Cultivo Del Auto-Desprecio

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Cultivo del auto-desprecio La inapetencia, conclusión derivada del hastío y eterna labradora de esta desértica huerta llamada vida, permite el culmen de los escasos y efímeros frutos del relato humano. ¿Por qué extasiarse con el brote -casi siempre inocuo- de la correspondencia entre ensueño y realidad? Toda vida ha experimentado la impotencia, no hay espíritu, llama o ardor que haya logrado burlar el dictamen caprichoso del mundo, historia fatal antes llamada destino, ahora, lucha incesante contra el azar. Abismo insondable entre mí y el cosmos, estatuilla pisoteada por un vagabundo irreconocible, mis sueños sólo son un alarido, inútil gesto contra el puñal que ya ha atravesado un corazón. ¿Cómo pensar que el fruto de una vida surja de los susurros frágiles e insanos de un cualquiera, alma o delirio? ¡Hasta los actos son una condena! Incauto anda el culpable que deliberó, libertad o elección confabulan un espejismo de plenitud, y aquél desconoce el disfraz infame que oculta la tiranía del pasado, intrínseca contradicción: voluntad de este yo que no es ni será el mismo. Actualizado en existencia estéril, despreciando los vinos del ego, renegando de la pantomima insoluble del universo, no sería extraño ver desierto en derredor; ni una sola raíz, ninguna rama, sólo la quietud de estas grietas... Aniquilando el desvarío de la esperanza, germina el único fruto humano, la lucidez de un espasmo, el despertar súbito de la pesadilla que soy, un idolatra de mi nimiedad. Sin iconos, como tras derribar un templo, el inapetente contempla los escombros de su empresa, árido y frío desierto, oscuro e inevitable fruto de la cordura.

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Poesía novata de mi autoría.

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Cultivo del auto-desprecio

La inapetencia, conclusión derivada del hastío y eterna labradora de esta desértica huerta llamada vida, permite el culmen de los escasos y efímeros frutos del relato humano. ¿Por qué extasiarse con el brote -casi siempre inocuo- de la correspondencia entre ensueño y realidad? Toda vida ha experimentado la impotencia, no hay espíritu, llama o ardor que haya logrado burlar el dictamen caprichoso del mundo, historia fatal antes llamada destino, ahora, lucha incesante contra el azar.

Abismo insondable entre mí y el cosmos, estatuilla pisoteada por un vagabundo irreconocible, mis sueños sólo son un alarido, inútil gesto contra el puñal que ya ha atravesado un corazón. ¿Cómo pensar que el fruto de una vida surja de los susurros frágiles e insanos de un cualquiera, alma o delirio? ¡Hasta los actos son una condena! Incauto anda el culpable que deliberó, libertad o elección confabulan un espejismo de plenitud, y aquél desconoce el disfraz infame que oculta la tiranía del pasado, intrínseca contradicción: voluntad de este yo que no es ni será el mismo.

Actualizado en existencia estéril, despreciando los vinos del ego, renegando de la pantomima insoluble del universo, no sería extraño ver desierto en derredor; ni una sola raíz, ninguna rama, sólo la quietud de estas grietas... Aniquilando el desvarío de la esperanza, germina el único fruto humano, la lucidez de un espasmo, el despertar súbito de la pesadilla que soy, un idolatra de mi nimiedad. Sin iconos, como tras derribar un templo, el inapetente contempla los escombros de su empresa, árido y frío desierto, oscuro e inevitable fruto de la cordura.