Cuento

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Juárez Zúñiga Jesús ISTI A14-375 03 de septiembre de 2014 Una muerte inesperada Un gran corredor de autos modificados resguardaba en su hogar el secreto que hacía que su auto fuera el mejor, ese truco era deseado por miles de corredores que habían perdido contra él. Todos querían ese secreto, pócima o ajuste que hacia súper autos a los autos comunes, o peor aun tener el auto de este corredor cueste lo que cueste. Dos hombres entraron a la casa del corredor después de una noche de carreras, esperaron en silencio a que los ojos se les acostumbraran a la oscuridad. El corredor dormía al fondo, tranquilo, nunca imagino que tal vez esa sería su última noche de vida o peor aun su ultima carrera, afuera una fina lluvia empañaba los cristales. Los hombres acariciaban en sus manos revólveres mientras que más personas resguardaban los alrededores de la casa, al cabo de un rato en la oscuridad pudieron caminar por entre los muebles,. Oían como un rumor los ronquidos del corredor. . 1

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Juárez Zúñiga Jesús

ISTI

A14-375

03 de septiembre de 2014

Una muerte inesperada

Un gran corredor de autos modificados resguardaba en su hogar el secreto que

hacía que su auto fuera el mejor, ese truco era deseado por miles de corredores

que habían perdido contra él. Todos querían ese secreto, pócima o ajuste que

hacia súper autos a los autos comunes, o peor aun tener el auto de este corredor

cueste lo que cueste.

Dos hombres entraron a la casa del corredor después de una noche de carreras,

esperaron en silencio a que los ojos se les acostumbraran a la oscuridad. El

corredor dormía al fondo, tranquilo, nunca imagino que tal vez esa sería su última

noche de vida o peor aun su ultima carrera, afuera una fina lluvia empañaba los

cristales. Los hombres acariciaban en sus manos revólveres mientras que más

personas resguardaban los alrededores de la casa, al cabo de un rato en la

oscuridad pudieron caminar por entre los muebles,. Oían como un rumor los

ronquidos del corredor. .  

-¿Qué hacemos ahora?-preguntó uno. -No sé exactamente-respondió el otro.

Los dos se miraban con cara de intriga al no estar seguros de lo que hacían.

En las ventanas la lluvia aumentaba, se escuchaban truenos y podían ver las

sombras de los árboles al viento, que opacaban la luz del exterior. Caminaron

hacia una habitación que parecía ser una oficina, en la que había una mesita

repleta de planos de motores, modificaciones de autos, una máquina de escribir,

hojas blancas y una botella de whisky con un vaso al lado. Revisaron en las

gavetas. No encontraron nada. 

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Pasaron a un cuarto amplio, acomodado con dos camas, donde había trofeos,

partes de autos, fotos con personas que jamás habían visto, animales disecados y

armas colgadas en la pared. Los dos hombres vestían ropas negras apretadas,

pasamontañas que solo dejaban ver sus ojos, y aunque sus estaturas eran

diferentes uno mas alto que otro los dos tenían un aspecto tenebroso e imponente.

Uno le extendía al otro de vez en cuando planos corregidos, buscando su

aprobación. 

-¿Es este? -No, el muy desgraciado lo tiene bien escondido. -¿Y ahora?

-A seguir buscando. La tormenta arreciaba, y las luces de afuera amenazaban con

quedar completamente apagadas la lluvia golpeaba cada vez más fuerte la

ventana. 

De repente oyeron que el ronquido del corredor cesaba, y el susurrar cada vez

más cercano de pasos acercándose era más fuerte. Se escondieron bajo las

camas, y divisaron las piernas del hombre que se dirigía al baño. Escucharon los

ruidos que hacía en el baño, y el sonido de descargar el inodoro. Otra vez se

acercaron los pasos, que sin sospecha se detuvieron en la puerta del cuarto. Ellos

apretaron por instinto los revólveres. Pero el corredor siguió camino hasta su

habitación, y en breve volvieron a sentir sus ronquidos. 

La búsqueda no prosperaba. A la poca luz de los relámpagos solo podían

distinguir las cabezas muertas en las paredes, que parecían vigilantes silenciosos

de ojos cristalinos, y los papeles se les perdían en la oscuridad. 

Se movieron por toda la casa, evitando el cuarto del hombre. Abrían cajones y

puertas, levantaban muebles y papeles, pero no aparecía lo que los había llevado

allí. Comenzaron a sudar, a pesar del frío que entraba por las ventanas. 

Durante días habían ido a vigilar al corredor, husmeando por entre las ventanas y

las veladoras, disfrazados de extranjeros. Verificaron los horarios del hombre, el

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movimiento de las personas, la estructura de la casa, sus alrededores, su rutina.

Ahora sentían que todo el esfuerzo y las horas gastadas se podían ir al carajo, si

no encontraban algo. Empezaron a desesperarse, pero decidieron mantener la

calma. 

Ya estaban en el interior, sólo tenían que buscar. En sus ojos se dibujaba una

impaciencia, un deseo insaciable de no ser sorprendidos y encontrar aquel tesoro

tan deseado. 

Después de una última mirada confusa, se dirigieron hacia el fondo de la casa,

más allá del comedor. Chequearon los revólveres, y en una fracción de segundo

pudieron ver en los cristales el rápido desplazamiento de las nubes. Afuera las

luces se habían apagado ya definitivamente. 

El hombre dormía boca arriba, cobijado hasta el cuello y sacando el aire de los

pulmones. Los hombres lo miraban con terror, y sin decirlo agradecieron que la

más plena oscuridad los cobijara. Se miraron sin saber qué hacer. 

-Haz algo. -No sé qué. -Lo que se te ocurra, vamos.-No, tengo miedo. -Bah,

parece mentira.

Con sigilo examinaron el cuarto, abriendo pequeñas gavetas y el escaparate de

espejos. Les impresionó ver su propia imagen reflejada con total exactitud. 

Cerraron las puertas desanimados de tanta lluvia y silencio, de no encontrar nada,

y con las manos señalaron los revólveres. No había otra solución. 

Los disparos sonaron en medio de la madrugada, disimulado por los truenos que

estremecían los cristales. Los dos hombres habían caído. El corredor los esperaba

ansiosamente.

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