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Cuentos Hipnóticos Fernando Bonsembiante ([email protected] ) Importante: Estos cuentos están escritos para ser escuchados, no para ser leídos visualmente. Puede leerlos en voz alta o escuchar a alguien leyéndoselos. Iba caminando, perdido, por el medio de un bosque oscuro. Mientras caminaba podía oir el viento en las hojas de los árboles, el suave sonido de sus propios pasos, era todo tan silencioso que podía escuchar su propia respiración. Si prestaba suficiente atención podía imaginarse que oía también el suave ritmo de los latidos de su corazón. De repente, un nuevo sonido se agregó a la armonía natural que lo rodeaba, unas gotas que caían sobre las hojas, y el chapoteo de sus pies sobre el suelo,. Mientras caminaba las gotas empezaron a sonar más y más fuerte y de repente estaba rodeado por el sonido del agua cayendo. Gotas, algunas con sonido agudo, gotas, otras con sonidos graves, un ritmo rápido como un rock aquí, un ritmo lento como un vals más allá. De repente, los ecos de un trueno explotaron a la distancia. Miró hacia arriba y alcanzó a ver la luz de un relámpago por entre las hojas verdes, iluminando las nubes lejanas con colores brillantes. La luna empezaba a brillar cada vez menos luminosa, y las estrellas estaban totalmente oscurecidas por las formas lejanas de las nubes negras de tormenta. El bosque se convirtió primero en una masa de verde oscuro con blancos chorros de agua colgando de las negras ramas. Enseguida todo pasó a verse como sombras de distintos matices de gris, y le pareció estar dentro de una película en blanco y negro. Forzando la vista, a la distancia alcanzó a ver una chimenea de la cual salían chispas rojas dibujando formas abstractas en el aire. Un humo azul que formaba espirales desde una chimena blanca le mostró el lugar donde se podía ver una casita gris, la que le hizo sentir nuevamente una cálida seguridad. Avanzó trabajosamente hacia la casa por el bosque húmedo, con la ropa fría y mojada pegándosele al cuerpo, haciendolo sentir pesado, cada vez más pesado. El piso estaba viscoso y resbaladizo y tenía que hacer grandes esfuerzos para no resbalarse y mantener el equilibrio. El viento ya era una sensación fría y molesta en su cara. Sentía cansancio y hambre, y a medida en que sus pies lo empujaban hacia adelante sentía la urgencia de llegar a un refugio agradable y seco. Ya frente a la puerta, puso su mano sobre la madera rústica, sintiendo la textura del grano y siguiendo las vetas de la madera con la yema de sus dedos. La empujó y no sintió ninguna resistencia, por lo que, ya calmo y tranquilo, totalmente relajado y en seguridad, entró decididamente y con firmeza en la habitación. El aire era cálido, y estaba impregnado de un olor dulzón a vegetales hervidos,

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Cuentos HipnóticosFernando Bonsembiante

([email protected])

Importante: Estos cuentos están escritos para ser escuchados, no para ser leídos visualmente. Puede leerlos en voz alta o escuchar a alguien leyéndoselos.

Iba caminando, perdido, por el medio de un bosque oscuro. Mientras caminaba podía oir el viento en las hojas de los árboles, el suave sonido de sus propios pasos, era todo tan silencioso que podía escuchar su propia respiración. Si prestaba suficiente atención podía imaginarse que oía también el suave ritmo de los latidos de su corazón. De repente, un nuevo sonido se agregó a la armonía natural que lo rodeaba, unas gotas que caían sobre las hojas, y el chapoteo de sus pies sobre el suelo,. Mientras caminaba las gotas empezaron a sonar más y más fuerte y de repente estaba rodeado por el sonido del agua cayendo. Gotas, algunas con sonido agudo, gotas, otras con sonidos graves, un ritmo rápido como un rock aquí, un ritmo lento como un vals más allá. De repente, los ecos de un trueno explotaron a la distancia. Miró hacia arriba y alcanzó a ver la luz de un relámpago por entre las hojas verdes, iluminando las nubes lejanas con colores brillantes. La luna empezaba a brillar cada vez menos luminosa, y las estrellas estaban totalmente oscurecidas por las formas lejanas de las nubes negras de tormenta. El bosque se convirtió primero en una masa de verde oscuro con blancos chorros de agua colgando de las negras ramas. Enseguida todo pasó a verse como sombras de distintos matices de gris, y le pareció estar dentro de una película en blanco y negro. Forzando la vista, a la distancia alcanzó a ver una chimenea de la cual salían chispas rojas dibujando formas abstractas en el aire. Un humo azul que formaba espirales desde una chimena blanca le mostró el lugar donde se podía ver una casita gris, la que le hizo sentir nuevamente una cálida seguridad. Avanzó trabajosamente hacia la casa por el bosque húmedo, con la ropa fría y mojada pegándosele al cuerpo, haciendolo sentir pesado, cada vez más pesado. El piso estaba viscoso y resbaladizo y tenía que hacer grandes esfuerzos para no resbalarse y mantener el equilibrio. El viento ya era una sensación fría y molesta en su cara. Sentía cansancio y hambre, y a medida en que sus pies lo empujaban hacia adelante sentía la urgencia de llegar a un refugio agradable y seco. Ya frente a la puerta, puso su mano sobre la madera rústica, sintiendo la textura del grano y siguiendo las vetas de la madera con la yema de sus dedos. La empujó y no sintió ninguna resistencia, por lo que, ya calmo y tranquilo, totalmente relajado y en seguridad, entró decididamente y con firmeza en la habitación. El aire era cálido, y estaba impregnado de un olor dulzón a vegetales hervidos, probablemente con algo de carne. Un aroma a incienso lo guió hacia una mesa sólida, que daba la impresión de haber soportado el peso del tiempo. Una cálida voz le dio la bienvenida. Sonaba como una persona muy tranquila y segura de si misma, alguien a quien los años lo habían añejado como a un buen vino, un vino rojo y de olor penetrante, como el que ya estaba sirviendo en dos vasos mientras decía: "siéntese y tome algo, la expresión que veo en su cara me suena a que debe estar cansadísimo, además lo veo muy incómodo con esas ropas mojadas y escucho claramente cómo las gotas de agua caen de su ropa al piso. Siéntese frente la cálida y crepitante luminosidad del fuego, mientras ve el silencioso bosque por la ventana y escucha caer la cristalina lluvia afuera;... y sienta esa clama,... y la seguridad... de estar en un lugar amable, cálido y armonioso como es mi hogar. Puede detenerse a oler el rojo vino que acabo de servirle, y beberlo lenta y pausadamente,... en silencio,... silencio interno... la mente se detiene... mientras se relaja para escuchar y aprender, realmente aprender, lo que tengo que decirle. Yo también fui joven una vez, hace mucho tiempo, y tuve un maestro al que yo respetaba mucho y que siempre me hacía sentar fente a él y me hablaba, como ahora yo te estoy hablando a vos:... Y decía:... Una vez fuiste un bebé, pequeño, inocente, vulnerable, sin ningún conocimiento. Todos a tu alrededor hablaban y vos no tenías idea de qué significaban esos sonidos. Todo lo que sabías hacer para llamar la atención de tus padres, cuando tenías

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hambre, sueño o frío, era llorar. Los sonidos que escuchaban eran tan complejos que parecía imposible entenderlos alguna vez, y mucho menos llegar a dominarlos tanto como para hablar por vos mismo y pedir las cosas por su nombre. Pero un día todo empezó a tener sentido, reconociste tu propio nombre, aprendiste que si decías 'papa' o 'mamá' podías llamar la atención de tus padres mucho más fácil que llorando, y los avances fueron tán rápidos que en nada de tiempo podías hacerte entendr sin problemas. Ese conocimiento te acompañó durante todo tu vida, y te fue útil en tantas ocasiones que ya olvidaste lo difícil que parecía al principio, y ahora podés hablar y entender lo que te dicen sin prestarle más atencion que al respirar o al latir de tu corazón. Ahora quisiera que aprendas algo que también te va a servir durante toda tu vida, y es algo a lo que tenés que prestarle tan poca atención como a respirar o a hacer latir tu corazón. Es algo que aprendí de un viejo libro mágico, y que siempre me sirvió para resolver esos problemas que te darían dolor de cabeza de sólo pensarlos, o cosas tan complicadas que nunca puedo terminar de entenderlas. El libro decía que hay cosas que solamente pueden ser entendidas en un sueño, y que la solución sólo puede aparecer en forma casi mágica, al despertarnos después de una noche de sueño profundo, un sueño poblado de personajes y situaciones que nos ayudan a solucionar nuestros problemas. El libro decía que podías preparate a tener seis sueños, en seis noches consecutivas. Los seis sueños van a ser en realidad el mismo sueño. Quizá tengan distintos personajes, distintas situaciones, quizá pasen en distintos lugares, pero en realidad los seis sueños van a ser el mismo sueño. El primero de esos sueños no lo vas a entender, van a pasar demasiadas cosas en ese sueño y va a ser muy complicado. El segundo sueño tampoco lo vas a poder entender, pero muy adentro tuyo vas a saber que las cosas van a empezar a sumarse de tal forma que va a empezar a formarse una comprensión del problema, una comprensión que no vas a poder expresar ni pensar cuando estés despierto, pero que cuando estés dormido y soñando va a empezar a formar la resolución de tu problema. El tercer sueño va a ser más claro, menos confuso. El cuarto sueño ya va a ser más fácil de entender, mucho más claro. Cuando te despiertes del quinto sueño vas a tener esa impresión de tener la solución en la punta de la lengua, ya vas a estar por ver la luz al final del túnel, vas a estar tan cerca de resolver el problema que casi vas a poder tocar la solución... El sexto sueño va a ser mágico... El significado de los seis sueños va a salir a la superficie como una burbuja que explota en el agua, vas a sentir la seguridad de ver claramente y con armonía la solución al problema, que ya no va a ser más un problema, sino que va a ser una solución, una nueva oportunidad de aprender y crecer. Y vas a notar cómo tu vida va a ser más agradable y completa después de estos seis sueños mágicos.

Eso es lo que me enseñaba mi maestro, y siempre me dio resultado, ni siquiera tenía que acordarme de empezar a soñar, me pasaba que cada tanto, cuando lo necesitaba, me despertaba con la solución a un problema aunque a veces ni siquiera sabía que tenía un problema, sólo esa sensación de tristeza o de ansiedad que indican que algo anda mal, algo que puede solucionarse o mejorarse.... Siempre me acordé con gratitud de mi maestro que me ayudó a vivir una vida más digna de ser vivida. Y así terminó de escuchar el relato del viejo, y entonces se fue, ya seco y confortable, nuevamente a su casa, haciéndose la promesa de volver a visitar al viejo en la casita del bosque cada tanto para aprender cosas nuevas. Sabiendo que había aprendido algo importante salió caminando por el bosque, lentamente, pensando en sus cosas, y volvió a su casa sintiéndose maravillosamente bien..

El mar era su casa. Ya no podía recordar la primera vez que se había subido a un barco. Le gustaba navegar, esa soledad que muchos no entendían. Pero jamás se está solo en el mar. Algo con lo que siempre se puede contar es con ese murmullo del mar, el sonido de las olas que jamás se calla. Uno aprende primero a ignorar ese sonido, y luego aprende a amarlo. Muchos lo llamarían ruido, las olas golpeando entre sí, el sonido del mar contra el

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barco, gotas que saltan y caen nuevamente con un murmullo infinito. Ese murmullo aparentemente no tiene sentido, pero con el tiempo se aprende la verdad. Uno está rodeado de voces, voces que te hablan, que te llevan a la calma, a la tranquilidad, voces, una voz que te habla directamente, y escuchás al mar y entendés, entendés que un ser más antiguo que cualquier ser que conozcas o haya sobre la tierra te está hablando. Y ese ser te dice que aprendas a valorar esa calma, esa tranquilidad, esa paz interior, y que aprendas a escuchar las otras voces que te rodean, prestar atención, aprender, realmente aprender, del sonido del viento sobre las olas, del sonido de las gaviotas, del sonido del barco, la sinfonía de sonidos que siempre nos acompañan pero nunca les llegamos a prestar atención. Si sólo por un momento pudiéramos detener la mente, y escuchar, realmente escuchar, oiríamos esa voz dentro nuestro que nos habla con una sabiduría que ya está casi olvidada. Es una voz que nos habla desde el infinito, en el mar es fácil, muy fácil llegar al infinito, escuchando las olas, escuchando esas gotas de agua que caen, forman una espuma blanca, que ves ir y venir por el azul verdoso del mar, ese azul verdoso que se hace azul celeste mucho más allá, adelante, en el horizonte, esa línea recta que está, justamente, en el infinito, una línea que divide el azul celestial del azul profundo del mar, esa línea con manchas blancas, nubes, con formas caprichosas, pero, que igual que el mar, esas formas blancas y grises, lejanas, también tienen algo que mostrarnos.  Así, mirando el horizonte lejano, mirando esas formas, recordaba, veía con el ojo de la mente un tiempo pasado, lejano en el tiempo como en el espacio, veía el mar, veía unos acantilados, veía una casa, veía un fuego dentro de la casa, veía esas formas que dibujaban las llamas, como un animal vivo, devorando la madera, llamas rojas, algunas azules, chispas saltando y girando por el aire, dibujando formas, espirales, líneas rectas, las sombras de la casa bailando a su alrededor, recordaba, iluminado sólo por ese fuego, esa luz danzante, una luz que iba y venía como el mar. Recordaba el blanco amarillento y viejo de un libro, se veía a si mismo girando las páginas, contemplando los grabados de color negro y pintados con infinitas líneas finísimas, recordaba el libro claramente, la textura del papel en sus manos, el olor ligeramente húmedo, con algo de polvo, el peso del libro en sobre sus piernas, esa sensación de calma, de seguridad, el peso de su propio cuerpo, el calor del hogar, el suave aroma a humo, la tranquilidad que sentía mientras tenía ese libro en las manos, la seguridad, la calma, la felicidad. Recordaba que el libro trataba sobre un explorador, alguien que recorría infatigablemente el mundo buscando, sin cansarse, sin dejarse llevar por el abandono, alguien con el peso de una misión sobre sus hombros, alguien con la fuerza necesaria para empujar cualquier obstáculo que impidiera su camino. Recordaba especialmente un capítulo, donde el explorador había sido arrastrado por las circuntancias a un lugar perdido, olvidado, sentía la soledad y el infinito cansancio de su viaje sin fin. En esa incómoda situación en la que se encontraba, había conocido a una persona que le hacía sentir bien, que le ayudaba a levantar de sus hombros buena parte del peso de su viaje. Esa persona podía sentir adentro suyo, sin dudas, que el explorador estaba buscando algo, algo que el mismo no conocía, que ni siquiera sabía que estaba buscando. El verdadero problema que le hacía sentir esa fría incomodidad era otro. Había notado que, en sus sueños, el explorador se agitaba, se movía como peleando con algo invisible, algo se agitaba adentro suyo, algo que no sabía cómo controlar. Esta persona, con la sabiduría que sólo pueden tener los verdaderos puros de espíritu, le había enseñado algo. Muchas veces, cuando el explorador estaba como ausente, pensando en algo que le incomodaba demasiado como para pedir ayuda, había visto que sus ojos miraban al infinito. Una vez le preguntó qué veía cuando miraba al infinito, y el explorador le contó qué era eso que veía y le preocupaba tanto. Entonces le dijo que seguramente esa imagen estaba demasiado cerca, demasiado presente, le dijo que, con la mano de su mente, empuje esa imagen hacia atrás hasta que su tamaño sea manejable. Si bien al principio le costaba entender qué significaba eso, probando descubrió que si realmente, literalmente, empujaba esa imagen hacia atrás podía darle un tamaño manejable, hasta sentirse cómodo con esa imagen y podía dejarla en un lugar que le permitía ver ese problema con claridad. A veces esa imagen tenía sonido, y también descubrió que podía hacer lo mismo con esos sonidos, bajarles el

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volúmen hasta que se convirtiesen en un murmullo tranquilizador, o reemplazarlos por el murmullo del mar, o agregarle palabras que le hacían sentir mejor, más cómodo y más seguro. También descubrió que a veces estaba tan metido en esa imagen de sus problemas que no podía verse a si mismo solucionarlos, y, simplemente, debía dar un paso hasta pararse atrás de si mismo, y verse a sí mismo en esa situación molesta, desde afuera, desde arriba, o desde atrás, más lejos o más cerca, y así podía tener una nueva perspectiva sobre su problema.

No recordaba cuál era el problema del explorador, aunque recordaba el libro con exactitud, también recordaba la casa donde lo había leído, sobre esos acantilados, frente al mar, un mar igual al que ahora enfrentaba en su barco, todos los días, como hoy, que miraba el horizonte y recordaba, mientras oía el ruido del mar y las olas, y recordando podía sentirse maravillosamente bien, despierto y alerta nuevamente, llevándose esa calma y esa paz y esos aprendizajes, adonde fuera que realmente los necesitara.  

Siempre le pasaba lo mismo. Cuando se aburría se ponía a soñar. No podía controlarlo. Como si algo o alguien muy dentro suyo no pudiese quedarse quieto, como si su mente no pudiese descansar, como si no pudiera relajarse, realmente relajarse, algo le impedía quedarse simplemente en blanco cuando, por ejemplo, viajaba en tren, esperaba un colectivo, o estaba en un ascensor. Por ejemplo, el otro día había salido de una reunión pesada, muy pesada, en un edificio alto, de 25 pisos. El estaba justamente en el piso más alto, y volvió al ascensor, y lo tomó solo, el ascensor estaba vacío. Lo único que había por hacer era mirar los números de los pisos. Era un panel que estaba arriba, a su izquierda. Los números eran rojos, gigantes, muy visibles, era imposible no verlos, ahora estaban marcando el número 25, un número 25 enorme y rojo. El ascensor empezó a bajar, lenta-mente, pausada-mente, lánguida-mente. Era imposible no sentir que la mente empieza a flotar, la atención se fija en los números, 24, 23, 22, y la mente se detiene, el mundo exterior es demasiado aburrido, 21, 20, la atención se enfoca hacia adentro, 19, 18, empiezas a flotar, simplemente flotar, 17, 16, te dejas llevar, 15, como esa vez que lo llevaron a un viaje largo en auto, 14, contando los postes que pasaban, 13, 12, nada que hacer, sólo dejarse llevar, 11, se imaginaba que flotaba, el cuerpo no pesa, 10, 9, y es fácil flotar, volar, como en un sueño, 8, 7, lentamente, tranquilamente, pausadamente, 6, 5, 4, las paredes del ascensor desaparecen, se funden, 3, 2, y estás rodeado de un color azul celeste, 1, 0, el ascensor se abre y no estás en el nivel del suelo, estás rodeado de azul, rodeado de cielo. Abajo tuyo, a lo lejos, ves una gran cantidad de algodón, blanco, suave, silencioso,... son nubes. Bajas suavemente, con total calma y seguridad hacia esa gran cama gigante, como cuando eras chico y querías dormir en la cama de tus padres, blanca, grande, suave, cálida y silenciosa, una cama del tamaño de una ciudad, ves como vas bajando sobre esas sábanas blancas y arrugadas, y sientes esa paz, y flotas, sólo flotas sobre esa gran sábana blanca. Te asomas por un agujero entre dos nubes y ves, allí abajo, muy lejos, en el suelo, una escena conocida. Un momento feliz, de alegría, seguridad y confianza, una escena de cuando eras muy chico, lo ves cada vez con más detalles, como si te acercaras. Puedes oír las voces, los sonidos, todo se torna tan real que puedes estar ahí, y sentir, sentir realmente sentir esa sensación de calma, seguridad, paz, saber que todo está bien y puede seguir así para siempre. Y llevándote esa sensación hacia las nubes nuevamente, puedes seguir espiando hacia abajo, hacia otro momento, que también pasó hace mucho, mucho tiempo, pero que de alguna manera todavía te persigue, un momento en que no había tanta felicidad, una vez que te dijeron que te portaste mal, que te castigaron, aunque ahora sabes que un chico nunca puede hacer algo tan terrible que no se pueda olvidar, ahora puedes ver por otro agujero de otra nube, mirar, desde arriba, desde lejos, todavía teniendo ese sentimiento del recuerdo feliz, ver esa imagen que antes traía des-confort, y darse cuenta, realmente darse cuenta, de que lo que a un chico le parece algo importante, visto ahora, desde arriba, con ese sentimiento de

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felicidad, no tiene ya más poder sobre nosotros, nosotros somos dueños de ese recuerdo, y ya será sólo un recuerdo gracioso, tonto, algo para contar a los demás y reírse, incluso es tan fácil verlo como si estuviésemos en el cine, ver ese recuerdo lejano desde arriba, verlo de principio a fin, y cuando llegamos al fin, volver la película hacia atrás, en reversa, todo se mueve al revés, de fin a principio, rápido, cada vez más rápido, hasta que no quede nada que nos haga sentir des-conformes.

Así soñaba cada vez que estaba en un ascensor, esperando un colectivo, o viajando, y era raro, esos sueños le hacían sentir una calma, una tranquilidad, salía sintiéndose maravillosamente bien, relajado y listo para la acción.

Iba caminando solo por la playa. Era temprano, muy temprano, recién empezaba a verse algo de luz, el sol todavía no había salido. En la penumbra, caminaba, y sentía la suave arena mojada bajo sus pies descalzos. Por momentos las olas que llegaban a la playa lo mojaban, empujando sus pies con una suave fuerza. Cuando las olas se retiraban, sentía cómo el viento secaba sus pies, una sensación fría en esa cálida mañana de verano. Con cada paso se hundía un poco en la arena, y le parecía que la playa no quería que se mueva, quería que se quede quieto y tranquilo, la playa quería que sus pies se detengan como si eso pudiese lograr que su mente se detenga, sentía esa succión de la arena bajo sus pies, el mar que lo empujaba a detenerse, el viento que lo acariciaba suave-mente, invitadora-mente. Sólo era posible pensar pensamientos pacíficos, tranquilos, suaves, la mente quieta, los pies pesados, muy pesados, invitaban a detenerse, sentarse frente al mar, oliendo ese aroma a salado, a yodo, a pescado, que traía el viento, podía oler ese olor a mar cada vez que caía una ola, con ese ruido suave, monótono, constante, el ruido del mar.  Podía también escuchar los pájaros, gaviotas, a lo lejos oía las voces de los pescadores, sobre todo, era todo ruido, ruido a mar, un ruido eterno, un sonido que jamás había terminado, un sonido antiguo, millones de años de sonido, hay quienes dicen que el sonido del mar oculta, o mejor, que contiene, todos los sonidos posibles, un ruido que es la suma de todos los ruidos, puedes oír voces, los cantos de las sirenas, sirenas que habían hechizado a un marinero como Ulises, hechizo que le hizo olvidar, por única vez en su largo viaje, a su familia tan lejos, en su hogar, había olvidado por un momento el único motivo de su viaje, volver con los que amaba. Ese ruido, dicen los que saben, se llama ruido blanco, porque es, precisamente, como el color blanco, la suma de todos los colores. Blanco, como las nubes lejanas que empezaban, en ese preciso momento, a iluminarse por el sol, un sol amarillo, lejano, un rojo con nubes blancas, que se convierte en un cielo azul si miramos lejos del sol.  Así, mirando el sol, mirando las nubes lejanas, mirando el mar, mirando las olas, podía imaginarse que esa playa no estaba ni aquí ni ahora, sino que era otra playa, una playa en áfrica, quizá, hace cientos de miles de años, y podía ver unos monos, monos muy extraños, casi sin pelo, de un color oscuro, caminando en forma casi vertical, casi parados, caminando por la  playa, y darse cuenta, realmente darse cuenta, de que estaba viendo a sus tatara-tatara-abuelos, sus antepasados, que eso era un recuerdo, un recuerdo que no estaba en su mente, sino en sus células, en su ADN, es su código genético, podía recordar claramente y ver en su mente cómo habían sido las cosas hace tanto tiempo, cuando la humanidad recién nacía, y hacía sus primeros pasos en una playa africana, pero eso no era todo, porque si quería podía seguir hacia atrás, y así, mirando el mar, podía ver más lejos todavía, hacia el horizonte, hacia el pasado, lejano, hace millones de años, cuando lo únco vivo en la tierra era el mar, ese mismo mar que ahora tenía adelante, el cielo era distinto, el aire todavía no tenía oxígeno, porque las plantas todavía no existían, el planeta no era verde como ahora, el mar era una gran sopa, un enorme experimento químico, gigante, con millones de moléculas, átomos, compuestos químicos diversos, hasta que uno de esos compuestos químicos pudo aprender, por primera vez, aprender a hacer copias de si mismo, generar otro compuesto químico similar a él, reproducirse y llenar la tierra, tomar químicos de la sopa, que es el mar, y crecer,

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multiplicarse, dos moléculas iguales, cuatro moléculas iguales, ocho moléculas iguales, dieciseis, treinta y dos, moléculas iguales, rápido, muy rápido, hasta comerse todo el mar, hasta tomarse toda la sopa sin dejar nada de nada, y luego, de postre, comerse la parte seca del mundo. Y ahora que ya se terminó el postre, y todavía tiene hambre, ya está pensando, porque ahora también aprendió a pensar, está pensando en comerse la luna, comerse a Marte, al sistema solar, la galaxia, el universo, porque nunca se puede estar satisfecho, siempre se puede crecer un poco más, reproducirse un poco más, llegar un poco más lejos, más allá. Y mientras ves esa molécula aprendiendo, aprendiendo a reproducirse, a comer, a crecer, te das cuenta, realmente te das cuenta, de que esa molécula es la madre, la madre de todo lo vivo sobre la tierra, la madre tuya, mía, de él, de todos y de todo. Y viendo esa molécula madre nos damos cuenta, de que en realidad no somos más que una gran familia, la familia de la Tierra, que somos todos hermanos, hijos de esa molécula original, que la tierra no es más que un organismo vivo, una sola cosa, la unidad de todo lo que vive sobre este planeta, un solo ser, con muchas formas, como un hormiguero lleno de hormigas, cada una cumple una función específica, y reconocen la unidad indivisible del hormiguero, como una sola entidad viviente.  Por eso, podía permitirse sentir esa fuerza cósmica, universal, esa energía que lo rodeaba y de la cual formaba parte, podía permitirse sentirse uno con todo lo vivo, uno con el universo consciente, sentirse uno con el universo sensible, y, de esa forma, llevándose ese sentimiento de unidad, de paz interior, podía encontrarle sentido a todo, y volver caminando por la playa, volver a su casa, volver a su familia, y sentir esa maravillosa sensación, y darse cuenta de que en ese marco de millones de años, millones de años luz de distancia, un universo que parece infinito, un tiempo que parece infinito, todo toma, automáticamente, la proporción que tiene, en relación a esa realidad infinita, y sabemos, por fin, sabemos que somos una gota in-significante de ese océano, una gota al fin, parte de un océano infinito, una parte tan importante como cualquier otra parte, y todo toma sentido, y con ese sentido volvía a su casa, y los problemas ya no eran problemas, en esa perspectiva cósmica, sino oportunidades para explorar y aprender.

Mientras estaba escuchando la radio, y escuchaba esa voz, podía sentir el peso del cuerpo, y la temperatura del aire, aunque no quería distraerse de lo que estaba escuchando, podía oír claramente el ruido de fondo y el sonido de mi voz, sus ojos vagabundeaban por su alrededor, sin hacerle caso a su voluntad, y notaba el color de la piel y la intensidad de la luz, no podía dejar de pensar en la respiracion y los procesos digestivos, era consciente del cambio de foco de los ojos y el parpadeo, aunque no quisiera podía sentir la dilatacion y contracción de las pupilas, sabía el motivo del movimiento del aire y su transparencia, sentía la urgencia, la necesidad de prestar atencion, estaba totalmente seguro de la necesidad de alimentarse y de beber, incluso le pesaba el conocimiento de tener dos ojos y dos oidos, podía, aunque no quisiera, entender lo que digo y escuchar lo que digo, ya había leído el diario de hoy aunque todavía no leyó el diario de ayer, en el diario hablaban de la luz que me ilumina y en la radio mostraron el sonido que me envuelve, sabía el motivo del cansancio del día y eso le llevaba a un sentimiento de bienestar y de calma, como sentir la sensacion del paso del tiempo o sentir la sensacion de que el tiempo no pasa, lo acompañaba a donde fuera una voz en su cabeza, tan real como una voz fuera de su cabeza, voces que le hablaban de la calma y el relajamiento, voces que le hacían sentir los dedos de la mano y los dedos de los pies, era inevitable, necesario, importante, urgente, sentir interés, era algo tan cierto como oir la respiracion y los latidos del corazón, lo sabía con la misma certeza de saber lo último que comió, como saber mi nombre, algo  tan obvio, simple y cotidiano como saber que tengo uñas y pelos, o como saber que estoy escuchando, era algo tan importante y fácil como conocer el gusto del agua, conocer el color del cielo, o conocer el sonido del viento, o como conocerme a mi. Por supuesto, después de todo esto quedaba mareado, confundido, demasiados estímulos a su alrededor, un mundo, un universo, infinito, si trataba de

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capturar la realidad, simple, cotidiana, que lo rodeaba, era imposible, nunca podría terminar, cuanto más trataba de estar consciente de lo que lo rodeaba, más y más el mundo parecía perder importancia y desaparecer, el único recurso, la única defensa contra la saturación de los sentidos era, justamente, apagar todos los sentidos y pasar a su interior, entrar a la casa que era su mente, prender la calefacción, y olvidarse de todo, olvidarse de lo que lo rodeaba, olvidarse del mundo, olvidarse de sus problemas, y sentir esa calma y seguridad, sentirse como dentro de una gran caverna, cálida, cómoda, oscura, segura, muy segura, como flotando en el agua, flotando, en un líquido caliente, una luminosidad rosada, flotando, seguro, cómodo, confortable, flotando, sólo flotando, nada que hacer, sólo escuchar, escuchar sonidos, escuchar voces, escuchar música, en confort y en seguridad, y olvidarse de todo, y sólo pensar, pensar en que las cosas pueden ser distintas, en que ese sentimiento de calma y seguridad puede durar toda la vida, un pensamiento cálido en un día frío, una sensación de confort en el des-confort, sabiendo, que sola-mente en esa casa, hay muchas habitaciones, habitaciones que no conocía todavía, habitaciones llenas de cosas, cosas que todavía no conoces del todo, pero que están, y pueden servirte para mejorar tu vida, esas cosas son un tesoro, un tesoro que tienes y no conoces bien, pero que lo tienes y es tuyo, y lo puedes usar, un tesoro que te acompaña a todas partes, un tesoro que nadie te pude robar, porque es tuyo y es parte tuya, y siempre va a estar con vos, sólo hay que abrir la puerta, entrar en la habitación cerrada, y usar ese tesoro, ahora, sabía que podía estar tranquilo, en calma, y en seguridad, dentro de esa casa, un lugar para explorar.

Estaba cansado. Muy cansado. El día había sido largo, agotador. Desde la mañana se había arrastrado por entre la gente, sentía su propio cuerpo como una molestia, pesado, lento. Había hecho bastante calor, a pesar de ser invierno. Sentía la humedad que se le pegaba al cuerpo, sentía su respiración pesada, lenta. Después de la tensión del día se le hacía difícil entrar en la calma, en el relajamiento, en la quietud. Sólo quería dormir, sentir las suaves sábanas, apoyar la cabeza en la almohada y olvidarse de todo. Podía cerrar los ojos, respirar profundamente, y hundirse en el colchón, protegido por las sábanas, sumergirse más y más en un sueño profundo, un sueño de calma y relajación, un sueño reparador, justamente, reparador de lo que se había roto en el día.  Con los ojos cerrados, tratando de dormir, oía claramente las canillas que goteaban, los autos y colectivos que pasaban por la calle, oía su respiración, profunda, lenta, tranquila y pausada, y oía con más claridad, ahora, esa voz que lo acompañaba todo el día y que le decía qué tenía que hacer. Podía oír a esa voz diciendo que se calmase, que tomara las cosas con tranquilidad, que enfrentara sus problemas relajado, que se desconecte por un rato de todo, le decía que se enfoque para adentro y olvide sus problemas del día. Aún así escuchaba una segunda voz, que le recordaba qué había salido mal en el día, le decía que habían cosas para ajustar y mejorar, esa voz no quería que se quede dormido totalmente. Así, con ese conflicto dentro, podía dormir, pero no podía evitar pasar una película dentro de su cabeza. En esa película podía verse a si mismo dentro de un gran salón, iluminado por velas, un enorme candelabro lleno de velas, cientos de velas, blancas, todas encendidas y emitiendo una luz anaranjada, un salón con amplias paredes de madera, una gran alfombra roja, y sobre la alfombra roja estaba él, sentado en un sillón, un sillón verde, antiguo, con borlas de hilo blanco algo sucio colgando de sus bordes, ese sillón estaba frente a una gran mesa redonda, de madera, con rayas marrones oscuras y vetas casi negras, sobre la mesa habían fotos, fotos de situaciones del día, cosas que le habían molestado. Podía verse a él mismo viéndose a él mismo dentro de esas fotos, y se daba cuenta de que en realidad la situación era más fácil de lo que parecía. Cada vez que agarraba una foto, podía ver como una mini película de lo que había pasado en esa situación, y podía pasarla de adelante hacia atrás y de atrás hacia adelante, mirarla desde todos los puntos de vista hasta que perdía casi totalmente el significado. Así podía darse cuenta, mirando esa absurda película, que en realidad había tratado de hacer lo mejor

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posible en esa situación, y lo que le había molestado de esa foto en particular había sido que no había logrado el objetivo que deseaba en esa situación específica, así que con cada foto se ocupó primero de buscar cual había sido su intención, qué era lo que había querido lograr con lo que hizo y que luego le molestó que no hubiese funcionado. Sabiendo esa intención, era fácil usar toda su imaginación, su creatividad, su locura, su inventiva, para buscar no una, sino cinco formas distintas para lograr ese mismo objetivo. Claro que con todas las fotos no podía llegar a cinco formas distintas de hacer lo mismo, con algunas se podía imaginar sólo dos y con otras podía imaginarse diez o más formas de hacer lo mismo, de llegar al mismo objetivo de distinta forma. Algunas de las formas que se le ocurrían eran ridículas o interferían con otras cosas que ya sabía hacer bien, enseguida se daba cuenta de eso porque aparecía una vocesita o una imagen o una sensación molesta que le indicaban que había algo mal con esa alternativa, y que debía buscar otra. Pero aún así, cada noche era capaz de revisar todos los eventos del día, como fotos sobre esa mesa de madera, y encontrar nuevas soluciones para los problemas de siempre, o para los problemas nuevos que fueran surgiendo.

Y así al otro día se despertaba, sabiendo que ese día podía ser mejor que el anterior, y sabiendo que no importaba lo que pasara, a la noche, durmiendo, podía encontrarle nuevas soluciones a los problemas del día y entonces aprender, realmente aprender, de las oportunidades del día.

Había estado caminando por la playa, poco antes de que se pusiera el sol. Mientras caminaba había visto un barco cerca del horizonte. El barco era grande, blanco, y tenía unas velas blancas enormes desplegadas. Mientras lo miraba, el barco se había estado acercando, en la penumbra cada vez mayor, hacia la playa, hacia donde estaba él. Cuando el barco estaba más cerca suyo pudo ver que alguien estaba sacando pequeños botecitos y los dejaba caer, suavemente, al agua. Desde donde estaba, en la playa, no podía ver, aunque esforzara la vista, qué había dentro de esos pequeños botecitos. Podía ver una especie de bultos de colores claros, un color azul pastel, uno de un color rosado claro, otro amarillo, pero era imposible saber qué había adentro. Los botecitos se balanceaban con el movimiento del mar, subían y bajaban, lentamente, bajaban y subían, el mar se movía suavemente, como una gran cuna, subía, se retiraban las olas, bajaba, las olas inundaban la orilla, y con cada subida, los botecitos, cinco eran, dos azules, uno amarillo, uno rosa y uno verde, subían, y con cada bajada del mar, los botecitos, todos con un bulto misterioso adentro, bajaban, todos juntos. Ese movimiento del mar, adentro, afuera, adentro, afuera, le hacía pensar en algo, le recordaba algo que hacía lo mismo, uno, dos, uno, dos, y mientras pensaba en que era, su respiración se hizo más rápida, y el aire, de repente, se puso pesado, frío, húmedo, y empezó a llover. El agua caía encima suyo, lo mojaba totalmente, estaba fría, agradable, el día había sido caluroso y la lluvia refrescaba su cuerpo, la ropa mojada le pesaba, era molesta, le daba ganas de sacársela, y eso hizo, metió todo en su bolso, mojado como estaba, y así podía empezar a sentirse más liviano, con cada gota que caía sobre su cuerpo, podía sentir el pequeño golpe hacia abajo, podía sentir la humedad, el agua chorreando y bajando por su piel, y se sentía cada vez más liviano, mojado y liviano, podía imaginarse que podía volver a su casa flotando por el aire, volando, flotando por encima de las nubes, y poder ver las estrellas brillantes, de colores, por encima suyo, y la luna, luna llena, luminosa, con ese dibujo oscuro sobre su superficie, que algunos decían que era un conejo, y otros decían que era una niña con una carretilla, y abajo suyo las nubes de lluvia, negras, y a lo lejos podía ver el mar, en el horizonte, y ver el borde de las nubes en el punto en que se confunden con el mar.  Al otro lado las nubes terminaban sobre un campo, verde, oscuro, enorme, y si quería seguir subiendo podía, porque era liviano, muy liviano, y podía ver el mundo desde muy, muy arriba, y darse cuenta de que esa tormenta que veía abajo abarcaba toda la costa, cien kilómetros de nubes paralelas a la costa, mojando ciudades, campos, mojando hombres y

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mujeres, bebés, mojando kilómetros y kilómetros de ruta, inundando casas y regando campos, mojando por igual a todos. Y desde más arriba, la tormenta era sólo un puntito, insignificante, y se daba cuenta de que sólo llovía bajo esa, ahora pequeña, nube de cien kilómetros, y que el resto del continente estaba seco, o había nubecitas insignificantes como esa por otras ciudades, pequeñas nubes que cubrían países enteros. Y si se movía hacia el oeste y seguía el sol, habían partes del mundo en las que todavía era de día, en ese momento era apenas pasado el mediodía en California y faltaba poco para que terminara la noche en Tokyo, y llovía en la provincia de Buenos Aires, y había sequía en Australia, y vientos huracanados en el sur de Chile, y desde ahí podía ver una tormenta de nieve en Alaska, y podía ver un volcán en erupción en Hawaii, podía ver un incendio en Perú y una inundación en Brasil, y, de repente, prefería mirar hacia arribe, hacia la luna, donde no pasaba nada de nada, todo estaba quieto y tranquilo, en calma, un pedazo de mármol, blanco, con manchas oscuras, flotando, solamente flotando en el espacio, en medio del vacío, blanco sobre negro, negro con puntos luminosos, de colores claros, dos puntos azules, podían ser estrellas, un punto amarillo, quizá un sol lejano, un punto rosa, grande, quizá era el planeta Marte, un punto verde claro en la lejanía, todos llevando una carga de misterio, quizá había gente también en esos lugares lejanos, quizá habían tormentas, inundaciones, fuegos, volcanes, sequías, el fuego quizá era verde y el agua era roja, quizá el mar era amarillo y el cielo naranja, quizá tenían dos lunas violetas o una pintada a rayas blancas y negras, con puntitos verdes.

Vuelvo al bosque Por Fernando Bonsembiante

 Ya había pasado algún tiempo desde que había ido a la casita del bosque. Podía recordar claramente el ambiente de esa cabaña, la luz temblorosa del fuego, el sonido de la lluvia, la calidez, los aromas.  Otra vez caminaba por el mismo bosque, silencioso, calmo y tranquilo. El bosque había cambiado desde la última vez. Donde antes las hojas eran verdes, ahora eran amarillas, antes, si miraba hacia arriba veía, un poquito de cielo cubierto de nubes grises, entre las hojas verde oscuro, ahora veía mucho más cielo, y las pocas hojas que quedaban eran de un color amarillo o verde claro. Había mucha más luz ahora, y podía ver claramente la vegetación del piso, de un color verde amarronado, y algunos hongos que habían crecido con la lluvia, eran blancos, blanquísimos, crecían en círculos, formando manchas blancas casi regulares por todas partes. También sobre los árboles crecían hongos, estos eran de un color marron clarito, y formaban como techitos en los costados de los árboles, un grupo de hongos o dos en cada árbol. Las ramas, ahora casi desnudas, se movían suavemente con la brisa. No era un viento fuerte como la vez pasada, tampoco llovía, sólo esa brisa que acunaba a los árboles, lentamente, suavemente, daba ganas de dormirse abajo de esos árboles, viendo las ramas moverse, moverse con suavidad, haciendo un sonido a viento y hojas removidas, un sonido casi silencioso. En ese silencio podía oír el crujido de las ramas que pisaba, crick, crick, y a lo lejos oía que unos pájaros conversaban sobre aerodinámica, coeficientes de empuje de alas y otras cosas sin importancia. Oyendo a los pájaros podía recordar cómo eran las mañanas en el campo, una vaca a lo lejos, mugiendo, el canto de un gallo de vez en cuando, el cacareo de las gallinas, era algo tan distinto a las mañanas que recordaba de cuando tenía que ir al colegio, tenía en su cabeza, todavía, la melodía del principio del programa de radio que escuchaban sus padres, era curioso, podía recordarla perfectamente, incluso podía cantarla, pero no recordaba exactamente la letra ni tenía idea de cómo se llamaba, a pesar de que había escuchado ese nombre miles de veces. Así, cantando por el bosque, escuchando el sonido de su propia voz, caminaba alegremente por entre los árboles, un paso, otro, un saltito para esquivar un tronco caído, que había arrastrado con su enorme peso a otro árbol, sobre el cual descansaba, una carrerita por

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una parte lisa, vacía de árboles, incluso en un momento le dio ganas de subir a un árbol viejo, cansado, con el tronco acanalado, que le hacía cosquillas al tacto, subió ese árbol no sin esfuerzo, y quedó un rato descansando, apoyado en una rama, con sus pies colgando y balanceándose a un metro del suelo. Bajó con un salto, sintió sus pies hundiéndose levemente en la tierra húmeda y esponjosa, sintió el peso de su cuerpo sostenido por sus dos piernas, y se paró nuevamente con un saltito, y siguó camino, más despierto que antes.  A lo lejos vió nuevamente la casita, la casita gris, con la chimenea blanca y el humo azul saliendo por ella, y sintió nuevamente una cálida seguridad mientras se decía: 'aquí es'. Inmediatamente pensó en la cálida y armoniosa voz del gris anciano que vivía ahí, y apuró el paso. Pensaba en el sonido de esa voz, grave, musical, sonora, armoniosa, y en su mente se formó la imagen de una manta, una manta cálida, suave, de lana de llama, una manta que a lo lejos parecía gris o blanca pero que de cerca estaba formada por infinidad de hilos de colores, rojo, blanco, gris, negro, amarillo, una manta con olor suave, olor a abrigo, olor a seguridad, olor a confianza, un olor también gris, y tambien formado por olores rojos, olores blancos, grises, olores negros y amarillos. Golpeó la puerta de madera marrón con firmeza, y el sonido rebotó por todo el bosque. Con un suave chirrido la puerta se deslizó suavemente hacia atrás revelando una escena oscura, iluminada solamente por la crepitante luminosidad del cálido fuego y por las silenciosas velas blancas que inundaban todo con su luz suave. El anciano estaba ahí, le mostraba su mano y sin pensarlo le respondió con un fuerte apretón, sintió que su propia mano joven y blanca estaba fría, mientras que la mano del anciano era cálida, con infinitas texturas, y se veía como curtida por el tiempo, podía ver que era una mano que se había curado de muchas viejas heridas dolorosas. Entraron y se sentaron a la mesa, ahora desnuda, donde antes había comido la sabrosa comida del anciano. Sin darle tiempo a reaccionar, este hombre singular, que parecía haber visto, oído y experimentado de todo en su larga vida, empezó un nuevo relato. "Una vez, yo fuí joven y tonto como vos. Luché penosamente para poder ver el camino sobre el que me deslizaría silenciosamente por la vida, cómodo, luminoso y armonioso. Pero ese camino, no existe. Sólo una infinidad de caminos que no llevan a ninguna parte. Era fácil pensar que la vida no tiene sentido, cuando te escuchás, una y otra vez, repetir las palabras 'no veo una salida', y sentirse in-feliz. Es cómodo dejarse arrastrar por la gris rutina, cuando las voces en tu cabeza se convierten en un ruido de fondo al que no le prestás atención, pensás que no tienen algo importante que decirte, ahora es fácil escuchar que te digan que hay que aceptar las cosas como son y no intentar cambiarlas para mejor. Una vez me dijeron, al oído, mientras viajaba en tren, 'lo que resistís persiste, lo que aceptás sos libre de cambiar', y pensé mucho, mucho en esa frase. Es tán fácil estar incómodo, sin ver claramente el futuro, y decirse 'esto va a ser siempre así'. Es tán fácil decirse que la culpa de nuestras molestias se ve claramente en el comportamiento de los demás, así no hace falta cambiarlo, ahora podés pensar que los demás están conspirando en contra tuya, así es tán fácil seguir sufriendo inútilmente, en vez de pensar una solución. En ese momento de mi vida decidí imaginarme a mi mismo, en el futuro, 30, 40, 50, 60, 70, 80, 90 años en el futuro, y lo que ví no me gustó ni un poco, y me dije 'no me suena a una vida como para vivir durante tanto tiempo'. Entonces imaginé otro futuro. Me vi a mi mismo como un anciano gris, sentado frente a un fuego, crepitante, luminoso, cálido. Traté de imaginar los sentimientos de ese anciano que soy yo, y de diseñarle un futuro feliz. Imaginé que ese anciano necesitaba gente que lo ayude y le haga sentir bien, así que vi hijos, hijas, nietos, nietas, bis nietos y bis nietas. Podía escuchar sus voces en navidad, en pascuas, podía sentir sus manos acariciándolo y sus bocas besándolo, podía escucharlos cantar un domingo de lluvia, podía escuchar un piano tocado por uno de ellos, una guitarra tocada por otra, podía escucharme a mi mismo contando cuentos de cuna para que los bebés se queden dormidos, podía oler los olores a pis de los bebés, el olor a pañal manchado, podía ver unos mamarrachos exhibidos orgullosamente en una heladera como si fueran obras de Van Gogh o de Renoir, podía ver luminosas vacaciones, oír largos y felices llamados telefónicos, podía sentir el agradable cansancio de horas y horas de caminatas familiares por la playa, podía sentir el delicioso gusto de miles y miles de

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comidas, distintas e iguales al mismo tiempo, sentir esa sensación de lleno, de satisfecho, de un trabajo bien hecho, de una misión bien cumplida.

Por supuesto que lo que imaginé jamás pasó. Bien podía haberlo olvidado apenas terminé de pensarlo. Ahora estoy cerca del final de ese camino que creí diseñar hace tanto, tanto tiempo, sentado en un bar, abajo de una biblioteca, al lado de una plaza con gente leyendo, tomando un café, en este año redondo, con tres ceros, y me doy cuenta de que la realidad tiene sus vueltas, vueltas impredecibles. La realidad, la experiencia, fácilmente pude comprobarlo con seguridad, fue infinitamente mejor de lo que había soñado, y recordé otra frase de esa voz en el tren, que ahora decía: 'podés hacer que tus sueños mas locos parezcan un chiste tonto'."

Estaba subiendo una escalera. Ya había olvidado dónde empezaba esta escalera. Tenía una cierta idea de una ciudad atrás suyo y una ciudad adelante suyo. La ciudad de atrás estaba hecha de piedras color arena, piedras y adobe pintado de cal blanca. Recordaba el verde de la plaza, vista desde la terraza de un bar, con un vaso lleno de cerveza color ámbar en la mano, fría, húmeda, mientras esuchaba una música suave y a gente hablando en inglés y en alemán. Desde esa terraza había visto la puesta del sol, sobre la ciudad, en esa terraza, sentado cómodamente en una silla de madera, mirando la gente pasar por la plaza, escuchando las voces en idiomas conocidos y desconocidos, sintiendo el viento frío que empezaba a soplar en todo el valle que contenía a la ciudad como si fuera una gran olla, había planeado el viaje, a pie, que ahora estaba haciendo en la escalera. Recordaba claramente el libro, letras negras sobre fondo blanco, y las fotos de piedras y más piedras color arena, piedras enormes, recordaba claramente los diagramas, líneas negras sobre un fondo blanco, que mostraban como esas piedras, vistas de muy cerca, formaban calles y edificios, y esas calles y edificios formaban una ciudad, y esa ciudad formaba un dibujo de un puma, visto desde muy alto, visto desde el cielo, la ciudad donde estaba esa plaza, esa terraza, esa cerveza. También podía recordar las fotos de otras piedras, enormes, color arena, podía recordar también los diagramas, negro sobre blanco, que explicaban cómo esas otras piedras también formaban una ciudad con edificios, templos, plazas, y terrazas, pero muy distintas a la otra ciudad, por lo menos distintas a lo que era ahora la ciudad de donde había salido antes de subirse a esta escalera, infinita. Esos diagramas explicaban cómo la ciudad que era su destino, también vista desde arriba, desde el cielo, formaba una imagen, de un cóndor, un ave con sus alas desplegadas, volando. Ahora podía saber que estaba en una escalera, subiendo, subiendo, desde un puma hacia un cóndor, subiendo, lentamente, por una escalera. Era tan fácil olvidarse de todo, olvidarse de la ciudad puma, olvidarse de la ciudad cóndor, mirar la escalera, y subir. Un paso, un escalón. Otro paso, otro escalón. Los escalones eran de piedra, con formas irregulares. Si miraba hacia arriba podía ver una cima, como si fuese el final del camino, pero cada vez que llegaba a esa cima veía que la escalera seguía, y había otra cima más adelante, donde también era fácil imaginar el fin del camino, y equivocarse nuevamente, porque en ese lugar no había ninguna ciudad con forma de cóndor, no habían piedras apiladas formando edificios y plazas. También podía ver, de vez en cuando, pequeños edificios de piedra, con ventanas con una forma extraña, como un rectángulo pero con su base más grande que la parte de arriba, una forma ideal para resistir terremotos, la explicación por la cual la ciudad del cóndor estaba todavía entera, la explicación por qué la ciudad del puma se había tratado de sacudir los edificios de adobe como si fuesen pulgas, y casi lo había logrado, dejando sólo su alma de piedra de pie. Pero, ahora estaba en la escalera. Mientras subía, podía imaginarse que cada escalón irregular de piedra era de un color distinto. Ahora estaba en un escalón rojo. Ese color le recordaba la seguridad, la supervivencia. Sabía que el camino era peligroso. Habían oído que estaba lleno de ladrones. Habían visto algunos animales salvajes. Sentía frío y calor intermitentemente, el sol le pegaba en la cabeza y el viento lo congelaba. Pero el rojo de ese escalón le daba confianza, era un rojo cálido y protector. El

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segundo escalón era de color naranja. Ese color le recordaba el placer y la emoción. Sabía que gracias a ese color rojo que había visto antes, podía disfrutar de ese naranja que veía ahora, podía disfutar de ver esas montañas grises y esas plantas verdes, podía disfrutar de la experiencia del camino y emocionarse con la expectativa de llegar a la ciudad cóndor. Podía oír su voz cantando y sentir el placer de el esfuerzo que estaba haciendo. El siguiente escalón, el tercero, era color amarillo. Ese color le sugería que podía interpretar que gracias a la roja seguridad que podía sentir y el naranja placer que disfrutaba era consciente de su propio y amarillo poder personal, el poder que le permitía decidir hacer este camino y llegar hasta su fin, saber que tenía todos los recursos necesarios para poder subir la escalera completa, escalón tras escalón, paso a paso, centímetro a centímetro, metro a metro, lentamente, hasta recorrer los kilómetros que lo separaban de su meta, hasta subir los kilómetros de altura y luego volverlos a bajar. El cuarto escalón era verde. Un verde como el de las plantas que lo rodeaban, plantas que se movían lentamente con el viento, un viento que susurraba suavemente, en sus oídos, y ese color verde le hacía sentir, bien adentro suyo, en su corazón, una vibración, como una mariposa aleteando, una sensación agradable, sabiendo que el rojo de la seguridad lo protegía, que el naranja del placer le daba fuerzas para seguir, que le amarillo de su poder personal le daba la seguridad de que podía hacerlo, y ese verde que ahora lo envolvía lo conectaba con los seres que lo rodeaban, podía comprender las necesidades de los demás y sus propias necesidades, y saber, darse cuenta, de que el universo es un lugar amable, que podía descubrir cómo aprender a amar incluso a sus problemas y dificultades, y así transformarlos mágicamente en sus aliados. El quinto escalón era de color azul, y cuando pensaba en ese color, sabiendo que el rojo lo protegía, que el naranja le hacía sentir felicidad, que el amarillo le hacía sentir su poder, y que el verde lo conectaba con su entorno, el azul le daba ganas de comunicar a todos los que lo rodeaban que estaba bien, que estaba feliz, que podía con este camino, que entendía los motivos de los demás y los aceptaba, y que podía, si quería, transmitir esas ideas, imágenes, palabras, sonidos, sensaciones, a los demás, para que también entiendan lo que estaba en su cabeza y en su cuerpo y en su corazón. Sabía que de esa forma podía atreverse a pisar, firmemente, el escalón número seis, que era de color índigo, un azul tipo violeta luminoso y atractivo, ese color le animaba a dejar volar su imaginación, como si fuese un pájaro con alas de color índigo y su cuerpo formado por plumas rojas, naranjas, amarillas, verdes y azules, un pájaro que cantaba con seguridad, con placer, cantaba una canción de poder y amor, una canción que comunicaba su intuición, comunicaba lo que podía ver con el ojo de su mente. Con ese ojo había imaginado este camino, en esa terraza, mirando a esa plaza y escuchando a la gente hablar con acentos duros y complicados. Con ese ojo había visto la ciudad del cóndor, ya que no podía verla con los otros ojos antes de hacer el camino, podía verla con ese tercer ojo, el ojo de su mente, imaginarla, ver las piedras, sentir, en su imaginación, la textura de los edificios, suaves, como una caricia, oír el viento entre las montañas que protegían a la ciudad cóndor, oler ese aire de montaña y sentir el gusto del agua de un arroyo que bajaba de las altas cumbres, haciendo un ruido silencioso, todo en su imaginación, porque este tercer ojo, este ojo de la mente, le permitía no sólo ver lo que él quería lograr, ver los objetivos antes de ni siquiera empezar a subir por la escalera que lo llevaría al logro del objetivo, además de verlo podía oírlo en su mente, podía sentirlo, olerlo y gustarlo en su mente. Incluso podía sentir el cansancio y la felicidad de haber llegado al objetivo antes de salir, simplemente usando la intuición del ojo de su mente. Y ahora estaba listo para subir un último escalón, podía sumar el color rojo de la seguridad, podía incluír el naranja del placer y la emoción, podía agregar el amarillo de la convicción de poder lograr su objetivo, podía también mezclar el verde de su amor y compasión por los demás seres sensibles y vivientes, podía encender esa luz azul de su palabra y su comunicación, podía ver el índigo de su imaginación, y lograba un color blanco, un blanco violáceo, un blanco casi fosforecente, un blanco luminoso, claro, con la máxima claridad, un color que iluminaba todas las cosas y lo hacía sentir seguro, con placer y poder, le hacía oír las vibraciones del universo a su alrededor y oír las palabras que salían de su mente y le daban ánimos, las palabras de los demás que lo apoyaban y ayudaban y

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alentaban, podía iluminar con ese blanco la escena que había creado con el ojo de su mente, iluminar las sensaciones, iluminar los sonidos, iluminar hasta los olores y gustos, iluminar las formas que veía en su mente y formaban su objetivo, porque todo objetivo empieza como un sueño, al que se le van agregando los detalles de color, forma, movimiento, sonido, armonía, música, temperatura, textura, peso, aroma, gusto, densidad, ubicación, y todos los detalles que convierten al sueño en algo real, y luego, iluminándolo con ese blanco cósmico, y sabiendo que el universo está de nuestro lado para ayudarnos a lograr ese objetivo, podemos olvidarnos del objetivo y simplemente dedicarnos a lograrlo, sabiendo que la mayor parte del trabajo va a hacerse sin necesidad de preocuparse porque tenemos la ayuda de esa mente que es el universo, y de esa otra mente que contiene a nuestra mente, esa mente que no conocemos pero que llevamos a todas partes.

Por supuesto que llegó a la ciudad cóndor. Cuando llegó pudo comprobar que las piedras eran más suaves, más amarillas, más silenciosas que lo que había imaginado en su mente, en esa terraza en la ciudad puma, y podía comprobar que el cansancio era también mayor y que el placer era todavía mayor que el cansancio y que el camino había valido la pena, y podía darse cuenta de que el camino había sido mucho más importante de lo que le había parecido, porque todos piensan en la ciudad pero pocos se detienen a disfrutar del camino en sí y de descubrir los tesoros que hay en el camino, tesoros que podemos llevarnos en nuestra mente y que nos van a servir para poder pasar el siguiente camino, y el siguiente a ese, y el otro, y el de más allá, y más allá.

La liebre, como todos sabemos, una vez le jugó una carrera a la tortuga. En una conferencia de prensa, luego de su aplastante victoria, la tortuga explicó que lo que había pasado no era ningún milagro. La liebre estaba tan confiada de ganarle a una simple tortuga que no se molestó en prepararse para la carrera. No sólo eso, sino que, como estaba segura de que no podía perder, se dio el lujo de tratar de humillar a la tortuga parando en el medio del camino para dormir una siesta. Como es de público conocimiento, la liebre no pudo despertarse a tiempo y la tortuga llegó primera a la meta. 'La perseverancia tiene sus frutos', dijo este animal mientras sus admiradoras lustraban su caparazón, hasta dejarlo brillante como un espejo. 'Esto nos sirve para darnos cuenta, de una vez por todas, que lo más increíble puede pasar, si simplemente lo dejamos pasar.' decía a los periodistas antes de subirse a la limousine que la gente de Torneos y Competencias había puesto a su disposición. 'Además', agregó con un tono de misterio, 'tenía a alguien que trabajaba para mí dentro del enemigo, alguien que necesitaba darle una lección a la liebre.' Medios de comunicación vinculados al sindicato de liebres y afines iniciaron una campaña mediática para descubrir y exponer a este traidor a la raza. Investigaron al entrenador, al manager, a la familia de la liebre, pero no hubo caso. Ya sin idea de dónde buscar, fueron a ver a la tortuga para que rectificara o ratificara esta información. La tortuga, refugiada en su quinta de Pilar, dijo 'Lo que le pasó a la liebre es lo que le pasa a todos los que creen que se las saben todas. No se la saben todas.' Interrogada por los periodistas sobre qué es lo que no sabe la liebre, dijo 'La liebre sabe correr. Sabe cómo cavar un pozo, sabe cómo encontrar zanahorias y vegetales. Pero, por ejemplo, no sabe cómo hacer para que su corazón lata más rápido. No sabe cómo enfocar sus ojos para ver las cosas con claridad. No sabe cómo diferenciar un ruido inofensivo de un ladrido de un peligroso perro. No sabe cómo diferenciar el olor de comida del olor de un veneno. Si fuera por él no podría digerir su comida porque no sabe cómo hacerlo. Tampoco podría curarse de una herida, no sabe hacerlo. No sabe cómo separar el oxigeno del aire y llevarlo a las partes del cuerpo que lo necesitan. No sabe cómo expulsar de su cuerpo a los invasores que tratan de enfermarlo. Y no sabe una infinidad de cosas por el

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estilo, podría estar toda la noche diciéndoles cosas que no sabe hacer.' Los periodistas estaban confundidos. 'Es cierto que ninguna liebre sabe cómo hacer todas esas cosas. Pero de todas formas, a las liebres les late el corazón más rápido cuando corren, las liebres pueden ver y reconocer objetos en mucho menos que una fracción de segundo, saltan si oyen a un perro, pero es cierto, por ejemplo, la liebre salta primero y luego se da cuenta de que ladró un perro y recién entonces sabe por qué saltó.' 'Justamente', dijo la tortuga. 'La liebre no sabe pero sin embargo lo hace. Entonces, quién es el que sabe hacer todo esto que la liebre puede ignorar tan cómoda y seguramente?' Los periodistas no sabían que responder. 'Les voy a decir. Dentro de la mente de la liebre hay otra mente. Es una mente mucho más grande, sabia y vieja que la mente de la liebre. Es una mente que antes de que la liebre naciera estaba controlando sus latidos, sus movimientos, controlaba el azúcar en la sangre, controlaba el oxígeno que llegaba a sus órganos, controlaba todo, desde meses antes de que naciera. Aún ahora sigue haciéndolo. Cuando la liebre descansa esa mente trabaja más que nunca, sueña, y al mismo tiempo mantiene a la liebre viva y saludable. Es una mente que jamás descansa, está siempre alerta a la posibilidad de un peligro, está siempre trabajando para la liebre. Ya es hora de que esa mente tenga un reconocimiento, ahora me voy a dormir la siesta, tengo mucho por soñar, gracias por venir y hasta luego' dijo la tortuga mientras cerraba la puerta de su casa en los hocicos de los periodistas.

Fuego

Podrías callarte y prestar atención? Ahora es el momento preciso silencio, paz y calma chicha, ni una ola en el horizonte, azul, silencioso, liso como un vidrio, con un olor húmedo, transparente, gritando calma, dejándose llevar por el balanceo del bote que nos lleva a ese lugar tan espacial dentro de nosotros vamos todos juntos hacia allá, sabemos muy bien que vamos a encontrar allí está nuestra paz interior, nuestra estructura de datos, nuestro hogar lejos del hogar, el bote nos lleva sin decir una palabra, sabe que no hace falta, el silencio de los botes, el silencio de las montañas, cómo será ser como una montaña, que los siglos pasen y todavía estar ahí, en perfecta estabilidad y seguimos navegando, la montaña nos espera paciente, inmutable, hace millones de años que nos espera y puede seguir esperando mientras nos preguntamos cómo es ser una montaña, cómo es ser el bote que va hacia la montaña, cómo es ser una montaña hacia la cual va, lenta e inexorablemente, un bote, que se mueve hacia arriba y hacia abajo mientras avanza en paz y calma, en armonía natural de sonidos que te envuelven, de repente te das cuenta de que tu corazón está latiendo y te preguntás si ese latido puede ser más lento, todos sabemos cómo hacer para respirar más despacio pero sabemos cómo hacer que el corazón vaya más lento, y también parpadeamos, y el ojo quiere estar cerrado, ahora nosacercamos más a la montaña y la vemos con los ojos cerrados, o abiertos, o parpadeando, pero el ojo quisiera tener nuestro permiso para cerrarse, cerrarse, cerrarse, como cuando dormimos en nuestra propia cama y sabemos que el sueño nos va a alcanzar como ahora estamos alcanzando esa montaña, que antes era tan lejana y ahora la tenemos enfrente, casi podemos tocarla y sentir esa calidez, la suavidad de las sábanas tibias, y vemos un punto negro, y nos acercamos a lo negro, que cada vez es un poco más grande, más acogedor, vemos con placer la entrada a una caverna, y decidimos entrar, el bote nos lleva, subiendo, bajando, sobre el agua cálida y dulce, nos hamaca suavemente, lánguidamente, y es como si el bote decidiera que entremos, nosotros nos dejamos llevar, más y más adentro, más y más, cada vez más adentro, adentro nuestro algo nos dice que estamos en nuestro lugar, adentro de la cueva adentro de la montaña adentro del mar, y ahora está todo oscuro, como si nuestros ojos al fin se hubiesen cerrado los ojosquieren descansar un poco, sólo un poco de descanso ahora estamos adentro de la cueva, dentro de la montaña, y sabemos que está bien, una montaña de paz, en un mar de tranquilidad, encontramos nuestro lugar especial.

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El bote ya se detuvo, hay un muelle adentro, en la cueva, y caminamos unos pasos, sabemos que hay una escalera y bajamos por ella, uno, dos, tres escalones, abajo, vemos que el cuarto escalón es de mármol blanco como una almohada blanca, el quinto escalón, el sexto, el séptimo está cubierto por un musgo suave, como un terciopelo, el octavo, el noveno, el décimo escalón es el que nos deja totalmente relajados dentro de una sala cavada dentro de la montaña, dentro de la sala vemos un altar de piedra, en ese altarsabemos que se hacen sacrificios al dios del fuego, un dios cálido y poderoso, y ahí es cuando nos damos cuenta de que llevamos una carga, pesada, muy pesada, todo el tiempo, con nosotros, nos habíamos olvidado de esa pesada carga, sabemos que eso nos molestaba mucho porque la llevábamos a todas partes, un peso insoportable que ya no queremos llevar más, y ya sabemos a qué veníamos a la montaña, y sabemos qué hacíamos navegando en el bote, sobre el agua que se balanceaba de arriba abajo y arriba y sabemos por que bajamos la escalera hasta el altar de piedra, en le medio vemos unhueco, grande, lleno de hojas secas y musgo, golpeamos una piedra en el borde, saltan chispas, rojas, crepitantes, un olor a humo nos informa, el fuego está empezando a nacer, nubes negras de humo, llamas rojas, bailan entre las hojas secas, hasta que el calor nos invade con una sensación de seguridad y fuerza nueva que nos da ánimos para seguir adelante, y agarramos con firmeza esa pesada carga, es momento de dejarla ir, el fuegonos muestra el camino, depositamos nuestra carga en los hombros del fuego que la acepta como suya, y empieza a devorarla, nuestra vieja carga ahora está envuelta en llamas y sabemos que esto no es una muerte sino una transformación, el fuego purifica y transforma, pronto quedan sólo cenizas, humo, aire, nuestra antigua carga pesada vuelve a disolverse en sus componentes, vuelve al aire, a la tierra, al agua, parte se convierte enluz, parte en calor, y sentimos esa liberación, esa felicidad de estar más livianos, más limpios, más felices, viendo nuestra carga disolverse en el fuego para siempre.

Ahora, como ya cumplimos con nuestra misión, podemos subir los escalones como flotando, diez, nueve, ocho, una sensación de euforia empieza a subir por nuestro cuerpo, siete, seis, cinco, sentimos fuerzas desconocidas vibrando nuestro cuerpo ahora es más nuestro que nunca, cuatro, tres, dos, vemos más claro ahora, sin formas sin forma que oculten nuestra visión, uno y estamos de nuevo en la cueva bajo la montaña, en el bote, sobre el agua, y volvemos a nuestra vida habitual, que ya no va a ser como siempre, sinomás liviana, más fácil, más parecida a la vida que realmente merecemos.