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9 “Cuidado con la pintura”, advertía el letrero que Federico Manuel Peralta Ramos colocó sobre la pared de la galería Arte Nuevo en 1971, como parte de una instalación que incluía una antigua arma de fuego hecha de cerámica y un retrato del artista. 1 El aviso, que juega a la confusión con los habituales carteles que indican la presencia de pintura fresca que podría manchar a quien la roza, llama la atención sobre la crisis del tradicio- nal lenguaje artístico que las experiencias de la vanguardia –de la que era parte activa el propio Peralta Ramos– habían puesto rotundamente en cuestión en los años previos. “Cuidado con la pintura” es una ironía sobre la peligrosidad de esa fiera acorralada por los nue- vos modos de entender y practicar el arte (cuida- do con el perro), y a la vez una reflexión sobre su capacidad de supervivencia y de adaptación a los drásticos cambios epocales, ante los extendi- dos (y celebrados) anuncios de su muerte. 2 Para reforzar la paradoja, Peralta Ramos elige escribir su cartel a la manera de una pintura, y colgarlo en el ámbito de una galería, justamente cuando transita un momento bisagra de su trayectoria en el que decide abandonar la práctica de la pintura y declarar su propia vida como (su) obra de arte. Actualmente perdida –como muchas de las más potentes producciones experimentales de esos años, a causa de su materialidad efímera, su destino incierto, e incluso su programa autodestructivo–, esa inscripción condensa de manera singular lo que llamamos los límites de la pintura. No puede hablarse de la pintura argentina del último medio siglo sin dar cuenta de las fuertes tensiones, impugnaciones y crisis que atraviesan el campo artístico. El abandono de la pintura, la experimentación con otras materialidades, tecno- logías y lenguajes, el desbordamiento de sus fron- teras disciplinares y la invención de otros modos de hacer son los motores de la vanguardia argen- tina de los años 60, y constituyen desde entonces rasgos fundantes de la producción artística, anti- cipando la idea del arte como campo expandido que es inherente a sus derivas contemporáneas. 1. Quizá la primera de las rupturas y opera- ciones críticas que emprende la vanguardia ar- gentina de la década del 60 sobre la convención pictórica haya que ubicarla en el desplazamiento del concepto de pintura como representación de lo real a la exploración de la pintura como acto o, mejor, como huella de un acto. Sin duda las “incorporaciones de personajes a la tela” que realiza Alberto Greco a principios de los años 60 ilustran bien ese tránsito. En distintas con- vocatorias en galerías de Madrid y Buenos Aires, apoya a personas reales, humildes o célebres (una vendedora ambulante, un ciego vendedor de lo- tería, un lustrabotas, una mujer de pueblo llama- da Encarnación Heredia, el bailarín de flamenco Ana Longoni y Fernando Davis CUIDADO CON LA PINTURA

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“Cuidado con la pintura”, advertía el letrero que

Federico Manuel Peralta Ramos colocó sobre la

pared de la galería Arte Nuevo en 1971, como

parte de una instalación que incluía una antigua

arma de fuego hecha de cerámica y un retrato

del artista.1 El aviso, que juega a la confusión con

los habituales carteles que indican la presencia

de pintura fresca que podría manchar a quien la

roza, llama la atención sobre la crisis del tradicio-

nal lenguaje artístico que las experiencias de la

vanguardia –de la que era parte activa el propio

Peralta Ramos– habían puesto rotundamente en

cuestión en los años previos.

“Cuidado con la pintura” es una ironía sobre la

peligrosidad de esa fiera acorralada por los nue-

vos modos de entender y practicar el arte (cuida-

do con el perro), y a la vez una reflexión sobre

su capacidad de supervivencia y de adaptación a

los drásticos cambios epocales, ante los extendi-

dos (y celebrados) anuncios de su muerte.2 Para

reforzar la paradoja, Peralta Ramos elige escribir

su cartel a la manera de una pintura, y colgarlo

en el ámbito de una galería, justamente cuando

transita un momento bisagra de su trayectoria en

el que decide abandonar la práctica de la pintura

y declarar su propia vida como (su) obra de arte.

Actualmente perdida –como muchas de las más

potentes producciones experimentales de esos

años, a causa de su materialidad efímera, su destino

incierto, e incluso su programa autodestructivo–,

esa inscripción condensa de manera singular lo

que llamamos los límites de la pintura.

No puede hablarse de la pintura argentina del

último medio siglo sin dar cuenta de las fuertes

tensiones, impugnaciones y crisis que atraviesan

el campo artístico. El abandono de la pintura, la

experimentación con otras materialidades, tecno-

logías y lenguajes, el desbordamiento de sus fron-

teras disciplinares y la invención de otros modos

de hacer son los motores de la vanguardia argen-

tina de los años 60, y constituyen desde entonces

rasgos fundantes de la producción artística, anti-

cipando la idea del arte como campo expandido

que es inherente a sus derivas contemporáneas.

1. Quizá la primera de las rupturas y opera-

ciones críticas que emprende la vanguardia ar-

gentina de la década del 60 sobre la convención

pictórica haya que ubicarla en el desplazamiento

del concepto de pintura como representación de

lo real a la exploración de la pintura como acto

o, mejor, como huella de un acto. Sin duda las

“incorporaciones de personajes a la tela”

que realiza Alberto Greco a principios de los

años 60 ilustran bien ese tránsito. En distintas con-

vocatorias en galerías de Madrid y Buenos Aires,

apoya a personas reales, humildes o célebres (una

vendedora ambulante, un ciego vendedor de lo-

tería, un lustrabotas, una mujer de pueblo llama-

da Encarnación Heredia, el bailarín de flamenco

Ana Longoni y Fernando Davis

CUIDADO CON LA PINTURA

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Antonio Gades) sobre un gran bastidor en

blanco y traza su silueta, con pintura. A ve-

ces deja solo ese mínimo e impreciso dibujo

del contorno del cuerpo que antes estuvo allí,

otras veces cubre con pintura negra el resto

de la tela. Lo que queda en ésta, luego de re-

tirada la persona y deshecha la situación, es

apenas una huella imprecisa que remite a esa

presencia fantasmagórica que, aunque ya no

esté allí, respira en el más allá de la pintura.

Muy en diálogo con el espíritu de la advertencia

que una década después lanzaría Peralta Ramos,

Greco realiza en 1960 un improvisado happening

en medio de una fiesta en la casa-taller de la ar-

tista Lea Lublin, que puede leerse como un in-

solente homenaje a los monocromos del francés

Yves Klein: se introduce desnudo en una bañera

llena de pintura negra, y luego sigue participan-

do de la fiesta, manchándolo todo y a todos a su

paso. Su operación es explícita: “Estoy haciendo

conmigo mismo una obra, siendo yo el artista, yo

mismo produzco el arte, es decir, yo soy el arte”.3

El cuerpo mismo del artista deviene en superficie

pintada y “pintante”. Como el cartel de Peralta

Ramos, este acto de impugnación de la pintura

recurre a la propia pintura –ciertamente llevada

a su estallido, a su perplejidad, a su desatino–

para reinventar el arte.

Una segunda operación crítica sobre la tradición

pictórica podría ubicarse en la reivindicación de

materiales innobles y efímeros, groseros y proca-

ces (muchas veces basura, desechos urbanos e in-

dustriales) que no solo irrumpen contra la noción

de las “bellas artes”, sino que también afectan la

condición (potencial) de mercancía de la obra

artística, al producir objetos o hechos inclasifi-

cables e imposibles de coleccionar o conservar.

Los informalistas (Kenneth Kemble, Enrique

Barilari, Noemí Di Benedetto, Olga López,

Jorge López Anaya, Fernando Maza, Florencio

Méndez Casariego, Estela Newbery, Mario

Pucciarelli, Jorge Roiger, Antonio Seguí,

Silvia Torras, Towas y Luis Wells) entendieron

Federico Manuel Peralta Ramos. Cuidado con la pintura, 1971Instalación en la galería Arte Nuevo, Buenos Aires

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cabalmente sus gestos revulsivos (exponer un tra-

po de piso o una chapa oxidada, una arpillera, un

tronco o un ataúd quemados, latas usadas, tro-

zos de cañería herrumbrados o la cabeza de una

muñeca rota) como una rebelión ante la deriva

decorativa, comercial y edulcorada que perci-

bían en el curso de la pintura geométrica durante

la década del 50.

En 1956, Kemble inicia la serie Paisajes suburbanos,

producida exclusivamente con materiales con los

que se construían las precarias viviendas de las

villas miseria (cartón, arpilleras, trapos, cortezas,

latas y chapas oxidadas, residuos industriales, pa-

peles desgarrados, vendas, maderas carcomidas),

en una clara referencia a la realidad marginal de

esa creciente población urbana. Seleccionaba

adrede elementos desagradables y empleaba

cola podrida para que el mal olor asqueara a

los galeristas. De hecho, tuvo que esperar mu-

chos años para que una galería aceptara exhibir

esos trabajos. Cuando finalmente ello ocurre,

Kemble señala:

Mi objetivo era doble: mostrar que los materia-

les más humildes y despreciables podían tener

capacidad expresiva y comunicar una emoción

estética, echando por la borda la hegemonía de

las vacas sagradas de la técnica [...] y mostrar

también en la calle Florida una realidad argen-

tina que nos debía concernir a todos.4

Algo semejante ocurrió cuando, en 1956

Alberto Greco regresó a Buenos Aires desde París

y acordó realizar una exposición de sus nuevos tra-

bajos en la galería Antígona. Dos días antes de la

fecha prevista para la inauguración, presentó a las

dueñas del espacio una serie de cartulinas mono-

cromas. Ellas consideraron la entrega una burla y

se negaron a exponerlas, exigiéndole al artista que

colgara sus pinturas informalistas previas. Éste

“acabó claudicando, llevándose a casa sus bromas

monocromas y sustituyéndolas por una selección

de sus gouaches parisinos al estilo tachista”.5

Si tanto Greco como Kemble se quejaron amar-

gamente de la incomprensión del medio artísti-

co local, incapaz de soportar la consideración

de sus propuestas como arte, hay que reconocer

entre las pocas voces animosas que apuntala-

ron desde sus primeros atisbos esta ruptura a

Germaine Derbecq. Artista y crítica de arte en

Le Quotidien, periódico de la colectividad francesa en

Buenos Aires, Derbecq era también directora de la

galería Lirolay, espacio en el que la mayoría de los

jóvenes creadores que alentaron los movimientos

de vanguardia de los 60 expusieron por primera

vez. Fue precisamente en Lirolay donde el núcleo

de pintores informalistas realizó en 1961 una de

las experiencias artísticas más revulsivas de esos

años, Arte destructivo.6

Estas nacientes experiencias ponen en cuestión

la idea misma de obra de arte como era enten-

dida convencionalmente. Las “cosas” que em-

pieza a producir desde 1961 Rubén Santantonín,

expuestas por primera vez en Lirolay ese mis-

mo año, son claras señales de este tránsito: es-

pecies de vísceras orgánicas, tubérculos, asteroi-

des ingrávidos, enigmáticas presencias hechas

con materiales precarios (yeso, tela, alambres,

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papeles y cartones) abollados, amarrados y pinta-

dos, con los que Santantonín satura los espacios de

exhibición colgándolos a la altura de la cabeza

de los espectadores –a quienes llama “mirones”–,

trastornando las condiciones de circulación y

contemplación tradicionales. Santantonín elude

deliberadamente la categoría de “obra”, al de-

clarar: “No pretendo unir pintura con escultura.

Trato de colocarme lejos de estas dos disciplinas

en cuanto pueden ser método, sistema, medio.

Creo que hago cosas”.7

En 1963 las “esculto-pinturas”8 –al decir de Der-

becq– que Peralta Ramos exhibió en Lirolay

también apuntaron a impugnar las separaciones

establecidas entre las disciplinas. Un año más

tarde, el artista expuso en la galería Witcomb

obras de grandes dimensiones que superaban la

escala humana, con formas irregulares y abulta-

das, pronunciados empastes que formaban “ma-

zacotes de color”.9 “Eran los cuadros más pesa-

dos del mundo”, señaló Peralta Ramos, “no se

pudieron colgar y hubo que apoyarlos contra las

paredes”.10 Su irreverencia hacia el arte lo llevó a

serruchar, sin vacilación, un enorme cuadro que

no pasaba por la puerta de la galería. Mientras

montaba su exposición, los empastes de pintura,

que no habían secado totalmente, empezaron a

desplazarse, circunstancia que Peralta Ramos de-

cidió aprovechar como parte de su obra: “Se em-

pezaron a caer pastas enormes de pintura fresca

en forma de boas que avanzaban por los pisos de

Witcomb. La crítica la denominó pintura móvil”.11

También en la producción de Luis Wells el

espacio real fue adquiriendo progresiva impor-

tancia, mediante la incorporación a su pintura de

objetos como latas, maderas viejas y otros ma-

teriales. En 1964 inició una serie de intervencio-

nes arquitectónicas –“techos”–, estructuras de

madera pintada que combinan planos con for-

mas salientes (curvas y rectas) y colores contras-

tantes. Proyectados en su mayoría para vivien-

das particulares (el departamento del arquitecto

Osvaldo Giesso, la casa de Jorge Romero Brest, en-

tre otras), los Techos de Wells apuntaban a modificar

los espacios habitables y los modos de habitarlos.

Entre 1962 y 1967 Emilio Renart realiza una se-

rie de cinco obras en las que la pintura y el di-

bujo coexisten con inquietantes volúmenes que

en algunos casos parecen surgir del mismo plano

pictórico.12 Con el título Integralismo. Bio-Cosmos,

la serie presenta objetos biomórficos, cuerpos

inclasificables y mutantes, bulbosos e informes,

de reminiscencias orgánicas. Monstruos –como

los llamó el mismo artista– con hundimientos

que se asemejan a cráteres, formas sexuadas,

esferas cuya descomposición remite a los esta-

dos de transformación de un organismo vivo.

La noción de “integralismo” implicó en Renart

una idea totalizadora de la creación artística,

que involucraba prácticas y elementos tradicio-

nalmente opuestos, a la vez que una concepción

del hombre integrado al cosmos. Renart “pensó

la creación (y la enseñanza para acceder a ella

como una posibilidad universal) como el cami-

no a la expresión (no solo plástica) generadora

de la libertad del individuo para una humanidad

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plural”.13 Estos planteos fueron centrales desde

1969 en su actividad docente. En este contexto

ideó sus “ejercicios de convivencia”, que implica-

ban un trabajo colectivo partiendo de elementos

gráficos básicos (el punto, la línea, el número y

la letra).14 La indiferencia del medio artístico

por la obra de Renart –solo exceptuada por el se-

gundo premio a Integralismo. Bio-Cosmos nº 3 en el

Premio Di Tella de 1964– también condenó es-

tas piezas a su desaparición, como en el caso de

Santantonín, quien optó por quemar la mayor

parte de sus “cosas” pocos años antes de morir.

2. En contraste con el marcado rechazo hacia

las propuestas de Greco y Kemble por parte del

medio artístico, el grupo Nueva Figuración (in-

tegrado por Luis Felipe Noé, Rómulo Macció,

Jorge de la Vega y Ernesto Deira) recibió, desde

su formación en 1961, inmediatos visos de re-

conocimiento por parte del circuito institucio-

nal proclive a la modernización (el Instituto Di

Tella, la galería Bonino, el Premio Ver y Estimar,

las Bienales Americanas de Arte), que incluyeron

becas y premios y una muy pronta exposición

consagratoria en el Museo Nacional de Bellas

Artes en 1963. A contrapelo de las impugnacio-

nes al realismo que supuso la vanguardia con-

creta de los años 40, el grupo se pronunció por

una incorporación de la figura humana en la

pintura que implicó, más que un mero retorno

a la figuración, “la búsqueda de una nueva ima-

gen del hombre”.15 Si bien la producción más

conocida del grupo se mantuvo dentro de la

pintura, algunas obras tensionaron los límites de

este lenguaje, evidenciando no solo la conven-

ción de sus operaciones de producción, sino

también de montaje. En 1962 De la Vega realiza

sus Formas liberadas, en las que retuerce y despe-

daza los bastidores y desgarra las telas, converti-

das en colgajos, y Noé inicia sus investigaciones

Alberto Greco. Encarnación Heredia, mujer sufriente. Incorporación de personajes vivos a la tela, 1963. Fotografías de la acción realizada en Madrid.

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en torno al “cuadro dividido” con Mambo, yux-

taponiendo dos bastidores, uno en su reverso.16

Las exploraciones neofigurativas también atra-

viesan la pintura de Carlos Alonso, Jorge

Demirjian, Juan Carlos Distéfano, Carlos Go-

rriarena y Antonio Seguí, entre otros artistas.

En Distéfano estos desarrollos fueron indisocia-

bles de un progresivo desbordamiento de la pin-

tura hacia las formas escultóricas. A mediados

de los años 60 comenzó a utilizar poliéster re-

forzado con lana de vidrio sobre soporte de lona

para crear relieves y volúmenes en sus pinturas.17

En 1967 el crítico Aldo Pellegrini convoca a

varios informalistas y neofigurativos en la expo-

sición Surrealismo en la Argentina, que organiza en

el Di Tella. Propuesta como balance de las ten-

dencias surrealistas en la escena local, la mues-

tra reunió a artistas de diferentes generaciones.

En su presentación en el catálogo, Pellegrini defi-

nió al surrealismo como “un movimiento ideoló-

gico que encuentra en el arte su justificación y su

expresión”.18 Así, lejos de constituir un “movimien-

to cerrado” –acotado a un repertorio claramente

identificable de temas o restringido a un momento

histórico delimitado sin conflicto– aquél, en virtud

de “su principio de la libertad total […] conserva

siempre un permanente carácter experimental”.19

La potencia poética del surrealismo residía en la

persistencia de sus formas, en la obstinación de sus

huellas –en las “reapariciones de formas y motivos,

latencias, migraciones y anacronismos”,20 siguien-

do a Graciela Speranza– presentes en produccio-

nes inscritas en búsquedas artísticas muy diversas,

en muchos casos distantes de lo que suele enten-

derse habitualmente por surrealismo. En este sen-

tido, Pellegrini reconocía la existencia de marcas de

influencia surrealista en el informalismo, la nueva

figuración y el pop.

Alberto Heredia participó en la muestra con sus

Cajas de camembert, que había iniciado en 1962 en

París y expuesto un año más tarde en Lirolay. En es-

tas obras utilizó las cajas del conocido queso como

recipientes que guardaban, de manera abigarra-

da, materiales revulsivos y descompuestos, restos

de huesos, cabello, muñequitos rotos, fragmentos

Jorge de la Vega. Formas liberadas, 1962Obra desaparecida, expuesta en la muestra Deira, Macció, Noé,De la Vega, galería Bonino, Buenos Aires, 1962

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de película fotográfica y toda clase de desechos.

Detritus, “material en estado primitivo, salvaje”,

según el crítico Miguel Briante.21 “Un compacto

mundo de putrefacción”, en palabras de Noé,22

que era descubierto por los espectadores al abrir

las cajas. También en 1967 Heredia realizó su serie

Los monstruos, dibujos y collages a partir de imágenes

de revistas, en los que se dan cita cuerpos mons-

truosos, con referencias al sexo y la violencia.

En 1965 nace el Grupo de Arte de Vanguardia

de Rosario, que reúne a numerosos artistas prove-

nientes de distintos espacios de formación: Osvaldo

Boglione, Aldo Bortolotti, Graciela Carnevale,

Noemí Escandell, Eduardo Favario, Lía Maison-

nave, Rubén Naranjo, Norberto Púzzolo y Juan

Pablo Renzi, entre otros. Más allá de las diferen-

cias estilísticas e ideológicas, los unía la confronta-

ción ante el anquilosamiento de las instituciones

artísticas, que hicieron explícita en los manifiestos

“A propósito de la cultura mermelada” (1966) y

“De cómo nuevamente se pretende dar oxígeno a

una pintura que hace tiempo ha muerto” (1967).23

También entre ellos se generaliza un vertiginoso

pasaje de la pintura (informalista o geométrica) al

objeto y la ambientación. Hacia 1967, la mayo-

ría trabaja en estructuras primarias e incursiona

en propuestas conceptuales. Justamente, algu-

nas de sus obras reflexionan sobre el abandono

del cuadro y la pérdida de materialidad. En ese

sentido, son significativas las (todavía) pinturas

de Favario Situación I y II (1966), y de Renzi Gran

interior rojo (1966), en las que la imagen se derrama

fuera del cuadro en forma de diedro, e inunda el

ambiente. Son pinturas que están dejando de serlo,

y exponen ese desgarro o contradicción flagrante

en la forma que asumen. Para el arte argentino la

pintura nunca más podrá ser una ventana plácida

al mundo: se ha convertido en un problema.

3. En contraste con la gestualidad exacerbada

de la factura informalista y de la figuración ex-

presionista, otros desarrollos de la pintura traza-

ron sus alternativas poéticas y críticas dentro de

la abstracción geométrica y sus derivas neocons-

tructivas, involucrando filiaciones artísticas que

excedieron en mucho el legado de la vanguar-

dia concreta de los años 40 y sus derroteros. Las

prácticas de la “nueva geometría” –título que

César Paternosto y Alejandro Puente adoptaron

para su exposición conjunta en Lirolay en 1964–

implicaron el pasaje del plano al volumen y al

objeto, la introducción del movimiento (óptico y

real) en los planteos cinéticos y el desarrollo de

estructuras primarias próximas a las búsquedas

del minimalismo.

Un ejemplo de estos descalces del paradigma con-

creto puede encontrarse en el artista cordobés

Eduardo Moisset de Espanés, quien desarrolló su

pintura en proximidad con los planteos del concre-

tismo y de la geometría generativa. En 1957 ha-

bía viajado a la IV Bienal de San Pablo, donde

conoció la obra de Max Bill. El principio de con-

tinuidad de la forma en Bill constituirá el “apo-

yo metodológico” de los sistemas operativos de

Moisset de Espanés.24 Pero si en un sentido sus

investigaciones “pueden revisarse en relación

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con el arte concreto, el arte óptico y la geometría

generativa”, al mismo tiempo el artista contaba

…con herramientas proyectivas, operaciones

programáticas, recursos axiomáticos […], de

concepción propia y extrapolados de cono-

cimientos relacionados con su formación en

arquitectura, que se configuraban muy tem-

pranamente en su poética.25

En 1958 la exposición del artista húngaro Víctor

Vasarely en el Museo Nacional de Bellas Artes

tuvo un significativo impacto en algunos jóvenes,

que se volcaron a las exploraciones cinéticas, la

producción de múltiples y la mayor participación

del espectador.26 En 1960 Eduardo Mac Entyre y

Miguel Ángel Vidal presentaron, en una muestra

conjunta en la galería Peuser, su propuesta de un

“arte generativo” –término que les fue sugerido

por Ignacio Pirovano a partir de los escritos de

Georges Vantongerloo–, en la que los desplaza-

mientos en sentidos contrarios o consecutivos de

una forma engendran “una serie de secuencias óp-

ticas”.27 En la pintura de Carlos Silva la repeti-

ción de formas simples que se contraen y expan-

den en el plano diagrama una movilidad vibrátil

en sintonía con el op art.

Luis Tomasello utilizó volúmenes poliédricos dis-

puestos de manera ortogonal sobre el plano del

soporte para investigar la incidencia de la luz, las

sombras y los colores en la creación de lo que él

denominó “atmósferas cromoplásticas”.

Las búsquedas cinéticas también articularon la

producción de un grupo de argentinos instalados

en París, Hugo Demarco, Horacio García Rossi,

Julio Le Parc, Sergio Moyano, Francisco García

Miranda y Francisco Sobrino, quienes en 1960 fun-

daron el Groupe de Recherche d’Art Visuel (GRAV).

En 1967 Romero Brest organizó en las salas del

Di Tella Más allá de la geometría, apostando a trazar

una continuidad entre los nuevos planteos abstrac-

tos y sus formulaciones precedentes. La exposición

presentaba “el pasaje del cuadro-escultura al ob-

jeto, en un proceso de mutaciones de las formas

geométricas dirigido hacia la inclusión de juegos

ópticos, movimiento real, experiencias lumínicas o

hacia el desarrollo de las estructuras primarias”.28

Dos de las obras proponían, además, un viraje

hacia los planteos conceptuales: el Límite de una pro-

yección, de David Lamelas, un foco de luz ubica-

do en el techo de un sala oscura que proyectaba

sobre el suelo un círculo blanco, y la Canaleta, de

Antonio Trotta, una estructura de zinc que reco-

rría el piso y parte de la pared de la sala, contra-

riando las lógicas del dispositivo de exposición.

Trotta había formado parte, a comienzos de

la década, del núcleo de pintores informalis-

tas de La Plata, el Grupo Si, que integraron,

entre otros, César Ambrossini, Nelson Blanco,

Dalmiro Sirabo, Carlos Pacheco, Paternosto y

Puente. La emergencia del Grupo Si, así como

la del Grupo de Arte de Vanguardia de Rosa-

rio, pone de manifiesto un desarrollo relativa-

mente autónomo respecto de Buenos Aires, lo

que configura un fenómeno significativo den-

tro de la historia cultural del período. En 1960

el grupo había realizado su primera exposición

en el Círculo de Periodistas de dicha ciudad,

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bajo los auspicios del Museo de Arte Moderno.29

Para mediados de la década, la mayor parte de

los integrantes del Grupo Si –disuelto en 1961–

se encontraban involucrados en proyectos estéti-

cos que nada tenían que ver con el informalismo.

Puente inició sus “estructuras” con bastidores

pintados que expuso, de manera inusual, en el

piso y en posición oblicua. De esta manera con-

trariaba las “naturales” condiciones de percep-

ción de la pintura, a la vez que fracturaba el or-

den frontal dado por la ubicación de la obra en

el muro, haciendo avanzar el cuadro en el espa-

cio de la sala. A comienzos de 1970 Paternosto

formuló su programa de la “visión oblicua”, con

obras en las que pintó los bordes laterales del bas-

tidor, “dejando la superficie frontal vacía de toda

noción pictórica”.30 Para el artista, se trataba de

cuestionar “radicalmente la presentación simul-

tánea de los componentes de la estructura visual

o ‘imagen’ de la pintura”, mediante “la posibili-

dad de un modo ‘oblicuo’ de ver”.31

Puente se interesó en la noción de “sistema”

como “totalidad” y como “sistema generador”

en la realización de sistemas modulares y cromá-

ticos. En un texto que escribió en 1968 sostuvo:

La palabra sistema no refiere en absoluto a co-

sas, sino a un juego de partes y reglas combi-

natorias capaces de generar muchas cosas […]

Un sistema es una abstracción. No es un tipo

especial de cosa, sino una manera de conside-

rar las cosas.32

En su programa, la noción de sistema implica un

desplazamiento en el rol del artista: en lugar de

un “diseñador de objetos”, éste “se transforma

en un ‘diseñador de sistemas que hacen objetos’”.33

Unos años antes, el término había sido utiliza-

do por Víctor Grippo en su obra Emisor-Canal-

Receptor o Sistema, presentada en la exposición

Investigación sobre el proceso de la creación, que el ar-

tista efectuó en 1966 en la galería Vignes, jun-

to con Barilari, Kemble y Renart. En un texto

que acompañaba su obra, Grippo la caracterizó

como un “sistema de explicación del fenómeno

artístico que involucra las instancias artista/emi-

sor, obra/canal y público/receptor”,34 en obvia

consonancia con el esquema de la comunicación

de Roman Jakobson.

Sistemas fue también el nombre de la primera

muestra del Centro de Experimentación Visual

–grupo fundado en La Plata por Mario Casas,

Raúl Mazzoni, Jorge Pereira, Roberto Rollié

Luis Wells. Techo Di Tella, 1965. Madera terciada, esmaltesintético, luces, 300 x 700 x 400 cm. Colección privada

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y Juan Carlos Romero– en la galería Carmen

Waugh de Buenos Aires, en 1970. La exposi-

ción fue prologada por Kemble, quien se refirió

a los “procesos de la creación” –una preocupa-

ción central en el grupo que había expuesto en

Vignes y que el mismo Kemble integraba– como

susceptibles de “ser analizados, sistematizados y

codificados a nivel consciente”.35 La noción de

sistema era definida por el CEV como “la articu-

lación de elementos […] donde el resultado no

puede ser explicado por las partes sino por las

tramas de relaciones por las cuales se vinculan

[…] la experiencia artística entendida como un

sistema es una totalidad abierta, dinámica”.36

En un condensado programa, el grupo postula-

ba “desmitificar el proceso creativo y […] crear

las posibilidades para que el receptor participe,

rompa la incomunicación y elimine la distancia

que existe entre él y el mensaje visual”, de cara a

una integración de la obra en “la vida social”.37

4. Una hilera de gigantescos girasoles ilumina-

dos desde su interior, construidos con plexiglás

y papel maché: así era la obra presentada por

la artista argentina Susana Salgado al Premio

Nacional Di Tella en 1966. Recibió el primer

premio por parte de un jurado integrado por

Romero Brest y dos entusiastas del pop inter-

nacional, Otto Hahn y Lawrence Alloway.

El segundo premio fue otorgado a Dalila Puzzo-

vio por su enorme autorretrato como odalisca

en la playa, realizado por un pintor publicitario

y rodeado de luces de camarín y almohadones

inflables de plástico que reforzaban la anhelada

condición de estrella pop de la artista. La pren-

sa ubicó a las ganadoras dentro de lo que deno-

minaba “grupo pop”, junto a Carlos Squirru,

Edgardo Giménez, Juan Stoppani, Delia Can-

cela, Pablo Mesejean, Alfredo Rodríguez Arias

y Roberto Plate. Ese mismo año, el semanario

Primera Plana los presentaba en su portada, po-

sando de manera desenfadada sobre tres gran-

des letras a rayas que formaban la expresión

POP. Varios de los artistas del grupo compartían

desde 1963 una vivienda-taller donde montaban

sus propias muestras y espectáculos. La instala-

ción Love and Life (1965), de Cancela y Mesejean,

creó un espacio psicodélico que combinó pintu-

ras, música y performances. Dos azafatas guiaban

a los visitantes a sumergirse, con la percepción

alterada por anteojos con vidrios de colores, en

un imaginario en el que jardines floridos, moda

y astronautas se enlazaban en un limbo de feli-

cidad. También la instalación de Pablo Meni-

cucci en homenaje a la actriz Sofía Loren (¡Hola

Sophia!) apela a la pintura para componer un

ambiente que exalta y a la vez señala los modos

de disección del cuerpo, fetichización y consu-

mo en la construcción del star system.

Marta Minujín fue quien mejor encarnó, en esos

años, la popularización y “mass-mediatización”

del pop. En 1965 Minujín y Santantonín, con la

colaboración de otros artistas,38 realizaron en el

Di Tella La menesunda, un circuito-ambientación

de situaciones insólitas que apuntaban a atizar

los sentidos adormecidos.39

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Edgardo Giménez, Dalila Puzzovio y Charlie Squirru. ¿Por qué son tan geniales?, 1965Cartel publicitario ubicado en la esquina de Viamonte y Florida, Buenos Aires, 1965

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En 1966, en ocasión del dictamen del Premio

Di Tella, Alloway declara que “Buenos Aires es

ahora uno de los más vigorosos centros ‘pop’ del

mundo”. Sin duda, como venimos señalando,

muchas producciones locales sintonizan con cier-

ta sensibilidad asociada al pop a partir de rasgos

como el desparpajo y el hedonismo, el quiebre de

las convenciones del “buen gusto”, las citas a –y

los recursos característicos de– la industria cul-

tural y la publicidad, el imaginario de los viajes

espaciales, el hippismo y la psicodelia, el empleo

de materiales “bajos” y efímeros y la expansión

del arte hacia el territorio de la moda y el diseño.

Sin embargo, el teórico y animador de la van-

guardia Oscar Masotta no parece coincidir con

la optimista evaluación de Alloway. En lo que

describe como “la pluralidad de proposiciones de

los argentinos”, Masotta no encuentra paralelos

ni versiones del pop, sino diversos caminos que

empiezan a delimitar lo que nombra –retoman-

do quizá a Pierre Restany– como un “folklore”

propio de la cultura de Buenos Aires.40

Uno de los rasgos más distintivos de la vanguar-

dia argentina de los 60 es su exploración de cir-

cuitos masivos, como los de la publicidad y los

mass media. No nos referimos a la apropiación de

la cultura de masas –operación que el arte pop

claramente promueve–, sino a la inscripción en

circuitos masivos como única materialidad de la

obra, usando recursos ajenos al circuito artístico,

e interpelando a audiencias amplias (no especia-

lizadas, ni advertidas) que exceden largamente el

restringido público de arte.

Un pionero de estos usos es –de nuevo– Greco,

quien a principios de los años 60, cada vez que

retornaba a Buenos Aires luego de pasar tem-

poradas en Europa, Estados Unidos o el Brasil,

empapelaba el microcentro de la ciudad con afi-

ches autopublicitarios que afirmaban: “Greco,

el pintor informalista más grande de América”

o graffiti que proclamaban: “Greco, ¡qué gran-

de sos!”. Planeaba “firmar” un recital de Palito

Ortega convirtiéndolo en uno de sus vivo-ditos:

esto es, señalar la condición de obra de arte no

del cantante sino del acontecimiento masivo que

generaba su extendida popularidad.

En 1965 Dalila Puzzovio, Carlos Squirru y

Edgardo Giménez contrataron el espacio de un

enorme panel en Viamonte y Florida, en pleno

microcentro de Buenos Aires, y encargaron a un

pintor publicitario que los retratara rodeados de

algunas de sus obras junto al eslogan “¿Por qué

son tan geniales?”. El cartel no promocionaba

nada, sino que constituía en sí mismo una “obra”.

A la vez, al estar inscrita en el circuito masivo, nada

alertaba sobre su condición “artística” al desaper-

cibido transeúnte que se topaba con ella.

En 1966 nació el Grupo Arte de los Medios,

integrado por Roberto Jacoby, Eduardo Costa y

Raúl Escari, muy próximo a las preocupaciones

teóricas de Masotta. Su primera obra-manifies-

to, conocida como el antihappening, consistió en

la creación de un suceso inexistente, mediante

una noticia que informaba sobre la realización

de un happening que nunca había sucedido, la

cual se divulgó ampliamente en diversos medios.

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Su materialidad estaba dada exclusivamente por

su circulación en los medios masivos. Cabe notar

el contraste: si el arte pop toma objetos, temas y

técnicas de la cultura de masas y los mass media, el

arte de los medios se propone, en cambio, “cons-

tituir la obra en el interior de dichos medios”.41

También durante el intenso año 1966, veinticua-

tro artistas porteños, rosarinos y cordobeses con-

fluyeron en la organización de la Bienal Paralela,

llamada oficialmente Primer Festival de Formas

Contemporáneas, convocada por los artistas ex-

cluidos en la III Bienal Americana de Arte aus-

piciada por las Industrias Kaiser en Córdoba.42

Entre las muchas producciones experimentales

que sucedieron dentro y fuera de la casona que

los díscolos ocuparon durante esos días, Jacoby y

Costa recurrieron a la pintura, en Rescate del azar,

para indicar la (dis)continuidad entre el adentro

y el afuera del espacio de exhibición: pintaron

de verde una serie de fragmentos del mobiliario

urbano dispersos en las calles aledañas y ubica-

ron, en el interior de la casa, un cartel del mismo

color. Proponían que el espectador asociara las

marcas verdes de adentro y de afuera, e ideara

mentalmente el mapa del conjunto señalado, en

un acto de percepción activo que se desarrollaba

como deriva en la ciudad. Dos años más tarde,

Nicolás García Uriburu recurría a pintura verde

fosforescente para teñir el agua de los canales de

Venecia, durante la Bienal de 1968, inauguran-

do sus “coloraciones”. La pintura era aquí capaz

de generar un señalamiento múltiple: el desbor-

damiento del arte –y sus instituciones, como la

Bienal– a la vida y la calle, a la vez que la denun-

cia ecológica sobre el destino del planeta.

5. Como muchos de los artistas de su generación,

Ricardo Carreira monta su primera muestra in-

dividual en la galería Lirolay, en junio de 1965:

un tríptico de telas de gran formato (que fueron

destruidas por él mismo durante la última dicta-

dura, como la mayor parte de su obra) que de-

nunciaban la invasión norteamericana a Santo

Domingo, y que fueron leídas como un quiebre

con su producción anterior, de un fauvismo inti-

mista y alegre. A partir de entonces se opera una

transformación en el lenguaje y la factura pictó-

ricos que alude a la irrupción de la serie histórica,

y también a la necesidad del artista de tomar de-

finiciones políticas desde la propia pintura. Ante

lo que fue llamado por un cronista “pintura de

choque”, Carreira expone su dilema: “Pinto así

porque no puedo ir a agarrarme a tiros a Santo

Roberto Jacoby y Eduardo Costa. Rescate del azar, vista de la intervención en la vía pública, Córdoba, 1966 (reconstrucción 2004)

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Domingo”.43 Este desplazamiento o sustitución

(violentar la pintura en lugar de pelear en el con-

flicto exterior) permite vislumbrar que la inter-

pelación de la política todavía se traduce en tér-

minos de una transfiguración pictórica, mientras

que un par de años más tarde, en 1968, llevaría a

intelectuales y artistas –a Carreira mismo– a pa-

sar a la acción política directa y al abandono del

arte. Por otro lado, la elección del verbo “poder”

o, mejor, “no poder” (agarrarse a tiros) implica

un deseo y a la vez un límite. ¿No puede porque

es pintor? ¿No puede porque está en la Argentina

y la invasión es en otra parte del mundo?

Ante el impacto de acontecimientos como la in-

vasión a Santo Domingo, la Guerra de Vietnam

o el asesinato del Che Guevara, los artistas toman

explícita posición en sus obras. En 1965 León

Ferrari presenta en el Premio Nacional Di Tella

La civilización occidental y cristiana, el impactante

montaje de un Cristo de yeso crucificado en la

réplica a menor escala de un avión norteamerica-

no de los que entonces bombardeaban Vietnam,

que fue censurado por Romero Brest. Si bien

en trabajos previos, en sus escrituras dibujadas

(o cuadros escritos), como Carta a un general (1963)

o El árbol embarazador (1964), hay indicios claros

del uso de la ironía como herramienta política

de crítica al poder militar y a la intolerancia reli-

giosa, se suele considerar 1965 como una bisagra

en la producción de Ferrari, ya que desde enton-

ces la denuncia de la complicidad de la Iglesia

católica en la guerra imperialista será un ele-

mento insistente en su obra. Igual que Carreira,

Ferrari reconoce haber cambiado radicalmente

su forma de hacer y entender el arte a partir del

impacto que le produjo la Guerra de Vietnam.

En abril y mayo de 1966, como resultado de una

convocatoria de Ferrari y Carlos Gorriarena, la

galería porteña Van Riel cubrió completamente

sus paredes (y parte del piso) con los trabajos de

cerca de doscientos artistas (en un amplísimo es-

pectro que abarca desde Minujín a Carpani) en

lo que definieron como una “muestra-manifes-

tación”. Homenaje al Vietnam logró una adhesión

sin precedentes. Asistieron miles de personas a la

inauguración, y el acontecimiento se prolongó dos

semanas. “La más fuerte de las doscientas obras

expuestas” allí, según el recuerdo de Ferrari, fue

la “mancha de sangre” de Carreira. Era un char-

co sólido, realizado en poliéster rojo, colocado so-

bre el piso de la sala. Exhibida “simultáneamen-

te en los mataderos y en una galería porteña”,44

fácilmente transportable e instalable, la “mancha Ricardo Carpani ante su mural de homenaje al Cordobazo, 1971

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de sangre” lograba ambientar con violencia cual-

quier espacio (sea de exhibición artística o no).

En 1968 Pablo Suárez montó en El Taller una

instalación titulada Situación exclusivamente estética.

En el primer piso de la galería, junto a un

cartel con el sugestivo nombre “Le devuelvo los

materiales”, dispuso una escalera, un caballete,

latas de pintura, pinceles, mezclando utensi-

lios de trabajo del pintor de brocha gorda y del

pintor-artista, y equiparando a este último con

un trabajador más. En el subsuelo, una secuen-

cia de objetos ubicados en diagonal atravesa-

ba el espacio: una bandera roja, un frasco con

sangre, semillas de trigo, una bolsa de tierra, un

ladrillo, una jaula con una víbora, cinco panes,

arena y harina, balas y cartuchos. Un grabador

ubicado en un rincón de la sala emitía una voz

masculina que enumeraba los objetos exhibi-

dos o sus definiciones, elevando paulatinamen-

te el tono hasta imitar la inflexión de un discur-

so político. Suárez recuerda que Romero Brest

“estaba bajando por la escalera y, al sentir esas

cosas, dijo que no pensaba estar presente en actos

políticos y se retiró”.45 Si la parte superior de la

instalación puede leerse como una operación de

deconstrucción de los “materiales” involucra-

dos en el proceso artístico, al mismo tiempo

la obra introducía una tensión hacia la políti-

ca que se haría más explícita en las prácticas y

tomas de posición que el mismo Suárez y sus

compañeros de la vanguardia de Buenos Aires y

Rosario protagonizarían en el curso de ese año,

en un radicalizado itinerario que culminó

en la conocida acción colectiva Tucumán arde.46

Entre los pintores vinculados al comunismo

–Antonio Berni, Juan Carlos Castagnino, Lino E.

Spilimbergo, Demetrio Urruchúa, Luis Falcini,

Cecilia Marcovich, Carlos Alonso, Raúl Lozza,

entre otros–, a pesar de la postura partidaria a

favor del realismo socialista, éste tuvo escasa ca-

bida en las producciones pictóricas. Las opciones

formales entre estos artistas divergen muchísimo:

desde el perceptismo al muralismo, pasando por

un realismo ampliado y diversificado. En la dé-

cada del 60 Berni incorpora a sus pinturas, gra-

bados y objetos lenguajes experimentales a partir

de la inclusión de materiales de desecho industrial

y consumo urbano. Sus series narrativas en tor-

no a personajes marginales, el chico de la calle,

Juanito Laguna, y la prostituta de arrabal, Ramona

Montiel, conjugan crítica social y renovación for-

mal. A propósito de Juanito, Berni señala que se

trata de una narrativa hecha con elementos de su

propio barrio, encontrados en baldíos o en la calle:

las cajas, latas y “plásticos del rezago de la gran

industria que son recuperados por esa población

aledaña de inmigrados del interior argentino o de

los hermanos países vecinos”.47

Por su parte, también Castagnino incorpora a

sus pinturas de entonces imágenes tomadas de

los diarios, fotografías y textos mediante técnicas

como el collage o el transfer. Construye referencias

a hitos de la pintura de crítica social (los fusila-

mientos de Goya, el Guernica de Picasso), en con-

trapuntos que enfrentan a víctimas y victimarios

del sistema. Sin abandonar la figuración, en su

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serie de carteles que aludían a Vietnam, al Che y

al Cordobazo, su imagen se libera de los códigos

de representación realista que caracterizan gran

parte de su obra previa.

En 1965 comenzó su serie de Cristos para de-

nunciar la tortura de los revolucionarios y la

masacre en Vietnam, y luego de la muerte del

Che realizó la serie de Verónicas, donde el ros-

tro del revolucionario asesinado en Bolivia se

fusiona con el de Cristo.48

Sin embargo, no toda licencia estaba permitida

en el seno comunista, como deja en evidencia

el caso de Carlos Alonso. Expone en 1967 Todo

Lino, en homenaje a su maestro Spilimbergo, fa-

llecido en Unquillo (Córdoba) en 1964. Se tra-

ta de una serie de retratos expresionistas en los

que Spilimbergo se ve ya enfermo, aquejado por

achaques del oficio, de la vejez, acompañado

por un vaso de vino o una mujer desnuda. El es-

critor Leónidas Barletta, viejo compañero de ruta

del Partido Comunista, arremete contra Alonso

en Propósito, oculto bajo uno de sus seudónimos

habituales, acusándolo no solo de pintar mal sino

también de agraviar la memoria del maestro.49

La polémica prosiguió en los números siguientes

de la publicación, y terminó desencadenando el

alejamiento de Alonso de la militancia partidaria,

no en términos de una ruidosa expulsión, sino

vivido como un silencioso e inevitable desenlace.

En 1959 se constituye el movimiento Espartaco,

integrado por Carpani, Pascual Di Bianco,

J. Elena Diz, Raúl Lara, Mario Mollari, Carlos

Sessano, Espirilio Bute y Juan Manuel Sánchez.

En 1958 aparece en la revista Política, dirigida

por Jorge Abelardo Ramos, el manifiesto “Por

un arte revolucionario en América Latina”, con

la firma de Mollari, Sánchez, Carpani, Diz y

Bute. Allí se precisan los posicionamientos esté-

ticos y políticos del grupo y su voluntad de pa-

sar de la pintura de caballete “como lujoso vicio

solitario” al “arte de masas, es decir, al arte”.

La influencia del muralismo mexicano sobre

Carpani y otros integrantes del grupo es ex-

plícita. Al igual que Sánchez, Carpani había

iniciado su actividad como muralista en 1957,

cuando ambos realizaron dos grandes mura-

les en la librería porteña Huemul, en los que

se podía ver en un escorzo pronunciado a un

obrero tipógrafo. Ya se perciben algunos rasgos

característicos del estilo reconocible del artista:

la monumentalidad en la escala humana, la so-

bredimensión de las manos con respecto al resto

del cuerpo, la destacada musculatura de brazos

y tórax, la dureza del rostro. En 1961, apenas

dos años después del surgimiento de Espartaco,

Carpani y Di Bianco se alejan, radicalizando sus

planteos: sostenían que –para ser consecuentes

con el programa del grupo– había que vincu-

larse en forma directa a los sindicatos y renun-

ciar definitivamente al ambiente de las galerías.

Tras su alejamiento de Espartaco, ambos acre-

centaron sus vínculos con el movimiento sin-

dical y realizaron murales en algunos gremios,

como el de Sanidad y el de Gráficos. Carpani

combinó la producción de murales y pinturas

con un nutrido trabajo gráfico (produciendo

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ilustraciones para afiches y publicaciones), que

encontró una rápida y sostenida aceptación en

las organizaciones obreras. Por su parte, el grupo

Espartaco siguió en actividad hasta 1968, con la

incorporación de Franco Venturi.

La Sociedad Argentina de Artistas Plásticos

(SAAP) promovió, durante la gestión del pintor

Ignacio Colombres, entre 1967 y 1970, una serie

de convocatorias a muestras o acciones colectivas

en torno de sucesos o ejes políticos. En repudio

a la visita oficial al país de Nelson Rockefeller,

enviado del presidente norteamericano Nixon,

en su gira por América Latina, el 30 de junio de

1969 la SAAP congregó a cerca de sesenta artistas

para una “exposición de originales para afiches”

denominada Malvenido, Mister Rockefeller. Ferrari

la definió con precisión como “una suerte de en-

sayo de publicidad revolucionaria”.50

6. En 1972, Diana Dowek inicia una serie de

pinturas de gran formato titulada Lo que vendrá.

En ellas se distinguen, en blanco y negro y des-

de cierta distancia, fragmentos de movilizacio-

nes callejeras, multitudes que atraviesan anchas

avenidas con los brazos en alto y paso decidido.

Estas telas, tituladas Insurrección y Revolución, evi-

dencian un ánimo optimista sobre los tiempos

convulsos que se avecinaban.

Apenas tres años después, en 1975, comienza la

serie Paisajes o “de los retrovisores”. En ellos se

ve el parabrisas delantero de un auto, completa-

mente empañado, por lo que no permite perci-

bir nada claro hacia adelante. En cambio, por el

espejo retrovisor sí se vislumbra con claridad lo

que queda atrás: un cuerpo asesinado arrojado al

costado de la ruta o un auto Falcon con varios su-

jetos siniestros persiguiendo al que escapa. Si en

la serie anterior el lugar de enunciación coloca-

ba a la artista (y al espectador) como observador

desplazado pero próximo a la multitud, como

testigo, ahora es quien se vuelve aterrado mien-

tras huye. No se sabe hacia dónde va, la certeza

es la grave amenaza que intenta dejar atrás.

A principios de la última dictadura, Dowek

produce una nueva serie, la de los alambrados.

El paisaje, el cielo, el campo, el bastidor del

cuadro, un sofá o una muñeca: todo se cubre

con alambre tejido. Una metáfora precisa de la

Originales para afiches presentados en la la exposición Malvenido, Mister Rockefeller, Asociación Argentina de Artistas Plásticos,Buenos Aires, 30 de junio de 1969

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asfixiante opresión que se vivía, que a la vez per-

mite pensar en la posibilidad de un intersticio o

un punto de fuga cuando el alambre deja entrever

alguna fisura. En consonancia con las denuncias

que se hicieron públicas en ocasión del mundial

de fútbol jugado en el país, Argentina 78 es una de

esas obras emblemáticas que expresan, desde la

formulación estética, la mejor síntesis del límite

al que la dictadura empujó a la cultura. Se trata

de un tríptico: el primer elemento es una tela en

blanco alambrada; el segundo, una pintura del

dorso de una tela en su bastidor, también alam-

brada; el tercero, solo un alambrado. La artista

cuenta que después de realizar esta obra se enfer-

mó: “Pensé que no tenía nada más que decir”.51

En los contrastes que fácilmente pueden esta-

blecerse entre estas tres series se evidencia una

distancia feroz ante el devenir de la historia, y

la constatación de cómo en el arte se trasunta la

clausura de una época.

En los años previos y posteriores inmediatos al

golpe de Estado de 1976, cuando la violencia

tomó la calle y la creciente represión política se

convirtió en una dimensión inexorable de la vida

cotidiana, muchos artistas que habían abando-

nado tajantemente el arte en la década anterior

(en medio de la disolución de las vanguardias y

la pérdida de sentido atribuida a la actividad ar-

tística en el pasaje hacia la política) volvieron a

pintar. No queremos leer ese hecho en términos

de una “vuelta al orden”, sino más bien como

el correlato de una decisión vital, casi un acto

de supervivencia. A contrapelo de la idea muy

fuertemente instalada de que la represión dicta-

torial arrasó con todas las manifestaciones cultu-

rales, “la producción […] nunca se detuvo sino

que, por el contrario, aparece como una tabla de

salvación”.52 Es bien conocido el testimonio al

respecto de Juan Pablo Renzi, que había dejado

el arte a comienzos de 1969 en una decisión con-

junta del Grupo de Arte de Vanguardia de Rosa-

rio: “Quise volver a pintar para no morirme o en

todo caso para no volverme loco”.

Otros integrantes de la vanguardia no retornaron

al arte hasta dos o tres décadas después. Algunos

nunca lo volvieron a hacer. Habían llevado a un

extremo sin retorno el curso de experimentación y

ruptura tanto artística como política emprendido.

Los que ocho o diez años más tarde volvieron a

levantar un pincel y, de alguna manera, aspiraron

a reinsertarse en el circuito artístico lo hicieron

produciendo algo de lo que antes habían renega-

do: pintura de caballete. Y con códigos realistas,

incluso hiperrealistas. Como “una vuelta a las pe-

queñas cosas” lo explicaba Pablo Suárez (quien en

1968 había abandonado el arte) en 1976:

Cuando vuelvo a pintar –cosa que siempre

amé aunque pintaba poco– lo vuelvo a hacer

con una actitud totalmente distinta, lo hago

para mí, por ganas de pintar. Hago pintura

realista porque quiero representar nueva-

mente cosas, las cosas que quiero. […] Vino

el cansancio y la necesidad de hacer algo que

sea como pararse en un patio tranquilo, en paz

con uno mismo y con los demás, lejos de aque-

lla carrera desenfrenada.53

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Noé, que también había dejado la pintura a fines

de los 60 y proclamó –cuando se implicó acti-

vamente en el apoyo al gobierno de la Unidad

Popular en Chile¬– que “el arte en América La-

tina es la revolución”,54 “decía que él había vuel-

to a la pintura porque quería pintar, porque se le

daba la gana y no quería dar ningún tipo de

voltereta teórica para justificarse”.55 Reinventarse

como artistas supuso repensar la política, el arte y la

vida en los nuevos y difíciles tiempos: componer una

ética del cuidado de sí, de disfrutar de las pequeñas

cosas a pesar de todo, del refugio en los afectos.

La censura que había actuado con fuerza sobre

las artes visuales en los años anteriores (en particu-

lar durante las dictaduras de Onganía y Lanusse)

efectuando numerosas clausuras se hace manifies-

ta de manera mucho más aislada durante la últi-

ma dictadura, en comparación con sus interven-

ciones directas y frecuentes sobre el cine, el teatro

y la actividad editorial. En las artes visuales, cabría

valorar más bien la efectividad de la autocensura

e incluso de las presiones concretas que ejercieron

sectores moralizadores de la propia sociedad civil,

que hostilizaban determinadas manifestaciones

artísticas que consideraban reñidas con la moral

cristiana y las buenas costumbres.

Carlos Alonso, cuya muestra Hay que comer había

sido censurada por la Subsecretaría de Cultu-

ra de la Nación en 1969, continuó centrándose

en el tema de la carne para abordar la historia

de violencia política argentina, remontándose a

El matadero de Esteban Echeverría (libro que ha-

bía ilustrado en 1965). El 26 de abril de 1976,

apenas a un mes de iniciada la dictadura, Alonso

inaugura El ganado y lo perdido en la Art Gallery

International, sobre la calle Florida. Incluye tra-

bajos realizados desde 1971, que denuncian a los

personajes del poder sostenidos en la imposición

del terror, los cuerpos arrasados por la tortura y

la masacre. Una amenaza de bomba a poco de

inaugurar precipita su salida al exilio.

Como él, muchos artistas debieron partir. Otros

viven el exilio interno (o “insilio”): Renzi deja

Rosario y se aísla en Buenos Aires, y Suárez se va

a vivir al interior. Desde aquí te escribo (1977) parece

ser un autorretrato de la nostalgia del pintor refu-

giado en el campo, que extraña al amigo distante.

En muchas de las imágenes que se produjeron

en esos años podemos rastrear los modos de de-

cir que encontraron los artistas para tomar po-

sición en un escenario tremendamente hostil.

Dicen mucho más sobre su contexto y los modos

subjetivos de atravesarlo que lo que una prime-

ra lectura supone. En un sentido, este corpus de

obras puede leerse como elaboraciones íntimas

de una derrota colectiva, la desarticulación de la

utopía emancipadora que había alentado las ex-

pectativas de cambio radical en la época anterior.

Implica despojarse de la retórica revolucionaria

sacrificial que imperó en el arte y en buena parte

de la sociedad en los años previos. Y conlleva la

dispersión del colectivo, el abandono de las calles

y los ámbitos públicos como espacios de confron-

tación, y el repliegue al espacio privado.

Podemos reconocer algunas alusiones al mo-

dus operandi del terrorismo de Estado: incluso

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aparecen cuerpos tirados en la calle con el rostro

cubierto con papel de diario (Pablo Suárez, S/t);

cuerpos caídos, lacerados, torturados, arrasados;

el vacío dejado por los ausentes (asesinados, des-

aparecidos, exiliados). La condición de víctimas

insiste en la serie de mujeres desnudas frente a

la maquinaria de poder autoritario y masculino

que pinta Jorge Álvaro.

La calle se vuelve amenazante, y también los

espacios interiores, despojados y vacíos, casi sin

presencia humana. Son tiempos de soledad y

aislamiento. “El afuera se ha perdido y obliga a

ese encierro, a un diálogo casi consigo mismo”.56

En las pinturas de Renzi los objetos más fami-

liares y domésticos (un foco de luz colgando del

techo, una jarrita para calentar leche) se vuelven

siniestros. La ausencia de personas –o, en todo

caso, de sus rostros y miradas– vuelve espectrales

las cosas inanimadas. Ante los ausentes, se impo-

ne la “presencia subjetiva del objeto”.57

Este conjunto de obras comparten también cier-

ta mirada introspectiva sobre la historia de la

pintura, una recuperación de los géneros tradi-

cionales (el bodegón o naturaleza muerta, el pai-

saje, el retrato, el desnudo), la cita-homenaje a

la tradición de la pintura argentina y sus viejos

maestros. Interior con mantelacámera, de Renzi, in-

cluye el bodegón pintado “a lo Lacámera” como

motivo del propio mantel de hule que cubre una

mesa. El cuadro dentro del cuadro, en un crípti-

co juego de ensambles.

Las naturalezas muertas son terreno fértil para

elocuentes metáforas. Tanto en la obra de Alonso

como en la de Margarita Paksa (que realiza dos

muestras en la galería Balmaceda: La comida, en

1976, y Ella es comida, en 1977) y la de Héctor

Giuffré aparecen la carne y los animales faenados

y sacrificados para alimentar un siniestro “gran

banquete” (como dice una canción del grupo

Virus escrita en plena Guerra de Malvinas).

Suárez expone en 1980 –entre otras obras– una

pintura sin título: una mesa sencillamente servi-

da para una sola persona, con una hoja de papel

que hace las veces de mantel, un plato de tallari-

nes recién empezado, un vaso de vino tomado a

medias, un trozo de pan. Nada más. Nadie. Solo

la interrupción. El comensal abandonó precipi-

tadamente su comida o fue arrebatado de allí.

Más allá de la opción por el realismo, los cami-

nos elegidos por otros artistas permiten pensar

otras estrategias retóricas ante el horror. Fermín

Eguía construye un universo propio, en el que

fragmentos de cuerpos deformados y autonomi-

zados devienen criaturas vivas a la vez que ob-

jetos animados: una boca-nariz puede tornarse

una amenazante cuna o un personaje que deam-

bula perdido en medio de una ciudad oscura o

de un jardín. En ese mundo de seres sin ojos,

El gran hechicero (1980) aparece como una ale-

goría monstruosa y onírica del poder absoluto.

¿En qué nos hemos convertido?

En su serie Distancia de la mirada (1976-1977),

Seguí, quien desde 1963 se había establecido en

París, pintó a personajes vestidos de traje o con

sobretodo y sombrero, en ambiguos e inquie-

tantes escenarios que los tienen como únicos

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protagonistas, a veces acompañados de un pe-

rro. Escenarios que parecen deshabitados o

abandonados, de los que solo vemos el fragmen-

to de un muro, un camino, un jardín o una po-

blación a lo lejos. Allí está un único personaje,

de pie, siempre de espaldas, en ocasiones mi-

rando por encima de un muro o a través de una

abertura, escudriñando un panorama oculto

para quien observa el cuadro. No podemos ver

su rostro ni aquello que está viendo. En una se-

rie posterior, Parques nocturnos (1979), diferentes

personajes deambulan en la noche, en parques

oscuros, lúgubres. Ambas series construyen una

atmósfera extrañada, de evocaciones surrealis-

tas, que parece aludir, oblicua y perturbadora-

mente, al escenario político argentino.

Desde una impronta conceptual, en 1980, Juan

Carlos Romero presenta, bajo el título Camuflaje,

cuatro obras de su serie La vida de la muerte en la

exposición Propuestas y actitudes de los años 70, rea-

lizada en la galería El Mensaje. Luego de definir

el camuflaje en términos estrictamente científi-

cos, incluye tres fotografías de su cara intervenida

con trazos de pintura. Se condensan en el propio

rostro del artista –en un peculiar recurso al au-

torretrato, pero también a la foto de identidad–

las asociaciones que trae a colación el camuflaje

como estrategia de autodefensa, combate militar,

táctica para infiltrarse o bien para pasar desaper-

cibido ante el peligro.

7. Durante los primeros años 80 se evidencian

iniciativas por recuperar la calle como espacio

público en disputa con el aparato represivo.

Como señala Roberto Amigo, “existen dos ac-

titudes estéticas complementarias en el arte de

los 80 que parten de la idea del cuerpo como so-

porte de lo artístico: la vindicadora y la festiva”.58

A pesar de que los relatos de aquel vital período

construidos retrospectivamente insisten en en-

frentarlas como bandos irreconciliables, el de los

militantes y el de los under, ambas actitudes “afir-

man el arte como práctica relacional, que puede

ser vindicadora y festiva a la vez”.59 Son prácti-

cas que reivindican, en cuanto demanda política,

“la recuperación del cuerpo como alegría, como

vínculo con el otro –que también podía dar-

se en el ritual de la movilización urbana– […]:

Juan Carlos Romero. Camuflaje I a IV, de la serie La vida de la muerte, 1980. Texto y fotografías intervenidas sobre cartón,80 x 70 cm cada panel. Colección privada

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ante el fin de un poder que se había estableci-

do sobre cuerpos torturados y desaparecidos se

danzaba”.60 Surgieron espacios de exposición

–muchas veces efímeros y precarios– en cual-

quier lugar (en un lavadero, en un baño, en un

tren), para nuclear a gente dispersa que promovía

iniciativas.

Se conoce como El siluetazo –por la envergadu-

ra y masividad que alcanzó– la primera jornada

en que se usaron siluetas para representar a los

desaparecidos, el 21 de septiembre de 1983, aún

en tiempos de dictadura. Este hecho señala uno

de esos momentos excepcionales de la historia en

que una iniciativa artística coincide con una de-

manda de los movimientos sociales, y toma cuer-

po por el impulso de una multitud, congregada

para acompañar la III Marcha de la Resistencia

convocada por las Madres de Plaza de Mayo.

En un improvisado e inmenso taller al aire libre

que duró hasta la medianoche, cientos de ma-

nifestantes pintaron y pusieron su cuerpo para bos-

quejar las siluetas –empleando un recurso de la

didáctica del dibujo para niños, consistente en el

trazado sencillo de la forma vacía de un cuerpo

a escala natural–, y luego las pegaron sobre pare-

des, monumentos y árboles, a pesar del amena-

zante operativo policial. El proyecto fue iniciati-

va de tres artistas visuales (Rodolfo Aguerreberry,

Julio Flores y Guillermo Kexel), y su concreción

recibió aportes de las Madres y Abuelas de Plaza

de Mayo, otros organismos de derechos huma-

nos y militantes políticos. Las siluetas apuntaban

a representar “la presencia de una ausencia”, la

de los miles de detenidos-desaparecidos durante

la última dictadura militar.

Al trasladarse a Buenos Aires desde Lima en

1980, el artista peruano Fernando Bedoya

y su pareja argentina, Emei (Mercedes

Idoyaga), junto a Diego Fontanet, Joan Prim,

Daniel Sanjurjo, José Luis Meirás, Fernan-

do Amengual y muchos otros, impulsan la

conformación de un colectivo denominado

primero Gas-Tar (Grupo Artistas Socialistas

- Taller de Arte Revolucionario) y más tarde

CAPaTaCo (Colectivo de Arte Participativo - Ta-

rifa Común). Llevaron a cabo hasta 1991 una

serie de intervenciones callejeras participati-

vas, a la vez que propiciaron movidas masivas

dentro de espacios contraculturales (como el

Parakultural, Babilonia o Mediomundo Varieté),

y en algunos pocos casos se instalaron en ten-

sión en los márgenes del circuito artístico. En

paralelo a su trabajo colectivo, Bedoya desarro-

lla varias series de pinturas y serigrafías que se

articulan con sus intervenciones en el espacio

público. Ciertos íconos, tales como hojas de

afeitar, llaves, cajas de fósforos o el equeco (la

representación andina del sabio de la abundan-

cia), dan lugar a series gráficas y pictóricas que

al mismo tiempo propician acciones en la calle.

En los 80 irrumpen otros modos de pintar, en

los que la figura humana tiene un fuerte pro-

tagonismo: “En los primeros años de este nue-

vo albedrío las apariciones de la figura hu-

mana en estados confusos, inestables, frágiles

aluden a un trauma que llevará tiempo aliviar”.61

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Los códigos de representación realista dejan

lugar a figuraciones grotescas, deformes. Los re-

tratos que Marcia Schvartz realiza son, en ese

sentido, implacables. Elige mostrar “cuerpos

plebeyos, descuidados, sin ninguna misericordia,

llevados casi a extremos de lo caricatural; están

puestos para desafiar a los bienpensantes”.62

Su reivindicación del sujeto-escoria no pasa solo

por exhibir con orgullo la condición marginal,

sino por enrostrar a la moderación y al buen

gusto dominante esos modos de belleza sórdida,

chirriante y desencajada, cuerpos travestis, es-

trellas subterráneas, reinas del under porteño bri-

llando en el café Einstein o el Parakultural, como

el autodefinido “clown literario travesti” Batato

Barea o Kiki Leplume (personaje de un espec-

táculo realizado junto a su hermana, Claudia

Schvartz, en el Café Einstein y otros espacios del

under en 1982). Sus telas dan testimonio de aquella

fiesta desenfadada y rotunda, nacida en sótanos

húmedos o en casas particulares, cuya alegría

confrontó con el gris disciplinamiento de los

cuerpos impuesto por el terror. La necesidad de

reunirse y estar juntos, producir y celebrar, actuó

reparando los lazos colectivos quebrados. Pero

las telas de Schvartz son a la vez testigos de la

resaca de la mañana siguiente: la desazón, el des-

concierto y el desencanto que se instalan en la

llamada transición democrática.

Hay dos constantes en la obra pictórica de Elda

Cerrato de los años 70 y 80, que no pueden sino

asociarse: la presencia de la multitud y la carto-

grafía de América Latina. Los mapas sufren de-

formaciones, desbordamientos, disgregaciones,

estallidos. La organicidad del mapa de América

Latina es la de un cuerpo vivo, que va mutando.

Las multitudes no son masas anónimas, sino su-

jetos conectados entre sí, con su historia portada

en el cuerpo.

A contrapelo de la desarticulación y la disper-

sión que propició el terror dictatorial, juntarse

aparece “como necesidad y desafío”.63 La movi-

da under constituyó un escenario central para un

nomadismo indisciplinado y festivo de los cuerpos

y las subjetividades. Se inventan agrupamientos

e institucionalidades alternativas –muchas veces

efímeros– para dar cabida a nuevas prácticas ar-

tísticas surgidas en la escena subterránea, exclui-

das del circuito artístico convencional, en donde

se entrecruzan actores, músicos, artistas visuales,

bailarines, performers… Tanto en La Zona como

en el café Einstein el trío Loc-son (compues-

to por Rafael Bueno, Guillermo Conte y Majo

Okner) pinta en vivo durante los recitales de rock

o las puestas teatrales o performances. El soporte de

estas grandes pinturas colectivas era polietileno

transparente, y usaban pintura de pared, marca

Loxon: de allí el nombre del grupo.

En 1982, el crítico Carlos Espartaco convo-

ca a Bueno, Kuitca, Alfredo Prior, Armando

Rearte y Enrique Ubertone a una exposición

en el Espacio Giesso, con el propósito de fun-

dar un movimiento local en consonancia con los

planteos de la transvanguardia italiana impulsa-

da por Achille Bonito Oliva –quien un año an-

tes había visitado Buenos Aires, invitado por la

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Asociación de Críticos–, denominado Anavan-

guardia. Los artistas, incómodos con el lugar de-

rivativo en el que habían sido colocados, filtraron

en el catálogo una “corrección” y reemplazaron

Anavanguardia por el más jocoso Juanavanguar-

dia. El artista Norberto Gómez redobló el chis-

te y les propuso a sus amigos de CAPaTaCo que

fundaran la Porongovanguardia. En 1984, tres

miembros de CAPaTaCo (Bedoya, Emei y Prim)

realizaron un afiche serigráfico en el que denun-

ciaban al naciente gobierno democrático por

su complicidad con el FMI. El afiche muestra al

presidente Alfonsín en su gesto de campaña, con

las dos manos enlazadas a la altura de la oreja.

La mitad de su rostro se deshace y deja ver una

calavera que sostiene entre las manos un hacha

que anuncia “FIM” (anagrama de la sigla del

Fondo Monetario Internacional). El póster lleva-

ba una enigmática firma: Porongovanguardia.

Un acontecimiento que concentró muchas de

las tensiones y expectativas del tránsito hacia la

democracia fue Ex-presiones, muestra inter-

disciplinaria curada por Laura Buccelato y

Espartaco. La vasta convocatoria tuvo lugar en

el Centro Cultural de la Ciudad de Buenos Aires

(CCCBA, hoy Recoleta) en septiembre y octubre

de 1983, en medio de las elecciones. El nombre,

explican los curadores,

…manifiesta la presión continua del cerramien-

to del medio y al mismo tiempo contiene la idea

de eclosión, y de otro, ese doble juego de cerrar

y abrir, dado en un comienzo por la espontanei-

dad y cierto tono expresionista.64

Allí aconteció la performance de Kuitca Besos brujos:

una novia andrajosa (encarnada por Rosario

Blefari) era arrastrada por el Patio de los

Naranjos y sometida a un violento interrogatorio.65

Le exigen nombres, y ella finalmente da algunos

de figuras conocidas del medio artístico local.

Una directa alusión a la tortura empleada siste-

máticamente por el terrorismo de Estado como

método de extracción de información a los dete-

nidos-desaparecidos, que además señala la con-

dición expuesta de aquellos artistas activos en la

escena subterránea.

Por su parte, Diana Aisenberg presentó allí un

trabajo que podría leerse como un homenaje a

las Madres de Plaza de Mayo y su persistencia en

la búsqueda de sus hijos:

Una madona en un tríptico que aislaba en dos

de sus paneles a la figura de la madre, sola, sin

su hijo. Abajo, en otro de los paneles, se ubica-

ba un grupo de corderos que hacen presente la

idea del sacrificio.66

La obra de Aisenberg toma distancia de los

códigos retóricos victimizantes para narrar la Los artistas del Grupo Loxon –Rafael Bueno, Majo Okner yGuillermo Conte– pintando en vivo en La Zona, Buenos Aires, 1983

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experiencia personal y colectiva de la represión y

el exilio: “Se construyó un mundo paralelo que le

permitió sobrevivir”.67

A pocos días de asumir Alfonsín, la Asociación

de Críticos inauguró un ciclo de exposiciones

bajo la consigna Homenaje de las artes visuales a la

democracia. En este marco, Romero organizó, en la

galería Hilda Solano, la muestra 30.000. La sombra

de la democracia (1976-1983), en la cual partici-

paron Cerrato, Daniel Faunes, Carlos Langone,

Eduardo Medici, Miguel Melcón, Hilda Paz

y Roux. La exhibición fue clausurada al día si-

guiente de su inauguración, por decisión de los

responsables del espacio, debido a presuntos pro-

blemas de pintura en la sala. La tensión política

que introducía el conjunto resultaba incómoda:

el monumental Partenón de libros que Minujín había

montado en la avenida 9 de Julio era, sin lugar a

dudas, el espectacular símbolo que la Asociación

de Críticos buscaba para su “homenaje”, más

que una exposición que pusiera el acento en lo

que constituía el saldo traumático de la dictadura.

Después de incursionar en la calle con distintos

modos de intervención (como fanzines, pegatinas

de poemas en vagones de tren y esténciles en los

muros), el artista y poeta argentino Ral Veroni

lanza, en 1990 y 1991, La muestra nómade. Se tra-

ta del ambicioso proyecto de convertir la ciudad

entera en sala de exposiciones. Diseñó e imprimió

figuritas con cuarenta y dos personajes distintos

en stickers autoadhesivos realizados artesanalmen-

te y salió a la calle durante ocho meses a pegar-

las en distintos soportes: ascensores, transportes y

teléfonos públicos, baños, estuches de guitarra,

cuadernos, agendas de conocidos y desconocidos.

Una muestra itinerante en espacios en movimien-

to, en constante circulación y diseminación. Inclu-

so algunos museos y galerías de arte albergaron

involuntariamente parte de esta exposición clan-

destina. Infiltró una retrospectiva de toda la serie

en los baños del Museo Nacional de Bellas Artes y

del Centro Cultural Recoleta.

Prim y Fontanet impulsaron desde 1991, en el

Casal de Catalunya, una asociación de la comu-

nidad catalana en Buenos Aires, un espacio inédi-

to para las manifestaciones contemporáneas. Allí

tuvo lugar, un año más tarde, la instalación Espa-

cio disponible, de Liliana Maresca.68 La sala estaba

completamente vacía, salvo por un cartel empla-

zado en el centro, similar a los que se emplean

en el rubro inmobiliario, acompañado de otros

dos en la pared, con el texto: “Espacio disponi-

ble. Apto todo destino”, además del nombre y el

teléfono particular de la artista. El anuncio juega

con la ambigüedad acerca de qué es lo que está

disponible: ¿el espacio de exhibición? ¿el cuerpo

de la artista? ¿el cuerpo de su obra? La propuesta

tensiona inquietantemente la referencia al terri-

torio artístico y, al mismo tiempo, al cuerpo de la

artista, quien para entonces había sido diagnos-

ticada con VIH.

Las sombras avanzan sobre la breve fiesta: el ge-

nocidio aún impune, la especulación financiera

y la crisis del sida arrinconaron a la naciente de-

mocracia, dejando al desnudo sus fracasos, sus

duelos irresueltos, sus desolaciones.

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8. En 1986 el CCCBA fue sede de Mitominas, una

multitudinaria exposición de mujeres que ocu-

pó la totalidad de las salas de la institución. Bajo

la coordinación general de Monique Altschul,

Mitominas incluyó el despliegue de pinturas, ins-

talaciones, esculturas, performances, danza, música

y recitales de poesía, junto con mesas redondas

de discusión y talleres. Semejante ocupación

del centro cultural apuntaba a movilizar una

reflexión crítica sobre los mitos que operan en

la sanción de los imaginarios de lo femenino he-

gemónico (y sobre las formas de sometimiento y

violencia que dicha construcción mitificada na-

turaliza). Señalaban las artistas en un manifiesto:

Mito es todo lo que congela. ¿Congela qué?

Creencias, actitudes, y sobre todo conductas.

Entonces: hay que ser fiel como Penélope,

pecadora como Eva, madre ejemplar como

Andrómaca, enamorada (silenciosa) hasta la

muerte como Eco, santa como María, arre-

pentida como Magdalena, diabólica como

Lilith, imprudente como Pandora, y así hasta

el infinito, siempre.69

En un contexto en el que los feminismos intro-

ducían la categoría política de género, Mitominas

se pronunciaba, desde el campo del arte, como

la primera muestra colectiva que “toma una po-

sición feminista” y “pone en evidencia […] que

el sujeto mujer se construye en el discurso y en la

representación, en consecuencia no es una cate-

goría fija y estable”.70

En 1988 tuvo lugar, también en el CCCBA,

Mitominas 2. Los mitos de la sangre. En este caso, la

exposición abordó temas como los tabúes acerca

de la menstruación, la violencia de género y el

sida. Ese mismo año, el poeta, escritor y activista

argentino Néstor Perlongher publicó en Buenos

Aires su libro El fantasma del sida –aparecido en

1987 en San Pablo, ciudad en la que se había exi-

liado a comienzos de la década–, en el que analiza

el dispositivo médico-moral articulado en torno

de la crisis del sida y la producción y gestión dis-

ciplinaria de los cuerpos que dicho dispositivo de

poder comporta. Maresca presentó un perturba-

dor objeto que introducía esta problemática: un

Cristo de santería con una sonda con gotas rojas,

que representaba una autotransfusión de sangre.

El objeto de Maresca constituía una cita a La civi-

lización occidental y cristiana de Ferrari y, como ésta,

apuntaba a interpelar crítica y corrosivamente los

discursos de odio de la Iglesia, en relación esta vez

con la sanción del sida como “castigo divino”.

A diferencia de la exposición de 1986, la segunda

edición de Mitominas no solo incluyó a mujeres.

La muestra operó como plataforma donde con-

fluyeron otras minorías sexuales. Además, varios

artistas provenientes del underground, como Batato

Barea, Fernando Noy, Klaudia con K y Omar

Chabán, entre muchos otros, realizaron perfor-

mances. Marcelo Pombo, que había militado en

el Grupo de Acción Gay (GAG), exhibió un gran

papel con flores pintadas en torno de una gran

flor que decía “Federico Moura”, en homenaje

al cantante del grupo de rock Virus, que falleció

víctima del sida un mes más tarde. Junto a las

flores Pombo también había escrito un verso de

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la canción del grupo Una luna de miel en la mano,

escrita por Moura y el artista Eduardo Costa:

“Adorando la vitalidad”. La visibilidad de las mi-

norías sexuales, sin embargo, no estuvo exenta de

controversias. El proyecto de la activista lesbofe-

minista Ilse Fusková, una serie de cinco fotogra-

fías en las que una pareja de lesbianas desnudas

pintaba sus cuerpos con sangre menstrual, nunca

llegó a exhibirse, por decisión de la mayor parte

de las artistas expositoras. Aun cuando la muestra

tenía una sección para “mayores de 18 años”, la

explicitación del cuerpo y el deseo lesbianos que

la serie de Fusková cruzaba con la interpelación

crítica de los imaginarios en torno a la menstrua-

ción no dejaban de resultar intolerables.71

Pombo había realizado su primera exposición in-

dividual un año antes, en el mismo CCCBA. Allí

presentó un tocadiscos Winco, cubierto con un

dripping de esmalte sintético y una serie de discos

de vinilo en la que reiteraba este procedimiento,

como base para el montaje de imágenes recorta-

das de revistas. El dripping remitía de manera inelu-

dible a las conocidas pinturas de Jackson Pollock,

pero, al mismo tiempo, las alusiones a la masculi-

nidad hegemónica que la gestualidad vitalista del

chorreado concentraba aparecían invertidas en

las reverberaciones homoeróticas de varias de las

imágenes utilizadas por Pombo o incluso en la cui-

dada manualidad con la que confeccionaba estas

obras. Como si fuera “una profesora de manuali-

dades que se había vuelto loca”, según sus propias

palabras,72 en su producción el artista utilizaba

objetos encontrados que limpiaba, repintaba y

adornaba con moños de colores, brillantina, per-

las de plástico, stickers adhesivos y puntillas, cruzan-

do promiscuamente el ready-made, la manualidad

cursi, el objeto de consumo, el souvenir, el adorno

de cotillón y el artificio camp.

Pombo fue parte del grupo de artistas nucleados

en torno de la galería del Centro Cultural Rojas,

dependiente de la Secretaría de Extensión de la

Universidad de Buenos Aires, coordinada desde

1989 por Jorge Gumier Maier. Artista, ex colabo-

rador de la revista El Expreso Imaginario y ex perio-

dista de El Porteño, Gumier Maier venía de la mili-

tancia gay en los 80, como integrante, al igual que

Pombo, del GAG. Tanto desde la revista El Porteño

(donde tuvo a su cargo la columna gay) como des-

de Sodoma, la publicación del GAG, Gumier Maier

realizó una serie de sostenidas intervenciones don-

de problematizó la conformación de una “identi-

dad gay”, apostando por “una desobediencia de

Liliana Maresca. Espacio disponible, 1992. Dos carteles de chapa esmaltada y madera para colgar, un cartel de pie, 138 x 80 cmColección Eduardo F. Costantini

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los cuerpos fuera de las prescripciones regulati-

vas trazadas por las identidades normalizadas”.73

Para los integrantes del GAG,

…el activismo homosexual no podía reducirse

a las demandas de derechos civiles y a las rei-

vindicaciones identitarias, por el contrario, se

trataba de atacar de manera radical el orden

heterosexual dominante mediante la inven-

ción de otras formas de vida y afecto, que im-

plicaran al mismo tiempo la apertura a la ex-

ploración e invención de los mismos sujetos.74

En junio de 1989, un mes antes de la inaugura-

ción de la galería del Rojas, Gumier Maier pu-

blica en el periódico del centro el texto “Avatares

del arte”, especie de manifiesto en el que impug-

na la pintura “visceral” neoexpresionista de los

80, así como el “dogma sólido y apacible de un

arte de eficacias”.75 La mención al Festival del Body

Art, organizado en 1988 por Bedoya y Jacoby en

la discoteca Paladium, traza una implícita conti-

nuidad entre la movida under y las corporalidades

festivas y rebeldes que habitaron dicha escena –a

la que el mismo Gumier Maier estaba vincula-

do– y el programa poético y político de la galería

a su cargo. Acaso confirmando esta filiación, el

espacio se inaugura con la instalación de Maresca

La cochambre. Lo que viento se llevó y el recitado de

Batato Barea del poema “Sombra de conchas”,

de Alejandro Urdapilleta. Desde lo que Gumier

Maier caracterizó como “un modelo curatorial

doméstico” y “una coartada de coleccionista

pobre y antojadizo”,76 la galería del Rojas nu-

cleó, entre otros artistas, a Feliciano Centurión,

Fabián Burgos, Beto De Volder, Sebastián Gor-

dín, Miguel Harte, Graciela Hasper, Magdalena

Jitrik (quien además fue responsable, desde

1991, de la curaduría de la galería junto con

Gumier Maier), Fabio Kacero, Benito Laren,

Alfredo Londaibere, Pombo, Cristina Schiavi y

Omar Schiliro.

Colectivo LULI. ¿Esto no es una contravención?, 2010. Vistas de la intervención simultánea en el Museo de Arte y Memoria de La Plata y en la vía pública, en el marco de la muestra Calle tomada, La Plata, 2010

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El cuerpo y la subjetividad homosexuales cons-

tituyeron los temas en torno a los cuales el ar-

tista paraguayo Feliciano Centurión, radicado

en 1974 en la Argentina siendo niño, articuló su

producción plástica. Centurión realizó una de

sus primeras muestras individuales en 1987 en la

galería Arte-Sanos de Asunción, dirigida por el

crítico Ticio Escobar. Allí presentó pinturas de

gran formato que representaban escenas de sexo

gay sobre tramas florales que imitaban los patro-

nes formales de telas y lonetas. A partir de 1990

comenzó a utilizar frazadas como soporte de sus

pinturas. Este paso de la tela “neutra” sobre bas-

tidor a la opción de un material que remite inelu-

diblemente al cuerpo y al abrigo, a lo doméstico

y al cuidado, implicó asimismo un desplazamien-

to de las estrategias mediante las cuales la obra

de Centurión aludía a la corporalidad y a la sub-

jetividad homosexuales. En las frazadas, las es-

cenas homoeróticas de su pintura, desde 1987,

fueron reemplazadas por la proliferación queer de

medusas, pulpos, anémonas, pólipos, margaritas

y estrellas de mar. El cuerpo homosexual ya no

aparecía como tema de la obra o motivo para ser

representado, sino que era aludido elípticamen-

te en la elección del soporte. En sus resonancias

de sentido, la frazada parece sugerir la fragili-

dad del vínculo homosexual en el marco de una

sociedad homofóbica, pero a la vez habla del

contacto de los cuerpos, de sus intensidades y

del cuidado y sostenimiento de dichos afectos.

En 1994 Centurión exhibió sus frazadas en la

galería del Rojas. El título Estrellar que eligió

para su nueva muestra constituía un implícito

homenaje a la obra de Juan Pablo Renzi, falle-

cido dos años antes, con quien Centurión había

estudiado pintura.“Estrellar” era la palabra que

Renzi había pintado en su obra Instrumentos para

estrellar, de 1988, al desarmar y componer nuevas

asociaciones posibles para los íconos simbólicos

de la utopía socialista y el foquismo guerrillero

(la hoz y el martillo, la estrella, el color rojo),

imágenes que aludían “a identidades políticas y

utopías aún no resueltas”.77 En sus nuevas fraza-

das, Centurión había cosido manteles y carpetas

bordados y tejidos a mano. Su obra desafiaba

las reglamentaciones de género establecidas en

la apropiación marica de una serie de prácticas

(el bordado, el tejido al crochet, el encaje, el ñan-

dutí paraguayo78) socialmente atribuidas a la mu-

jer, así como de objetos que remiten al dominio

de lo doméstico (manteles, servilletas, carpetitas).

Pero la incorporación del tejido y el bordado no

constituían, en Centurión, una mera inversión de

los ordenamientos de género. En torno de dichas

prácticas las mujeres también habían construido,

históricamente, redes de afectos y solidaridades

políticas. La exposición Estrellar hacía referencia

a tramas e identidades políticas (de las mujeres,

de los homosexuales), más allá de aquellas que la

obra de Renzi movilizaba conflictivamente.

La insistencia en lo decorativo y en el uso de ma-

teriales banales embellecidos y reutilizados, que

caracterizó el trabajo de artistas como Pombo u

Omar Schiliro, o el recurso de lo ornamental en

Gumier Maier, también constituyeron estrategias

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desde donde aludir a la subjetividad homosexual.

En la obra de Gumier Maier, el ornamento también

apuntaba a interpelar la tradición del arte concre-

to. En 1991, Fabián Lebenglik, en su reseña de una

exposición de Gumier Maier en el Centro Cultural

Recoleta, proponía una genealogía entre la obra del

artista y las vanguardias argentinas del 40 y el 50.79

Pero la cita a la vanguardia concreta no constituía

en la producción de Gumier Maier una filiación

sin conflicto. En la apropiación desviada, queer, del

repertorio formal del concretismo, su obra se volvía

sobre la historia del arte para señalar su construcción

como discurso sexuado (y, más precisamente, hetero-

sexuado), y sobre la predominancia de la voz mascu-

lina hegemónica en ese movimiento de vanguardia.

9. Eloísa Cartonera nació en 2003, en tiem-

pos de crisis, en el barrio porteño de la Boca.

Se trata de una cooperativa autogestionada de

edición en la que confluyen artistas (como Javier

Barilaro y Fernanda Laguna), escritores (como

Washington Cucurto) y trabajadores cartoneros,

para producir libros artesanales con tapas de car-

tón reciclado, pintadas a mano, y sencillos inte-

riores pegados. Se autodefine como “la editorial

más colorinche del mundo”80 y ha logrado dis-

persar su modo de hacer en muchos otros pun-

tos del globo. El proyecto de Eloísa condensa un

programa que incluye la socialización de recursos

y saberes, la dimensión colaborativa y no alienan-

te del trabajo, la crítica a los conceptos de auto-

ría individual y obra única e inaccesible para la

mayoría, la construcción de circuitos alternativos

por fuera de los canales tradicionales del arte y

el mercado editorial. Esta experiencia ha logra-

do la concreción de un catálogo que incluye una

preciosa selección de literatura latinoamericana

(tanto textos inéditos como agotados o inconse-

guibles, autores malditos, noveles y consagrados,

muchos traducidos del portugués).

En 2010 el colectivo activista platense LULI rea-

lizó, en el contexto de la exposición Calle tomada,

en el Museo de Arte y Memoria de La Plata, una

doble intervención que ponía en tensión el espacio

del museo y el de la calle. Pintaron un mismo mu-

ral en ambos espacios, con la pregunta: “¿Esto no

Eloísa Cartonera. Portadas de ediciones 2011-2013

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es una contravención?”, firmado con el logo ofi-

cial del Gobierno de la Provincia de Buenos Aires.

La cita a René Magritte y su Ceci n’est pas une pipe

alerta acerca de que la imagen no es lo que parece

(en este caso, un aviso oficial). El grupo recurre a la

simulación para evidenciar una flagrante contra-

dicción: el mismo mural que en la calle podría ser

sancionado por el nuevo código contravencional

vigente es autorizado e incluso financiado por ese

mismo gobierno en cuanto intervención artística

dentro de un museo público. Una interpelación

crítica para señalar que la acción que en la calle

está penalizada, en el museo es aceptada.81

Proponernos una revisión exhaustiva y analíti-

ca de los múltiples rumbos abiertos en las poé-

ticas contemporáneas82 del arte argentino nos

conduciría a un ejercicio fallido y arbitrario. Sin

embargo, estas dos prácticas, entre muchísimas

otras, resultan indicios potentes de la vitalidad

actual de otros modos posibles de hacer arte.

Si empezamos este texto hablando del estallido

de la pintura, de sus desafiantes desbordamien-

tos fuera de sus cercos disciplinarios, nos importa

finalizar estas notas destacando las resonancias

de genealogías diversas en la cartografía múltiple

del presente. Genealogías no siempre explícitas o

manifiestas, oblicuas, torcidas, cuya consideración

obliga a revisar los relatos ya construidos en torno

de ciertos modos hegemónicos de entender el arte

como estilos de época o movimientos sucesivos

que clausuran el período anterior. La diversidad y

complejidad de la escena actual, por otra parte, es

tal en la medida en que todavía está ocurriendo.

La reflexión crítica que nos proponemos no

quiere asignar un orden, sino extraviarse en el

desorden: un intento de activar problemas que

fracturen los relatos instituidos, recuperando

episodios silenciados y ensayando aproxima-

ciones y pensamientos desde categorías mó-

viles, muchas veces emergidas de las propias

prácticas artísticas y su historia. Se trata de una

apuesta por interpelar el presente del arte en las

errancias y persistencias de sus problemáticos

legados, volviendo sobre sus trayectorias esta-

blecidas para torcerlas y contribuir a imaginar

otras formas de incidir en nuestro tiempo.

NOTAS

1. Cf. Clelia Taricco, “Federico Manuel Peralta Ramos:

‘Y no me pudieron parar…’”, en Federico Manuel Peralta Ramos

(cat.), Buenos Aires, MAMbA, 2003.

2. La revista Primera Plana anunció en su tapa

“El fin de la pintura” en su edición del 13 de mayo de 1969.

3. Lea Lublin, testimonio citado en Greco (cat.),

Valencia-Madrid, IVAM-MAPFRE, 1991.

4. Kenneth Kemble, Collages, relieves y construcciones,

1956-1961 (cat.), Buenos Aires, La Galería, 1979.

5. Francisco Rivas, “Alberto Greco, la novela de su vida

y el sentido de su muerte”, en Greco, op. cit., p. 188.

6. Cf. Andrea Giunta, Vanguardia, internacionalismo y política.

Arte argentino en los años sesenta, Buenos Aires, Paidós, 2001.

7. Rubén Santantonín, “Hoy a mis mirones”, en

Santantonín (cat.), Buenos Aires, Galería Lirolay, 1961.

8. Taricco, op. cit., p. 51.

9. Ibid.

10. Ibid.

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11. Federico Manuel Peralta Ramos, “Muchas cosas juntas

(pachanga)”, La Semana, año VI, nº 323, Buenos Aires,

17 de febrero de 1983.

12. En la realización de estas obras Renart utilizó materiales

muy diversos, como metal, yeso, pintura, lienzo, alambre, resina

poliéster, fibra de vidrio, arena, cemento e instalaciones

lumínicas.

13. Roberto Amigo, “Crisis”, en Roberto Amigo, Silvia

Dolinko y Cristina Rossi, Palabra de artista. Textos sobre arte

argentino, 1961-1981, Buenos Aires, Fondo Nacional

de las Artes y Fundación Espigas, 2010, p. 253.

14. Estos ejercicios proporcionaron la matriz para una serie

de dibujos que Renart realizó en 1976 con Juan Carlos García

Palou y Juan Carlos Romero, para la exposición que los tres

artistas montaron en 1976 en la galería ArteMúltiple.

15. Ernesto Deira, Rómulo Macció, Luis Felipe Noé y Jorge

de la Vega, Deira, Macció, Noé, De la Vega (cat.), Buenos Aires,

Museo Nacional de Bellas Artes, 1963.

16. Cf. Mercedes Casanegra, Nueva Figuración 1961-1965.

Deira, Macció, Noé, De la Vega. El estallido de la pintura (cat.),

Buenos Aires, Museo Nacional de Bellas Artes, 2010.

17. Desde comienzos de la década del 70, Distéfano se dedicó

a la escultura. Con una formación en diseño gráfico, también

fue director gráfico, desde 1960, del Di Tella.

18. Citado en Aldo Pellegrini, Panorama de la pintura argentina

contemporánea, Buenos Aires, Paidós, 1967, p. 118.

19. Ibid., p. 119.

20. Graciela Speranza, Atlas portátil de América Latina. Arte y

ficciones errantes, Buenos Aires, Anagrama, 2012, p. 139.

21. Miguel Briante, “Alberto Heredia”, en David Elliot (ed.),

Arte de Argentina. 1920-1994 (cat.), Oxford, The Museum of

Modern Art Oxford, 1994, p. 90.

22. Citado en Alberto Giudici, Arte y política en los 60 (cat.),

Buenos Aires, Palais de Glace, 2002.

23. Cf. Guillermo Fantoni, Arte, vanguardia y política en los años 60.

Conversaciones con Juan Pablo Renzi, Buenos Aires,

El Cielo por Asalto, 1998.

24. Carina Cagnolo, “Pulsión analítica. La obra de

Eduardo Moisset de Espanés en el contexto del arte

geométrico”, en Forma continua. Eduardo Moisset de Espanés.

Investigaciones visuales 1959-2012 (cat.), Córdoba,

Museo Emilio Caraffa, 2012, p. 5.

25. Ibid.

26. Cf. María José Herrera et. al., Real / Virtual. Arte cinético

argentino en los años sesenta (cat.), Buenos Aires, Museo

Nacional de Bellas Artes, 2012.

27. Eduardo Mac Entyre y Miguel Ángel Vidal,

Arte generativo (cat.), Buenos Aires, Galería Peuser, 1960.

28. Cristina Rossi, “La línea constructiva y sus

deconstrucciones”, en Amigo, Dolinko y Rossi, op. cit., p. 105.

29. El impacto de esta muestra en el medio platense movilizó

la inmediata adhesión de nuevos artistas. Cf. Cristina Rossi,

Grupo SI, el informalismo platense de los 60 (cat.), La Plata, Museo

Municipal de Bellas Artes, 2001.

30. César Paternosto, “Notas sobre la pintura y la visión

oblicua”, Artinf, año 2, nº 8, Buenos Aires, agosto de 1971, p. 2.

31. Ibid.

32. Alejandro Puente, “Sistemas”, Nueva York, 1968.

En Rafael Cippolini, Manifiestos argentinos. Políticas de lo visual

1900-2000, Buenos Aires, Adriana Hidalgo, 2003, pp. 357-358.

33. Ibid.

34. Víctor Grippo, “Sistema”, en Investigación sobre el

proceso de la creación (cat.), Buenos Aires, Galería Vignes, 1966.

35. Kenneth Kemble, “Procesos de la creación”, en Sistemas

(cat.), Buenos Aires, Galería Carmen Waugh, 1970.

36. “Sistema”, en Sistemas, op. cit.

37. “Centro de Experimentación Visual”, en Sistemas, op. cit.

38. Pablo Suárez, David Lamelas, Rodolfo Prayón, Floreal

Amor y Leopoldo Maler.

39. Cf. Victoria Noorthoorn, Marta Minujín. Obras 1959-1989

(cat.), Buenos Aires, Malba, 2010.

40. Oscar Masotta, El “pop-art”, Buenos Aires, Columba, 1967.

41. Roberto Jacoby, “Contra el happening”, en Oscar

Masotta, Happenings, Buenos Aires, Jorge Álvarez, 1967, p. 128.

42. Cf. María Cristina Rocca, Arte, modernización y guerra fría.

Las bienales de Córdoba en los sesenta, Córdoba, Universidad

Nacional de Córdoba, 2009.

43. Testimonio incluido en nota sin firma, en Confirmado,

Buenos Aires, 4 de junio de 1965. El destacado es nuestro.

44. Análisis, nº 543, Buenos Aires, 10 de agosto de 1971.

45. Guillermo Fantoni, Tres visiones sobre el arte crítico de los

años 60. Conversaciones con Pablo Suárez, Roberto Jacoby y Margarita

Paksa, Rosario, Universidad Nacional de Rosario, 1994, p. 9.

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46. Cf. Ana Longoni y Mariano Mestman, Del Di Tella a

Tucumán Arde. Vanguardia artística y política en el 68 argentino,

Buenos Aires, El Cielo por Asalto, 2000.

47. Testimonio oral de Antonio Berni, en http://coleccion.

educ.ar/coleccion/CD5/contenidos/bernichicos/hablaberni/

index.html (consultado en mayo de 2013).

48. Roberto Amigo, “Antonio Berni va a Moscú”, en VV.AA.,

Políticas culturales y artísticas del comunismo argentino, Buenos Aires,

Biblos, en prensa.

49. “Befa y escarnio de Spilimbergo”, en Propósitos, nº 212,

Buenos Aires, 25 de octubre de 1967.

50. Carta de León Ferrari a Eduardo Jonquières, 16 de febrero

de 1970, citada en Isabel Plante, Argentinos de París. Arte

y viajes culturales durante los años sesenta, Buenos Aires,

Edhasa, 2013, p. 293.

51. María Teresa Constantin, “Diana Dowek, doloroso

recorrido”, hoja de sala, Buenos Aires, MNBA, marzo de 2001.

52. María Teresa Constantin, Cuerpo y materia. Arte

argentino entre 1976 y 1985 (cat.), Buenos Aires, Fundación

OSDE, 2006, p. 12.

53. Bandin Ron, Plástica argentina. Reportaje a los años 70,

Buenos Aires, Corregidor, 1978, pp. 69-70. La conversación

con Suárez tuvo lugar en diciembre de 1976.

54. Noé publica en Santiago de Chile, editorial Andrés Bello,

1973, el opúsculo El arte de América Latina es la revolución,

dando sus razones para el abandono del arte.

55. Ibid., p. 71.

56. Costantin, op. cit., 2006, p. 16.

57. Andrea Giunta, “Pintura en los 70: inventario y

realidad”, en V Jornadas de Teoría e Historia de las Artes.

Arte y Poder, Buenos Aires, CAIA, 1993, p. 222.

58. Roberto Amigo, “80/90/80”, en ramona (rosana), n° 87,

Buenos Aires, diciembre de 2008.

59. Ibid.

60. Ibid.

61. Viviana Usubiaga, “El poder memorizar. Imágenes

artísticas argentinas en la posdictadura”, en VV.AA., Poderes

de la imagen. I Congreso Internacional de Teoría e Historia de las Artes.

IX Jornadas del Centro Argentino de Investigadores de Arte,

Buenos Aires, CAIA, 2003.

62. Constantin, op. cit., 2006, p. 15.

63. Ana María Battistozzi, “Salir del agujero interior”,

en Escenas de los 80, Buenos Aires, Fundación Proa, 2011, p. 48.

64. Citado en Battistozzi, op. cit., p. 76.

65. Ibid., p. 84.

66. Usubiaga, op. cit.

67. Ibid.

68. Maresca fue una incansable impulsora de numerosos

proyectos autogestionados de artistas durante la década

de los 80 y primeros 90.

69. Mitominas I. Un paseo a través de los mitos (cat.),

Buenos Aires, Centro Cultural de Buenos Aires, 1986. Citado

en María Laura Rosa, “Transitando por los pliegues y las

sombras”, en Juan Vicente Aliaga, La batalla de los géneros (cat.),

Centro Gallego de Arte Contemporánea, 2007, p. 76.

70. Ibid.

71. Cf. María Laura Rosa, “Fuera de discurso. El arte feminista

de la segunda ola en Buenos Aires”. Tesis doctoral, Universidad

Complutense de Madrid, 2011.

72. Inés Katzenstein. “Los secretos de Pombo”, en Inés

Katzenstein, Marcelo Pacheco y Amalia Sato, Pombo, Buenos

Aires, Adriana Hidalgo, 2006, p. 22.

73. Halim Badawi y Fernando Davis, “Desobediencia sexual”,

en VV.AA., Perder la forma humana. Una imagen sísmica de los años

ochenta en América Latina, Madrid, Museo Nacional Centro de

Arte Reina Sofía, 2012, p. 92.

74. Ibid., p. 93.

75. Jorge Gumier Maier, “Avatares del arte”, La Hoja del Rojas,

año II, nº 11, Buenos Aires, Centro Cultural Ricardo Rojas,

junio de 1989.

76. Jorge Gumier Maier, El tao del arte, Buenos Aires,

Centro Cultural Recoleta, 1997.

77. Fantoni, op. cit., 1998, p. 10.

78. “Ñandutí” es una voz guaraní que significa “tela de araña”,

utilizada para denominar el clásico encaje fino del Paraguay.

79. Fabián Lebenglik, “La decoralia de Gumier Maier”,

Página/12, Buenos Aires, 2 de julio de 1991.

80. Cf. www.eloisacartonera.com.ar

81. Cf. http://lulitieneblog.wordpress.

com/2010/04/12/%C2%BFesto-no-es-una-contravencion/

82. Para un panorama, cf. Fernando Farina y Andrés Labaké

(eds.), Poéticas contemporáneas, Buenos Aires, Fondo Nacional de

las Artes, 2010.

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