Crónica de Una Bien Amada Vieja Sucia

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Crónica de una bien amada vieja sucia Por: Natalia Möller González Matilde, recepcionista en un consultorio, encontró el cuerpo de La Muñeca en la madrugada. Cuenta que la vieja durmió muchos años a la entrada del edificio, en la esquina de avenida Holanda y calle San Pío. Matilde es beata, soltera, y gusta de ayudar a los necesitados. “Para que vivan agradecidos y no enojados, añade, agravando el semblante. A La Muñe le llevaba todos los días sobras de su ya escasa cena, y por eso sabe algo de sus andanzas. Cuenta que apenas se iban los últimos conserjes en la noche, ella estiraba sus cartones, y sobre ellos, un saco de dormir que era pura mugre. Por la mañana los conserjes la despertaban, los más crueles a patadas, otros la pinchaban con una varilla para no tocarla. “Ella, me dice Matilde, “se desperezaba, asumiendo golpes y reproches como quien recibe desayuno en la cama. Se levantaba con la calma de quien no tiene deberes ni vergüenzas, enrollaba su saquito sin sacudirlo, doblaba sus cartones y escondía todo entre unas vallas de aligustre que dan hacia el estacionamiento de los patrones. Partía a caminar luego por las aceras, metiendo mano en basureros, mendigando cualquier cosa a las personas de cara buena y a los turistas. Cuando el último vigilante del edificio se retiraba, La Muñe volvía serena a estirar su cama”. Algo parecido me cuentan los conserjes del edificio. Me rodean, ávidos por reírse en jauría de sus historias sobre la vieja. Claramente, el recuerdo más vivo que dejó la anciana entre ellos fue la hediondez que despedía. A don Lucho, el más viejo, se le escapa un lagrimón mientras escucha a los demás, y con una de sus imponentes

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Crnica de una bien amada vieja sucia Por: Natalia Mller Gonzlez

Matilde, recepcionista en un consultorio, encontr el cuerpo de La Mueca en la madrugada. Cuenta que la vieja durmi muchos aos a la entrada del edificio, en la esquina de avenida Holanda y calle San Po. Matilde es beata, soltera, y gusta de ayudar a los necesitados. Para que vivan agradecidos y no enojados, aade, agravando el semblante. A La Mue le llevaba todos los das sobras de su ya escasa cena, y por eso sabe algo de sus andanzas. Cuenta que apenas se iban los ltimos conserjes en la noche, ella estiraba sus cartones, y sobre ellos, un saco de dormir que era pura mugre. Por la maana los conserjes la despertaban, los ms crueles a patadas, otros la pinchaban con una varilla para no tocarla. Ella, me dice Matilde, se desperezaba, asumiendo golpes y reproches como quien recibe desayuno en la cama. Se levantaba con la calma de quien no tiene deberes ni vergenzas, enrollaba su saquito sin sacudirlo, doblaba sus cartones y esconda todo entre unas vallas de aligustre que dan hacia el estacionamiento de los patrones. Parta a caminar luego por las aceras, metiendo mano en basureros, mendigando cualquier cosa a las personas de cara buena y a los turistas. Cuando el ltimo vigilante del edificio se retiraba, La Mue volva serena a estirar su cama.Algo parecido me cuentan los conserjes del edificio. Me rodean, vidos por rerse en jaura de sus historias sobre la vieja. Claramente, el recuerdo ms vivo que dej la anciana entre ellos fue la hediondez que despeda. A don Lucho, el ms viejo, se le escapa un lagrimn mientras escucha a los dems, y con una de sus imponentes manos se golpea la mejilla para aplastarlo, como si de una mosca fastidiosa se tratase. Se excusa, y procede a esconder en vano su cuerpo enorme tras un escritorio diminuto.

Lucrecia limpia el bufete de abogados que ocupa todo el piso veinte, el ltimo. La encuentro en su hora de almuerzo, sentada sobre un muro enano a un costado del edificio. Sus compaeras comen todas en un cuartucho sin ventanas en el piso veinte. Imagnese, me cuenta, los ventanales de los abogados dan hacia la cordillera y el ro, pero el cuarto de servicio no tiene siquiera vas de ventilacin. Por eso, ella prefiere comer afuera, aunque no tenga mesa. Abre sobre su regazo una bandejita de tupperware con ensalada Csar, a la que le echa el jugo de medio limn y unas pizcas de sal que trae en una bolsita. Me ofrece un huevo duro de su cartera y yo se lo acepto. Me cuenta que La Mue era dulce como una nia. Si una quera ser su amiga, eso s, haba que tener agallas para aguantarle el hedor. Me cuenta que extraa mucho a la vieja porque contaba historias que la hacan rer mucho, por ejemplo aquella de cuando su mam la sorprendi masturbndose. Lucrecia suelta una carcajada y alcanzo a ver el huevo masticado sobre su lengua. Lo que pasa, me cuenta entretenida, es que cuando muy pequea descubri las delicias del chorro de la ducha y se volvi adicta a sus goces. No pensaba en otra cosa. Se duchaba maana, tarde y noche. Hasta que la mam la pill con las manos en la masa y le dio una gran paliza mientras le gritaba nia cochiiina! nia suuucia!. A Lucrecia se le apaga la sonrisa, y de pronto, el cielo se pone gris de nubarrones. Me mira algo avergonzada, y agrega que era ms gracioso cuando La Mue lo contaba. Pero quizs, le digo yo, ah est el meollo; quizs por eso ya no se baaba. Quizs, me dice Lucrecia, pensativa. Constanza tiene una escuela de yoga en el edificio y sale a fumar varias veces al da. Matilde me cuenta que es la ms chismosa de por ah, as que me acerco para ver si sabe algo de La Mue. Uhhh s, me responde, esa vieja furcia. Pregntele a don Lucho, agrega, y como que se le atasca en el cogote una risilla ronca de nicotina. Luego, exhala el humo pausadamente, sin duda disfrutando del suspenso en que me tiene. Una noche volv a buscar un celular que se me haba olvidado, y los escuch. Solicit que despidieran a don Lucho por degenerado, pero la administracin se neg, porque dizque les pareci improbable mi relato y Constanza da vuelta los ojos de indignacin. Pero ni que fuera yo mensa, yo s que eran ellos, porque en la oscuridad escuch la voz de don Lucho clarita...clariiita... que murmuraba entre gemidos, haga de cuenta, muequita, que mi lengua es su estropajo.