Cuentos Cortos Centro Americanos

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NICARAGUA La larva [Cuento. Texto completo] Rubén Darío Como se hablase de Benvenuto Cellini y alguien sonriera de la afirmación que hace el gran artífice en su Vida, de haber visto una vez una salamandra, Isaac Codomano dijo: -No sonriáis. Yo os juro que he visto, como os estoy viendo a vosotros, si no una salamandra, una larva o una ampusa. Os contaré el caso en pocas palabras. Yo nací en un país en donde, como en casi toda América, se practicaba la hechicería y los brujos se comunicaban con lo invisible. Lo misterioso autóctono no desapareció con la llegada de los conquistadores. Antes bien, en la colonia aumentó, con el catolicismo, el uso de evocar las fuerzas extrañas, el demonismo, el mal de ojo. En la ciudad en que pasé mis primeros años se hablaba, lo recuerdo bien, como de cosa usual, de apariciones diabólicas, de fantasmas y de duendes. En una familia pobre, que habitaba en la vecindad de mi casa, ocurrió, por ejemplo, que el espectro de un coronel peninsular se apareció a un joven y le reveló un tesoro enterrado en el patio. El joven murió de la visita extraordinaria, pero la familia quedó rica, como lo son hoy mismo los descendientes. Aparecióse un obispo a otro obispo, para indicarle un lugar en que se encontraba un documento perdido en los archivos de la catedral. El diablo se llevó a una mujer por una ventana, en cierta casa que tengo bien presente. Mi abuela me aseguró la existencia nocturna y pavorosa de un fraile sin cabeza y de una mano peluda y enorme que se aparecía sola, como una infernal araña. Todo eso lo aprendí de oídas, de niño. Pero lo que yo vi, lo que yo palpé, fue a los quince años; lo que yo vi y palpé del mundo de las sombras y de los arcanos tenebrosos. En aquella ciudad, semejante a ciertas ciudades españolas de provincias, cerraban todos los vecinos las puertas a las ocho, y a más tardar, a las nueve de la noche. Las calles quedaban solitarias y silenciosas. No se oía más ruido que el de las lechuzas anidadas en los aleros, o el ladrido de los perros en la lejanía de los alrededores.

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NICARAGUALa larva

[Cuento. Texto completo]

Rubén Darío

Como se hablase de Benvenuto Cellini y alguien sonriera de la afirmación que hace el gran artífice en su Vida, de haber visto una vez una salamandra, Isaac Codomano dijo:

-No sonriáis. Yo os juro que he visto, como os estoy viendo a vosotros, si no una salamandra, una larva o una ampusa.

Os contaré el caso en pocas palabras.

Yo nací en un país en donde, como en casi toda América, se practicaba la hechicería y los brujos se comunicaban con lo invisible. Lo misterioso autóctono no desapareció con la llegada de los conquistadores. Antes bien, en la colonia aumentó, con el catolicismo, el uso de evocar las fuerzas extrañas, el demonismo, el mal de ojo. En la ciudad en que pasé mis primeros años se hablaba, lo recuerdo bien, como de cosa usual, de apariciones diabólicas, de fantasmas y de duendes. En una familia pobre, que habitaba en la vecindad de mi casa, ocurrió, por ejemplo, que el espectro de un coronel peninsular se apareció a un joven y le reveló un tesoro enterrado en el patio. El joven murió de la visita extraordinaria, pero la familia quedó rica, como lo son hoy mismo los descendientes. Aparecióse un obispo a otro obispo, para indicarle un lugar en que se encontraba un documento perdido en los archivos de la catedral. El diablo se llevó a una mujer por una ventana, en cierta casa que tengo bien presente. Mi abuela me aseguró la existencia nocturna y pavorosa de un fraile sin cabeza y de una mano peluda y enorme que se aparecía sola, como una infernal araña. Todo eso lo aprendí de oídas, de niño. Pero lo que yo vi, lo que yo palpé, fue a los quince años; lo que yo vi y palpé del mundo de las sombras y de los arcanos tenebrosos.

En aquella ciudad, semejante a ciertas ciudades españolas de provincias, cerraban todos los vecinos las puertas a las ocho, y a más tardar, a las nueve de la noche. Las calles quedaban solitarias y silenciosas. No se oía más ruido que el de las lechuzas anidadas en los aleros, o el ladrido de los perros en la lejanía de los alrededores.

Quien saliese en busca de un médico, de un sacerdote, o para otra urgencia nocturna, tenía que ir por las calles mal empedradas y llenas de baches, alumbrado a penas por los faroles a petróleo que daban su luz escasa colocados en sendos postes.

Algunas veces se oían ecos de músicas o de cantos. Eran las serenatas a la manera española, las arias y romanzas que decían, acompañadas por la guitarra, ternezas románticas del novio a la novia. Esto variaba desde la guitarra sola y el novio cantor, de pocos posibles, hasta el cuarteto, septuor, y aun orquesta completa y un piano, que tal o cual señorete adinerado hacía soñar bajo las ventanas de la dama de sus deseos.

Yo tenía quince años, una ansia grande de vida y de mundo. Y una de las cosas que más ambicionaba era poder salir a la calle, e ir con la gente de una de esas serenatas. Pero ¿cómo hacerlo?

La tía abuela que me cuidó desde mi niñez, una vez rezado el rosario, tenía cuidado de recorrer toda la casa, cerrar bien todas las puertas, llevarse las llaves y dejarme bien acostado bajo el pabellón de mi cama. Mas un día supe que por la noche había una serenata. Más aún: uno de mis amigos, tan joven como yo, asistiría a la fiesta, cuyos encantos me pintaba con las más tentadoras palabras. Todas las horas que precedieron a la noche las pasé inquieto, no sin pensar y preparar mi plan de evasión. Así, cuando se fueron las visitas de mi tía

abuela -entre ellas un cura y dos licenciados- que llegaban a conversar de política o a jugar el tute o al tresillo, y una vez rezada las oraciones y todo el mundo acostado, no pensé sino en poner en práctica mi proyecto de robar una llave a la venerable señora.

Pasadas como tres horas, ello me costó poco pues sabía en dónde dejaba las llaves, y además, dormía como un bienaventurado. Dueño de la que buscaba, y sabiendo a qué puerta correspondía, logré salir a la calle, en momentos en que, a lo lejos, comenzaban a oírse los acordes de violines, flautas y violoncelos. Me consideré un hombre. Guiado por la melodía, llegue pronto al punto donde se daba la serenata. Mientras los músicos tocaban, los concurrentes tomaban cerveza y licores. Luego, un sastre, que hacía de tenorio, entonó primero A la luz de la pálida luna, y luego Recuerdas cuando la aurora... Entro en tanto detalles para que veáis cómo se me ha quedado fijo en la memoria cuanto ocurrió esa noche para mí extraordinaria. De las ventanas de aquella Dulcinea, se resolvió ir a las de otras. Pasamos por la plaza de la Catedral. Y entonces...He dicho que tenía quince años, era en el trópico, en mí despertaban imperiosas todas las ansias de la adolescencia...

Y en la prisión de mi casa, donde no salía sino para ir al colegio, y con aquella vigilancia, y con aquellas costumbres primitivas... Ignoraba, pues, todos los misterios. Así, ¡cuál no sería mi gozo cuando, al pasar por la plaza de la Catedral, tras la serenata, vi, sentada en una acera, arropada en su rebozo, como entregada al sueño, a una mujer! Me detuve.

¿Joven? ¿Vieja? ¿Mendiga? ¿Loca? ¡Qué me importaba! Yo iba en busca de la soñada revelación, de la aventurera anhelada.

Los de la serenata se alejaban.

La claridad de los faroles de la plaza llegaba escasamente. Me acerqué. Hablé; no diré que con palabras dulces, mas con palabras ardientes y urgidas. Como no obtuviese respuesta, me incliné y toqué la espalda de aquella mujer que ni quería contestarme y hacía lo posible por que no viese su rostro. Fui insinuante y altivo. Y cuando ya creía lograda la victoria, aquella figura se volvió hacia mí, descubrió su cara, y ¡oh espanto de los espantos! aquella cara estaba viscosa y deshecha; un ojo colgaba sobre la mejilla huesona y saniosa; llegó a mí como un relente de putrefacción. De la boca horrible salió como una risa ronca; y luego aquella «cosa», haciendo la más macabra de las muecas, produjo un ruido que se podría indicar así:

-¡Kgggggg!...

Con el cabello erizado, di un gran salto, lancé un gran grito. Llamé.

Cuando llegaron algunos de la serenata, la «cosa» había desaparecido.

Os doy mi palabra de honor, concluyó Isaac Codomano, que lo que os he contado es completamente cierto.

RUBEN DARIO, Félix Rubén García Sarmiento (NICARAGUA)

Poeta, periodista y diplomático nicaragüense, considerado el fundador del modernismo. Nació en Metapa, hoy Ciudad Darío (Nicaragua). Sus padres se separaron cuando él todavía era muy pequeño y lo crió una abuela que lo mimó, consintió mucho y presentó en Managua, siendo todavía un adolescente, como un artista prodigio. Leía a los poetas franceses a la vez que era invitado a recitar poesía. En 1886 realizó un viaje a Santiago de Chile que fue su primer contacto con el progreso y la metrópoli. Quedó fascinado, y allí público su primer gran libro Azul (1888), libro que llamó la atención de la crítica y que el escritor español Juan Valera

alabó mucho. De regresó a Managua se casó con Rafaela Contreras, en 1891; quince meses después nació su primer hijo y en 1893 murió su esposa. En 1892, viajó a España como representante del Gobierno nicaragüense para asistir a los actos de celebración del IV Centenario del descubrimiento de América. Suceden unos años de viajes por Estados Unidos, Chile y Francia, y una residencia en Buenos Aires trabajando para el diario La Nación, lo que le dio una reputación internacional. En 1898 regresa a España como corresponsal del mismo diario; en esta estancia en Europa, alterna su residencia entre París y Madrid, es aquí, en 1900, cuando conoce a Francisca Sánchez, una mujer de origen campesino, con la que tuvo un hijo y vivió con ella hasta el resto de sus días. Convertido en un gran poeta de éxito en Europa y América, fue nombrado representante diplomático de Nicaragua en Madrid en 1907, lo que le obligaba a viajar y de ahí que esté considerado como el 'embajador del modernismo' en el mundo. Darío era un hombre que no había olvidado sus raíces provincianas aunque se había transformado en un cosmopolita total, pero veía que el mundo jubiloso de Europa estaba acabando.

Inició la carrera literaria en Chile. Sus primeros poemas son una mezcla de tradicionalismo, romanticismo, al estilo del poeta español Gustavo Adolfo Bécquer, con una temática comprometida con lo social; Abrojos (1887) y Canto épico a las glorias de Chile (1888). Este mismo año publica Azul (1888, revisado en 1890), obra todavía romántica sobre la exaltación del amor como algo armónico con la naturaleza y el cosmos. Está dividido en cuatro partes: 'Primaveral', donde desarrolla el tema del amor sexual como algo sagrado, en la línea del Cantar de los cantares; 'Estival' gira en torno al amor como instinto; en 'Autumnal' el amor se canta como nostalgia y, por último, en 'Invernal' aparece un amor mundano y moderno capaz de desafiar la climatología y las estaciones ya que los amantes se refugian en -lechos abrigados… cubiertos de pieles de Astrakán-. A este libro debe que sea considerado como el creador del modernismo; escritores como Ramón María del Valle-Inclán, Antonio Machado, Leopoldo Lugones o Julio Herrera y Reissig le reconocieron como el creador e instaurador de una nueva época en la poesía en lengua española.

Sus viajes por Europa y América, aclamado como gran poeta, le llevan a París y a entrar en contacto con los poetas parnasianos y simbolistas que transformarán sus concepciones poéticas. En Prosas profanas (1896 y 1901), desarrolla de nuevo el tema del amor pero ya no busca la armonía con la naturaleza sino con el arte. Y en Cantos de vida y esperanza (1905) expone cómo el Arte supera a la Naturaleza, que se manifiesta a veces como un caos, y es capaz de poner orden, de restablecer la armonía divina, y como tema de fondo su preocupación por el futuro de la cultura hispana. Otra faceta de la obra rubeniana es la de poeta cívico ya que compone poemas tanto para exaltar un glorioso hecho nacional o un héroe, como para realizar una amarga censura. El canto errante (1907), un libro en el que afrontó los eternos problemas de la humanidad, es su libro, conceptualmente, más universal. En el poema 'A Colón' expresa el espanto que supuso el descubrimiento y enaltece la ingenuidad de la América indígena; en 'A Roosevelt' evalúa a latinos y anglosajones medidos por el patrón materialista de estos últimos.

A partir de 1910 cae en un profundo abandono vital que le lleva a las más variadas excentricidades y bohemias y al consumo excesivo de alcohol. En 1913, cae en un profundo misticismo y es cuando se retira a la isla de Mallorca. Allí empieza a escribir una novela La isla de oro -que nunca llegó a concluir- en la que sobre todo analiza el desastre hacia el que está caminando Europa. También compone Canto a Argentina y otros poemas (1914), un libro dedicado a este país en el año de la celebración de su centenario en que quiso seguir el modelo del Canto a mí mismo de Walt Whitman pero es una obra menor, casi de compromiso, sin la intensidad de sus grandes poemas. En 1915, enfermo y escapando de un continente desgarrado por la I Guerra Mundial, regresó a América. Rubén Darío es un hito en las letras hispánicas. El modernismo surgió con él y es puente obligado entre las letras de España y Latinoamérica. En un momento en que en España la poesía decaía y se repetía a sí misma sobre calcos vacíos, aportó una savia que, junto con Bécquer, inició el camino para la recuperación, cuyos frutos mas brillantes fueron Juan Ramón Jiménez, las vanguardias y, más tarde, la llamada generación del 27. En Latinoamérica su influencia no fue menor. Aunque la crítica hispánica siempre tuvo en

un alto concepto a Darío, desde el centenario de su nacimiento en 1967 su obra se revalorizó notablemente. Se le considera la mejor representación de la expresión americana e hispánica, y a él se debe el desarrollo en las letras hispanas de la búsqueda constante de nuevas formas y lenguajes. Murió en 1916 poco después de llegar a Managua.  

EL SALVADOREl cuento del cuento que contaron

[Cuento. Texto completo]

Salarrué

Puesiesque Mulín, Cofia, Chepete y la Culachita se sentaron y dijeron: "Contemos cuentos debajo desta carreta". "Sí", dijeron "contemos". Y entonces Chepete dijo: "Yo sé uno bien arrechito". "Contalo, pué", le dijeron. Y él entonce lo contó y dijo: "Puesiesque un día, ya bien de noche, venía un tren y al yegar a una sombra de un palón, siasustó la máquina y se descarriló sin sentir a quioras, y se jue caminando por un montarral hasta que ya nuguantó, porquiba descalza, y se paró debajo de unos palencos de la montaña. Y los maquinistas dijeron: "¡Dejemos aquí esta papada vieja, que tanto que pesa!" Y la dejaron, y creció el monte con el tiempo. Y un día la hayaron ayí los micos y se encaramaron en ella y pensaron: "¿Qué será?" Y un mico jaló la pita de la campana y ¡talán, glán, glán! sonó. Y salieron virados por los palos y diay regresaron y la golvieron a sonar hasta que ya no les dio miedo. Entonce con unos martiyos se pusieron a sonar la campana y toda la máquina, hasta que le sacaron chispas y se golvió a prender la leña y empezó a calentarse: ¡fruca, fruca, fruca!... Y un mico jaló el pito y ¡pú-pú!, pitó y salió a toda virazón otragüelta, hasta que se les quitó el miedo y se pusieron a meterle leña y leña, pero como la máquina no tenía ya agua, cuando le jalaron la palanca, se tiró corcoviando por un camino y reventó ¡¡pom!! y todos los micos volaron por el aigre y se quedaron prendidos de las colas en las ramas más altas de los palos".Entonce la Culachita le dijo: "Golvelo a decir". Y Chepete le dijo: "Güeno". Y golvió a comenzar y siacabuche.

FIN

Cuentos de cipote, 1945 / 1961

SALVADOR SALAZAR ARRUE (SALARRUE) El Salvador

Nació en Sonsonate, el 22 de Octubre de 1899, y murió en San Salvador el 27 de Noviembre de 1975. Poeta, pintor y escritor, ha sido considerado el máximo exponente de la narrativa cuzcatleca, entre quienes se cuentan como principales antecesores suyos a Francisco Herrera Velado, Arturo Ambrogi y José María Peralta Lagos. Salarrué fue uno de los fundadores de la nueva corriente narrativa latinoamericana. En sus "Cuentos de Barro" y "Cuentos de Cipotes", logra una plena identificación con el mundo campesino, nunca antes advertidas en los autores salvadoreños.       Entre otras obras publicadas están: El Cristo Negro (1927), El Señor de la Burbuja (1927), O Yrakandal (1929), Remontando el Uluán (1932), Conjeturas en la Penumbra (1934), Eso y Más (1940), El Trasmallo (1954), La Espada y Otras Narraciones (1960), Vilanos (1969), El Libro Desnudo (1969), Ingrimo (1969), La Sombra y Otros Motivos Literiarios (1969), La Sed de Sling Bader (1971), Catleya Luna (1974), Mundo Nomasito (Poesía -1975)......y los populares Cuentos de Barro (1933) y Cuentos de Cipotes (1945).

HONDURAS

De un modo inexplicable

Marvin Valladares Drago

Todos en la estación sabían de algún modo inexplicable que era la última vez que miraban a Javier. Es decir, la última vez que estaban frente al cuerpo rebosante de vida de Javier, la última vez que carne y alma fundianse en un solo latido para conformar ese maravilloso ser que ahora partía al encuentro de su hado. Por que él podría regresar, claro está, pero ya no sería él mismo Javier, no; nunca, solo parte de él, mas bien su cuerpo inanimado, quizá solo sus huesos inútiles, tal vez su carne putrefacta, sus cenizas, podría inclusive regresar intacto, pero ya sin el aliento de vida. O sea muerto. Su otra mitad andaría quien sabe donde, buscando asidero en otra dimensión, en otro cuerpo, en otro ser.

Entre sollozos y frases entrecortadas la desconsolada madre se derrumbó sobre el pecho del viajero. A último momento fue necesaria la intervención enérgica y autoritaria del padre, para arrancarla de los brazos del vástago que partía quizá para siempre.El resto de la familia: hermanos, tíos y abuelos se acercaron a estrechar la mano del desventurado, sin verlo a los ojos naturalmente, como si temieran revelar con una sola mirada su destino fatídico. Cuando el autobús desapareció tras los cerros, la familia regresó a la villa en silencio absoluto. Apenas los sollozos de la madre interrumpían de cuando en cuando la quietud lapidaria del viaje.Una vez en casa todos retornaron a sus actividades rutinarias. Después de la horripilante cena, (puede leerse escena si se quiere), todos se retiraron a sus habitaciones. Nadie, absolutamente nadie hizo alusión al tema: o sea, a lo que de algún modo inexplicable, sabían de Javier.

Marvin Valladares Drago. Hondureño, Gracias lempira (1969). Escritor y músico, egresado de la carrera de Derecho de la UNAH. Miembro fundador de los grupos literarios: Pluma y Voz y País poesible. Secretario de la Sociedad Literaria de Honduras. 1995-1997. Participación en la antología de poesía La Hora Siguiente, Ilmiglio Fabro. Inclusión de su obra en el CD de poesía: Versofonica. (20 poetas, 20 frecuencias). Ganador del primer lugar del premio de poesía convocado por la UNAH en 1993 con la obra poética: Caballo de agua en luto. Su obra poética ha sido incluida en los Cuadernillos de Poesía Papel de Oficio, editado por el  Ministerio de Cultura y país poesible.  Participación en dos ferias internacionales del libro. Fundador y director del grupo musical: Esperanto. Director musical para las obras del grupo  teatral: la Mandrágora.   Obras publicadas. De sahumerios y otros inciensos: Cuentos. Narrativa. Editorial: Levemente Odiosos, Segundo invierno: Poesía. Levemente Odiosos Editores. Paispoesible. Ministerio de Cultura.2005, Alas: Producción Musical. Estudio independiente, Los mejores músicos de honduras: CD musical de la embajada de Francia: Fiesta de la  Música, participación en el CD con dos canciones inéditas, 36 Minotauros . Próximo libro de Narrativa. Inédito 

COSTA RICA

EL TONTO DE LAS ADIVINANZAS

abía una vez una viejita que tenía dos hijos: uno vivo y otro tonto. Al mayor lo creían vivo porque era trabajador, amigo de guardar su plata y de plantarse bien los domingos. El otro gastaba en tonteras cuanto cinco le caía en las manos, y no le importaba un pito andar hecho un candil de sucio; y le decían por mal nombre "El Grillo".

Un día llegó un vecino y le dijo que en el pueblo andaba el cuento de que el rey ofrecía casar a su hija con aquel que pusiera a Su Majestad tres adivinanzas que no pudiera adivinar, y que le adivinaran otras tres que Su Majestad propondría.

Otro día se levantó el tonto muy de mañana y dijo a la viejita:

--Mama, sabe que he ideado ir yo onde el rey a ver si me gano l'hija. Quien quita que pueda yo sacarlos a ustedes de jaranas.

--Jesús, apiate y mirá estas cosas, --contestó la viejita al oir a su hijo. --Callate, tonto de mis culpas, y no me volvás a salir con tus tonteras. Y lo trapió y le dijo unas cosas que no me atrevo a repetir.

Pero el muchacho metió cabeza, y cuando la viejita lo vio fue ensillando a Panda, su yegua. Entonces, como no había más remedio, se puso a prepararle un almuerzo para el camino. Fue al solar a cortar unas hojitas de orégano para echarle a una torta de arroz y huevo que le hacía, pero como estaba medio pipiriciega no se fijó que en vez de orégano, cogía unas hojas de una yerba que era un gran veneno.

-Por fin el hijo montó a Panda y dijo adiós a su madre y a su hermano, que habían hecho todo lo posible por convencerlo de que desistiera de su viaje.

La pobre viejita salió a la tranquera a verlo irse y le dijo: --Que Dios te acompañe, hijó... Aquí nos dejás sólo Dios sabe cómo. Vas a ver que con lo que vas a salir es con una pata de banco.

El muchacho no hizo caso y cogió el camino. Al mucho andar sintió hambre, desmontó y sacó de sus alforjas el almuercito que le hiciera su madre. Era en un lugar en donde no crecía ni una mata de hierba. Sintió lástima al pensar que la pobre Panda iba a tener que ayunar. Entonces, aunque le tenía mucha gana a la torta, la cogió y se la dio a su yegua y él se comió un gallito de frijoles que bajó con bebida. Apenas la yegua se tragó la torta, cuando cayó pataleando y enseguida murió a consecuencia del veneno de las hojas con que la viejecita quiso dar gusto a la torta, creyendo que eran de orégano.

El muchacho se sentó al lado de su bestia a hacerle el duelo. En esto llegaron tres perros que se pusieron a lamer el hocico a la difunta. ¡Para qué lo hicieron! En seguidita cayeron también pataleando, y a poco murieron.

El tonto hizo un hueco para enterrar a Panda y mientras la enterraba, llegaron siete zopilotes que hicieron una fiesta con los tres perros. A poco los siete zopilotes pararon la vista y cayeron tiesos.

Entonces, el tonto que no era tan dejado como creían, secó sus lágrimas y se dijo: --No hay mal que por bien no venga... Ya tengo mi primera adivinanza.

Siguió anda y anda y se encontró con una vaca que se había despeñado y que estaba en las últimas. La acabó de matar y halló entre su panza un ternerito que estaba para nacer. Lo sacó, asó parte de la carne del animalito y se la comió. Siguió su camino y allá en el peso del día, vio unas palmeras de coco cargaditas de frutas. Como tenía mucha sed, subió a una, cogió unos cocos y bebió su agua.

Por fin llegó al palacio del rey se hizo anunciar como un pretendiente a la mano de su hija. Los criados y los señores se pusieron a hacerle burla:

¡Lo que no han podido personas inteligentes lo va a poder este no-nos-dejes! --decían y se morían de risa.

El rey le hizo algunas reflexiones: Que si no ganaba, lo ahorcaría y que esto y lo de más allá, pero él no hizo caso.

La princesa se horrorizó al imaginar que tuviera que casarse con aquel tonto, y por un si acaso, le propuso que si se salía con la suya, se comprometiera a calzarse (porque era descalzo) y vestirse como los señores y, que si no, no habría nada de lo dicho. Y el tonto dijo que bueno.

Se reunió un gran gentío en el salón del palacio: el rey con su hija en su trono, los ministros, los duques, los marqueses y cuanta persona que era gran pelota en el país. Y va entrando mi tonto muy en ello y con mucha tranquilidad, como si estuviera en la cocina de su casa, dijo: Allá te va la primera, señor rey:

"Torta mató a Panda,Panda mató a tres;Tres muertos mataron a siete vivos".

El rey se puso a reflexionar y fue de reflexionar como una hora, y no pudo dar en el chiste. Por fin se dio por vencido. El tonto explicó: --Panda, mi yegua, murió a consecuencia de haberse comido una torta envenenada; llegaron tres perros, le lamieron el hocico y enseguida murieron; bajaron siete zopilotes, se comieron los perros y también murieron.

Luego el tonto dijo: --Allá te va la segunda: "Comí carne de un animal que no corría sobre la tierra, ni volaba por los aires, ni andaba en las aguas".

Vuelta el rey a cavilar y al cabo de una hora se dio por vencido. El muchacho explicó: --Encontré una vaca que se había despeñado y que estaba boqueando, la acabé de matar y le saqué de la panza un ternerito que estaba para nacer. Lo asé y comí de su carne.

Luego el muchacho dijo: --Allá te va la tercera: "Bebí agua dulce que no salía de la tierra, ni caía del cielo".

Tampoco pudo esta vez adivinar el rey, y el tonto explicó: --Me bebí el agua de unos cocos y ya ves, señor rey, como al mejor mono se le cae el zapote.

Le llegó el turno al rey de proponer sus adivinanzas.

Mandó cortar a una chanchita el rabo y lo puso entre una caja de oro que presentó al tonto y le preguntó: -¿Adivinás lo que tengo aquí? --El se rascó la cabeza y al verse en este apuro, se dijo en voz alta: --"Aquí fue donde la puerca torció el rabo..."

El rey casi se va de bruces.

¡Muchacho! ¿Cómo has hecho para adivinar?

El tonto comprendió que de pura chiripa había acertado, y como no era tan tonto, dijo haciéndose el misterioso: --Eso no se puede decir... Eso es muy sencillo para mí...

Entonces el rey fue a su cuarto, cogió un grillo que cantaba en un rincón, lo encerró entre su mano y se lo presentó. -¿Qué tengo aquí?

El muchacho se puso a ver para arriba, y viendo que nada se le ocurría, se dijo en voz alta: ¡Ah caray! ¡Y en qué apuros tienen a este pobre grillo! (como a él lo llamaban "El grillo"...)

El rey se hizo de cruces, la princesa estaba en un hilo y la gente se volvía a ver, admirada.

--¡Muchacho de Dios! ¿Cómo has hecho para adivinar?

Otra vez los aires misteriosos para contestar:

--Muy fácil, pero no se puede decir...

Mandó a hacer el rey en un salón un altar con cortinas de oro y plata, candelabros de oro, candelas de cera rosada, floreros y muchos adornos, y sin que nadie lo viera, llenó un vaso de estiércol, lo envolvió bien en un paño de oro bordado con rubíes y brillantes y lo colocó en medio del altar. Hizo llamar al tonto y le preguntó:

¿A que no me adivinás qué tengo en este altar?

--¿Qué puede ser? ¿~Qué puede ser? --pensaba el muchacho sudando la gota gorda. --Lo que es ahora sí que no adivino... Lo que me voy a sacar es que me ahorquen... --Luego, casi desesperado, dijo: --Bien me lo dijo mi mama que buen adivinador de m... sería yo.

El rey se quedó en el otro mundo.

--¡Muchacho! ¿Cómo has adivinado? --Y él respondió: --¡Muy fácil! Si así me las dieran todas...

Inmediatamente se comenzaron los preparativos para la boda. La princesa estaba que cogía el cielo con las manos. La pobre no tenía nadita de ganas de casarse con aquel gandumbas.

Llamó al zapatero para que le tomara las medidas a su futuro esposo de unos zapatos de charol, pero le aconsejó se los dejara lo más apretados que pudiera. Lo mismo al sastre con el vestido y mandó a comprar un cuello bien alto.

Cuando llegó el día del matrimonio, el tonto fue a vestirse de señor, pero todo fue ponerse aquellas botas de charol y comenzar a hacer muecas. Le pusieron tirantes, el cuello que casi no le dejaba respirar y las mangas de la leva le quedaban tan angostas que se veía obligado a tener los brazos tan encogidos que parecia un chapulín. Pero lo que no se aguantó fue que le pusieran guantes. Cuando lo vieron fue sacándose la leva y arrancándose el cuello y la corbata y tirando todo por la ventana. Los zapatos de charol fueron a dar a un tejado.

--¡Adió! ¡Caray! --gritó al verse libre de todas aquellas tonteras. --¿Yo por qué voy a andar a disgusto?

La princesa que estaba escondida detrás de una cortina, ya no podía de tanto reir.

El muchacho se fue a buscar al rey y le dijo:

--Mucho me gusta su hija, pero más me gusta andar a gusto. Me comprometí a casarme con ella si me vestía de señor, pero yo no sé cómo hacen para andar con los pies bien chimaos, con el pescuezo metido entre esta baina, bien echados para atrás, que les tiene que doler la caja del cuerpo... Prefiero volverme donde mi mama: allí ando yo como me da mi gana; y si me quedo aquí tendré que pasar mi vida como un Niño Dios en retoque. (*)

Entonces el rey le dio dos mulas cargadas de oro y el tonto se volvió a su casa, donde lo recibieron muy contentos.

(*) Parece que esas sonrientes esculturas que representan al Niño Dios, para retocarlas y trabajar sin dificultad, las aseguran con un tornillo que les meten por detrás.

CARMEN LIRA

María Isabel Carvajal era el verdadero nombre de la autora de los Cuentos de mi Tía Panchita. Nació un día del mes de enero de 1888 en la ciudad de San José. Sus estudios primarios los hizo en la escuela de su barrio, en el Edificio Metálico; los secundarios, en el Colegio Superior de Señoritas en cuya sección de pedagogía obtuvo el certificado de Maestra Normal. Sus servicios profesionales en la escuela primaria la llevaron a servir en varias escuelas de San José y en la escuelita rural de El Monte, provincia de Heredia. Realizó un viaje a Europa y allá estudió sistemas de educación primaria. A su regreso de Europa dirigió la Escuela Maternal. Establecida en la Escuela Nornal de Costa Rica la cátedra de Literatura Infantil, fue Carmen Lyra la primera profesora de dicha asignatura en el país. Fuera de la Escuela sirvió en las siguientes instituciones oficiales: Biblioteca Nacional y Patronato Nacional de la Infancia. Los últimos años de su vida se dedicó por entero a la actividad política, destacándose en este campo como periodista expositora de ideas y como hábil dirigente del Partido Vanguardia Popular (comunista). La ilustre escritora murió en la capital de México en 1949.

GUATEMALA

EL ECLIPSE

Cuando Fray Bartolomé Arrazola se sintió perdido acepto que ya nada podría salvarlos. La selva poderosa de Guatemala lo había opresado, implacable y definitiva. Ante su ignorancia topográfica se sentó con tranquilidad a esperar la muerte. Quiso morir allí, sin ninguna esperanza, aislado con el pensamiento fijo en la España distante, particularmente en el convento de Los Abrojos, donde Carlos Quinto condescendiera una vez a bajar de su eminencia para decirle que confiaba en el celo religioso de su labor redentora.

Al despertar se encontró rodeado por un grupo de indígenas de rostro impasible que se disponían a sacrificarlo ante un altar, un altar que a Bartolomé le pareció como el lecho en que descansaría, al fin, de sus temores, de su destino, de si mismo.

Tres años en el país le habían conferido un mediano dominio de las lenguas nativas. Intento algo. Dijo algunas palabras que fueron comprendidas.

Entonces floreció en el una idea que tuvo por digna de su talento y de si cultura universal y de su arduo conocimiento de Aristóteles.

Recordó que para ese día se esperaba un eclipse total de sol. Y dispuso, en lo mas intimo, valerse de ese conocimiento para engañar a sus opresores y salvar la vida.

-Si me matáis -les dijo- puedo hacer que el sol se oscurezca en su altura.

Los indígenas lo miraron fijamente y Bartolomé sorprendió la incredulidad en sus ojos. Vio que se produjo un pequeño consejo, y espero confiado, no sin cierto desdén.

Dos horas después el corazón de fray Bartolomé Arrazola chorreaba su sangre vehemente sobre la piedra de los sacrificios (brillante bajo la opaca luz de un sol eclipsado), mientras uno de los indígenas recitaba sin ninguna inflexión de voz, sin prisa, una por una, las infinitas fechas en que se producirían eclipses solares y lunares, que los astrónomos de la comunidad maya habían previsto y anotado en sus códices sin la valiosa ayuda de Aristóteles.

TITO MONTERROSO

"Soy, me siento y he sido siempre guatemalteco; pero mi nacimiento ocurrió en Tegucigalpa, la capital de Honduras, el 21 de diciembre de 1921. Mis padres, Vicente Monterroso, guatemalteco, y Amelia Bonilla, hondureña; mis abuelos, Antonio Monterroso y Rosalía Lobos, guatemaltecos, y César Bonilla y Trinidad Valdés, hondureños.

En la misma forma en que nací en Tegucigalpa, mi feliz arribo a este mundo pudo haber tenido lugar en la ciudad de Guatemala. Cuestión de tiempo y azar... Por otra parte, cuando a partir del triunfo de la revolución sandinista he estado en varias ocasiones en Nicaragua, en ningún momento ha pasado por mi mente que yo sea allí un extranjero. Y he sentido lo mismo en Costa Rica y en El Salvador." Augusto Monterroso. Los buscadores de oro. México: Alfaguara, 1993.

Premio Xavier Villaurrutia en 1975, Premio Juan Rulfo en 1996, Premio Nacional de Literatura Miguel Angel Asturias en 1997, en 1988 galardonado con la condecoración del Águila Azteca por el gobierno mexicano y Premio Príncipe de Asturias de las Letras 2000. El cuentista guatemalteco más importante del siglo XX. Augusto Monterroso (Tito) nació en Honduras, el 21 de diciembre de 1921 de familia guatemalteca. Uno de los más famosos cuentistas del continente. Se crió en Guatemala. Autodidacta. Salió al exilio en 1944 por sus actividades en contra del dictador Ubico. Residió en Bolivia y Chile durante los años cincuenta, y a en México a partir de 1956. Entre sus obras destacan Obras completas (y otros cuentos) (cuentos, 1959), La oveja negra y demás fábulas (cuentos, 1969), Movimiento perpetuo (cuentos, 1972),  Lo demás es silencio (novela, 1978), La palabra mágica (ensayos, 1983), La letra e (ensayos, 1987), Viaje al centro de la fábula (ensayos, 1989), Los buscadores de oro (memorias, 1993) y Sinfonía concluida y otros cuentos (cuentos, 1994).