Cuando La Iglesia Perdio La Sencillez
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UNA COMPARACION FRUSTRANTE
EL ABUSO DE AUTORIDAD “LIBRO” →
CUANDO LA IGLESIA PERDIO LA SENCILLEZ (LIBRO)
MARIO E. FUMERO
Una investigación de la evolución de la fe cristiana a través de las circunstancias históricas, que
revela la decadencia de la sencillez en la iglesia del siglo
XXI. Serie: Doctrina e historia. 1996/ 2000
1. 1996. Mario E. Fumero ® 2000. Segunda Edición
2. Publicado para pagina web.
(Se autoriza la publicación parcial de artículos de este libro para
fines religiosos o culturales)
Citas bíblicas usadas de la versión: Sociedad Bíblica, versión
actualizada de Reina -Valera de Publicaciones Bautista.
PRODUCCIONES PENIEL S. DE R.L. Apartado 15134, Suc
Kennedy, Tegucigalpa, M.D.C.
La primera edición de este libro fue en el 1996, pero en enero del
2000 se le hizo una nueva revisión, y se volvió a publicar con algunas
modificaciones relacionadas a la ampliación de algunos temas y más
datos bibliográficos.
CONTENIDO
PRÓLOGO – 7
I- UNA VIDA SENCILLA – 9
II- LA SENCILLEZ EXTERNA – 15
III- CUANDO EL CULTO FUE SENCILLO – 29
IV- LA SENCILLEZ PERSONAL – 45
V- ¿POR QUÉ SE PERDIÓ LA SENCILLEZ?- 57
VI- UN EDIFICIO LLAMADO IGLESIA – 69
VII- LA TRISTE REALIDAD MISIONERA- 83
VIII- UNA TEOLOGIA SENCILLA- 97
IX- COMO APRENDER A SER SENCILLO- 107
EPILOGÓ – 119
PRóLOGO
Cuantos desearíamos ver una iglesia cristiana acorde con
el patrón bíblico, y cuantos buscaríamos ese espíritu de fraternidad,
sinceridad, sencillez y humildad que caracterizó a los primeros
cristianos. Pero nuestra realidad es otra, la iglesia ha prosperado
como estructura, como denominación, y como masa de gente, pero
ha menguado en su poder de testimonio, y sobre todo, en su
humildad y sencillez.
Cuando vemos la realidad predominante en nuestro entorno
nos decimos; «¿a dónde irá a parar la iglesia, si Cris-to no viene
pronto?.» Son fuertes las corrientes modernistas y humanistas que
luchan por dominar al teólogo. Son gran-des los esfuerzos por
trasladar las dinámicas mercantiles del mundo secular, a la vida de
la iglesia y su obra evan-gelizadora, por lo que estamos llegando a
una secularización generalizada de la sociedad y a una fuerte
influencia mundana en la vida de la Iglesia.
Como “Iglesia” debemos modernizar nuestras técni-cas de
evangelismo, con esto estoy de acuerdo. Hay que usar todos los
medios disponibles a nuestro alcance para llevar el evangelio a todo
lugar. La velocidad, la tecnología de la comunicación y la informática
deben ser sometidas al Señorío de Cristo para proclamar a todas las
naciones la verdad del evangelio, pero no debemos permitir que
estos nuevos recursos humanos maten la sencillez que nos queda, y
la cual ha ido en un proceso de deterioro en la medida que hemos
crecido, prosperado y alcanzado un papel importante en los destinos
de muchas naciones.
En mi primer libro[1] hablaba de los peligros que asedian a la
iglesia en los últimos tiempos. Ahora quiero detenerme en ese gran
peligro que es perder la sencillez, para ser arrastrados por los afanes
de este siglo, y adquirir una vida “presuntuosa”, en donde la
humildad y la natu-ralidad se pierden. No estoy en contra de los
estudios, ni tampoco a que un cristiano aspire a vivir dignamente,
pros-perando dentro de los parámetros de una correcta bendición de
Dios. Lo que no apruebo, y condeno radicalmente, es el afanarnos
tanto por saber y tener, que llegamos al punto de hacer de esto un
todo, y creernos que por adquirir sabiduría humana y bienes
materiales somos y valemos más delante de Dios, cuando en realidad
la posibilidad es que sea todo lo contrario.
Comencé a escribir este libro en noviembre del 1995, movido
por una realidad que se esta generalizando en las iglesias de los
Estados Unidos y América Latina. No me mueve un espíritu de
crítica, y cuando cito a algunos au-tores, lo hago con todo el respeto
que merecen los mismos. Omito nombres y detalles de experiencias
personales, y me concreto a generalizar hechos aislados, pero que
están presentes en todos los marcos de nuestras comunidades
cristianas.
Reciban esta investigación, y este enfoque, como una ayuda
para poder volver a las sendas antiguas, y forjar una iglesia humilde,
sencilla e impregnada del Espíritu de Cristo, y ser fiel así a los
postulados de la gran comisión.
Con mucho cariño.
Mario E. Fumero
CAPÍTULO – l - UNA VIDA SENCILLA
A los seres humanos nos gusta complicar las cosas.
Nos hemos vuelto muy sofisticados, no solamente en lo tecnológico y
laboral, sino también en nuestro ser, en el estilo de vida que vivimos.
Hemos hecho de todo un derroche de trámites, vueltas, ceremonias,
etiquetas, modas, apariencias, protocolo, dialécticas etc.
En conclusión, hemos perdido la sencillez. Pero ¿qué es
sencillez? En el diccionario de la lengua castellana se define
como “uno que no tiene artificios ni composición, ingenuidad,
llaneza, sinceridad, naturalidad, afabilidad”. Ser ingenuo, que es un
equivalente a ser sencillo, es no vivir todo el tiempo esclavo de la
malicia, desconfianza y suti-leza, cosas que dañan tremendamente la
relaciones perso-nales. Dentro del término SENCILLO hay un sin
número de elementos que definen cualidades del “ser” en su diario
vivir. En la “sencillez” se esconden otras virtudes que la
complementan, para hacernos conforme al deseo de Dios. Cuando se
es sencillo se es humilde, natural, accesible y afable. Es por ello que
Dios ha prometido guardar a los sencillos: Jehová guarda a los
sencillos; estaba yo postrado, y él me salvó.” (Salmos 116:6).
Debemos alcanzar esta cualidad en nuestro estilo de vida, pues es la
credencial con la cual demostramos al mundo de que somos un
pueblo diferente:
“Porque nuestro motivo de gloria es éste: el testimonio de nuestra
conciencia de que nos hemos conducido
en el mundo (y especialmente ante vosotros), con sencillez y la
sinceridad que proviene de Dios,
y no en sabiduría humana, sino en la gracia de Dios.
(2 Corintios 1:12).
Nuestro mensaje no se fundamenta en una falsa apariencia
contradictoria, ni en una “sabiduría humana” desprendida de los
títulos o teorías, hechas en un labo-ratorio llamado aula, sino en una
actitud sencilla y sincera envuelta de la gracia de Dios. La crisis en
nuestro cris-tianismo se debe a la decadencia en la calidad de vida,
junto a los escándalos de hombres amadores de los deleites (2
Timoteo 3:4.) más que de Dios, los cuales han llevado al pueblo a una
pérdida total de la sencillez, para dar lugar a la ostentosidad,
vanagloria y excelencia hu-mana. Esto a producido una teología
lucrativa mal llama-da “prosperidad” que desencadena junto a la
codicia, el espíritu de prepotencia humana[2].
Cuando hablamos de sencillez nos referimos a todo un estilo
de vida. Involucra la forma de vestir, vivir, trabajar, comer, servir, e
incluso el adorar y predicar a Jesús. La Iglesia primitiva se
caracterizaba por ser sencilla. Los dis-cípulos eran sencillos, todos
compartían, como un solo cuerpo:
“Ellos perseveraban unánimes en el templo día tras día, y partiendo
el pan casa por casa, participaban de la comida “con alegría y con
sencillez de corazón,” (Hechos 2:46).
Analicemos la expresión “alegría y sencillez de corazón”, ¿Qué
significa sencillez de corazón? En la Biblia el corazón representa los
sentimientos, es la parte que siente, anhela y expresa la vida
emotiva:
“Digo: “No me acordaré más de él, ni hablaré más en su nombre.”
Pero hay en mi corazón como un fuego ardiente, apresado en mis
huesos. Me canso de contenerlo y no puedo.” (Jeremías 20:9).
En él se muestra la sensibilidad espiritual en las relaciones, tanto
hacia adentro (vida espiritual), como hacia afuera (vida natural o
afectiva). Cuando el pecado domina, el corazón se endurece, por lo
que hay un divorcio entre el espíritu y la mente:
“Teniendo el entendimiento entenebrecido, alejados de la vida de
Dios por la ignorancia que hay en ellos, debido a la dureza de su
corazón.” (Efesios 4:18)
“No endurezcáis vuestros corazones como en la provocación, en el
día de la prueba en el desierto,” (Hebreos 3:8, ver 4:7).
Cuando se pierde la sencillez, se pierde la sen-sibilidad.
Dejamos de ser naturales, como Dios nos hizo. La sencillez, está
vinculada al corazón, porque emana de la sensibilidad que se
expresa en la sinceridad de una vida normal, donde no hay
fingimiento, ni adornos que oculten la transparencia del ser:
“acerquémonos con corazón sincero, en plena certidumbre de fe,
purificados los corazones de mala conciencia, y lavados los cuerpos
con agua pura.” (Hebreos 10:22).
Cuando en el corazón se concibe la soberbia, entonces
aparece el orgullo, y éste carcome, como un cáncer, nuestra
sencillez. La loca carrera del “tener” nos desposee de la sencillez del
ser, y caemos en el torbellino del afán y la ansiedad, convirtiéndose
nuestras vidas en una gran farsa, llena de vanidades y fantasía.
Entonces aparece el espíritu de grandeza, y es ahí cuando el
enemigo nos atrapa.
Cuando aceptamos a Jesús encontramos un cambio de vida,
pero no de personalidad. La sencillez (que es naturalidad y
humildad) debe permanecer, e incluso, debe de tomar fuerza y
presencia.
No nos hacemos superiores a los demás, sino que más bien
conquistamos un don excelente; la salvación, la cual debemos
compartir con otros. Pero la realidad presente en la iglesia nos
muestra como muchos, tomando a Jesús como estandarte, han
promovido la superioridad, jactancia, excelencia, vanagloria y
soberbia humana, forjando una falsa teología de presunción y
prosperidad que ha llevado al pueblo de Dios por el camino de la
esperanza fatua, que forja una vida débil.
Nos convertimos como dijo Jeremías 5:28 “gordos y
lustrosos” Pensamos más en la fama y el bienestar, que en la
entrega y el sacrificio. ¿Y cómo puedo hacer tan dura afirmación?
Basta ver la majestuosidad de muchos templos, con su música y
adoración. Los conciertos, y la forma de vestir y vivir de muchos
cristianos, que imitan comple-tamente los esquemas del
mundo[3] evidencia estos hechos. Sus conciertos son replicas
exactas de los show mundanos, con luces, humo, vestuario
estrambótico y un largo etcétera, lo cual nos deja ver con tristeza
que hay de todo, menos sencillez[4].
La vanagloria y la ostentocidad son los parámetros con los
cuales medimos la “bendición de Dios”. La tendencia humana a
buscar, por medio del espectáculo, un impacto espiritual o
evangelístico se ha convertido en una de las metodológicas más
usada por la iglesia en nuestro tiempos. ¡Se imaginan ustedes el
derroche de dinero que se emplea para ejecutar actos evangelísticos
donde se in-vierten millones tan solo para atraer a los mismos evan-
gélicos a un estadio, auditorio o salón de conferencia donde a veces
se les manipula emocionalmente! Esto produce un mercantilismo en
torno a los “dones y talentos” que es escalofriante, pues muchos
grandes predicadores y cantantes cristianos se cotizan a altos
precios.
La situación de degradación religiosa hace que muchos
maestros en la Palabra planteen panoramas que hasta cierto punto
son alarmantes. David Wilkerson afirma: “Mi corazón sigue
sufriendo porque los que de todo co-razón se están volviendo al
señor representan sólo un pequeño y despreciado remanente. La
mayoría de los cristianos –Incluso los pastores- están prestando oídos
sordos al sonido de la trompeta, y están haciendo caso omiso del
clamor del vigía. La ceguera espiritual de las masas que asiste a la
iglesia crece de un modo intolerable para Dios, ya que ahora vemos
cómo Él se esta moviendo con rapidez y delante de todos para juzgar
a su pue-blo…apenas estamos viendo el comienzo de sus tremendo
juicios contra la falta de honradez, las mentiras, los engaños y las
distorsiones malignas de su evangelio”[5] y esto evidencia la crisis
de fe que estamos viviendo, cosa que opaca nuestra humildad y
sencillez.
Pero será mejor detallar, paso a paso la realidad de hoy,
comparada con la de ayer (la iglesia nuevo testa-mentaria), y lo
haremos a través de una analogía contra-dictoria entre ambas
épocas, y que conste, no lo hago con un espíritu crítico, sino en plan
de reflexión, porque deseo que la realidad de Jesús no muera en la
iglesia del TERCER MILENIO.
CAPÍTULO – 2 - LA SENCILLEZ EXTERNA
Era una larga jornada para poder visitar unas iglesias de las
montañas de Guatemala. Habíamos llegado a Uspan-tán, de ahí
seguimos a lomo de bestia hacia el interior de las selvas de una zona,
en donde visitaríamos congregaciones de la Iglesia de Dios, en el
Dpto. del Quiché, invitado por el misionero Oscar Romeo Castillo. En
Guatemala existe una gran diversidad de grupos indígenas, con
dialectos y ropa muy peculiar. Cada tribu, o grupo étnico, tiene una
forma distintiva de vestir, y aunque sus costumbres alimenticias y
del diario vivir son idénticas, sus trajes y lenguas varían.
Llegamos por fin a la aldea de destino, y el pastor salió a
recibirnos, vistiendo su traje típico. Era un humilde indígena de un
poblado donde casi todos habían aceptado al Señor. Se había
convertido un domingo cuando bajó al pueblo a vender su cosecha, y
en un culto al aire libre aceptó a Jesús. Al volver a su aldea, le contó
a todos su experiencia, y con una Biblia que compró, ayudado por su
hijo que sabía leer, inició un grupo que se convirtió en una
floreciente igle-sia. Esa noche celebramos un gran culto, alumbrado
por dos lámparas “Coleman”, y en una choza hecha con ramas de
árboles, donde las bancas estaban fijas al piso, y muchos se sentaron
en el suelo, eran como unas 90 personas. Pero, cuán grande fue mi
asombro al ver al pastor que nos recibió con su ropa típica, vestido
con un saco que no le quedaba, y una corbata ancha, ya pasada de
moda. Yo me quede sorprendido, pues el resto de los hermano
vestían sus trajes típicos de esa región.
Al terminar el culto, y mientras comíamos unas tor-tillas de
maíz con frijoles, le pregunté al pastor ¿por qué se había puesto esa
ropa, dejando de usar su traje típico? Con una voz impregnada de
sencillez me dijo: «Es que en una convención, en Chuhicaca, me
enseñaron que el ministro de Dios debe usar saco y corbata cuando
va a ministrar, para así tener credibilidad, y el misionero
norteamericano nos regaló sacos y corbatas».
Uno de los graves errores de la gran mayoría de los
misioneros es llevar un evangelio impregnado de su propia cultura,
imponiendo junto con el mensaje evangélico, sus esquemas de
trasculturización. Esto ha formado una serie de ideas dogmáticas
relacionadas con la ropa, y hemos perdido la sencillez en la forma de
vestir. Es por ello que se manejan conceptos populares, que dominan
la sociedad occidental, afirmándose que“uno vale por la ropa que
viste”. Es no-torio el caso de Amway[6], una empresa dedicada a la
venta de productos, la cual ha utilizado los principios del disci-pulado
cristiano, junto a las ideas de la excelencia humana y el afán por las
riquezas, para promoverse y ganar adeptos, induciéndole a vestir,
hablar y pensar de una forma esque-matizada, de acuerdo a los
conceptos del marketing. Lo mismo hacen muchos misioneros y
predicadores, cuando dejando su tierra, llevan justo al mensaje
evangelístico, sus esquemas de conducta y cultura, estando éstos
desposeídos de la sencillez bíblica.
Notamos que en la iglesia de nuestro tiempos ha habido una
evolución idéntica a la que hubo después del Edicto de Tolerancia,
(313 d.c.) cuando los cristianos, después de vivir 300 años en
persecución, pasaron a ser parte del sistema romano, y lentamente
fueron imitando las costumbres paganas de éstos, por lo que
asociaron la auto-ridad, el poder y la superioridad espiritual, a la
forma de vestir y aparentar externamente. Este fenómeno ha tomado
dos directrices a través de la historia: Una va en dirección a tratar de
diferenciarnos de los demás con hábitos y formas externas de ropa,
para revelar con ello que somos religiosos, de ahí viene el refrán
popular de que “el hábito no hace al monje”. Lo mismo hacían los
fariseos en la época de Jesús.
La otra es el vestir de forma ostentosa, y de acuerdo a los esquemas
sociales e influencias dominantes (modas), sin pensar en la
honestidad y el decoro, usando como argu-mento justificatorio el
ser “hijo de un rey y por la tanto debo vestir como tal”, o
simplemente argumentar que debemos adaptarnos a los cambios de
los tiempos, y aunque estoy de acuerdo de que el tiempo produce
cambio, es bueno limitar esto a lo que podemos catalogar como «una
forma normal de vestir», de acuerdo a la moral y a nuestra cultura.
Este espíritu de vestir ostentosamente, buscando la
presunción, para mostrar más «de lo que soy» por medio de la
apariencia externa, ha matado la sencillez en la forma de
presentarnos delante del mundo, y nos ha llevado a fabricar
conceptos que atentan contra éste. Pero para ser fieles a la verdad,
debemos ir a la Palabra a la hora de analizar como debe de ser un
cristiano en relación a este elemento que llamamos “apariencia
externa“.
Lo primero que debemos considerar es; ¿qué es
presunción? El diccionario la describe como derivada de presumir,
que indica “vanagloriarse, tener alto concepto de sí
mismo[7]”. Tiene que ver con moda, pinturas, adornos atractivos,
etc. Este no es un mal de nuestros tiempos, ya que siempre, en la
historia de la humanidad, ha habido esta inclinación carnal. Era una
característica de los pueblos paganos en la época de los Judíos. Dios
luchó arduamente para que su pueblo, Israel, mantuviese su
peculiaridad que lo diferenciara de los pueblos vecinos, y mostraran
por medio de ellos su gloria. Esta demanda de “ser diferentes a los
demás pueblos,” les obligaba a desposeerse de muchas cosas
catalogadas como “vanidades y presunciones”. El deseaba un pueblo
dominado por su Palabra, y no por las influencias del medio. Un
pueblo fiel, santo y sencillo. Fue por ello que Isaías le trasmite a
Israel el sentir de Dios en cuanto a la realidad de su entorno,
definiendo como debían ser sus hijas, las cuales, olvidando las
demandas de su Dios, se habían dado a imitar a los pueblos vecinos,
por lo que les exhorta:
“Asimismo dijo Jehová: “Por cuanto las hijas de Sión son altivas,
andan con el cuello erguido, lanzan miradas seductoras, caminan
zapateando y hacen resonar los adornos de sus pies, el Señor pelará
con tiña la cabeza de las hijas de Sión; Jehová desnudará sus frentes.
“En aquel día el Señor quitará los adornos de los tobillos, las
diademas, las lunetas, los aretes, los brazaletes, los velos, los
adornos de la cabeza, los adornos de los pies, las cintas, los
frasquitos de perfume, los amuletos, los anillos, los joyeles de la
nariz, las ropas festivas, los mantos, los pañuelos, los bolsos, los
espejos, la ropa íntima, los turbantes y las mantillas. Y sucederá que
habrá hediondez en lugar delos perfumes, soga en lugar de
cinturón, rapadura en lugar de los arreglos del cabello. En lugar
de ropa fina habrá ceñidor de silicio; porque en lugar de belleza
habrá vergüenza. (Isaías 3:16-24)
Veamos las costumbres que Dios rechaza de sus hijas:Cuellos erguidos = Sinónimo de soberbia, orgullo, altivez.
Miradas seductoras = Ojos provocativos, exaltados con maquillaje.
En el original se refiere a “ojos desvergonzados” o pintados.
Raerá la cabeza = Se teñían el pelo y usaban
peinados provocativos, por eso les raerá la cabeza.
Adornos en el cuerpo = Cintas en los tobillos, brazaletes, velos,
joyas, amuletos, anillos etc. toda una serie de objetos para llamar la
atención de los hombres o vinculado con fetiches idolátricos.
Perfumes = Para provocar a los hombres, y excitarlos sexualmente.
Ropa fina = Con doble sentido, que era costosa, y a la
vez transparentaban las carnes.
En estos pasajes hay mucho que analizar, pero alguno argu-mentará
que pertenece al Antiguo Testamento, a la ley, y ahora estamos en la
gracia. !Cuidado! No vaya ser que nos volvamos tan permisivos en la
gracia, que caigamos en desgracia. Muchas iglesias, que afirman
esto, sí toman del Antiguo Testamento otras cosas para afianzar su
estilo de culto. Tenemos el caso de una congregación que tiene un
culto de adoración basado en todo lo que es la enseñanza del Antiguo
Testamento, y tomadas del “tabernáculo de David”. Allí hay danzas
estilo judío, cánticos impregnados de salmos, con melodía hebrea,
pero sus mujeres se visten, maquillan y actúan como las que describe
Isaías. Quiere decir que, toman una parte del A.T. e ignoran otra,
pero, sí una parte no tiene vigencia, ¿Cómo podemos defender la
otra?.
La conducta física revela la vida moral, y muestra la sencillez.
Cuando nos arreglamos físicamente ¿con qué fin lo hacemos? ¿El fin
justifica los hechos? El vestir es una necesidad natural, originada
como consecuencia del pecado (Génesis 3:7), pues la maldad está
envuelta en el desear lo que está prohibido por ley moral. Debemos
definir dos realidades en la apariencia externa:
PRIMERO:{Vestimos para cubrir nuestra vergüenza, y protegernos
del frío, calor, polvo y los peligros del medio.
SEGUNDO:{Cuidamos el cuerpo porque es templo del Es-píritu
Santo, y debemos cumplir las normas de higiene or-denadas por
Dios.
Debemos de hacer ambas cosas, sin caer en la ostentosidad, vanidad
o vanagloria, porque esto mata la sencillez.
¿Cómo debemos vestir para mantener la sencillez, y evitar
caer en la vanidad? Lo primero que debemos asumir es que para
Dios lo externo no es importante, por más gua-po, alto o hermoso
que sea. Aunque uses muchos adornos, o vestidos costosos, el Señor
no te juzga como lo hace la sociedad moderna: “Porque Jehová dijo a
Samuel: -No mires su apariencia ni lo alto de su estatura, pues yo lo
he rechazado. Porque Jehová no mira lo que mira el hombre: El
hombre mira lo que está delante de sus ojos, pero Jehová mira el
corazón.” .(1 Samuel 16:7).
Hoy día vestimos y nos arreglamos tratando de causar
siempre una buena impresión, lo único que esa apariencia muchas
veces traiciona la realidad, aparentando más de lo que somos, por lo
que caemos en una presentación ostentosa, con la cual tratamos de
sobresalir ante los demás, es por ello que Pablo afirma: “No nos
recomendamos otra vez ante vosotros, sino que os damos ocasión de
gloriaros por nosotros, con el fin de que tengáis respuesta frente a
los que se glorían en las apariencias y no en el corazón.” (2
Corintios 5:12).
El grave error del sistema actual es que juzgamos más la apariencia
que la vida que se vive. Existe un concepto popular, “de que uno vale
por lo que tiene,” y por lo que viste. De ahí proviene la vanidad de
este siglo, envuelta de artificios, que hacen caer a miles de sinceros
cristianos en una vida llena de fantasía y apariencia física
presuntuosa.
Pero ¿Cuál es la posición de los primitivos cristianos al
respecto? Si partimos de las evidencia de los Hechos y las epístolas,
veremos que ellos no tenían nada como suyo propio, que se
despojaban de sus bienes, y vivían como pobres, siendo ricos. Pero
comenzaremos a analizar esta realidad partiendo de las enseñanzas
del Señor, que es nues-tro modelo perfecto.
Cuando nació Jesús no tuvo nada, tan sólo un pesebre
prestado, calentado por los animales que le ro-deaban, pues no había
para ellos lugar en el mesón, y care-cían de recursos para alquilar
una casa. Durante su minis-terio vivió sencillamente, no cargaba
equipaje, ni buscaba los mejores puestos o lugares en su andar por
los caminos de Jerusalén. Él enseñó a sus discípulos a no acumular
bienes, sino a compartir: Respondiendo les decía: –El que tiene dos
túnicas dé al que no tiene, y el que tiene comida haga lo
mismo. (Lucas 3:11). Y cuando dio instrucciones para enviarlos a
predicar, les ordenó usar zapatos humildes, y no poseer muchas
prendas de vestir: “Entonces llamó a los doce y comenzó a enviarlos
de dos en dos. Les daba autoridad sobre los espíritus inmundos. Les
mandó que no llevasen nada para el camino: ni pan, ni bolsa, ni
dinero en el cinto, sino solamente un bastón; pero que calzasen
sandalias y que no vistiesen dos túnicas.” (Marcos 6:7-9).
En este mandato notamos que su enseñanza era la
sencillez, “no vestir dos túnicas“, pero aun en sí mismo, Jesús era
sencillo en su forma de ser y de vestir, pues dice la Biblia que su
túnica era “sin costura” de una sola pieza: “Cuando los soldados
crucificaron a Jesús, tomaron los vestidos de él e hicieron cuatro
partes, una para cada soldado. Además, tomaron la túnica, pero la
túnica no tenía costura; era tejida entera de arriba abajo.” (Juan
19:23).
Algunos comentaristas, principalmente los predi-cadores de
la prosperidad[8], afirman que la ropa que Jesús usaba era muy cara,
pero en realidad hay dos hechos que revelan su sencillez:
1º- Era de una sola pieza,
2º- Y tejida de algodón.
Por lo general, las túnicas caras eran de varios elementos, y contenía
seda. Para demostrar más la sencillez del Maestro, en las escrituras
se describe su entrada a Jerusalén montado en un pollino prestado
(Mateo 21:2), ¿Y por qué no usó un caballo brioso? Y para celebrar
su última cena tuvo que pedir una casa prestada (Lucas 22:7-13), y al
morir, fue enterrado en una tumba prestada, (Lucas 23:50-56)
propiedad de José de Arimatea. ¿Queremos más eviden-cia de su
sencillez?
Los cristianos primitivos no daban mucha impor-tancia a la
apariencia física, como punto de referencia para medir la
espiritualidad o la posición de autoridad. Todos eran iguales, no
había diferencia, y no existía imposiciones dogmáticas en cuanto a la
forma de vestir, pero se era muy estricto en cuanto a la modestia y el
decoro en la forma de ser. Es por ello que encontramos referencias
claras al respecto en 1 Pedro 3:3-4: “Vuestro adorno no sea el
exterior, con arreglos ostentosos del cabello y adornos de oro, ni en
vestir ropa lujosa; sino que sea la persona interior del corazón, en lo
incorruptible de un espíritu tierno y tranquilo. Esto es de gran valor
delante de Dios”. Y aunque en este pasaje se hace alusión a la
mujer, también puede relacionarse con el hombre, pues Pedro
confiesa en la puerta de la Hermosa que “No tengo oro ni plata”
(Hechos 3:6). Por otro lado Pablo le dice a su hijo
Timoteo: “Asimismo, que las mujeres se atavíen con vestido
decoroso, con modestia y prudencia; no con peinados ostentosos, ni
oro, ni perlas, ni vestidos costosos; sino más bien con buenas obras,
como conviene a mujeres que profesan reverencia a Dios.” (1
Timoteo 2:9-10).
¿Por qué se enfatiza tanto en la forma de vestir de la mujer y
no se incluye al hombre? Porque en la época de Cristo las más dadas
a la vanidad externa en el vestir y ser eran las mujeres, ya que en ese
tiempo la “feminidad mas-culina” no era costumbre general, aunque
sí la practicaban los romanos, principalmente aquellos con tendencia
homo-sexual o bisexuales. Hoy la propaganda ha hecho que el
cuidado y la presunción física invada también al sexo masculino, sin
ser señal de homosexualidad. Los hombres, al igual que las mujeres,
han buscado las modas, los estilos de cabellos, los salones de belleza,
las manicura y las cremas faciales para embellecer el cutis, incluso,
algunos hasta se maquillan. El afeminamiento masculino es una téc-
nica del marketing, para extender los cosméticos al mundo de los
hombres. Antes íbamos a un barbero, ahora están desapareciendo, y
surgen los salones de belleza “Unisex”[9]. Las peluqueras y
peluqueros atienden a hombres y mujeres, ofreciendo opciones de
estilos, tintes y maquillajes. ¿De dónde proviene este espíritu de
apariencia? De la vanidad de la mente. De un mundo desposeído de
sencillez, y presa de la moda, imitación y fantasía.
¿Puede afectar todo esto la sencillez de la Iglesia? He visto
por canales de televisión programas cristianos con mujeres que
tienen una apariencia tan escandalosa, que negaban con su físico, lo
que proclamaban con su boca. Peinados ostentosos, pintura hasta
más no poder, joyas y escotes provocativos, y proclamando la
sencillez de Jesús, ¡Qué ironía! Sus vidas hacen tantos escándalos,
que sus palabras llegan vacías al que les escucha, y muchos toman
tales ejemplos para seguir llevando adelante un cristianismo fatuo,
de falsa apariencia.
Lo terrible de la apariencia física es que en algunos marcos la
forma de vestir se ha convertido en un dogma impositivo, como el de
la sotana en la edad media. Recuerdo el aprieto que pasé una vez
que fui a predicar a una iglesia pentecostal de New York. Con el
apuro se me cayó la corbata en el automóvil, (era de esas que se
cuelgan en la camisa con un gancho). Cuando llegó el momento de
predicar, el pastor me miró, y dijo:
–«En lo que el hermano Mario se prepara, cantemos un corito».
Yo estaba listo, y no entendía que pasaba. Después de repetir lo
mismo otra vez, le pregunté:
– «Hermano, estoy listo» y mirándome, me hizo una seña al cuello.
Descubrí que la corbata se me había caído en el camino. Le hice ver
que no la tenía. Luego él dijo a la congregación:
–«Hermanos, al predicador se le cayó la corbata, pero se lo vamos a
perdonar, ¿están de acuerdo?» Y pasé a predicar, entonces dije:
–«Hermanos, lamento no traer la corbata, se me cayó en el camino,
pero den gracias a Dios que yo estoy aquí para predicar, lo malo
hubiera sido que la corbata hubiera venido, y yo me hubiera
quedado».
¿De dónde sacamos la doctrina de la corbata y el traje? ¿De
dónde sacó la iglesia católica la sotana y el cuello clerical, heredado
después por los luteranos y por los demás evangélicos?[10] ¿Qué
tratamos de decir con esto? ¿Qué somos ministros, religiosos,
diferentes al resto del pueblo? En el principio Jesús y los discípulos
se fundían con el pueblo, al grado tal que eran uno mas en la
multitud. El peligro de la apariencia radica en la importancia que
ésta toma en muchos círculos mundanos, y como estos conceptos se
introducen en la Iglesia. El hombre no vale por la ropa que viste, ni
por los zapatos que calza, sino por la vida que vive delante de Dios.
Debemos plantearnos de nuevo una vida en sen-cillez, en
donde el decoro y el ornamento modesto sea una característica de
los hijos de Dios, desechando toda opu-lencia y soberbia que nos
lleve a una vanidad física que está contra la vida del Espíritu[11].
Enseñemos la humildad en todo, para que podamos ser
bienaventurados y portadores de la verdadera imagen de Jesús.
Respetemos la forma de vestir de los pueblos, no impongamos
costumbres, excepto cuando éstas atenten contra el decoro, la
modestia y el pudor del ser. Cuando comenzamos nuestro trabajo en
Honduras con jóvenes provenientes del mundo de las drogas, todos
venían con una pinta terrible en su forma de vestir. Pelo largo,
pantalones tipo vaqueros, sin camisa y con tirantes, etc. Cuando iba
a la iglesia con ellos a predicar, les miraban como seres extraños,
solo porque no vestían elegantemente, como los demás. Ellos se
sintieron rechazados en una Iglesia que debería recibirlos tal como
son, pues la obra es del Señor. Tiempo después el Señor los cambió y
algunos se adaptaron tanto al sistema que con el tiempo vestían saco
y corbata, y rechazaban a los que no fuesen como ellos.
No debemos imponer costumbres, ni juzgar según la
apariencia. Lo que hace a una ropa aceptable delante de los demás y
de Dios es su limpieza, decoro y sencillez, lo contrario es “vanidad de
vanidades”. Cuando nos vestimos lo hacemos no para sobresalir, sino
para vivir de acuerdo al medio en donde estoy. Recordemos que
vestimos para vivir y no vivimos para vestir. El ser no ésta en tener,
sino en vivir conforme a los parámetros de la Palabra del Señor.
CAPÍTULO – 3 - CUANDO EL CULTO FUE SENCILLO
Era La primavera un día domingo del año 58 d.c. En una
casona de tres pisos, en los suburbios de Troas, se congregaba un
gran número de personas para celebrar un culto cristiano. Hombres,
mujeres y niños se apiñaban en un aposento alto para compartir el
pan y celebrar la fiesta de la Palabra. Ese día habían una visita
especial, que habían venido de lejos, y estaban ansiosos por escuchar
sus pala-bras. No habían asientos para todos, por lo que los más
jóvenes se sentaban en el piso y en los bordes de las venta-nas y
barandas del tercer piso, para participar de la reunión. Comenzaron
a orar y a cantar de forma espontánea. Vestían de forma sencilla, y
no había instrumentos. Sus voces se unían, sin tener a uno que
presidiera la reunión de alabanza. De pronto comenzaron a salir
oraciones, lenguas y palabras de testimonio de diferentes lugares del
salón. Había un ambiente de familiaridad y entusiasmo, y aunque
apenas quedaba un espacio libre, todos formaban una masa com-
pacta con alegría y sencillez de corazón.
Se comenzaron a encender lámparas de aceite para alumbrar
bien el salón, y de uno de los extremos un anciano se puso en pie y
alzando la voz exclamó:
- Mis queridos hermanos, ha llegado el momento de recibir la
Palabra. Hoy tenemos con nosotros a nuestro hermano Pablo, que
acaba de llegar de Macedonia y Grecia, deseo dejarle para que
comparta sus experiencias, y nos dé la Palabra del Señor.-
Un silencio de expectación inundó el ambiente. De entre la multitud
salió la figura de Pablo. La gente le rodeaba, por lo que no podía
apenas dar un paso, allí no había un “ambos”[12]como en las sinagogas
judías.
- Queridos hermanos, quiero compartirles las grandes cosas que el
Señor ha hecho con nuestros hermanos en las re-giones de Asia y
Grecia.-
Y así el apóstol comenzó a contar sus experiencias, como también las
cosas maravillosas que el Señor estaba haciendo con su iglesia.
Después continuó relatando como el Señor se le apareció en el
camino de Damasco, y como le había hecho siervo de Jesucristo,
siendo un abortivo. El tiempo transcurrió rápidamente, habían
pasado dos horas, y un joven llamado Eutico, que estaba sentado en
el borde de una ventana que daba a la calle, comenzó a cabecear,
había trabajado mucho, y después de una larga jornada a pie, estaba
extenuado, y el sueño le embargaba, de pronto el joven se durmió, y
perdiendo el equilibrio, cayó al vacío. Todos los que les rodeaban
gritaron. Pablo dejó de hablar, y un gran alboroto llenó la habitación,
algunos corrieron hacia la calle a ver que le había pasado al
muchacho.
-.Está muerto, se ha desnucado.- Exclamó alguien.
El apóstol, sin perder la ecuanimidad, salió detrás de los hermanos a
la calle, calmando a la multitud, y acercándose al cuerpo de Eutico,
se tendió sobre él en la acera y dijo:
-.Tranquilos hermanos, no perdamos la calma, ni os alarméis, pues el
muchacho está vivo.- Y echándose sobre su cuerpo, le impone las
manos, y le ayudó a levantarse.
Después del susto, subieron de nuevo al aposento, y la gente
comenzó a participar de la cena del Señor. Unos a otros compartían
el pan y el vino, alabando a Dios por sus maravillas, hasta que rayó el
alba.
Con este relato que se encuentra en Hechos 20:7-12 quiero
ilustrar la sencillez de las reuniones cristianas en la época primitiva.
No había un programa detallado, ni la gente miraba el reloj. La
Palabra era el centro del culto, junto al compartir el pan unos con
otros. ¿Cómo son nuestras reu-niones hoy día? Hay iglesias donde
todo está estrictamente programado: Se debe orar no más de dos
minutos, el devocional unos 20, y el mensaje debe durar 20 minutos,
y en una hora debemos haber terminado. Hay tantas es-tructuras de
programación, que no queda espacio para que el Espíritu Santo
pueda hablar.
En la Iglesia de los Hechos no había comodidad, ni alfombra,
ni un gran edificio llamado “iglesia”. Las cere-monias (bodas,
bautismos, cena) se ejecutaban sin tanta pompa y liturgia. Todo era
sencillo, natural, espontáneo. Los ancianos (o ministerios) se
mezclaban con el pueblo, eran uno más entre la multitud. El culto
distaba mucho de ser como el nuestro, pues en las reuniones se
proporcionaba una intimidad y ayuda mutua tan natural que la
ministración era sencilla, predominando la confesión y reconciliación
en medio de comunión del pan y el vino[13].
Recuerdo una vez que fui a predicar a una iglesia, el pastor
me pasó a su oficina y me dijo:–«Hermano Mario, el culto termina a
las 12.00, yo le entrego a las 11.35 para que predique el mensaje, así
que tiene 25 minutos, ahora bien, si usted quiere seguir predicando
después de esa hora, no hay problema, pero a las doce los hermanos
se van».
No quiero decir con esto que los cultos no deben ser más o menos
estructurados. Hay un orden, un esquema mínimos, pero en ellos
debemos dejar que sea el ambiente, el Espíritu y la necesidad la que
determine el tiempo. Puede durar una hora, o dos o tres, el tiempo es
del Señor, la programación se crea para controlar una situación
cuando carezcamos del mover de Dios, pero no debe ser una
costumbre dogmática.
El peligro actual es que nuestros cultos giran alre-dedor del
“ministro”, en donde todos los ojos se enfocan. Es el que predica
desde un púlpito el que lo dice todo, esta-bleciéndose un
monólogo[14], sin interpelación de la asam-blea. De igual forma, hay
un director de alabanza que controla todo lo que los hermanos
cantan y hacen, por lo que tenemos una alabanza dirigida, que
muchas veces se dege-nera en una “manipulación”, desapareciendo
la esponta-neidad y los cánticos espirituales[15]. En la medida en que la
gente ponga su atención en el que dirige, la distracción priva de una
comunión profunda. No podemos llevar, a la fuerza, un culto largo, ni
debemos cortar un ambiente de adoración por terminar a la hora,
ambos extremos son destructivos para la salud de la iglesia. Lo que
debemos buscar es sabi-duría y equilibrio dentro de un ambiente de
sencillez.
Debemos reflexionar sobre la diferencia de nuestro culto con
aquel culto primitivo. Al respecto el pastor James R. Spruce
escribe: “Al llegar a los últimos años el siglo XX, creo que hay varios
factores en la iglesia que están creando dilemas que nuestros
antepasados no enfrentaron. Entre ellos están: (1) Ambigüedad en la
definición de adoración; (2) creciente popularidad de la iglesia en el
mundo y del mundo en la iglesia; (3) falta de claridad en la expresión
de nuestras emociones y espontaneidad; (4) aparición de la
mentalidad espectáculo-espectador; (5) una perspectiva bíblica e
histórica vaga; (6) la tendencia que lleva a un extremo el control
pastoral y la subsecuente parálisis del ministerio de los laicos en la
renovación de la adora-ción”[16].
Eran las fiestas de las pascuas (año 35 d.C.) y un carruaje
procedente de Etiopía regresaba de Jerusalén. En él viajaba un
funcionario de la reina de Etiopía, residente en Candace, el cual
había sido castrado desde niño, para servir en el palacio de la reina,
así que le llamaremos el eunuco etíope. Este eunuco era un devoto
judío, y había ido a cumplir su peregrinación al templo de Salomón.
Cruzaba el desierto contento, porque cada año pagaba sus votos a
Jehová, y mientras su sirviente llevaba el carro, éste leía un
manuscrito en Isaías 53:7-8.
“El fue oprimido y afligido, pero no abrió su boca. Como un cordero,
fue llevado al matadero; y como una oveja que enmudece delante de
sus esquiladores, tampoco él abrió su boca. Por medio de la opresión
y del juicio fue quitado.
Y respecto a su generación, ¿quién la contará? Porque él fue cortado
de la tierra de los vivientes, y por la transgresión de mi pueblo fue
herido.“
De pronto el sirviente observó a un hombre a lo lejos y exclamo:
–Mi Señor, hay un desconocido en medio del camino.–
– Detente a ver quien es, pues este lugar es desierto– Exclamó el
Eunuco. El carruaje se detuvo, y aquel hombre se acercó al eunuco.
–¿Quién eres y para dónde vas?-.- Preguntó el Eunuco.
– Me llamo Felipe, y el Señor me sacó de Samaria y me trajo al
desierto para hablarte de su gloria– Y mirando el pergamino que
llevaba en su mano le preguntó:
–¿Qué lees?.–
– Leo a Isaías capítulo 53– Replicó el Eunuco.
–¿Y entiendes lo que lees?– Inquirió Felipe.
¿Y cómo podré entender si no hay quien me enseñe? ¿Acaso tu
conoces las Escrituras y sabes lo que dices?-
Y Felipe le respondió.
– Sí, claro, y es mas, conocí a aquel de quien habla Isaías.–
Y subiéndose al carro le contó al Eunuco todo lo que en Jesús se
había cumplido. Le presentó la salvación, le habló del bautismo y del
camino del arrepentimiento, de pronto el Eunuco ordenando detener
el carro, exclamó:
–.He aquí hay agua. ¿Qué impide que yo sea bautizado?.–
Entonces Felipe dijo:
–Si crees con todo tu corazón, es posible–. Y respondiendo, dijo:
–Creo que Jesús, el Cristo, es el Hijo de Dios–. Entonces Felipe y el
Eunuco descendieron al agua, y él le bautizó. Cuando subieron del
agua, el Espíritu del Señor arrebató a Felipe. Y el Eunuco no le vio
más, y siguió su camino go-zoso.(Hechos 8:26-40)
Que sencillo fue todo. No había allí una iglesia, ni le llevó a
ésta para que se bautizara. No había un coro, ni instrumentos, ni
programa. No había ¡nada!, y para mayor contradicción con nuestros
tiempos, Felipe no era un ministro, sino un simple diácono[17]. No
hubo un cursillo de catecúmenos, ni un reglamento que dogmatizara
el tiempo para bautizarse, ni un manual de bautismos con una
ceremonia complicada. Todo era natural, fácil, sencillo. Allí estaban
los elementos necesarios para ejecutar el bautismo: La Palabra, el
cielo, la tierra, el agua, un convertido predicando y un nuevo
creyente que confesaba a Jesús como su Señor. ¿Y qué más hace
falta?
Recuerdo una vez que viajé a predicar a una aldea de las
montañas de Copán,. Allí había una iglesia pastoreada por un
humilde hermano de ese lugar. Estando realizando una campaña, el
pastor me preguntó:
– Hermano, ¿usted puede bautizar?– Y le respondí que sí. Entonces
me dijo:
–Hace 8 meses no viene el misionero, y tengo varios her-manos para
el bautismo, ¿podría hacerlo usted?– y le dije que no había problema,
pero le pregunté:
–¿Por qué no los bautiza usted si es el pastor, y los ganó para
Cristo?– Y mirándome fijamente como asustado me respondió:
– Es que no soy ministro ordenado, tan solo un predicador laico.–
¡Cuán complicada hemos hecho las cosas, cuando en su origen todo
era tan sencillo! Se que muchas normas se crearon para evitar
abusos y desvirtuaciones, pero me luce que nos hemos ido tan lejos
de la sencillez verdadera, que hemos caído en un extremo peligroso.
Muchos han abusado del ejercicio de los sacramentos, y como freno
para evitar falsos maestros y charlatanes, se han establecido pautas
que controlen esta acción, pero a veces la dogmatizamos, y caemos
en actitudes que chocan abiertamente con la Palabra de Dios.
Era un lugar cualquiera de Éfeso, aproximadamente en los
años 63 d.C. Se habían reunidos un centenar de cristianos de
diferentes lugares de la ciudad para celebrar su asamblea semanal.
Era una casona antigua, pero grande. Según iban llegando, se
colocaban de forma circular, hasta que se junto un gran número de
hombres y mujeres de todo aspecto. Habían judíos conversos,
griegos y romanos pro-sélitos, y algunos de las clases más
desposeídas, incluso hombres importantes que llevaban a sus
esclavos, y los cuales tenían en sus cuerpos los símbolos de la
servidumbre. Sin embargo, todos estaban sentados juntos, formando
una sola masa, y se alistaban para adorar al Señor. Uno de los
ancianos comenzó a orar en voz alta, cuando éste iba a terminar,
todos comenzaron a clamar, y el lugar se llenó de un murmullo que
expresaba un tremendo fervor. Cuando terminó la oración
congregacional, una hermana de la multitud comenzó a cantar un
salmo de David, algunos le acompañaron, otros seguían orando
suavemente. Una vez concluido el salmo, uno de los presentes
comenzó a recitar unas palabras del Antiguo Testamento, y
concluyendo éste, se escuchó una exclamación de júbilo, para dar
paso a un mover maravilloso del Espíritu Santo. Una hermana
comen-zó a hablar en lenguas, y otra le interpretó. Después un joven
entonó una oración en forma de cántico espiritual, y algunos
comenzaron a llorar, otros caían de rodillas, y una fragancia de
alabanza inundó el ambiente. Así paso el tiempo, nadie ordenaba,
nadie dirigía, nadie mandaba, todo brotaba de forma espontánea,
con naturalidad y sencillez en medio de la asamblea de los santos.
Pero, ¿dónde estaban los pastores o ancianos? Mezclados entre el
pueblo, como uno más entre la masa compacta. Después de un
tiempo de silencio, se levantó un anciano de barba blanca, y comenzó
a proclamar el mensaje de Jesucristo.
Al terminar, todos se abrazaron, se besaban con ósculo santo, y se
iban entre las sombras de la noche, para continuar en sus casas
haciendo discípulos. Lo relatado es una visión propia hecha de los
textos de Efesios 5:19:20, 1 Corintios 14:26, Romanos 12:10, 16:16,
2 Pedro 1:7, 1 Tesalonicenses 5:26.
Estamos ahora en el siglo XXI, y vamos a celebrar una
asamblea de la Iglesia. Un gran salón con un buen equipo de sonido,
y en el púlpito un grupo musical se alista para comenzar el culto.
Uno de los músicos toma el micrófono y comienza:
–A ver cuantos trajeron sus manos, bátanlas. Todos de pie, Salude al
que está al lado. Cuantos tienen un grito de guerra. Vamos a cantar
y a proclamar victoria etc.—
Y los músicos comienzan a entonar una canción alegre, proclamando
guerra, victoria, poder. Al terminar, todo el mundo grita, silban, y
alguno emite un sonido inarticulado de entre la multitud. Se
comienza otra canción, y el que dirige ordena a todos batir las
manos… y así pasan 15 minutos. De pronto cambian el ritmo y
comienzan a adorar, el ambiente se calma, un coro suave inunda la
congregación, y por otros 15 minutos se mantienen cantando coros
de adoración. Después pasa un hermano con los anuncios, se recoge
la ofrenda y viene algún especial. Después el mensaje, acto seguido
la invitación, un coro alegre, y una que otra motivación para buscar
sanidad, bendición, prosperidad, etc.. y se acabó el culto. Los
ministros salen por la puerta de atrás, los músicos a un cuarto
especial, el pueblo se va corriendo a abordar su transporte, y en
corto tiempo, el lugar quedó desierto.
¿Qué ocurriría en uno de nuestros cultos si se fuera la luz
eléctrica? Recuerdo que una vez estaba en un culto donde todo
estaba bien organizado, de pronto se fue la luz, y todo se detuvo:
guitarra, sintetizador, sonido, etc., sólo quedó la batería. La gente
perdió la melodía de la música, no sabían que hacer. El que dirigía
interrumpió el cántico, y empezó a animar a los hermanos y a
pedirles que esperaran a que volviera la luz, para seguir cantando.
Se que cuesta trabajo reconocerlo, pero dependemos tanto de las
cosas, para adorar a Dios, que cuando faltan éstas, se acabó la
adoración. ¿Saben por qué? Porque queremos hacer las cosas tan
bien, que hemos perdido la sencillez en el culto.
Recuerdo que en el año 1976 celebrábamos en las Brigadas
de Amor Cristiano[18]de Tegucigalpa unos cultos especiales. El
grupo musical compuesto por tres jóvenes guitarristas no se
apareció esa noche, y el que dirigía no sabía que hacer. Fue allí
cuando comprendí el daño tan grande que habíamos hecho al
depender de un instrumento para hacer un culto de adoración, y
como medida senadora, suprimí por varios meses el uso de
instrumentos, a fin de aprender a cantar por nosotros mismos,
usando nuestra voz y nuestras manos solamente. Aprendimos a
expresar al uníso-no melodías que a veces se perdían por los sonidos
de los instrumentos. Después de un tiempo, cuando la iglesia se
educó, restituimos otra vez los instrumentos, pero apren-dimos la
lección, el adorar y cantar no depende de los instrumento, sino del
fervor y la gratitud del corazón.
¿Existe un patrón bíblico que establezca una nor-mativa de
culto determinada? ¿Tenía la iglesia primitiva un grupo artístico que
animara la alabanza con danzas y movi-miento? ¿Tenían
instrumentos en los cultos, como parte vital de la adoración? ¿Se
imaginan a Pablo dando una campaña y cargando con un grupo
musical? Los primitivos cristianos no tenían estos recursos, por lo
tanto, no se hicieron esclavos de estos instrumentos.
Muchos historiadores y estudiosos de la liturgia cris-tiana
consideran que en la medida que el culto se centralizó en un edificio,
las formas se convirtieron en liturgias y len-tamente se perdió la
sencillez: “El uso de casas para culto era común, pero a partir del III
siglo en adelante, los cristianos comenzaron a edificar iglesias para
sus cultos[19]” ¿Y cuando se construyeron esos edificios llamados
“iglesia?: “La religión se convirtió en una ceremonia externa sin
relación alguna con el carácter y la vida. Al seguir esta orientación,
la gente no tenía hambre por la Palabra y la iglesia no tenía un
mensaje que entregar; el sermón se consideró una parte sin
importancia en el culto y muchas veces fue eliminado por
completo. La adoración llegó a ser un imponente ritual dramático y
simbólico[20]”.
No quiero que piensen que estoy en contra de estas cosas.
Las acepto como elemento complementario en el esfuerzo
evangelístico, pero lo que quiero afianzar es que en el culto a Dios lo
que cuenta es la sencillez en la adoración, y no el profesionalismo y
la tecnología como medio de manipulación[21]. Hemos hecho una
“asamblea de títeres” a través del que dirige, y anulamos la libre
expresión del pueblo:
–Levanta la mano, di esto, di lo otro, dile al que esta al lado estoy
contento, aplaude, grita, salta, danza etc.—
No parecemos ovejas que siguen a un pastor para comer pastos
verdes, sino a un puñado de borregos manipulados dentro de un
establo.
¿Qué hemos ganado con estos métodos? Ser igual a un teatro,
atraer más a los que tales cosas les gusta. Edificar una iglesia que
funciona más por atractivos humanos, que por convicción espiritual.
¿Qué hemos perdido? La espon-taneidad del pueblo, la libertad de
expresión, la sencillez en el orar, cantar, hablar, compartir, recibir
profecías, la posibilidad de que el Espíritu hable, la capacitación del
desarrollo propio para una adoración plena y personal, etc. La
anulación en la participación del pueblo al culto queda limitado a una
élite selecta de músicos, cantantes y minis-tros que lo hacen todo, y
esto es el error más grave que se está cometiendo en nuestras
estructuras eclesiales. Lo te-rrible es que mezclamos los ritmos
mundanos, con el cual la gente rinde culto a la carne, moviendo el
esqueleto, para traer delante del altar de Dios un fuego extraño
como fórmula de adoración. Además,“a Dios le desagradan todos los
actos de adoración que sean simples formulismos, sin relación
alguna con la vida moral[22]”.
Considero que estamos llegando a un punto de desvirtuación
cristiana en el culto, que temo que lleguemos a hacer del mismo una
réplica de los esquemas existentes en las discotecas o centro de
espectáculos del mundo. David Wilkerson escribe al respecto “Hoy
día el diablo no tiene necesidad de seducir, arengar ni escribir cartas
a personas así. ¡Es porque ya domina a esa parte de la iglesia! En
efecto, ha colocado en los púlpitos a sus propios “ángeles de luz”.
Les ha entregado una religión tibia, mezclada: una dosis suficiente
de tradición, combinada con una gran cantidad de maldad”[23]. Las
influencias de las nuevas corrientes musicales tales como el rock,
rap, salsa, rumba etc. han convertido el culto en una réplica del
estilo mundano, ignorando aquel texto que dice:
“No améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo. Si alguno
ama al mundo, el amor del Padre no esta en él” 1 Juan 2:15
Y David Wilkerson lamenta que hayan “Pastores y evan-gelistas que
se sienten héroes, que gastan millones de dólares en sueños egoístas
o en empresas para su ego, han dejado a millones de ovejas
golpeadas, confundidas y hundidas[24]” llevándoles a una falsa
adoración con elementos extraños dentro de su contenido.
Volvamos a la sencillez del culto. Retornemos a una
evangelización genuina, y no hagamos de ella un espec-táculo en
torno a un individuo. Practiquemos una adoración de calidad, pero
con sinceridad y sin manipulación. No confundamos cantar con
adorar. La adoración es un todo, el cantar una parte[25]. Usemos los
recursos tecnológicos y musi-cales que tengamos, pero no nos
hagamos esclavos de ellos. No permitamos que el profesionalismo
convierta la iglesia en un teatro, y anule la espontaneidad y
naturalidad expre-siva de la vida cristiana. No dejemos que los
esquemas de ritmos mundanos, muchas veces de origen satánicos y
se-xuales, nos inunden en la alabanza. Sepamos distinguir entre lo
que es del Espíritu Santo, y viene de arriba, de lo que es de la carne
y vienen del mundo. No permitamos que el emocionalismo carnal nos
lleve a una “bendición electró-nica, rítmica o pasional” y tratemos
que nuestra vida de culto sea profundamente espontánea.
Recordemos que “la libertad espiritual, la sencillez de la adoración
pentecostal, ha caracterizado a la iglesia desde su inicios. La gente
es atraída y retenida por la libertad gozosa en el ministerio de la
Palabra y los testimonios felices sobre la gracia sal-vadora, los cuales
pueden asegurar por sí mismo que el movimiento se mantendrá
como fuerza espiritual[26]”, pese a las tormentas de los tiempos.
Razonemos todo lo expuesto, y busquemos ese culto sencillo,
en el cual es el Espíritu es el que obra, y no los hombres, son con su
metodología psicológicas y persua-sivas. Es necesario que hagamos
todas las cosas como dice la Palabra:
“ Se haga todo decentemente y con orden” (1 Corintios 14:40).
Entendiendo por “orden” una disciplina, y por “decencia” una
acción sincera y honesta, que nazca del corazón, y no de la
imposición o el deseo de protagonismo.
El Señor nos ayude.
CAPITULO – 4 -LA SENCILLEZ PERSONAL
Cuando hablamos de “sencillez personal” nos re-ferimos a
una serie de actitudes o virtudes relacionadas con la forma de actuar
siendo natural, espontáneo o ingenuo. Pero no es ser “ingenuo” en el
sentido de “tonto o igno-rante”, sino de crédulo y no malicioso en las
relaciones personales. Quizás algunos digan; ¿si actúo así, podré ser
víctima de engaño? No necesariamente, porque uno puede confiar en
las personas a sabiendas de que se corre un ries-go, pero en mi
actuación tendré prudencia, sin mostrar rechazo o desconfianza.
Jesús hizo una comparación muy singular. Toma el modelo de
conducta de un niño, para indicar lo que debería de ser nuestra
actitud cristiana: esús llamó a un niño, lo puso en medio de ellos y
dijo: –De cierto os digo que si no os volvéis y os hacéis como los
niños, jamás entraréis en el reino de los cielos. Así que, cualquiera
que se humille[27] como este niño, ése es el más importante en el reino
de los cielos.” (Mateo 18:2.4). ¿Qué quiere decir “ser como
niños“? Es ser crédulo, sincero, no usar siempre la lógica, actuar sin
temor y naturalidad, no mirar la apariencia, no tener arrogancia. En
el sentido del texto, Jesús se refiere a actuar de forma natural, no se
refiere a ser inexperto en la palabra, como dice Hebreos 5:13, ni
tampoco a ser inestable (Efesios 4:14), o inmaduro (1 Co-rintios
13:11), pues en el contexto vemos que se hace alusión al
comportamiento del discípulo en relación a su sencillez, ya que usa
la palabra “humillar”.
¿Cómo podremos aprender a ser sencillos? Mirando la
conducta del niño en su forma de actuar, pero ¿enten-demos esto?
Una vez el gran científico Alberto Einstein[28]visitó la ciudad de New
York para dar unas conferencias sobre la “ley de la relatividad”. En
el aeropuerto había una comisión de recepción compuesta por
políticos, científicos y decanos de universidades norteamericanas,
que acudieron para darle una gran bienvenida. Al llegar el Dr.
Alberto, re-cibió los honores protocolares, y después lo encaminaron
a un lujoso vehículo que lo esperaba. De pronto, y mientras cruzaba
el salón del aeropuerto, el científico vio un niño ju-gando con unos
cochesitos sentado en el suelo, y se le acercó, y sentándose junto a
él, comenzando a jugar con el niño, sus colegas le miraron
asombrado. Después se levantó, y acercándose a sus anfitriones les
dijo: “Es bueno a veces ser como un niño”. Cuando nos hacemos
adultos, nos convertimos en hostiles, nos volvemos superiores,
desconfiando, depen-diendo demasiado en nuestra propia suficiencia.
Creamos barreras de clases, y nos formamos prejuicios. Cuando so-
mos adultos, comenzamos a medirlo todo con el parámetro de la
lógica. Una vez que alcanzamos una posición elevada, difícilmente
estamos dispuestos a descender, y si esto ocurre, nos sentimos
humillados, vejados o frustrados.
La historia del hombre es la lucha continua por buscar una
superioridad sobre lo externo. Primero quiso ser como Dios, después
tuvo envidia de su hermano, por último, edificó una torre de
sabiduría carnal[29], para establecer un gobierno humano, y por
último, se entregó a toda clase de concupiscencia, para satisfacer
sus apetitos carnales. Lo mismo ocurrió con la iglesia cristiana. En
los primeros 300 años de historia fue una iglesia sencilla, sin castas
ni jerarquías prepotentes. Se aceptaba la autoridad con humildad, y
se ejercía con paternidad espiritual. Los an-cianos, pastores u
obispos eran parte del pueblo, y no tenían hábitos o
vestimentas[30] que los diferenciaran de los demás. Según los
escritores de la época, los ministerios y los feli-greses eran todos
iguales, incluso, los pastores o ancianos de la iglesia recibían la
misma ayuda económica que se le daba a los pobres o viudas, de
ellos escribe David W. Bercot: “Para servir como anciano u obispo en
la iglesia primitiva, un hombre tenía que estar dispuesto a dejarlo
todo por Cristo. Lo primero que dejaban eran sus posesiones
materiales. Dejaban su empleo y el salario con que sostenían a su
familia. Y no lo deja-ban para luego recibir un buen salario de la
congregación. De ninguna manera. Sólo los herejes pagaban un
salario a sus obis-pos y ancianos. En la iglesia primitiva los ancianos
recibían lo mismo que recibían las viudas y los huérfanos.
Usualmente, reci-bían las cosas necesarias para la vida, y muy poco
más“[31]. Pero deseamos ser más específicos en la realidad de la
conducta personal del cristiano, máxime del ministro, y es por ello
que debemos reflejar una sencillez manifestada en diferentes
aspectos de nuestra conducta:
SENCILLEZ ES SER MODESTO EN EL VIVIR
Se cataloga modesta a aquellas personas que pu-diendo ser
más, se hacen menos o igual. Es el que teniendo bienes materiales en
abundancia, o siendo rico, vive de forma austera, o aquel que
sabiendo mucho, se calla, y no muestra sus conocimientos, o revela
sus títulos, a menos que esto sea requerido. Sin embargo, el espíritu
de modestia se ha perdido como consecuencia de la continúa
exaltación al hombre, a través de una serie de actitudes
prefabricadas.
Se han impuesto conceptos (muy populares entre los cris-tianos) que
establecen la importancia de reconocer nuestras virtudes, y
alimentar nuestra autoestima[32]. El énfasis a la “autoestima” ha
desarrollado toda una serie de “dinámica de conducta”, donde los
aplausos, títulos, énfasis a la exce-lencia, vanagloria, etc., están de
moda, anulando la mo-destia, y dando lugar a la prepotencia y
jactancia. Algunos se han atrevido a afirmar públicamente que: “el
Señor me usa poderosamente, soy excelente, y todo lo que pido reci-
bo, y lo que pienso, se hace realidad“[33]. Algunos compran títulos de
doctorado sin estudiar, y colocan antes de su nombre todos estos
títulos fraudulentos, para que se les reconozca como “personas
importantes”. Todas estas co-rrientes entran en franca contradicción
con la Palabra de Dios, la cual dice:
“Fiel es esta palabra y digna de toda aceptación: que Cristo Jesús
vino al mundo para salvar a los pecadores, de los cuales yo soy el
primero.” (1 Timoteo 1:15).
Mientras se enfatiza la exaltación de lo que hace-mos, Pablo
enfatiza su realidad como pecador arrepentido, para no gloriarse en
su vida práctica. Se dice que la mejor manera de no repetir un error
es tenerlo siempre presente. Así se desarrolla la dinámica de los
“Alcohólicos Anó-nimos”. Hay que recordar el problema, para no
caer víctima de nuestra propia confianza.
Jesús repudió la característica de exaltación humana que
existía en su época, y que atentaba contra la modestia. En varias
ocasiones se refirió a los Fariseos como expo-nentes de la exaltación.
En Lucas 18:9-14 encontramos una clara alusión a esta realidad:
“Dijo también esta parábola a unos que confiaban en sí mismos como
que eran justos y menospreciaban a los demás: “Dos hombres
subieron al templo a orar. Uno era fariseo; y el otro, publicano. El
fariseo, de pie, oraba consigo mismo de esta manera: ‘Dios, te doy
gracias que no soy como los demás hombres: ladrones, injustos,
adúlteros, ni aún como este publicano. Ayuno dos veces a la semana,
doy diezmos de todo lo que poseo. ‘Pero el publicano, de pie a cierta
distancia, no quería ni alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el
pecho, diciendo:”Dios, sé propicio a mí, que soy pecador.” Os digo
que éste descendió a casa justificado en lugar del primero. Porque
cualquiera que se enaltece será humillado, y el que se humilla será
enaltecido.” (Lucas 18). La actitud definida como “farisaica” era de
jactancia[34]. Si observan el verso once, verán que “oraba consigo
mismo”, mientras que el publicano, en vez de autoestimarse, se con-
sideraba indigno de alzar sus ojos al cielo, alcanzando mise-ricordia
de Dios. Cuánto más indignos nos sentimos, más dignos nos hacemos
delante de los hombres. La mejor manera de no pecar, y ser santo, es
reconocer nuestras debilidades y proclamar la santidad de Dios en
nosotros. La modestia nos lleva a una vida normal, y es la mejor
vacuna contra la vanagloria humana.
SENCILLEZ ES SER HUMILDE EN LA ACTITUD.
La humildad va más allá de la modestia. Es una actitud que
regula el comportamiento social, considerando a los demás como
superiores, y aunque éste principio choque con los conceptos de
autoestima, enseñados en seminarios cristianos, pues es claramente
enseñado en la Palabra:
“Pero entre vosotros no será así. Más bien, el que entre vosotros sea
el importante, sea como el más nuevo;
y el que es dirigente, como el que sirve. Porque, ¿cuál es el más
importante: el que se sienta a la mesa, o el que sirve?
¿No es el que se sienta a la mesa?
Sin embargo, yo estoy en medio de vosotros como el que sirve.”
(Lucas 22:26-27, Mateo 20:26-27).
Esta actitud de humildad se manifiesta mediante un proceso
de humillación, y negación, por medio de la cual nos hace aptos para
someter nuestro “ego altivo” a una servidumbre espiritual:
“Más bien, pongo mi cuerpo bajo disciplina y lo hago obedecer; no
sea que, después de haber predicado a otros, yo mismo venga a ser
descalificado.”
(1 Corintios 9:27).
Poner mi cuerpo en disciplina no significa flagelarlo, o mal-tratarlo,
como se creía antiguamente, pues el mismo es tem-plo del Espíritu
Santo, y debemos cuidarlo, pero a su vez, hay que doblegarlo y
someterlo a la obediencia, por eso añade: “y lo hago obedecer“,
sojuzgando su orgullo al Seño-río de Cristo. Toda esta acción
conlleva una actitud de hu-mildad y sujeción lógica[35]. En Romanos
12:16 se ordena:
“Tened un mismo sentir los unos por los otros, no siendo altivos, sino
acomodándoos a los humildes.
No seáis sabios en vuestra propia opinión.”
Y en Filipenses 2:3 Pablo define esta realidad diciendo:
“No hagáis nada por rivalidad ni por vanagloria,
sino estimad humildemente a los demás
como superiores a vosotros mismos;” .
Estas claras enseñanzas son contrarías a la proclama del
éxito y la exaltación humana proclamada por los predi-cadores
actuales. Dave Hunt escribe al respecto: “El nombre del juego,
actualmente, es el éxito, no solo afuera, en el mundo, como también
en la iglesia…El éxito y la autoestima han venido a ser tan
importante en la iglesia que parece eclipsar todo lo demás” [36]. Por lo
que la humildad ha desaparecido, y en su lu-gar se ha entronizado la
soberbia. ¿Y es que a caso no escu-chamos a predicadores decir en
sus mensajes ideas tales como: “Yo tengo la iglesia más grande”.
“Soy el predicador más popular usado en América”.
“El Señor me ha revelado cosas que nadie sabe”.
“Tengo una unción especial del Espíritu”?[37].
Mientras algunos predicadores se consideran “los más
cotizados de América”[38], los grandes hombres de Dios en la Biblia se
exaltan en sus sufrimientos (Hebreos 11:21, 2 Timoteo 3:12). La
humildad debe ser proclamada, y no en-vuelve ni autoestima, ni
menosestima, simple y llanamente me hago pequeño, aunque sea
grande, para que Cristo Jesús crezca en mi vida.
SENCILLEZ ES SER ACCESIBLE EN LA RELACIÓN.
Cuando perdemos la sencillez, tenemos un concepto muy
elevado de nosotros mismos, y comenzamos a aislarnos de las
personas, al considerarlos inferiores. Se enseña, incluso en algunas
escuelas misioneras, que “se debe man-tener la distancia de los
nativos”, o por ser populares y famosos, debemos conservar la
distancia y la imagen ministerial delante de los feligreses. Los
conceptos ejecu-tivos de las empresas mercantiles se han infiltrado
en la iglesia, por lo que al espíritu jerárquico ya existente, se le ha
sumando el concepto empresarial de oficina, secretaria, fa-ma y
eminencia, que convierte a los “siervos” en “Señores”, cometiendo
el grave error de aislarse del pueblo[39].
En el año 1979 conocí en Miami a un hermano humilde, con
gran deseo de servicio. En varias ocasiones comimos y platicamos
junto al Pastor Adib Eden, a cuya iglesia pertenecía. Pasaron los
años, y en el 1994 supe que tenía una gran iglesia, y Dios le había
bendecido en su ministerio, por lo que le llamé por teléfono. Primero
me salió su secretaria, después de un interrogatorio (igual al que
hace la policía) me pasó con su asistente, éste de nuevo me
interrogó, y después, me dijo: “él le devolverá la llamada porque esta
ocupado”.Su llamada jamás llegó, pero un día en una reunión de
pastores se apareció, me le acerqué a saludarlo, y fríamente me
saludo, siguiendo con su comitiva que le llevaba el maletín. Entonces
comprendí que la fama, prosperidad y excelencia afectan la memoria
y matan la sencillez.
Una vez me visitó una hermana para pedirme con-sejo sobre
su problema. Ella era de otra iglesia, por lo que después de
escucharla, le pregunté; ¿por qué no ha ido a su pastor para
compartirle el problema? Y me contestó: “Es que es un hombre muy
ocupado y difícil de ver, pues hay que pedirle audiencia”. ¿Cómo se
puede pastorear sin estar en medio del rebaño?
La soberbia espiritual nos conduce a actitudes similares a las
del mundo, pero ¡qué diferentes eran los cristianos de la iglesia
primitiva!
“Ya sabes que se apartaron de mí todos los de Asia,(En vez de
apartarse él, los hermanos lo rechazaron, quizás por su
predicación) entre ellos Figelo y Hermógenes. El Señor conceda
misericordia a la casa de Onesíforo, porque muchas veces me
reanimó y no se avergonzó de mis cadenas (Evidencia el sufrimiento
por predicar,
¿cómo encaja esto en una época de exaltación ministerial de éxito).
Más bien, cuando estuvo en Roma, me buscó solícitamente y me
halló ,(Era una persona accesible)[40].” (2 Timoteo 1:15,16).
Los apóstoles, vivían como Jesús, en medio de la multitud.
Los predicadores de hoy hasta cargan guardaes-paldas, y al diseñar
sus templos, establecen un lugar aparte, en alto, con puertas de
salida que les lleven directo a su oficina, evitando el contacto con el
rebaño. ¿Será este el espíritu de Cristo”.
SENCILLEZ ES SER NATURAL EN EL HABLAR.
Los cristianos de la iglesia primitiva seguían la dinámica
sencilla de la predicación de Jesús, el cual en-señaba usando un
vocabulario popular, a grado tal, que muchos intelectuales de su
época no entendían lo que éste decía. Noten el asombro de
Nicodemo cuando Jesús le dijo: -De cierto, de cierto te digo que a
menos que uno nazca de nuevo no puede ver el reino de Dios. (Juan
3:3).
Por lo que éste preguntó:
¿Cómo puede nacer un hombre si ya es viejo? ¿Puede acaso entrar
por segunda vez en el vientre de su madre y nacer?
(Juan 3:4).
El sabio religioso, experto en leyes y antiguo tes-tamento,
quedó perdido, porque su intelecto no le permitía razonar las cosas
naturales. Hay una tendencia a inte-lectualizar el evangelio, o lo que
sería peor, introducir den-tro del mensaje evangélico, teorías,
fábulas y terminologías humanas. Hay personas que no sólo usan un
lenguaje muy elevado, (muchos tienen, como se dice vulgarmente, un
“pi-quito de oro”), o un poder persuasivo y de retórica, sino que
algunos, apelando a técnicas de elocuencia fingida, con-vinadas con
arte dramático, montan sermones que más pare-cen un drama que
una predicación. Muecas, lágrimas de cocodrilo, exageraciones
premeditadas etc., hacen de los púlpitos, escenario de escarnios y
vergüenza.
Debemos seguir el ejemplo de Jesús y de los santos apóstoles.
Ellos hablaban claro, sencillo y preciso. Seguían los patrones del
Maestro, usar las cosas naturales, para mos-trar las espirituales. Se
cuidaban de las influencias mun-danas en las expresiones. Cuidado
en perder la sencillez al decir la verdad de Dios. Sigamos los
consejos Bíblicos:
“Algunos de ellos, habiéndose desviado,
se apartaron en pos de vanas palabrerías,“
(1 Timoteo 1:6).
Y las recomendaciones de Jesús:
“Y al orar, no uséis vanas repeticiones, como los gentiles, que
piensan que serán oídospor su palabrería.”
(Mateo 6:7).
El mensaje debe ser natural, entrando al corazón de la gente.
Para lograrlo debemos descender a su nivel, y hablar en su idioma
popular:
“Me he hecho débil a los débiles, para ganar a los débiles; a todos
me he hecho de todo, para que de todos modos salve a alguno, y esto
hago por causa del evangelio, para hacerme copartícipe de él”
(1 Corintios 9:22-23)
Es necesario dejar que ellos también se expresen, y viendo su
necesidad, ministrarles palabra de sabiduría, pero proce-dente del
Espíritu, y no del mundo:
“Sin embargo, hablamos sabiduría entre los que han alcanzado
madurez; pero una sabiduría, no de esta edad presente, ni de los
príncipes de esta edad, que perecen.”
(1 Corintios 2:6).
Cuanto más sencillos seamos en nuestras palabras, más cerca
estaremos del corazón de las personas.
CAPITULO – 5 -
¿POR QUé SE PERDIÓ LA SENCILLEZ? No podemos negar que en el cristianismo de hoy se tiende a
todo, menos a la sencillez. Pero ¿Cómo hemos podido evolucionar tan
negativamente? ¿Por qué no apren-demos de las experiencias
pasadas? La historia es un fenó-meno repetitivo, al menor descuido,
se cuelan “las zorras pequeñas que echan a perder la viña”(Cantares
2:15) porque : “un poco de levadura, leuda toda la masa“ (1
Corintios 5:6, Gálatas 5:9).
El Pueblo de Israel padeció el problema que hoy padece la
Iglesia, perdieron la sencillez, y cayeron en el pecado de la soberbia,
que les llevó a la idolatría, pues querían imitar los esquemas de los
pueblos paganos que le rodeaban (el mundo). Vemos como, de forma
continua, re-caían en el mismo pecado, y en varios versículos del
libro de los Jueces aparece la expresión: “Los hijos de Israel hicieron
lo malo ante los ojos de Jehová sirvieron a los Baales.” (Jueces 2:11,
3:7,12 4:1, 6:1, 10:6, 13:1,)
El error que mató la sencillez de Israel es el mismo que
padecemos hoy, el tratar de introducir conceptos y principios
seculares en la vida espiritual. La filosofía, psico-logía, ética y ciencia
están saturadas de las influencias diabólicas del pensamiento de la
“Nueva Era”, la cual proclama una serie de mentiras hechas verdad
en la sociedad actual, tales como:
“Somos dioses, nuestro poder es infinito”
Se desarrolla una antropología en la cual los hom-bres son el
centro, dándoseles poderes inmensos. Al res-pecto afirma el escritor
español Dr. César Manzanares, el cual desenmascara a la Nueva Era;
“El ser humano está dotado de unos poderes (que desconoce) que lo
convierten realmente en Dios. Precisamente por ello, la Nueva Era
tiene un especial interés en la potenciación y apoyo de ese tipo de
poderes”. Se trata de desplazar a Dios a un segundo plano, para
colocar al hombre como un «dios», y parece que esta influencia está
calando en muchos círculos evangélicos, pues las nuevas corrientes
de la prosperidad enfatizan esta idea, elevando al hombre a la
deidad, y degrado a Dios a la servidumbre humana[41].
Cuando penetramos en el fondo de esta “deificación
humana”, mediante la teología de los “pequeños dioce-citos”[42] nos
introducimos a la influencia gnóstica, de origen filosófico, que ha
minado tremendamente muchos prin-cipios bíblicos y convirtiendo a
Dios en un vasallo del capricho humano.
“Somos reyes y debemos vivir como tales” Este principio es proclamado por la gran mayoría de los
predicadores de la Teología de la prosperidad, prin-cipalmente
Kenneth Copeland. También podemos descubrir que David (antes
Paul) Yonggi Cho escribió un libro en el cual prevalece esta idea más
allá de una superación normal, y enseña que debemos demandarle a
Dios las riquezas de este mundo[43], claro, debemos considerar su
educación e influencia oriental en su forma de plantearse el
cristianismo, y no necesariamente como parte de la Nueva Era.,
aunque en la cultura oriental existen elementos explotados por esta
corriente dentro de los países occidentales.
“Somos excelentes, debemos por lo tanto buscar el éxito y la
riqueza“
Esta es una de las ideas que más se ha infiltrado en los
predicadores actuales. Estos conceptos proceden de la filosofía
griega, la cual deificaba al hombre. Su difusión actual se debe al
escritor secular, y con influencia diabólica, Napoleón Hill. Su
libro “PIENSA Y ENRIQUÉZCASE” (Think and Grow Rich), ha
impactado en muchos círculos evangélicos, a tal grado que algunos
escritores religiosos lo citan. También tenemos a Og Mandino, y
otros muchos que son absorbidos por estas corrientes sincréticas.
Esta influen-cia ha inundado a las grandes transnacionales, que han
for-mado seminarios de excelencia y rendimiento, para aumen-tar la
producción, y esto se ha infiltrado dentro de la iglesia, matando la
sencillez y dando origen a la ambición, mez-clada con falsas
apariencias e hipocresía[44].
“Nuestra meta: éxito y poder“
Se basa en las enseñanzas que en forma de semi-narios han
desarrollado los seguidores de Napoleón Hill, al proclamar el
“Secreto Supremo”, y con ello toda una dinámica
denominada AMP (Actitud Mental Positiva), lo cual ha creado la
ciencia del éxito, introducida como dinámica de la mercadotecnia, y
aplicada a los cursos de Dale Carnegie, afianza las técnicas de
relaciones personales, pero no deja de contener influencias de este
tipo[45], y aunque pueden ser positivas en el campo mercantil,
dentro de la iglesia nos lleva a graves errores.
“Debemos potenciar el poder infinito de la mente”
Otras ideas propagadas por la Nueva Era, y pro-cedente de
corrientes orientales, como el Yoga Hindú, el Zem japonés y el Tai
Chi chino han entrado encubierta-mente en la iglesia cristiana. De
ahí se desprende una serie de actitudes por medio de las cuales la
mente humana puede hacer cosas insospechables, incluso manipular
a Dios para hacerlo un esclavo del capricho humano, obligándolo a
actuar según lo que nuestra fe determine, por lo que la fe no
descansa en Dios, si no en nuestro poder mental.
De ello escribe Dave Hunt y T. A. McMahon: “Este poder de la
creencia (mental) capacita a los que han sido iniciados (hablando de
la AMP) en sus secretos a ordenar a las fuerzas para que obedezcan
sus pensamientos. Si cualquiera puede hacer “que suceda un
milagro” entonces no es un milagro genuino de Dios, sino hechicería,
y el hombre está ahora jugando a ser Dios”[46].
Este principio lleva a muchos a negar el dolor, a buscar viajes
astrales (fuera del cuerpo), a buscar contacto extraterrestre, a
desarrollar el poder de la telepatía, la visualización de las cosas, etc.
Todas estas tendencias tien-den a fortalecer los nuevos principios del
psíquico, que es un espiritismo solapado que se ha infiltrado con las
supuestas modernas tecnologías. Si la mente es tan poderosa para
hacer milagros y cambiar la realidad de las cosas ¿para qué
necesitamos a un Dios, si a la largo yo soy un dios?
“Podemos conquistar y atar al diablo”
Una influencia moderna a las creencias relacionadas con el
poder del maligno, y la cual se está imponiendo a nivel mundial, es el
énfasis exagerado que se le da al poder satánico, hasta el punto que
a veces parece tener más poder que el mismo Dios. Los maestros de
esta corriente llamada “Guerra Espiritual” establecen el criterios de
un poder abso-luto del diablo sobre el hombre a través de la
conquista del territorio, sobrepasando la realidad del cumplimiento
profético, para conferirle a los cristianos un poder ilimitado, del cual
el mismo Cristo y los apóstoles no gozaron, ya que ellos fueron
tentados y atacados por Satanás. La Biblia afirma que debemos
“resistir al diablo” para que por medio de nuestra firmeza, y no por
simples conjuros, huya de no-sotros (Santiago 4:7, 1 Pedro 5:8-9),
pues el poder del mal será destruido después del milenio (Apocalipsis
20). Tam-bién nos enseña que aunque todo mal tiene su origen en el
pecado y la desobediencia, Dios puede usar las pruebas para
glorificarse en nosotros[47].
Desde épocas antiguas los cristianos aceptaron la lucha
contra el mal como algo real, para lo cual hay que estar preparado,
sin la fantasía de ser super hombres o poseer el conjuro perfecto
(idea del ocultismo), sabiendo que ésta es la única forma de liberar al
hombre del poder del mal, y no el desalojarlo del planeta, barrio o
ciudad. Las fuerzas del diablo, y sus demonios, son reales, así lo
define Tertuliano (145 al 218 d.C.) en su libro Apologética cuando
escribió; “Todo los poetas admiten la existencia de los demonios, y
hasta el vulgo ignorante recurre a ellos en sus continuas
imprecaciones[48]; pues invoca a Satanás, príncipe de los espíritus
malos, como expresión íntima de la conciencia en su juramento.
Platón no niega la existencia de los ángeles, y los magos persas
afirman que hay dos clases de espíritus: ángeles y demonios”[49].
Esta realidad, es tan antigua como la misma iglesia, y no puede ser
subestimada, ni sobrevalorada, pues la labor del cristianos es
redimir al hombre de este mal, y esperar la redención mediante el
poder final del Señor Jesús sobre Satanás. Hay un serio peligro en
sobre enfatizar el mal en su forma social, en vez de luchar contra él a
través de la salvación del perdido.
“La prosperidad es bendición, la pobreza maldición“
Tal afirmación es una tremenda ABERRACIÓN Y HEREJÍA,
sin embargo, es el lado fuerte del evangelio de la oferta y
prosperidad. Cuando el Diablo trató de seducir a Jesús ¿qué le
ofreció? Su oferta atractiva para que le adorará era la riqueza y el
poder:“Otra vez el Diablo le llevó a un monte muy alto, y le mostró
todos los reinos del mundo y su gloria. Y le dijo: –Todo esto te daré,
si postrado me adoras.
Entonces Jesús le dijo: –Vete, Satanás, porque escrito está: Al Señor
tu Dios adorarás y a él solo servirás.” (Mateo 4:8-10).
El aceptar estA creencia nos llevaría a determinar que todos los
discípulos, incluyendo al mismo Jesús, fueron víctimas de una
maldición. Pero las evidencias bíblicas no aceptan, ni aprueban esta
realidad de la prosperidad, al contrario, la previene como un serio
peligro para la vida de los cris-tianos[50]. Sin embargo la pobreza
era una virtud que for-talecía la sencillez en los cristianos primitivos.
“Los milagros son imprescindibles”.
Esto determina que la búsqueda de experiencias
extrasensoriales o fantásticas es el móvil por el cual muchos buscan
a Jesús, creándose un evangelio en que su fuerte son las señales y
milagros. Es un grave peligro buscar a Cristo por interés, a través de
un evangelio de oferta. Jesús rechazó el hecho de ceder a los deseos
populares de buscar señales y milagros:
“Entonces le dijeron: –¿Qué señal, pues, haces tú, para que veamos y
creamos en ti? ¿Qué obra haces?
Nuestros padres comieron el maná en el desierto,
como está escrito: Pan del cielo les dio a comer.
Por tanto Jesús les dijo: –De cierto, de cierto os digo que no os ha
dado Moisés el pan del cielo,
sino mi Padre os da el verdadero pan del cielo.
Porque el pan de Dios es aquel
que desciende del cielo y da vida al mundo.”
(Juan 6:30-33).
“El respondió y les dijo: –Una generación malvada y adúltera
demanda señal, pero no le será dada ninguna señal,
sino la señal del profeta Jonás.”
(Mateo 12:39).
Los milagros operan por el Espíritu, para persuadir a los
incrédulos, pero no para satisfacer el gusto, placer o caprichos de los
que conociendo la verdad, buscan a través de ella sensaciones, y no
convicciones. Los milagros prece-den a un avivamiento, pero no era
la fórmula común de actuar de Jesús, y sus milagros tampoco fueron
un medio de propaganda para hacer adeptos. ¿Acaso sus discípulos
fue-ron atraídos por un milagro, o por un llamamiento directo y
personal?
Todas estas influencias tratan de destruir la realidad de la
sencillez del cristianismo, para forjar una religión de apariencia y no
de realidades. Analizando lo expuesto, podemos establecer la
conclusión de que los enemigos de la sencillez y humildad cristiana
son:
EL DESEO DE RIQUEZA Y BIENESTAR:
El cual aparta al hombre de su realidad humilde para llevarle
a sentirse con poder, por medio del dinero. Se dice que el que tiene
el dinero, tiene el poder. Si estudiamos la sociología del
comportamiento humano, de acuerdo a sus riquezas, descubriremos
la realidad de lo que Jesús enseñó: Que la riqueza, hace al hombre
esclavo de los bienes. Que el bienestar excesivo mata el espíritu de
lucha por alcanzar algo. ¿Y para qué alcanzarlo, si ya lo tenemos
todo? Esto nos lleva a vivir sin esperanza, ilusión o deseo de luchar
por algo. Aparece la frustración, depresión, ociosidad y se agiganta
el vacío interior. Observemos a los países más ricos, y veamos el
índice de suicidios entre los que han alcanzado la felicidad material,
de la llamada “sociedad del bienestar”[51]. ¿Donde es que está en
crisis el cristianismo? ¿Puede la acumulación de bienes materiales
satisfacer las necesidades espirituales del ser humano?[52].
LA BÚSQUEDA DEL CONOCIMIENTO:
Se ha dicho que un pueblo culto es un pueblo sabio, pero,
¿de qué sirve esta sabiduría humana, si perdemos la sensibilidad,
creamos la intelectualidad, y caemos en la deshumanización? Hay
que diferenciar cultura de educa-ción. En mis viajes por América
descubrí que la gente llamada “humilde”, (porque no tienen
preparación acadé-mica,) son más respetuosas y amables con sus
semejantes que aquellos que detentan títulos y doctorados.
Cuando viví en las selvas de Guatemala, Perú, Honduras y
Nicaragua, encontré a indígenas y campesinos que tenían un
concepto del respeto entre padre e hijos que no lo encuentro en las
ciudades y personas con una gran preparación acadé-mica. Los hijos
honran a sus padres, piden la bendición, y son sujetos al orden
familiar establecido, por más empírico que éste sea. Mientras que los
“educados en universidades” son irreverentes, ingratos con sus
padres, infatuados, y mal hablados. Salomón dijo una vez que:
“Además de esto, hijo mío, queda advertido:
El hacer muchos libros es algo sin fin,
y el mucho estudio fatiga el cuerpo.” (Eclesiastés 12:12).
La desgracia del intelectualismo es que cuanto más sabemos, más
nos creemos, y nos deshumanizamos, porque el mucho conocimiento
envanece.
LAS INFLUENCIAS DE UNA FALSA RELIGIOSIDAD:
Muchos asocian la salud y prosperidad como indi-cio de
fidelidad a Dios. Hemos pasado de un misticismo arcaico, a un
materialismo desbocado. La vida cristiana debe ser equilibrada,
debemos plantearnos un cristianismo cuyo motor generador del vivir
sea el asumir la humildad y pobreza, como característica de vida.
Cuando hablo de pobreza, no me refiero a un voto de miseria,
como se hace en algunas órdenes de monjes cató-licos. (La pobreza
no es la renunciación al tener, o el ser pobre materialmente, sino a
una actitud de humildad en el tener, a la actitud de renunciación, si
fuera necesario, al bienestar para servir.) Es, no darle a los bienes
materiales la supremacía sobre las demás verdades proclamadas por
la Palabra. Es compartir, usar los recursos materiales con
coherencia. Es no sobrepasar los límites del bienestar para caer en la
ostentosidad, aunque pueda hacerlo, o apoyarme en lo que tengo
para ser más. Es entender la religiosidad como una expresión de fe,
pero de una fe que está dispuesta a todo, incluso a sufrir y padecer
como “buen soldado de Jesucristo” (2 Tim 2:3).Contentarnos en
cualquier situación que nos toque vivir, como dijo el apóstol Pablo:
“No lo digo porque tenga escasez,
pues he aprendido a contentarme con lo que tengo.
Sé vivir en la pobreza, y sé vivir en la abundancia.
En todo lugar y en todas las circunstancias, he aprendido el secreto
de hacer frente tanto a la hartura como al hambre, tanto a la
abundancia como a la necesidad.
¡Todo lo puedo en Cristo que me fortalece!
(Filipenses 4:11-13).
Ser religioso no es renunciar a tener (hacer un voto de
pobreza), o tener para ser[53] (concepto de la prosperidad), sino
aceptar el designio divino con confianza sabiendo que:
“…Mi Redentor vive, y que al final se levantará sobre el polvo.
Y después que hayan deshecho esta mi piel, ¡en mi carne he de ver a
Dios, a quien yo mismo he de ver!
Lo verán mis ojos, y no los de otro.
Mi corazón se consume dentro de mí.:”
(Job 19:25-27).
CAPITULO – 6 -
UN EDIFICIO LLAMADO “IGLESIA”
En el año 1975 participé, con los discípulos que tenía en
Honduras, en un congreso pastoral de renovación espiritual, en San
José, Costa Rica. En el encuentro el orador principal era el pastor
argentino Jorge Himitian. Éste expuso varios temas sobre la Iglesia
en los tiempos de avivamiento. En una de sus exposiciones, en un
hermoso edificio de una iglesia tradicional, el hermano Himitian
expresó: “Nosotros somos la iglesia, el cuerpo de Cristo aquí en la
tierra, y es una aberración llamarle a este edificio iglesia,
principalmente cuando ustedes se van del mismo“. Estas pala-bras
ofendieron tremendamente al pastor anfitrión, y surgió un gran
revuelo, porque algunos consideraron erradas las palabras de
Himitian, pero: ¿Y no es esta una verdad teo-lógica?.
¿Qué es la Iglesia? Por lo general, (aunque sea teóri-
camente,) todos las denominaciones, incluso los Católicos Romanos,
tienen el mismo concepto teológico: “Son los creyentes, el pueblo de
Dios”. La Iglesia surge de la fe y la unidad de dos o tres reunidos en
torno a Jesús. En el nuevo catecismo de la iglesia Católica Romana se
define así:
“La Iglesia es una debido a su “alma”: El Espíritu Santo que habita
en los creyentes y gobierna a toda la iglesia, realiza esa admirable
comunión de fieles y une a todos en Cristo tan íntimamente que es el
Principio de la unidad de la Iglesia”[54].
Esta presencia de Cristo en los nacidos de nuevo forma un
pueblo, llamado por el mismo catecismo católico “pueblo de Dios”, y
definido por la teología evangélica como “la congregación de los
santos”.
El término “Iglesia”, del griego “ECCLESIA“, esta-blece el
sentido de una asamblea de ciudadanos, pero apli-cado a la iglesia,
establece un concepto más profundo, una asamblea de redimidos,
que buscan ser diferentes, vivir en comunión, y proclamar y adorar a
su Señor[55]. Es el conjunto de los redimidos por la sangre de Cristo,
que buscan ganar a los perdidos para hacerlos discípulos de Jesús,
siendo fiel a su gran comisión.
Pero aunque en este concepto coincidan todas las
denominaciones cristianas, ¿no existe otra realidad práctica
contraria al hecho bíblico e histórico? A caso no decimos:
“- Vamos a la iglesia (edificio) a buscar a Dios -”.
“- En la iglesia (edificio) está la gloria de Dios -”.
“- Vamos a limpiar la iglesia (refiriéndose barrer el piso del
edificio)-” etc.
Y es que para la mente de los cristianos, sea de la deno-minación que
sea, la iglesia es un edificio. De esta manera conservamos algo de la
herencia del catolicismo romano, en el cual, al salir del edificio,
dejamos al Señor encerrado en una cajita de 30 cm. por 30 cm.,
llamada “sagrario”, hasta la siguiente visita. Esto produce una
dualidad de vida, pues una cosa somos en el edificio llamado iglesia,
y otra en la calle o en la casa.
La Iglesia no es un gran edificio, o una catedral, o un salón
con un nombre afuera que diga: “IGLESIA DE LA SANTÍSIMA
TRINIDAD”. La iglesia no es una liturgia, ni una estructura
arquitectónica, ni un orden de cosas materiales, !NO¡. La iglesia son
los redimidos por Jesús, donde quiera que se junten. Es triste ver
como gastamos miles de millones de dólares en un edificio al cual
llamamos “iglesia”, “templo”, “catedral”, “basílica” o
“santuario”[56], ignorando la miseria del mundo que nos rodea..
Pero el nombre que le demos al lugar no revela necesariamente la
realidad de Jesús, pues éste vive en la vida de sus seguidores.
La competencia en la apariencia de edificios es otra causa
que ha hecho que la sencillez se haya perdido en nuestro tiempo,
pues le damos más importancia a las formas y a la estructura, que a
las necesidades humanas y espiri-tuales de las personas. Muchos de
estos grandes edificios son elefantes blancos, donde viven personas
en pecados, sin conocer la vida profunda de Cristo. Es cierto que la
deco-ración, la música, la arquitectura y las luces producen im-pacto
psicológico en los oyentes, y muchos salen impresio-nados por todos
estos factores, pero ¿y qué logramos con emocionarlos, si no los
confrontamos con su pecado y la verdad de la Palabra? Al respecto
escribe Charles Corson:
“¿Quién es el que no dice:«Voy a la iglesia»? Al lugar en que
adoramos lo llamamos la iglesia. Y cuando decimos que «estamos
construyendo una iglesia» queremos decir que estamos
esforzándonos por levantar un edificio, no estamos solidificando
hombres y mujeres en su madurez espiritual. Hay un millar de
expresiones comunes en las que se da por sentado que la iglesia es
un lugar, y nada más. Esto no es simple coloquialismo, porque tal
manera de hablar pre-supone y condiciona nuestra perspectiva de la
iglesia, creando lo que muchos han llamado correctamente «el
complejo de edificio», por el cual se mide la importancia y el buen
éxito de la iglesia de acuerdo con el tamaño, la belleza y la
funcionalidad de su estructura física“[57].
Antes los cristianos funcionaban dentro de su entor-no
natural; calles, plazas, cuevas, salones, hogares, etc., y la iglesia se
extendía por todo lugar. El centro del culto era el adorar, evangelizar
y ayudar a los necesitados. Esto consu-mía todas las entradas
económicas de la iglesia primitiva. Hoy día el 60%, o más de las
entradas las consume un edificio llamado “Iglesia”, y pedimos más
para estas super estructuras, que para remediar el hambre, dolor y
miseria que nos rodea. Un ejemplo de este fenómeno está en mu-
chas majestuosas “iglesias”, ubicadas a veces cerca de los barrios de
miserias, que rodean las grandes ciudades pobres del tercer
mundo[58].
Recuerdo una conversación de un pastor diciéndole a otro
que iba a construir un templo valorado en dos millo-nes de dólares,
el interlocutor le preguntó: ¿Y cuánto aporta para el programa
misionero, de los ingresos anuales de tu iglesia?, y con orgullo
respondió, «el 10%». La majes-tuosidad ha matado la sencillez.
Mucha gente busca la iglesia, “que es un edificio”, por la comodidad
que ésta le ofrezca; buenos asientos, aire acondicionado, alfombra,
sonido digital, programa atrayente, etc., ignorando que éste no es el
propósito de Jesús para con su pueblo, pues mientras los
entretenemos cómodamente, millones mueren de hambre y sin
salvación. Lo que Él desea es que seamos iglesia en nosotros
mismos, y realicemos la gran comisión.
Lo triste es que muchos de estos grandiosos edificios no
nacen de un espíritu sincero de crecimiento genuino, sino de un
protagonismo competitivo, para demostrar que “gru-po” es el más
grande y fuerte en la ciudad, surgiendo esa tendencia medieval, que
dio orígenes a grandes catedrales a orilla de un mundo lleno de
miseria e ignorancia. Esta mentalidad es tan ampliamente aceptada
en nuestros días que la gente está más dispuesta a aportar fondos
para los proyectos de construcción de edificios, que para cualquier
otro motivo[59] o necesidad de la congregación. Se puede construir
cuando haya necesidad, pero al hacerlo, no podemos ignorar la
ayuda al necesitado y la obra misionera, además una cosa es buscar
espacio para atender las nece-sidades de la congregación, y otra el
buscar lujo y prota-gonismo mediante un majestuoso edificio.
¿Pero de dónde emanan los conceptos de templo, santuario,
estructura del edificio llamado iglesia, y la forma de sentarnos y
actuar en los mismos?
Si estudiamos las Escrituras y las costumbres de la
antigüedad, veremos una evolución entre lo que Dios quería enseñar,
y lo que los hombres forjaron del cristianismo.
En el libro de Génesis Dios se revelaba y trataba al hombre
dentro de su realidad natural. Le habló a Adán y a Caín (Gén 3:9-24,
4:9-15) en medio de su entorno. A Noé se le manifestó, y le reveló
sus planes de enviar un diluvio, estando en su casa (Gén 6:13). A
Abram le habló directa-mente dentro de un pueblo pagano llamado
Ur de los Cal-deos (Gén 12:1-3). Durante su peregrinar, en busca de
la “tierra prometida”, Dios le habló a Abram de muchas for-mas; en
sueño, por medio de ángeles y a través de una voz directa, etc.
Vemos a Abram subir al monte Moriat a ofrecer a su hijo en
sacrificio, probando Dios así su fe, y de ahí apa-rece el principio de
buscar a Dios en los lugares altos (Gén 22 ). Lo mismo ocurrió con
Jacob y con sus hijos, Dios obra-ba sin necesidad de un edificio. Sin
embargo, en esta época, los páganos ya tenían “templos”. Tanto los
Caldeos, como los Egipcios y Griegos edificaban templos a sus
deidades[60]. El término “templo” significa “morada de los dioses”.
Al sacar Moisés a los hebreos de Egipto, por el poder de Dios,
recibe los mandamientos, y junto con ellos, los detalles de lo que
sería un “tabernáculo”[61] para que en él estuviera la presencia de
Dios: “Que me hagan un tabernáculo, y yo habitaré en medio de
ellos”. (Éxodo 25:8).
Algunas versiones lo describen como santuario. Este con-cepto
establece el principio de una habitación temporal en donde iba a
morar la gloria de Dios en medio de su pueblo, encerrando en todo
su diseño, un mensaje tipológico, que revelaba el pecado del pueblo
y su separación de Dios. Como consecuencia de ello, habría la
necesidad de hacer expiación por los pecados, mediante sacrificios,
así como la esperanza de un Mesías glorioso, que quitaría el velo del
tabernáculo, para hacerse real en medio de su pueblo. Este
“tabernáculo” era una construcción desmantelable y movi-ble. Dios,
aunque limitaba su presencia a una especie de gran carpa, la misma
se movía junto al pueblo en su peregrinar por el desierto, por lo que
no se le limitaba a un lugar.
Al establecerse el pueblo Hebreo en la tierra pro-metida,
David concibió la idea de edificar una “casa para Jehová”, pero Dios
le habló por medio de Natán para que él no realizara esa obra:
“Y Natán dijo al rey: –Anda, haz todo lo que está en tu corazón,
porque Jehová está contigo. Pero aconteció que aquella noche vino la
palabra de Jehová a Natán, diciendo: “Ve y di a mi siervo David que
así ha dicho Jehová:’ ¿Me edificarás tú una casa en la que yo habite?
‘Ciertamente yo no he habitado en una casa desde el día en que hice
subir a los hijos de Israel de Egipto, hasta el día de hoy. Más bien, he
estado peregrinando en una tienda y en un tabernáculo.” (2 Samuel
7:3-6).
Y así anular el tabernáculo, el cual ya no tenía que desplazarse de un
lugar para otro, pues el pueblo de Dios poseía un territorio fijo.
David concibió la visión, pero Salomón, su hijo, ejecutaría la obra:
“Cuando se cumplan tus días y reposes con tus padres, yo levantaré
después de ti a un descendiente tuyo, el cual procederá de tus
entrañas, y afirmaré su reino. El edificaráuna casa a mi nombre, y
yo estableceré el trono de su reino para siempre. Yo seré para él,
padre; y él será para mí, hijo.
Cuando haga mal, yo le corregiré con vara de hombres y con azotes
de hijos de hombre.” (2 Sam. 7:12-13).
Noten que se le llamó “UNA CASA A MI NOMBRE”. Sin embargo,
las influencias paganas convirtieron el término “CASA” en
“TEMPLO“, adoptándose esta expresión para referirse a la casa de
Jehová, y esto fue debido a las influencias de los pueblos vecinos. En
realidad la palabra “santuario” es más propicia a tabernáculo que
templo. Hasta cierto punto Dios deseaba un lugar de encuentro con
su pueblo, para traerle a la memoria su pecado y el plan de
redención, y así hacer real su presencia, pero la misma no estaba
limitada a este punto específico, pues Él está en todo lugar, y no
puede ser limitado a vivir encerrado en una construcción.
En el Nuevo Testamento había dos ideas dentro de la fe Judía
respecto al lugar donde estaba la gloria y presencia real de Dios. Los
samaritanos conservaron la tradición de buscar a Dios en los lugares
altos, (Como hizo Moisés, Elías y otros más en el A.T.) mientras que
los judíos afirmaban que Dios moraba en el gran templo de Salomón,
en Jeru-salén. Entonces aparece Jesús, desmantelando ambas ideas,
pues con su venida estos dos lugares de búsqueda quedan obsoletos:
“Nuestros padres adoraron en este monte,
y vosotros decís que en Jerusalén está el lugar donde se debe
adorar. Jesús le dijo: –Créeme, mujer, que la hora viene cuando ni en
este monte ni en Jerusalén adoraréis al Padre. Vosotros adoráis lo
que no sabéis; nosotros adoramos
o que sabemos, porque la salvación procede de los judíos. Pero la
hora viene, y ahora es, cuando los verdaderos adoradores adorarán
al Padre en espíritu y en verdad; porque también el Padre busca a
tales que le adoren.
Dios es espíritu; y es necesario que los que le adoran, le adoren en
espíritu y en verdad.” (Juan 4:20-24).
Ya no hace falta un templo, porque cada discípulo se
convierte en templo del Espíritu Santo (1 Cor 3:16, 6:19 ). Ahora el
poder del Cristianismo se traslada a nuestras vidas, surgiendo en
nosotros el tabernáculo del Dios Altísimo, es por ello que San Pablo
le define a los griegos el principio básico de la fe, en relación a los
edificios dedicados a Dios:
“Pues, mientras pasaba y miraba vuestros monumentos sagrados,
hallé también un altar en el cual estaba esta inscripción: AL DIOS
NO CONOCIDO. A aquel, pues, que vosotros honráis sin conocerle,
a éste yo os anuncio. Este es el Dios que hizo el mundo y todas las
cosas que hay en él. Y como es Señor del cielo y de la tierra, él no
habita en templos hechos de manos,” (Hechos 17:23-24)
La iglesia primitiva funcionaba sin estructura propia, era
nómada, cada cristiano era un tabernáculo. De ello co-menta Justo L.
González cuando nos dice que:
«Hasta la época de Constantino, el culto cristiano había sido
relativamente sencillo. Al principio, los cristianos se habían reunido
para adorar en casas particulares. Después comenzaron a reunirse
también en cementerios, como las catacumbas romanas. En el siglo
tercero había ya lugares dedicados específicamente al culto. De
hecho, la iglesia más antigua que se ha descubierto es la de Dura-
Europos, que data aproximadamente del año 270 d.C. (y que fue una
casa reformada). Pero aún esta iglesia de Dura-Europos no es más
que una pequeña habitación, decorada sólo con algunas pinturas
murales de carácter casi primitivo»[62].
Después del año 313 d.C. (con la conversión del Emperador
Constantino) los cristianos son protegidos por Roma, y el mismo
emperador Constantino[63], con fondos del estado, construyó
majestuosos edificios a lo largo y ancho del imperio, para la iglesia, a
fin de atraer a los paganos con la excelencia de estas construcciones,
ya que los templos paganos eran pequeños, circulares y tenían poca
capacidad, rompiendo la sencillez de la iglesia en su forma de estar.
Así es como aparecen los majestuosos edificios de las igle-sias en
Roma. El culto era sencillo, no había el clásico altar o lugar
santísimo, ni el lugar santo y atrio, ni un púlpito sobre la asamblea,
pero las influencias paganas, más la costumbre levítica, que
justificaron estas acciones, hizo que el lugar de reuniones se
estructurara en la forma del taber-náculo judío. ¿De dónde viene la
idea de un púlpito en alto, sobre una plataforma superior al
auditorio, y de un atrio, lugar santo y lugar santísimo, a donde solo
podían subir los sacerdotes o ministros? La ideal de púlpito y
separación del predicador de la gente es una influencia pagana-
romana que buscaba excluir a la plebe de la jerarquía. Así lo indica
la doctrina católica: <<La sede (cátedral) del obispo o del sacerdote
“debe significar su oficio de presidente de la asamblea y director de
la oración” El ambón: La dignidad de la Palabra de Dios exige que en
la iglesia haya un sitio reservado para su anuncios[64]>> Todo esto
evidencia que muchas costumbres evangélicas siguen teniendo
vestigios de la influencia pagano-romana.
El Catolicismo tomó de las influencias paganas muchas
normas de conducta y le aplicó el principio Levítico de toda la
vestimenta sacerdotal. Confeccionó una misa imi-tativa del sacrificio
judío, relegando a un lado la partici-pación del pueblo, y adaptó el
santuario a todas estas ideas. Después de la reforma, se siguió con el
mismo patrón. Hoy todos los edificios de iglesias están diseñados por
este mo-delo: Un atrio o entrada, un lugar santo, donde se sientan
los feligreses, un lugar santísimo, a donde sube y se sientan los que
ministran, y un púlpito, desde donde se imparte la Palabra. Toda esta
estructura forma la realidad de ser iglesia, olvidando el principio de
sencillez y naturalidad en la pro-clamación del mensaje, y creándose
una serie de conceptos incongruentes con la verdad bíblica.
Pero estamos aquí y ahora, y no podemos desechar
radicalmente las estructuras preestablecidas con las cuales
funcionan casi todos los edificios de culto evangélico. Sin embargo,
algo podemos hacer para volver a la sencillez de los cristianos
primitivos. Por lo pronto, debemos dejar de ser dogmáticos en
cuanto al concepto de templo, y reconocer que el culto a Dios se
puede ejercer en cualquier otro lugar fuera de esas cuatro paredes
de la mal llamada “iglesia”. Podemos combatir los conceptos errados
en cuanto a ¿qué es la iglesia?, y hacer conciencia de que “todos, y
en donde sea, somos iglesia”, para convertir nuestros centros de tra-
bajo, nuestros hogares y cada rincón en que vivamos, parte de esa
iglesia visible de la cual formamos parte:
“carta de Cristo, expedida por nosotros, escrita no con tinta, sino
con el Espíritu del Dios vivo; no en tablas de piedra, sino en las
tablas de corazones humanos.”
(2 Corintios 3:3).
Debemos dejar de exaltar las cosas sobre las per-sonas.
Aprovechar al máximo el lugar de culto que tenemos, antes de
pensar en una millonaria construcción, principal-mente en estos
tiempos de crisis y miseria en la cual vivimos, y edifiquemos edificios
sencillos, acogedores, sin extralimitarnos en sus ornamentos. Si
cuidáramos las vidas, como lo hacemos con las apariencias externas
de nuestras estructuras físicas, tendríamos un mejor cristianismo.
El poder de la iglesia está en su gente, no en sus edificios. La
riqueza del evangelio no está en el poder eco-nómico, sino en el
poder de la vida y ejemplo que demos delante del mundo, en nuestro
“testimonio”. No condeno la construcción de edificios, aunque sí el
que le llamemos “iglesia”[65], y sobrepasemos los limites de
nuestras capacidades económicas, para aparentar por medio de éste,
nuestro poderío religioso. Recordemos que este fenómeno es real y
repetitivo a través de la Historia.
Entendamos que el poder de la predicación no está en la
altura de la plataforma, o en el concepto de taber-náculo que le
demos a ésto[66], o en las vestimentas del minis-tro, sino en la
unción que dé el Espíritu Santo a la Palabra que se proclame, y la
sencillez de actuación que el siervo tenga al impartir ésta. Cuando
hay sencillez Dios obra con poder desde cualquier ángulo del
edificio, y aun debajo de un árbol.
Debemos reflexionar sobre estas verdades, y modificar
nuestros esquemas de conducta en cuanto al sentido de “ser iglesia”,
para hacerla más dinámica, real y ajustada a las necesidades de un
mundo que sufre. Debemos redefinir nuestra escala de prioridades;
lo primero en el reino son las vidas, las necesidades humanas y
espirituales de las perso-nas que se convierten, lo otro, las formas,
estructuras y bienestar material de la iglesia es secundario. Somos
una co-munidad comprometida con la evangelización y la miseria del
perdido, y nada debe desplazar esta prioridad. Hay que invertir más
en salvar al hombre de su condición peca-minosa, que en acomodarlo
en un edificio. Recordemos que en la Europa Occidental quedan
muchas “reliquias” arqui-tectónicas de lo que antes fue una gran
iglesia, pero hoy solo queda el edificio y el recuerdo de lo que fue y
ya no es.
El Señor nos ayude.
CAPITULO – 7 -LA TRISTE REALIDAD MISIONERA
Antioquía[67] era una importante ciudad que hacía puente entre
el oriente y el occidente, situada a 30 kiló-metros del mediterráneo y
a 480 de Jerusalén, y en donde existía el cruce entre el mar y las
ciudades en el interior de Asia, Siria y Palestina. Era catalogada
como la “Reina del Este”, en la cual convergían muchas culturas, allí
habían griegos, judíos, romanos sirios y habitantes del oriente.
En el año 35 después de Cristo, muchos cristianos, que
escapaban de la persecución en Judea, se establecieron en esta
ciudad, y comenzaron a predicar el evangelio, levantándose una de
las iglesias más grandes y fuerte de esa década. Su peculiaridad era
que la misma estaba formada mayormente por gentiles, y asistían
muchos de las clases media y alta, por lo que era también fuerte en
recursos eco-nómicos, y en trabajo social.
Allí llegó y se quedó Bernabé, un judío fervoroso que había
sido enviado por los apóstoles para ver lo que ocurría en una iglesia
que apareció sin que ningún apóstol la hubiera edificado. Después
trajo consigo a su compañero de milicia, Pablo y trabajaban hombro
a hombro con los ancianos locales de la iglesia.
Un día del año 44 d.C. aproximadamente, se con-vocó una
reunión de ayuno y oración a donde asistieron todos los hermanos y
ancianos de la ciudad. Se comenzó adorar y de súbito unos a otros se
comenzaron a ministrar[68] según la necesidad de cada cual. De pronto
uno de los presente levantó su voz y lleno del Espíritu Santo
exclamó:
“Apartadme a Bernabé y a Saulo para la obra a la que los he
llamado.” (Hechos 13:2).
Estos al escuchar esa voz que venía del Espíritu Santo cayeron de
rodilla y los ancianos, le rodearon y le impusieron las manos,
confirmando así el llamamiento y equipándoles con el apoyo
espiritual y material de la iglesia para su labor misionera.
Días después Bernabé y Pablo tomaron un barco rumbo a
occidente. Allí estaban en el puerto un gran número de hermanos
despidiéndolos. No llevaban muchas cosas, pero si tenían el apoyo de
una iglesia que les ayudaría dentro de sus posibilidades en su viaje
misionero. Entre todos los hermanos les habían pagado el pasaje, y
entregado una ofrenda que les ayudaría para poder llegar al
siguiente puer-to. Una vez que emprendieran el camino mar a
dentro, no podrían enviarle más ayuda, aunque quisieran, pues la
comunicación en esa época era muy difícil y lenta, y la gira de los
misioneros muy extensa y sin paradero fijo[69].
Este relato se encuentra en el capitulo 13 del libro de los
Hechos, y el mismo contiene una serie de principios que ayudan a
entender el llamamiento y la obra misionera de forma sencilla.
Cuando olvidamos el modelo bíblico de los Hechos, distorsionamos la
realidad, y creamos conductas aberrantes de lo que es ser y enviar
misioneros. Pero para entender esta realidad de ayer, vamos a
ilustrar una actual, pero usaremos dos versiones, la del típico
misionero nor-teamericano, y la del latinoamericano, y después
veremos lo que debería ser la actitud misionera dentro de una
perspectiva apostólica y correcta[70]:
VERSIÓN NORTEAMERICANA:
Es una gran congregación en el norte de los Estados Unidos.
La rutina de esta iglesia envuelve dos cultos a la semana,
prevaleciendo el domingo como el mayor. Las reuniones de ayuno y
oración son muy pobres en asistencia, siendo el culto general del
domingo el más importante.
Un domingo un misionero predicó sobre su labor en tierras
lejanas, y un joven de la iglesia llamado Roberto fue impactado por la
necesidad del país de donde el misionero venía, y se sintió tocado
para ir a predicar, por lo que pasó al frente para pedir oración,
porque quería ser misionero. Unos días después pide una cita con su
pastor para plantearle su inquietud y deseo de servir al Señor. Éste
le dice que está bien, pero que primero debe ir a un seminario para
entre-narse, que debe trabajar, ahorrar dinero e ir a hacer un
bachillerato en Teología. Roberto así lo hace, trabaja de noche, y de
día se matricula en una escuela de teología para sacar un
bachillerato, y al terminar sus estudios el pastor le dice:
–”Bueno hijo, ya estas casi listo, ahora vamos a sacarte las
credenciales de ministro licenciado, y después tienes que tomar un
curso de capacitación misionera de un año en Ohio”–.
Roberto, así lo hizo, dejando su ciudad, se interna en un
centro especial para capacitar misioneros. Termina con buenas notas
su curso, pero ahora tiene que casarse, pues de lo contrario no
podría salir, ya que debe salir acompañado de “una esposa”. Después
el pastor le llena una solicitud al concilio, para presentarlo como
ministro ordenado, y obtener la aprobación posterior para salir al
campo misionero. Pasan 6 meses, y ya todo está listo para que
Roberto lleve a cabo su deseo de servir a Dios, pero ahora necesita
levantar los fondos para financiar por 4 años su trabajo misionero y
le exponen:
–”Roberto, ahora tu debes por un año visitar iglesias y levantar
promesas de ayuda por un monto de $3,500 dólares mensuales, este
será tu presupuesto, hasta que no tengas todo este dinero no podrás
salir–”.
Roberto pregunta ¿el por qué tanto dinero? Y su pastor le explica:
–“Bueno es que dentro del presupuesto está el seguro médico, el
alquiler de un hogar, la escuela probada de tus hijos y un seguro de
viaje, así como un 10% para el comité misionero de la misión”–.
Así que Roberto emprende una gira por las iglesias de todos
los Estados Unidos en busca del sostén a través de promesas de
ayuda. Durante un año recorre miles de kilómetros, y visita docenas
de iglesias para obtener los fondos que le permitan ir y trabajar al
campo misionero. Ya todo está listo, ahora surge otro problema, no
puede ir a donde él deseaba, sino que lo destinarán a otro país,
porque el misionero que estaba en el mismo se va, y el ocupará su
lugar. Así que allá va, con todas su cosas compradas en Estados
Unidos y embarcadas, para ese lugar misionero. Se le dan las últimas
instrucciones, que complementa el curso de misiología que recibió
por un año:
–“Manteen la distancia de los nacionales. Matrícula a tus hijos en
escuelas americanas. Júntate con los misioneros americanos del país
y forma una confraternidad, y dentro de tres o cuatro años tendrás
que volver a comenzar la misma operación de levantar fondo”–.
Lo triste es que con el presupuesto levantado en los Estados
Unidos, su nivel de vida en el campo misionero alcanza una posición
superior al que tenía muchas veces en su país de origen, por lo que
vivirá como un rey[71], entrando a una categoría social catalogado
en algunos países pobres como de “rico”. Además casi siempre
llegan a hacer labores que no son el de levantar obras o producir
obreros, sino velar por los bienes que a través de los años la misión
invirtió en ese país, o hacer labores que no son de índole netamente
misionera. Hay que añadir que aunque estudió misiología, muchas
veces no domina el idioma, las cos-tumbres y la idiosincrasia del
país, por lo que tiende a introducir su cultura, junto al evangelio,
surgiendo así una transculturización evangelística, típica en muchos
países del mundo, donde los nativos fueron absorbidos por los misio-
neros, que junto al mensaje, impusieron sus costumbres.
La arrogancia de este estilo de misionero “capi-talista” ha
causado daño a la iglesia de los países del tercer mundo, pues éstas
se vuelven parásitos, ya que esperan que todo se traiga de afuera,
incluso hasta los edificios, que vienen a construírselos de los Estados
Unidos. Al manejar dinero, estos misioneros compran pastores, como
si fueran objetos que estuvieran a la venta, y por medio de reportajes
de trabajo ajeno, se presentan como pioneros de una gran obra
misionera[72].
Conocí el caso de un pastor independiente y nacio-nal que
había levantado una congregación en el sur de España. Una vez un
misionero Británico le ofreció dinero para comprarle el edificio, junto
a la gente, y este pastor, agobiado por el fracaso y atraído por la
oferta económica del misionero vendió todo, como que fueran
borregos dentro de un corral. Todas estas cosas existen cuando
perdemos la visión de la sencillez en la forma de hacer, y ser
misionero.
VERSIÓN LATINOAMERICANA
En una de las tantas ciudades de Hispano América hay una
iglesia grande y fervorosa, donde el crecimiento es continuo. Un
domingo en un culto lleno de un poderoso mover del Espíritu, el
Señor habló de forma maravillosa. Después de una fervorosa
adoración, un predicador expone la necesidad que hay en el interior
de país, y la falta de obreros, y hace un llamamiento para servir a
Dios. Muchos pasan al frente, principalmente jóvenes, entre los
cuales está José, de 25 años, casado y que trabaja de contador en un
banco de la ciudad.
Al llegar a su casa, José conversa con su esposa. Él siente un
fuego que por dentro le consume, y discute con ella el renunciar a
todo para salir a un pueblo del interior a predicar. Días después
conversa con su pastor para informarle que él y su esposa han
sentido el llamado del Señor para salir de misioneros al interior del
país. El pastor trata de persuadirlo para que espere un poco, pero
éste afirma que no puede esperar, y que se va rápido, y nada puede
detenerlo. Un día le informa a la iglesia que se va, y el pastor,
tratando de salvar la situación ora por él, pero no se compromete
con apoyarlo totalmente.
José llega a un pueblito del interior con su esposa, pero al no
tener apoyo financiero, se le hizo muy duro todo, además la falta de
experiencia lo hace víctima de muchas circunstancias inesperadas.
Comienza a tener problemas económicos, y aparece el desánimo,
junto a una crisis matrimonial, pues la esposa le reclama cosas que
necesita para el sostén diario. A los pocos meses deciden volver a la
ciudad donde residían, retornando a su trabajo. Algunos quizás
tienen más suerte que José, pero siempre sufren las consecuencias
por no ser bendecidos por la iglesia, ni haber seguido el orden del
libro de los Hechos. ¿Cuántos modelos de este tipo tenemos hoy día
en nuestros campos misio-neros? ¿A quién se sujetan, y quién está
detrás de ese llamamiento?
Como podrán ver, este es el otro extremo del misionero
norteamericano. Pero ¿será el modelo correcto? Creo que ambos
están actuando fuera del contexto del libro de los Hechos.
EL MODELO DE LOS HECHOS HOY DÍA:
Luis pertenece a una iglesia que trabaja de forma ardua bajo
el principio del discipulado cristiano. Además de los cultos generales,
y uno de oración entre semana, cada hermano maduro en la fe
trabaja con grupos pequeños a través de las casas (discipulado o
grupos familiares).
Un día, en una reunión de oración, Luis siente el llamamiento
por la obra, y se compromete más en el trabajo de la iglesia,
trabajando arduamente en hacer discípulos. Su consagración deja
huellas que todos observan de forma fehaciente. Aunque estudia y
trabaja, saca tiempo para cum-plir sus deberes con la iglesia. Un día
es tocado fuertemente por el Espíritu Santo para el servicio del
ministerio, y lo comparte con su maestro de discipulado, el cual a su
vez lo trasmite a los ancianos de la iglesia.
Un día los ancianos ven en Luis un hombre llamado por Dios,
y entregado para el servicio, por lo que sienten, de parte del Señor,
el enviarlo a una misión que desean abrir en un pueblo cercano.
Hablan con él, y le plantean en una reunión de ancianos lo siguiente:
–Hijo, vemos en ti un buen siervo, con frutos de disci-pulado.
Creemos que tu eres el hombre indicado para ir a levantar obra al
Campo Blanco de Talanga, pero deseamos que ores por esto, y
busques dirección de Dios–.
Después le dejan por un tiempo para que busque la confirmación de
parte de Dios, la cual no tarda en llegar, pues decide someterse al
Señor, y pide ir a esa misión, renunciando a su trabajo, y sin poner
ninguna condición, tomar el reto misionero. Días después y en un
culto los ancianos lo presentan a la iglesia, la cual lo apoyan, y oran
por él, levantando una ofrenda para su ministerio, y compro-
metiéndose la iglesia a ayudarle en su labor. Lo envían con ayuda y
apoyo. Este se siente fortalecido por el amor de los hermanos, que de
vez en cuando le visitan, y le dan cober-tura de forma fiel, velando
por sus necesidades. Así nace un misionero de acuerdo al corazón de
Dios.
La sencillez del misionero no está en esperar ser misionero
porque salió, o recibió un llamamiento especta-cular, o porque Dios
le habló “por fuera”, o porque algunas veces uno mismo se envía a sí
mismo, sino porque el hermano funciona dentro de la iglesia local,
haciéndose un misionero entre los que estaban perdidos en su misma
comunidad. No hay que salir de su tierra o parentela para ser
misionero, pues todos lo somos. También debemos entender la
diferencia entre el sentir un llamado para servir en la iglesia,
buscando el perdido, del llamado para salir como misionero a otros
lugares. Recordemos que Pablo y Bernabé eran ministros del
evangelio dentro de la iglesia cuando fueron llamados:
“Había entonces en la iglesia que estaba en Antioquía,
unos profetas y maestros: Bernabé, Simón llamado Níger,
Lucio de Cirene, Manaén, que había sido criado
con el tetrarca Herodes, y Saulo.”
(Hechos 13:1).
El llamamiento a salir, no es un llamamiento a servir, pues el
servir ya tenía que estar funcionando dentro de la iglesia local desde
el primer día de convertido. Note-mos que a la hora de ser enviados
al campo misionero, Bernabé y Pablo ejercían un ministerio, y
además, la iglesia participó en su comisión y les bendijo. Lo bíblico
es que cada iglesia se debe involucrar en el envío de misioneros, y
que éstos deben quedar bajo su supervisión y apoyo de la iglesia que
les envió. El que sale debe volver al punto de inicio, o sea, a su
congregación, para participarle a los hermanos de los frutos de su
trabajo, igual que lo hicieron Bernabé y Pablo, pues cada vez que
realizaban una gira misionera, volvían a la iglesia para compartir con
ellos las experiencias de la labor realizada[73].
No es bíblico, ni sabio, el que un misionero dependa de
muchas iglesias, pues esto no permite un genuino con-tacto
espiritual entre misionero e iglesia, y si el misionero lo hace,
ocuparía mucho tiempo en ello, y le consumiría su rendimiento en el
trabajo dentro de su campo de labor.
¿Y cómo se financiaban estos misioneros de los He-chos? La
iglesia madre les apoyaba al salir, y después, en su andar, cada
grupo local les apoyaba, pues era imposible enviarles ofrendas por
correo en esa época. No tenían pre-supuestos, ni había requisito
económico para salir, sino una preparación emocional para aceptar
cualquier situación:
“Porque nada trajimos a este mundo, y es evidente que nada
podremos sacar. Así que, teniendo el sustento
y con qué cubrirnos,
estaremos contentos con esto.
(1 Timoteo 6:7-8).
“No lo digo porque tenga escasez,
pues he aprendido a contentarme con lo que tengo.
Sé vivir en la pobreza, y sé vivir en la abundancia.
En todo lugar y en todas las circunstancias, he aprendido el secreto
de hacer frente tanto a la hartura como al hambre,
tanto a la abundancia como a la necesidad “
(Filipenses 4:11-12).
Si estos pasajes no hubieran estado en las escrituras,
entonces si podríamos aceptar la teoría capitalista de que lo primero
es el “presupuesto”, para ejecutar un llamamiento, pero estos
pasajes evidencian que primero es el llama-miento, del resto, se
encargará el Señor. No quiero decir con esto que el misionero no
debe tener nada, y vivir miserablemente, de ninguna manera, pues
Dios suple y:
“Yo he sido joven y he envejecido;
pero no he visto a un justo desamparado,
ni a sus descendientes mendigando pan.”
(Salmos 37:25) .
A lo que me refiero es que debemos aspirar a aceptar la
sencillez en nuestro llamado, aunque haya bendiciones materiales.
Que nunca debemos ser más que los demás, ni menos tampoco. El
misionero debe aspirar a hacer su labor lo mejor posible,
adaptándose a la realidad socioeconómica del marco dentro del cual
vive y a las posibilidades que le pueda ofrecer su iglesia madre:
“A pesar de ser libre de todos, me hice siervo de todos
para ganar a más. Para los judíos me hice judío,
a fin de ganar a los judíos. Aunque yo mismo no estoy bajo la ley,
para los que están bajo la ley me hice como bajo la ley
, a fin de ganar a los que están bajo la ley.
A los que están sin la ley, me hice como si yo estuviera sin la ley (no
estando yo sin la ley de Dios, sino en la ley de Cristo),
a fin de ganar a los que no están bajo la ley.
Me hice débil para los débiles, a fin de ganar a los débiles. A todos
he llegado a ser todo,
para que de todos modos salve a algunos.
(1 Corintios 9:19-22).
Debemos depender no solo de Dios, sino de los hermanos, y
en algunas ocasiones hasta de nuestras propias manos. Los
misioneros de los Hechos se sostenían de las ofrendas que provenía
de las iglesias que levantaban, y cuando estos hermanos fallaban,
trabajan con sus manos, físicamente, sin dejar de ejercer el
ministerio, como hizo y enseñó el mismo San Pablo:
“Nos fatigamos trabajando con nuestras propias manos.
Cuando somos insultados, bendecimos;
cuando somos perseguidos, lo soportamos;”
(1 Corintios 4:12).
“Vosotros sabéis que estas manos proveyeron para mis necesidades y
para aquellos que estaban conmigo. En todo os he demostrado que
trabajando así es necesario apoyar a los débiles, y tener presente las
palabras del Señor Jesús, que dijo:
‘Más bienaventurado es dar que recibir.’“
(Hechos 20:34-35).
Es bueno notar en este último pasaje como San Pablo expone
que siendo misionero, tuvo que sostenerse con el trabajo de sus
manos, y no solamente para él, sino también ayudar a los hermanos
necesitados dentro de la iglesia, por lo que su sostén no era fijo, ni
gozaba de prestaciones sociales, como nosotros en estos tiempos.
Que triste al ver que no solo condicionamos el trabajo misionero a
una ganancia determinada, sino que muchos pastores buscan más un
salario bueno, que unas ovejas necesitadas de alimento sólido.
Es bueno concluir este capitulo resaltando que la sencillez en
el trabajo misionero se debe manifestar en la entrega y la
dependencia a Dios sobre todas las cosas, así como la sujeción a una
iglesia local. Que no debemos salir a servir al Señor deseando
mantener nuestro estándar secular de vida, ni esperando que todo
sea en abundancia y sin necesidad, acomodándonos a este siglo. Ser
“enviado” significa estar dispuesto a sufrir, descender para después
elevarnos, como dice el salmista:
“El (misionero) que va llorando, llevando la bolsa de semilla, volverá
con regocijo, trayendo sus gavillas.”
(Salmos 126:6).
No podemos esperar que la renunciación para servir
envuelva mejor condición de vida. Me contaron el caso de un
misionero extranjero que en su país vivía muy humil-demente, como
mecánico, pero al ser misionero, no solo se supero en su nivel de
vida económica, sino en su bienestar social, y ni siquiera quería
cambiarle las llantas a su auto-móvil. Detrás del llamado tiene que
haber una negación, precedida de una humillación y una actitud de
servicio, esto nos podrá hacer sencillos, aunque lleguemos a ser
após-toles[74] dentro del reino.
Necesitamos modificar muchos esquemas de con-ducta
misionera. Restituir el verdadero sentido de ser misio-nero, que
significa “el enviado”, para que la acción esté de acuerdo con el
concepto bíblico.
Es tiempo de restituir muchos términos desvirtuados, porque
ser misionero no es ser un ejecutivo, y ser evange-lista no es ser un
predicador que levanta ofrendas para evangelizar a los
evangelizados visitando congregaciones. Todo misionero es un
evangelista en potencia, que se trans-formará en pastor, para dar
lugar después al profeta, y salir a repetir la acción de evangelizar.
Todo misionero debe aspirar a ser apóstol, esto es; edificar iglesias y
velar por ella, ejerciendo así el sentido Paulino del apostolado y del
verdadero trabajo misionero. El apostolado no es un título, ni una
jerarquía, sino una función y una responsabilidad: La de dar
cobertura y dirección a los hijos espirituales que deje en las iglesias
que levante.
CAPITULO – 8 -UNA TEOLOGÍA SENCILLA.
No hay nada más engorroso en nuestros tiempos que las
definiciones doctrinales de muchas iglesias, y el caos que éstas han
causado a la unidad cristiana a lo largo de la última centuria. Se ha
hecho de todo una teología dog-mática, a grado tal que tenemos un
sin número de manuales y disposiciones de enseñanzas que muchas
veces matan la sencillez de una fe y la doctrina, que al principio era
muy sencilla. Son tantas las normas conciliares que requieren libros
más voluminosos que la misma Biblia.
En la iglesia católica se creó, a través de los siglos, un
manual gubernativo del clero y el mismo llegó a ocupar un lugar
prominente, desplazando a la Biblia, esto era el “derecho
Canónico”[75]. De igual forma las iglesias evan-gélicas han ido creando
una serie de leyes y doctrinas que han ido aumentando. En la medida
que convertimos ciertos énfasis o normas de conducta en “dogmas
de fe” o pautas doctrinales, creamos también una estructura
canónica, igno-rando a veces la esencia de la enseñanza de Cristo[76].
Recuerdo que en el 1983 asistí invitado a una confe-rencia de
las Iglesia Pentecostales en España en la ciudad de Barcelona. El
tema central era el amor, y en una de mis exposiciones pregunté:
Que es primero; ¿la doctrina o el amor? Y cuando expuse que sobre
toda doctrina, y como fundamento absoluto de la fe está el amor, se
armó un revuelo que nunca pensé que la situación llegará a tal
extremo. Yo ilustraba que lo primero que le damos a un niño cuando
nace es amor. Que a través del amor obtenemos la aceptación para
posteriormente ejercer una autoridad formativa correcta. Que el
error de muchas iglesias es poner la doctrina delante, y el amor
detrás, porque eso mismo hicieron los fariseos en su época, y por eso
Jesús los repudio públicamente. Que una autoridad, sin amor de
base, se con-vierte en despotismo. El amor nos da autoridad, nos da
com-prensión y edificación, así lo enseña 1 Corintios 13.
No estoy atacando la doctrina, pero si debemos de-finir ¿qué
es doctrina?, porque hoy existen muchas “ondas” o énfasis que se
presentan como doctrina, y cuando que-remos buscar ésta como
principio básico, nos vemos con-fundidos, por una realidad que se
basa más en experiencias personales, aisladas y sin un sólido peso
bíblico, que una doctrina fundamental en la vida cristiana. Un
ejemplo de ello es el tratar de obligar un hermano a danzar porque si
David danzó, tu también tienes que hacerlo.
Cuando tejemos una enmarañada doctrina, y des-cuidamos
una formación correcta en la vida práctica, come-temos el error que
cometieron los maestros de la ley en la época antigua. Es bueno
entender que muchas doctrinas que hoy proclamamos no son
valederas para forjar una vida sencilla en muchos cristianos.
Tenemos algunos ejemplos fehacientes en nuestro tiempo, como esa
enseñanza de que “estamos en la gracia, y debemos crecer en gracia,
por lo cual no, hay que temer al pecado, ni hay que ayunar u orar,
porque hagamos lo que hagamos, somos salvos”[77], o esa otra
corriente que enfatiza tanto la apariencia externa que olvidan que la
esencia de la santidad está en la vida y no en la ropa, o aquella por la
cual explotamos tanto los dones espirituales que convertimos a Dios
en un criado a nuestro servicio, para resolver todos los problemas
del diario vivir, y la de aquellos que le echan la culpa al diablo de
todo lo malo que le ocurre, aun cuando ellos mismos, con su actitud
irresponsable, originaron esos males.
Quizás la peor y más peligrosa de toda es la de aquellos que
anulan la Soberanía de Dios, para afirmar que “pedir en una oración
que se haga la voluntad de Dios es una estupidez”[78] e incluso afirman
que el “Padre Nuestro” no es una oración valedera para nuestros
tiempos, ignorando muchas evidencias bíblicas que afianzan la
voluntad y Soberanía de Dios sobre los seres humanos (Ver Mt 6:10,
26:39 Gál 1:4, Ef 5:17, Santg 4:15).
Que sencilla fue la iglesia primitiva, pese a que no tenían ni
manuales de “derechos canónigos”, ni un volumen grandioso de
doctrinas y énfasis para sus discípulos, crecía en gracia y poder. Sí
tuviéramos que resumir las enseñanzas de los apóstoles de forma
ordenada, y por escala de valores, diríamos que para los primeros
cristiano, lo más importante, y el centro de la predicación era:
1- El Señorío de Cristo.
2- El amor y la ayuda mutua.
3- La segunda venida de Cristo
4- La santidad y diferencia del cristiano a los reinos del
mundo.
La doctrina o énfasis que ocupaba el primer lugar era la
proclamación del Señorío de Cristo, presente en el discurso de
Pedro, al iniciar el período de la Iglesia:
” Sepa, pues, con certidumbre toda la casa de Israel, que a este
mismo Jesús a quien vosotros crucificasteis,
Dios le ha hecho Señor y Cristo.”
(Hechos 2:36).
Notemos el énfasis de que a Jesús se le ha hecho “Señor y Cristo“.
Este mensaje se repite continuamente, e incluso, se propone como
una realidad de confesión para ser salvo:
“que si confiesas con tu boca que Jesús es el Señor,
y si crees en tu corazón que Dios le levantó
de entre los muertos, serás salvo.”
(Romanos 10:9).
Mientras que hoy se menoscaba la soberanía de Dios, al
imponerse un culto de exaltación y demanda humana, el concepto del
Señorío afianzaba el principio de Soberanía Divina sobre el destino
del hombre que somete a él su voluntad. Jesús afirma esto al
enseñarnos a orar diciendo “Hágase tu voluntad“. Es más, los
modelos de oración presentado en el nuevo testamento muestran una
actitud de reverencia y señorío, en la forma de expresar las
peticiones. Notemos, por ejemplo, como oraban los discípulos en
Hechos 4:24-30, observando el verso 29:
“Y ahora, Señor, mira sus amenazas y concede a
tus siervos que hablen tu palabra con toda valentía”.
Con que reverencia y respeto oraban, y no demandaban sino el
poder hablar la Palabra con valentía. Mientras que hoy, hasta en la
forma de orar, mostramos nuestra prepotencia y suficiencia, no
dando lugar a la absoluta y todopoderosa vo-luntad de Dios sobre
nuestras vidas, una vez rendido a él[79].
Otra realidad existente en la iglesia primitiva es que se
reconoce el Señorío y el poder de Dios sobre todas las situaciones,
incluso en aquellas adversas, o de prueba y dificultad, mientras que
hoy, cuando algo no sale bien, o presenta un aspecto negativo,
culpamos al diablo, men-cionando y proclamando más el poder de
éste sobre las circunstancias, que la misma voluntad de Dios, o se
trata de llevar a la persona a un complejo de culpa, afirmando que le
falta “fe” para adueñarse de la bendición de Dios en forma
impositiva. Esto ha destruido y destruye muchas vidas, que son
afectadas por una actitud ilógica y antibíblica.
Después de aceptar el Señorío de Cristo (que equivale a
someter nuestros deseos a su Soberanía en nuestra vida) el punto
más enfatizado por los apóstoles es el amor. La
Palabra “amor” aparece en el Nuevo Testamento aproximadamente
125 veces. Jesús lo enseñó como algo esencial y básico para poder
cumplir la ley y los profetas:
“–Maestro, ¿cuál es el gran mandamiento de la ley? Jesús le dijo: –
Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma y con
toda tu mente. Este es el grande y
el primer mandamiento. Y el segundo es semejante a él: Amarás a tu
prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos
dependen toda la Ley y los Profetas.”
(Mateo 22:36-40).
El amor presentado en la Palabra es tridimensional, porque
debemos:
Primero:{ Amar a Dios y a los hermanos, como una expresión
natural del nuevo nacimiento (1 Juan 3:14-15). Este amor apela a la
experiencia, debe ser natural, producto de la obra del Espíritu Santo
en nosotros.
Segundo:{ Amar al prójimo, que es el próximo que no forma parte
de mi familia, que no es un hermano. Es aquel que está en el camino,
el desconocido que encuentro en mi diario vivir. (Lucas 10:27, Rom
13:9, Gál 5:14, Santg 2:8). Este amor es producido por la compasión,
por la negación, por la entrega al servicio.
Tercero:{ Amar a los enemigos, a aquellos que nos hacen Daño. (Mt
5:44, Lc 6:27,35) Este es el amor más difícil de practicar, pues no
apela a la razón, ni al deseo, sino a la obediencia, que es en donde
reside la bendición.
El amor es vital para todo. De él depende la entrega, el
servicio, el compromiso e incluso el poder vivir la doctri-na. Si
guardo lo doctrinal pero no practico el amor, nada soy,(1 Cor 13) es
por ello que Jesús expresa la grandeza del amor en sus discípulos
cuando dice:
“Nadie tiene mayor amor que éste, que uno ponga su vida por sus
amigos” (Juan 15:13).
El otro elemento presente en todas las enseñanzas
apostólicas es la inminente segunda venida de Cristo, y la
resurrección de los muertos. El hecho escatológico procla-mado por
Jesús (Mateo 24) ocupa un lugar prominente en las enseñanzas,
tanto San Pablo (1 Cor 15, 1 Tes 5, 2 Tes 2) como San Pedro (2 Pd 3)
y San Juan (Apocalipsis). Todos ellos hablan de este hecho como algo
vital. Era tan impor-tante la proclamación de su venida, que los
primeros cris-tianos la esperaban a tal grado, que vendieron sus
bienes, para esperar e irse con el Señor. Además, es una de las
promesas más clara dada por el Señor a su iglesia:
” –Hombres galileos, ¿por qué os quedáis de pie mirando al cielo?
Este Jesús, quien fue tomado de vosotros arriba al cielo, vendrá de la
misma manera como le habéis visto ir al cielo.” (Hechos 1:11). El
mismo Jesús lo prometió: “No se turbe vuestro corazón. Creéis en
Dios; creed también en mí. En la casa de mi Padre muchas moradas
hay. De otra manera, os lo hubiera dicho. Voy, pues, a preparar
lugar para vosotros. Y si voy y os preparo lugar, vendré otra vez y os
tomaré conmigo; para que donde yo esté, vosotros también estéis. Y
sabéis a dónde voy, y sabéis el camino.” (Juan 14:1-4).
En nuestros tiempos el espíritu de conquista terrenal, y de reinado
de la iglesia dentro de los sistemas, ha desplazado esta verdad a un
segundo plano, por lo que muchos ignoran la realidad peligrosa de
los últimos tiempos. Debemos volver a ella, y restaurar la proclama
de su Venida, pues los tiempos son peligrosos.
Y el aspecto más demandado por los cristianos primitivos, y
que hoy está siendo omitido en muchas predi-caciones, era la
importancia de la santidad, la rectitud y el testimonio en la vida,
cosa que actualmente se pasa por alto, para dar lugar a una
liberalidad influenciada por la moderna psicología, a tal grado, que
lo importante es el tener y gozar, negando incluso el sufrir y
esperar la venida del Señor. Para los predicadores modernos el tener
salud y dinero es equivalente a tener felicidad y ser acepto delante
de Dios, aunque vivamos en pecado y engaño. Uno de los males
peores de la mayoría de cristianos en la actualidad es el vivir
agobiado y afanado por un consumismo materialista des-tructivo, y
una ambición despedida por el tener, para ser[80].
La enseñanza y la demanda de santidad es tan vital, como
cualquier otra doctrina:
“Porque sin la santidad, nadie verá al Señor”. (Hebreos 12:14).
Es por ello que Pablo demanda:
“Así que, amados, ya que tenemos tales promesas, limpiémonos de
toda impureza de cuerpo y de espíritu, perfeccionando la santidad en
el temor de Dios.” (2 Corintios 7:1).
Y cuando habla de impureza, se refiere a aquello que afecta
la vida recta. Nosotros, los predicadores, debemos llevar a los
convertidos a una vida santa. Esta es una demanda ineludible e
imperativa:
“Antes bien, así como aquel que os ha llamado es santo, también sed
santos vosotros en todo aspecto de vuestra manera de vivir, (1 Pedro
1:15).
No podemos justificar, ni tolerar el pecado en la iglesia, y
ninguna doctrina puede afectar la piedad y la santidad de su pueblo,
pues de lo contrario, nos desviamos de la verdad apostólica.
Debemos reconocer la demanda para formar un pueblo santo, como
enseña San Pablo:
“A pesar de todo, el sólido fundamento de Dios queda firme, teniendo
este sello: Conoce el Señor a los que son suyos y “Apártese de
iniquidad todo aquel que invoca el nombre del Señor.” (2 Timoteo
2:19).
Para los cristianos de la naciente iglesia, la impor-tancia de la
vida era tan vital como cualquier otra cosa en el diario quehacer, es
por ello que el alto índice de enseñanza apostólica gira a la forma de
ser, actual y servir en las relaciones personales, mientras que hoy
nos preocupamos más en buscar señales, milagros y cazar demonios,
igno-rando la convivencia en obediencia a la justicia, rectitud y
ayuda mutua, para ser perfectos en Cristo Jesús.
Que triste es ver como hemos perdido la enseñanza sencilla y
práctica, para entrar en contienda y énfasis necios de doctrinas, que
en vez de perfeccionar, lo que hacen es separar, ensoberbecer y
aumentar el egoísmo humano. He-mos colocado tantas cosas
secundarias como primera, que hemos olvidado las primeras cosas
de la doctrina de Cristo, para dar rienda suelta al sensacionalismo
doctrinal y espe-culativo de estos últimos tiempos, que llevan al
cristianismo a un caos.
Todavía estamos a tiempo de volver al mensaje sencillo y
práctico de la Palabra. Dejarnos de tanta especu-lación teológica, y
fantasía DOCTRINAL, y proclamar la esencia misma del evangelio
que resumo así:
“Sometámonos al Señorío y la soberanía de Dios con una negación
incondicional a su llamado, amando y sirviendo a todos, esperando
su venida y buscando la santidad como meta indispensable para
comparecer delante de su presen-cia. Todo lo demás es secundario y
efímero” AMEN.
CAPITULO -9- COMO APRENDER A SER SENCILLO
Todo en la vida se aprende, principalmente aquellas cosas
que tienen que ver con nuestra forma de ser. No po-demos negar que
el medio influye en nosotros, que nuestro carácter es el resultado de
la conjugación de varios factores: La herencia temperamental, la
educación de nuestros pa-dres, los modelos culturales del marco y
las influencias externas por los medios informativos. Sin embargo, y
pese a que es difícil modificar “nuestra vana manera de vivir” (1
Pedro 1:18) la cual heredamos de nuestros padres, existen formas y
medios para modificar las cualidades negativas en positivas, y
reeducarnos en nuestra forma de actuar.
Esta fue la ardua labor de Jesús con sus discípulos. Él
deseaba enseñarles un nuevo estilo de vida, y para ello inicio un
proceso de modificación de conducta. Los tomó por tres años, día y
noche, para forjarles un carácter cris-tiano, y no simples teorías
religiosas, al estilo de los escribas y fariseos. Pero para poder iniciar
este entrenamiento se requerían dos condiciones previas:
Primero: Una obediencia absoluta a su Señorío. Razón por lo cual
les llama usando una sola palabra, sin ofertas ni promesas
grandiosas:
“Después de esto, Jesús salió y vio a un publicano llamado Leví,
sentado en el lugar de los tributos públicos.
Y le dijo: –¡Sígueme!-“ (Lucas 5:27).
“Mientras andaba junto al mar de Galilea, Jesús vio a dos hermanos:
a Simón, que es llamado Pedro, y a su hermano Andrés. Estaban
echando una red en el mar, porque eran pescadores. Y les dijo:
«Venid en pos de mí, y os haré pescadores de hombres.»” (Mateo
4:18-19).
Segundo: Una disposición al llamado que envuelva una negación
absoluta al “YO“, equivalente a desplazar a un segundo plano sus
propios deberes e intereses, para colocar las cosas del reino en
primer lugar, como él mismo hizo cuando era niño, al perdérsele a
sus padres, para ir a compartir con los doctores de la ley. Al
reclamarle sus padres por su pérdida, respondió Jesús:
” –¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que en los asuntos de mi
Padre me es necesario estar? “ (Lucas 2:49)
¿Qué pautas seguir para poder aprender a ser sen-cillo,
cuando ya la vana manera de vivir nos ha dañado? Hay varias cosas
que debemos aprender para lograr esto. Una de las primeras
lecciones es el rendirnos incondicionalmente al Señor, y acatar su
Palabra como un “Rhema” imperativo para nuestras vidas. Para ello
debemos humillarnos, renun-ciando a nuestros propios deseos, para
dar paso a los deseos del Señor. Sin una entrega previa y total de
negación, es imposible forjar un carácter humilde, y como la
sencillez está vinculada íntimamente a la humildad, si no podemos
ser humildes, jamás podremos ser sencillos.
Por medio de la entrega del “YO”, alcanzamos una actitud de
pre-disposición a OBEDECER. Para obedecer debemos ser
coherentes con la razón y la lógica de la obediencia, ya que la misma
tiene que nacer de una entrega y una negación, como ordenó Jesús:
“Entonces Jesús dijo a sus discípulos: –Si alguno quiere venir en pos
de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame.” (Mateo 16:24).
Esta acción obedece a un encuentro con la cruz de Jesús, y con un
evangelio que nos confronta con nuestro orgullo, para apelar al
gobierno del Espíritu Santo por medio de su Palabra. Es por ello que
el apóstol exclama:
“Con Cristo he sido juntamente crucificado; y ya no vivo yo, sino que
Cristo vive en mí. Lo que ahora vivo en la carne, lo vivo por la fe en
el Hijo de Dios, quien me amó y se entregó a sí mismo por
mí.” (Gálatas 2:20).
Notemos que debemos vivir en la carne “solo para agradar al Hijo de
Dios”, y sobreponer nuestros deseos a sus deseos.
Cuantas cosas hay que yo quisiera hacer o tener, pero por
amor a sus Palabras, y a las necesidades del medio, me he visto
imposibilitado a ejecutar. Desearía ir a un buen restaurante, y
comerme una buena y cara comida, pero cuan-do pienso en que a lo
mejor esa ofrenda que recibí procedió de un pobre trabajador, que
apenas podía comer pan, mi conciencia me dice que no lo haga, no
porque no quiera o pueda, sino porque la mente de Jesús domina mi
conciencia carnal, y me hace sentir mal en tal situación.
Cuando el “YO” se sojuzga a la obediencia, auto-máticamente
la humildad aparece, como efecto natural de un sometimiento. El que
vive para obedecer, difícilmente puede pensar en sí mismo. ¿Acaso el
soldado no se ve obligado a hacer aquello que no le gusta, cuando un
superior le da una orden? ¿Y por qué lo hace? Porque ha sido
alistado, llamado y entrenado para obedecer. La obediencia dentro
de la disciplina militar es la garantía para sobrevivir en situaciones
difíciles, y a la vez, es la que capacita a un ejército para obtener
victoria. Lo mismo ocurre con los equipos deportivos, a más
disciplina y sacrificio, más rendimiento y victoria se tiene
Jesús entrenó a sus discípulos para obedecer. Los confrontó
con órdenes y contraórdenes. Les demandó accio-nes que muchas
veces iban contra sus deseos, y ¿es qué acaso a alguien le gusta
lavarle los pies a los demás, o buscar a los leprosos para tocarlos, o
comer con gente de mala reputación, o aceptar el contacto con
pecadores perdidos, como las rameras? ¿No es más bien la tendencia
humana la que lo lleva a buscar la comodidad? Es por eso que Jesús
jamás ofreció bienestar como objetivo alentador para su servicio. El
divino Maestro hizo todo esto, y ordenó a sus discípulos a hacer lo
mismo:
“Porque ejemplo os he dado, para que así como yo os hice, vosotros
también hagáis.” (Juan 13:15).
Si partimos de las enseñanzas prácticas del evan-gelio,
debemos considerar algunos consejos para conquistar la sencillez
por medio de la humildad y la obediencia:
PRIMERO: No dejar que otras cosas desplacen el lugar primario
que debe tener Dios en nosotros. La obe-diencia al Señor es superior
a todas las demás prioridades, y debemos señirnos a su Palabra,
aunque nos cueste a veces sacrificio. En muchas ocasiones Jesús
resolvió necesidades, como cuando multiplicó los panes y los peces,
pero cuando vio que el interés de la gente estaba en la comida, y no
en la rendición a su Palabra, pese a que sobraron doce cestas del
primer milagro (Juan 6:13), los despachó sin comer, ofre-ciéndose Él
como aquel “pan que descendió del cielo“(Juan 6:35). Como efecto de
esta actitud la gente le abandonó, y los discípulos se frustraron y
comen-zaron a murmurar:
“Entonces, al oírlo, muchos de sus discípulos dijeron:
–Dura es esta palabra; ¿quién la puede oír? ” (Juan 6:60).
Al joven rico, que quería encontrar la vida eterna, el Señor no
le ofreció el reino tan fácilmente, con tan solo levantar la mano,
como muchos hacen hoy día, sino que le interrogó primero,
buscando en él la conciencia que tenía de la Palabra:
“Le preguntó cierto hombre principal, diciendo: –Maestro bueno,
¿qué haré para obtener la vida eterna? Y Jesús le dijo:
–¿Por qué me llamas “bueno”? Ninguno es bueno sino sólo uno,
Dios. Tú conoces los mandamientos: No cometas adulterio, no
cometas homicidio, no robes, no digas falso testimonio, honra a tu
padre y a tu madre.” (Lucas 18:18-20).
El joven, aparentemente aprobó el examen teórico de Jesús, porque
contesto: “–Todo esto lo he guardado desde mi juventud.” (Lucas
18:21).
Había guardado todos los dogmas y mandamientos reli-giosos, pero
existía algo que le estorbaba, que no funcionaba bien. Su corazón no
estaba en el lugar que Dios demandaba, pues se apoyaba en lo que
tenía y poseía. Se sentía seguro en su riqueza, en donde estaba su
corazón. Entonces Jesús le da una orden muy difícil de cumplir para
aquel que en su orgullo, está atado a las cosas materiales:
“Jesús, al oírlo, le dijo: –Aún te falta una cosa: Vende todo lo que
tienes y repártelo a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo; y ven,
sígueme.” (Lucas 18:22).
De ahí viene la afirmación del verso 23 y 24 cuando se dice
que: “Entonces él, al oír estas cosas, se entristeció mucho, porque
era muy rico. Jesús, al ver que se había entristecido mucho, dijo: –
¡Cuán difícilmente entrarán en el reino de Dios los que tienen
riquezas!”.
Cuando Jesús no es el centro de nuestras vidas,
automáticamente ese espacio lo llenará el orgullo, la ambi-ción, y la
soberbia, por lo que la sencillez desaparecerá como por arte de
magia. Los afanes de este siglo, y el deseo de tener, son los enemigos
más destacados de nuestra vida sencilla.
SEGUNDO: Estar dispuesto a asumir el papel y el trabajo que menos
deseo o me gusta, para no permitir que mi “yo” se exalte. Esto lo
resume Jesús al proclamar «el principio del siervo»[81]. ¿Qué es un
siervo? Uno comprado para servir a su amo en todo. No se puede
saciar, ni comer, hasta que haya complacido y servido a su Señor. Es
el último en sentarse a la mesa, el primero en levantarse, y no tiene
ningún derecho de recibir ni tan siquiera las gracias por lo que hace,
mu-cho menos una paga o reconocimiento por su labor:
“¿Y quién de vosotros, teniendo un siervo que ara o apacienta, al
volver éste del campo, le dirá: “Pasa, siéntate a la mesa”? Más bien,
le dirá: “Prepara para que yo cene. Cíñete y sírveme hasta que yo
haya comido y bebido.
Después de eso, come y bebe tú.” ¿Da gracias al siervo porque hizo
lo que le había sido mandado? Así también vosotros, cuando hayáis
hecho todo lo que se os ha mandado, decid: “Siervos inútiles
somos; porque sólo hicimos lo que debíamos hacer.” (Lucas 17:7-
10).
Si entendiéramos la enseñanza profunda de estos pasajes, la
sencillez reinaría de forma fácil, pues ¿qué somos nosotros? «siervos
inútiles» por lo que los títulos, posiciones o recursos humanos
quedan a un lado cuando venimos delante de la presencia de aquel
que a todos nos hace siervos. Es cierto que a algunos siervos el
Señor les ha dado autoridad para ser sus mayordomos, pero aún a
éstos les da una lección muy especial, para que se mantengan
humildes y dispuestos a hacer todo aquello que deban, aunque no les
agrade:
Entonces Jesús los llamó y les dijo: –Sabéis que los gobernantes de
los gentiles se enseñorean sobre ellos, y los que son grandes ejercen
autoridad sobre ellos. Entre vosotros no será así. Más bien,
cualquiera que anhele ser grande entre vosotros será vuestro
servidor; y el que anhele ser el primero entre vosotros, será vuestro
siervo. De la misma manera, el Hijo del Hombre no vino para ser
servido, sino para servir y para dar su vida en rescate por
muchos.”(Mateo 20:25-28)
Este es el principio de conducta que debe imperar para todos
los que ministren, o aspiren a ejercer autoridad en la iglesia. Es fácil
hacer lo que quiero, repartirme los dones o ministerios, como
prebendas de las cuales puedo hacer uso a mi antojo:
–«Me gusta ser evangelista, ¿por qué tengo que barrer la iglesia?».
–«Si soy un “reverendo” ¿Como es posible que me rebaje limpiando
los servicios sanitarios”».
–«!Yo¡ canto, ese es mi talento, pero que no me pongan a cuidar a los
niños».
A veces nos repartimos las tareas del trabajo en la iglesia
considerando que estar en un púlpito es más dignificante que cuidar
a unos enfermos, pero !NO¡, para Dios los parámetros están dados
en las palabras de Jesús: “Cualquiera que anhele ser grande… será
vuestro servidor”, y si esta ordenanza funciona, la sencillez se
mantendrán.
TERCERO: Mantenernos siempre creciendo en gracia, pero también
en humildad, no permitiendo el mucho elogio, ni la mucha vanagloria
humana. Uno puede ser sencillo por naturaleza o por devoción, pero
a veces el medio lo daña, pues nos hacen creer que somos más de lo
que debemos.
Recuerdo la historia de un hermano llamado Ricardo, era muy
sumiso, y todo los días llegaba temprano al culto para arreglar las
bancas, limpiar los baños y tener todo listo para cuando comenzara
el servicio. Era humilde por naturaleza, ni siquiera era diácono de la
iglesia, y se sentía feliz de poder servir de esa forma. Un día los
ancianos de la con-gregación se reunieron y decidieron darle a el
hermano Ricardo, un reconocimiento por su servicio y humildad. Así
que al domingo siguiente llamaron al hermano y le pusieron una
medalla que decía «Premio a la humildad y abne-gación», la gente lo
ovacionó, y el hermano se sintió muy halagado por tal
reconocimiento. A las semanas siguientes el hermano Ricardo
llegaba al culto como todos, se sentaba en las primeras bancas, y
llevaba en su pecho la medalla de humildad. Más nunca llegó a
arreglar el local y a limpiar los baños. Ahora mandaba a otros,
porque el reconocimiento le restó su humildad, y se sentaba en las
primeras bancas luciendo la medalla que por su humildad recibió.
¿Hasta dónde pueden los reconocimientos humanos afectarnos, si se
nos suben a la cabeza? Cuando la adulación nos lleva a la exaltación,
cuando los reconocimientos se convierten en un medio de “gloria
humana”, y el “YO” se infla, estamos cayendo sutilmente en la
jactancia que nos lleva a la soberbia de espíritu, y nos conduce a la
vanagloria humana, la cual es mortal, pues por medio de ella el
diablo introduce el veneno del “tener” para “ser”, y nos ofrece, como
a Jesús, la gloria de este siglo. Es por ello que debemos recordar
esas palabras del Señor a Pablo, cuando para sojuzgarlo en su “YO”
Dios le dio un aguijón (o dificultad) que le molestara de vez en
cuando, y dijo:
“Bástate mi gracia, porque mi poder se perfecciona en tu debilidad.”
Por tanto, de buena gana me gloriaré más bien en mis
debilidades, para que habite en mí el poder de Cristo.” (2 Corintios
12:9).
Los evangelistas y ministerios más usados por Dios
comenzaron a desplomarse cuando su fama opacó la vida de Jesús.
Cuanto más alto estemos, más dura será la caída. Los enemigos de la
sencillez son la fama, la fortuna y la autosuficiencia. Huyamos de
ello, si queremos mantener la humildad.
Todos somos tentados a caer en las garras de la fama, la
autosuficiencia y la vanagloria humana. Creemos que cuando más
nos aplaudan y elogien, más valemos y más nos cotizan, por eso hay
algunos que cobran cifras muy altas por ministrar, porque se
consideran de los “grandes”.
Una vez leí una enseñanza del famoso evangelista Moody.
Este envío a sus alumnos a predicar a diferentes iglesias. Al volver,
les cuestionó como les fue. Uno de ellos dijo:
–«Maestro, Dios me bendijo poderosamente, los hermanos me
felicitaron, y me dijeron que fue un sermón muy lindo, y quedaron
contentos»–
Moody mirándole fijamente le replicó:
–«Hijo mío, cuando uno predica el evangelio no debe esperar elogios,
ni felicitaciones, si predicamos la verdad solo pueden ocurrir dos
cosas, o se convierten, o se moles-tan con uno, pero si todos quedan
contentos, y no pasa nada, no les predicamos con la verdadera
unción del Espíritu, más bien los contentamos, y esta no es nuestra
misión»–.
Hubo una época que Dios me bendijo tremen-damente en
Honduras. Tenía un programa radial en HRN[82] que fue de los más
escuchados, y un programas de televisión en el canal 5, y en mi
trabajo con drogadictos, alcance un alto reconocimiento a nivel
nacional. Lentamente este ambiente me envolvió y me acomodó, a
grado tal que me creí que era alguien, hasta que un día Dios me sacó
de Honduras y me llevó a España a comenzar de cero. Allí el Señor
me sentó, y me dijo lo que todos debemos tener siempre muy claro;
–«Tu no eres nada, ni nadie. Lo que hago, lo hago yo, el Señor. Ahora
vuelve al primer amor, y comienza de nuevo». Este trato de Dios
mejoró mi relación familiar, mi visión misionera y sobre todo, no
permitió que volara alto. ¡Qué peligrosa es la fama! No debemos ir
más alla de lo que es correcto, ni tener un consepto muy elevado de
nosotros mismos, porque antes de la caida viene la soberbia, y toda
jactancia produce soberbia (Satiago 4:16. ).
Si queremos ser sencillos, no dejemos que las alas de la
autosuficiencia, prosperidad, vanagloria y grandeza humana nos
domine. Ejerzamos la humildad en todas las áreas. Que el Señor con
sus tijeras de amor, nos corte las alas, para volar a la altura debida, y
no cometer errores de arrogancia que defrauden el mensaje del
evangelio. Este es mi único y más ardiente anhelo.
Digamos: “SEÑOR, QUIERO SER COMO TU FUISTEIS,
ANSO, HUMILDE Y SENCILLO DE CORAZÓN”
EPILOGÓ Muchas son las influencias extrañas que han determinado el
deterioro de la sencillez en la vida de la iglesia, y grande es la
distancia que nos separa del patrón del cristianismo en su etapa
inicial. Hay mucho camino que recorrer para poder alcanzar al
menos un 50% de la humildad de los primeros cristianos, pero nunca
es tarde para empezar.
Si vamos a la Palabra encontramos que el camino ofrecido
por el Señor para sus seguidores era “estrecho” y la senda
“angosta”, pero en estos tiempos de ofertas hemos construido una
autopista muy ancha para ir al cielo, razón por lo cual cabe todo,
incluyendo la soberbia y autosuficiencia humana.
Hemos elaborado terminología, enseñanzas, estrategias y
niveles eclesiásticos que llevan a la exaltación del “EGO”. La
prepotencia se manifiesta en el diario vivir de los cristianos, pues nos
cambiamos de iglesia como de camisa, y alardeamos de un poder que
no está en nosotros. Recientemente encontré en una propaganda que
recibí de un “evangelista hispano” una referencia a su “yo” exaltado,
comparándose con Benny Hinm y Claudio Freizon, hacien-do
referencia a los milagros y señales que estos hacen. ¿Por qué
tenemos que recomendarnos a nosotros mismo? ¿ Y por qué
compararnos con hombres que causan sensación, cuando nuestro
modelo a imitar es Jesús, y él se exaltó en su entrega y sufrimiento?.
Esta falta de sencillez nos está llevando de cabeza a una
actitud de ensoberbesimiento, por lo que estamos desplazando a
Jesús como SEÑOR, para fabricar ídolos de carne. Nos conduce
lentamente a una metodología de valoración humana basada más en
los parámetros mercanti-les del mundo, que en la sumisión absoluta
a la soberanía de Dios mediante una humildad sincera. Con esta
mentalidad fabricamos teologías que tienen mas influencia diabólica
que cristiana. Lo diabólico lleva al hombre a creerse un “dios”, a
buscar la grandeza de los reinos terrenales, y a ofrecernos la fama y
la fortuna como evidencia de una falsa espiritualidad.
No es fácil predicar la humildad en un mundo egoísta y
soberbio. No es posible achicar en corto tiempo las distancias que
nos separan del diseño bíblico de una iglesia que se presenta pobre,
pero rica, sencilla pero poderosa, humilde pero exaltada. Sin
embargo, algo podemos hacer para al menos iniciar un proceso de
desegocentrización en la vida practica del creyente.
No podemos abolir los edificios llamados “iglesia” pero si
podemos cambiar nuestra mentalidad hacia ellos, reconociendo que
aun nuestras casas son iglesia, y que en donde quiera que dos o tres
se junten en el nombre de Jesús, allí esta la iglesia del Señor. No nos
acomodemos a este siglo, ni busquemos el bienestar en una fe que
nutra nuestra ambición de prosperidad y comodidad. Demos más
importancia a la predicación y el envío de misioneros, que a
cualquier otra cosa en el diario quehacer de nuestras
congregaciones.
No podemos renunciar al conocimiento recibido, ni a los
títulos o estructuras denominacionales creadas, pero si podemos
buscar, dentro de este engranaje muchas veces burocrático, la
realidad de un ministerio que viene de Dios para servir a los demás,
y no para buscar con él, una posición o reconocimiento social. No
dejemos que las influencias seculares determinen nuestra actitud
ministerial, descartemos los conceptos modernos del mercadeo, de la
importancia en poseer títulos o reconocimientos, y vivamos
austeramente, con humildad y sencillez de corazón, como ordena el
Señor, apoyándonos en su poder y no en nuestra suficiencia.
Debemos buscar tener buen testimonio con los de afuera (los del
mundo), pero mantener un cuidado extremo y entrega con los de
adentro (los discípulos en la iglesia.)
No pongamos el tener sobre el “ser”. El hombre no vale por
su posición social, o las riquezas que posea, sino por la consagración
y el compromiso que tenga con Dios. No mercantilicemos el
evangelio, ni dejemos que las riquezas o los intereses del mundo
opaquen la verdad que debemos proclamar. Nuestra lucha es por
salvar al hombre, y condenar el pecado. Debemos vivir en medio del
pueblo, sin buscar el presumir o ser menor que los demás, ni
siquiera en nuestro ornamento externo. Que el amo no sea más que
su siervo, ni su siervo más que su Señor.
Y por último, debemos evitar, por todos los medios, ser
arropados por la gloria y los honores que el mundo
ofrece, por lo cual debemos buscar vivir santa y piadosamente,
desarrollando la humildad como el más grande galardón de los que
sirven al Señor. Debemos volver al modelo de los padres de la iglesia
en los primeros 300 años de la era cristiana, y al respecto escribe
Tertuliano lo siguiente “Pero los Cristianos, que no sentimos
entusiasmo alguno por la gloria y los honores, no necesitamos formar
partidos, ni nos inmiscuimos en los negocios públicos. Para nosotros
no existe más que una república: el mundo ente-ro[83]” y como tales
debemos conducirnos, manteniendo siempre el modelo idílico de
nuestro Señor Jesús, no permitiendo que la fama o la fortuna del
presente siglo nos quite la poca sencillez que nos queda.
Necesitamos una iglesia poderosa, pero humilde, grande pero
sencilla, fuerte pero dependiente del Señor. ¿Cómo podremos
edificar una iglesia así?
[1] – “LOS TIEMPOS PELIGROSOS” Editorial Peniel, 1996
[2] – “Los Profetas de la Prosperidad” Aire Israel, Editorial Sabbaoth,
México, 1996.
[3] – En el libro “ La Era del Engaño” de John Hagee (Editorial
Betania 1997) se expone la forma imitativa de los grupos cristiano a
los esquemas del mundo.
[4] – Recomiendo como forma de reforzar este punto de vista el libro
“El Rock Cristiano” de David Wilkerson, publicado por MBR, 1998 en
Ciudad de México.
[5] – “Tenemos Hambre de Cristo” Dadid Wilkerson, Editorial Vida,
1992, página 77-78.
[6]-Amway emplea una metodología de “programación psicológica”
y toma conceptos cristianos, como la prosperidad, para despertar la
ambición material y producir una cadena que rinde muchos
beneficios materiales a través de conferencias y convenciones de
motivación que tienen que pagar sus vendedores. El predicador
Robert Schuller se presta para apoyar sus ideas, emanada en parte
por los escritos del Sr. Napoleon Hill, del cual hablaremos en otro
capítulo.
[7] – Del diccionario enciclopédico “Océano Uno Color” 1996,
página 1307
[8] – Uno de los maestros de afirmar tal disparate es John Avanzini,
que apoyado en una interpretación distorsionada de Juan 19:23
declara que la ropa de Jesús era hecha por un diseñador de fama. Lo
dijo en el programa “Believer´s Voice if Victory” TBN en Enero 20
del 1991.
[9] – UNISEX= Término usado de modas para referirse a salones de
belleza donde se atienden o usan ropa o cosméticos compatibles para
ambos sexos.
[10]- Las vestimentas clericales evolucionaron con la unión de la
Iglesia al Imperio Romano. La sotana además de ser una ropa común
en el medio oriente y en esa época, se instituyó partiendo de las
vestimentas del sacerdote judío en la iglesia medieval. El origen del
cuello clerical surge como una costumbre del vestuario común de
todas las personas, los misioneros también lo usaban, pero debido a
su pobreza, no podían cambiar sus ropas con las modas de esas
épocas, y continuaron usando los mismos simplemente porque no
tenían dinero para comprarse nuevas camisas y con un cuello clerical
se disimulaba las camisas viejas que tenían. (The Open Church por
Janez Rutz)
[11]- ¿Para qué vestimos la mejor ropa el domingo? Quizás
algunos piensen que el vestir la mejor ropa el domingo es una
costumbre santa que demuestra respeto a Dios. Mostrar respecto a
Dios es bueno, pero esto no fue lo que originó esta costumbre,
tampoco se ha hecho para impresionar a otros, pues la historia
indica que esto se originó para impresionar al emperador y su
aristocracia, que venían a visitar las reuniones de una iglesia que
pasó a ser parte del sistema a partir del año 313 D.C. Constantino, el
primer emperador romano en hacerse cristiano (aunque dudo de su
genuina conversión, pues creo que fue mas una maniobra política)
construyó catedrales, y en ellas se reunía la realeza con el pueblo
común, por lo que se debía ir bien vestido. (Del Libro The Open
Church por Janez Rutz, The Seed Soners)
[12]- Allí no habían púlpitos, ya que de acuerdo a los principios
Nuevos Testamentarios, estorbaban a la adoración. Los púlpitos se
introducen alrededor del siglo XIII. Estos reemplazaron las mesas de
lectura llamadas “AMBOS” y desde las cuales, en los siglos
anteriores, los evangelios y epístolas fueron leídas.
Originalmente “AMBOS” era simplemente una especie de atril
portable usado en las sinagogas judías. Para el siglo VI se había
convertido en un mueble fijo en el edificio llamado“iglesia”. Siete
siglos después fueron reemplazados por los púlpitos los cuales eran
prominentes. La palabra púlpito viene del latín “PULPITUM” que
significa “un escenario“. Este concepto se debe a que están delante
de la audiencia en alto y desde los cuales los servicios de adoración
eran manejados y ejecutados. Es ahí cuando los púlpitos elevan a los
clérigos, física y simbólicamente, a una posición de prominencia y
superioridad sobre la asamblea de los santos, enfocándose toda la
atención del auditorio sobre una persona que lentamente se
convierte en el centro del culto, siendo catalogado como el “ministro
del culto”. En la Iglesia Nuevo Testamentaria estos púlpitos, o
escenarios, no existían, pero en la actualidad, no sólo se enfoca el
púlpito como centro del culto, sino que en los mismos a veces se
ejecutan una adoración que tiende a ser un gran espectáculo.
[13] – “Worship” Evelyn Underhill, editorial Harper and Brothers Pu-
blishers, New York, 1937, página 305.
[14] – En la iglesia de los primeros 300 años el culto era coloquial,
había una relación de dialogó y compartimiento entre los que
ministraban, y la asamblea de los santos.
[15]- “Cánticos espirituales” son aquellos que brotan del espíritu y
como una inspiración espontánea, como los cánticos espirituales,
(Espiritual Song) de los negros en los Estados Unidos.
[16] – Del libro “Venid Adoremos” James R. Spruce, Editado por Casa
Nazarena de Publicacioens, Mo. 1996, página 52.
[17]- En el libro de los Hechos no aparece directamente la palabra
diácono como un título, sino se refiere al hecho de los siete que
fueron separados para servir las mesas, entre los cuales estaba
Felipe, por lo que el diaconado no es un título, sino una función.
[18] – “BRIGADAS DE AMOR CRISTIANO” Asociación que fundó el
Hno. Mario E. Fumero en Honduras en el 1972, y que tenía como fin
la proyección social de los jóvenes hacia las áreas rurales del país
para ayudar a los marginados sociales.
[19] - “Venid Adoremos” James R. Spruce, Casa Nazarena de
Publica-ciones, Mo, 1996, página 30.
[20] – “Public Worship for Non-Liturgical Churches” Arthur S. Hoyt,
publicado por Hodder and Stoughton, New York, 1911, página 37.
[21] – No podemos afirmar que lo profesional debe ser desechado, al
contrario, debemos buscar la excelencia en el quehacer, pero sobre
todo, dar libertad al Espíritu y a la espontaneidad. Es bueno hacer
las cosas lo mejor posible, pero es peligroso esforzarnos por ir mas
allá de nuestra propia capacidad.
[22] – “A Historical Approach to Evangelical Worship” Ilion T. Jones,
Abingdon Press, 1954, página 13.
[23] – “Tenemos Hambre De Cristo” David Wilkerson, editorial Vida,
Florida, 1992, página 88.
[24] – “ El Rock Cristiano” David Wilkerson. Editorial MBR , México,
1998, página 89.
[25] – “Hacia una adoración desvirtuada” Mario E. Fumero,
Produccio-nes Peniel de Honduras, 1998.
[26] – “Called unto Holiness: The Story of the Naranenes The Second
Twenty-five Years” W. T. Purkiser, Nazaene Publishing House, 1993,
página 56.
[27]- HUMILLE: Del griego “tepeinoos”, lo cual significa
literalmente “rebajar”. En el sentido literal significa envilecerse,
humillarse, rebajarse y describe a una persona desprovista de toda
arrogancia y autoexaltación. Ver Concordancia de Strong 5013.
[28]- Alberto Einstein, nació en 1879 y murió en el 1955. Premio
Nobel y científico en física. Descubrió la transformación de la
materia en energía y fue el padre de la energía nuclear, de origen
Alemán.
[29]- Ver Génesis Capítulos 3:5, 4:8-9, 11:1-9.
[30]- Cualquier ropa que se use para diferenciar casta o posición se
puede catalogar como un hábito. El problema no está en la ropa, sino
en el sentido de distinción que se le dé al que la use, pues en tal caso
indica una dinastía o distinción diferencial. Ayer fue una sotana,
después vino el cuello clerical, hoy es el cuello y la corbata, mañana
puede ser una chaqueta.
[31]- Del libro “Cuando el Cristianismo Era Nuevo” Editorial
portavoz, 1994, página 52. Hace referencia a los escritos del cual
obtiene estas afirmaciones de investigaciones de los cristianos en el
siglo I. Se puede citar los escritos de Hermes (140-150 D.C.),
Clemente (190 D.C.), Apolonio (175-225 D.C.), Tertuliano (190-210
D.C.).
[32]- Nuestra teología está influenciada por las corrientes modernas
de la psicología, las cuales de forma arrolladora, han invadido el
campo de lo espiritual, a grado tal que podemos hablar de una
psicología cristiana sin fundamento teológico.
[33]- En el mundo secular se ha desarrollado una escuela en donde
se ha forjado una dinámica del éxito.Existen organizaciones que han
in-filtrado esta corriente dentro de las iglesias. Esta corriente se
denomina “Actitud Mental Positiva” (AMP), así como el “Instituto de
Motivación para el Éxito”, (Success Motivation Institute SMI) con el
expositor de esta idea, el Sr. Earl Nightingale, y el programa de
“Control Mental Silva”, la “iglesia de la Cintología”, el “Erhrd
Seminars Training”,etc. Todas estas escuelas forman la “mente
positiva” de la cual hablaremos en el próximo capítulo.
[34]- FARISEOS, FARISEISMO: En el diccionario de la lengua
española se define también como actitud hipócrita. Era una secta
judía que no vivía conforme a lo que enseñaba.
[35]- Definimos como “sujeción lógica”, al sometimiento del cristiano
a una autoridad legalmente establecida por leyes que regulen su
proceder, para evitar caer bajo un abuso de autoridad y despotismo
que lo podríamos llamar “la tiranía de los santos”. Esto es el abuso
espiritual de las personas para someterlos a dogmas y caprichos de
hombres.
[36]-”La Seducción de la Cristiandad” Editorial Portavoz 1988 Página
14 y 15.
[37]- Pudiéramos citar personas, libros y programas de televisión en
donde estas afirmaciones aparecen, pero es un fenómeno tan gene-
ralizado que pecaría, al identificar a una persona como el que
expresó estas palabras.
[38]- El predicador Robeth Schuller afirma públicamente su poder
tele-visivo en América y además menoscaba la humildad, al
proclamar nuestra realidad, afirmando en un artículo de
“Christianity Today” del 5 de Octubre del 1984 en la página 12 que:
“es una actitud grosera y anticristiana el intentar hacer conciencia a
la gente de su condición pecaminosa y perdida”. Este concepto da
lugar a la liberalidad y pre-sunción humana, por lo que muchos
encubren sus pecados con una careta de “todo esta bien porque
tengo éxito”, no reconociendo la importancia de la humildad para
afrontar nuestros errores y confesarlo.
[39]- Si analizamos bíblicamente las enseñanzas entre la similitud del
pastor de ovejas y el pastor de una congregación descubriremos que
para ser pastor es imprescindible estar en medio del rebaño y
conocerlo.
[40]- Lo escrito entre paréntesis es comentario mío, en letra cursiva
es Palabra de Dios.
[41] – El sociólogo Scott Peck, muy leído en los círculos cristianos de
los Estados Unidos enseña en su libro “The Road Less Traveled” que
el hombre evoluciona, hasta convertirse en un dios.
[42] – Varios son los predicadores que enfatizan el ser “pequeños
diocecitos”. Entre ellos esta Kenneth Hagin que dice que “somos he-
chos de la misma clase con Dios por lo que somos Cristos” (The God-
Kind of Life, Kenneth Hagin Ministries, Inc, 1989, pág 35-36).
Kenneth Copeland declara que: “Adán no fue parecido a Dios, sino
casi un dios” (Fellowing the Faith of Abram, Fort Worth, Tx, 1989,
tape #01-3001, lado A). Moris Cerullo exclamó: “ya ustedes no están
mirando a Morris Cerullo; usted está mirando a Dios” (The Endtime
Manifestation of the Sons of God). Charles Capps dice que “Dios se
duplicó a sí mismo… Adán fue un exacto duplicado de
Dios” (Authority in the ages”, Tulsa, Ok 1982 Pág 16).
[43]- En el libro ” Salvación Salud y Prosperidad” Del Dr. Paul
Yonggi Cho podemos encontrar referencia a este concepto.
[44] – Decimos que producen una conducta hipócrita porque se le
enseña a la gente a fingir, mentir y disimular con astucia la verdad
con el fin de vender u obtener una actitud positiva de forma falsa.
[45] – Cuando se pierde la naturalidad y el amor fraternal, se
necesita fabricar “métodos de relaciones humanas”, pero esto no
sería necesario si fuéramos sinceros y cumpliéramos 1 Pedro
1:22 “Habiendo purificado vuestras almas en obediencia a la verdad
para un amor fraternal no fingido, amaos los unos a los otros
ardientemente y de corazón puro”.
[46]- Del libro “La Seducción del Cristianismo” Editorial
Portavoz,1960, Página 20.
[47] – Ver “Demonología” De Mario E. Fumero, publicado por Unilit,
1996.
[48]- Procede de “imprecar” que significa según el diccionario de
la lengua castellana manifestar con palabra el deseo vivo de que
alguien reciba mal o daño.
[49]-Libro “El apologético” Tertuliano, Colección Amauta,
Ediciones Ercilla, Chile, 1938 , Pag. 94.
[50]- Ver Proverbios 30:8. Lucas 21:4, 2 Corintios 8:2, 6:10, 1
Timoteo 6:10, Hebreos 13:5, Mateo 6:24,)
[51]- Se ha hablado del paraíso Escandinavo en prestaciones
sociales, del cual Suecia era el modelo. Ningún pueblo del mundo
tiene un índice tan alto de bienestar y seguridad social como este
país, y sin embargo posee el mayor índice de suicidios del mundo.
¿Por que será?.
[52] – Entre los muchos principios Bíblicos está el de no almacenar
bienes para el mañana, pues esto desencadena la ambición. En
Éxodo 16:19-21 vemos que el maná no podía ser almacenado porque
se pudría.
[53] – Erich Fromm enfoca filosóficamente y a la luz de las Escrituras
en su libro “¿Tener o Ser? La compleja y triste realidad de la
ambición y recomienda a “liberarse de toda cadena, para ser uno
mismo”. Editorial Fondo de Cultura Económica, México, 1976.
[54]-Del nuevo “Catecismo de la Iglesia Católica” Editorial
Doubleday’ 1995. Pag 238 artículo 797.
[55]- Ver el diccionario de Strong Nº1577.
[56]- Los cristianos evangélicos de los Estados Unidos han gastado
en construcción de edificios para iglesias del 1968 al 1984 la suma
de 20,819 billones (Con B de un millón de millones), en total la
riqueza evangélica en edificio en este país es de $232,865,150,000
(que es doscientos treinta y dos BILLONES de dólares. Según el “M-.
Tinger, The Scientific Study of Religión, 1970″ el valor de marcado
en edificios para iglesia era de 79.9 Billones. Según “Statist Abstract,
1986″ el gasto de deuda, mantenimiento de los edificios de las iglesia
consume el 18% de 11,672,316,000 que constituye el diezmo anual
de las Iglesias. Sale más caro el sostén de muchos edificios que el
alquiler de un local para culto. En estos cálculos no se menciona el
poder económico de edificios en las Iglesias Católicas.
[57]- Del libro de Charles Colson “EL CUERPO”, Editorial
Betania,1994 Pag 32.
[58]- Debemos entender que debemos de estar listos para seguir al
Señor sin limitarnos a un edificio, que somos peregrinos y vamos
hacia una patria celestial, pero son pocas las iglesias que comunican
o enseñan esta idea hoy día. Quizás el monumento mas llamativo de
la inmovilidad e inflexibilidad de la iglesia sean sus edificios, que no
se mueven. Los edificios son estructuras rígidas, mientras que la
iglesia primitiva era nómada, peregrina, se movía como el
tabernáculo, que era una tienda. Los cristianos a través de los siglos
han tendido a amar los edificios, han preferido el templo que el
tabernáculo, la catedral en vez de la caravana, el palacio en vez del
peregrinar.
[59].- Si empleáramos tan solo los intereses (calculando un 9%)
del capital que actualmente tiene la iglesia evangélica en los Estados
Unidos invertido en edificios, que ronda los 232 billones de dólares,
se podría hacer un trabajo misionero y de ayuda al tercer mundo
fantástico, por ejemplo; De esos intereses podríamos apoyar:
–A 5 millones de hambrientos del mundo, con un promedio de 1,82
millones.
–Enviaríamos 100,000 misioneros cada año con una inversión de 150
millones.
–Podríamos instalar agua potable a 100,000 aldeas remotas
invirtiendo 100 millones.
–Fundaríamos 75 universidades y escuelas cristianas y de teología en
los países del este de Europa, invirtiendo 375 millones.
– Sostendríamos 20,000 orfanatorios en el tercer mundo, 450
millones.
–Podríamos dar becas a 8,000 estudiantes pobres para estudios
universitarios, 56 millones.
–Podríamos financiar a 10,000 jóvenes en programas de ayuda a
drogas o problemas sociales, invirtiendo 1.08 millones.
–Construir unas 50,000 escuelas primarias en países del tercer
mundo.
700 millones.
Y todavía sobraría mucho dinero para otras cosas más.
[60]- Podemos hallar “templos” en la época de los Babilónicos, se
caracterizaban por estar hechos en forma de pirámides. También los
Egipcios construyeron templos en Karmak, así como muchas otras
religiones orientales de índole paganas.
[61]- La descripción del mismo está en Éxodo 25:9,40. 39:42-43. El
atrio Éxodo 27:9-18, El lugar Santo Éxodo 25:23-30, y el Lugar
Santísimo Éxodo 25:10-22).
[62]- Del libro de Justo L. González, “Hasta lo último de la tierra”
Tomo II. Editorial Caribe, página 37.
[63]- El emperador Constantino llegó a ser el César del Imperio
Romano en el 306, influyó mucho en el cristianismo, y afirmó tener
una revelación que le llevó a apoyar a los discípulos de Jesús pero no
se bautizó hasta su muerte. El tenía una mente pagana, además era
un hombre megalómano, por ejemplo en uno de sus mas grandes
edificios de iglesia, puso 13 apóstoles, incluyéndose él mismo entre
los trece y siendo su imagen mas grande que la de los demás.
MEGALOMANO: Persona que tiene delirio de grandeza.
[64] – “Catecismo de la Iglesia Católica”, impreso por Image
Doubleday, New York, página 343, artículo 1184/1185.
[65]- Pero si no le llamamos “iglesia” ¿cómo pondríamos llamarle?
Hay otros muchos nombres alternativos que no desvirtúan el
concepto de iglesia, ejemplo: Centro, Auditorio, Comunidad o
simplemente Local. Además este edificio se puede usar para otras
actividades no religiosa, pero de beneficio común; una cena, un
cursillo de alfabetización, un seminario de salud, y en casos de
desastre, como hospital o centro de acopio o de ayuda a necesitados.
[66]- Algunos no permiten a nadie que no sea ministro subir a la
plataforma o púlpito «Lugar Santísimo» porque manejan el concepto
del tabernáculo judío en la estructura eclesiástica. La santidad no
depende de estar en un lugar, sino en nuestras vidas. Lo que es malo
en un edificio llamado «iglesia» lo será en cualquier otro lugar,
porque lo santo, puro y honesto está en mi, no en el lugar.
[67]- Fue construida por Seleuco Nicátor en el año 300 antes de
Cristo en honor a su padre Antíoco de donde se deriva su nombre.
Nuevo Diccionario Bíblico Editorial Clie 1985 Página 63.
[68]- Ministrar, ministrando: Del griego LEITOURGEO define la
palabra como ejercer una función, en este contexto a nivel sacerdotal
que es la oración e intercesión de unos con otros, pero también
envuelve un oficio, satisfacer las necesidades materiales. (Ver
Diccionario de Strong #3008).
[69] – No existía correo, ni bancos, ni giros, ni seguros, ni organi-
zaciones misioneras, etc.
[70] – Entre la mentalidad misionera que tienen muchos países e
iglesias, la que más se acerca al parámetro bíblico en estos tiempos
es la que ejercen la iglesia evangélica escandinava (Suecia, Noruega,
Dinamarca y Finlandia).
[71] – ¿AUNQUE UD. NO LO CREA?…Hay misionero en el tercer
mun-do que tienen un salario más alto que los presidentes de esos
países pobres.
[72] – Es bueno aclarar que los primeros misioneros norteamericanos
en la década del 1920 al 1950 no seguían esta estructura, y muchos
lo dieron todo, hasta su vida, por la expansión del evangelio en
América Latina.
[73]- Veamos Hechos 14:26, 15:40 18:22)
[74]- El apostolado dentro del principio de los ministerios funcionales
en los Hechos era aquel que edificaba iglesia y las cuidaba
estableciendo ancianos en la misma, por lo tanto no es un título,
como hoy día se proclama, sino una función. Todos los ministerios
son funcionales.
[75]- Conjunto de normas que regulan las funciones y el magisterio
de la iglesia.
[76]- En muchas denominaciones evangélicas el manual de acuerdos
extra bíblicos, o normas denominacionales, es tan voluminoso que se
hace más grande que la misma Biblia.
[77]- Es proclamada por un grupo denominado “creciendo en gracia”
fundado en Miami por José Luis de Jesús, su profeta y apóstol.
[78]- Son muchos los predicadores de la Super Fe que enseñan este
disparate, entre ellos esta Kenneth Hagin, Kenneth Copeland, Benny
Hinn, Frederick K.C. Price etc. Este último afirmó que «si Ud. tiene
que decir. “si es tu voluntad” o “sea hecha tu voluntad”, lo que está
haciendo es llamando tonto a Dios”».
[79]- La literatura con más toxina destructora de la soberanía de
Dios son las que promueven los predicadores de la Prosperidad,
cómo Kennetg Hagin y Kenneth Copeland, los cuales por los medios
de comunicación y la publicación de libros y revistas minan todo el
mundo, afirmando que Dios es un sirviente de los caprichos
humanos, y afirmando ideas procedentes de la Nueva Era,
relacionadas con la visualización de la mente positiva y la deidad del
hombre, afirmando que: “Adán en el jardín del Edén era un Dios
manifestado en la carne”.
[80]- Fred Price afirma que lo más importante es tener salud, y
afirma “Los únicos ojos de que dispone el Espíritu Santo para el
dominio terrenal son los ojos que están en nuestro cuerpo…si él no
puede ver a través de ellos, entonces Dios va a estar limitado” (Is
God Glorified Through Sicknee,) pero ignora lo que Jesús
enseñó “Por tanto, si tu ojo derecho te es ocasión de caer, sácalo y
échalo de ti. Porque es mejor para ti que se pierda uno de tus
miembros, y no que todo tu cuerpo sea echado al infierno. (Mateo
5:29)
[81] – El término tiene varias connotaciones, depende de la forma en
que la misma se usa. Procede del Hebreo “m¢shareth” que involucra
el sentido de esclavo, o servir al dueño que lo posea. En Griego
“huperetes” tiene el mismo sentido. También se usa para anunciar
servicio y atención, apareciendo una palabra parecida como
“diakonos”. En si es el servicio incondicional a aquél que te posee.
[82] – El programa radial se llama “CONFLICTOS HUMANOS” y el
mismo se emite en muchas emisoras, el de televisión era “UN
CONSEJO A LOS PADRES”, ambos nacieron en el 1974.
[83] – Del libro “El Apologético” de Tertuliano.