Cuentos - Ignacio Piedrahita

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Literatura

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TERAPIAIgnacio Piedrahita

Publicado en las antologasEl corazn habitado(2010),Seales de ruta(2008) y la revistaOdradek(2004).Cumplir con su trabajo de ao rural no le llamaba la atencin en lo ms mnimo. Si no le haba gustado su carrera durante la facultad, menos le iba a coger cario metiendo las manos en las descuidadas bocas de los campesinos. Adems, no saba nada del campo. Confunda toros con vacas y la enfermaba pensar en la falta de un cine o un lugar decente para comerse un helado. Pero ella quera tener su tarjeta profesional y no le importaba resignarse. Al fin y al cabo se trataba del ltimo esfuerzo antes de demostrar que estaba en capacidad de ejercer.La carretera sin pavimentar, la presentacin en el hospital y el ambiente vetusto de las calles llenas de policas no le dio ningn consuelo. Pero la vida en el pueblo trajo consigo ms que bichos y alimaas. En la primera fiesta se enred con el mdico supernumerario, en la siguiente con el contador del hospital. Y se sorprendi de no haber sentido ningn remordimiento. Le empezaron a gustar las tardes a solas, las parrandas con sus compaeros sin la presencia del genio maldito de su novio, y hasta encontr cierto morbo placentero en las noches de balacera en la montaa. Y, por supuesto, se dej seducir por la cantidad de dinero que se iba acumulando en la cuenta del banco, mientras los gastos pueblerinos apenas le rasguaban el sueldo.Comenz a caminar desnuda por el patio trasero de su casa en las noches negrsimas sin luna, como echando al abismo nocturno el miedo ancestral a su cuerpo, y al cabo del tiempo comenz a darse baos de luna llena, haciendo de su piel un abrevadero plateado. As, entre los tiempos muertos del paisaje, la soledad convertida en autonoma y el descubrimiento de secretos placeres, creci en ella la idea de que no haba vivido lo suficiente como para meterse en el lo del matrimonio que la esperaba a su regreso.En la ciudad, por el contrario, esos planes se iban afinando. Su novio de toda la vida, que desde jovencito andaba con el cabello largo, botas negras de platina y un bajo elctrico terciado, se haba dejado trasformar por la ilusin de formar un hogar. Y la familia de ella, al tanto de semejante cambio, torn en apoyo incondicional la desconfianza que antes le guardaba. La promesa que l le haba hecho de tiempo atrs, y que usaban cuando queran asustar a los padres, fue tomada en adelante como un destino de ensueo. Pensado en la holgura econmica con que ella volvera, y contando con la decisin del novio redimido, padres y yerno se entregaron a prepararlo todo.Con el paso de los meses ella fue madurando la idea de que era el momento de sacarse de encima los compromisos con nadie, por primera vez en su vida. Si haba logrado hacerlo en el pueblo, por qu no poda en la ciudad? Al suceder de las quincenas crey reunir la fuerza suficiente para mandar al diablo el matrimonio que la aguardaba. Y pens que en vez de dar la primera cuota para una casa en compaa, los primeros millones los debera invertir en el par de senos que siempre haba querido para que su hermosa nalga tuviera el complemento perfecto.As sera, pues, se dijo. Y a vuelo de pjaro se fue ese ao en el campo. Con su espritu remozado entre las maletas lleg de nuevo a la ciudad. Los padres la recibieron y la llevaron a casa como una invlida a la que sienten el deber de ayudar a dar un ltimo paso. Ella se dej llevar y, con inusitada confianza en s misma, se mostr complaciente con todos. Esa misma noche le hizo el amor a su novio como nunca y contemporiz con los padres con la suficiencia de quien sabe que el destino depende sus actos, y que aplazarlos no es ms que una muestra ms de ese poder.Era el momento de romper con todos y largarse. O conceder, por supuesto. Pero nada sala de sus entraas que les hiciera saber a sus padres y a su novio que ella ya era otra. Pasaba el tiempo y no tomaba cartas en el asunto y, como un manantial de invierno, se fue escurriendo con los clidos das sin que tomara la decisin de enfrentarlos, como si le bastara con saber que estaba en capacidad de dar un vuelco a su vida en cualquier momento, y no fuera necesario llevar todo eso al escabroso terreno de la prctica. Mientras los preparativos se hacan ms acuciosos, ella buscaba en vano una seal que le marcara la pauta, pero los puntos de referencia que haban desencadenado en ella las ganas de libertad parecan haber desaparecido. No estaban los cantos de los pjaros, ni el inmenso solar de la casa de campo, y menos las carreras de balas en las noches azules. Al contrario, el espacio de su habitacin, tan extrao a esos corredores largos donde se quitaba las ropas para dar de comer desnuda a una mula extraviada y juguetona que sola acercarse a su casa al atardecer, la iba menguando en su entusiasmo. Sinti que volva al estado anterior de su vida, apabullada por el huracn de su familia ilusionada con los arreglos de la boda. Si tan solo contara con un guio de su recuerdo que le diera fuerza, pensaba, pero nada, nada.Un buen da amaneci con su capacidad de decisin en el punto ms alto. Se arregl temprano y les habl claro a sus padres mientras desayunaban para irse al trabajo. Se tom largo rato en expresarlo todo, mientras ellos miraban el reloj alternativamente, y asentan, limpindose con la servilleta y arrugndola. Cuando termin, ellos se levantaron de la mesa como si hubieran considerado la posibilidad de semejante revuelo desde tiempo atrs. A ella se le atragantaron las palabras para replicar. Su novio, que del muchacho rebelde slo conservaba el cabello largo, trataba de ilusionarla con las misma palabras que la haba seducido de adolescente. Y al final, cuando ella quiso despotricar de todos en una reunin familiar, se vio como un pescado chapaleando en una charca extinta, y sin ayuda de nadie entendi que no haba nada por hacer.Ellos lo tomaron como una manifestacin normal de los nervios y brindaron con el vaso en alto por el compromiso, ignorantes de que en la vida una cuerda que se pulsa sigue sonando eternamente. Con un brindis de copas arrogante esparcieron en ella algo imperceptible, como una vocecita, que la constancia implacable del universo convertira en una tristeza honda. Ella concedi, se entreg sin fuerzas mientras elaboraba de nuevo su recuerdo. O simplemente se olvidaba de sus planes. Con ellos hizo una especie de leyenda. Compuso aqu y peg all, y pens que era cuestin de pasar a otra etapa de su vida. Y como algo tena que sobrevivir de todo aquello, fue el proyecto de las prtesis lo que la vino a llenar de nuevo. La fecha de la boda se corri para dar lugar a la visita al cirujano plstico y as todos parecieron quedar contentos.Mirarse sus pechos a solas, su perfil atildado por unos pezones que en vez de perder sensibilidad haban ganado, y sentir el movimiento ondeante de su peso adicional le sirvi para echar la ltima tierra sobre sus secretos deseos. Durante la confeccin de su vestido de novia, el espejo le devolva su imagen voluptuosa y acaso le permita al sastre ms de una confianza al tomarle las medidas del busto. Dejaba entreabierta la puerta del vestier y gozaba infinito con el temple del sostn y el magnfico relieve de su escote.Ms all de la boda, que se llev a cabo sin inconvenientes mayores, ella sinti que era el momento de concebir en pareja sus proyectos. Encontr sentido a las metas propuestas por l, y hasta empez a medir la proporcin de lo que pudiera llegar a cumplirse. Tuvieron, no dijrase todo, pero s gran parte de su futuro trazado bajo un ntimo diseo econmico. En el caso del negocio de comidas rpidas, la idea fue de l. Aunque la plata la puso ella.Las cosas parecan funcionar, despus de todo. Ambos servan las meriendas mexicanas haciendo gala de una callada concentracin. Un negocio como aqullos conceda poco tiempo para rumiar ilusiones o recuerdos, y daba tambin muy poco espacio, pues apenas se lograban mover en los tres metros cuadrados del local. Ella pona su mano sobre la cintura de l cuando iba a abrir el refrigerador, l esperaba a que pasara del otro lado para accionar la caja registradora. La inversin inicial se salv en corto tiempo, e incluso comenzaron a vender derechos por el nombre y las recetas. A ella le fue extraamente satisfactorio ver que esos pequeos detalles, logrados al principio con las uas y al azar, se haban convertido en una especie de conos por los que ahora se podan dar el lujo de cobrar.Cuando la noche estaba escasa de clientes, aunque eran las menos, aprovechaban el poco espacio detrs de la barra para besarse brevemente. Del mismo modo se comportaban en casa, en la cama, como si un cliente inoportuno estuviera a punto de llegar y pudiera tomarlos por sorpresa. Nunca se detuvieron ante lo ms elemental de la noche tras la cada diaria de la persiana metlica. Advertan acaso que era sbado porque en la calle haba una notable cantidad de gente, o que era lunes o martes porque solo se oa el zumbido de los transformadores elctricos. No se les ocurra echar a perder un minuto cualquiera, ni mucho menos pensar en irse a tomar un trago en un bar. A esa hora, l ya pensaba en madrugar a comprar los chiles en el mercado, y ella en lo mucho que haba aplazado la hora de irse a la cama.Pero a los jvenes que llegaron trastornados por la derrota de su equipo, aquella historia les tena sin cuidado. El licor antes de la comida les haba revuelto la cabeza y les entregaba un delicioso vrtigo a cada cucharada de chile picante. Gozaban compitiendo quin se coma el aj ms bravo o el pique ms toreado, mientras insultaban a los jugadores de su propio equipo.l, con su cabello rubio trenzado sobre la espalda, le sirvi a cada uno lo suyo. Ella les alcanz las gaseosas y ellos le miraron con avidez sus senos bien confeccionados. Mientras tanto, en el lado desocupado de la corta barra trataban de acomodarse los clientes recin llegados. La gente necesitaba el espacio pero ellos seguan tragndose chiles vivos y vaciando tragos de aguardiente. De hecho, no les hizo ninguna gracia el valor que l reuni para hablarles con autoridad, y entonces apelaron a un insulto de los que tiraban a la cancha cuando sala alguien de cabello largo. Desde haca tiempo no haba golpeado a nadie, pero se lo dijeron tantas veces que le hicieron apretar el puo y descargarlo sobre una de las bocas ya trmulas a causa del pique. Ellos se pusieron en guardia sin demora. l salt la barra y los enfrent, pero los chicos eran cuatro y ellos apenas dos. Y aunque ella hubiera logrado morder a ms de uno, la pelea era a todas luces desigual.La gente gritaba su desconcierto, pero se limitaba a salvar su comida de un porrazo equivocado. Entonces fue cuando ella tom el cuchillo con que tasajeaban la carne despus de sangrar sus jugos en el horno. Un cuchillo especialmente afilado y largo como una espada, que cortaba la fibra como si en su materia se estremecieran rabiosos los iones del acero.El ms joven de los cuatro, al ver que se le iba encima con decisin, salt a la acera y esquiv algunos lances que no lo alcanzaron por simple inexperiencia. No poda asegurar el muchacho que en sus ojos haban muchas iras juntas, pero intuy que no dudara en pasarlo de lado a lado. Ella saba que una sola de esas iras le servira de justificacin para acometerlo: la ira contra ella misma. En las lgrimas que le nublaban la vista estaban mezclados el egosmo de sus allegados con sus propias concesiones. Debieron pasar por su cabeza muchas imgenes, que bien podan ser de los senderos del pueblo, las tardes largas en las que se atrevi a medir por primera vez el ritmo de su propia respiracin, aquellos amores furtivos en los que haba descubierto los estrpitos del placer; las imgenes recobradas de una vida que haba estado al alcance de su mano.El jovencito, indigesto de queso y frjoles refritos y alucinado por el jalapeo, hua calle abajo a tropezones. Otros corran tras ella intentando detener su furia; pero eran muchas las justificaciones para hundir la hoja del cuchillo en ese annimo necio que imploraba perdn. Incluso, no eran esas voces annimas que le rogaban prudencia, las mismas que haban estado prestas a imponerle un destino diferente al que ella conceba en su intimidad? Acaso no era se el instante para tomar la primera decisin sobre sus actos y asumir sus consecuencias?En esa breve conjugacin de lgrimas vislumbr claramente lo que haba dejado para despus. Supo que an viva la alucinacin de algo que ella llamaba su propia vida, y que otros haban nombrado como imposible. Supo que le haban pintado una realidad acosadora y traicionera y se haba dejado convencer con el argumento de que las imgenes de s misma eran ilusiones sin fundamento. La convencieron de que no haba ms eleccin que lo correcto, y de que tanto sueo de pueblo la haba trastornado.En medio de aquella carrera de furia, como una cinta poderosa, vio pasar el deslinde de s misma, el mismo al que ella haba cerrado los ojos. Vio cmo se haba desatado de manera furtiva en su alma la qumica de la tristeza. Vio cmo haba empezado su letargo general, ganas de hacer nada, de dormir el da y la noche, y cmo haba seguido con el anhelo del olvido total, la ausencia del cuerpo, la no perturbacin de las cosas, las intenciones efmeras y escasas, las vueltas y revueltas, las ruedas del pensamiento que patinan en un lodo espeso, las repeticiones interiores, la imposibilidad de dejar atrs los minutos... el tiempo, que se presentaba rodendolo todo, parte de todo, y todo en s mismo. Y record al mdico, como cualquiera que es indiferente a los equvocos humanos, quien le prescribi droga para el sueo y la ansiedad; para que calmara la angustia que da el revolverse uno por dentro y no tener control sobre nada; el malestar incurable donde cualquier cosa y a la vez nada trasciende. Y las pastillas que tomaron el control de la vigilia y del sueo, que nivelaron por lo bajo sus impulsos y dieron tranquilidad al pnico, que se le haba vuelto incontrolable mientras intentaba rendir en el negocio. Y record cmo en caso de recadas, una dosis ms alta la devolva al trabajo sin demora, a su vida normal, cuando su actividad era apenas superior a la de un zombi. Record la manera en que se haba refugiado en el trabajo, en el sacrificio por futuros hijos o parientes, en dejar a un lado su vida y darla por otros, o mejor, de moldear la de otros a su imagen y semejanza, como haban hecho de ella. Record la manera en que todo le pareci entonces trivial y la nada se convirti en un insuperable vrtice que se iba tragando su tiempo. Vio cmo la nueva realidad de las pldoras le haba hecho el favor de quitarle de encima la ingenuidad, de mirar con cinismo su pasado. Y cmo haba llegado a pensar que poda vislumbrar la parodia desconocida de la vida, oculta para aquellos que gastaban mucho en elaborar fantasas de s mismos.Al tropezar sus piernas rebeldes, el muchacho se le puso de cuerpo entero contra el cap de un carro estacionado. La pelcula ces al instante y ella advirti entonces que el cuchillo le pesaba como un fierro macizo y que entrara dcil en cualquier punto a que atinara, como atravesando el aire blando. Alcanz a ver la sangre del color del granate a punto de brotar mientras sostena el filo de su ira en lo alto de la noche. El muchacho estaba lvido y se agitaba como un pajarillo, mientras a empellones entraba y sala el aire de sus frgiles pulmones. Mientras tanto, el cuerpo de ella se sacuda como si se sostuviera en un orgasmo tremendo, suspendida por los firmes brazos de algn comensal que se atrevi a detener el peso fatal de su voluntad.Estaba completamente extraviada, hasta que la llevaron de nuevo al negocio y l le dio un abrazo. Los del problema se esfumaron y la tensin se disolvi en el aire. Los testigos del lo se fueron marchando y los recin llegados ordenaron su comida. Ella se sent en una silla apartada en la trastienda y las lgrimas le empezaron a brotar como por una llave abierta. Al rato, cuando sus ojos recobraron claridad pudo ver el reflejo de s misma en el costado del refrigerador. Se llev la mano al rostro y sinti su piel fra pero renovada. Sinti el aire entrar libremente en sus pulmones como si estuviera saliendo de un profundo clico. Poda sentir cada parte de su cuerpo, los colores y las formas recobraron el sentido para sus ojos. Estaba frente a una nueva claridad. Sus pupilas no se detuvieron en el mostrador del local sino que siguieron ms all de los cables de la luz, ms all del recuerdo, para instalarse en el dosel intacto de las nubes lejanas.

DURANTE MI TRABAJO COMO CENSOR

Del libro La caligrafa del basilisco (1999). Publicado en la revista peruana Hueso Hmero (2004).El enfermero tronch la clavcula derecha y la atraves con un corte transversal hacia la traquea, luego hizo lo mismo con la otra clavcula hasta formar una escotadura en el torso desnudo. El mdico se aproxim con otro cuchillo igualmente descomunal y, partiendo desde el centro del pecho, raj a lo largo el esternn, con cuidado de no pasarse y pinchar los intestinos. Ambos miraron el torso hendido no con poco esfuerzo y me pidieron que colaborara escribiendo la identificacin de las lesiones. Mientras dudaba, lleg la enfermera y tom el lpiz y la tabla de apuntes. Entonces me dijo el mdico: Sabe qu, ms bien encrguese de espantar a los gallinazos que se acerquen demasiado. La carne expuesta de la muerta se flore en los bordes hendidos y dej ver los estratos magros de la piel. Las primeras gotas de sudor se asomaron bajo los gorros de los expertos; no muy desacostumbrados, les llev un par de tajos a cada uno en entender la fuerza con que deba ser acometido el examen. El enfermero, su ceo contrado y los antebrazos inyectados de sangre, meti los dedos entre ambos grupos de costillas y los desgarr hacia los costados para dejar su interior al descubierto.Estaba tendido en el catre con apenas una sbana encima. Tena las piernas separadas para combatir el calor y miraba en la penumbra el movimiento de la tela blanca al ritmo del ventilador, cuando tocaron la puerta a puetazos. Esper, aunque en vano, a que el mdico contestara, al fin y al cabo era su casa. Me levant en un par de saltos y pregunt quin era, la respuesta fue otra tanda de azotes a la lata de la puerta que no callaron hasta que baj a abrir. El portero del hospital, con un radio y una escopeta terciados a los lados de su barriga rotunda, pregunt por el mdico. Entr a su habitacin y lo despert: Mdico, lo necesitan abajo. El portero le habl en voz tan baja que se confundi con el murmullo del tropel de gente que se amontonaba en el hospital, justo enfrente de la casa. Subi, se visti rpido y como si adivinara que lo miraba por entre el hierro del pasamanos, me dijo: Oiga, quiere ver cmo se abre un muerto?. Dej la puerta abierta y empez a caminar en direccin al hospital. Baj corriendo y le alcanc de un grito: Qu me pongo?. Nada, respondi. Retrocedi un par de pasos y me dijo, Entre por el parqueadero de las ambulancias como por su casa y espere al fondo junto a la cocina, la polica ya bloque la puerta principal y no lo van a dejar pasar.Mucha sangre se le haba ido toda por las heridas de pual, su interior estaba bastante limpio y se poda ver cada una de las partes que le daban vida hasta hace un par de horas. Pude distinguir cada vscera aun sin tener idea de sus nombres mientras el mdico la palpaba en desorden antes de comenzar la pesquisa. Levantaba una parte, la forzaba hacia afuera y luego, al soltarla, ella retornaba con elasticidad a su lugar original. Los pulmones estaban intactos pero se vean pequeas manchas negras de forma irregular cubriendo la superficie. Mire, acrquese; es posible que fumara mucho pero tambin puede ser el resultado de aos en una cocina con fogn de lea. Me entraron ganas de meter la mano y probar la consistencia de ese curioso orden de entraas y sus formas, me hacan falta los guantes. De hecho, haba salido de la casa del mdico con la misma pantaloneta amarilla con que dorma, una camiseta y un par de zapatillas sin medias.Di pasos de un lado a otro frente puerta trasera incapaz de abrir la cerradura. Haba atravesado sin mirar la entrada del parqueadero y me encontraba en la penumbra cuando el portero sali de entre las ambulancias. Esperaba que supiera por qu estaba all y l esperaba que me identificara antes de abrir. Nos miramos de frente y le dije mi nombre al ver que posaba una mano en la escopeta, estaba sudando y senta el vapor hmedo entre los dedos de los pies. Inmediatamente recobr su peso normal, que le hal la boca y le dobl las comisuras hacia arriba; le volvi a subir volumen al radio y me salud. Antes de cualquier ademn que indicara que iba a abrir la puerta, plant ante m su figura slida y me pregunt por el censo, Yo estoy contado o todava no?, dijo, y yo lo segu, Ha sentido algo raro en estos das?. Pues ya ve que me apareci una muesca en la oreja, brome al inclinarse para abrir sosteniendo la escopeta por detrs.El mdico pas los dedos por cada rgano, alisando los pliegues de las paredes para ver si se encontraban en buen estado o si haban sido alcanzados por el filo de su amante adolescente. El mdico, ayudado por el enfermero a deslindar los rganos que no estaban a la vista, realiz un anlisis de cada uno identificando los eventuales tajos de la hoja metlica que se le haba interpuesto entre la juventud y la madurez. El especialista prosigui con el tanteo de las glndulas, la palpacin de las venas y arterias, meti los dedos en cavidades y revis con curiosidad cada corteza. El enfermero disecaba con el bistur y la enfermera copiaba la descripcin del mdico al tiempo que las gotas de sangre chisgueteaban contra la baldosa del patio, insuflando en el espacio un vaho ms de su olor a metal oxidado.Una vez dentro del hospital, di vueltas sin rumbo entre el escaso personal de turno hasta que identifiqu un cuarto iluminado de donde salan a menudo el mdico y el enfermero. Los segu hasta la puerta de una habitacin iluminada aneja a la entrada principal; del otro lado se filtraba el vocero apagado del pueblo entero. Estaba tendida boca arriba en una camilla, desgreada, desnuda excepto por su sexo. Una diminuta pieza de ropa interior, negra ya de sangre seca, cubra su abultada pelambre de campesina. Tena las tetas cadas hacia los lados, exanges, pero se vea que, aunque fea, haba tenido unos muslos bien hechos, que mal utilizados haban de ser suficientes para llevarla a tal destino. Me encontraba contemplando a la muerta aferrado a las jambas de la entrada, cuando entr el enfermero y empuj la camilla a travs del corredor. Lo segu hasta que la dej en la parte trasera del edificio, donde el mdico forcejeaba con un segundo par de guantes de plstico. El enfermero se ausent de nuevo y qued otra vez a solas con el cadver, a espaldas del mdico, lo cual fue suficiente para salvar la ltima distancia fsica que nos separaba. La camilla qued en la parte embaldosada del patio, la nica con techo, mientras un par de pasos hacia afuera se abra un jardn pequeo cercado por un seto de enredadera. Por qu no nos ayuda a escribir?, me dijo el mdico mientras le reciba al enfermero el cuchillo fenomenal. Me demor para contestar y en ese momento lleg la enfermera, quien tom el lpiz y el formulario.Mejor aydenos a espantar los gallinazos que aterricen por aqu, dijo entonces el mdico, como si le inquietara mi presencia intil. Me dispuse a armarme con un cabo de escoba cuando intervino el enfermero, Cules gallinazos, mdico. Eso es cuando subimos los cadveres podridos que bajan por el ro. Sabe qu, encrguese de mandar a dormir a esos nios que estn asomados por la mata del patio.La luz que alumbraba a la muerta y los que nos encontrbamos all me cegaba los supuestos ojos saltones que fisgoneaban en la penumbra. Di tres palmadas mirando hacia la oscurana y les orden que se fueran a casa sin saber a quin hablaba. Me volv, misin cumplida, y segu con la inspeccin de la necropsia. Fueron ocho lesiones mortales que de suerte para nosotros no tocaron los intestinos, porque de ser as el olor habra sido insoportable. El inventario de las heridas mostraba que se haba desangrado de inmediato a raz de los mandobles contundentes propinados por su desengaado amante.Se revis el formulario con la descripcin intestina de la mujer, se reacomodaron de alguna manera aquellos rganos cuyas uniones se haban tenido que cortar con el escalpelo y se dispuso la cerrada del cadver. Para esto, el mdico desenfund una aguja del tamao de una lezna de talabartero y comenz con una muesca en la parte baja de vientre. El enfermero y la enfermera presionaban de los costados para mantener unidas las secciones de la piel de tal manera que no se aflojaran los puntos ya rematados.Dos familiares de la muerta descargaron el atad en el corredor y entregaron un vestido nuevo. Se trataba de un traje blanco con encajes, propio de una procesin de semana santa, con sus respectivos zapatos acharolados y un par de medias de pasamanera ordinaria. El enfermero lo extendi sobre una mesa mientras los otros lavaban los cogulos con una manguera. Me hice a un lado para que no me salpicara mucha aguasangre y aprovech para recostarme contra la pared. Me encontraba cansado, la cosida haba tardado ms de una hora debido a la dificultad de insertar la aguja en una piel que haba adquirido la consistencia del caucho.La enfermera la limpi por fuera y le dio vuelta para secar los posos de sangre que encharcaban su espalda. El enfermero tom de nuevo el vestido y al desenvolverse cay al suelo la ropa interior funeraria. El hombre recogi el calzn azul de tafetn y lo sostuvo en lo alto tomndolo por los tirantes: Qu diablos es esto?, Un vestido de bao?. Luego se dirigi a la enfermera y se lo entreg, Pngaselo usted que yo soy bueno es para desvestir.Vestimos entre todos el cuerpo que ya empezaba a maloler por las punzadas que accidentalmente haban tocado el intestino al momento de cerrarla. La alzamos de los brazos y se nos escurri por atrs, la sostuvimos de las piernas y se le vaci la ltima sangre por la boca. La articulaciones parecan haberse hecho polvo y sus extremidades simulaban colgar dentro del forro de la piel. Le tapamos las dos heridas que haban alcanzado la espalda con tiras de cinta de embalar y le encajamos el vestido a la fuerza antes de dar fondo con ella en el cofre. La familia la sac a hombros y como un fierro magntico se llev detrs a la multitud, incluido el homicida y los agentes que lo sostenan para que el alcohol no diera con su cuerpo en el piso. El mdico y el enfermero se metieron desnudos en el chorro de agua fra del patio, yo me desped y me tir de nuevo en la cama con la misma ropa, a rumiar un rato la nueva coleccin de imgenes que tena en la cabeza. Aun haba que reducir en uno el nmero de personas en el pueblo.