposición al «Mo­delo Estándar de las Ciencias Sociales», «Modelo Cau­sal Integrado». Para una presentación programática,L. Cosmides y J. Tooby, Evoiutionary Psychology: APrimer, s. f.

78 "Los conservadores (que atacan el estado del bie­nestar) quizá no sean unos peligrosos románticos», M.Ridley,op. cit.,p. 262. No es la única inferencia urgentede este urgente ensayo de ciencia popular. Lo ciertoes que, con todo lo que hay de sugestivo en el programade la psicología evolucionista, no resultan infrecuentesestas maneras (es el caso, por ejemplo, de R. Wright,The moral animal, Londres, Abacus, 1996, o de bas­tantes páginas de D. Buss, La evolución del deseo,Madrid, Alianza, 19%.

19 S. Pinker, How The Mind Works, op. cit., p. 42,YA. S.Holbacn, en Hirschrnan,pp. 34-47.

ro Sistema de la Naturaleza (1769), Madrid, EditoraNacional, 1982, p. 332.

81 A. Hirschman,Laspasiones y los intereses, México,FCE,1978.

S2 Adam Smith, The Theory of Moral Sentiments(1759, 1790), Oxford, Clarendon Press, 1991, pp. 321­322.

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