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Capítulo IV Conservadores y liberales: ¿Cuáles son las diferencias? El pensamiento conservador se opuso a la fundamentación racional- procedimental de la cultura y a su división en esferas especializadas –ciencia, moral y arte–. El neoconservadurismo acogió la dimensión científica y sus derivaciones tecnológicas compensando la desmoralización de la vida con una apelación a la moral convencional y a la tradición folclórica. Los jóvenes conservadores descubrieron el poder de la subjetividad y sus expresiones estéticas rechazando las limitaciones del proceso de cognición y los imperativos de la practicidad, el trabajo rutinario y la rentabilidad. El pensamiento liberal en su estadio competitivo supuso que la institución del mercado, desprovisto de toda vinculación política, aseguraría las condiciones racionales y justas para la realización de la libertad. Sin embargo sus efectos indeseables en el bienestar generalizado exigieron la regulación del Estado para pacificar el conflicto social y asegurar las condiciones de valorización del capital. 1. La reacción neoconservadora a la crisis del Estado de Bienestar. Un criterio para distinguir las corrientes conservadoras y liberales es la posición que ellas han adoptado frente a la división de la cultura en esferas especializadas: científica y sus derivaciones tecnológicas, morales y estéticas. Las corrientes conservadoras se opusieron al proceso de especialización que trajo consigo la modernidad. Los neoconservadores se apropiaron únicamente de la dimensión de la cultura científico-tecnológica y los llamados jóvenes conservadores hicieron lo 1

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Capítulo IV

Conservadores y liberales: ¿Cuáles son las diferencias?

El pensamiento conservador se opuso a la fundamentación racional-procedimental de la cultura y a su división en esferas especializadas –ciencia, moral y arte–. El neoconservadurismo acogió la dimensión científica y sus derivaciones tecnológicas compensando la desmoralización de la vida con una apelación a la moral convencional y a la tradición folclórica.Los jóvenes conservadores descubrieron el poder de la subjetividad y sus expresiones estéticas rechazando las limitaciones del proceso de cognición y los imperativos de la practicidad, el trabajo rutinario y la rentabilidad.El pensamiento liberal en su estadio competitivo supuso que la institución del mercado, desprovisto de toda vinculación política, aseguraría las condiciones racionales y justas para la realización de la libertad. Sin embargo sus efectos indeseables en el bienestar generalizado exigieron la regulación del Estado para pacificar el conflicto social y asegurar las condiciones de valorización del capital.

1. La reacción neoconservadora a la crisis del Estado de Bienestar.

Un criterio para distinguir las corrientes conservadoras y liberales es

la posición que ellas han adoptado frente a la división de la cultura

en esferas especializadas: científica y sus derivaciones tecnológicas,

morales y estéticas. Las corrientes conservadoras se opusieron al

proceso de especialización que trajo consigo la modernidad. Los

neoconservadores se apropiaron únicamente de la dimensión de la cultura

científico-tecnológica y los llamados jóvenes conservadores hicieron lo

propio con la cultura estética. Los liberales que lucharon en el siglo

XIX contra la cultura tradicional y su fundamento religioso,

recurrieron durante la etapa del capitalismo competitivo a la ideología

del intercambio justo que se materializaría en la institución del

1

mercado. En la fase del capitalismo regulado, en la que el Estado debe

intervenir el mercado para permitir las condiciones de valorización del

capital y la institucionalización del conflicto social, la antigua

ideología es sustituida por una apelación a la ciencia y a la

tecnología como los verdaderos motores del desarrollo del mercado y sus

supuestos efectos beneficiosos en el desarrollo económico y el

bienestar generalizado de la población.

La crítica neoconservadora no solo abarca a las propuestas

socialistas sino también al Estado de Bienestar, que para muchos

liberales no es del todo repudiable. La crisis del Estado de Bienestar

ha conducido a muchos críticos conservadores y neoconservadores a la

conclusión de que hay que eliminarlo. La oposición neoconservadora ve

la causa de su crisis en la burocratización del Estado y espera que la

liberación del mercado implique nuevos avances en el bienestar general.

Proponen mejorar las condiciones de acumulación del capital, toleran el

desempleo como fenómeno transitorio y se oponen a la expansión del

gasto en los servicios sociales que legitiman el Estado de Bienestar1.

Se deduce de esta postura una activación del neo-corporativismo

mediante la promoción de organizaciones de gran escala que operan como

sistemas económicos y sociales que gozan de gran autonomía. El Estado

se convertiría en otro actor del proceso de negociaciones, muy limitado

en la realización de las competencias legislativas reguladoras y

orientadas a asegurar la satisfacción de intereses generales.

La crítica neoconservadora también abarca a “los intelectuales”,

1 Habermas, J. (1989), “The Crisis of The Welfare State and the Exhaustion of Utopian Energies”, en Jürgen Habermas On Society and Politics. A Reader, Beacon Press, p. 293.

2

portadores de la modernidad, “improductivos y obsesionados por el

poder”. “Los valores post-materiales, especialmente los relacionados

con la satisfacción de necesidades expresivas de autorrealización, y

los juicios críticos de una moral ilustrada universal se consideran una

amenaza a las bases motivacionales propias del funcionamiento de una

sociedad basada en el trabajo social y en una esfera pública

despolitizada”2.

Como ya señalamos, los neoconservadores constituyen una respuesta

pasiva a la crisis del Estado de Bienestar, que propone limitar el

Estado a las funciones de seguridad y a crear las mejores condiciones de

valorización del capital. Las crisis en la estructura de la

personalidad, generadas por el acelerado proceso de modernización

económica empujado por el vertiginoso desarrollo de la racionalidad

instrumental —que ellos admiten sin más reservas—, son compensadas por

la moral convencional, el patriotismo, la cultura folclórica y la

“religión burguesa”. “El carácter unilateral cognitivo-instrumental del

concepto moderno de racionalidad refleja la unilateralidad objetiva de

un mundo de la vida capitalista en proceso de modernización”3.

Contra la creencia en el poder de la razón y, en un sentido más

lato, en las ideas de progreso y emancipación proclamadas por la

Ilustración y la modernidad, se ha levantado una verdadera cruzada

encabezada por el pos-estructuralismo y posmodernismo. Ambos han sido

2 Ibíd., pp. 293-294.

3 Habermas, J. (2000), “Las servidumbres de la crítica a la racionalidad” en Ensayos Políticos, Península, Barcelona, p. 108.

3

asociados por Habermas al conservadurismo. Estas corrientes habrían

“unificado la crítica a la filosofía del sujeto con una crítica a la

razón, abandonando el pensamiento metódico, la responsabilidad teórica

y el igualitarismo científico que había roto con todo acceso

privilegiado a la verdad”4.

Peter Dews nos advierte del peligro de trivializar la disputa

entre los profetas del posmodernismo y la teoría crítica, al extremo de

creer que sólo se trataría de elegir entre el alegre estilo de los

primeros y la rigidez de los segundos y sus consecuencias políticas,

esto es, entre una especie de pluralismo libertario y una disciplina

agobiante5.

2. Los jóvenes conservadores

Habermas distingue las corrientes conservadoras –conservadoras,

neoconservadoras y la de los jóvenes conservadores- en conformidad a su

reacción frente a la especialización de la cultura. En este sentido,

los neoconservadores se diferencian de los conservadores por su rechazo

al mismo proceso de especialización de las esferas de la cultura: la

ciencia, la moral y el arte producto de la modernidad y su racionalidad

puramente procedimental6.

Los jóvenes conservadores —que debemos distinguir de los

neoconservadores—, han criticado los procesos de modernización

4 Íbid., p. 109

5 Dews, P., (1992), editor’s Introduction to Jürgen Habermas, Autonomy and Solidarity. Interviews, Peter Dews (ed.), Verso London, New York.

6 Habermas, J. (2000), “La Modernidad un proyecto inacabado” en op. cit., pp. 265-283.

4

dependientes del avance de la racionalidad instrumental para luego

apropiarse de una sola dimensión de la modernidad, la esfera estética:

el descubrimiento de una subjetividad descentrada, liberada de las

limitaciones de la cognición, los imperativos del trabajo y la

rentabilidad. Sobre ellos flotaría un Nietzsche redescubierto en los

años setenta, sobre todo en Francia.

Richard Wolin, al referirse a las diferencias entre los jóvenes y

los neoconservadores, alega que los primeros expresan muy fielmente el

abandono que hace el posmodernismo de toda esperanza de cambio social

racional y de la idea de emancipación. Su fuerte y exclusiva

incorporación de la perspectiva estética los aleja de los otros logros

de la modernización. Esta posición equivaldría en palabras de Habermas

a “arrojar en un solo acto el bebé junto con la bañera”7.

Frente a la unilateralización de la cultura expresada en las

corrientes conservadoras, Habermas propone no abandonar los ideales de

la modernidad, cuyo mayor desafío consistiría hoy día en la

reunificación de ciencia, moral y arte. Al respecto nos dice que “[...]

la filosofía y las ciencias sociales pueden contribuir a hacer

accesibles de nuevo las dimensiones ocultas de la razón y ello

precisamente a través del poder exploratorio de la propia razón. Pueden

volver a poner en movimiento la interrelación de lo cognoscitivo-

instrumental con lo moral-práctico y lo estético-expresivo que, como un

vehículo que se hubiera atascado, constituye un conjunto paralizado en

7 Habermas, J. (1992), The New Conservatism. Cultural Criticism and the Historian’s Debate. Introduction By Richard Wolin, The MIT Press, Cambridge, Massachusetts, p. XXV.

5

la alienación de la vida cotidiana. Puesto que el paradigma del

entendimiento ha sustituido al de la conciencia, los análisis pacientes

pueden hacer visible de nuevo el potencial de una racionalidad

irrestricta implícita en nuestros actos comunicativos de la vida

cotidiana”8. Pese a sus diferencias con el pos-estructuralismo y el

posmodernismo, Habermas reconoce que en las últimas décadas del siglo

XX los diagnósticos más creativos sobre nuestro tiempo están vinculados

a esas posiciones, las cuales nos habrían ayudado a librarnos “de los

terrores neofilosóficos de los maestros pensadores teutónicos”9.

3. Liberales y liberales.

Desde un punto de vista filosófico, el contenido y el alcance

atribuibles a los valores proclamados por el liberalismo están en el

origen de intensas discusiones entre diferentes corrientes consideradas

como liberales. En su introducción al libro de Jürgen Habermas/John

Rawls, Debate sobre Liberalismo Político, Fernando Vallespín ha

distinguido entre liberalismo comunitarista y liberalismo republicano.

El núcleo del debate es si la racionalidad procedimental en que se

sustenta el liberalismo abandona o no la noción de justicia sustantiva.

Habermas y Rawls estarían de acuerdo en que la misma noción de persona

moral ya es una afirmación que trae consigo fuertes exigencias de

justicia sustantiva dirigidas a posibilitar la efectiva realización

histórica de la libertad y la igualdad a escala universal. Sin

8 Habermas, J. (2000), “Las servidumbres de la crítica a la racionalidad” en op. cit., p. 109.

9 Ibid.

6

perjuicio de este acuerdo, hay que admitir que la democracia

cosmopolita de Habermas sería más demandante que el derecho de gentes

de Rawls10.

Ambos autores también concuerdan en definir la justicia como lo

que es bueno para todos. Si se admite que lo que es bueno para todos es

la libertad y la igualdad, esos valores debieran estar garantizados a

través de la provisión de un conjunto de bienes primarios que

habilitarían a los miembros de la sociedad para realizar sus

concepciones idiosincrásicas del bien. Esto es hoy día más evidente,

porque nace del reconocimiento de las distintas definiciones de la vida

buena, cuya supresión privaría de todo fundamento moral a la idea de

democracia.

En esta sección resaltaré las diferencias entre el liberalismo

convencional y el liberalismo igualitario y democrático propuesto por

John Rawls y el distanciamiento del liberalismo de los ideales

democráticos durante su evolución histórica.

En el siglo XIX, el proyecto político del liberalismo para los

países pertenecientes al centro del sistema capitalista mundial estaba

formado por tres tipos de reformas: sufragio, Estado de Bienestar e

identidad nacional. La propagación de los derechos humanos, de la

libertad y la democracia fue parte del proceso de institucionalización

del conflicto de clases y el consecuente debilitamiento de sus amenazas

al sistema.

10 Jürgen Habermas, Rawls, J. (1998), Debate sobre liberalismo político, introducción de Fernando Vallespín, Paidós, Barcelona. Pizarro, C., (Segunda edición, 2008), Crítica y recreación del proyecto democrático. Materiales teóricos, capítulo VII, Debate sobre el liberalismo. Editorial Universidad Bolivariana, Santiago de Chile.

7

Las democracias liberales modernas surgieron de la lucha por

reducir y limitar los poderes del monarca absoluto en el ejercicio de

sus competencias legislativas y sus intervenciones en la esfera

privada, identificándose así con el desarrollo las libertades

individuales expresadas en las instituciones electorales, en los

derechos de expresión y asociación. Se trata de las instituciones que

conforman lo que Robert Dahl ha denominado poliarquías, mediante las

cuales se respondería a los ideales democráticos relativos a igualdad

de votos, participación efectiva, comprensión ilustrada de los asuntos

públicos y control de la agenda política11.

Esta definición de democracia no escapa de lo que llamamos

liberalismo convencional. Las relaciones entre libertad e igualdad no

son objeto de una clara explicitación en la medida que lo hace la

propuesta de John Rawls. Como se señaló en el capítulo II, este autor

reclama el establecimiento de garantías reales para que las libertades

políticas y la equidad de oportunidades se realicen de manera efectiva

y no sean puramente formales. Rawls sostiene además que las

desigualdades originadas en la posesión de empleos y cargos debieran de

ajustarse independientemente de su nivel, para obtener el mayor

beneficio de los grupos menos aventajados y permitir el financiamiento

de políticas sociales.

Sin el establecimiento de garantías reales, el liberalismo, como

sostiene Wallerstein, confundirá democracia con meritocracia y se 11 Pizarro, C., (2008), Crítica y recreación del proyecto democrático, Editorial Universidad Bolivariana, Santiago, capítulo III, “Instituciones y condiciones facilitantes de la realización del proyecto democrático. Una visión histórica y comparada”; en este capítulo se discute el significado de poliarquía en la obra de Robert Dhal.

8

profundizarán las contradicciones entre el mercado y la realización

histórica de los ideales de libertad e igualdad.

El principio de la libertad puede ser precedido por un principio

“lexicográfico anterior”, consistente en la satisfacción de las

necesidades básicas de los ciudadanos. Su observancia puede ser una

condición “necesaria” para que los ciudadanos comprendan y ejerzan de un

modo fructífero los derechos y libertades básicas. En un orden

lexicográfico, ningún principio puede intervenir a menos que los

situados previamente hayan sido satisfechos o no sean aplicables.

La forma en que Rawls interpreta el principio de igualdad difiere

de las versiones propias del sistema de la libertad natural, de la

concepción liberal convencional de la igualdad y de la aristocracia

natural. Rawls postula una forma de igualdad que denomina igualdad

democrática.

En el sistema de la libertad natural, el acceso a empleos y cargos

está regulado por el principio de la eficacia: dicha libertad es justa

en cuanto sus beneficios derivados no causen una disminución del

beneficio para nadie. Sin embargo, en una sociedad dividida en distintos

grupos socioeconómicos, el ejercicio de los derechos relacionados con la

igualdad por parte de grupos menos aventajados puede requerir de una

disminución del bienestar de grupos más aventajados que se vean

obligados a financiar políticas sociales.

El liberalismo convencional introduce, por lo menos teóricamente,

el principio de igualdad de oportunidades al acceso de puestos y cargos

a todos aquellos que posean las mismas capacidades y habilidades. Este

9

principio mitigaría los efectos en el bienestar que puedan originarse en

la contingencia de pertenecer a grupos socio-económicos con desiguales

niveles de ingreso y riqueza. En este sentido, sería más justo que el

sistema de la libertad natural. Pero no elimina las contingencias de la

“lotería natural”, que se originan en los talentos con que nacen ciertos

miembros de la sociedad. Como señala Rawls, “en la práctica es imposible

asegurar a los igualmente dotados iguales probabilidades culturales y de

superación, y por lo tanto podríamos proponer [...] un principio que

reconociera este hecho y mitigara también los efectos arbitrarios de la

lotería natural”12. Como la concepción liberal convencional no logra una

real igualdad de oportunidades, la igualdad democrática propuesta por

Rawls se revela como muy superior en términos de asegurar igualdad de

condiciones a todos los miembros de una sociedad que reconoce la

existencia de clases sociales.

En la igualdad democrática, las diferencias arbitrarias originadas

en la pertenencia a determinadas clases y al talento se consideran un

acervo del conjunto de la sociedad y se las favorece en tanto pueden

contribuir al mejoramiento de las condiciones de bienestar de los grupos

menos aventajados. El principio de eficacia no se ignora del todo.

El reconocimiento de la igualdad de oportunidades en Rawls no se

limita a aquellos que poseen capacidades y habilidades similares. Si así

se comprendiera, se confundiría igualdad democrática con meritocracia.

La democracia supone igualdad de oportunidades para todos además de la

satisfacción de las necesidades básicas de todos los ciudadanos y

12 Rawls, J., (1985), Teoría de la Justicia, Fondo de Cultura Económica, México, p. 96.

10

particularmente de aquellos que por accidentes arbitrarios como la

pertenencia familiar y de clases y los talentos naturales, constituyen

los grupos menos aventajados de la sociedad. Además la definición de

capacidades y habilidades es relativa al tiempo y al espacio históricos.

La democracia en los Estados-nación ha sido una lenta y continua

inclusión de nuevos grupos en el sistema político, grupos que por

distintas razones –posición de clase, ingresos y riqueza, edad, raza y

etnia, sexo, residencia y origen nacional- no habían sido considerados

como poseedores de las competencias necesarias para calificar como

ciudadanos.

Si las expectativas de mejoramiento de los grupos más aventajados

son excesivas, requiriendo ser satisfechas sólo por medio de la

violación del primer principio sobre las libertades, son injustas y por

lo tanto del todo inadmisibles. Se viola también el principio de la

igualdad si las expectativas de bienestar de los grupos más aventajados

son tan excesivas que requieren de un empeoramiento del bienestar de los

menos aventajados13.

En todo caso, el principio de igualdad es un principio de

maximización. Nadie debiera obtener beneficios o pérdidas derivadas de

su posición arbitraria en la distribución natural de dones o posición

familiar y social sin haber dado o recibido a cambio ventajas

compensatorias. Sin embargo, el principio de igualdad no es equivalente

al principio de compensación y no exige que la sociedad trate de

nivelar en las desventajas. Las contingencias familiares, sociales y la

13 Ibíd., pp. 82-97

11

suerte, que no son justas ni injustas pero sí arbitrarias e

inmerecidas, pueden transformarse en causas de injusticia. Según este

principio, no sería injusto que la sociedad asignara recursos

especiales a los más aventajados si esto trajera consigo mayor

bienestar a los menos aventajados14.

4. Liberalismo y meritocracia

Con relación a las formas democráticas conocidas, la crítica de

Wallerstein nos advierte que el estudio de la evolución histórica de

los términos democracia y demócrata durante los últimos doscientos

años, nos muestra que han servido para “etiquetar” contenidos muy

variados y hasta opuestos. Democracia y demócratas fueron términos de

uso exclusivo por parte de “radicales peligrosos” desde la Revolución

Francesa hasta 1848, cuando los movimientos llamados “revolucionarios”

consiguen avances constitucionales de tipo republicano. Luego esos

términos son apropiados por grupos del centro político y en la

actualidad son empleados también por grupos conservadores. Hoy nadie se

atrevería a despreciar públicamente la democracia15.

Las revoluciones de 1848 –que representaron la emergencia de

reales movimientos sociales en el centro del sistema capitalista y

movimientos de liberación nacional en las periferias-, marcarían un

cambio en las políticas liberales. Los liberales abandonan como

14 Ibíd., pp. 100-102.

15 Wallerstein, I., (2005), “La Democracia: ¿Retórica o realidad?” en La Decadencia del Imperio. EEUU en un Mundo Caótico, (2005), Editores Independientes, Era, México, LOM, Chile, TRILCE, Uruguay y Txalaparta, País Vasco, pp. 167-185.

12

preocupación básica su oposición al antiguo régimen y se disponen a

concentrar sus esfuerzos en la reducción de la volatilidad que veían en

las demandas antisistémicas de las clases demasiado radicales.

El programa de reformas liberales no consideró nunca

transformaciones que pudiesen amenazar la estructura básica del

sistema16. Las alianzas partidistas liberales se mueven ahora hacia la

derecha, dejando de lado a la izquierda que la había acompañado entre

1815 y 1848. Además tratan de empezar a distinguir el discurso sobre el

liberalismo del discurso sobre la democracia.

El contrato político propiciado por el liberalismo excluiría una

larga lista de categorías sociales que no poseerían “las competencias”

necesarias para calificar como ciudadanos. Wallerstein sostiene que la

oposición del liberalismo a la aristocracia no consiste en un rechazo a

la posesión de determinadas competencias, sino sólo a las competencias

heredadas, adscritas en virtud de atributos distintos a los logrados

por el propio mérito. “El liberalismo es en este sentido extremadamente

orientado al presente”.17 Wallerstein sostiene que “los aristócratas,

los mejores, son realmente, pueden ser realmente, aquellos que

demuestren en el presente que son los más competentes. Esto se expresa

en el siglo veinte en el empleo de la meritocracia como la definición

legitimante de la jerarquía social”18.

16 Ibíd.

17 Wallerstein, I., (1999), “Liberalism and Democracy: Frères Ennemies?” en The End of the World as We Know It. Social Science For The Twenty-First Century, Minneapolis, p. 90-94.

18 Ibíd.

13

Si se acepta lo anterior Wallerstein alega que mientras los

liberales considerarían como “sociedad buena” a aquella en la cual las

competencias prevalecen, los demócratas priorizarían la inclusión de

los excluidos. Estos no poseerían en el presente, hoy, los méritos

necesarios para calificar como competentes y por lo tanto como

ciudadanos19.

La resolución del conflicto entre competencia e inclusión no es

fácil. La idea de competencia, por definición implica su opuesto, la

incompetencia. “La inclusión envuelve otorgar igual peso a la

participación de todos al nivel del gobierno y la toma de todas las

decisiones, los dos temas entran en conflicto inevitable. Los frères se

convierten en enemigos”20.

Wallerstein cree que habría llegado el tiempo de que los liberales

cedan el paso a los demócratas. Los primeros podrían recordar a los

segundos acerca “del peligro de las mayorías locas y precipitadas”, del

papel que pueden seguir jugando las decisiones de los individuos en

aquellas materias susceptibles de ser mejor resueltas por ellos que por

mayorías. Al hacer esto no debieran dejar de reconocer la prioridad de

la mayoría en las decisiones colectivas de interés general que el

sistema político no podría desconocer.21

19 Ibíd., p. 95.

20 Ibíd., p.103.21 Ibíd.

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