Cuentos latinoamericanos

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El relato da la impresión, en un principio, de ser un cuadro de costumbres que

relata la falta de carne en la cuaresma bonaerense de 183… Los

abastecedores de carne solo traen en días cuaresmales, al matadero, los

novillos necesarios para el sustento de los niños y de los enfermos. Sucedió pues,

en aquel tiempo, una lluvia muy copiosa, que anego los caminos y las calles de

entrada y salida a la ciudad, que rebosaban de acuoso barro.

El rio la plata, creciendo embravecido, empujo esas aguas que venían

buscando su cause y las hizo correr hinchadas por sobre campos, terraplenes,

arboledas, caseríos y extenderse como un lago inmenso por todas las bajas

tierras.

Todas esas calamidades eran aprovechadas por los federales resistas, quienes

atreves de la iglesia, culpaban a los unitarios (opositores de la dictadura de

rosas) ante el pueblo, de ser culpables de la desgracia.

Por causa de la inundación estuvo quince días el matadero de la

convalecencia sin ver una sola cabeza vacuna; durante este tiempo, los pobres

niños y enfermos se alimentaban con huevos y gallinas.

Este estado de cosas trajo consigo la especulación y el encarecimiento de los

alimentos vitales, lo que degenero en tal hambruna, que mucha gente

adelanto su viaje al cielo. El gobierno, para calmar los ánimos de la población,

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envió el decimosexto día de la carestía cincuenta novillos gordos, poca cosa

por cierto, para una población acostumbrada diariamente de 250 a 300

cabezas. A los gritos de ¡Viva el gobierno!, los corrales se llenaron de carniceros,

achuradores y curiosos.

La primera res que se mato fue toda entera de regalo a un líder del gobierno

ahí presente, hombre muy amigo del asado. Una comisión de carniceros

marcho a ofrecérselo a nombre de los federales del matadero, manifestándole

a vivas voces su agradecimiento por la acertada providencia del gobierno, su

adhesión ilimitada al dictador Rosas y su odio entrañable a los salvajes unitarios,

enemigos de Dios y de los hombres. Siguió la matanza y en un cuarto de hora,

cuarentainueve novillos se hallaban tendidos en la playa del matadero,

desarrollados unos, otros por desarrollar.

La visión del matadero era grotesca. Cuarentainueve reses estaban tendidas

sobre sus cueros y cerca de decientas personas hollaban aquel suelo de lado

regado con sangre. Las figuras más prominentes eran los carniceros con

cuchillos en mano, brazos y pecho desnudo, cabello largo y revuelto y chiripa y

rostro embadurnado en sangre.

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En ese ambiente dantesco, se mesclaba la

gente mas necesitada, que pretendía en un

descuido hacerse de un sebo o de una tripa para su sustento. Un novillo había quedado en

los corrales. Cuando fueron a matarlo, logro

huir debido a que el lazo que lo sujetaba

estaba flojo.

En su loca huida arremetió contra un niño a quien decapito en un instante con una de sus

astas. El animal horrorizado por los griteríos

tomo hacia la ciudad donde anduvo en

distintas direcciones. Una hora después de su

fuga, el toro estaba otra vez en el matadero.

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Después de tantas horas de caminar sin encontrar ni una sombra de árbol, ni

una semilla de árbol, ni una raíz de nada, se oye el ladrar de los perros.

Pero sí, hay algo. Hay un pueblo.

Pero el pueblo está todavía muy allá. Es el viento el que lo acerca.

Alguien se asoma al cielo, estira los ojos hacia donde está colgado el sol y dice:

-Son como las cuatro de la tarde.

Ese alguien es Melitón. Junto con él, vamos Faustino, Esteban y yo. Faustino

dice:

-Puede que llueva.

Todos levantamos la cara y miramos una nube negra y pesada que pasa por

encima de nuestras cabezas. Uno platicaría muy a gusto en otra parte, pero

aquí cuesta trabajo. Aquí así son las cosas. Cae una gota de agua, grande,

gorda, haciendo un agujero en la tierra y dejando una plasta como la de un

salivazo. Cae sola. Pero no hay ninguna más. No llueve. El viento que viene del

pueblo se le arrima empujándola contra las sombras azules de los cerros. Y a la

gota caída por equivocación se la come la tierra y la desaparece en su sed.

¿Quién diablos haría este llano tan grande? ¿Para qué sirve, eh?

Hemos vuelto a caminar. Nos habíamos detenido para ver llover. No llovió.

Ahora volvemos a caminar. Con todo, yo sé que desde que yo era muchacho,

no vi llover nunca sobre el llano, lo que se llama llover.

No hay ni conejos ni pájaros. No hay nada. A no ser unos cuantos huizaches

trespeleques y una que otra manchita de zacate con las hojas enroscadas; a

no ser eso, no hay nada.

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Antes andábamos a caballo y traíamos terciada una carabina. Por acá resulta

peligroso andar armado. Pero los caballos son otro asunto. De venir a caballo

ya hubiéramos probado el agua verde del río, y paseado nuestros estómagos

por las calles del pueblo para que se les bajara la comida. Pero también nos

quitaron los caballos junto con la carabina.

Vuelvo hacia todos lados y miro el Llano. Tanta y tamaña tierra para nada.

Nosotros preguntamos:

-¿El Llano?

-Sí, el Llano. Todo el Llano Grande.

Nosotros paramos la jeta para decir que el Llano no lo queríamos. Del río para

allá, por las vegas, donde están esos árboles llamados casuarinas y las

parameras y la tierra buena. No este duro

pellejo de vaca que se llama Llano.

-Es que el Llano, señor delegado...

-Son miles y miles de yuntas.

-Pero no hay agua. Ni siquiera para hacer un buche hay agua.

¿Y el temporal? Nadie les dijo que se les iba a dotar con tierras de riego.

-Pero, señor delegado, la tierra está deslavada, dura. No creemos que el arado

se entierre en esa como cantera que es la tierra del Llano. Habría que hacer

agujeros con el azadón para sembrar la semilla y ni aun así es positivo que

nazca nada; ni maíz ni nada nacerá.

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-Eso manifiéstenlo por escrito.

-Espérenos usted, señor delegado. Nosotros no hemos dicho nada contra el

Centro.

Todo es contra el Llano... Así nos han dado esta tierra. Ni zopilotes. Melitón

dice:

-Esta es la tierra que nos han dado.

Yo pienso: "Melitón no tiene la cabeza en su lugar. Ha de ser

el calor el que lo hace hablar así. El calor, que le ha traspasado el sombrero

y le ha calentado la cabeza.

Melitón vuelve a decir:

-Servirá de algo. Servirá aunque sea para correr yeguas .

-¿Cuáles yeguas? -le pregunta Esteban.

Yo no me había fijado bien a bien en Esteban. Lleva puesto un gabán que

le llega al ombligo, y debajo del gabán saca la cabeza algo así como una

gallina.

Sí, es una gallina colorada la que lleva Esteban debajo del gabán. Se le ven

los ojos dormidos y el pico abierto como si bostezara. -Allí escondida se te

va a ahogar. Mejor sácala al aire.

Él se la acomoda debajo del brazo y le sopla el aire caliente de su boca.

Luego dice:

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-Estamos llegando al derrumbadero.

Se ve que ha agarrado a la gallina por las

patas y la zangolotea a cada rato, para no,

golpearle la cabeza contra las piedras.

Conforme bajamos, la tierra se hace buena.

Sube polvo desde nosotros como si fuera un

atajo de mulas lo que bajará por allí; pero

nos gusta llenarnos de polvo. Nos gusta. Por

encima del río, sobre las copas verdes de las

casuarinas, vuelan parvadas de

chachalacas verdes. Esteban ha vuelto a

abrazar su gallina cuando nos acercamos a

las primeras casas. Le desata las patas para

desentumecerla, y luego él y su gallina

desaparecen detrás de unos tepemezquites.

La tierra que nos han dado está allá arriba.

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El narrador cuenta que una noche estaba en "salón de Julia", un lugar donde se

bebía, bailaba y se alternaba con prostitutas en el Barrio Santa Rita que en ese

entonces era una zona rural en los suburbios de la ciudad de Buenos Aires,

cuando entró Francisco Real, apodado El Corralero dándole un empellón a la

puerta. Era un hombre alto, fornido vestido de negro con una chalina color

bayo, que venía de otro barrio, del norte, en un coche acompañado de otros

hombres. Su actitud provocativa hace que primero el narrador y luego otros

concurrentes se le fueran encima para pelearlo, pero el recién llegado los

aparta mientras sigue hasta el fondo del lugar donde estaba Rosendo Juárez,

conocido como El Pegador. Este último era un hombre que trabajaba como

elemento de choque para un caudillo político y que por su coraje y habilidad

con el cuchillo era respetado todos y admirado por la mayoría de la gente del

barrio. Su mujer, conocida como La Lujan era era, entre las que iban al lugar, la

más codiciada por los hombres. El Corralero desafió a Rosendo diciéndole que

quería ver cuánto coraje y habilidad tenía, dada su fama de cuchillero y de

malo; todos los presentes se mantienen expectantes aguardado el duelo pero

El Pegador se negó a pelear. La Lujan era se le acercó, le sacó su cuchillo de

entre las ropas y se lo dio en la mano pero El Pegador lo lanzó por una ventana

que daba sobre el arroyo Maldonado. Entonces su mujer se arrimó al Corralero,

le dijo que dejaba a Rosendo porque era un cobarde y comenzaron a bailar

juntos. Los demás concurrentes hicieron lo mismo y al rato ambos se marcharon

abrazados. El narrador, que se sentía deshonrado y avergonzado, salió del salón

con falsas excusas y volvió poco después. Al rato entró la Lujan era sosteniendo

a El Corralero agonizante y en tanto lo veían morir contó que mientras estaban

afuera alguien desafió a El Corralero y le clavó un puñal; era alguien

desconocido, afirmó, no era Rosendo. Cuando uno de los compañeros de Real

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desconocido, afirmó, no era Rosendo. Cuando

uno de los compañeros de Real acusó a la Lujan

era de ser la agresora, el narrador se interpuso, le

hizo ver que ella no hubiera tenido la fuerza

necesaria para dar la puñalada y se burló de

que un hombre con fama de fuerte en su barrio

como el difunto fuera a terminar muriendo en

ese lugar, donde nunca pasaba nada. En eso

escucharon que estaba acercándose la policía

a caballo y, queriendo evitar problemas, los

presentes arrojaron el cadáver de El Corralero al

arroyo por la ventana y continuaron bailando. Al

final, el narrador-personaje insinuó que él había

matado a El Corra

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Resumen de “A la diestra de dios padre” de Tomás Carrasquilla.

Un hombre muy pobre era demasiado generoso con todo el mundo. La

hermana lo recriminaba por estar dando lo que no tenia. Su casa estaba llena

de enfermos y desposeídos. Llegaron dos forasteros, uno viejo uno joven a la

casa y pidieron ayuda. Peralta los dejó entrar y le pidió a su hermana que

buscara en las alacenas a ver que había. Ella fue y busco de mala gana pero

encontró todo lleno de comida y de carne. La hermana pensó que era dios

que premiaba a su hermano por las buenas obras. A la mañana siguiente los

Forasteros habían abandonado la casa y Peralta encontró una bolsa llena de

onzas del rey. Peralta corrió a buscar los forasteros y cuando los alcanzó les

devolvió la bolsa con el dinero. Los forasteros se presentaron como Jesús de

Nazareno y Pedro el discípulo. Le dijeron que lo querían probar y como había

resultado ser bueno y honesto tenia derecho a 5 deseos. Peralte pidió: Ganar el

juego siempre que el quería. Que la muerte le llegue por delante y no a la

traición. Detener al que quiera por el tiempo que él quiera. Achiquitarse hasta el

tamaño de una hormiga. Y luego le pregunto a Jesús si el dueño de los

condenados era él, el padre eterno o el patas. Jesús le respondió que el espíritu

santo, dios y él eran los dueños de todo pero que los condenados le

pertenecían al diablo. Entonces Peralta pidió por ultimo que el patas no le

pudiera hacer trampa en el juego. Peralta ganó mucho dinero en el juego e

hizo miles de obras de caridad, su hermana compró casas y empezó a

comportarse como rica, sin embargo Peralta siguió vestido como un pordiosero.

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Un día llegó la muerte. Un esqueleto con cabello

largo y una herramienta filosa. Peralta vengo por ti.

Le dijo. Peralta no se opuso pero le pidió un plazo

para hacer su testamento. Le dijo que se subiera a

un árbol y disfrutara del paisaje del pueblo. Peralta

utilizó su poder y la dejó paralizada ahí por siempre.

Nadie más volvió a morir. El cielo y los infiernos

entraron en crisis. La gente pensó que la muerte se

había muerto y no volvieron a misa. San pedro fue

a la casa delegado por dios y pidió a peralte que

les prestara la muerte, él la presto siempre y

cuando no le hiciera nada. La muerte se propago

rápidamente hasta cuando todo tomó su orden.

Luego peralta se enfermo de una pata y como ya

estaba cansado mandó a hacer su testamento y

cuando llego la pelona el se dejó. Peralta quedó

como un alma del purgatorio.

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Cogió un camino que lo llevó hasta los infiernos y allí se echó a

jugar todo tipo de juegos con el diablo apostando su alma

contra las almas que él tenia y que estaban rondando sin

entrar al infierno. Así le gano millones de almas. El diablo no

quiso apostar las almas del infierno y se puso a llorar. Luego

mando a que echaran del infierno a Peralta. Este se fue para

el cielo y San Pedro lo cogió a trompadas. Peralta le dijo que traía esa gente para que se la dejara entrar. San Pedro corrió

y le cerró la puerta. Busco al señor y le contó lo que pasaba. El

señor dijo que los condenados eran por toda la eternidad. El

señor mando a dos santas a que escribieran algo. Mando a

entrar a peralta y los tambores se silenciaron. La leyenda

decía” nos tomas de Aquino y santa teresa de Jesús, mayores

de dada y residenciadas en el cielo por mandato del señor

hemos venido a resolver esto. El documento aceptaba que

Peralta había ganado esas almas en juego limpio y que por tanto le pertenecían pero que no podían entrar al cielo y

tenían que quedarse afuera.

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Y que había que darle a Peralta un infierno

nuevo para que llevara sus almas. Y que dios

le regalaba treinta tres mil millones de

cuerpos para que metiera esas almas y

cuando morían los cuerpos eran llenados

por las almas de otros que venían

condenados desde la vida. así hasta el

juicio. Peralta se puso contento y vio las

plazas del cielo llenas de joyas preciosas.

Dios le dijo que escogiera su lugar en el cielo

por que él lo merecía. Peralta se hizo

pequeñito y se abrazó a la cruz y esta

sentado a la derecha del señor.