Cuentos Para Rendir Lenga y Literatura Primer Año 2016

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    LA NOCHE BOCA ARRIBADe Ju lio Cortzar

    Y salan en ciertas pocas a cazar enemigos;

    le llamaban la guerra florida.

    A mitad del largo zagun del hotel pens que deba ser tarde y se apur a salir a la calle y sacar lamotocicleta del rincn donde el portero de al lado le permita guardarla. En la joyera de la esquina vio queeran las nueve menos diez; llegara con tiempo sobrado adonde iba. El sol se filtraba entre los altos edificiosdel centro, y l -porque para s mismo, para ir pensando, no tena nombre- mont en la mquina saboreandoel paseo. La moto ronroneaba entre sus piernas, y un viento fresco le chicoteaba los pantalones.

    Dej pasar los ministerios (el rosa, el blanco) y la serie de comercios con brillantes vitrinas de la calleCentral. Ahora entraba en la parte ms agradable del trayecto, el verdadero paseo: una calle larga, bordeadade rboles, con poco trfico y amplias villas que dejaban venir los jardines hasta las aceras, apenasdemarcadas por setos bajos. Quiz algo distrado, pero corriendo por la derecha como corresponda, se dejllevar por la tersura, por la leve crispacin de ese da apenas empezado. Tal vez su involuntario relajamientole impidi prevenir el accidente. Cuando vio que la mujer parada en la esquina se lanzaba a la calzada a

    pesar de las luces verdes, ya era tarde para las soluciones fciles. Fren con el pie y con la mano,desvindose a la izquierda; oy el grito de la mujer, y junto con el choque perdi la visin. Fue comodormirse de golpe.

    Volvi bruscamente del desmayo. Cuatro o cinco hombres jvenes lo estaban sacando de debajo de lamoto. Senta gusto a sal y sangre, le dola una rodilla y cuando lo alzaron grit, porque no poda soportar la

    presin en el brazo derecho. Voces que no parecan pertenecer a las caras suspendidas sobre l, lo alentabancon bromas y seguridades. Su nico alivio fue or la confirmacin de que haba estado en su derecho alcruzar la esquina. Pregunt por la mujer, tratando de dominar la nusea que le ganaba la garganta. Mientraslo llevaban boca arriba hasta una farmacia prxima, supo que la causante del accidente no tena ms querasguos en las piernas. "Ust la agarr apenas, pero el golpe le hizo saltar la mquina de costado...";Opiniones, recuerdos, despacio, ntrenlo de espaldas, as va bien, y alguien con guardapolvo dndole de

    beber un trago que lo alivi en la penumbra de una pequea farmacia de barrio.La ambulancia policial lleg a los cinco minutos, y lo subieron a una camilla blanda donde pudotenderse a gusto. Con toda lucidez, pero sabiendo que estaba bajo los efectos de un shock terrible, dio susseas al polica que lo acompaaba. El brazo casi no le dola; de una cortadura en la ceja goteaba sangre portoda la cara. Una o dos veces se lami los labios para beberla. Se senta bien, era un accidente, mala suerte;unas semanas quieto y nada ms. El vigilante le dijo que la motocicleta no pareca muy estropeada."Natural", dijo l. "Como que me la ligu encima..." Los dos rieron y el vigilante le dio la mano al llegar alhospital y le dese buena suerte. Ya la nusea volva poco a poco; mientras lo llevaban en una camilla deruedas hasta un pabelln del fondo, pasando bajo rboles llenos de pjaros, cerr los ojos y dese estardormido o cloroformado. Pero lo tuvieron largo rato en una pieza con olor a hospital, llenando una ficha,quitndole la ropa y vistindolo con una camisa griscea y dura. Le movan cuidadosamente el brazo, sin

    que le doliera. Las enfermeras bromeaban todo el tiempo, y si no hubiera sido por las contracciones delestmago se habra sentido muy bien, casi contento.

    Lo llevaron a la sala de radio, y veinte minutos despus, con la placa todava hmeda puesta sobre elpecho como una lpida negra, pas a la sala de operaciones. Alguien de blanco, alto y delgado, se le acercy se puso a mirar la radiografa. Manos de mujer le acomodaban la cabeza, sinti que lo pasaban de unacamilla a otra. El hombre de blanco se le acerc otra vez, sonriendo, con algo que le brillaba en la manoderecha. Le palme la mejilla e hizo una sea a alguien parado atrs.

    Como sueo era curioso porque estaba lleno de olores y l nunca soaba olores. Primero un olor apantano, ya que a la izquierda de la calzada empezaban las marismas, los tembladerales de donde no volvanadie. Pero el olor ces, y en cambio vino una fragancia compuesta y oscura como la noche en que se movahuyendo de los aztecas. Y todo era tan natural, tena que huir de los aztecas que andaban a caza de hombre,

    y su nica probabilidad era la de esconderse en lo ms denso de la selva, cuidando de no apartarse de laestrecha calzada que slo ellos, los motecas, conocan.

    Lo que ms lo torturaba era el olor, como si aun en la absoluta aceptacin del sueo algo se revelaracontra eso que no era habitual, que hasta entonces no haba participado del juego. "Huele a guerra", pens,

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    tocando instintivamente el pual de piedra atravesado en su ceidor de lana tejida. Un sonido inesperado lohizo agacharse y quedar inmvil, temblando. Tener miedo no era extrao, en sus sueos abundaba el miedo.Esper, tapado por las ramas de un arbusto y la noche sin estrellas. Muy lejos, probablemente del otro ladodel gran lago, deban estar ardiendo fuegos de vivac; un resplandor rojizo tea esa parte del cielo. El sonidono se repiti. Haba sido como una rama quebrada. Tal vez un animal que escapaba como l del olor aguerra. Se enderez despacio, venteando. No se oa nada, pero el miedo segua all como el olor, eseincienso dulzn de la guerra florida. Haba que seguir, llegar al corazn de la selva evitando las cinagas. Atientas, agachndose a cada instante para tocar el suelo ms duro de la calzada, dio algunos pasos. Hubieraquerido echar a correr, pero los tembladerales palpitaban a su lado. En el sendero en tinieblas, busc elrumbo. Entonces sinti una bocanada del olor que ms tema, y salt desesperado hacia adelante.

    -Se va a caer de la cama -dijo el enfermo de la cama de al lado-. No brinque tanto, amigazo.Abri los ojos y era de tarde, con el sol ya bajo en los ventanales de la larga sala. Mientras trataba de

    sonrer a su vecino, se despeg casi fsicamente de la ltima visin de la pesadilla. El brazo, enyesado,colgaba de un aparato con pesas y poleas. Sinti sed, como si hubiera estado corriendo kilmetros, pero noqueran darle mucha agua, apenas para mojarse los labios y hacer un buche. La fiebre lo iba ganandodespacio y hubiera podido dormirse otra vez, pero saboreaba el placer de quedarse despierto, entornados losojos, escuchando el dilogo de los otros enfermos, respondiendo de cuando en cuando a alguna pregunta.Vio llegar un carrito blanco que pusieron al lado de su cama, una enfermera rubia le frot con alcohol la cara

    anterior del muslo, y le clav una gruesa aguja conectada con un tubo que suba hasta un frasco lleno delquido opalino. Un mdico joven vino con un aparato de metal y cuero que le ajust al brazo sano paraverificar alguna cosa. Caa la noche, y la fiebre lo iba arrastrando blandamente a un estado donde las cosastenan un relieve como de gemelos de teatro, eran reales y dulces y a la vez ligeramente repugnantes; comoestar viendo una pelcula aburrida y pensar que sin embargo en la calle es peor; y quedarse.

    Vino una taza de maravilloso caldo de oro oliendo a puerro, a apio, a perejil. Un trocito de pan, msprecioso que todo un banquete, se fue desmigajando poco a poco. El brazo no le dola nada y solamente enla ceja, donde lo haban suturado, chirriaba a veces una punzada caliente y rpida. Cuando los ventanales deenfrente viraron a manchas de un azul oscuro, pens que no iba a ser difcil dormirse. Un poco incmodo, deespaldas, pero al pasarse la lengua por los labios resecos y calientes sinti el sabor del caldo, y suspir defelicidad, abandonndose.

    Primero fue una confusin, un atraer hacia s todas las sensaciones por un instante embotadas oconfundidas. Comprenda que estaba corriendo en plena oscuridad, aunque arriba el cielo cruzado de copasde rboles era menos negro que el resto. "La calzada", pens. "Me sal de la calzada." Sus pies se hundan enun colchn de hojas y barro, y ya no poda dar un paso sin que las ramas de los arbustos le azotaran el torsoy las piernas. Jadeante, sabindose acorralado a pesar de la oscuridad y el silencio, se agach para escuchar.Tal vez la calzada estaba cerca, con la primera luz del da iba a verla otra vez. Nada poda ayudarlo ahora aencontrarla. La mano que sin saberlo l aferraba el mango del pual, subi como un escorpin de los

    pantanos hasta su cuello, donde colgaba el amuleto protector. Moviendo apenas los labios musit la plegariadel maz que trae las lunas felices, y la splica a la Muy Alta, a la dispensadora de los bienes motecas. Perosenta al mismo tiempo que los tobillos se le estaban hundiendo despacio en el barro, y la espera en laoscuridad del chaparral desconocido se le haca insoportable. La guerra florida haba empezado con la luna y

    llevaba ya tres das y tres noches. Si consegua refugiarse en lo profundo de la selva, abandonando la calzadams all de la regin de las cinagas, quiz los guerreros no le siguieran el rastro. Pens en la cantidad de

    prisioneros que ya habran hecho. Pero la cantidad no contaba, sino el tiempo sagrado. La caza continuarahasta que los sacerdotes dieran la seal del regreso. Todo tena su nmero y su fin, y l estaba dentro deltiempo sagrado, del otro lado de los cazadores.

    Oy los gritos y se enderez de un salto, pual en mano. Como si el cielo se incendiara en elhorizonte, vio antorchas movindose entre las ramas, muy cerca. El olor a guerra era insoportable, y cuandoel primer enemigo le salt al cuello casi sinti placer en hundirle la hoja de piedra en pleno pecho. Ya lorodeaban las luces y los gritos alegres. Alcanz a cortar el aire una o dos veces, y entonces una soga loatrap desde atrs.

    -Es la fiebre -dijo el de la cama de al lado-. A m me pasaba igual cuando me oper del duodeno.

    Tome agua y va a ver que duerme bien.Al lado de la noche de donde volva, la penumbra tibia de la sala le pareci deliciosa. Una lmpara

    violeta velaba en lo alto de la pared del fondo como un ojo protector. Se oa toser, respirar fuerte, a veces undilogo en voz baja. Todo era grato y seguro, sin acoso, sin... Pero no quera seguir pensando en la pesadilla.

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    Haba tantas cosas en qu entretenerse. Se puso a mirar el yeso del brazo, las poleas que tan cmodamentese lo sostenan en el aire. Le haban puesto una botella de agua mineral en la mesa de noche. Bebi delgollete, golosamente. Distingua ahora las formas de la sala, las treinta camas, los armarios con vitrinas. Yano deba tener tanta fiebre, senta fresca la cara. La ceja le dola apenas, como un recuerdo. Se vio otra vezsaliendo del hotel, sacando la moto. Quin hubiera pensado que la cosa iba a acabar as? Trataba de fijar elmomento del accidente, y le dio rabia advertir que haba ah como un hueco, un vaco que no alcanzaba arellenar. Entre el choque y el momento en que lo haban levantado del suelo, un desmayo o lo que fuera nole dejaba ver nada. Y al mismo tiempo tena la sensacin de que ese hueco, esa nada, haba durado unaeternidad. No, ni siquiera tiempo, ms bien como si en ese hueco l hubiera pasado a travs de algo orecorrido distancias inmensas. El choque, el golpe brutal contra el pavimento. De todas maneras al salir del

    pozo negro haba sentido casi un alivio mientras los hombres lo alzaban del suelo. Con el dolor del brazoroto, la sangre de la ceja partida, la contusin en la rodilla; con todo eso, un alivio al volver al da y sentirsesostenido y auxiliado. Y era raro. Le preguntara alguna vez al mdico de la oficina. Ahora volva a ganarloel sueo, a tirarlo despacio hacia abajo. La almohada era tan blanda, y en su garganta afiebrada la frescuradel agua mineral. Quiz pudiera descansar de veras, sin las malditas pesadillas. La luz violeta de la lmparaen lo alto se iba apagando poco a poco.

    Como dorma de espaldas, no lo sorprendi la posicin en que volva a reconocerse, pero en cambio elolor a humedad, a piedra rezumante de filtraciones, le cerr la garganta y lo oblig a comprender. Intil abrir

    los ojos y mirar en todas direcciones; lo envolva una oscuridad absoluta. Quiso enderezarse y sinti lassogas en las muecas y los tobillos. Estaba estaqueado en el piso, en un suelo de lajas helado y hmedo. Elfro le ganaba la espalda desnuda, las piernas. Con el mentn busc torpemente el contacto con su amuleto,y supo que se lo haban arrancado. Ahora estaba perdido, ninguna plegaria poda salvarlo del final.Lejanamente, como filtrndose entre las piedras del calabozo, oy los atabales de la fiesta. Lo haban tradoal teocalli, estaba en las mazmorras del templo a la espera de su turno.

    Oy gritar, un grito ronco que rebotaba en las paredes. Otro grito, acabando en un quejido. Era l quegritaba en las tinieblas, gritaba porque estaba vivo, todo su cuerpo se defenda con el grito de lo que iba avenir, del final inevitable. Pens en sus compaeros que llenaran otras mazmorras, y en los que ascendanya los peldaos del sacrificio. Grit de nuevo sofocadamente, casi no poda abrir la boca, tena lasmandbulas agarrotadas y a la vez como si fueran de goma y se abrieran lentamente, con un esfuerzo

    interminable. El chirriar de los cerrojos lo sacudi como un ltigo. Convulso, retorcindose, luch porzafarse de las cuerdas que se le hundan en la carne. Su brazo derecho, el ms fuerte, tiraba hasta que eldolor se hizo intolerable y hubo que ceder. Vio abrirse la doble puerta, y el olor de las antorchas le llegantes que la luz. Apenas ceidos con el taparrabos de la ceremonia, los aclitos de los sacerdotes se leacercaron mirndolo con desprecio. Las luces se reflejaban en los torsos sudados, en el pelo negro lleno de

    plumas. Cedieron las sogas, y en su lugar lo aferraron manos calientes, duras como el bronce; se sintialzado, siempre boca arriba, tironeado por los cuatro aclitos que lo llevaban por el pasadizo. Los portadoresde antorchas iban adelante, alumbrando vagamente el corredor de paredes mojadas y techo tan bajo que losaclitos deban agachar la cabeza. Ahora lo llevaban, lo llevaban, era el final. Boca arriba, a un metro deltecho de roca viva que por momentos se iluminaba con un reflejo de antorcha. Cuando en vez del techonacieran las estrellas y se alzara ante l la escalinata incendiada de gritos y danzas, sera el fin. El pasadizo

    no acababa nunca, pero ya iba a acabar, de repente olera el aire libre lleno de estrellas, pero todava no,andaban llevndolo sin fin en la penumbra roja, tironendolo brutalmente, y l no quera, pero cmoimpedirlo si le haban arrancado el amuleto que era su verdadero corazn, el centro de la vida.

    Sali de un brinco a la noche del hospital, al alto cielo raso dulce, a la sombra blanda que lo rodeaba.Pens que deba haber gritado, pero sus vecinos dorman callados. En la mesa de noche, la botella de aguatena algo de burbuja, de imagen traslcida contra la sombra azulada de los ventanales. Jade buscando elalivio de los pulmones, el olvido de esas imgenes que seguan pegadas a sus prpados. Cada vez quecerraba los ojos las vea formarse instantneamente, y se enderezaba aterrado pero gozando a la vez delsaber que ahora estaba despierto, que la vigilia lo protega, que pronto iba a amanecer, con el buen sueo

    profundo que se tiene a esa hora, sin imgenes, sin nada... Le costaba mantener los ojos abiertos, la modorraera ms fuerte que l. Hizo un ltimo esfuerzo, con la mano sana esboz un gesto hacia la botella de agua;

    no lleg a tomarla, sus dedos se cerraron en un vaco otra vez negro, y el pasadizo segua interminable, rocatras roca, con sbitas fulguraciones rojizas, y l boca arriba gimi apagadamente porque el techo iba aacabarse, suba, abrindose como una boca de sombra, y los aclitos se enderezaban y de la altura una lunamenguante le cay en la cara donde los ojos no queran verla, desesperadamente se cerraban y abran

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    buscando pasar al otro lado, descubrir de nuevo el cielo raso protector de la sala. Y cada vez que se abranera la noche y la luna mientras lo suban por la escalinata, ahora con la cabeza colgando hacia abajo, y en loalto estaban las hogueras, las rojas columnas de rojo perfumado, y de golpe vio la piedra roja, brillante desangre que chorreaba, y el vaivn de los pies del sacrificado, que arrastraban para tirarlo rodando por lasescalinatas del norte. Con una ltima esperanza apret los prpados, gimiendo por despertar. Durante unsegundo crey que lo lograra, porque estaba otra vez inmvil en la cama, a salvo del balanceo cabeza abajo.Pero ola a muerte y cuando abri los ojos vio la figura ensangrentada del sacrificador que vena hacia l conel cuchillo de piedra en la mano. Alcanz a cerrar otra vez los prpados, aunque ahora saba que no iba adespertarse, que estaba despierto, que el sueo maravilloso haba sido el otro, absurdo como todos lossueos; un sueo en el que haba andado por extraas avenidas de una ciudad asombrosa, con luces verdes yrojas que ardan sin llama ni humo, con un enorme insecto de metal que zumbaba bajo sus piernas. En lamentira infinita de ese sueo tambin lo haban alzado del suelo, tambin alguien se le haba acercado conun cuchillo en la mano, a l tendido boca arriba, a l boca arriba con los ojos cerrados entre las hogueras.

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    WALIMAIde Isabel Allende

    El nombre que me dio mi padre es Walimai, que en la lengua de nuestros hermanos del norte quieredecir viento. Puedo contrtelo, porque ahora eres como mi propia hija y tienes mi permiso para nombrarme,aunque slo cuando estemos en familia. Se debe tener mucho cuidado con los nombres de las personas y delos seres vivos, porque al pronunciarlos se toca su corazn y entramos dentro de su fuerza vital. As nossaludamos como parientes de sangre. No entiendo la facilidad de los extranjeros para llamarse unos a otrossin asomo de temor, lo cual no slo es una falta de respeto, tambin puede ocasionar graves peligros. Henotado que esas personas hablan con la mayor liviandad, sin tener en cuenta que hablar es tambin ser. Elgesto y la palabra son el pensamiento del hombre. No se debe hablar en vano, eso le he enseado a mis hijos,

    pero mis consejos no siempre se escuchan. Antiguamente los tabes y las tradiciones eran respetados. Misabuelos y los abuelos de mis abuelos recibieron de sus abuelos los conocimientos necesarios. Nadacambiaba para ellos. Un hombre con una buena enseanza poda recordar cada una de las enseanzasrecibidas y as saba cmo actuar en todo momento. Pero luego vinieron los extranjeros hablando contra lasabidura de los ancianos y empujndonos fuera de nuestra tierra. Nos internamos cada vez ms adentro dela selva, pero ellos siempre nos alcanzan, a veces tardan aos, pero finalmente llegan de nuevo y entoncesnosotros debemos destruir los sembrados, echarnos a la espalda los nios, atar los animales y partir. As ha

    sido desde que me acuerdo: dejar todo y echar a correr como ratones y no como grandes guerreros y losdioses que poblaron este territorio en la antigedad. Algunos jvenes tienen curiosidad por los blancos ymientras nosotros viajamos hacia lo profundo del bosque para seguir viviendo como nuestros antepasados,otros emprenden el camino contrario. Consideramos a los que se van como si estuvieran muertos, porquemuy pocos regresan y quienes lo hacen han cambiado tanto que no podemos reconocerlos como parientes.

    Dicen que en los aos anteriores a mi venida al mundo no nacieron suficientes hembras en nuestropueblo y por eso mi padre tuvo que recorrer largos caminos para buscar esposa en otra tribu. Viaj por losbosques, siguiendo las indicaciones de otros que recorrieron esa ruta con anterioridad por la misma razn, yque volvieron con mujeres forasteras. Despus de mucho tiempo, cuando mi padre ya comenzaba a perder laesperanza de encontrar compaera, vio a una muchacha al pie de una alta cascada, un ro que caa del cielo.Sin acercarse demasiado, para no espantarla, le habl en el tono que usan los cazadores para tranquilizar a su

    presa, y le explic su necesidad de casarse. Ella le hizo seas para que se aproximara, lo observ sindisimulo y debe haberle complacido el aspecto del viajero, porque decidi que la idea del matrimonio no eradel todo descabellada. Mi padre tuvo que trabajar para su suegro hasta pagarle el valor de la mujer. Despusde cumplir con los ritos de la boda, los dos hicieron el viaje de regreso a nuestra aldea.

    Yo crec con mis hermanos bajo los rboles, sin ver nunca el sol. A veces caa un rbol herido yquedaba un hueco en la cpula profunda del bosque, entonces veamos el ojo azul del cielo. Mis padres mecontaron cuentos, me cantaron canciones y me ensearon lo que deben saber los hombres para sobrevivir sinayuda, slo con su arco y sus flechas. De este modo fui libre. Nosotros, los Hijos de la Luna, no podemosvivir sin libertad. Cuando nos encierran entre paredes o barrotes nos volcamos hacia adentro, nos ponemosciegos y sordos y en pocos das el espritu se nos despega de los huesos del pecho y nos abandona. A vecesnos volvemos como animales miserables, pero casi siempre preferimos morir. Por eso nuestras casas no

    tienen muros, slo un techo inclinado para detener el viento y desviar la lluvia, bajo el cual colgamosnuestras hamacas muy juntas, porque nos gusta escuchar los sueos de las mujeres y los nios y sentir elaliento de los monos, los perros y las lapas, que duermen bajo el mismo alero. Los primeros tiempos viv enla selva sin saber que exista mundo ms all de los acantilados y los ros. En algunas ocasiones vinieronamigos visitantes de otras tribus y nos contaron rumores de Boa Vista y de El Platanal, de los extranjeros ysus costumbres, pero creamos que eran slo cuentos para hacer rer. Me hice hombre y lleg mi turno deconseguir una esposa, pero decid esperar porque prefera andar con los solteros, ramos alegres y nosdivertamos. Sin embargo, yo no poda dedicarme al juego y al descanso como otros, porque mi familia esnumerosa: hermanos, primos, sobrinos, varias bocas que alimentar, mucho trabajo para un cazador.

    Un da lleg un grupo de hombres plidos a nuestra aldea. Cazaban con plvora, desde lejos, sindestreza ni valor, eran incapaces de trepar a un rbol o de clavar un pez con una lanza en el agua, apenas

    podan moverse en la selva, siempre enredados en sus mochilas, sus armas y hasta en sus propios pies. No sevestan de aire, como nosotros, sino que tenan unas ropas empapadas y hediondas, eran sucios y noconocan las reglas de la decencia, pero estaban empeados en hablarnos de sus conocimientos y de susdioses. Los comparamos con lo que nos haban contado sobre los blancos y comprobamos la verdad de esos

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    chismes. Pronto nos enteramos que stos no eran misioneros, soldados ni recolectores de caucho, estabanlocos, queran la tierra y llevarse la madera, tambin buscaban piedras. Les explicamos que la selva no se

    puede cargar a la espalda y transportar como un pjaro muerto, pero no quisieron escuchar razones. Seinstalaron cerca de nuestra aldea. Cada uno de ellos era como un viento de catstrofe, destrua a su paso todolo que tocaba, dejaba un rastro de desperdicio, molestaba a los animales y a las personas. Al principiocumplimos con las reglas de la cortesa y les dimos el gusto, porque eran nuestros huspedes, pero ellos noestaban satisfechos con nada, siempre queran ms, hasta que, cansados de esos juegos, iniciamos la guerracon todas las ceremonias habituales. No son buenos guerreros, se asustan con facilidad y tienen los huesos

    blandos. No resistieron los garrotazos que les dimos en la cabeza. Despus de eso abandonamos la aldea ynos fuimos hacia el este, donde el bosque es impenetrable, viajando grandes trechos por las copas de losrboles para que no nos alcanzaran sus compaeros. Nos haba llegado la noticia de que son vengativos yque por cada uno de ellos que muere, aunque sea en una batalla limpia, son capaces de eliminar a toda unatribu incluyendo a los nios. Descubrimos un lugar donde establecer otra aldea. No era tan bueno, lasmujeres deban caminar horas para buscar agua limpia, pero all nos quedamos porque cremos que nadienos buscara tan lejos. Al cabo de un ao, en una ocasin en que tuve que alejarme mucho siguiendo la pistade un puma, me acerqu demasiado a un campamento de soldados. Yo estaba fatigado y no haba comido envarios das, por eso mi entendimiento estaba aturdido. En vez de dar media vuelta cuando percib la

    presencia de los soldados extranjeros, me ech a descansar. Me cogieron los soldados. Sin embargo no

    mencionaron los garrotazos propinados a los otros, en realidad no me preguntaron nada, tal vez no conocana esas personas o no saban que yo soy Walimai. Me llevaron a trabajar con los caucheros, donde habamuchos hombres de otras tribus, a quienes haban vestido con pantalones y obligaban a trabajar, sinconsiderar para nada sus deseos. El caucho requiere mucha dedicacin y no haba suficiente gente por esoslados, por eso deban traernos a la fuerza. se fue un perodo sin libertad y no quiero hablar de ello. Mequed solo para ver si aprenda algo, pero desde el principio supe que iba a regresar donde los mos. Nadie

    puede retener por mucho tiempo a un guerrero contra su voluntad.Se trabajaba de sol a sol, algunos sangrando a los rboles para quitarles gota a gota la vida, otros

    cocinando el lquido recogido para espesarlo y convertirlo en grandes bolas. El aire libre estaba enfermo conel olor de la goma quemada y el aire en los dormitorios comunes lo estaba con el sudor de los hombres. Enese lugar nunca pude respirar a fondo. Nos daban de comer maz, pltano y el extrao contenido de unas

    latas, que jams prob porque nada bueno para los humanos puede crecer en unos tarros. En un extremo delcampamento haban instalado una choza grande donde mantenan a las mujeres. Despus de dos semanastrabajando con el caucho, el capataz me entreg un trozo de papel y me mand donde ellas. Tambin me diouna taza de licor, que yo volqu en el suelo, porque he visto cmo esa agua destruye la prudencia. Hice lafila, con todos los dems. Yo era el ltimo y cuando me toc entrar en la choza, el sol ya se haba puesto ycomenzaba la noche, con su estrpito de sapos y loros.

    Ella era de la tribu de los Ila, los de corazn dulce, de donde vienen las muchachas ms delicadas.Algunos hombres viajan durante meses para acercarse a los lla, les llevan regalos y cazan para ellos, en laesperanza de conseguir una de sus mujeres. Yo la reconoc a pesar de su aspecto de lagarto, porque mimadre tambin era una Ila. Estaba desnuda sobre un petate, atada por el tobillo con una cadena fija en elsuelo, aletargada, como si hubiera aspirado por la nariz el yopo de la acacia, tena el olor de los perros

    enfermos y estaba mojada por el roco de todos los hombres que estuvieron sobre ella antes que yo. Era deltamao de un nio de pocos aos, sus huesos sonaban como piedrecitas en el ro. Las mujeres lla se quitantodos los vellos del cuerpo, hasta las pestaas, se adornan las orejas con plumas y flores, se atraviesan palos

    pulidos en las mejillas y la nariz, se pintan dibujos en todo el cuerpo con los colores rojo del onoto, moradode la palmera y negro del carbn. Pero ella ya no tena nada de eso. Dej mi machete en el suelo y la saludcomo hermana, imitando algunos cantos de pjaros y el ruido de los ros. Ella no respondi. Le golpe confuerza el pecho, para ver si su espritu resonaba entre las costillas, pero no hubo eco, su alma estaba muydbil y no poda contestarme. En cuclillas a su lado le di de beber un poco de agua y la habl en la lengua demi madre. Ella abri los ojos y mir largamente. Comprend.

    Antes que nada me lav sin malgastar el agua limpia. Me ech un buen sorbo a la boca y lo lanc enchorros finos contra mis manos, que f rot bien y luego empap para limpiarme la cara. Hice lo mismo con

    ella, para quitarle el roco de los hombres. Me saqu los pantalones que me haba dado el capataz. De lacuerda que me rodeaba la cintura colgaban mis palos para hacer fuego, algunas puntas de flechas, mi rollode tabaco, mi cuchillo de madera con un diente de rata en la punta y una bolsa de cuero bien firme, dondetena un poco de curare. Puse un poco de esa pasta en la punta de mi cuchillo, me inclin sobre la mujer y

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    con el instrumento envenenado le abr un corte en el cuello. La vida es un regalo de los dioses. El cazadormata para alimentar a su familia, l procura no probar la carne de su presa y prefiere la que otro cazador leofrece. A veces, por desgracia, un hombre mata a otro en la guerra, pero jams puede hacer da a unamujer o a un nio. Ella me mir con grandes ojos, amarillos como la miel, y me parece que intent sonreragradecida. Por ella yo haba violado el primer tab de los Hijos de la Luna y tendra que pagar mivergenza con muchos trabajos de expiacin. Acerqu mi oreja a su boca y ella murmur su nombre. Lorepet dos veces en mi mente para estar bien seguro pero sin pronunciarlo en alta voz, porque no se debementar a los muertos para no perturbar su paz, y ella ya lo estaba, aunque todava palpitara su corazn.Pronto vi que se le paralizaban los msculos del vientre, del pecho y de los miembros, perdi el aliento,cambi de color, se le escap un suspiro y su cuerpo se muri sin luchar, como mueren las criaturas

    pequeas.De inmediato sent que el espritu se le sala por las narices y se introduca en m, aferrndose a mi

    esternn. Todo el peso de ella cay sobre m y tuve que hacer un esfuerzo para ponerme de pie, me movacon torpeza, como si estuviera bajo el agua. Dobl su cuerpo en la posicin del descanso ltimo, con lasrodillas tocando el mentn, la at con las cuerdas del petate, hice una pila con los restos de la paja y us mis

    palos para hacer fuego. Cuando vi que la hoguera arda segura, sal lentamente de la choza, trep el cerco delcampamento con mucha dificultad, porque ella me arrastraba hacia abajo, y me dirig al bosque. Habaalcanzado los primeros rboles cuando escuch las campanas de alarma.

    Toda la primera jornada camin sin detenerme ni un instante. Al segundo da fabriqu un arco y unasflechas y con ellos pude cazar para ella y tambin para m. El guerrero que carga el peso de otra vidahumana debe ayunar por diez das, as se debilita el espritu del difunto, que finalmente se desprende y se vaal territorio de las almas. Si no lo hace, el espritu engorda con los alimentos y crece dentro del hombre hastasofocarlo. He visto algunos de hgado bravo morir as. Pero antes de cumplir con esos requisitos yo debaconducir el espritu de la mujer lla hacia la vegetacin ms oscura, donde nunca fuera hallado. Com muy

    poco, apenas lo suficiente para no matarla por segunda vez. Cada bocado en mi boca saba a carne podrida ycada sorbo de agua era amargo, pero me obligu a tragar para nutrirnos a los dos. Durante una vueltacompleta de la luna me intern selva adentro llevando el alma de la mujer, que cada da pesaba ms.Hablamos mucho. La lengua de los Ila es libre y resuena bajo los rboles con un largo eco. Nosotros noscomunicamos cantando, con todo el cuerpo, con los ojos, con la cintura, los pies. Le repet las leyendas que

    aprend de mi madre y de mi padre, le cont mi pasado y ella me cont la primera parte del suyo, cuando erauna muchacha alegre que jugaba con sus hermanos a revolcarse en el barro y balancearse de las ramas msaltas. Por cortesa, no mencion su ltimo tiempo de desdichas y de humillaciones. Cac un pjaro blanco, learranqu las mejores plumas y le hice adornos para las orejas. Por las noches mantena encendida una

    pequea hoguera, para que ella no tuviera fro y para que los jaguares y las serpientes no molestaran susueno. En el ro la ba con cuidado, frotndola con ceniza y flores machacadas, para quitarle los malosrecuerdos.

    Por fin un da llegamos al sitio preciso y ya no tenamos ms pretextos para seguir andando. All laselva era tan densa que en algunas partes tuve que abrir paso rompien o a vegetacin con mi machete y hastacon los dientes, y debamos hablar en voz baja, para no alterar el silencio del tiempo. Escog un lugar cercade un hilo de agua, levant un techo de hojas e hice una hamaca para ella con tres trozos largos de corteza.

    Con mi cuchillo me afeit la cabeza y comenc mi ayuno.Durante el tiempo que caminamos juntos la mujer y yo nos amamos tanto que ya no desebamos

    separarnos, pero el hombre no es dueo de la vida, ni siquiera de la propia, de modo que tuve que cumplircon mi obligacin. Por muchos das no puse nada en mi boca, slo unos sorbos de agua. A medida que lasfuerzas se debilitaban ella se iba desprendiendo de mi abrazo, y su espritu, cada vez ms etreo, ya no me

    pesaba como antes. A los cinco das ella dio sus primeros pasos por los alrededores, mientras yo dormitaba,pero no estaba lista para seguir su viaje sola y volvi a mi lado. Repiti esas excursiones en variasoportunidades, alejndose cada vez un poco ms. El dolor de su partida era para m tan terrible como unaquemadura y tuve que recurrir a todo el valor aprendido de mi padre para no llamarla por su nombre en vozalta atrayndola as de vuelta conmigo para siempre. A los doce das so que ella volaba como un tucn porencima de las copas de los rboles y despert con el cuerpo muy liviano y con deseos de llorar. Ella se haba

    ido definitivamente. Cog mis armas y camin muchas horas hasta llegar a un brazo del ro. Me sumerg enel agua hasta la cintura, ensart un pequeo pez con un palo afilado y me lo tragu entero, con escamas ycola. De inmediato lo vomit con un poco de sangre, como debe ser. Ya no me sent triste. Aprend entonces

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    que algunas veces la muerte es ms poderosa que el amor. Luego me fui a cazar para no regresar a mi aldeacon las manos vacas.

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    EL MITO DE TESEO y EL MINOTAURO

    1.TeseoTeseo era hijo del rey Egeo de Atenas y de Etra, la hija de Piteo de Troiza. Egeo -antes de separarse de

    Etra y de volver a Atenas- ocult su espada y su calzado debajo de una pesada pea con encargo de drselosa su hijo tan pronto como ste pudiera levantarla. Cuando Teseo hubo crecido, y provisto ya de las pruebasde su identidad, march para buscar a su padre. En su camino mat a muchos bandidos. Al llegar a Atenas,la maga Medea, que se haba casado con Egeo, intent envenenado, pero fue salvado por su padre, quien loreconoci por la espada que llevaba consigo.

    2.El minotauro y el Laberinto

    Despus d la muerte de Asterio, rey de Creta. Minos reclam para s el trono cretense, jactndose deque los dioses responderan a cualquier plegaria que les ofreciese. Luego de dedicar un altar a Poseidn, eldios que rega los mares, Minos rez para que un toro saliese del mar. Al instante, un toro blancodeslumbrante lleg nadando a la costa. Minos qued tan prendado de su belleza, que no lo sacrific al diosPoseidn como corresponda que hiciese. De este modo, obtuvo el trono y se cas con Pasifae; sin embargo,

    para vengarse de la ofensa que haba cometido Minos, Poseidn hizo que Pasifae se enamorara del toro

    blanco. Ella confi su pasin antinatural a Ddalo, un artesano ateniense que trabajaba para Minos. Ddaloprometi ayudarla, y construy una vaca hueca de madera, en la que se escondi Pasifae para colmar sudeseo. Ms tarde, la reina dio a luz al Minotauro, un monstruo con cabeza de toro y cuerpo de hombre. Paraevitar el escndalo, el rey Minos le encarg a Ddalo la construccin del Laberinto; donde escondera elfruto de la pasin antinatural de Pasifae.

    3.Teseo, Ariadna y el Minotauro.Androgeo, hijo del rey Minos de Creta, haba muerto a manos de los atenienses. Como expiacin por

    esta muerte, Atenas deba enviar a Cnosos, cada nueve aos, a siete jvenes ya siete doncellas que,encerrados en el Laberinto, servan de alimento al Minotauro.

    Teseo decidi terminar con esta situacin. A pesar de los ruegos de su padre, se hizo pasar por uno de

    los siete jvenes. Una vez en Cnosos, Ariadna, la hija del rey Minos y de Pasifae, se enamor de l a primeravista. Tal era su fascinacin por el joven ateniense, que prometi ayudarlo a matar a su hermanastro acambio de que l la llevara a Atenas convertida en su esposa. Teseo acept con gusto la oferta y jur que se -casara con ella.

    La muchacha le facilit un ovillo mgico de hilo y le aconsej que asegurara su extremo en la entradade manera tal que el hilo fuera marcando el camino de salida. Una vez dentro, Teseo camin por losinnumerables e intrincados pasillos hasta dar con el .escondrijo donde yaca el Minotauro y all mismo lomat.

    Al salir del Laberinto, Ariadna lo esperaba para huir de Creta junto con el resto de los jvenes y lasdoncellas atenienses que iban a ser sacrificados.

    Unos das ms tardes, despus de desembarcar en la isla de Da (o de Naxos), Teseo abandon a

    Ariadna dormida en la playa y se hizo nuevamente a la mar. El motivo por el que actu as ser siempre unmisterio. Cuando la muchacha se encontr sola en la playa, rompi a llorar amargamente e invoc a todo eluniverso pidiendo venganza.

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    El rapto. Ceres & Proserpina1

    Un buen da, Proserpina, la joven doncella de la Primavera, se encontraba recogiendo flores con sumadre, Ceres, la diosa de las cosechas. Con el fin de llenar su canasta con lirios y violetas, Proserpina se fueadentrando en el fresco y hmedo bosque, hasta que, mientras observaba los ptalos de un narciso, seextravi lejos de su madre. En el mismo instante en que Proserpina tomaba un hermoso narciso, la tierracomenz a retumbar; de pronto el suelo se abri, destroz capas de helechos y arranc de raz rboles yflores. Luego, brotando del fondo de la tierra, apareci Plutn, dios del Averno. De pie en su negro carruaje,con ferocidad dirigi el dios sus potentes caballos hacia

    Proserpina. La joven llam a gritos a su madre, pero Ceres estaba tan lejos, que no pudo salvarla.Plutn, arrebatando a Proserpina, la introdujo en el carro y regres con ella hacia el interior de la

    tierra. Luego, de nuevo se cerr la hendidura sin dejar el ms leve rastro.Cuando las montaas resonaron con el eco de los gritos de Proserpina, Ceres corri al bosque, pero fue

    demasiado tarde, pues su hija ya haba desaparecido.Fuera de s a causa del dolor, Ceres comenz a buscar a su hija secuestrada por todas las regiones. No

    descans durante nueve das; dos antorchas la acompaaron en las fras noches mientras trataba de encontrara Proserpina.

    Al dcimo da, Hcate, diosa del lado oscuro de la luna, visit a Ceres. Con una linterna en la mano, la

    encapotada diosa dijo:-Yo tambin o los gritos de tu hija, pero no la vi. Volemos hasta encontrar a Helios, el dios Sol, ypreguntmosle qu sucedi.

    Ceres y Hcate volaron hasta encontrar a Helios; con el rostro baado en lgrimas, Ceres le preguntsi, mientras alumbraba los bosques, haba visto a su hija.

    -Te compadezco, Ceres, porque yo tambin s lo que es perder a un hijo; pero conozco la verdad.Plutn quera a Proserpina por esposa, as que le pidi a su hermano, Jpiter, el consentimiento para raptarla.Este se lo concedi, y ahora tu hija reina con Plutn en la regin de los muertos.

    Gritando de rabia, Ceres levant los puos hacia el monte Olimpo y maldijo a Jpiter por haberpropiciado el rapto de su propia hija. Luego regres a la tierra y, disfrazada de anciana, comenz a vagar deciudad en ciudad.

    Un da, mientras descansaba cerca de un pozo, vio a cuatro princesas que venan en busca de agua y, alrecordar a su propia hija, comenz a llorar.-De dnde vienes, anciana? -le pregunt una de las princesas.-Unos piratas me raptaron, y yo escap -dijo Ceres-. Ahora no s en dnde estoy.Las princesas sintieron piedad de ella y decidieron llevada al palacio. Una vez all, la reina madre

    sinti una simpata inmediata por la diosa, cuando vio cmo esta trataba a su beb, el prncipe. As que lepidi a Ceres que se quedara a vivir con ellas y que fuera el ama del nio, lo que esta acept complacida.

    Ceres fue encarindose tan profundamente con el beb que la sola idea de que un da pudiera llegar aviejo y morir le era insoportable. Decidi entonces transformado en dios. Todas las noches, mientras lagente dorma, derramaba por su cuerpo un lquido mgico y lo pona luego al fuego. Muy pronto el prncipecomenz a parecerse a un dios; todos admiraban su fuerza y su belleza. La reina, preocupada por los

    cambios de su hijo, se escondi en los aposentos del nio para espiarlo a l ya Ceres, y cuando vio cmoesta lo pona en el fuego, grit pidiendo auxilio.

    -Estpida! -exclam Ceres, retirndolo de la llama. -Iba a hacer de tu hijo un dios! Hubiera vividopara siempre! Ahora no ser sino un mortal y morir como todos los dems!

    El rey y la reina se dieron cuenta, entonces, de que el ama del nio era Ceres, la poderosa diosa de lascosechas, y quedaron aterrorizados.

    -Slo os perdonar -dijo Ceres, si construs un gran templo en mi honor. Luego le ensear a vuestropueblo los ritos secretos que propician el crecimiento de la mies. Al amanecer, el rey orden la construccinde un gran templo en honor de la diosa; pero, una vez terminado, Ceres no revel los ritossecretos. En lugar de ello, permaneci sentada todo el da, apesadumbrada por la desaparicin de su hija. Suduelo era tan profundo que todos los productos de la tierra dejaron de crecer.

    Fue aquel un ao terrible; no haba comida, y tanto la gente como los animales empezaron a morir dehambre.

    1Mary Pope Osborne, Mitos griegos, Colombia, Norma, 2010.

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    Jpiter comenz a preocuparse; si Ceres estaba causando la muerte de los habitantes de la tierra, ya nohabra ms presentes ni ofrendas para l. Decidi entonces enviar dioses del Olimpo a conversar con ella.

    Los dioses se presentaron ante Ceres portando ddivas e intercedieron ante ella para que la tierravolviera a ser frtil.

    -Nunca lo har -respondi-, nunca ms, mientras mi hija no haya regresado a m, sana y salva.Jpiter no tuvo otra alternativa que mandar a su hijo Mercurio, el dios mensajero, para que buscara a

    Proserpina y la hiciera regresar al lado de su madre.Errando por las profundidades del Averno, Mercurio recorri cavernas humeantes y oscuras en donde

    pululaban espectros y fantasmas, hasta llegar al brumoso saln del trono de Plutn y Proserpina. Aunque ladoncella pareca an asustada, se haba acostumbrado tanto a su nuevo hogar que ya casi no recordaba lavida en la tierra.

    -Tu hermano, Jpiter, te ordena devolver a Proserpina a su madre -le dijo Mercurio a Plutn-. Si no lohaces, Ceres destruir la tierra. Plutn saba que no poda desobedecer a Jpiter, pero tampoco quera dejar ira su esposa para siempre, as que dijo:

    -Podr irse, pero primero quisiera hablar con ella a solas.Cuando Mercurio desapareci, Plutn le habl a Proserpina con dulzura:-Si te quedas, sers la reina del Averno, y los muertos te honrarn en gran medida.Mientras Proserpina miraba a los ojos al dios de los muertos, comenz a recordar vagamente la alegra

    del amor de su madre, las flores salvajes del bosque y los prados abiertos y soleados.-Prefiero regresar -suspir.Plutn asinti y luego dijo:-Est bien, vete. Pero antes de partir, come de estas pequeas semillas de la granada. Es el alimento de

    las profundidades y te traer buena suerte.Proserpina comi las diminutas semillas; luego, el negro carro de Plutn parti con ella y con

    Mercurio. Los dos potentes caballos atravesaron la seca corteza de la tierra y luego galoparon por el ridocampo hasta llegar al templo en donde Ceres lloraba por su hija.

    Cuando Ceres la vio acercarse, descendi corriendo por la ladera, mientras Proserpina saltaba fuera delcarro y se echaba en los brazos de su madre. Todo el da estuvieron ablando emocionadas de todo lo quehaba sucedido durante su separacin; pero cuando Proserpina le dijo a su madre que haba comido las

    semillas de la granada, la diosa escondi la cara entre las manos y comenz a lamentarse con angustia.-Qu hice yo? -grit Proserpina.-Comiste el alimento sagrado del Averno -dijo Ceres-. Y ahora tendrs que volver a vivir con Plutn

    tu esposo, durante la mitad de cada ao.Y as fue como se crearon las estaciones; cuando llegan el otoo y el invierno, la tierra se vuelve fra y

    rida porque Proserpina est viviendo en las profundidades con Plutn, mientras su madre se aflige por suausencia. Pero cuando su hija regresa, Ceres, la diosa de las cosechas, hace retornar la primavera y elverano a la tierra: crece la mies, y todo florece de nuevo.

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    MAM DE NIEBLAPor Poldy Bird

    Elda la miraba irse con su vestido de volados amarillos y el hermoso cabello rubio alborotado a loslados de su cara Cmo describirla? ., no tan linda como, iluminada, eso, iluminada. Elda la miraba

    irse y ella agitaba su brazo desnudo en el que tintineaban las pulseras, muchas pulseras diferentes puestastodas juntas.

    Elda la miraba irse, tan perfumada, vestida como para una fiesta, el sol del medioda tragndose suleve sombra, y ellale envi un beso agitando las puntas de sus dedos como las alas de un pajarito, y subi alcoche azul con chofer, escoltada por ta Cecilia y por un ancho seor desconocido.

    Cuando Elda entr a su casa, ta Juana, la otra hermana de ella, haca un montn con las preciosasropas del ropero, poniendo cara de asco y rezongando:

    -Pero ac no limpiaban nunca, no lavaban la ropa La tierra que se ha juntado en los sillones, debajode las mesas, de las sillas! Y esas camas revueltas, nunca les cambiaban las sbanas?

    Elda pens, mir la blusa tan almidonada de ta Juana, se rasc la cabeza, y en voz baja respondi quealgunas veces las cambiaban.

    -Ta Juana, mam va a tardar mucho en volver? Por qu yo no puedo ir con ella a la fiesta? Por quno fuimos todas?

    -Porque, porque no era para nios, y hay lugares a los que no se puede ir a los siete aos Peromirate la facha! Parecs una pordiosera. Como si no hubiera agua en esta casa. Y te rascs la cabeza comosi tuvieras piojos. Ven que te voy a pegar un buen bao y te voy a vestir como la gente.

    Fue un bao aburrido, sin botecitos de papel de diario flotando en el agua, sin ptalos de rosashaciendo de pececitos rojos, sin harina esparcida por el piso del cuarto de bao y del pasillo haciendo lasveces de arena

    Tambin fue aburrida la cena: ta Juana la oblig a sentarse a la mesa, comer con los cubiertos,ponerse servilleta, y despus no quiso llevarla al patio del fondo para tirarse las dos cara al cielo, sobre losmosaicos, a pescar con los ojos estrellas fugaces y pedirles tres cosas a cada una.

    -Con mi mam lo hacemos siempre A qu hora va a volver mam? Esa noche no regres. Tampoco al da siguiente. Ta Juana y ta Cecilia se llevaron con ellas a Elda.

    A una casa amplia y limpia, por cuyos pisos espejados haba que transitar con patines de felpa.-Quiero ir con mam.-Quiero ver a mam.-Por qu no viene mi mam a buscarme?Por las respuestas evasivas de las tas, por fragmentos de conversaciones que escuchaba conteniendo el

    aliento detrs de las puertas, Elda supo que su mam estaba enferma de la cabeza, que era peligrosa,que: no poda convivir con la gente normal y menos mal que no se dio cuenta de que la llevbamos all

    aquel da, porque si no, hubiera sido capaz de arrojarse del auto. Peligrosa. Enferma. Capaz de arrojarse del auto Elda no entenda nada. Se sentaba acurrucada en

    un rincn oscuro de la sala para poder recordar a su mam tan linda, tan joven, tan rubia, con olor a cremade manos y a colonia de flores; su mam jugando con ella de rodillas en el piso, contando caracolillos de

    mar que guardaba en una vieja caja de lata. A los caracolillos les preguntaba todo: si llovera maana, sitenan que comer carne o verdura, si poda cortar un ramillete de jazmines para ponerlo junto al retrato de

    pap que se fue al cielo con las alondras Y los caracolillos contestaban: un puado que sumaba un nmeropar, NO; un puado que sumaba un nmero impar, SI; y si por casualidad eran justo quince: Dios las estabamirando en ese preciso instante para concederles una gracia!

    Peligrosasu mam.Solamente una vez la vio enojada, s, una vez que vino alguien a reclamar el pago de algo, y

    ella lo corri apuntndolo con las puntas de las tijeras, pero despus se rea, se rea del susto que se haba

    llevado el pobre infeliz! Y nadie vino jams a reclamar dinero. A veces se pasaban dos das sin comer,bebiendo agua con blancas cucharadas de azcar, porque los caracolillos decan que no.

    Otras, salan cinco, seis veces a la calle a comprar helados de frutilla, tan lindas las dos, con vestidos a

    los que su madre les haba pegado, con engrudo, estrellitas plateadas hechas con papel de chocolatines. Ytoda la gente del barrio las miraba, las miraba, y cuchicheaba de envidia, de admiracin

    Y el da que los caracolillos dijeron libertad a las aves! Qu da! Las dos corriendo como rfagascelestes y el dueo de la pajarera gritando, enajenado: Polica, polica, esas dos me han hecho escapar

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    todos los pjaros! Canarios colorados, reyezuelos, oropndolas, petirrojos y mirlos, un ruiseor, ochojilgueros nuevos!. Y ellas se encerraron con llave, muertas de risa y de miedo, arreboladas, y le prendieron

    una vela a cada malvn de las macetas del patio. Como no haba fideos para la sopa, arrancaron los botonesde todos los vestidos, pero por ms que mam los hirvi durante horas, el ncar no se abland; entonces los

    pusieron en un balde con agua y los dejaron all esperando que se convirtieran en perlas: Y seremos ricas,

    le prometi su madre.Quin pudo haberles dicho a ta Juana y a ta Cecilia que su mam estaba loca? Y ellas por qu

    creyeron esa infamia? Y los vecinos que atestiguaron en contra, y Elda supo que dijeron que la criatura

    no puede estar en manos de una insana qu saban los vecinos?! Envidiosos, mediocres, que lasmiraban boquiabiertos al verlas descalzas, como diosas, y con tiaras de flores trenzadas en la cabeza

    ***Cuando cumpli trece aos, ta Cecilia y ta Juana la sentaron en el sof del living, y la apuntaron con

    sus ndices:-Ahora ya sos grandecita.-Y pods conocer la verdad.-Tu mam est internada en un hospital para enfermos mentales-La pobrecita estaba muy enferma

    -Tuvimos que internarla engaada-Dicindole que bamos a llevarla a una gran fiesta-Sos una seorita y pods ir a verla.

    ***Por el largo pasillo de paredes descascaradas, Elda la vio venir caminando. Delgada, de guardapolvo

    gris. Se detuvo frente a ellas. Sin olor a perfume. Con el cabello corto y opaco, y gris. Con ojeras violetas,en alpargatas, sin collares, sin pulseras, los ojos tan ausentes y apagados que era como si estuvieranrecorriendo lejansimos senderos de la muerte.

    Ta Cecilia bes su mejilla hundida y murmur.-Esta es Elda.

    Elda esper el abrazo, la risa, la explosin de llanto, una mirada cmpl ice, la pregunta: Qu memandan decir los caracolillos? Pero una mano se extendi hacia su mano, y una voz sin matices le dijo:-Mucho gusto, seorita.

    No pudo contestarle.No pudo hablar con ella. Rez para que se pasara pronto la hora de visita. Tuvo que volver all

    muchas veces. Porque ta Juana y ta Cecilia se lo exigan, le gritaban que estaba obligada a hacerlo, que supobre madre bien lo mereca.

    Por eso, los domingos, de tres a cuatro, Elda se sienta junto a esa mujer de guardapolvo gris, que latrata de usted y le agradece con fra cortesa sus paquetes de masas, de caramelos, de galletitas saladas. Y lamira como con avidez. A veces, Elda pronuncia, con una recndita esperanza, la palabra caracoles, y la

    mujer hace una mueca de asco y dice: Ni se te ocurra traerme caracoles, jams los comera, son

    repugnantes.Y Elda se va hasta el domingo prximo, y no entiende, no puede entender por qu le sacaron a su

    bella mam con olor a heliotropos y jazmines, abridora de jaulas, fervorosa creyente de milagros, inventorade playas de harina en los cuartos de la casa, haciendo ruido con las veinte pulseras de su brazo No

    entiende por qu le sacaron a su bella mam para entregarle sta, ahora, esta mam de niebla.