Cuentos inspirados en N. Hawthorne

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CUENTOS Departamento de Lengua castellana y Literatura. I.E.S. Pablo SerranoCuaderno de escritura (Curso 2011-2012) CUENTOS inspirados en argumentos de Nathaniel Hawthorne

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Selección de cuentos inspirados en argumentos de Nathaniel Hawthorne y creados para el Cuaderno de escrutura

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CUENTOS Departamento de Lengua castellana y Literatura. I.E.S. “Pablo Serrano”

Cuaderno de escritura

(Curso 2011-2012)

CUENTOS inspirados en argumentos de

Nathaniel Hawthorne

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CUENTOS Departamento de Lengua castellana y Literatura. I.E.S. “Pablo Serrano”

Argumentos anotados por Nathaniel Hawthorne

Un hombre, en la vigilia, piensa bien de otro y confía en él plenamente, pero lo inquietan sueños en que ese amigo obra como enemigo mortal. Se revela, al fin, que el carácter soñado era el verdadero. La explicación sería la percepción instintiva de la verdad.

En medio de una multitud imaginar a un hombre cuyo destino y cuya vida están en poder de otro, como si los dos estuvieran en un desierto.

Un hombre de fuerte voluntad ordena a otro, moralmente sujeto a él, la ejecución de un acto. El que ordena muere y el otro, hasta el fin de sus días, sigue ejecutando aquel acto.

Un hombre rico deja en su testamento su casa a una pareja pobre. Ésta se muda allí; encuentran un sirviente sombrío que el testamento les prohíbe expulsar. El sirviente los atormenta; se descubre, al fin, que es el hombre que les ha legado la casa.

Dos personas esperan en la calle un acontecimiento y la aparición de los principales actores. El acontecimiento ya está ocurriendo y ellos son los actores.

Que un hombre escriba un cuento y compruebe que éste se desarrolla contra sus intenciones; que los personajes no obren como él quería; que ocurran hechos no previstos por él y que se acerque a una catástrofe, que él trate, en vano, de eludir. Este cuento podría prefigurar su propio destino y uno de los personajes sería él.

[Recogidos por Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares en

Cuentos breves y extraordinarios]

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Índice

1. De Gabriela García Rodríguez

2. De Lorena Mínguez Gómez

3. De Marta Galve Aznar

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1.

Nunca me imaginé siendo escritor, siempre lo había visto

como algo que hace la gente cuando se aburre mucho o algún que

otro famoso que escribe su propia biografía para sacar provecho de

ella o algún joven escritor que se inventa historias de amor, fantasía

o terror basados en algún trauma infantil. Me hacía gracia pensarlo.

Pero supongo que no encontré aquel libro en blanco por

casualidad en el parque; aquel libro de tapas desgastadas color

caoba y que en el lomo tenía escrito: “Imposible, pero no

improbable”. Recuerdo que me quedé unos minutos analizándolo.

¿Imposible, pero no improbable?, si imposible engloba todo lo no

posible, lo sumamente difícil de lograr… ¿improbable por qué?,

menuda chorrada pensé.

Volví a casa con el libro bajo la axila y lo dejé encima de la

cama sin mostrar ningún interés por él. Me fui al salón y comencé a

hacer zapping en la televisión, basura, basura, basura. Cada canal

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que ponía era basura y fui a la habitación y me tumbé en la cama,

pero algo se clavó en mi espalda y di un respingo al notarlo. Me

aparté y vi que era aquel libro mugroso y en blanco que me había

encontrado por la tarde.

Ojeé por encima y vi que las hojas tenían un color amarillento

y estaban ligeramente marcadas, como si alguien hubiese escrito

sobre ellas en mil lenguas y tipos de letra distintas… pero no había

nada escrito, estaban completamente limpias. Pasé la yema del

dedo por la hoja y noté la marca de la escritura invisible que su

antiguo dueño había dejado. Y pensé que yo también podría formar

parte de aquel libro, así que cogí un bolígrafo del escritorio y

empecé a escribir, algo sobre una joven de larga melena color

chocolate, con ojos del mismo color, esbelta, risueña, vestida con

unos pantalones excesivamente cortos y rotos, con una camiseta de

Nirvana… Cerré el libro de golpe, debía de estar loco, ¿qué hacía yo

escribiendo sobre una joven que ni siquiera reconocería o peor, que

no existía? Volvía a abrir el libro y vi que no había nada escrito.

Desconcertado dejé en libro sobre la mesilla y dormí hasta la

mañana.

Esa mañana me dirigía tranquilamente con el libro en mi mano

a la cafetería que se encontraba a una calle del trabajo y como

siempre solía hacer, pedí un café mocca, un croissant y el periódico

del día. Miraba la sección de economía cuando vino una camarera y

me ofreció más café, no me negué y dejé que me sirviera; entonces

al volver a dirigir la vista al periódico vi entrar en la cafetería a una

joven de pelo largo que le llegaba a la cintura y llevaba unos

pantalones rotos y cortos que dejaban ver sus largas piernas;

estaba en el mostrador pidiendo algún café cuando el libro en el

cual había escrito por la noche, se abrió de repente y empezó a

mostrar lo que escribí. Me quedé boquiabierto al ver lo que sucedía

y miré a la joven que esperaba impaciente de pie su café.

Cogí el bolígrafo con el que había estado haciendo las siete

diferencias del periódico y me puse a escribir rápido sobre el libro.

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“Y entonces la joven dirigió su mirada al hombre que estaba

sentado en la mesa del fondo y le sonrió…”.

Miré hacia donde estaba la joven y vi cómo ella me miraba con

esos ojos color chocolate y sonreía, llevaba la misma camiseta de

Nirvana que había escrito. Hice lo mismo y volví a concentrarme en

el libro, cuando sin querer la taza de café se derramó sobre él y se

empapó. Me levanté de golpe y cogí el libro en alto para que el café

no lo manchara más. Farfullé por lo bajo y miré hacia donde estaba

la joven, ésta cogía su café con hielo que le habían puesto en un

vaso transparente con tapa y pajita y se dirigía a la salida. La seguí

con el libro aún en mis manos y miré por el ventanal de la cafetería.

Y me quedé allí desamparado, mirándola por el ventanal; ella

feliz, joven, saltaba en brazos de otro joven y enroscaba sus piernas

en su cintura y lo besaba.

Miré el libro, ahora la página en la que había escrito estaba

completamente arrugada, húmeda y manchada de café. Entonces

me dirigí al parque en el cual lo había encontrado; pensé en dejarlo

en alguno de los bancos que por allí había, daba igual cuál fuera,

pero sabía lo que conllevaba hacerlo… aquel libro en manos

equivocadas podría causar grandes desastres. Fui entonces al lago

que se encontraba en medio del parque, en él había gente dando un

paseo en barca y niños tirando trocitos de pan a los patos. Miré el

libro, aquel libro podría haber causado grandes beneficios, pero a la

vez grandes desastres. Lo miré por última vez y lo lancé al agua, vi

cómo asustó a los patos que por allí rondaban e hizo saltar el agua y

cómo se hundía hasta lo más profundo del lago… y sobre la

superficie no habían quedado más que las hondas que había

producido.

Ese día el libro dejó de existir, al igual que la joven del pelo

largo, pantalones cortos, rotos y la camiseta de Nirvana… dejó de

existir al igual que yo.

GABRIELA GARCÍA RODRÍGUEZ

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2.

“Dos personas esperan en la calle un acontecimiento y la aparición de los

principales actores. El acontecimiento ya está ocurriendo y ellos son los

actores”.

“Al atardecer, bajo el acueducto, una de las mejores historias

amorosas” .Mariana tenía entre sus manos aquella extraña

invitación, pero a pesar de la rareza de la situación, decidió ir. Era

una chica con apenas diecinueve años y, ante todo, muy

enamoradiza. Las comedias románticas hacían que se evadiese

totalmente de la realidad y crease en su mente mundos paralelos en

los que ella era la protagonista de sus historias de amor.

Estaba en pleno verano, por lo que en la entrañable ciudad de

Segovia hasta las nueve no empezaría a atardecer. Minutos antes de

dicha hora ella ya se encontraba allí, tal como las indicaciones que

sostenía en su mano derecha decían. Apoyada en un pequeño

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saliente de piedra observaba cómo a su alrededor se bifurcaban

varias avenidas inmensas con preciosas casas con grabados en sus

muros. La joven Mariana se preguntaba por dónde llegarían los

actores mientras poco a poco el cielo se iba inundando de tonos

naranjas y rosados.

De repente, apareció un chico con el pelo largo y rizado, que

daba el efecto de que llevaba un casco sobre su cabeza aunque, a

su vez, muy descuidado y despeinado. Tenía un caminar

despreocupado con aquellos pantalones anchos marrones y una

ajustada camiseta blanca que marcaba su musculatura. Mariana no

pudo resistirse a mirarlo, a pesar de que sus vestimentas no

coincidían con los ideales de la chica. Había algo en él que la había

cautivado, tal vez su torso de hombre, a pesar de su temprana

edad, o un simple capricho de la atracción por lo opuesto.

Pedro, que así es como se llamaba el atractivo desconocido, se

detuvo al otro lado del acueducto, ya que, casualmente, él tenía

entre sus manos la misma invitación. Pedro había decidido asistir a

este espectáculo ya que, a pesar de sus acciones revolucionarias y

violentas, guardaba un secreto inconfesable, su afición por las

historias románticas.

Este chico, en la espera del espectáculo, no fue capaz de evitar

fijarse en la chica que se hallaba al otro lado del acueducto. Era una

joven con finas facciones y de tez un poco más morena que su

propio tono de piel. Vestía muy elegante a pesar de su notable

juventud, con una falda larga y un corsé muy sugerente a ojos del

muchacho. Obviamente, sentían una atracción física mutua.

Durante la espera intercambiaron miradas en la distancia y,

entre tanta conexión visual, se obsequiaron con pequeñas sonrisas

coquetas. Finalmente, Pedro se acercó a Mariana y juntos

comenzaron a hablar de ningún tema en concreto. Tras varios

minutos de una conversación fluida, la pareja se quedó muda,

estaban uno en frente del otro, mirándose fijamente, era como si se

hubiesen perdido cada uno en la mirada del contrario, les brillaban

los ojos como si estuviesen mirando directamente al sol, no eran

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capaces de reaccionar, ni siquiera de articular una palabra, la gente

se paraba a su alrededor a observarlos, formando un semicírculo en

torno a ellos.

En ese preciso lugar estaban Mariana y Pedro, sin importarles

quiénes les estaban mirando, tampoco recordaban el motivo de por

qué estaban allí, pero les daba todo igual ya que estaban

experimentando nuevos sentimientos, una sensación muy agradable

que les embargaba el cuerpo, una notable aceleración de sus ritmos

cardiacos, un fuerte cosquilleo en sus estómagos, una felicidad

constante.

Pero este amor les golpeó como una puñalada por la espalda,

inesperada y dolorosa, ya que cuando Pedro quiso romper el

silencio, fue para decir que tendría que partir en una semana a su

nuevo destino: Alicante. Mariana, en un arrebato de amor, decidió

tomar sus propias decisiones y dejar de lado su forma de vida actual

para lanzarse a cumplir sus sueños, para hacer realidad en primera

persona todas aquellas historias románticas en las que otras eran

las protagonistas.

Y así fue cómo dos completos desconocidos, guiados por un

simple papel, estaban besándose bajo el imponente acueducto de

Segovia, planeando su futuro juntos y rodeados de un sinfín de

personas que aplaudían por el emotivo desenlace de la escena que

habían presenciado.

Realmente, las expectativas se habían cumplido: “Al atardecer,

bajo el acueducto, una de las mejores historias amorosas”.

LORENA MÍNGUEZ GÓMEZ

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3.

CUENTO DE UNA MUERTE ANUNCIADA

La angustia le oprimía el pecho, un escalofrío recorrió todo su

cuerpo como un relámpago en la oscuridad de la noche. Cogiendo

una última bocanada de aire emprendió la huida abriéndose paso

entre las estrechas calles de la ciudad.

La carrera llegó a su fin cuando alcanzó la orilla del río, la

naturaleza le impedía su paso.

Y allí estaba, de pie cual estatua fría en un mausoleo; tenía la

tez marmórea y su oscuro ropaje cubría un cuerpo esquelético y

demacrado.

Era su amigo Galindo Bayarte. Se acercó para estrecharle la

mano, pero Galindo, sin pronunciar palabra, señaló un tablero de

ajedrez situado encima de un banco de piedra.

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Enseguida reparó en el revólver ubicado junto a éste, ya

comprendía el juego. Pese a la profunda amistad que les unía, la

codicia y la ansiedad hacia su preciado tesoro podía con todo esto.

El duelo habría comenzado, Bayarte, sin ningún respeto hacia su

compañero comenzó la partida; sólo hicieron falta siete ingeniosos y

audaces movimientos para concederle a Bayarte su necesitada

victoria frente a un adversario aún ignorante ante la situación. El

vencedor cogió la pistola. La única bala que contenía el arma de

fuego fue suficiente para darle muerte con un certero disparo que le

atravesó el corazón.

* * *

Ernesto Lázaro se despertó sobresaltado encima de su cama.

Gotas de sudor resbalaban por su frente y, aunque con una

respiración acelerada y las ideas aún confusas, consiguió darse

cuenta de su espantoso sueño, probablemente consecuencia de la

abundante cena del día anterior. Una vez ya hubo almorzado y

vestido, descendió las escaleras para dirigirse, como de costumbre,

a la taberna situada al final de la calle; allí se reuniría con su

querido y estimado amigo Bayarte y aprovecharía para contarle su

curiosa pesadilla de esa noche, como anécdota graciosa del día, que

rompiera la monotonía de sus conversaciones.

* * *

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Esa misma noche, en una habitación, se distinguía una mesa

iluminada por la poca luz que entraba por la ventana, cubierta

enteramente por papeles y libros de tapa dura, así como pequeños

adornos que daban un toque de color. La estancia tenía las paredes

enteramente empapeladas con un estampado de finas rayas y el

suelo estaba protegido de grandes alfombras que proporcionaban

calidez. En el centro de la habitación, una cama cubierta por

pesadas colchas bordadas y grandes almohadas y cojines ocupaba

la gran parte del limitado espacio de la estancia.

En ella se encontraba Galindo Bayarte con su ansiada compañía:

la señora Mercedes de Lázaro. Pese a la sencillez de su hermosura,

Mercedes destacaba por sus refinados modales y su elegancia sin

igual. Y a pesar de sus creencias religiosas, la libertad que mostraba

hacia la vida le hacía una persona especial y distinta a las demás.

- ¡Te lo he explicado mil veces! – gritaba Mercedes con furia. No

es tan inocente como piensas, si no, no hubiera aceptado

casarme con él.

- ¡Pero si nunca se entera de la misa la media! Ernesto es un

buen hombre, pero sin duda demasiado confiado, además

sigue perdidamente enamorado de ti, y ya sabes que el amor

es ciego- contestaba Bayarte soltándose de entre sus brazos.

- La verdad, yo sigo sin estar segura…

- Podríamos continuar nuestra relación toda la vida sin que él se

enterara- dijo Galindo.

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- Sí, pero…. crees que no hay nadie más que se pueda enterar.

El adulterio está muy mal considerado y se paga con terribles

consecuencias.

- Imposible, hace meses que me he asegurado de ello- replicó

Galindo. Y, ahora, no te preocupes tanto, mujer.

***

Ernesto, sin embargo, acababa de enterarse de la forma más

ingenua e imprevista. Mientras miraba un escaparate de sombreros

y elegía uno para regalarle a su esposa, oyó los comentarios de dos

señoras que hablaban de la relación de su mujer con Bayarte, su

supuesto fiel amigo y compañero. Ese, ese hombre por el que

hubiera dado la vida tiempo atrás. ¡Era el amante de su mujer! ¿Y

ella? Su dulce y perfecta esposa, ella que había aceptado casarse

con él, que la amaba hasta lo más profundo de su alma.

Galindo había ensuciado su nombre, le había humillado e

insultado delante de todos. Ahora comprendía, ahora entendía la

situación, ahora ataba cabos…. Y eso le enfurecía todavía más. De

ahí las reacciones incómodas cuando invitaba a su amigo y se

negaba a asistir, y solo venia tras su insistencia. No lo entendía,

nunca había puesto pegas hasta ahora. Ahora empezaba a tener

sentido.

Recordó su sueño, su horrible pesadilla. Quizá una parte de su

cabeza, su subconsciente, le había intentado avisar de la situación;

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la intuición era la verdad. Pero no podía acabar así; en un golpe de

rabia y cólera decidió ir en medio de la noche, en busca de Bayarte.

***

Avisado por los criados, Bayarte supo de la ira de su amigo.

No podía negarse al duelo.

No duró demasiado. No hubo palabras. En la penumbra de la

noche, los dos hombres se batieron a muerte defendiendo ese

preciado tesoro: el amor de una mujer.

Cargaron las armas, ocuparon sus posiciones. En un golpe de

suerte, Galindo Bayarte logró adelantarse y, con un único disparo,

dio muerte a su amigo. La bala atravesó su corazón y el cuerpo, sin

fuerzas, se estremeció y cayó al suelo.

***

Los carruajes ya estaban preparados con el equipaje. La

situación nunca volvería a ser la misma ni tampoco su relación con

Mercedes. Se despidió de los criados y emprendió la marcha para

siempre.

MARTA GALVE AZNAR