CUADERNOS HISPANOAMERICANOS 664 octubre 2005

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    CUADERNOS

    HISPANOAMERICANOS

    664

    octubre 2005

    DOSSIER

    El suicidio en las letras hispnicas

    Robert Louis Stevcnson

    Mi primer libro

    Carmen de Burgos

    La muerte de Larra

    Roberto H ozven

    La narrativa de Jorge Edwards

    Centenario de Ernesto Halffter

    Cartas de Buenos Aires y Alemania

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    CUADERNOS

    HISPANOAMERICANOS

    DIRECTOR:BLAS MATAMORO

    REDACTOR JEFE:JUAN MALPARTIDA

    SECRETARIA DE REDACCIN:MARA A NTONIA JIMNEZ

    ADMINISTRACIN:

    MAXIMILIANO JURADO

    AGENCIA ESPAOLA DE COOPERACIN

    INTERNACIONAL

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    Cuadernos Hispanoamericanos: Avda. Reyes Catlicos, 4

    28040 M adrid. Telfs: 91 5838399 - 91 5838400 / 01

    Fax: 91 583 831 0/11 /13

    e-mail:

    [email protected]

    Imprime: Solana e Hijos, A.G., S.A.

    San Alfonso 26, (La Fortuna) - Legans M adrid

    Depsito Legal: M.3875/1958 - ISBN: 0011-250 X -IPO: 502-05-001-3

    Los ndices de la revista pueden consultarase en el HAPI

    (Hispanic American Periodical Index), en la MLA Bibliography

    y en Internet: www.aeci.es

    No semantiene correspondenciasobretrabajosno solicitados

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    664 NDICE

    DOSSIER

    1 suicidio en las letras hispnicas

    B L A N C A B R A V O

    Los escritores espaoles y la tentacin de la muerte 7

    CARMEN DE BURGOS

    La muerte de Larra 19

    JORDI AMAT

    Crculos convergentes en Gabriel Ferrater

    25

    TANIA PLEITEZ VELA

    El suicidio y la bruma bonaerense 33

    PUNTOS DE VISTA

    ROBERT LOUIS STEVENSON

    Mi primer libro:

    La isla del tesoro 51

    MARC ELO L. VALKO

    La representacin que no cesa: actos del imaginario andino 61

    ROBERTO HOZVEN

    Imbunc he y apellido en la narrativa de Jorge Edw ards 73

    JOHANN RODRGUEZ-BRAVO

    Tendencias de la narrativa actual en Colomb ia 81

    SAMUEL SERRANO

    Maqroll el Gaviero, un hroe de estirpe bizantina

    91

    CAL L E J E RO

    ROSA DE LA FUENTE

    Claves para las elecciones presidenciales en Am rica L atina 101

    MAY LORENZO ALCAL

    Carta de Buenos A ires.Los museos porteos

    107

    RICARDO BADA

    Carta de Alemania. Los veranos alemanes 113

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    DOSSIER

    El suicidio en las letras

    hispnicas

    Coordinadora:

    Blanca Bravo

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    :

    T r n T A C i m

    D t m e

    tu ltimo dereo

    .

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    Los escritores espaoles

    y la tentacin de la muerte

    Blanca Bravo

    No

    s

    por

    qu,

    no s por

    qu

    ni cmo

    me

    perdon la vida cada da.

    Miguel Hernndez.

    Y el espanto profundo de mirarse a las manos / como si uno an

    un ser vivo fuera

    1

    . As se descargaba Leopoldo Mara Panero en uno

    de susOncepoemasfirmados en el ao 1992. La nostalgia -a pesar de

    todo-de la vida pasada, que considera peor de lo que pudo haber sido,

    la conviccin de un terriblears moriendique acompaa al hombre des

    de que empieza a vivir -heredado en cada lectura de los escritores ba

    rrocos- y la posibilidad de dejar por escrito una muerte voluntaria son

    temas que se acumulan en los versos de Panero, unos versos que refle

    jan bien el pensamiento de un poeta obsesionado por el valordi falle

    cer. Sin embargo, a pesar de la literatura, Panero no ha logrado

    matarse. El escritor que intenta suicidarse, el que lo consigue y el que

    obliga al suicidio a sus personajes son algunos de los hilos que mue

    ven este artculo, porque los escritores y la muerte conforman una

    pareja que viene de lejos, de lo clsico y los clsicos, desde el prin

    cipio de la palabra. En uno de los relatos cortos ms antiguos Los

    dos hermanos: Anpu y Bata,

    cuento egipcio fechado aproximada

    m ente e l ao 1400 a. C , se haca referencia al suicid io. Lo afirma Ron

    M. Brown enEl arte del suicidio

    2

    ,un acertado anlisis de la imagen de

    la muerte en distintas manifestaciones artsticas: escritura, pintura, ce

    rmica. Tambin la primera nota de suicidio conservada es de la civili

    zacin egipcia, data del siglo III a. C. y fue firmada po r un consejero al

    faran al que serva

    3

    . Los griegos valorarn posteriormente el suicidio

    ;

    Leopoldo Mara Panero, Poesa completa , 1970-2000, Madrid, Visor Libros,

    2001,

    p. 451.

    2

    Ron M. Brown,El arte del suicidio,Madrid,Sntesis, 2002.

    3

    Recoge el dato Ramn Andrs en Historia del suicidio en Occidente, Barcelona,

    Pennsula, 2003.

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    como una de las opciones de acabar una vida, como Medea, de la que

    Dida teme que se clave un pual por despecho

    4

    . La muerte voluntaria

    de los antiguos, entonces incluso heroica, fue considerada un tema pro

    fundo y lo suficientemente importante como para que quedara perpe

    tuado en los primeros papeles escritos y en las primeras obras de arte

    literarias.

    El suicidio es un tema amplio y cargado de m atices que permite nu

    merosos calificativos: morboso, atrayente, tab, intrigante y temido. En

    una brevsima consideracin del acto del suicidio, recordamos que ha

    ba sido venerado en la Antigedad, silenciado en los principios del

    cristianismo, demonizado tras las teoras maniquestas de San Agustn

    y recuperado para la esttica de lo fatal en el siglo XIX cuando la locu

    ra romntica invada la voluntad artstica. El suicidio, en fin, acab de

    rivando en el siglo XX en dos lecturas radicalmente opuestas e

    imposibles de reconciliar: herosmo o locura

    5

    . Sin em bargo, en un sen-

    tido profundo, el suicidio -l o demostr Em ile Durkheim en su ya clsi

    co estudio titulado precisa y escuetamente as, El suicidio*-, tiene

    mucho de mezcla de desaparicin y de deseo de desaparicin. Una es

    real, el otro imaginario. Cuando Durkheim lo define como todo caso

    de muerte que resulta directa o indirectamente de un acto positivo o ne

    gativo, llevado a cabo por la propia vctima que saba que iba a produ

    cir ese resultado, quedan excluidas las acciones inconscientes que

    desembocan en la propia muerte. Y aqu es donde el misterio de la

    muerte voluntaria se hace mayor, ya que un muerto no puede contestar

    ninguna pregunta, no sabemos si pretenda realmente quitarse la vida o

    si sencillamente haba estado coqueteando con la idea de dejar de ser

    cuando definitivamente -y, a lo peor, trgicamente en el ltimo mo

    mento- desapareci. Todo suicidio -escribi Castilla del Pino- deja

    pendiente el gran problema de la vida, es decir, el tema, por expresarlo

    de alguna manera, del texto que constituye el decurso existencial de

    cada cual

    7

    . De forma que la muerte y la idea de la muerte son herma

    nas y desembocan en una bifurcacin que marca los lmites entre reali

    dad y ficcin. Y si alguien sabe de ficcin, sos son los escritores. Una

    4

    Eurpides, Medea,Barcelona, La Magrana, 1994.

    5

    Para ampliar la historia de la valoracin del suicidio remito al lector a El arte del

    suicidio, de Ron M. Brown e Historia del suicidio en Occidente, de Ramn Andrs, ambos

    referenciados en la bibliografa final.

    6

    Emile Durkheim, El suicidio. Estudio de sociologa,Madrid, Losada, 2004.

    7

    Carlos Castilla del Pino, Otto Weininger o la imposibilidad de ser, prlogo a Sexo y

    carcter,de O tto W eininger, Barcelona, Pennsula, 1985, p. 5.

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    gran cantidad de literatos decidi matarse y otros tantos escribieron so

    bre el suicidio. De los suicidados, es cierto que quiz por tratarse de

    personajes pblicos, su muerte suele divulgarse de forma amplia y pue

    de que la cantidad de escritores que decidieron autodestruirse no sea

    realmente significativa, comparada con otros grupos de poblacin -no

    existen estudios, que yo conozca, sobre la tasa de escritores suicidados

    cada ao-

    8

    . De hecho, en contraste con otras profesiones que implican

    un gran esfuerzo fsico o una rutina abusiva, puede que los escritores se

    suiciden poco. Y, sin embargo, tambin se suicidan y ese ltimo gesto

    puede rastrearse en las palabras que nos legan, como un trgico captu

    lo que cierra la biografa del autor como si se tratara de un esfuerzo

    postrero de creacin.

    Que hay numerosos escritores que decidieron matarse queda claro

    tras hojear algunas antologas recientes dedicadas a recoger plumas

    suicidas: Ambrose Bierce, Guy de Maupassant, Henri Roorda, Leopol

    do Lugones, Jack London, Horacio Quiroga, Stefan Zweig, Virginia

    Woolf, Ryunosuke Akutagawa, Jacques Rigaut, Ernst Hemingway,

    Robert Ervin Howard, Cesare Pavese, Dazai Osamu, Malcolm Lowry,

    Jos Mara Arguedas, Dylan Thom as, Bohumil Hrabal, Calvert Casey,

    Hctor Alvarez Murena, Yukio Mishima, Sylvia Plath, Danilo Kis,

    Reinaldo Arenas y Luis Criscuolo constan en una de esas recopilacio

    nes de m aterial literario de suicidados

    9

    . En este caso , el orden se aplica

    por la fecha de nacimiento, de modo que esta lista heterognea de nom

    bres tiene poco m s en comn que lo de ser escritores que acabaron por

    matarse. Todos tuvieron un motivo, aunque no fuera ms -ni menos

    ciertam ente- que el cansancio de vivir.

    Ningn escritor espaol se incluye en la mencionada antologa pro

    logada por Benjamn Prado, quien sentencia que la muerte no tiene

    pasado. Y, sin embargo, el pasado esconde las razones que llevaron a

    la muerte a esos escritores. Decamos que ningn espaol es incluido,

    8

    Felicia R. Lee en un artculo aparecido enThe New York Times / El Pas reflexion sobre

    a tendencia suicida de

    ios

    poetas. Basndose en las ideas de James C. Kaufman, afirma: Si

    se comp ara con la ficcin y la no ficcin, la poesa suele ser ms introspectiva. Esto le ha

    llevado a concluir [a Kaufman] que probablemente los ndices ms altos de mortandad de los

    poetas estn relacionados con sus ndices ms altos de desequilibrio mental.

    9

    Suicidas. Antologa,

    Madrid, Opera Prima, 2003, Eduardo Tijeras, autor de uno de los

    estudios pioneros del tema de los escritores suicidas con su libro El estupor del suicidio,

    aparecido en noviembre de 1980, en el que enumera y analiza a otros tantos escritores.

    Despus de un estudio terico sobre las motivaciones del suicidio y de la consideracin

    cultural y social del acto final, biografi a ms de cincuenta escritores que acabaron cayendo

    en la tentacin de la muerte voluntaria.

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    pero tambin los hay, trgicos suicidas que murieron porque amaron

    demasiado la vida y se cuestionaron profundamente el sentido que te

    na continuarla cuando consideraron que todo era ya para nada.

    Que el atormentado E rnst Hemingway se pegara un tiro cansado de

    amores que empezaban y se rompan, agotado por un alcohol que le

    provocaba duras resacas y extenuado de luchar contra recuerdos bli

    cos instigadores, pareca previsible. Que la abandonada Sylvia Plath

    metiera la cabeza en un horno pareca consonante con su anterior inten

    to de suicidio, con su desesperacin por no ser -segn crea ella- la

    mejor escritora, la mejor madre, la mejor esposa y supuso el final de a

    decepcin que vena de otro intento de suicidio anterior. Incluso que se

    suicidaran Stefan Zweig, Horacio Quiroga, Virginia

    Woolf,

    Primo

    Levi y Reinaldo Arenas podra explicarse desde la desesperacin de la

    huida, unos de los fantasmas, algunos de la locura y otros de la enfer

    medad. En este sentido, tambin podamos esperar que el apasionado

    romntico que era Mariano Jos de Larra (1809-1837) acabara dispa

    rndose en la sien, en un gesto que cerraba una biografa hecha para la

    provocacin en un tiempo que siempre consider demasiado rancio. El

    genial periodista que fue Larra iba anunciando su muerte entre las l

    neas de sus artculos, en los que el lector avisado tiene que ver ms un

    lamento que una crtica. Entendemos a Larra en su suicidio, dolido por

    los celos, atormentado, como buen romntico, por un amor no corres

    pondido y recreamos su m uerte con las palabras que nos dej la escri

    tora Carmen de Burgos en su excelente biografa -tambin romntica-

    del periodista

    10

    . Sin embargo, un toque de pesimismo crnico va tien-

    do los artculos de Larra de dolor y de una irona demasiado acida.

    Dice Carmen de Burgos que la decisin fue pasional e irracional, pero

    es muy probable que Larra la hubiera sopesado en ms de una ocasin,

    as que no resultara tan irreflexiva, puesto que fue directo al arma y

    dispar sin dudar. Poco antes haba escrito el delirio filosfico titula

    do La nochebuena de1836,que acababa con una voz que golpeaba es-

    piritualmente al alter ego del escritor: T lees da y noche buscando

    la verdad en los libros hoja por hoja, y sufres de no encontrarla ni es

    crita. Entre ridculo, bailas sin alegra; tu movimiento turbulento es el

    movimiento de la llama, que, sin gozar ella, quema. Cuando yo necesi

    to de m ujeres, echo m ano de mi salario, y las encuentro, fieles por ms

    de un cuarto de hora: t echas mano de tu corazn, y vas y lo arrojas a

    10

    Recogem os el fragmento del suicidio de M ariano Jos de Larra relatado por Carmen de

    Burgos en su estupenda biografa tituladafgaro en el segundo artculo de este dossier.

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    los pies de la primera que pasa [...] Inventas palabras y haces de ellas

    sentimientos, ciencias, artes, objetos de existencia. Poltica, gloria, sa

    ber, poder, riqueza, amistad, amor Y cuando descubres que son pala

    bras,blasfemas y maldices. [...] Tenme lstima, literato. Yo estoy ebrio

    de vino, es verdad; pero t lo ests de deseos y de impotencia...

    11

    .

    Toda una declaracin de desasosiego. El 24 de marzo de 1909, en una

    cena de homenaje a Fgaro organizada tambin por Carmen de Burgos,

    el lcido Ramn Gmez de la Serna hizo una estupenda crtica de la

    obra de Larra dividindola en la de antes del suicidio y en la de dentro

    del suicidio. Realmente, la obra de Larra destila desengao y la op

    cin final poda intuirse.

    Larra, uno de los mejores escritores m odernos, se suicid. Sin embargo,

    es cierto que si nos detenemos a observar la estadstica de los escritores es

    paoles suicidados, parece que se matan poco o, quiz, en menor medida

    que los escritores de otros pases. El otro gran romntico, Gustavo Adolfo

    Bcquer, muri trgicamente joven, pero por enfermedad y tampoco con

    tamos con escritoras suicidas a loWoolf,Plath, Storni o Pizarnik como no

    sea que el muero porque no muero de la mstica Santa Teresa deba en

    tenderse como una llamada a la muerte. Este reclamo era, en realidad, un

    tpico mstico y barroco del morir porque no se mora, un autntico grito

    solicitando el suicidio, pero para renacer en otra vida divina y mejor.

    Como la Santa, San Juan de la Cruz solicitaba muerte en el siglo X VI. Le

    suplicaba a Dios en el

    Cntico:

    Descubre tu presencia,

    y m teme tu vista y tu hermosura.

    Y tambin una variante del poema de Santa Teresa en las

    Coplas de

    el alma que pena por ver a Dios:

    Oye mi Dios lo que digo

    que esta vida no la quiero

    que muero porque no muero

    12

    .

    Msticos, solitarios, atormentados y convencidos de que la vida es

    para sufrirla, esperando morir no para dejar de ser sino, precisamente,

    " Mariano Jos de Larra, Artculos de costumbres, Madrid, Espasa-Calpe, 1968, pp.

    267-268.

    12

    San Juan de la Cruz,Poesa,Madrid,Ctedra, 1989,pp. 251 y 267.

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    para empezar a serlo. Esta tendencia est en consonancia con las ense

    anzas de laBibliadonde podemos leer afirmaciones de Jess que ins

    tigan al menosprecio de la vida fsica: El que quiera salvar su vida, la

    perder; y el que pierda su vida por m, la hallar

    13

    . De modo que el

    mrtir se convierte en el autntico ser espiritual. Esta nocin de la

    muerte topa de frente con la conviccin romn tica que anim a Larra y,

    desde luego, con la mentalidad de algunas escritoras espaolas de prin

    cipios de siglo XX que quiz coquetearon tambin con la idea del sui

    cidio -Margarita Nelken escribi

    Mi suicidio

    y Carmen de Burgos

    El

    suicida asesinado^,

    dos textos que aparecieron en la coleccin

    La no

    vela corta-,

    pero que nunca se decidieron por l, combativas y lucha

    doras como eran.

    Ms de sesenta aos despus de que Larra se disparara, ngel Gani-

    vet (1865-1898) se lanz al mar desde un barco. Parece el suicidio de

    un visionario el de este escritor y diplomtico que con apenas 32 aos

    decidi que haba vivido lo suficiente cuando se perdieron las ltimas

    colonias. Cinco aos despus de su muerte, en 1904, su amigo Francis

    co Navarro y Ledesma edit las cartas que Ganivet le haba enviado.

    Todas muestran un tono melanclico, pero especialmente una de ellas,

    fechada el 4 de enero de 1895, muestra el germen de la decisin del

    suicidio:

    Puedo permitirme la satisfaccin de entretenerme con mis imaginacio

    nes para disfrazar las miserias de la vida e impedir que se acerque la idea

    del suicidio, que no resuelve nada tampoco, si como es de temer tenemos

    varias ediciones, y cuanto antes nos inutilizamos tanto antes nos echan ta

    pas y medias suelas en el laboratorio de las almas, para lanzarnos a funcio

    nar de nuevo en este planeta o en otro, si hay varios que nos ayuden en

    estas faenas

    15

    .

    El autor de

    Idearium espaol,

    una lcida recopilacin de artculos

    crticos sobre el pas, muri joven, cuando su carrera empezaba a ges

    tarse,

    y, lo deca Fernndez Almagro en el prlogo a las

    Obras comple

    ta s

    del escritor, para la inmensa mayora de los espaoles, Ganivet

    naci en el instante mismo de arrojar el despojo de su vida a las hela-

    13

    Ramn

    Andrs,

    Historia del suicidio en Occidente,op.

    ct.,p. 81.

    14

    Margarita

    Nelken,

    Mi suicidio, La novela corta,

    n"

    474, diciembre,

    1924

    y

    Carmen

    de

    Burgos, El suicida asesinado, La novela corta,n"339,junio, 1922.

    15

    Epistolario, cartas de ngel Ganivet editadas por Francisco Navarro y Ledesma,

    Madrid,BibliotecaNacional y Extranjera,Leonardo WilliamsEditor, 1904.

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    das aguas del Duina'

    6

    . La curiosidad por la vida de quien decide qui

    trsela ha dado el xito a numerosos escritores. Mora e hombre y na

    ca la leyenda.

    Ya a principios del siglo XX el escritor Felipe Trigo (1865-1916),

    considerado uno de los mejores narradores erticos, se suicid. En ple

    na monarqua de Alfonso XII el autor deJarrapellejos opt por aca

    barse. Aos despus, las muertes de los escritores se debieron a la

    contienda civil y no tanto a la renuncia pe rsonal. Transcurrido prctica

    mente todo el rgimen franquista, en el ao 1972, se mataron dos escri

    tores catalanes: el barcelons Jos Mallorqu (1913-1972) y el

    tarraconense Gabriel Ferrater (1922-1972) -de quien habla largo y ten

    dido Jordi Amat en un artculo de este do ss ier - Mallorqu, famoso

    creador de El coyote, llevaba cientos de ttulos publicados cuando su

    mujer falleci y l se vio sin nimo de continuar. Utiliz un colt, el

    mismo tipo de revlver que imaginativamente hizo manejar con destre

    za a sus personajes

    17

    , como escribi Eduardo Tijeras en su documen

    tado libro

    El estupor del suicidio.

    Dej una nota encima de la mesa:

    No puedo m s. Me mato. En el cajn de mi mesa hay cheques firma

    dos. Pap. Perdn. Claude Guillon e Yves Le Bonniec afirmaban en

    un anlisis de las motivaciones del suicidio: Es no poder vivir lo que

    empuja a morir

    18

    . Y ese empuje es el que encontr Mallorqu cuando

    se vio solo y desahuciado sin su esposa.

    Alfonso Costafreda (1926-1974), poeta de la generacin del 50, es

    cribi

    Suicidios y otras muertes y

    poco despus se mat. Dej escritos

    versos profundos y cargados de intenciones, como los ltimos del titu

    lado

    M as no vosotras,

    referido a las estrellas:

    Algo brilla sin fin, mas no vosotras,

    mientras ansioso yo pregunto...

    La muerte brilla cegadora

    en el aire que apenas

    es un manso susurro.

    16

    La referencia completa rezaba: Sus libros antecedieron en muy poco tiempo a la

    muerte del autor. Y al sobrevenir sta en circunstancias m s que dram ticas, por complicarse

    en ellas el amor y la locura, gestores del suicidio en tremenda colaboracin, un terrible

    sensacionalismo acreci el inters que ya empezaba a despertar el extrao y distante

    personaje,

    Epistolario,

    op .

    cit.,

    p. 13.

    " Eduardo Tijeras,El estupor del suicidio, op .cit.,p. 260.

    '* C laude Gu illon e Yves Le Bonniec, Suicidio. Tcnicas, historia, actualidad,Barcelona, A.

    T E., 1983.

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    La muerte se converta en una idea atractiva, tambin para Jos Agustn

    Goytisolo (1928-1999), compaero de la generacin de los 50 del mencio

    nado Costafreda y tambin de Carlos Barral y Gil de Biedma, amigo de

    Jos ngel Valente y Jos Mara Caballero Bonald. Despus de ganar

    prestigiosos premios de poesa -Prem io Adonais y Ausias M arch-, y tras

    publicar estupendos libros, decidi quitarse la vida lanzndose por el bal

    cn. Luis Antonio de Villena escribi sobrel:Bebedor, fumador, vitalis-

    ta, hombre de la vida como libertad y como exceso, tuvo alfinalde su vida

    innumerables depresiones. Parece que estaba inmerso en una de ellas

    cuando dio el salto fatal, dejando com o legado sus poem as y, especialmen

    te,

    P alabras para

    Julia,

    para la hija y para el que leyera.

    Y, en fin, logr suicidarse Ramn Sampedro (1943-1998). Sampe-

    dro es un escritor peculiar. Lanzado a la escritura para explicar la que

    l considera una lgica solicitud de suicidio, acab escribiendo poemas

    intimistas profundos y cargados de emocin, como el que sigue:

    Un amigo

    que sienta como yo el mismo latido;

    un amigo

    que su corazn sea el mo, y el mo suyo ;

    un amigo

    que su dolor sea el dolor mo;

    un amigo

    para poner fin al dolor infinito;

    un amigo

    que me preste su mano para m i suicidio;

    un amigo

    que no crea en dioses sino en el amigo;

    un amigo

    que nos remate cuando estemos de muerte heridos.

    Ese amor existe, pero est prohibido.

    Son versos arrebatados y arrebatadores que transpiran el deseo de la

    muerte que no poda llevar a cabo porque durante aos estuvo ligado a

    una cama sin poder m over ms que la cabeza despus de un trgico ac

    cidente. Este escritor suicida est recientemente de moda porque una

    excelente pelcula dirigida por Alejandro Amenbar y protagonizada

    por Javier Bardem ha recogido su figura

    19

    . Ramn Sampedro es quiz

    Mar adentro,2004.

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    el escritor suicida que pregon durante ms tiempo su intencin de mo

    rir y su desesperacin por ser materialmente incapaz de suicidarse.

    Cartas desde el infierno

    es un volumen que recoge poemas como el

    precedente, adems de cartas que mantuvo con quien quiso cartearse

    con l y breves ensayos verdaderamente filosficos que se cuestionan

    la voluntad de morir. Prcticamente en todos los textos aparece la idea

    del suicidio. Es sobrecogedor, todava ms pensando que tena que es

    cribir con la boca, agotado por el esfuerzo y que de sus largas horas en

    frentado al papel en blanco que colgaba frente a su cabeza lcida

    surgieran palabras como las que recoge el libro: Y no me dejan ser ni

    muerto ni vivo / estos locos y alucinados desquiciados. Son los versos

    finales del poema

    Y cmo hablo de amor si estoy muerto?

    El senti

    miento desgarrado se modera en los ensayos cortos que van flanquean

    do a lo largo del libro los versos doloridos: La persona que acepta su

    propia muerte lo hace porque intuye alguna forma de trascendencia.

    Puede resultarte inexplicable. Pero mantener en los individuos el temor

    psicolgico al castigo por actuar libremente llega a ser la forma ms

    eficaz de dominarlos. Y tambin la de destruirlos.

    Cuando la muerte voluntaria tiene como nico fin liberarse de un

    sufrimiento dramtico, siempre sobrevive como trascendente un acto

    de la bondad humana, que es la nica forma de acceder al nivel de una

    bondad divina

    20

    . Toda su escritura es un grito de auxilio solicitando

    precisamente -paradjicam ente, para m uc ho s- la muerte.

    Sin embargo, si en muchos suicidas podemos observar rasgos que

    insinuaban su final, hay otros muchos que han coqueteado en los escri

    tos con la idea de la autodestruccin y no la llevaron finalmente a cabo.

    Uno de los grandes ldicos de la literatura espaola es Ramn Gmez

    de la Serna, quien en su libro Senos, en uno de los fragmentos deDis

    parates

    titulado El suicida, escribi un

    divertimento:

    Siempre estaba abriendo libros nuevos, como interminable guillotina...: ras

    y ras y ras y ras ... Nunca acababa de abrir libros...: ras... ras... ras... ras... inter

    minablemente.

    Su cortapapeles era fuerte y afilado, uno de esos cuchillos de campo cuyo

    puo es una pata de ciervo impregnada de su bondad nativa, en contraste con

    la crueldad de la hoja.

    Ras,

    ras, ras...: ms libros.

    Ras,ras, ras...: ms libros.

    RamnSampedro,Cartas desde el infierno,Barcelona, Planeta, 2004.

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    Cansado de abrir tantos libros, y sin tiempo para leerlos todos, se mat con

    el cortapapeles

    21

    .

    Esconde, sin embargo, un leve tinte de angustia existencial el suici

    da que no puede leer todos los libros que quisiera y con el arma en la

    mano decide morir. Otro de los escritores que evoca el suicidio reitera

    damente es Miguel Hernndez, a quien le sobraba el corazn cuando

    escriba versos con claras referencias fatales:

    No puedo con mi estrella.

    Y m e busco la muerte por las manos

    mirando con cario las navajas,

    y recuerdo aquel hacha compaera,

    y pienso en los ms altos campanarios

    para un salto mortal serenamente.

    Quien se buscaba la muerte por las manos, acab enfermo en una

    crcel franquista, recordando la Repblica y pensando en el hijo. G

    mez de la Serna acab en Buenos Aires, muy lejos de su Rastro queri

    do,

    buscando publicaciones que acogieran sus veteranas gregueras.

    La poesa es quiz el gnero que predispone en mayor medida a

    la reflexin sobre la muerte. Pero es muy probable que la tendencia re

    ligiosa del pas haya llevado a una actitud comedida de los escritores

    espaoles ante la opcin del suicidio. Podemos realizar incluso un pe

    queo ejercicio comparativo: observar el final de las grandes heronas

    realistas. Todas ellas encaraban los problemas drsticamente. La ator

    mentada Anna Karenina, se lanz a un tren y la tambin torturada

    Emm a Bovary bebi veneno que acab con su vida debilitada. Eran ac

    tos convertidos en una especie de redenciones finales, sacrificios hu

    manos. Sin embargo, la literatura espaola, ms reacia a matar a sus

    heronas, salva a Ana Ozores. En efecto, la adltera de Clarn no se mata,

    no renuncia a su vida y acaba tirada en el suelo de una iglesia, derrotada,

    superada, pero no muerta. Indudablemente, la religin ha tenido siempre

    en la literatura espaola un papel fundamental. En estos trminos, parece

    que el escritor espaol est ms tentado que convencido.

    Es indudable que numerosos personajes de la literatura espaola

    acaban suicidndose. Desde que en

    La Celestina

    (1499) Melibea se

    Ramn Gmezde laSerna, Obra completa,Barcelona,Crculo de

    Lectores.

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    lanzara al vaco desde el torren de su casa por amor a Calixto y por

    despecho, muchos personajes de obras espaolas se han suicidado. En

    la literatura contempornea del siglo XX, concretamente en las novelas

    de preguerra, novelas de tendencia crtica, los personajes se suicidan al

    no encontrar una solucin a sus problemas. Es el caso de Alvaro Jim

    nez, el protagonista de la tercera novela de Carranque de Ros,Cine

    matgrafo (1936)

    22

    , quien se lanza por el Viaducto madrileo

    atormentado por un mundo materialista que lo supera. Tambin en la

    novela de posguerra hay personajes suicidados, pero ocurre que no

    suelen ser protagonistas. En

    Nada

    (1944)

    23

    , de Carmen Laforet, muere

    Romn, el to misterioso y bohemio de la apocada protagonista, mien

    tras que en

    La colmena

    (1951)

    24

    mora ahorcada la madre de uno de los

    personajes homosexuales de la novela. El suicidio de posguerra es la

    renuncia escondida, el acto impuro , la salida desesperada.

    Se escandalizaba Rosa M ontero en un artculo reciente de la elevada

    tasa de suicidios en la poca contempornea. Las palabras finales de su

    artculo titulado El suicida egosta son significativas de su posicin:

    Algo debemos estar haciendo muy mal para matarnos tanto, y el pro

    blema no parece ser la dureza de la vida, sino el endurecimiento fatal

    de los sentimientos

    25

    . Y, sin embargo, los escritores que se suicidan

    no endurecen los sentimientos, sino que los llevan a flor de piel y viven

    atormentados por no saber cmo adiestrarlos. De hecho, la relacin en

    tre los escritores y el suicidio se explica, en la mayora de ocasiones,

    porque se han visto desbordados por emociones vibrantes, aturdidos

    por la fuerza de unas pasiones que los ha superado. En muchas ocasio

    nes la palabra era la redencin, como en estos versos de Alfonso Costa-

    freda:

    Y en la fe de mi verso sabiendo, sin vacilar afirmo

    el absoluto sentido de la vida

    en una tierra sin sentido

    26

    .

    Y cuando concluan que estaban viviendo en una tierra sin sentido

    tenan que escribir o morir. Y unos llegaron a tiempo a la plum a, pero a

    22

    Andrs Carranque de Ros, Cinematgrafo,Madrid, Espasa-Calpe, 1936,

    23

    Carmen Laforet,Nada,Barcelona, Destino, 1999.

    24

    Camilo Jos Cela,

    La colmena,

    Madrid,

    Noguer, 1986.

    25

    Rosa M ontero, El suicida egosta, El Pas Semanal, 24-10-2004.

    26

    Alfonso Costafreda, Versos escribo, Ocho poemas, recogido en Partidarios de la

    felicidad, de Carm e Riera, Barcelona, Crculo de Lectores, 2000.

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    otros se les puso la pistola por delante. Y entonces unos escribieron y

    para otros lleg el fro y agusanado silencio.

    Estudios sobre el suicidio

    ANDRS,Ramn,Historia

    de l

    suicidio

    en

    Occidente,Barcelona, Pennsula,2003.

    BROWN, RONM .,

    El arte del suicidio,

    Madrid, Sntesis, 2002.

    DURKHEIM,Em ile,El suicidio. E studio de sociologa,M adrid, Losada, 2004.

    GUILLON,Claude e Yves Le Bonniec,Suicidio. Tcnicas, historia,actualidad,

    Barcelona, A . T. E., 1983.

    MISRAHI,Alicia,Adis mundocruel.Los suicidios ms clebres de la histo

    ria,

    Barcelona, O cano,

    2003.

    SZASZ,

    Thomas,Libertadfatal. Etica y poltica del suicidio,Barcelona, Pai-

    ds,

    2002.

    TIJERAS,

    Eduardo,El estupor del suicidio,Madrid, Editorial Latina, 1980.

    Otras fuentes utilizadas

    BURGOS,Carmende,

    El

    suicida

    asesinado, L a

    novelacorta,n339,junio, 1922.

    CARRANQUEDE

    R os, Andrs,

    Cinematgrafo,

    Madrid, Espasa-Calpe, 1936.

    CASTILLA DELPino, Carlos, Otto Weininger o la imposibilidad de ser, prlo

    go aSexoycarcter,de Otto Weininger, Barcelona, Pennsula, 1995.

    Un estudiosobre la depresin,Barcelona, Pennsula, 2002.

    CELA,Camilo Jos,La colmena,Madrid, Noguer, 1986.

    CRUZ,

    San Juan de la,Poesa,Madrid, Ctedra, 1989.

    EURPIDES,

    Medea,Barcelona, La M agrana, 1994.

    GANIVET, ngel,

    Epistolario,

    ed. Francisco Navarro y Ledesma, Madrid, Bi

    blioteca Nacional y Extranjera, Leonardo Williams Editor, 1904.

    HERNNDEZ,Miguel,

    La savia sin

    otoo.

    Antologa potica,

    Barcelona, Crcu

    lo de Lectores, 1991.

    LAFORET,Carmen,

    Nada,

    Barcelona, Destino, 1999.

    LARRA, Mariano Jos de,

    Artculos de costumbres,

    Madrid, Espasa-Calpe,

    1968.

    LEE,Felicia R., Se retiran pronto, pero sin cortesa, a la noche eterna,

    The

    New York Times/ElPas,

    10-6-2004.

    MONTERO,Rosa, El suicida egosta,

    El Pas

    Semanal,24-10-2004.

    NELKEN,M argarita,

    M i suicidio, La novela corta,

    nm. 474, diciembre, 1924.

    PANERO,Leopoldo M ara,Poesa completa, 1970-2000,Madrid, Visor Libros,

    2001.

    RIERA,Carme,Partidariosde la

    felicidad,

    Barcelona, Crculo de Lectores, 2000.

    SAMPEDRO,

    Ramn,Cartasdesde el infierno,Barcelona, Planeta, 2004.

    W . A A.,Suicidas. Antologa,Madrid, Editorial pera Prima,

    2003.

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    La muerte de Larra*

    Carmen de Burgos

    Amanece un da de este invierno de Madrid, claro, gris y fro. Fga

    ro est aun acostado cuando su criado le entra una carta. Carta de Do

    lores

    Deba ser una engaosa carta en la que ella se prestaba a orlo,

    una carta prfida que trae al corazn de Fgaro el ltimo rayo de espe

    ranza. Cree que consiente en verlo, porque an queda amor en su alma.

    La han alejado de l intrigas y calumnias que an podr desvanecer; l

    disipar sus miedos, sus indecisiones; su amor triunfar de la infamia.

    Se hallar una frmula acom odaticia para no separarse.

    Fgaro salta del lecho y escribe. Es lo nico que escribe aquella ma

    ana. El maravilloso hablista traza atropelladamente estas lneas que

    fotograbamos, mal construidas, dobla el papel, lo cierra con una oblea

    y no le pone direccin.

    He recibido tu carta. Gracias: gracias por todo. Me parece que si

    piensan ustedes venir, tu amiga y t, esta noche, hablaramos y acaso

    sera posible convenirnos.

    En este momento no s qu hacer. Estoy aburrido y no puedo resis

    tir a la calumnia y a la infamia. Tuyo.

    Carmen de Burgos (Almera, 1867-Madrid, 1932) es considerada hoy como una

    precursora de ideologa moderna por las feministas que buscan en su tarea y en su propia

    vida profesora separada, m aestra por obligacin y atrevida periodista- un m odelo de

    actuacin femenina rebelde cuando la mayora del gnero segua las normas. Carm en de

    Burgos constituye,junto con Victoria Kent, C lara Campoamor y M argarita Nelken, uno de los

    puntos de referencia indiscutibles cuando se trata de valorar la intelectualidad femenina

    espaola de principios de siglo. Su obra es nutrida. Novelas, nove las cortas, cuentos, artculos

    periodsticos, biografas y ensayos salieron de su pluma desde que en 1900 empez a escribir

    Ensayos literarios hasta el ao de su muerte. De entre sus numerosos ttulos, la biografa que

    la escritora nos leg del escritor romntico Mariano Jos de Larra es sin duda uno de los ms

    destacados. En efecto, Fgarotiene muchos valores. Uno importante era que la escritora pudo

    reconstruir los mome ntos finales de Larra porque cont con el testimon io de la familia, que

    tambin le regal un bal lleno de cartas y objetos personales del periodista. Adems, analiza

    con profundida d la mentalidad y la literatura de Larra, periodista de acida letra que vivi sus

    28 aos entre 1 809 y 1837. El captulo XVll de la biografa se titula escuetam ente as: El

    suicidio y recrea las ltimas horas de Larra,de aquel lunes 13 de febrero de1837

    Fgaro. (Revelaciones, ella descubierta, epistolario indito), Carmen de Burgos. Eplogo

    por R amn Gmez de la Serna,Madrid,Imprenta de Alrededor del Mundo, 1919.

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    Desde casa de su esposa Fgaro vuelve a la suya. Ni est desespera

    do ni piensa en hacer un recuento de su vida, como el que hace confe

    sin general, ni ha deliberado suicidarse. Est ms alegre, ms

    confiado que nunca. Estremece contemplar el aspecto de esta breve e

    intensa felicidad. Va a esperarla a ella Siente temblar su corazn en la

    zozobra de la espera, en esa duda cruel del amor impaciente. Vendr?

    Est caldeada la estancia, las luces encendidas... no se atreve a abrir un

    balcn para no enfriar la habitacin; va de la puerta a la ventana... le

    vanta los visillos, escucha... En esos momentos vive toda la eternidad

    de su vida en la intensidad. La cocinera entretiene a la nia; el criado,

    advertido, espera. El Carnaval es propicio para aquella cita; la sombra,

    manto necesario para envolverla en su visita, cae poco a poco, y Dolo

    res entra. Dolores Es ella Est all Dnde estn los discursos que

    Fgaro haba preparado? Qu es lo que quera decirle? No tiene ms

    que ojos para contemplarla y corazn para quererla.

    La amiga -que ha referido despus esta entrevista a la misma espo

    sa de Fgaro- queda en la antesala. Ellos no cierran la puerta. Fgaro le

    habla de su amor, de sus padecimientos; suplica. Hay lgrimas en su

    voz. Ella est duea de s, coqueta. A las splicas de Fgaro contesta

    con frialdad. Est decidida a irse con su esposo, a rehacer su vida, no

    quiere seguir en una situacin equvoca.

    -P or qu has venido? -pregunta l.

    -Quiero que me devuelvas mis cartas. No debe quedar nada entre

    nosotros

    l la oye como el que no comprende, no puede, no quiere compren

    der. Ella se levanta, cruje el raso de su falda y esparcen perfume de

    rosa los encajes de su mantilla. Como queriendo dar ejemplo, deja so

    bre la mesa la carta que Fgaro le ha escrito esa maana, e imperiosa

    mente demanda las suyas. Slo ha querido verlo para eso... para

    asegurar su tranquilidad. Su voz es dura, sus palabras crueles; llegar a

    azotarlo con el insulto si se niega. Fgaro suplica an. Como la escena

    se prolonga y l pasa de la splica a la violencia, la amiga aparece, in

    terviene...

    Fgaro le da las cartas Una visin de muerte pasa por l, una vi

    sin de crimen. Q uiere salvarse, apartarla, y llama. Aparece el criado.

    -Acompaa a estas seoras.

    No es la primera vez que en sus das ms felices la ha acompaado

    Pedro...

    Fgaro se siente enloquecer; no estn solos, ya no puede l llo

    rar; ya no puede estrecharla entre sus brazos y ahogarla en ellos an-

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    tes de dejar de verla para siempre. An en el momento ltimo retiene

    su mano y bebe en el calor y el roce de su piel la vida toda. No es una

    despedida. Es una pregunta. La busca del ltimo resquicio de esperan

    za.

    -Adis?

    No puede creer que aquella mujer que lo ha amado lo pueda aban

    donar as. Pero ella responde:

    -Adis.

    -Adis para siempre?

    -S .

    Se aleja... No hay remedio La ola de la pasin y del dolor en

    vuelve a Fgaro. No piensa, no reflexiona, no se da cuenta de nada,

    i Es un dolor brbaro el suyo jSe ha ido No la verms El no con

    cibe ya la vida. ElSiempre, el invencible Siempre lo anonada. Rabia,

    dolor, impotencia; rebelda, contra lo invencible, lo supremo, lo in

    concebible. Uno de esos momentos en que no hay cielo, ni aire... en

    que el mundo se abre, cortado a pico por un hachazo, y no tenemos

    dnde poner el pie. Se ha concluido todo... la locura invade el cere

    bro...no recuerda... no hay hijos... padres... gloria... nada. Es imposi

    ble vivir en el vaco. El alma se va... el alma corre, el alma vuela... la

    sigue... la acompaa... la anhela. Es el alma deseosa de escaparse la

    que lo gua... Desdichadamente las pistolas estn all, en la caja ama

    rilla Son el reme dio... no puede sufrir aquel dolor brbaro de su co

    razn... Se aplica la pistola a la sien, sin fijarse en nada, loco,

    apresurado, pensando quizs que Dolores va a volver al or la detona

    cin y que va a revivir en brazos de ella... Dispara

    Dolores no ha salido an de la casa. El ruido del disparo y la cada

    del cuerpo y de los cristales del balcn producen un ruido que oyen to

    dos.

    Los otros no sospechan nada. Do lores, s. Tiene la visin de lo que

    ha sucedido. Pero en vez de dolor y amor siente pnico de verse descu

    bierta; con voz temblante y emocionada dice al criado:

    -Vulvase usted... vulvase, Pedro. Pueden necesitarlo...

    No se atreve a decir ms y aprieta el paso, se aleja, huye... Nadie la

    acusar de asesinato, pero ella sabe que su mano, que an guarda la

    presin de la mano de Fgaro, ha disparado un arma. Sabe que es ela

    quien lo ha matado. Los pasos breves y rpidos de las dos mujeres se

    pierden resonando a lo lejos sobre las desiguales losas de la calle de

    Santa Clara. A sus ecos responden las campanas de Santiago doblando

    lastimeras por las nimas... Fgaro no es ms que un cadver que yace

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    sangriento y abandonado... no ha recogido nadie su ltimo suspiro, ni

    su ltima mirada... sobre la mesa haban quedado unas cuartillas y la

    carta que le devolvi Dolores.

    Parece que un velo de muerte cubre la casa, un estremecimiento de

    temor agita a todos. Es ms triste, ms lastimera la voz de las campa

    nas de Santiago. Ella sabe que doblan por un muerto ms. Que en el

    aire vaga an el suspiro de otro agonizante. Las campanas de Santiago

    lloran; es como si quisieran con sus dobles dar el viso de que un hom

    bre agoniza y muere solo y abandonado; de que hay un cadver a quien

    nadie se acerca. Las campanas quisieran ser como esas campanas que

    tocan a fuego y hacen correr a las gentes para remediar el siniestro.

    Pero nadie las entiende, ellas lloran, doblan, plegan... a sus ecos lasti

    meros responde el alegre bullicio de las mscaras, ya cansadas del re

    gocijo del da... El cadver contina solo tendido en medio de la

    estancia

    La detonacin apenas ha sonado. La criada escuch el ruido de la

    cada del cuerpo derribando el juego de t y de los vidrios del balcn

    que quebr la bala, pero no comprendi y puso su comentario vulgar al

    volver Pedro:

    -M al hum or ha dejado al amo esa visita.

    Era la hora en que la nia deba entrar, como todas las noches, a

    darle un beso a su padre antes de acostarse. Tierna costumbre que es un

    ments ms a los que han dicho que Larra no haca caso de sus hijos o

    han escrito que la nia estaba all por casualidad. No queriendo los

    criados exponerse al mal hum or de Fgaro la dejaron ir sola. Adelita, la

    linda nia de rizos rubios, no tena idea de la muerte; pero el espect

    culo de su padre cado en el suelo, casi bajo la mesa, con un revlver al

    lado y los muebles derribados, la sobrecogi. Sinti lo que no com

    prenda y huy aterrorizada llamando a los criados:

    -Pap est debajo de la mesa.

    Entonces acudieron.

    Un quinqu iluminaba el fnebre cuadro. Al caer haba derribado el ve

    lador, peridicos, libros y papeles se haban esparcido por el suelo; un cris

    tal del balcn se haba roto y un helor glacial penetraba en la estancia:

    Fgaro yaca plido, con los ojos cerrados; con una expresin de dolor y de

    amargura, que denotaba bien las ltimas impresiones de su vida.

    Su cabello de bano caa sobre su noble frente y haca resaltar ms

    la palidez. Apenas se notaba el orificio de entrada de la bala, apenas la

    sangre haba salpicado la pechera de su levita y de su camisa. Se podra

    decir, en verdad, que descansaba.

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    E S D E B E R D E

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    Crculos convergentes en Gabriel Ferrater

    Jordi Ama

    Con la conciencia perturbada por saber que aquel suicidio tena mu

    cho de profeca, de muerte por l anunciada. Porque lo haba dicho en

    ms de una ocasin (a Jaime Salinas, a Jaime Gil de Biedma, a su no

    via de haca aos y escritora Helena Valent). No quera, no pasara de

    los cincuenta. Fue el 27 de abril de 1972. Gabriel Ferrater -que haba

    nacido en Reus (Tarragona) en 1922- se quit la vida cuando faltaban

    tan slo veintitrs das para que cumpliera medio siglo, cuando llevaba

    menos de una semana redactando una gramtica de la lengua catalana

    para la que haba estado formndose a conciencia desde haca nueve

    aos.

    Tan slo la empez, como slo haba empezado la carrera de ma

    temticas o una historia de la pintura espaola contempornea que Car

    los Barral le encarg en 1954. En cuanto al suicidio, no aplaz lo

    anunciado y cumpli con una puntualidad de pasmo. La noticia caus

    conmocin, pero no fue un final inesperado.

    Con un suicidio, el pasado deja de tener el don multiforme que

    siempre tiene para un viviente. A los cincuenta aos la vida de Gabriel

    Ferrater se haba convertido en mrmol, culminando as el proceso de

    formacin de un personaje caracterizado tanto por la autodestruccin

    como por un exceso de ser inteligente. Muy pronto empezara a es

    cribirse el primer captulo de una leyenda que haba ido fragundose en

    los crculos reducidos de cierta intelectualidad barcelonesa desde los

    primeros cincuenta y ms tarde, desde mediados de los sesenta, entre

    algunos universitarios de letras que fueron alumnos suyos. Las anc

    dotas de la vida de Ferrater circulaban por entre los amigos de a facul

    tad como un tesoro del que estbamos celosos, escribi en su diario

    un joven V alent Puig al poco de conocer la noticia de su muerte.

    Cuando Gabriel Ferrater se suicid, el nico bloque de su produc

    cin intelectual al alcance de los lectores era Les dones i els dies

    (1968),

    el volumen que recoga sus tres libros de poesa. Todos irre

    petibles al decir de Roberto Bolao, El resto -los escritos sobre pintu

    ra, sobre literatura, sobre lenguaje- estaba indito o disperso y sera su

    hermano y crtico Joan Ferrat, principalmente, quien desde finales de

    la misma dcada y hasta mediados de los noventa ira editando el grue-

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    so de su obra (incluyendo parte de la correspondencia, conferencias,

    informes de lectura para editoriales espaolas y extranjeras o entradas

    de enciclopedia sobre escritores). A da de hoy la influencia de su obra

    permanece entre muchos poetas, y bigrafos y estudiosos siguen atra

    pados por la apuesta por la felicidad y el conocimiento a fondo que tra

    t de encarnar. Aunque para muchos aquello ms fascinante siga

    siendo el cumplimiento de la profeca (F . de Justo Navarro lo prob

    por penltima vez), trasunto de otro suicidio. El 15 de junio de 1950

    Ricard Ferrat i Gili -el padre de Gabriel- firm una pliza de vida

    con la condicin excepcional de que cubriera la muerte por suicidio.

    Los responsables de la Compaa de Seguros Adritica aceptaron el

    ruego con otra condicin: en caso de suicidio slo podra cobrarse el

    seguro si la muerte se produca al cabo de un ao de haberse firmado.

    El 16 de jun io de 1951 Ricard Ferrat, arruinado, se quitaba la vida.

    Muchos argumentos para la construccin de un mito (todo mito es

    una traicin de la realidad), tantos que la interpretacin del personaje

    ha partido casi siempre del final o de un principio forzado a desembo

    car en un final trgico conocido de antemano. Pero lo medular en Fe-

    rrater, el territorio donde debe perseguirse al Ferrater esencial, no est

    en el suicidio -como s lo est, en gran parte, por ejemplo, en el caso

    del poeta Alfonso Costafreda (que a finales de los cuarenta fue conter

    tulio de los hermanos Ferrater en el caf del Ateneo de Barcelona)-

    sino en

    Les dones i els dies.

    Los 4.215 versos (segn el recuento del

    poeta y tambin crtico Jordi Cornudella) escritos en tan slo cinco

    aos,entre 1958 y 1963.

    Entiendo la poesa como la descripcin, pasando de un momento a

    otro,de la vida moral de un hombre ordinario, como pudiera serlo yo.

    As defini su idea de la poesa en el prlogo de Da nuces pueris

    (1960),

    su primer libro publicado. De esto se trataba: expresar situa

    ciones humanas, partiendo de la base de que a las personas lo nico

    que nos interesa son los hombres y las mujeres, como dijo en una en

    trevista al novelista Baltasar Porcel. Mi intencin era recoger en mi

    poesa el mximo nm ero de observaciones m orales, observaciones so

    bre la conducta de los hombres, de las mujeres. Esta insistencia en

    lo

    experiencial contrastaba con un prejuicio sobre la figura del intelectual

    que Ferrater tena firmemente establecido. Los intelectuales tenemos

    siempre reacciones secundarias sobre la vida. Y en otra entrevista in

    cluida en el libro

    Infame turba,

    respondiendo a Federico Campbell,

    provocando en voz alta, se haba expresado en un sentido parecido.

    Recuerda usted un poem a de Octavio Paz en que hable realmente de

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    una relacin humana entre dos personas? Aqu est: para m, Octavio

    Paz como poeta no existe. No debera extraar que el calamar prota

    gonista de su poema Literatura muera devorado cuando tentle lo

    inefable (segn tradujo Pere Gimferrer) o que en E ls jocs el pasean

    te que mentalmente va articulando una serie de pensamientos en verso

    se ra de si mismo al definirse como un doctrinario, lleno de odios in

    telectuales.

    Como tantos otros creadores enfrascados en tareas docentes, Ferra-

    ter elabor un

    corpus

    crtico fundado en sus opciones particulares

    como autor, coherente con la tradicin en la que quera insertarse. Du

    rante el curso acadmico 1965/66 y el siguiente imparti una serie de

    conferencias sobre literatura catalana en la Universidad de Barcelona.

    Nunca ramos ms de doce personas. Recuerdos sus comentarios so

    bre Vctor Ctala, Riba, Pa y una lectura comentada de versos de Foix,

    difcilmente olvidable, escribi Puig en la entrada de su diario

    Bosc

    endins

    que citaba antes. En la ltima de las lecciones que dedic a la

    poesa de Riba se centr en el comentario del libro de sonetos

    Salvatge

    cor(publicado en 1952 y traducido al castellano por Rafael Santos To-

    rroella un ao despus), valorando un aspecto del poemario que tiene

    bastante que ver con algo que pretenda apuntar en el prrafo anterior.

    Aquello que Ferrater destac fue la denssima carga de experiencia es

    trictamente humana que el Riba maduro volc en sus sonetos. Frente a

    la imagen tpica del humanista valorado casi en exclusiva por la tra

    duccin de los clsicos griegos, Ferrater reivindicaba un Riba m edular-

    mente humano, el ms autntico en el sentido orteguiano de la palabra.

    El Riba poeta. Es maravilloso contemplar que la culminacin de todo

    el trabajo de una v ida de un intelectual de primera categora se resuelve

    en esta cifra de sabidura que es verse a l mismo como un puro ser

    animal

    y como un

    animal ertico.

    Este punto de llegada es el punto

    de arranque de la lrica de Ferrater, zafndose con alevosa y premedi

    tacin de la que l consideraba tara congnita de la literatura catalana:

    el exceso de pudor, incluso de cobarda, en el orden de la expresin

    moral personal.

    En la poesa de Gabriel Ferrater el sujeto se concibe siempre como

    ser ertico y el deseo est situado en el centro. Es el mismo plantea

    miento que Octavio Paz, precisamente, seal en la lrica de Luis Cer-

    nuda, otro poeta del cuerpo que igual que Ferrater aprendi en la lrica

    inglesa la posibilidad de convertir el poema en un espacio para refle

    xionar sobre la propia existencia moral (una potica, por cierto, que

    casa a Cernuda y a Ferrater con Gil de Biedm a, corresponsal del prime-

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    ro e ntimo amigo del segundo). Igual que en algunos textos del ltimo

    Cernuda, Ferrater tambin concibi el poema (el poema que usa la lite

    ratura de pretexto) como un escenario para dirimir divergencias perso

    nales (pienso en el inicio del Poema inacabat o el retrato velado de

    Juan Goytisolo que se entrev en Els polis) o un espacio para sealar

    las fallas de la sociedad, para poner el dedo en la llaga de las conven

    ciones. Un ejemplo. El poema Sobre la catarsi es un comentario so

    bre el ciclo El comte Arnau y la relacin con su autor, Joan

    Maragall. Lo reproduzco entero porque la cuestin del animal ertico

    es nuclear.

    SOBRE LA CATARSI

    De qu serveix d'sser bon pare,

    si Maragall, que ho era

    pero de mes a mes era poeta,

    va imaginar que el vell luxuris,

    el comte Arnau , seria redimit

    quan una noia pura, molt sim blica -

    ment pura, cantara la cane

    deis fets impurs del compte. PosseTda

    tamb, car aix ho deien

    al temps de Maragall, potica-

    ment posseda, aquella noia, cable

    de parallamps, resorbiria el somnieig

    de Maragall, l'espetec d'impuresa,

    dins la trra del seu instint, difcil

    ment pur, des d'aleshores. Redem ptora. En ella

    la carn del compte es feia verb, amb l'entenent

    que el verb, de Maragall, i no del compte,

    s'havia

    de fer carn, la de la noia. Tot plegat

    un joc pervers. La carn mes pura ja somnia.

    Vol carn, sense l'empelt de la m emoria

    d'unaaltra carn, senil. No vol m es verb*.

    Reproduzco la traduccin de Gimferrer, introduciendo una levsima modificacin. Para

    qu sirve ser

    buen

    padre, /si Ma ragall, que loera,y adems / era poeta, imagin que el viejo /

    lujurioso, el conde Arnau, seria / redimido cuand o una muchacha / de pureza simblica cantase

    / la cancin de los hechos impuros / delconde.Poseda / tam bin, que as decan en los tiempos

    /de Maragall, muy poticamente / poseda, la m uchacha, cable / de pararrayos, reabsorbera /

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    Usando la casustica de la carne que aprendi en Ausias March

    (otro lrico del cuerpo, fuente confesa del

    Salvatge cor

    de Riba y lectu

    ra recurrente de ios hermanos Ferrater), el poeta muestra en Sobre la

    catarsi cmo lo ertico exudaba del planteamiento bsico del ciclo del

    El comte Arnau casi a pesar del- propio Maragall. A pesar de Mara-

    gall porque el erotismo se conceba como algo ajeno, algo que slo po

    da mostrarse para ser sublimado, tensando los cdigos de una

    confortable moral burguesa pero que al fin y al cabo nunca llegaba a

    romperse. Un erotismo telrico que por poco que el lector ejerciera su

    obligacin a leer desde la sospecha adverta que era el corazn oculto

    desde el que lata toda la composicin, el corazn oculto del mismo

    Maragall.

    Para el Ferrater deLes dones i els diesla literatura no era un pretex

    to para reprimir los desafos del deseo ni un espacio imaginario donde

    enjaular las demandas del cuerpo. Al contrario. La literatura se enraiza

    en lo esencial del sujeto y slo vale cuando se concibe como un fen

    meno interdependiente del ser animal, como una experiencia integrada

    plenamente en el vivir de un individuo concreto. Alguien como l. Es

    una apuesta radical que no se resuelve en hedonismo vacuo, sino en la

    meditacin desnuda sobre la complejidad de las relaciones con las mu

    jeres (el animal ertico exige necesariamente al otro para ser). Desnuda

    para poder convertirse, sin tramoyas retricas gratuitas, mediante un

    fraseo no trasgresor pero s moderno, en un artefacto que le permita

    meditar sobre la conducta de los hombres, de las mujeres. Dicho con

    otras palabras, tambin suyas: el tema de la literatura moral [la que l

    practic] no es la experiencia que un hombre tiene de los otros; es la

    inexperiencia que siente frente a ellos. La meditacin de un hombre

    ordinario dotado -y aqu est la clave, su valor indiscutible- de una

    lucidez asombrosa puesta al servicio de la especulacin m oral.

    Al contar su vivencia del amor, Ferrater descubre en el cuerpo (pa

    rafraseo ahora al Emilio Lled deEl epicureismo)una frontera que evi

    dencia la existencia de dos territorios: por una parte el vergel del placer

    (como puede apreciarse en Kensington) y por otra la tierra inhspita

    d on d e h ab i ta l a o s c u r a s o l e d ad d e l a c ar n e . U n a s o l e d ad q u e a l Si

    en latierradesudifcilmente puro /instinto aquel chasquidod eimpureza/que erae lensueo

    de Maragall. Redentora. En ella / se hara verbo la carne del conde, / siempre en la

    inteligencia de que elverbo / (de Maragally no delconde)iba/ ahacerse carne, la de la

    muchacha. /Todoello un juego perverso. /Y lams pura Icarne ya suea .Quierecarne,sin/

    el

    injerto

    de la

    memoria

    de otra /

    carne,

    senil. No

    quiere

    ya ms

    verbo.GabrielFerrater:

    Mujeres ydas,Barcelona,SeixBarral, 1979,pg.

    51.Esta

    traduccin

    se

    reedit el ao2003.

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    tuarse en el centro de la imaginacin del poeta se hace oscura, con

    vocando al instante a una angustia siempre latente que se abalanza im

    placable sobre la conciencia de la voz que articula el poema. La m irada

    especular sobre s mismo que Ferrater proyecta en muchos de sus poe

    mas lo descubre entonces como un ser vulnerable. La vida furtiva o

    Tant no turmenta son ejemplos de ello, pero dos versos (ms dos pa

    labras) de Punta de da, otra poesa soberbia, lo exponen con nitidez:

    em fa

    fred de mirar-me un da mes, pinyol

    tot salivat, pelat de polpa, fora nit*.

    Fora nit: a la intemperie, en la traduccin propuesta por Jos

    Agustn Goytisolo (traduccin que es una lectura global de todo el poe

    ma).

    La intemperie es un estado de espritu que Ferrater nunca maqui

    lla y en Poema inacabat, al pensarla vinculada a su vida durante los

    aos de la primera posguerra, convoca al suicidio:

    Somniava a sucidar-me

    (tancat al ventre de la nit

    calenta, o en el fred mat)

    pero per sota treballava

    un queso sinus, i em portava

    vers aqu, vers ara, vers t u "

    Creo que es el nico momento de la obra potica de Ferrater en el

    que el suicidio es aludido explcitamente. Concebido como un sueo,

    el poeta bandea la posibilidad porque descubre el potencial del amor:

    una fuerza que poco a poco le llevara hacia una mujer. En el caso con

    creto de este poema, hacia su interlocutora: la joven Helena.

    La ideacin suicida, pues, comparece cuando el hombre vulnerable

    se instala en la intemperie. Este es uno de los espacios de convergencia

    entre su vida y su poesa. Gabriel Ferrater vivi en esta situacin du-

    Esta es la versin castellana, incluida en la edicin de Seix Barra y a citada, que propuso

    Jos Agustn Goytisolo: y me da /fro mirarm e un da ms, chupad o I hueso frutal, sin pulpa,

    a la intemperie.

    Soaba que m e suicidaba / (enfras albas, o encerrado /

    en

    el nocturno vientre clido)

    /pero debajo traba jaba / un rastro sinuoso, y me guiaba /hacia

    aqu,

    hacia ahora y hacia ti.

    G. F errater:Poema inacabado (trad. de Joan Margarit y Pere R ovira), Alianza y Enciclopedia

    Catalana, 1989, Madrid y Barcelona.

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    rante buena parte de su vida adulta. No fue siempre una circunstancia

    adversa. Ferrater supo vehicular este estado en positivo (as podramos

    interpretar los cinco aos durante los cuales escribi el grueso de

    Les

    dones i els dies),

    como se desprende de un fragmento de una carta diri

    gida a Helena Valent el 21 de septiembre de 1962: la desesperacin

    era como una fuerza. No teniendo nada que defender, era invulnerable

    y poda permitrmelo todo. En cualquier caso, a medio plazo, la insta

    lacin en la intemperie le llev a una situacin de inestabilidad cada

    vez ms frecuente, intensificada por dos rasgos de carcter que le ha

    can an ms dbil. Por una parte, segn Jos Mara Castellet, a Ferra

    ter le falt la ms elemental de las inteligencias prcticas, la

    adecuacin a la realidad. O lo que es lo mismo: las cuestiones econ

    micas y profesionales fueron demasiado secundarias para l. Por otra

    parte, la arquitectura de sus sentimientos siempre fue muy frgil y su

    relacin con las mujeres tendi a acabar mal indefectiblemente. Esta

    inestabilidad fue terreno abonado para que un instinto autodestructi-

    vo latente (la expresin es de Joan Ferrat) fuera fructificando.

    El alcohol ira convirtindose en una de las claves de su vida, un

    mecanismo que iba en su contra y tambin a su favor. A favor? Lo

    alejaba de la intemperie, atenuaba su endmica fragilidad sentimental y

    al mismo tiempo le permita mostrar su inteligencia frente a un audito

    rio cambiante y boquiabierto ante la exhibicin de saber de un hombre

    tan brillante y tan cercano a todos sus interlocutores. Al mismo tiem po,

    la autodestruccin. A mediados de los aos sesenta, como mnimo, Ga

    briel Ferrater ya estaba alcoholizado y segua un tratamiento neurolgi-

    co para dejar de beber. El 3 de diciembre de 1966 le escriba a su

    hermano que el tratamiento del neurlogo da resultado en el sentido

    que duermo y que mantengo el alcohol a distancia, pero a mediados

    del mes de febrero de 1967 volva a notificarle que hasta antes de ayer

    no pude volver a cortar con el alcohol, y me encuentro sin una peseta,

    y he de trabajar como un alucinado para ver si el viernes cobro algo.

    El mdico le asegur que si segua bebiendo morira o enloquecera en

    slo seis aos. Nunca pudo dejarlo.

    A partir del mayo francs hab a organizado su vida como si tuviera

    que ser joven para siempre. Y lleg un mom ento en que descubri que

    se haca viejo por mom entos, escribi Jaime Gil de Biedma. En pocos

    aos su cuerpo fue resintindose de una adiccin que haca mucho que

    duraba. Yo he bebido mucho toda mi vida y ahora los nervios y las

    arterias me fallan, necesito reducirlo. Si me golpeas la rodilla, ya me

    fallan, le confes a Baltasar Porcel. l, que haba hecho eje de su poe-

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    sa la vivencia del ser animal, vio cmo iba cercndolo la decrepitud.

    Dejar la autenticidad?Vivir sin poder ser el animal ertico de sus

    versos? En presencia de Marta Pessarrodona, su ltima mujer, dijo a su

    madre que los lobos me pisan los talones. Antes muerto que loco.

    Compr un libro ingls que daba cuenta de distintos modos de sui

    cidarse. Busc uno que fuera infalible y poco doloroso: somnferos, al

    cohol y una bolsa de plstico. Lo tena todo, dej de teclear las

    primeras lneas de la gramtica y mir el calendario. Faltaban pocas se

    manas para cumplir cincuenta aos.

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    El suicidio y la bruma bonaerense

    TaniaPleitez Vela

    Evolucin de la percepcin d el suicidio en O ccidente

    Qu hace que una persona decida quitarse la vida? Por qu al

    guien opta por la muerte y otra persona, en circunstancias tambin de

    sesperantes, se decide por la vida? Por qu Primo Levi, despus de

    sobrevivir la terrible experiencia de Auschwitz, cuarenta aos despus

    se lanza por las escaleras de su edificio? Por qu Sylvia Plath, madre

    de dos pequeos, mete la cabeza en un horno de gas, y la poeta rusa

    Nina Gagen-Torn, viviendo en condiciones infrahumanas en un campo

    de concentracin en Siberia, decide convertirse en animal de carga

    para sobrevivir? Por qu Alejandra Pizarnik toma una sobredosis de

    seconal sdico con tan slo treinta y seis aos, y Frida Kahlo, condena

    da a una vivencia dolorosa envuelta en un cors ortopdico y con una

    amputacin de pie, escribe en su diario pies para qu los quiero si ten

    go alas pa ' volar?

    El suicidio aparece como uno de los actos ms misteriosos en la cul

    tura occidental. Durante mucho tiempo lo cubri una sbana tejida de

    tabes, supersticin y silencio. An hoy se trata de algo de lo que nadie

    quiere o prefiere no hablar. En nuestras sociedades, en general, pocas

    personas se sienten cmodas frente a la idea de la muerte -aunque los

    medios de comunicacin y las pelculas constantemente nos bombar

    dean con imgenes violentas- cuando lo cierto es que todos estamos

    condenados, irremediablemente, a su casa. No se nos ensea a abordar

    la con naturalidad, ms bien nos produce miedo, pavor. Sin embargo,

    desde tiempos antiguos, la muerte tambin nos ha resultado algo exci

    tante y hasta morboso; bien es conocida la aceptada sed de sangre de

    los circos rom anos y de las ejecuciones pb licas de la era cristiana, que

    ms que actos atroces parecan ferias de atracciones. La diferencia aho

    ra es que la televisin nos muestra atrocidades que no parecen reales.

    En este contexto, el suicidio es un acto del que todava se habla en

    voz baja cuando, por ejemplo, un pariente se ha quitado la vida volun

    tariamente. Cuntas veces, por prejuicios morales y hasta burocrti

    cos, derivados de la susceptibilidad familiar, se insiste en que varios

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    suicidios son accidentes? Por qu existe una falta de disposicin

    oficial y tradicional para reconocer el acto por lo que es? Cuntas ve

    ces escuchamos de alguien que muri accidentalmente porque estaba

    limpiando su arma o se estrell con su coche sin que se indique la

    causa del percance? Y, no obstante, las estadsticas muestran que es

    uno de los actos ms recurrentes de la humanidad y, de acuerdo a

    Glanville Williams, un acto natural: este autor cita una fuente especia

    lizada que demuestra que los perros, cuando se sienten segregados de

    la vida familiar, se suicidan negndose a comer o ahogndose. Por otra

    parte, las culturas antiguas asumieron el suicidio y lo incorporaron a su

    cotidianidad. Entre los inuits groenlandeses, el suicidio era considerado

    un acto respetable: cuando una persona mayor crea que haba vivido

    lo necesario y ya no era capaz de valerse por s misma, se le dedicaba

    una ceremonia festiva de despedida, durante la cual se pronunciaban

    elocuentes palabras, y el agasajado se marchaba remando en una canoa

    sobre las corrientes heladas hasta perderse en un punto del horizonte;

    nunca ms se le volva a ver. A lgo similar ocurra entre los escitas, que

    tenan al suicidio como el mayor de los honores cuando la vejez los in

    capacitaba para la vida nmada. Lo cierto es que la historia detrs de

    este acto en la Europa cristiana, y la evolucin de su percepcin desde

    tiempos antiguos hasta hoy, resulta imprescindible para comprender

    por qu el acto en cuestin se ha erguido como un tab.

    Al lvarez en su magnfico libro,El Dios Salvaje,explica esta evo

    lucin. Para los estoicos griegos, que tenan como ideal vivir de acuer

    do a la naturaleza, la muerte apareca como una eleccin racional

    cuando la vida dejaba de ser reflejo de esa naturaleza. Incluso Platn

    lleg a justificar el suicidio: una enfermedad terrible o una privacin

    insoportable, que volva a la vida inmoderada, eran razones suficien

    tes para llamar a la muerte. En Atenas y en las colonias griegas de

    Marsella y Ceos, se les permita a los magistrados tomar dosis de vene

    no si la existencia se les volva odiosa, siempre y cuando obtuvieran el

    permiso oficial de S enado. Por su parte, el estoicismo del Imperio Ro

    mano tardo retom y acentu los postulados platnicos y convirti al

    suicidio en una costumbre refinada: si la vida se volva insoportable,

    la cuestin ya no era matarse o no, sino cmo hacerlo con la mayor

    dignidad, valenta y estilo, es decir, se trataba de algo q ue se llevaba a

    cabo de acuerdo a los principios de cada uno; por ejemplo, de acuerdo

    a Fedden, un noble llamado Corelio Rufo se neg a cometer suicidio

    bajo la tirana de Dom iciano y esper a que el emperador m uriera para

    quitarse la vida com o romano libre. En fin, de acuerdo al

    Digesto

    de

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    Justiniano, el acto no se castigaba si derivaba de la impaciencia ante

    el dolor o la enfermedad, u otra causa, o del cansancio de la vida...

    locura o miedo a la deshonra. Por lo tanto, eligieron este camino, en

    tre otros, Catn, Sneca, Iscrates, Demstenes, Lucrecio, Luciano,

    Labieno, Terencio, Anbal, Nern... Evidentemente, en ese momento,

    el acto no ofenda ni a la moral ni a la religin. A qu se deba esta

    nocin increblemente racional del suicidio? De acuerdo con lvarez,

    el estoicismo era, en realidad, una filosofa de la desesperacin, una

    especie de mecanism o de defensa contra la sordidez asesina de la pro

    pia Roma en la que la crueldad, corrupta y arbitraria, que se observa

    ba a diario -e n un m es podan llegar a morir treinta mil personas en los

    espectculos de g ladiad ores-, empujaba a los estoicos a aferrarse a este

    ideal racional y claramente frivolo.

    Es con la llegada del cristianismo que el suicidio se convierte en un

    acto vil, detestable y condenable, actitud que deriva del quinto manda

    miento: No matars. En el ao 562, el Concilio de Braga neg la se

    pultura cristiana a todos los suicidas, sin importar clase social, razn o

    mtodo utilizado, y el Concilio de Toledo, en el ao 693, orden que el

    intento de suicidio fuera una causa de excomunin. Toda esta cuestin

    la termin de sellar santo Toms de Aquino en

    Summa,

    y el suicidio

    pas a ser un pecado m ortal contra D ios y, por ende, un acto de vehe

    mente repulsin moral.

    El trabajo de filsofos como Voltaire, Hume, Schopenhauer o Kier-

    kegaard sobre el duro oficio de vivir y la desesperacin creciente de

    ese ser humano que se senta cada vez ms aislado de Dios, poco hicie

    ron para cambiar las concepciones morales y religiosas. Ser a finales

    del siglo XIX cuando el suicidio em pezar a estudiarse en los crcu

    los cientficos y psiquitricos (Morselli, Durkheim) como un fen

    meno social. Pero desgraciadamente, en estos crculos, el problema

    pasar a ser una cuestin meramente intelectual, acadmica, ajena a

    la tragedia.

    Con el advenimiento del romanticismo, el suicidio se convirti en

    una especie de culto. Muchos artistas romnticos establecieron la idea

    popular que la muerte era uno de los precios a pagar por la genialidad,

    y que la muerte por alienacin o por amor era un ideal supremo. Aca

    so no es esto lo que representa el joven Werther de Goethe? Los ro

    mnticos lograron hacer de la literatura no slo una forma de

    entretenimiento, sino una forma de vida, y en este contexto el suicidio

    era un acto literario donde el muerto se converta en hroe. Se desarro

    ll entonces una especie de tolerancia general: el suicida dej de ser un

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    delincuente convirtindose en un fenmeno ms all de las leyes ya ca

    ducas.

    Sin embargo, a finales del siglo XIX, a medida que se fue ago

    tando el ideal romntico, tambin degener el ideal de muerte. Es

    entonces cuando la

    femme ftale

    reemplaza a la muerte como la mxi

    ma inspiracin de los artistas y Baudelaire escribe: El satanismo ha

    vencido. Satn se ha vuelto ingenuo. Los artistas se obsesionan con

    los excesos sexuales, el sadomasoquismo, el incesto, el sexo fatal, todo

    aquello que pareciera ms chocante que la muerte por la propia mano.

    De all que de los tabes legales contra el suicidio, se pasara a los ta

    bes sexuales y el miedo se desplazar a las enfermedades venreas.

    En el siglo XX, el suicidio nuevamente pas a ser materia del arte,

    pero desde otra perspectiva. La idea de estar solos, de que no existe

    otro mundo despus de la muerte, de que no hay Dios, vislumbr lo ab

    surdo. Se perciba un mundo nervioso donde a los humanos slo les

    quedaba un d ios terrenal, uno que, como los hum anos, mejoraba con la

    muerte; se trataba del Dios Salvaje, en palabras de Yeats. En este con

    texto,

    se produjo un arte ms violento, extremo y autodestructivo, cuyo

    mejor ejemplo es el de Dada, un movimiento que estaba en contra de

    todo,incluso del arte mismo, donde el escndalo, una especie de broma

    psicoptica, importaba ms que el hecho artstico. Para el dadasta

    puro,el suicidio era algo inevitable, su obra de arte culminante. No hay

    ejemplo ms claro que el de Jacques Vach, quien escribi que no que

    ra morir solo, por lo que se mat ingiriendo una sobredosis de opio

    que tambin suministr a dos buenos am igos que queran vivir la expe

    riencia de la droga sin intenciones suicidas; se trat del supremo acto

    dada, la broma perversa absoluta: suicidio y doble homicidio.

    El elemento catstrofe haba empezado a gestarse desde la Primera

    Guerra Mundial. Los derramamientos de sangre a escala mundial, el

    alto coste de la vida, la sociedad de consumo, el atroz individualismo,

    la incertidumbre, etc., contribuyeron a que este elemento se arraigara

    en las conciencias. Comenzaba as el siglo de los antidepresivos y de

    las alteraciones anmicas; es interminable la lista de escritores y artistas

    suicidas del siglo pasado: Van Gogh, Dylan Thomas, Delmore Schwartz,

    Paul Celan, VirginiaWoolf,Cesare Pavese, Sylvia Plath, Jos Mara Ar-

    guedas, Yukio Mishima, Ernest Hemingway, Primo Levi, Modigliani,

    Gorky, Pollock, Rothko... En la reginrioplatense-que ha bebido siem

    pre de la tradicin europea-, sus escritores y poetas tambin se vern

    afectados por el mal del siglo. El imaginario ha hecho que Buenos

    Aires -empapa da de la nostalgia de sus tangos y los lamentos del inmi

    grante desarraigado de finales del siglo XIX y principios del XX- se

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    asocie a la idea de una vivencia melanclica, brumosa, de colores agri

    sados y metlicos, una idea que se ha hinchado con los suicidios de

    poetas y escritores tan emblemticos como Leopoldo Lugones, Hora

    cio Quiroga, Alfonsina Storni y Alejandra Pizarnik.

    Esa bruma bonaerense

    El 18 de febrero de 1938, Leopoldo Lugones, a la edad de sesenta y

    cuatro aos, pasaba por un momento difcil. Antes de tomar una mez

    cla de arsnico y

    whiskey

    mientras se encontraba en el Tigre, dejo es

    critas estas palabras: No puedo concluir la Historia de Roca. Basta.

    Pido que me sepulten en la tierra, sin cajn y sin ningn signo ni nom

    bre que me recuerde. Que pudo provocar que Lugones, uno de los

    poetas ms clebres de su tiempo, quisiera borrar cualquier evidencia

    de su paso por este mundo? La causa inmediata tiene que ver con la

    consideracin general de que el suicidio era un acto abominable, inmo

    ral,pecaminoso; era usual que a los suicidas se les enterrara sin una l

    pida o cruz. Entonces, si Lugones era consciente de esto, por qu, an

    as,

    decidi quitarse la vida?

    Para 1912, Lugones se haba convertido en el poeta nacional, el

    mximo exponente del m odernismo argentino. Tam bin narrador y en

    sayista, era director de la Biblioteca del Maestro del Consejo Nacional

    de Educacin. Evidentemente, Lugones goz de una situacin privile

    giada en el entorno intelectual bonaerense, y esta posicin de poeta

    consagrado hizo que los jvenes poetas de su tiempo se desvivieran

    por conocerlo para mostrarle sus trabajos. En este sentido, era cons

    ciente del poder que tena y no en pocas ocasiones se mostr extrema

    damente exigente y un tanto arrogante. Por ejemplo, cuando Alfonsina

    Storni le enva un ejemplar de su primer libro de poesa,

    La inquietud

    del rosal,ocho meses antes de que fuera publicado para pedirle su opi

    nin, Lugones no slo no le contesta, sino que jams se digna a dedi

    carle un comentario. Algunos aseguran que el poeta era receloso de

    posibles rivales, mucho ms si se trataba de una mujer. Conrado Nal

    Roxlo enfatiza

    que:

    Lugones tena una profunda prevencin contra las

    mujeres que escriban, y ms an si se trataba de poetisas. Gustaba de

    cir, con su maestro Nietzsche, que el hombre ha sido creado para la

    guerra y la mujer para solaz del guerrero; y que todo lo dem s era locu

    ra... Cierta vez, estando Arturo Capdevila en el despacho de Lugo

    nes, este le mostr un libro de Alfonsina que le acababa de llegar. El

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    libro tena escrita una irnica dedicatoria que el poeta consider inau

    dita: A Leopoldo Lugones que no me estima ni me quiere, Alfonsina

    Storni. Cuando Capdevila le pregunta que es lo que har al respecto,

    le contesta, con todo la soberbia que lo caracteriz: Lo que correspon

    de:nada.

    Alrededor de 1929, la situacin mundial afect de cerca a la Argen

    tina. Mussolini lideraba Italia y empezaban a gestarse en Europa las

    condiciones que provocarn la Segunda Guerra Mundial. Al mismo

    tiempo, el

    crack

    de Wall Street, en octubre de ese ao, iniciaba una

    profunda crisis econm ica a nivel internacional. En Argentina sus efec

    tos tardarn poco en llegar: desempleo, recesin, la quiebra de comer

    cios,

    anillos de miseria alrededor de la ciudad. El 6 de septiembre de

    1930,

    la segunda presidencia de Hiplito Y rigoyen ser derrocada por

    un golpe de Estado liderado por el general Jos Flix Uriburu, militar

    antidemocrtico que proyecta un rgimen nacionalista radical. Leopol

    do Lugones ver con buenos ojos un modelo semejante al de Benito

    Mussolini; para entonces, ya Alemania e Italia haban dem ostrado que

    las crisis econmicas eran caldo de cu ltivo de regmenes dictatoriales.

    Pero Lugones no siempre fue un fascista. Ms bien, su vida representa

    un caso curioso de vaivenes ideolgicos. Siendo joven, se inclin por el

    anarquismo y el socialismo y junto a Manuel Ugarte, una de las personali

    dades ms importantes del socialismo argentino, llev el ideario izquierdis

    ta de la tribuna al pueblo. Pero con los aos, su ideologa poltica deriv

    hacia el fascismo. En el momento del golpe de Uriburu, apoy sus tesis an

    tiliberales y antidemocrticas y no slo se convirti en uno de los portavo

    ces de la dictadura, sino que tambin escribi elocuentes discursos al

    gobierno militar que culminaron enLahorade laespada. Su hijo Leopol

    do,ms conocido como Polo, comisario de la Polica Federal, ser un fas

    cista convencido que inaugurar el uso de la picana elctrica y otros

    mtodos de tortura dirigidos a los disidentes del rgimen

    1

    .

    Todo lo anterior perfila un panorama personal y nacional que nos

    permite buscar una respuesta a la pregunta del principio: por qu deci-

    ' La irona del destino har que la nieta del poeta, Pin (Susana ) Lugon es, m ilitante

    izquierdista, pareja por un tiempo de Rodolfo Walsh -escritor y periodista asesinado por los

    militares durante la Guerra Sucia-, mue ra afnales de los aos setenta vctima de las torturas

    que su padre ide. Piri sola presentarse en pblico diciendo: Y o soy la nieta del poeta y la

    hija del torturador. Cuando Piri fue asesinada, Polo ya se haba suicidado, como tambin lo

    har Alejandro, uno de los hijos de Piri, que al igual que su bisabuelo se mat en Tigre. La

    historia de los Lugon es no es slo una terrible historia familiar; tambin represe nta la historia

    desgarradora de un pas.

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    dio quitarse la vida? Se sabe que en los ltimos aos de su existencia

    se le empezaron a recriminar sus oscilaciones polticas. l mismo se

    empez a sentirse decepcionado por la marcha poltica de su pas, un

    destino que de alguna manera l haba contribuido a tejer. Debido a es

    tos cruces de ideologas haba perdido a muchos amigos de su juven

    tud. Para entonces, tambin se encontraba en una situacin econmica

    y personal desesperada: pocos libros vendidos -haba dejado de ser

    aquel escritor emblemtico frente a la consolidacin de la nueva gene

    racin de escritores, liderada por Borges, Girondo, e tc .- adems de los

    escasos pesos cobrados por sus colaboraciones. Pero la gota que colm

    el vaso fue el final de su relacin con una joven amante obligado por

    las amenazas de su hijo Polo. Tal vez Lugones sinti que haba abusa

    do demasiado y eso quiz le pareci irreparable. Se mat deseando ser

    olvidado, suprimido, algo que el talento de su escritura no ha permitido

    hasta ahora.

    El escritor uruguayo, Horacio Quiroga se suicid un ao antes que

    Lugones, a la edad de cincuenta y ocho aos. En su cuento El hombre

    muerto, perteneciente

    aLos desterrados

    (1926), escribi: La m uerte.

    En el transcurso de la vida se piensa muchas veces en que un da, tras

    aos,

    meses, semanas y das preparatorios, llegaremos a nuestro turno

    al umbral de la muerte. Es la ley fatal, aceptada y prevista; tanto, que

    solemos dejarnos llevar placenteramente por la imaginacin a ese mo

    mento, supremo entre todos, en que lanzamos el ltimo suspiro. Qui

    roga siempre estuvo obsesionado con la muerte; la mayora de sus

    cuentos son desoladores y muestran un gran conocimiento y compren

    sin del dolor, herencia de la tragedia que lo acompa desde nio. La

    leyenda de su vida empieza en Uruguay cuando, siendo tan slo un

    beb de dos meses y medio, a su padre, aficionado a la caza, se le dis

    par accidentalmente la escopeta, y el tiro, que le alcanz en el pecho,

    lo mat en el acto. Ocurri cuando regresaba a casa, en presencia de

    toda la familia, y su madre, asustada, solt al beb de sus brazos. Aos

    despus, su padrastro se suicid tras sufrir un derrame cerebral que lo

    haba dejado paraltico. En 1902, un amigo suyo, Federico Ferrando,

    que se iba a batir en duelo, result muerto cuando a Horacio, que revi

    saba la pistola, se le dispar una bala que entr por la boca de su ami

    go. Tuvo que pasar unos das en la crcel durante los cuales se le

    interrog intensamente. Cuando sali de la prisin, deprimido y afecta

    do,

    decidi mudarse a Buenos Aires. En 1907, cuando ejerca el cargo

    de maestro, se enamor de una de sus alumnas, Ana Mara Cires, de

    tan slo quince aos, y a quien le doblaba la edad. Se casaron dos aos

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    despus y se marcharon a la selva de Misiones, donde nacieron sus dos

    hijos,

    Egl y Daro. Sin embargo, seis aos despus, Ana Mara, aisla

    da y aterrorizada por la vida inclemente en la selva, rodeada de ser

    pientes y otros peligros, ingiri una sobredosis de sublimado y agoniz

    durante ocho das. Ms adelante, sus dos hijos tambin se suicidarn,

    Egl,en 1938, y Daro, en 1951 . La muerte rond su vida de forma tan

    vivida que quiz por eso protagoniz episodios en los que pareca de

    safiarla: se enfrentaba a las vboras,a.losros crecidos, al sol, y si una

    herida se le infectaba, nunca recurra al mdico.

    Sin embargo, en vida Quiroga tambin fue un hombre de una gran

    vitalidad, poseedor de una personalidad estrafalaria. Haba vuelto a na

    cer despus de un viaje a San Ignacio (Misiones), realizado en 1903

    junto a Leopoldo Lugones, quien le haba propuesto que le acompaara

    en una excursin por la selva como fotgrafo. Quiroga qued inmedia

    tamente impactado por la exhuberancia de la selva, donde, como vi

    mos,

    ms adelante se instalar. A lo largo de su vida realiz proezas

    excntricas y eclcticas que Leonor Fleming ha resumido esplndida

    mente:

    Trabaj con entrega total e igual inconstancia en todas las actividades: en

    los peridicos y tertulias literarias juveniles, como algodonero en el Chaco y

    yerbatero en Misiones; fabric dulces, macetas, mosaicos de bleck y arena, re

    sina de inciens