De La Peña, Guillermo (1998), Articulación y Desarticulación de Las Culturas

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    considerar esa obrita   ·-Muerte en \1ellecil1-   Como el Simposio   conrem- . .',..... poráneo,   ya que en ella se plantea la cuestión radical del   eros   como ar-quetipo de toda mediación. Eros, en efecto, es el dios más joven   y  el más

    viejo, fungiendo en nuestro imaginario cual fuego a cuyo contacto se des-   I pierta nuestra conciencia, tal   y  como se representa en el mito bíblico del pecado original   (Génesis).   Pero el amor es, como el fuego, positivo }' ne-garivo, vivificador    y   devastador; en efecto, su presencia benévola es

    vital, pero sue xceso -~ea por ausencia, sea por saturación o exceden-cia- es mo rral. Por eso s imb ol iza adecu ad am en te e l bi en y e l m al ,el acogimiento   y   la soledad, la afección   y   la infección. En este sentido, elamor (alado) puede considerarse como el arquetipo de la vida, siempreque integremos en su concepto el desamor o miedo a perder el amor.Entonces ei amor    -yel pánico como desamor- lo rige roda, 'como yauduieran Dante   y   Freud. Pero la obrita de Mann analiza las actitudesmodernas frente al  Banquete/Simposio   platónico: se trara de un desplaza-rruenro mental del eros cosmogónico antiguo (enraizado en ei cosmos) aleros mundano (moderno) duaiizado entre el bien y el mal, la vida   y   lamuerte, la alteración   y el ensimismamiento. •

    En eiio estarnos, tratando de   SUlUf3r  LU~lulil1t~(.:li::!~~~~~¡r

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    de  L o s   símbolos a través del tiempo   10   es también «de las vicisitudes de laconfrontación en las relaciones humanas .. (Fernández,   1991,  125), el es-tudio de la cultura en la época de la globalización nos refiere a la conflic-riva negociación del significado en los escenarios de la vida cotidiana, encuanto éstos incluyen   símbolos que expresan _tantQ IDterdependencia   ysubordinación como   autonomía   y   resistencia con respecto a escenariossupralocales   y supranacionales,

    En un se'mido básico, el problema de la relación entre la globalizacióny   la variabilidad cultural es análogo a la cuestión que desvelaba a losanrropólogos en décadas pasadas: la articulación entre las culturas loca-les (regionales,   étnicas)   y   la cultura estatal-nacional,   y   la   (éconcomiran-re>,   ,   ':""

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    ámbito anglosajón. Su postulado principal era que la vida material e inte-lectual de un grupo humano correspondía al lugar que ocupara. en unatrayectoria definida por la progresión hacia for!"l1ascada vez más mteW,a-das   y  complejas. Ya fuera que el factor dererrninanre en esta p~ogresIOnlo constituyeran las ideas jurídicas (Maine, 1960), la tecnología   y   I~,ca-

     pacidad adaptativa (Morgan, 1877) o las "fuerzas de_ producción»(Engels, 1942), el entendido funda!11e~tal era que el ml~mo.~squemaevolutivo podía aplicarse a todas las SOCiedades y   a la explicación de las ~variaciones entre ellas.. , . . ,;;

    En contraste, el ensarmento etnológico desarrollado en el m,undo ~Jintelectual de lengua alemana   y   trancesa   e.g.   a tze,. 1 0-1 9 8, an'Gennep, 1908-1914) destacaba la neceSIdad del estudIO detallado de las

    eculiaridades de los rasgos   y  compleJOS   (patrones, conhguraclOnes)   de ~ca a cultura cu o inarrusrno no o ía obedecer a ningún esquema .r  preestablecido. Una van~nte. ~ ave e este_tipo de pe~sa_mlento, e   1   u-SIonismo, colocó la explicación del cambio en I?s  múltiples   y   azarosos préstamos interculrurales. Desarrollada por ?chmldt (19~2-1955),.la t~?-~J::de   l()s1~¡I!€)s culturales   buscó sistematizar el estudio de la d~fuslOn

    .cultural a partir de nÚcleos de irradiación que Iban crcatld? un ?rc:l deinfluencia estable. En los Estados Unidos, B~(1963;   19)5)  dIO a, lasideas difusionistas una formulación mas precisa; su concepto de   areacultuwl   rompía con los aspectos más determini$~as d~ I~s,círculos ~a1tu-rales (admitía la posibilidad de varios ~enrro~?e Jrradlaclo~ sllnul~anea ~de la invención como fuente de transtorrnación)   y constrUl.a su ~ble~~ deestudio como una síntesis irrepetible de adaptación ecológica, dlf~slOn }'creación. En América Latina, ~l concepto de área cultural se da[J~ a c~·nocer a través del brasdeiío Gllberro heyre, alumno de Boas en la Uni-versidad dé Columbia,   y   d~l mexicano Manuel Gamio, t~mbién su alun;-no en Columbia   y en la Escuela InternacIOnal de"Ctrmlogla   y ArqueologíaAmericana, fundada en la Ciudad de México en 1910. Algunos de   10$ becarios   y   tutores de esta Escuela realizarían más tard~ trabajos en elmundo andino,   y  dejarían ahí también la impr~)I1ta ?O~SI,ana. _,

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    El evolucionismo   y  el historicisrno culruralista coincidían en la t.e~bdela unidad del género humano; pero el segundo postula~~, ~!'lrelativismoincompatible con la idea de progreso. T , : 1   postulad~ fue aSIl1~ISmOaceptado por la escuela funcionalisra, surgida en Gran Bretaña en la decad~ ?e, 1920.Sin e~6argo, !Y1alinowski (1961), abanderado de esta escu~la, cnnco dura-mente a evolucionistas}' difusionistas por sus reconstrucciones sup~est~-mente históricas que se basaban más en conjeturas que en II1formaClo_nsolida, En sus sorprendentes libros sobre los  «salvajes-   de las Islas ~ r.obnand,la cultura se estudia sólo en tiempo presente (el «presente emográfi~o») y seexplica no como un repositorio de sedimen~os del pasado o ~~estamosaleatorios sino como algo vivo   y   moldeable, integrado e~ función de lasnecesidades biológicas, instrumentales   y   SOCIalesde los mle~br.os del gru-

     po. Si las principales influencias filos~fi.cas del evolucionismo era~el racionalismo de la Ilustración   y   el posinvisrno de Comre   y  Spencer,   y   SI

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    el id~alism~ herderiano lo era del historicismo culrural, el pensamíento deMal inowski se ins ir aba en el e el ra ati smo an losa ones,   jLa otra variante (también británica) de la misma escuela conoci a como ~.estruc~ra!-fu?ci?nalis~, tu.v0 ~?rno profeta a Radcliff~-Brown (1952), ~cuya. ~~nte principal de rnsprracion era Durkheim, aunque raIrtlzaaO-por_e1__ .•.ernpn !smo de ~ocke. En esta vananre el concepto central era el deestrnctu- ::'  

    r~ '. .   unto de normas e instituciones inrerde endientes uecana-~zan   y   sancIOnan la conducta aceptable. Para explicar la lógica e estasnormas e InStitucIOnesno se debe recurrir a una teoría de las necesidades nia Sl~Santecedentes históricos, sino a su papel en el mantenimiento del orden'sOCl.aLLa cultura, entonces, se estudia bajo dos perspectivas: 1) como eicon!unt? de   ¡~ exp~eslOnes arbitrarias de las instiruciones. Por ejemplo,el Vinculo matnmomal puede expresarse por un anillo o por una forma de\ esnr; pero no Interesa e~tudiar tal expresión en sí misma; lo que interesae~ enrende.r las expectativas de conducta impiicadas (no sólo entre los

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    re en la conrinuidad de los esquemas simbólicos y sus oposicions, inhe-rentes. Éstos no son inmutables; pero, al canalizar la interpretación del

     presente y del pasado, modelan (o incluso «programan») también las re-acciones de los seres humanos a los acontecimientos (Geertz, 1973,251;Onner, 1990). Así, el cambio cultural -el cambio de esquema-c. parrenecesariamente del esquema mismo; y la historia no consiste en una seriede rupruras sino en la combinación dinámica de nuevos y viejos motivos:

    La visión dialécriea de la historia   y   el cambio culrural parte de   latl'2dición marxista y recoge a onaciones del ensamiento neoevolucio_ IJi.sra,so reto o en a o ra e autores Como Woff(I982; 1984)~z(J   974). Rechaza la separación tajante entre «lo simbólico,; }'«lo mate-rial», o, más bien, concibe ral oposición como mediada por un procesoglobal de transformación del orden social. A su vez, el concepro de ordensocial aun ue d a' . k iei , I iua construcción   y~gociación: Con base en el análisis del proceso de división social delrrabalo y de sus formas de control y movilización, supone la existencia dedesequilibrios causados por conflicros de intereses   y   desigualdad de po-der. El mundo simbólice (cogn;ti~~Qy  valoral) no es visto como un meroepi fellóm~no   c1p l  0rdt •.,~~vi)Cr:1.I,~;   r 6 r . . ! : . . . · ' , : ~   ";Jrabr:!~T::l"anterior a   él :   seconsrruye   y   se negocinvle,rt.el~en., A s'u vez ara el enfoque dia-te si las promes~s resultan Imsatlsta~tol~f~lal~tea u~: doble pregunta: ])léctico,   el e$~u,dlOde la c~l,tura b~~~O.,~ltelogra crear un idioma de ide,n-en qué condiciones una   élire   go. \' .;:.;   de (acto   de ciertos grupos socia-r i e lad   común, sin que obste la  ¡XC u;'lo,nH  cómo los grupos subalter;Ros::, ,,'"   : - ~ " ; . b - ~ _ ; ,

    les del acceso a bienes eS~~~'-~IC~í;/lr~; en defensa de sus intereses.   L

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    encuentra en l~práctica numerosos obstáculos, y más en los estados   surgí-~os.del.colonralIsmo, precisamente porque el acceso al mercado ya las ~m~[¡[ucI?nes públicas nunca es irrestricro, del mismo modo, las lealtades   ,1

     primordinl-, y sus expresiones persisten -a veces con bastante fuerza-   jen dos sen~i~os: como refugios frenre a la exclusión socieral,   y   como inten-tos no indiVIdualistas de represenración comrahegel1lónica. Paradójica-mente, el estado nacional puede favorecer la fortaleza de los símbolos

     primordial-e, si ha tratado de apropiárselos -selectivamente- para con-Y~rnrlos en. símbolos nacionales: lo que algunos autores llaman la«tolklonzaClón»   y   -cxorización. de la cultura estatal (Urban   y  Sherzer,1991, 10- JI). En otras palabras, la cultura moderna-individualista-esta_ tal-nacIOnal nunca llega a desplazar totalmente a las culturas «holísticas»o «relaciona~es>: -por ejemplo, las culturas étnicas-, donde el principalsujeto econon~1Co, social   y   político no es el individuo sino el grupo :

    menudo conflictiva..

    En este contexto, el proceso de globalización introduce varianres de ~ peso. La novedad estriba en la acelerada multiplicación de las corrill.nica-"~;...  J~,

    . C~5,   en eJ2;ccimienro desmesurado de la mtormaclOn   v,  soble   L·~ÚD,'" :en.. ue este roces  0. tiende a prescindir de la mediación privilegiada de laslI1Sl1111clonesestatales, en avor te un merca o   (7 o a crecienremenre au.~1omo. La ern esn a neo lera usca a minimlzaclOn e a presenciaestatal r:desregubció~») en favor del imperio universal de la oferta   y  l ademanda.   S I   cobra vigor tal tendencia, el mercado, en su calidad deespacio o encuadramienro dominante de difusión cultural convertirá a laCultura en algo «consumible" y «desechable» (Hannerz,' 1992, 48); lasfuerzas de la oferta   y   la demanda, o sus distorsiones (por monopolios y::gn~en~aClones), determinarán la homogeneidad o heterogeneidad, la~Jntlnllldad   y el cambl~ en los contenidos y esquemas simbólicos. Ernpe-:~1a teridenci., mercant:lIzante se ve contrarrestada, con diverso grado deexiro, por la pers!stenCla de los encuadramienros estatales -la meta de lamoderl1ldad no se ha abandonado, ni la compulsión por crear la comuni-dad naCl?nallI1dependiente_    y de las posiciones alternativas (por ejem-

     plo, en ter mmos étnicos) tanto al mercado como al estado. Lo que se hallamado en la literatu ra recienre «nuevos movimientos sociales» tienecomo una de sus características el aprovechamiento tanto de la debilidadde !~s fuerzas estatales que inhiben la diferencia cultural como de las po-

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    ~b¡]ldades 9ue ofrece el mer,cado. No obstante, pecaríamos de ingenuosIno c,ahbraramos I~ asunerrra mherente a las nuevas condiciones de pro-uC~I?n y c¡rculaclOn cultural. El discurso de la autonomía del mercado

    también   es arte del roceso he emónico: protege   y encubre íos imeresesde las fuerzas dominantes, me uyen o a las estatales; pero crea sirnulrá-n~amente las grreras por donde penetran intereses opuestos (Hannerz,L 92, cap. 4; Lomnitz-Adler, ] 993).

    . Otro fenórneno característico de ia era de la globalización y ~Ineolibe-ralisrno es~lfuslón del discurso de los   derechos humanos   y su apropi;:¡-

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    :.·•.r."  A Ci ÓN Y DE SA RTI CU LA CiÓ N DE l AS CUL TU RAS

    ción or actores diversos en el contexto de la lucha por la hegemonía,   'a '.' postulado de la igua a . e . o~ In   I~I   uos  y .  e ~~cap~claª~ tnhere~te. < J . ~ ; . _ ; ; : : : - 7 : . : . ~ : :reoresentación llevó al prmClplO de libre asociacion,   y este a la negociacióri .d; espacios   públicos   cada vez más amplios, donde pudieron formularse   y . . plantearse los derechos de las minorías (Touraine, 1994). Tales derechos, _, c J f t . (J 2 _ en los países democráticos europeos, se volvían relevantes d~ cara a.la   r . Q . . . '7 \ ~   t ¡ ;

    creciente inrniaración de trabajadores extranjeros traída por la mternacio- ~nalización del ~1ercado laboral; en los Estados Unidos, a los inmigrantes seunían dos importantes minorías endógenas: los indios   y   los   negros. EnAmérica Latina, el concepto de minoría se introdujo en el contexto de unacrítica radical al racismo, al ernocenrrismo   y a las prácticas ernocidas de lasélites económicas   v políticas (Harris, 1964; Stavenhagcn, 1979),   y  condu-

     jo  3un re lanrearnienro de la definición de los derechos ciudadanos: éstosahora incluyen el derec o a a I erencia cu rurai. e nuevo, e esta o ausa o este replanteamiento en su favor (al proclart,Jarse como ~l.l~nicocapaz de garantizar los derechos emergentes), pero al hacerlo posibilita lasubversión de su propio discurse hegemónico. Por otra parte, la proble-mática de los derechos humanos se discute en forma privilegiada en or¡p-¡nismos internacionales (la ONU es la nvis   importante) que genera~ norm~s

    su raesrarnles; pero, al situarse frente a estas normas (aun .lceptand?laSj,los esta os naciona es rea irrnan su ro »a  I enn a   r las traducen a II1Stl-t~lciones donde ellos no pierdan la jurisdicción ni la so erama.

    -~. - IV. CULTURA INDÍGENA Y PODER EN AMÉRICA LATINA:DE LA COLONIA A  U NACiÓN

    Los conquistadores   y   cronistas europeos llamaron «indios" a los poblad~-res de (as tierras invadidas,   y   los clasificaron de acuerdo con su compleji-dad cultural y política. ASÍ, hablaban de «i.idios bárbaros>: e «indios de policía». Los primeros, habitantes de las llanuras norteamen~an~s   y ~e lasselvas amazónicas formaban bandas   y   tribus nómadas,   y  sus msnruciones

    de gobierno, de tan simples, eran casi invisibl~s. Los segundos, agricultoressedentarios, presentaban instiruciones dIO~oblerno desarrolladas. Destaca- ban las formas comprehensivas de gobierno Inca (en los Andes)   y Azteca(en Mesoarnérica), estados propiamente dichos: «imperios», según los es-

     pañoles. Empero había también formes   inrermedias,-;efaturas,.pa:a   laantropología neoevolucionista-s-, que fueron bautizadas como «se?onos»,«reinos» o «beherrías- (De Acosta,   1940).   Algunos de ellos hablan sld?subordinados por la expansión azteca o inca; pero mantenían una .auron-..J~..J" ••n. ,   rll1mr'l característica. En el mundo incaico o Tahuantinsuyo,ua....•J • .. •.a •.•..•.•••• ~cada unidad política subordinada era regida por un señor    (kurüt

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    GUI LL ERMO DE   1 A P':Ño\ 

    quechua era la lingua {, .,   l 'B livi I   ,¡ranca,   pero exisnan enguas regionales (el aymará

    Ec rdivia, e mochica en Perú, los sistemas de   filiación   macrochl'brL..,- encua or etc)   'R    19 '-   Id '-1 ',,' \ owe, 47; Murra, 1984), D e modo análozo en 'la

    IV esoamenca rriburaria d I  ti   toani   d   b ,, f d ' e   a oant   o empera or azteca el  teuctli   era elle e e una casa noble   ote   1 1 - " " . , ' , '  

    '----.J ,   id   de   cea   1 que   ejercra  JunsalCCIOTIsobre un conjunrnue comnm a es campes'   I 11'   I h .na "mas   oca P U   1;   ye na ua era la lengua predomi-

    nbtepero no la uruca (Carrasco}' Broda, 1978; León-Porrilla 1984) Elam os IInper o I ' . , ' " 1lIS, as !ll~t1tUClOnesglobales de gobierno tenían como una( ~;us t~reasbJa reallzaClón~: obras públicas (hidráulicas y de transpone)

    q - ase/:>llra an la   produccíon   agrícola   y   su circulación. Por ello cierto~~utores encu¡enrran analogías entre los Andes}' Mesoamérica por'un Iad~~ por otro e   modo de p od ' '"     del   análi '1980 C   r.   UCCIOll  astatsco   e   análisis   marxista (Palerm

    ; arrasco, 1982), • ,

    Ad,lasdistinra , condiciones de la población aborigen correspondieron .Isnnras estrateg' di' 'S ' -

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    " f las e ca oruzacion ( ervrce 1955). Los «indios de po icra» ueron reducido   'd. d ' - br d . il s a  COml!111.

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    I¡GU IL LE RI10 DE L A P CÑ A

     y   africanos; asimismo, demuestra la prolongada vigencia de los conoci-mientos sistemáticos de los indígenas sobre herbolaria. El mismo AgujrreBeltrán   (1986)   realiza una sugerente comparación para" el señorío deZongolica, en la sierra veracruzana, entre el simbolismo de las toponimiasnahu continuidad de la aceptación de loskllmka,s   (Plan,   1982,26).   Análogamente, en la Nueva España, la divisióndel   trabajo   colonial se sustentó en la reproducción de los antiguos siste-mas de organización del trabajo para obras comunitarias y estatales(tequlo, coater¡ui!)   (Rojas,   1987).   Los renovados esfuerzos de los indios

     por recu perar -y falsificar- los  títulos primordiales   de sus tierras impli-caban la ~oluntad de «reconstr€su rnernona hIstÓrica baJOlas cond:i¡ju-nes o r.eslvas e a dominaclon» "orescan,   -"-zt,3b"9.   a pervlvenciade los SIStemas e agricu rura indígena, enriquecidos pero nunca desplaza-?o; por plantas   y té~nicas d~l ~uevo Mundo (Palerrn,   1967;   Crosby,19 ;.7), era la condlClOn de posibilidad para que la fuerza de trabajo de los!nOIOSpudIera a su vez reproducirse.

    Así, el orden social colonial incluía la existencia de un mundo cultu-ral indígcna de claros COntornos espaciales y ocupacionales. Desde el

     poder español, este mundo se construía en términos de subordinacióneco~ómica y política y retraso civilizatorio; desde las comunidades, comoveh.IcuJo de sobrevivencía y resistencia a la dominación. En ei siglo   XVJJI ,la s   lIlsurrecciones a no fueron nativisras (para volver al «estaJo origi-na" Sino para afirmar la forma de vi a comunitaria, que incluso se pre-senta a como a auténticamente cnsnana en os lcvantamientos no-vohispanos de Chiapas, en   1712·   Tulancingo en   1769·   Zimatlán en1772;   etc. (Taylor,   1979, 113-15'1).   La gran r~belión a~dina de   1780,aunque tuvo componentes independentistas y de alianza con los mestizosy   los criollos, se justificó fundamentalmente en ia defensa del mundo   111-dígena coetáneo. José Cabriel Tupac Arnaru, quien exigía la creación deur:~ AudIenCia en Cusca, bajo Control de los andinos, así como la igualdad¡e.rarqurca de los alcaldes indios y los criollos, era acatado corno deseen-dIente del Inca (O'Phelan,   1985;   Flores Calinda,   1987,   cap. 4);   Y   sus

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    A RTICU LA Ci ÓN Y D ES ARTI CUL ACi ÓN D E LA S CUL TU RAS

    aliados aymara Tupac y Tomás Karari representaron a las comunidadesque se oponían a la intromisión de los mestizos en los puestos de a~tori-.'.   C•••dad local (Plan,   1982,30).   Por su parte, la magnitud de la guerra Insur-gente mexicana   (1810-1820~,   c?n todo y su liderazgo ~riollo, no pod,ríaexplicarse   SIO  el apoyo de los indios que repudiaban el tributo   y defendíanla tierra de comunidad   (d. Tutino,   1987;  Van Young,   1992).

    Todo esto, lograda la independencia, planteaba una paradoja: lascomunidades indias, factores irrecusables en la lucha anticolonial, resul-taban un estorbo pala las   élires   criollas de las naciones emergentes, sobreroda en la mcdida en que triunfaba una nueva ideología liberal   ylibrecambista ((il1od~rna» .l.,El m.ásinsigne ideólogo de! te~prano libera-  JéIiSITIOmexicano, Jase Mana LUISMora, propuso en la decada de   1830que se se desmantelaran las organizaciones comunitarias   y que se usara,en vez de! término   indio,   el de  pobre   o menesteroso   (Hale,   1977,224).Aunque la ideología independentista cnoila se caraererizaba en parte por una reivindicación del «glorioso imperio destruido por los crueJes espa-ñoles" -por ejemplo, en los escritos del mexicano B~lstama~te-:-(Brading,   1980),   esto no implicaba ninguna i~agen p~sitlva del indio

     presente. Por el contrario: no eran raros los discursos   ;.l}W ;¡C;f$¡rrl~l F[:' .. __ ~cisras (Flores Calinda,   1994'; 22E-231 J.   Los héroes   uneraíes   1\0e¡dU   Il~-diOsSlno figuras ejemplares de la historia patria   en un panteón republi-cano moderno (Hidalgo y MoreJos, San Martín y Belgrano, Bolívar ySucre, Mitre   y   Juárez), al estilo de la Francia postbonaparrisra (B~aJ~n~, .1994).  En el mejor de los casos, se veía la cultura de los pueblos lI1dlg~nas a través de un prisma evolucionista unilineal; así, el positivista mexicanQ Francisco PimenteJ las definía como resabios de etapas superadde la humanidad (Favre,   1994,956-958).

    El embate contra la tierra y el gobierno comunal favoreció la expan-sión de las haciendas y empobreció alos campesinos. No aca?ó con lacultura india sino exacerbó su capacidad de resistencia, manifiesta demuchas maneras (Miranda,   1967).   Las más violentas fueron   lasguerrrasde castas   (Yucatán   y Oaxaca   1847,   Puno   1868,   Chimborazo   1871, Nayarit   1867-1872,   Pihuamo   1870, Sonora [Yaqui]   1885..., etc:). El líder nayarira Lazada proclamó su intención de restaurar e! imperro aztec~;igualmente, eJ guerrillero peruano Rumi Maqui (en   191~~se declaran arestaurador del Tahuanrinsuyo. Pero encontramos   también   otras estra-tegias, como el curioso rechazo de los aym~ras de la abolición del t~ibutolaboral para obras públicas -pues garantizaba un pacto con el Estado.

     boliviano donde se respetaba la existencia de la propiedad comunal-:-;o, análogamente, los acuerdos tácitos con los ha~~ndados -e.n P.eru yBolivia en Ecuador y México- para que no interfiriesen en la Vida mrer-

    . .' • '''' . . J   1 - -   cabild ~ 'ordornías   nc::.r-pnSI-

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    na de los pueblos. La pervrvencia .ue  IV:' Ld.   '.'uv;'   J   u.a} v . ,v . : .. ~_,~ . . : blernenre encargados sólo de las fiestas religiosas, en.la pra:tJca establecl~SIstemas paralelos de autoridad (Plan,   1982,98-100,   Ramón,   1990,547551).   Y, 'por supuesto, el término   ir:dio   siguió siend0.u~a~o: .era, a u~tiempo, un indicador étnico, ocupacional, de clase y de inferioridad polí-

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    tica   de (acto.   Sin embargo, no faltaron cierto~ grupos indios que encon-traron nichos ventajosos en la economía nacional   y  desarrollaron para-lelamente discursos de orgullo étnico   y  estrategias de poder. E~cO,no-cido el caso de los zapo tecas de Juchitán: su ~or~inio so?~e los clrcult~smercantiles regionales   y   su capacidad orgaruzanva y mdl~~r les perrnr- .~rió oponerse con relativo éxito a los embates de la política   nacional.L, "~__ (Calllpbell,   1994)~ ;.

    .~

    .GUILLERMO DE L A PEÑA

    v.   El INDIGENI,5MO   y   LA HEGEMONíA MESTIZA

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    En el siglo xx la culturade los indios debió enfrentar ~n enemigo mássutil   y  paradójico: el indigenismo, cuyo punto de partida era el pensa-miento social progresista de quienes deseaban no sólo la «reivindicaciónmuseoO'ráfica» del indio sino su «redención» conremporánea. En novelasde den~ncia como   Raza de bronce   (1923), del boliviano Arguedas;   Elindio   (1935)', de! mexicano López y Fuentes; o HuasipltngO   (1934), delecuatoriano Icaza, encontramos un diagnóstico de los males del indíge-na,   c8us?dos   por   d h:-ifl(nriismo y la corrupción 'de las';lá'üM.;!~-l::tq.esy elclero. Los pensadores de izquierda, encabezados por Mariátegui (19.28),ensalzaron la forma comunitaria como e! germen de una modernidaddistinta: el futuro socialista. En Perú, el gobierno de! general Leguía(1919-1930), deseoso de atraer apoyo de las poblaciones serranas, reco-nocería la validez de la propiedad cornunalagrarín, igualmcnrc, el presr-dente revolucionario Obregón (1920-1924) pondría en marcha en Méxi-co un programa ele reforma agraria que incluía la restitución de tierrascomunitarias. Sin embargo, en ninguno de los dos países se reconoció alas autoridades tradicionales de los pueblos (Favre, 1988). El indigenismo

     buscaba finalmenre   la incorporación   del indio a una civilización nacio-nal. Ésta ya no se pr'oclamaba como imitadora de lo europeo o estado-unidense sino como   mestiza,   como una síntesis nueva, cuyos por-taestandartes intelectuales fueron en México Malina Enríquez, autor de

     Los grandes problemas nacionales   (1909) y Vasconcelos, autor de   Laraza cósmica   (1931), y en Perú el político carismático Haya de la Torre,fundador del partido político Alianza Popular Revolucionaria America-na (APRA)   y autor de  El antiimperialismo   y  el APRA   (1935). La bande~adel mestizaje como «adaptación perfecta» también apareció en la reróri-ca populista del Movimiento Nacional Revolucionario (MNR), triunfa-dor de la revolución boliviana de 1952, y en la de los gobiernos militares"progresistas ••del Ecuador después de 1960. En Perú, los sucesivos go-

     biernos posteriores a 1930, aunque por lo general enemigos del APRA,también se apropiaron de la misma bandera.

    El indi enismo mexicano se constitu ó en un discurso científico enlos escritos e antropó ogo amlo (1916; 1922), quien ogró una curiosa

    amalgama de las rcortas boaslanas   y   el evolucionismo unilineal: lasculturas indígenas, mundos de significado y acción, debían respetarse en

    , 114

    ARTICULACiÓN   't   D ES AR TI CU I. AC IÓ N D E L AS C UL TU RA S

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    sus valores «positivos ..; pero al mismo tiempo incorporarse a la «forja:.. deuna patria común. Gamio fue e! primer director del Instiruro Indige-nis,taInteramericano, fundado en ]941. Su sucesor, Gonzalo Aguirre   Beltrán(1958; ] 967), formularía la compleja teoría de la.sregiones de re fugio!   deinfluencia conrineural, en la que sostenía que la historia de las comunida-dcsaebía comprcnaerse ala luz de la formación estatal y la colonización.

    En el siglo xx, la realidad de estas comunidades se deter~ina po~ una peculiar configuración regio~al interculrural, donde una   é l i r e   aU~Olden-rificada como «no india-   (ladma, mtst  i;blanca)   ejerce el monopolio de laautoridad política, de la educación escolar   y   de los recursos estratégicos,   yse beneficia de relaciones de trabajo precapiralisras (peonaje, colonato,aparcería ... ). La acción indigenista va encaminada a modernizar es~as re-giones, mediante las comunicaciones, la reforma agrana, las campanas desalud, la alfabetización   y   la educación popular, la extensión agrícola   y   laorganización de base. Así, los i ' , , :. ~ El tér-mino indio denota una sujeción colonial de casta; de e reern rse por el de indígena,   que denota un proceso de transición a la ciudadanía   y ~ lacultura mestiza.   ¿y   la cultura indígena? El indigenismo no la  destruirá, pero la gente encontrará nuevas   y  mejores respuestas a sus necesidades: la

    modernización conllevará la aculturación, la síntesis, el encuentro crea-dor de la cultura nacional-popular (Aguirre Beltrán, 1976; 1983).Aguirre Beltrán logró romper con la concepción atomística de la

    aculturación que había caracterizado a la antropología estadounidense: para él, el fenómeno debía situarse histórica   y  políticamente. Tanto laciudad primada como la comunidad india son productos de la acul-turación colonial; asirnis-no, las dos son transformadas por la acultura-ción moderna: la igualdad ciudadana rompe el dominio de casta y el pacroquialismo cultural   y   'político de la   él ire.   La nueva c.ultura ~l,a detodos- será mestiza,   que es importante entender en términos   POSItIVOS,como el resultado de un proceso de enriquecimiento. Sin embargo, unade las críticas más fuertes al indigenismo -ha sido precisamente que la

    )

    llamada modernización no ha c~eado tanto a esos mestizos ide~lessino

    más bien --en el campo paupenzado   y   en [os Cll1turones de rrusena delas ciudades- a una va-ra población de marginados (Platr, 1982, 119;Arguedas. 1975,67-77). Por otro lado, la teoría indigenista entraba en polémica 'con visiones que, aunque preocupadas p.or el .fenómeno, d~ laaculturación, destacaban los elementos de sobrevivencia   prehispánica.Un texto capital en la discusión fue el de Paul Kirchoff (1943) sobre elconcepto de Mesoamérica, donde se definía una constel~ción de rasgoscuya persistencia podía trazarse en una vasta área geowaf,ca, mediantela investigación arqueológica, etnohistórica   y  demog~áflca,.des?e el p~_ riodo clásico hasra nuestros días. En la misma vena de resaltar la conti-nuidad se encuentran las memorias de las reuniones internacionales so-

     bre México   y   los Andes auspiciadas, al fina! de la década de 1940   y principios de la de   1950,  por el Congreso Internacional de Arnericanisrasy el Viking Fund (Tax, 1951; 1952a; 1952b).

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    En la década de 1960, la publicación de las obras etnográficas deGeorge Fosrer (19(-;0) )'José María Arguedas (1968), que encontraron sor- prendentes similitudes entre la cultura   y   la organización social de la Espa-ña rural   y   las de la América hispana, pareció debilitar las tesis de lacontinuidad. No obstante, Arguedas, lejos de considerar a los campesinosandinos como retlejos o imitaciones de los españoles, veía en las similitu-

    des ia prueba del carácter universal de las culturas locales   y   regionales. Elll propio Aguirre Beltrán coincidía con autores como Wolf (1956; 1966) YPalerrn (1967; 1972) en reconocer la reproducción de 14seconomías carn- .. pesll1as que susrenraban los mundos culturales denominados indios. Estas ;economías de trabajo intensivo y tecnología y sabiduría agrícola tradicio-nal cumplían funciones importantes para la sociedad mayor (producciónde alimentos baratos, reservas de mano de obra), incluso fuera de las re-giones de refugio; y-no serían fácilmente sustituibles por la «organizaciónmoderna» (capitalista). Más aún: la reforma agraria, una de las armas del

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    indigenismo, reforzó el papel del campesinado,   y recuperó les comamosya veces ciertas formas organizativas de los viejoscalpullis yayllus.   Pero

    Jos antropólogos no sólo documentaron la vigencia de   1 "   ernicidad

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    auspiciado por artistas extranjeros (Sergei Einsenstein, Tina Modortif:Ienri C3rtier-Bresson)   y  mexicanos   (Andrés   Henesrrosa, Diego Rjvera:F.nda Kahlo, Miguel Covarruhias); gracias a ellos, la música local, el trajenpico de !a mujer   tebuan,r,   las danzas, las coloridas pinturas de flores   yfrutas, árboles e igU311.1S,se integraron a la circulación en   el   mercadocultural naciona] e inrernacional. Pero los  istmeños   pudieron reapropiars-d.e rodas estos elementos: no sólo como una mercancía para imantar tu-

    risras smo como un cnrrarnado emblemático utilizable para legitimar unaIdentidad regional distintiva )' promover la defensa de los intereses regio-nales (Covarrubias, l 946). ~

    Este proceso identirario   alcanzó   un punro de cristalización orzani-. b

    zarrva con el surgimiento de la Coalición Obrero Campesino Esrudiantildel Istmo (COCD), en la década de   1970,   en el contexto de un ruovil1lie,nto de defensa de las tierras comunales. Muerto Charis en 1968, el':aoo en la  estrucrur.i   de poder regional fue ocupado por COCEI, cuyósh.deres -gellte cou educación media   y   universitaria, con nexos en lasclu~ades d~ O~xaca y México, .con ideologías influidas por el marxismov!o;

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    ' el acceso a cierto tipo de i1~formación y la reformulación de l.as~~adicio-nes en un  consexscglobalizante   lo que conduce a la circunscnpcion de lanueva identidad grupal y a la apropiación o invención consciente de lasdistinciones culturales. En  Yucarán,   la gente de ciertos pueblos empezó a«descubÜ!:»   S!l   identidad «maya» gracias a la escuela y a la electrónica: losmaestros decían a los-niños que las fastuosas pirámides que aparecían enlas pantallas de televisión habían sido construidas por sus ancestros, y que

    la lengua que habían aprendido en el hogar, así como los vestidos y danzasde las fiestas -valiosos en el mercado turístico-, eran mayas, como las pirámides   y como ellos (Hervik,   1992). En la zona oaxaqueii.a de Huautla.,donde ha persistido la lengua mazateca, así como un cuerpo de mitosy   ritos distintivos y los 'consejos de ancianos comunitarios, la definiciónde «lo mazareco» se configuró después de una especie de catástrofe y deuna invasión masiva: la primera se dio por una presa que desplazó a milesde campesinos y los hizo conscientes de su común destino de agravios,   yla segunda por los  hippies,   periodistas)' estudiosos atraídos por MaríaSabina, una chamana que utilizaba hongos alucinógenos y fue objetode célebres reportajes,   .¡ ,g < t1 ,1 Ít   de los cuales se empezó a hablar de ellacomo «representante de fa cultura mazareca» (Benítez, 1964; Barabas yBartolomé,   1974;  Boege,   1988).   En la región otavaleña de la sierra norte

    ecuatoriana, la organización de la resistencia étnica fue precedida por ungran auge nacional e internacional, de las artesanías textiles (Salomon,

    <   1982). No es extraño que las organizaciones políticas reivindiquen el «arteautóctono»   y   se apropien del discurso que atribuye el valor de este arte asu naturaleza   étnica.   Un caso insólito de revaloración de lo autóctono   yetnogénesis lo encontramos entre los trabajadores mixrecas migrantes: enambos lados de la frontera México-Estados Unidos, a dos mil kilómetrosde su terruño, reinventaron su identidad y convirtieron su lengua y orna-mt;ntación tradicional en emblemas legitimadores de su lucha por condi-ciones dignas de trabajo (Nagengast y Kearney, 1990).

    La globalización permite que los intelectuales y líderes indios se en-cuentren comunicados entre sí y refuercen su vocación de generadoresde identidades y definidores de culturas. Esta comunicación, múltiple y

    vertiginosa por la disponibilidad del  fax   y  del COrreo elecrrónico, tieneademás escenarios privilegiados: los congresos internacionales de indios,Como el Parlamento Indio del Cono Sur, creado en   1974,   o el ConsejoMundial de Pueblos Indígenas, fundado en Canadá en   1975   (Barre,1983, 153-160).   Desde esas fechas, no sólo proliferan ese tipo de re-uniones sino, además, los representantes indios son invitados al Congre-so Internacional de Americanis'tas, a reuniones ecuménicas de las igle-sias, a cünvenciones de Organizaciones No   Gubernamentales,   partidos

    ~políticos   y grupos ecológicos. La legitimidad de las organizaciones étnicas" se ha consolidado al incluirse la defensa del hábitat como un rasgo esen-

    cial de las culturas emblemáticas. En   1981,   el Tribunal Berrrand Russelldedicó su sesión al tema del   etnocidio,   un término que en las Américashabía adquirido notoriedad gracias a las reuniones de anrropólogos e

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    ART ICU LA Ci ÓN Y D ES ARTI CU' ACi ÓN D E LA S CUL TU RA S

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    indios celebradas en Barbados (en   1970 y  1977)   (Bonfil,   1981).  Antes,   C'- .en   1976,   se había proclamado en una reunión en Ar elia   la~DcclaracióJ!.   : : < : 'UI1~   l de los erechos de los Pueblos, que exp icita a e viejo princi- ~

     pio de «la igualdad de os erec os de los pueblos   r  su dere~ho a la   ' i j < : . J   Iautodeterminación», consagrado ~n la~arta   de las N~clones Unidas, En \..~las décadas de   1980  y   L990,   las diSCUSIOnesmternacion les sobre   dere-

    chos humanos   incluyen conspicuamente a cuestión étnica, p n .términos el e ate so re el derecho a ma ener y reproducir culturashisróricas aun cu}~do no coincidan con las q:le los ~stados pretenden 1 jimponer como oficiales, Desde   1984,   tal derecho ha Sido consagrado enla Carta de la Organización Internacional del Trabajo y en decretos de la .UNESCO. Por su parte, los gobiernos larinoamericanos no sólo han sus-r .crito tales documentos sino generado un discurso -impensable antes de   ' . : s1980-sobre mulriculruralidad. La conmemoración del Quinto Cenre- ~ ~nario del viaje de Cristóbal Colón desencadenó más reuniones y polérni-   < Scas sobre la justa apreciación de ese hecho, y reavivó la tesis de la justici2del desagravie a quienes habían sido agredidos en sus derechos cu~t~ra- ~ ~les. En MexlCo, la Constitución fue reformada en   199[   para admitir la ~rcg!t:Q1idad de las culturas indígenas. En Colombia incluso se recoll.~~j.A"   < S ~ "   J •

    a partir de la Constitución de   1992,   la existencia de los territorios étnicos   -S ~ ji   se les concedió una suerte de autonomía política. Se h~ agigantado, e!l ~   efin, el interés por los estudios de derecho consuetudinario, donde parn-   s : . . . (cipan tanto antropólogos y juristas como intelectuales indios (Sra-  

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    oriemal, e! clamor de la pluralidad étnico-cultural en América Larina no parece implicar secesión ni ansiedad «purificadora», sino búsqueda   crí-rica de proyectos parricipatorios y modelos de desarrollo SOCIal.Y , comoen el siglo   XI\:,   la búsqueda de proyectos   y  modelos trasciende las con-cepciones indiYidualistas rígidas (e inoperantes) que aún lastran el pen-samiento jurídico-polírico de! mundo llamado occidental-:frobablemen-re, e! reconocimiento de tal búsqueda constituye la piedra de toque para

    comprender que ese fenómeno complejo que llamamos   cultura popular,sin ser e! resultado de [a oposición pura o-del aislamiento abstracto, no puede tampoco reducirse ni a la cultura de masas de los medios

    Itransnacionales ni a la cu.ltura oficial de los estados: es la difícil creaciónde espacios donde los actores sociales, al reconciliar el pasado y el pre-sente, las raíces locales y el horizonte universal, pueden convertirse ensujetos de su propia historia. .

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