Cuando los padres son las víctimas Javier Urra de de los Libros Querido lector/a: hace ya más de...

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El pequeño dictador Cuando los padres son las víctimas Javier Urra La Esfera de los Libros

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El pequeño dictador

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Capítulo 1

Hijos maltratadores

Se habla de mobbing, de bullying, del acoso en el trabajo, enla escuela. Existen también Hijos Acosadores en el Hogar.

La mayoría de los jóvenes no son tiranos, claro que no. Yen todo caso muchos más son víctimas de malos tratos que ver-dugos. Asimismo hemos de aseverar con rotundidad que lospadres en general educan correctamente, transmiten buenaspautas educativas. Los problemas, las dificultades, son numé-ricamente escasos, pero repercuten negativamente en todo elentorno de los focos de tensión relacional.

Que centremos la atención en un problema cierto comoel de los hijos tiranos, no debe confundirnos y hacernos creerque todo es un desastre. La mayoría de las familias funcio-nan muy bien. Padres e hijos se sienten orgullosos unos deotros, se apoyan, se comprenden, se respetan, se quieren, secontinúan.

La Real Academia de la Lengua define el término tiranocomo la persona que abusa de su poder, superioridad o fuer-za en cualquier concepto o materia, y también, simplemen-te, como el que impone ese poder y superioridad en gradoextraordinario.

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Querido lector/a: hace ya más de una década (Urra, 1990,1994) que escribí y publiqué, al tiempo que informé por losmedios de comunicación, que la violencia real no estaba enlas calles ni en los institutos, sino en el hogar, que los niñosson generalmente las víctimas, pero ocasionalmente son losagresores.

Se observa en las consultas infantiles la aparición de«pequeños tiranos», hijos únicos (o los pequeños, con her-manos que ya han abandonado la casa) en la mayoría de loscasos, que imponen su propia ley en el hogar. Son niños capri-chosos, sin límites, que dan órdenes a los padres, organizanla vida familiar y chantajean a todo aquel que intenta fre-narlos.

Quieren ser constantemente el centro de atención, sonniños desobedientes, desafiantes, que no aceptan la frustra-ción.

La dureza emocional crece, la tiranía se consolida si nose le pone límites. Hay niños de siete años y menos que danpuntapiés a las madres, y éstas les dicen «eso no se hace» mien-tras sonríen. O que tiran al suelo el bocadillo que les han pre-parado y ellas les compran un bollo. Recordemos esos niñosque todos hemos padecido y que se nos hacen insufribles porculpa de unos padres que no ponen coto a sus desmanes.

Su comportamiento colérico, más allá de la simple pata-leta, hace temer una adolescencia conflictiva y quizá contri-buya a aumentar un problema social ya serio: la violenciajuvenil.

La tiranía se expone en las denuncias de los padres con-tra algún hijo, por estimar que el estado de agresividad y vio-lencia ejercido por éste o ésta, afectaba ostensiblemente al

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entorno familiar. En estos tiempos los medios de comunica-ción se hacen eco de lo que está pasando en los hogares. Hayviolencia (en distintos grados) y desesperación. Hay fugas deldomicilio, absentismo escolar, robos, engaños; en otros casos,el hijo o hija entra en contacto con la droga y es a partir deahí donde se muestra agresivo/a, a veces con los hermanos...Distinguimos como tipos de maltrato de los hijos hacia suspadres:

• Conductas tiránicas: buscan causar daño y/o molestiapermanente, utilizando la incomprensión como axio-ma. Amenazan y/o agreden para dar respuesta a unhedonismo y nihilismo creciente. Se posicionan desde«el grupo de iguales» en oposición a los otros: «Somosjóvenes», la consecuente exigencia de algunos mal lla-mados derechos. Eluden responsabilidades, culpabili-zando a los demás.

• Utilización de los padres: bien como si fueran padres en«usufructo» o como «cajeros automáticos». Chantaje-ándolos y haciéndoles copartícipes de sus «trapicheos»(ya sean con droga...). Usando la denuncia infundadapara conseguir lo que quieren.

• Desapego: transmiten a los padres que profundamenteno se les quiere.

Genéricamente no son adolescentes que puedan ser defi-nidos como delincuentes. La mayoría de ellos no llegan aagredir a los padres. En muchas ocasiones han abandonado

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los estudios y no tienen obligaciones ni participan en activi-dades o relaciones interactivas.

A la penosa situación en que un hijo arremete contra suprogenitor no se llega por que éste sea un perverso moral, oun psicópata, sino por la ociosidad no canalizada, la deman-da perentoria de dinero, la presión del grupo de iguales...pero, básicamente, por el fracaso educativo, en especial en latransmisión del respeto, y, si no: ¿por qué en la etnia gitanano acontecen estas conductas, muy al contrario, se respeta almás mayor?

El niño o joven que se droga, que se implica con algúngrupo de iguales disociales, que se fuga... no va a ningún sitio,sólo huye de la incomprensión, la falta de atención, de afec-to, seguramente de un maltrato (entendido éste con másamplitud que el específicamente físico). Se maltrata a nues-tros jóvenes cuando no se les transmiten pautas educativasque potencien la autoconfianza, ni valores solidarios y, a cam-bio, se les bombardea con mensajes de violencia. Se les mal-trata cuando se les cercena la posibilidad de ser profunda-mente felices y enteramente personas.

Las «causas» de la tiranía residen en:

• Una sociedad permisiva que educa a los niños en susderechos pero no en sus deberes, donde ha calado deforma equívoca el lema «no poner límites» y «dejarhacer», abortando una correcta maduración. Para «notraumatizarles» se les cede, permite y ofrece todo aque-llo que se dice no tuvieron sus padres o abuelos. Hayfalta de autoridad.Es obvio que se ha pasado de una educación de respe-to, casi miedo al padre, al profesor, al conductor del

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autobús, o al policía, a una falta de límites, donde algu-nos jóvenes (los menos) quieren imponer su ley de laexigencia, de la bravuconada.El cuerpo social ha perdido fuerza moral; desde lacorrupción no se puede exigir. Se intentan modificarconductas, pero se carece de valores. Igualmente parece existir una crisis de responsabilidaden la sociedad, una falta de compromiso que no sóloha generado cambios en los niños. En España, hemospasado de la moral del sacrificio y la renuncia, al hedo-nismo. Todo se quiere alcanzar sin esfuerzo. En la socie-dad del bienestar, del consumo, se procura dejar de asu-mir responsabilidades que después pueden conllevarproblemas: por ejemplo, acompañar a los niños a unaexcursión. Y es que, como dice el doctor Enrique Rojas (1998),«en la actualidad hay un vacío moral, y el materialismo,el hedonismo, la permisividad, el relativismo y el con-sumismo son los valores que imperan en la sociedad.Estos valores han surgido a raíz de los grandes cambiossociales y tecnológicos ocurridos en los últimos años,como la revolución informática, la preocupación porlos derechos humanos y la caída del bloque comunista,entre otros». Por tanto, consideramos que el sistema devalores actual y las pautas educativas permisivas incidenen gran medida en los hijos despóticos.

• Unos medios de comunicación, primordialmente latelevisión, en los que es incuestionable que la «casca-da» de actos violentos (muchas veces sexuales) difu-minan la gravedad de los hechos.

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Nada tiene que ver el disparo del Séptimo de Caballe-ría contra los indios (o viceversa), que nosotros veía-mos, con la brutal carnicería en la que hoy se deleitan.O anuncios de juguetes que dejan en la mano del niñola capacidad para decidir «la vida del otro». O peligro-sos, como «el niño será rubio, tendrá los ojos azules».O vídeos tan esperpénticos como Muñeco diabólico,Suicídate y descansa para siempre o Comando terrorista.La televisión es utilizada por muchos padres como «can-guro», el golpeo catódico continuado invita ocasional-mente a la violencia gratuita y en general adopta unaposición amoral al no definir lo que socialmente es ade-cuado de lo inaceptable.Nos rodea un alto grado de zafiedad y mal gusto. No seha de desplazar toda la responsabilidad a los medios decomunicación cuando hay una «moda de inmoralidad».

• El gran cambio que se ha producido en la forma devida. Los niños pasan mucho tiempo solos. No vivena su ritmo. Lo bueno parece ser hacer todo cada vezmás deprisa; vivimos a las órdenes del reloj. No haytiempo para escuchar, contar cuentos, o jugar con loshijos; estamos demasiado cansados. Los niños vivencon estrés; los llamados «niños agenda» completan sushoras con actividades extraescolares. El peso de las con-diciones del entorno también afecta a las relaciones delos padres y las madres.

• Una estructura familiar que se ha modificado. — Las familias tienen uno o dos hijos, a los que no les

pueden faltar «las zapatillas de marca». Se destro-

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nan pocos «reyes de la casa», que seguirán siéndolotoda su vida. A su vez, las familias nucleares tienenpoco contacto con otros miembros familiares. Lasmadres primerizas se encuentran solas en su tarea.

— Se aprecia mucha desestructuración de parejas deadultos, que revierten negativamente en los hijos.En las familias en que ha habido una separación, yque se vuelven a recomponer, se acaba cediendo yconsintiendo en muchas situaciones para evitarconflictos.

— No hay muchos foros de comunicación social; sevive más de cara adentro en las casas. La Iglesia,que ha propiciado tradicionalmente el teatro, cineforum... actividades para jóvenes montañeros, gru-pos de matrimonios, de familias cristianas, que haconcitado reuniones para la reflexión en base aencuentros, ejercicios espirituales..., ahora ha idoreplegándose ante una sociedad que ha cambiadosus hábitos respecto a la espiritualidad (cuando nolos ha abandonado). Lo cierto es que pocas redessociales han sustituido de algún modo el papel quela Iglesia realizaba. Existen ONG e institucionespara la juventud, pero puntuales, dispersas.

• Las diferencias educativas entre:— Los padres, porque los modelos y referentes son

muy distintos de unas casas a otras. Existen diver-sos tipos de familias, algunas monoparentales y,sobre todo, se aprecia mucha soledad, sobrepro-tección, se dan los dos extremos, los «niños-llave»(que llevan su llave colgada en el cuello y pasan

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muchas horas aislados viendo televisión) y los niñosa los que se les acompaña en todo.

— Los padres y profesores. Normalmente el maestrosí controla y contiene a los niños. Lo que la madreno consigue con los más pequeños la maestra losoluciona sin problemas: recoger los juguetes, quese pongan el abrigo. En esta relación, en ocasioneshay desconfianza recíproca casa-escuela. Socialmenteno se reconoce suficientemente a la escuela.

• Que algunos padres no ejercen su labor. Han dejadoen gran medida de inculcar lo que es y lo que debe ser.No tienen criterios educativos, intentan compensar lafalta de tiempo y dedicación a los hijos, tratándoloscon excesiva permisividad. De las tres formas clásicasde control: la autoridad, la competencia y la confian-za, hoy pareciera que sólo funciona la última. Lospadres quieren democratizar su relación con sus des-cendientes adoptando estas posiciones protectoras, peroañorando las relaciones de autoridad que facilitabanque las normas se cumplieran. Consiguen sólo a veceslo deseado, sin imponer autoridad, mediante el «chan-taje emocional». Padres que parecen tener miedo amadurar, a asumir su papel.Psiquiatras, psicólogos infantiles y profesores se enfren-tan a un problema educativo, para cuya solución serequiere en primer lugar que los padres aprendan aserlo. Es labor de los progenitores hablar con sus hijos,escucharles y preocuparse por ellos, conocer con quiény dónde andan. Hay padres que no sólo no se hacenrespetar, sino que menoscaban la autoridad de los maes-

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tros, de la policía o de otros ciudadanos cuando, endefensa de la convivencia, reprenden a sus descen-dientes.Los roles parentales clásicamente definidos se han dilui-do, lo cual es positivo si se comparten obligaciones ypautas educativas, pero resulta pernicioso desde el posi-cionamiento de abandono y el desplazamiento de res-ponsabilidades. Hay miedo, distintos miedos: el delpadre a enfrentarse con el hijo, el de la madre al enfren-tamiento padre-hijo. El de «la urbe» a recriminar a losjóvenes cuando su actitud es de barbarie (en los auto-buses, metro...); caemos en la atonía social, no exentade egoísmo, delegando esas funciones a la policía, a losjueces, que actúan bajo «el miedo escénico»; así no sepuede solucionar el problema.

Los niños pueden no ser inofensivos, pero sí inocentes.Su culpabilidad, su responsabilidad ha de ser compartida porquienes los educamos o mal educamos, los que olvidamosdarles las instrucciones de uso para manejar la vida y no lesindicamos cómo respetarse a sí mismos y a los demás.

Algunos tienen claro que lo que les ocurra a los chavaleses íntegramente responsabilidad de sus padres. Son ellos quie-nes deben llevar las riendas, a pesar de que en muchosmomentos lo más cómodo sea soltar cuerda y relajarse unpoco. No es una cuestión de confianza. Hay que ser cons-cientes de que los jóvenes no tienen un criterio claro de loque es bueno para ellos y de lo que no. Y es lógico, porqueson adolescentes, por mucho que la sociedad se empeñe entratarlos como «pequeños» adultos. Todo va demasiado rápi-do, y tienen que conseguir vivir al ritmo que necesitan para

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su desarrollo, que no es el que marca el exterior. Hay pro-blemas que no aparecen si no se los va a buscar. «Yo creo quees como cuando se aprende a conducir —nos comentaba unpadre de adolescente en plena “efervescencia”—. El que vaal volante es el aprendiz, pero es el profesor el que tiene laobligación de dirigir, dar las indicaciones y, si es necesario,dar un frenazo antes de que se produzca el choque. Pues eslo mismo».

Cuando vemos a jóvenes con su yo interior roto, que novan a ninguna parte, que están exiliados del mundo, que escri-ben su vida en la arena, que se dejan llevar por el oleaje delas demandas, del consumo, de las modas, de la droga, de losimpulsos, no somos sino espejos de esa misma agua.

No se trata de culpabilizar genérica y tontamente a lasociedad, pero sí de erradicar del imaginario colectivo la falsacreencia de que existe el perverso polimorfo, el que «nace tor-cido», el cien por cien responsable de sus actos.

En todo momento, nuestra vida está indisolublementeunida a otras vidas, sobre todo en la infancia, y hay quienesreciben como legado la orfandad de afecto, de serenidad, deamor, de seguridad, de indicaciones para autogobernarse enlibertad.

Hemos de educar a nuestros jóvenes, y ya desde su mástierna infancia hay que enseñarles a vivir en sociedad. Porello han de ver, captar y sentir afecto, es preciso transmitir-les valores. Entendemos esencial formar en la empatía, ense-ñándoles a ponerse en el lugar del otro, en lo que siente, enlo que piensa. La empatía es el gran antídoto de la violencia,no hay más que ver el menor índice de agresividad de lasmujeres y relacionarlo con el aprendizaje que reciben de niñas.

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Precisamos motivar a nuestros niños sin el estímulo vacío dela insaciabilidad.

Educarles en sus deberes y derechos, en la tolerancia, sos-layando el lema «dejar hacer», pero marcando reglas, ejer-ciendo control y, ocasionalmente, diciendo No.

Instaurar un modelo ético, utilizando el razonamiento,la capacidad crítica y la explicación de las consecuencias quela propia conducta puede tener para los demás. Acrecentarsu capacidad de diferir las gratificaciones, tolerar frustracio-nes, controlar los impulsos y relacionarse con los otros. Tam-bién debemos fomentar la reflexión como contrapeso de laacción, la búsqueda de la perspectiva correcta y el deseo deintegración social.

Entre todos hemos de ayudar a las familias (niño-fami-lia-contexto) facilitándoles que impere la coherencia y se erra-dique la violencia, que exista una participación más activadel padre.

Hombres y mujeres, juntos, debemos impulsar que laescuela integre, que trabaje y dedique más tiempo a los casosmás difíciles.

El que haya jóvenes desahuciados del mundo, de sí mis-mos, que se revuelven contra los otros (padres o no), es unmal que está en la sociedad. No se trata de ideologías pro-gresistas o reaccionarias, sino de evitar la «ley del péndulo»,del niño atemorizado al educador paralizado.

Como conclusión estimamos poder convenir, siguiendoel hilo argumental, que la tiranía infantil refleja una educa-ción (si así puede llamarse) familiar y ambiental distorsiona-da que aboca al más paradójico y lastimero resultado, dandoalas a la expresión «CRÍA CUERVOS...».

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