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CRÓNICAS DESDE MI PUEBLO JOSE MANUEL RODRÍGUEZ ALARCÓN

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CRÓNICAS DESDE MI PUEBLO JOSE MANUEL RODRÍGUEZ ALARCÓN

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Crónicas desde mi puebloCrónicas desde mi puebloCrónicas desde mi puebloCrónicas desde mi puebloCrónicas desde mi pueblo

RECUERDOS RECUERDOS RECUERDOS RECUERDOS RECUERDOS Y NOSTY NOSTY NOSTY NOSTY NOSTALGIASALGIASALGIASALGIASALGIASEste mes he decidido dejar a un lado la música (aunque no del todo, como veréismás adelante) y compartir con vosotros algunos de los recuerdos de miadolescencia y juventud, antes de que el Alzheimer, o simplemente el olvido,los borre de mi memoria. Por aquello de que “cualquier tiempo pasado fue mejor”,o simplemente porque fue la vida que nos tocó vivir a cada uno, con sus buenosy malos recuerdos, que es lo que nos va quedando según vamos cumpliendoaños.

En aquellos tiempos (hablo de finales de los 50), en los que la televisión apenasera conocida, había pocas alternativas para la diversión de los que entoncesteníamos catorce o quince años y especialmente los que vivíamos en un pueblo.El cine los domingos, los billares y algún guateque de forma esporádica. (Decine hablaré otro día)

El baile estaba mal visto por el Estado y por la Iglesia. Era muy peligrosa esa “proximidad” entre chicos y chicas. Por eso enmi pueblo sólo había baile los domingos por la tarde y de una forma muy controlada. Sólo tenían acceso los mayores de edad(que entonces creo que era a los 21 años), por lo que a los más jóvenes sólo nos quedaban las contadas ocasiones en que,con motivo de alguna boda, se relajaba un poco el control de acceso (vamos, ¡que nos colábamos!). Y entonces podíamos veralgo que, si se lo contamos hoy a nuestros hijos, no se lo creen.

El baile de mi pueblo era una sala grande y destartalada, con algunas sillas pegadas a las paredes, donde se sentaban laschicas normalmente. La iluminación era potente (nada parecido a la semipenumbra en que se mueven los jóvenes de hoy díaen las discotecas). En una especie de nicho abierto en la pared se metía la orquesta (tres o cuatro “músicos” que con másafición que conocimientos trataban de animar a la gente para que bailara). Las chicas que no estaban sentadas, bailabanjuntas esperando que dos “valientes” se decidieran a “sacarlas a bailar”. Pero los chicos de entonces, que no habíamospasado por ninguna academia de baile, (o sea, que no teníamos ni idea de bailar), esperábamos a que tocaran una lenta, queera más fácil de bailar y además permitía mantener la típica conversación con la chica a la que apenas conocías (“¿Vienes

mucho por aquí?” ó “¿Qué música te gusta?”)

Pero entonces aparecía la figura más pintoresca y representativa de aquellostiempos. En mi pueblo le llamábamos “el bastonero”. Se trataba de una persona,supongo que pagada por el dueño del baile, con el beneplácito del cura. Iba “armado”con una especie de pértiga larga pintada a franjas rojas y blancas y su misiónconsistía en acercarse a aquellas parejas que se “arrimaban” demasiado pararecriminarles su actitud. Normalmente no hacía falta que les dijera nada, pues encuanto veían que se aproximaba (y era fácil verlo por la altura de la pértiga),automáticamente se establecía una prudente distancia entre los bailarines (quetambién automáticamente se acortaba en cuanto el bastonero se daba la vuelta) Ycon ese inocente juego, se pasaba la tarde del domingo o de la boda correspondiente.

Pero aquello no era suficiente para los más jóvenes, por lo que nacieron los famosos“guateques”, de tan gratos recuerdos para muchos. Para hacer un guateque hacíanfalta varias cosas. Lo primero era un sitio donde hacerlo. Siempre había alguien enla “panda” que tenía una casa con una habitación lo suficientemente grande comopara poder bailar y unos padres lo suficientemente comprensivos para que ese díase fueran a visitar a esos familiares a los que hacía mucho tiempo que no veían. Losegundo y más importante eran las chicas. A veces eran las amigas de la hermanao prima de alguno de los chicos. Otras eran conocidas del colegio o instituto y más

de una vez eran simples desconocidas, reclutadas en la calle con el reclamo de “¿Quieres venir a un guateque? Tenemosmuy buena música, bebidas y hasta bocadillos”.

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Pero tan importante como todo lo anterior era el tocadiscos, que entonces eran escasos y bastante malos. El afortunadoposeedor de un tocadiscos en aquellos tiempos era el rey de los guateques. Todo el mundo se lo rifaba para que asistieraal suyo, pues sin tocadiscos no había guateque (Bailar con la música de la radio estaba totalmente descartado, pues nopermitía uno de los mayores placeres de los guateques: elegir la música que uno quería bailar, después de inspeccionarconcienzudamente las carátulas de los discos y las canciones que contenían).

Como yo no destacaba precisamente por mi belleza ni por mis habilidades como bailarín, decidí que la única oportunidadque me quedaba para triunfar en los guateques era tener un tocadiscos. Pero había que buscar un motivo que justificara taninnecesario desembolso ante los ojos de mi madre. Y este motivo surgió de forma indirecta.

Por entonces yo cursaba los estudios de Perito Mercantil, una de cuyas asignaturas más importantes era el inglés. Yohabía estudiado francés en el bachillerato, por lo que de inglés no tenía ni idea. Esto, unido a que la catedrática de estaasignatura era una auténtica “hueso” hizo que me suspendieran en junio y en septiembre. En mi pueblo no había nadie consuficientes conocimientos de inglés como para darme clases, por lo que había que buscar una solución urgente. Había querecurrir a los cursos por correspondencia, que por aquel entonces empezaban tímidamente a aparecer. “Mamá – le dije –necesito aprender inglés por correspondencia para poder aprobar esta asignatura”. Casualmente el curso que elegí, ademásde los consabidos fascículos mensuales, iba acompañado de unos discos microsurcos, donde el profesor y otros personajesdel curso hablaban y desarrollaban las distintas lecciones, lo que permitía aprender la difícil pronunciación anglosajona.Además, ¡que casualidad!, regalaban un flamante tocadiscos KOLSTER, que todavía conservo como una reliquia, parapoder oír los citados discos. El curso de inglés nunca llegué a terminarlo, aunque me sirvió para aprobar la asignatura, peroyo ya tenía un tocadiscos, que era de lo que se trataba.

Una vez conseguido el tocadiscos, el siguiente paso era conseguir discos para hacerlo funcionar, porque sin discos, noservía para nada. Pero al presupuesto familiar no se le podían pedir nuevos dispendios, por lo que de nuevo tuve que recurrira soluciones indirectas. Ocurrió que una famosa marca de coñac regalaba un disco por cada tres etiquetas que enviaras.Así que me vi buscando las dichosas etiquetas entre los familiares, amigos, bares, etc. Al final conseguí las suficientespara que me enviaran tres o cuatro discos de cuatro canciones cada uno. El problema es que entre las dos canciones de

cada cara estaba grabada una cancioncilla de propaganda de lamarca, que seguro que muchos recordaréis. Era aquello de “Estácomo nunca el coñac que mejor sabe, F. . . . . . .” Por más queintente borrar esa parte del disco, incluso rayándola, no hubo manera,la dichosa cancioncilla sonaba y sonaba y sonaba.

Poco a poco fui haciéndome con una pequeña colección de discos,a base de dedicar prácticamente la totalidad de la paga a la comprade los mismos. Todavía recuerdo el primer disco que compré. Setrataba de una versión del Sheila de Tommy Roe cantada por losT.N.T., un grupo sudamericano compuesto por tres hermanos (Tim,Nelly y Tony, de ahí el nombre) que tuvieron bastante éxito en España.Desgraciadamente no conservo el disco. Seguro que lo perdí enalguno de los guateques, pues allí todo el que tenía algún disco lollevaba, se mezclaban todos y al terminar era fácil que algún listillose llevara lo que no era suyo. Sin darse cuenta, por supuesto.

Después vinieron los discos de Serrat, Miguel Rios, Los Relámpagos,Enrique Guzmán, Los Brincos, Cliff Richard y los Shadows, y tantosy tantos otros. Incluso llegué a tener una “corresponsal” en el

extranjero, que me enviaba desde Londres, que entonces era la capital del mundillo musical, los discos que triunfaban allí,como Los Beatles, Petula Clark, Tom Jones, Sandie Shaw, etc., mucho antes de que fueran conocidos aquí.

Como conclusión os puedo decir que, a pesar de tener el tocadiscos y los discos, que tantos esfuerzos me habían costado,nunca llegué a triunfar plenamente en los guateques. Por lo menos espero que estas vivencias os hayan hecho recordarotras parecidas y os animo a que nos las contéis a los demás.

José Manuel Rodríguez Alarcón

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DIAS DE CINEDIAS DE CINEDIAS DE CINEDIAS DE CINEDIAS DE CINESi en el anterior artículo recordábamos que el baile era una de las pocas diversiones que en los años 50 y 60tenía la juventud de entonces, esta vez quisiera hablar del cine, que eraotra forma de pasar las tardes de los domingos, especialmente de esosfríos y lluviosos domingos de invierno, donde lo de menos era la películaque nos “echaran”. Lo más importante era que el cine tenía calefacción yallí se podía pasar la tarde por poco dinero y a una temperatura agradable.

Yo he tenido la suerte de estar muy relacionado con el cine desde peque-ño. Al acabar la guerra, mis padres compraron en mi pueblo lo que habíasido un cuartel del ejército y con muchos esfuerzos y visión de futuro,transformaron uno de los edificios, el más grande de los que formaban elcuartel, en un cine. Le pusieron una rústica pantalla, unas incomodasbutacas de madera, compraron un proyector de segunda mano y se dis-pusieron a alegrar un poco la vida de las gentes, después de las penalida-des que habían pasado en la guerra.

Fueron unos pioneros, porque el cine por aquel entonces estaba en sus comienzos en España y la gente noestaba acostumbrada a ir a ese tipo de espectáculo. Además las pocas películas que llegaban a nuestro país, enplena guerra mundial, no eran muy atractivas, por lo que al principio hubo que vencer la reticencia utilizando laimaginación. Los domingos, a la salida de misa de 12, que era a la que acudía la gente más importante delpueblo, se repartían unos pequeños folletos a todo color, donde junto con las fotografías de los principalesintérpretes, se anunciaba el título de la película que se iba a proyectar por la tarde. Además, en los primerostiempos, se llegó a obsequiar con una taza de chocolate o un refresco a los escasos asistentes.

En verano el cine se hacía en el patio principal de lo que había sido el cuartel, y como la casa de mis padresestaba en uno de los lados de dicho patio, yo he tenido la suerte de poder ver el cine desde mi cama, cuando erapequeño, lo que supongo que muy pocos han podido hacer. Sin embargo, tenía el inconveniente de que no mepodía dormir hasta que terminaba la película, por el alto volumen de los altavoces por los que se reproducía elsonido de la misma.

Desde pequeño me acostumbré a subir a la cabina de proyección en las horas previas a que comenzara lasesión, donde un esforzado empleado se afanaba en preparar los “ro-llos” de película para su proyección. Las películas se recibían en unas“latas” metálicas, a través del autobús que unía mi pueblo con la capi-tal. Lo primero que había que hacer normalmente era “rebobinarlas”,ya que venían después de haberse proyectado en otro pueblo y por lotanto estaban “del revés”. Para ello se utilizaba un primitivo manubrio,donde el citado empleado ejercitaba sus músculos dando vueltas a lamanivela. Muchas veces la película tenía algún trozo en mal estado,por lo que había que cortar y empalmar, lo que originaba que el suelode la cabina siempre estuviera lleno de trozos de celuloide confotogramas de la película, alguno de los cuales yo me llevaba paraenseñárselo a mis amigos.

La proyección comenzaba obligatoriamente con el consabido NO-DO,por el cual nos enterábamos, con meses de retraso, de lo que el régimen quería contarnos sobre lo que ocurríaen España y en el mundo, y donde no podía faltar la inauguración de algún pantano por Su Excelencia, los Corosy Danzas de la fiesta del Primero de Mayo o algún partido de fútbol jugado por la selección nacional.

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Después comenzaba la película, pero como solo contábamos con un proyector, no se podía ver toda de unavez, sino que había que hacer “descansos” para cambiar el rollo de película. Dependiendo de la duración de lamisma, podían ser uno o dos descansos, que la gente aprovechaba para tomarse un refresco en el bar con elque contaba el cine, o para hacer comentarios sobre la película. Además, durante los descansos sonaba inde-fectiblemente la canción “Maruzzella”, de Renato Carosone, porque era el único disco que teníamos, con lo cualllegué a aborrecer la dichosa canción, después de escucharla tantas veces.

Durante la proyección y dependiendo del tipo de película, no faltaba el típico graciosillo que comentaba en vozalta alguna de sus ocurrencias, entre el regocijo del resto de la concurrencia. Y ahí estaba Fernando, el acomo-dador, quién linterna en mano acudía presuroso a restablecer el orden y el silencio, bajo la amenaza de expulsaral bromista. También ocurría a veces que la película se desenfocaba, se cortaba o se enredaba, con lo que laproyección se detenía, entre la rechifla general, hasta que el “maquinista” conseguía volver a reanudarla. Enton-ces ya sólo se oía el ruido de las “pipas” al ser abiertas con los dientes antes de ser ingeridas. (Todavía quedabamucho tiempo para que nos llegara la moda de las palomitas de maíz).

Las películas que nos llegaban entonces eran sobre tododel oeste (de indios y vaqueros), de romanos, musicalesy algunas románticas, donde habían sido convenientemen-te censuradas las escenas que tuvieran, aunque fueraremotamente, un cierto contenido relacionado con el sexo.Por supuesto que no vimos nunca en aquellos años nin-gún beso en pantalla, pues la escena terminaba cuandoel galán de turno se aproximaba a la heroína con la aviesaintención de unir sus labios con los de ella.

Cuando más adelante se relajó un poco la censura y laspelículas ya no venían “cortadas”, la Iglesia se inventó unsistema llamado “Calificación moral de las películas”, oalgo parecido. Dicho sistema consistía en que a cada pe-lícula, previo concienzudo examen por parte de un cen-sor, se le asignaba un número que indicaba el tipo de per-sonas que podían ver la misma. El 1 era para todos los públicos, el 2 para los jóvenes, el 3 era para mayores,el 3-R era para “mayores con reparos”, y las películas calificadas con un 4 eran “gravemente peligrosas”, esdecir, que si no te confesabas inmediatamente después de verlas, corrías un serio peligro de ir a dar con tushuesos, o con lo que quedara de ellos, al infierno para toda la eternidad. Afortunadamente para nuestra saludespiritual, de estas últimas llegaban pocas películas.

Estas calificaciones se exponían todos los domingos en la puerta de la iglesia del pueblo y era casi un ritual elir a consultarlas, para saber si podíamos ver las películas con tranquilidad o si nuestra conciencia nos iba aestar dando la “lata”, reprochándonos el haber visto semejante inmoralidad. La verdad es que los censores eranbastante rigurosos y enseguida les asignaban un 3, un 3-R e incluso un 4 a películas que hoy en día nosparecerían de lo más inocentes. Si hoy siguiera existiendo dicho sistema, tendrían que ampliarlo al 5, 6 y puedeque hasta el 10 para calificar algunas de las películas que vemos en el cine y televisión.

De cualquier forma, a mi me gustaban todas (las películas, se entiende), seguramente porque nunca me costódinero ir al cine y además lo tenía al lado de casa, con lo cual me veía todas las películas que ponían, fueranbuenas, malas o regulares. Y además, como decía al principio, era una forma barata (¡sobre todo para mí!) ycómoda de pasar las tardes de los domingos junto con los amigos, resguardados de las inclemencias deltiempo.

José Manuel Rodríguez AlarcónJosé Manuel Rodríguez AlarcónJosé Manuel Rodríguez AlarcónJosé Manuel Rodríguez AlarcónJosé Manuel Rodríguez Alarcón

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Crónicas desde mi puebloCrónicas desde mi puebloCrónicas desde mi puebloCrónicas desde mi puebloCrónicas desde mi pueblo

HérHérHérHérHéroes de papel (I)oes de papel (I)oes de papel (I)oes de papel (I)oes de papel (I)En esta ocasión vamos a retroceder unos cuantos años más y nos re-montaremos a cuando teníamos ocho o diez años ¿Os acordáis? Enaquella época de mi vida, además de jugar con los amigos, una de misdiversiones favoritas era leer “tebeos”. Entonces no se llamaban “comics”como ahora. Eran simplemente tebeos y para nosotros había dos clasesmuy diferenciadas: “de risa” y “de guerra” y luego estaban “los de chicas”de los que no puedo hablar por mi absoluto desconocimiento del tema.

Todavía recuerdo la ilusión con la que esperaba la llegada del domingo, elúnico día completamente libre que teníamos, pues hasta los sábados había colegio. El domingo suponía uncambio en la rutinaria vida que llevábamos y que incluía la obligatoria y deseada visita a mi abuelo Manolo, queno solo servía para reforzar nuestros vínculos familiares, sino que además, mi abuelo me obsequiaba habitual-mente con una peseta, que extraía siempre de un bolsillo de su eterno chaleco de pana.

Con aquel tesoro, más lo que obtenía de mis padres, la siguiente visita obligada era la casa de la “tía” María, “lapipera”. No se trataba de un quiosco, sino de una pequeña tienda, situada en la Plaza Mayor del pueblo, donde,además de los consabidos dulces, pipas, regaliz y otras delicias, estaban expuestas las últimas novedades delas diferentes colecciones de tebeos que por entonces triunfaban entre los niños y adolescentes.

La elección era muy difícil, porque todos presentaban unas portadas a todo color, llenas de imágenes sugeren-tes, donde los diferentes héroes se esforzaban en hacer “morder el polvo” a los malvados de turno y de pasoconquistar a las heroínas correspondientes. Ante la dificultad de la elección, mis amigos y yo optamos por laespecialización: uno hacía la colección de El Capitán Trueno, otro la de El Guerrero del Antifaz, otro la deMendoza Colt y a mi me correspondió hacer las de El Jabato y EL Cosaco Verde, de las que aún conservo

bastantes ejemplares.

El resto de la mañana del domingo la dedicábamos a leer confruición las diferentes aventuras de los tebeos que habíamoscomprado. Cuando terminábamos de leer nuestros propiostebeos, los intercambiábamos con los que habían adquirido losdemás amigos y así seguíamos las peripecias de seis o sietepersonajes principales acompañados de sus respectivos per-sonajes secundarios, de todos los cuales hablaré luego con unpoco más de detalle. Lo malo (o lo bueno) de estos tebeos esque nunca coincidía el final de una aventura con el final del tebeo,por lo que siempre nos quedábamos con la intriga de lo quesucedería en la siguiente entrega. Así esperábamos con una granilusión la llegada del domingo, para poder saciar nuestra curiosi-

dad, a la vez que quedábamos nuevamente “enganchados”, ya que la aventura siempre se interrumpía cuandoel héroe se encontraba en una situación comprometida, rodeado de “malos” por todas partes y sin escapatoriaposible.

Además de las nuevas adquisiciones, también existía el mercado de “segunda mano”. Éste tenía lugar normal-mente en el colegio y consistía en intercambiar tus propios tebeos (normalmente los viejos y de diferentescolecciones) por otros tebeos similares que tenían los compañeros de colegio y que tú no habías leído. Esteintercambio se hacía en condiciones de igualdad, es decir, “tú me prestas veinte tebeos (por ejemplo) y yo tepresto otros veinte”. También se pactaba la fecha en la que los tebeos, una vez leídos, se devolvían a susrespectivos dueños, para que estos a su vez, los volvieran a intercambiar con otros ávidos lectores.

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Yo creo que esta lectura de tebeos nos inició a muchos en el há-bito de la lectura, que luego hemos continuado con otro tipo delecturas de mayor o menor nivel intelectual, pero recordando siem-pre con un inmenso cariño a aquellos héroes que nos alegraronnuestra niñez y al curioso vocabulario que empleaban en sus res-pectivas aventuras. ¡Que lástima que los niños de ahora prefieranver la “tele”, o jugar a los “marcianitos” en lugar de leer un cómic oun libro! No es extraño que cuando escriben cometan numerosasfaltas de ortografía. Pero bueno, ese es otro tema.

De entre los tebeos “de risa”, yo tenía especial predilección por elTBO, cuyas siglas nunca he sabido lo que significaban, pero quedio nombre a todos los demás “tebeos” en España. Por algo empezó a publicarse en Barcelona en 1917. En elTBO había dos secciones fijas que le diferenciaban de los demás. Una era la del Profesor Franz de Copenhague,con sus increíbles inventos y otra era la que narraba las aventuras y desventuras de la familia de D. Ulises yDoña Sinforosa, con sus tres hijos y la abuela, que siempre aparecían en la contraportada.

Otro de mis favoritos era el “Pulgarcito”, que empezó a publicarsenada menos que en el año 1921, con personajes tan entrañablescomo el siempre hambriento Carpanta, el tierno Gordito Relleno, elDoctor Cataplasma y su criada Panchita, la tartamuda Petra (Cria-da para todo), el loco Carioco o las inefables Hermanas Gilda.

En el “Jaimito” no había personajes destacados, a excepción delpropio Jaimito y su pandilla y el Soldadito Pepe. Otros tebeos deeste tipo eran el “Tio Vivo”, el “Pumby”, el “DDT” y algunos otrosde menor aceptación.

De entre los tebeos de “guerra”, yo siento un especial cariño porlos de “Diego Valor”. Eran unos tebeos raros, con un formato muy

pequeño, debido a que, como he sabido después, la editorial empleaba para su impresión los recortes quequedaban de otras publicaciones. Tampoco destacaban por la calidad de sus dibujos, pero el argumento eraoriginal para aquel entonces: Diego Valor, un español del siglo XXI, viaja hasta Venus junto con sus compañerosde aventura Portolés, Laffite y Beatriz Fontana. Allí se encuentran con tres razas:· Los brutales wiganes, liderados por el Gran Mekong, que dominan prácticamente el planeta.· Los artiles, más inteligentes pero poco dotados para la guerra, resisten con dificultad los intentos de conquis-ta de los wiganes, que pretenden extender su dominio al Universo entero.· Mientras los atlantes, tercera raza de origen terrestre, están aún en peor situación, sometidos a la esclavitudpor los wiganes.

Diego Valor se pone del lado de los artíles, quienes con su colaboración conseguirán derrotar a los wiganes trasuna gran batalla en la Luna. Lo curioso de estos tebeos es que primero fueron una serie radiofónica, que yo oíasiempre que podía, y que luego, ante el éxito de la serie, pasaron a publicarse en papel, en 1954. Inclusorecuerdo una parte de la sintonía de la serie, que a más de uno le sonará:¡Adelante, soldados de la Tierra! ¡Volad hacia el espacio misterioso! No temáis los azares de la guerra.Mostrad en otros mundos vuestro ardor, que os guía, valiente y victorioso, el gran Diego Valor.¡Diego Valor! ¡El piloto del espacio! ¡El guerrero sin temor!¡Diego Valor! ¡De los cielos caballero, de malvados el terror! (Continuará)

José Manuel Rodríguez Alarcón, [email protected]

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HérHérHérHérHéroes de papel (y II)oes de papel (y II)oes de papel (y II)oes de papel (y II)oes de papel (y II)Otros de los personajes imprescindibles de aquella época fueron Rober-to Alcázar y Pedrín. Una extraña pareja formada por un agente de laInterpol, siempre impecablemente vestido y peinado, que se dedica a ca-zar criminales por todo el mundo, y un chiquillo al que el primero descu-bre como polizón en el trasatlántico que lo traslada a Argentina y lo adoptacomo ayudante, para guiarle por el buen camino. Pedrín era el personajesimpático de la serie, que salpicaba las aventuras con desenfadadas ex-presiones como: “Atiza”, “Ostras, Pedrín” o “Toma jarabe de palo”, que luego se hicieron muy populares.De los tebeos dedicados al genero del “oeste” o de “indios y vaqueros”, el que más sobresalió fue MendozaColt. Las aventuras las protagonizaba Ricardo Mendoza (Mendoza Colt), el joven pistolero con sangre hispanaen sus venas y un anhelo profundo de justicia en su corazón, acompañado por Rabietas (Patas Cortas), el indioTouwani, Slim y Berta MacLeod. Empezó a publicarse en 1955 y en sus portadas destacaba un enorme revolverColt 45, como el que usaba el protagonista.Otro género que también tuvo mucho éxito fue el de los agentes secretos y entre ellos, Las aventuras del FBIprotagonizadas por el agente Jack Hope, acompañado por el gordinflón Sam y el jóven Bill Boy en su lucha sincuartel contra el mundo del crimen y la corrupción.Pero sin duda los tebeos que más aceptación tenían eran los que yo definiría como “héroes medievales”. Todosellos seguían un patrón parecido: un personaje principal, eterno luchador contra las injusticias de aquel tiempo,acompañado por un forzudo al que le encantaba pelear contra cientos de enemigos y por un chico joven queactuaba como escudero o ayudante. En algunos casos se añadía también una chica.El primero de estos héroes que apareció fue El Guerrero del Antifaz, que empezó a editarse en 1944 y seestuvo publicando nada menos que veintidós años, hasta 1966. La acción tiene lugar en la España de los últimosaños de la Reconquista. La condesa de Roca, embarazada de dos meses, es raptada en una incursión delreyezuelo musulmán Alí Kan, quien la convierte en su mujer. Al nacer el hijo de la condesa, su raptor cree ser elpadre, y el futuro Guerrero del Antifaz es educado como su hijo y heredero, destacando por su ferocidad en loscombates contra los cristianos. Cuando tiene veinte años, su madre le revela la verdad, a consecuencia de locual es asesinada por el reyezuelo. Intentando vengar a su madre, el protagonista hiere a Alí Kan, pero se veobligado a huir dejándole con vida.Agobiado por la culpa y el remordimiento, el falso hijo de Alí Kan se disfraza con un antifaz para ocultar suidentidad y decide dedicar su vida a combatir a sus antiguos correligionarios. A partir de ahí se suceden las

peripecias, primero en España, en los dominios de Alí Kan y de otros reyezuelosficticios, luego en Túnez, Argelia, Turquía y otros muchos lugares. Varias muje-res (Zoraida, Aixa, la Mujer Pirata) se sienten irresistiblemente atraídas por elGuerrero, pero él permanece fiel a su amada Ana María, hija del conde de To-rres, con la que por fin contrae matrimonio en el número 362 de la serie.El siguiente en importancia de este tipo de héroes es sin duda El Capitán True-no que empezó a publicarse en 1956. El protagonista es un caballero españolde la Edad Media que, acompañado por sus amigos Goliath y Crispín y, en oca-siones, también por Sigrid, novia de Trueno y Reina de la Isla de Thule, se dedi-ca a recorrer el mundo en busca de aventuras que le permitan plasmar su con-

dición de luchador por el débil, defensor de la justicia y liberador de los oprimidos. Goliath, en este caso, es elforzudo, antiguo leñador y auténtico “tragaldabas” que no puede pasar una hora sin comer. Lo que más le gustaes una buena pelea donde pueda demostrar el porqué le llaman “Cascanueces” (por su afición a romper lascabezas de sus contrincantes). Crispín es el personaje más joven, actuando como escudero del Capitán True-no, con la esperanza de que algún día él será nombrado caballero también.

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Ante el éxito de esta serie de tebeos, la editorial que los publicaba intentó repetir la jugada, haciendo entrega en1958 junto con el número 107 del Capitán Trueno, del primer cuadernillo de El Jabato. Así se iniciaba la vida deotro “héroe de papel”, con un personaje muy parecido al del Capitán Trueno, salvo que está ambientado en laépoca de los romanos y que aquí el forzudo se llama Taurus y no existe la figura del escudero. En los primeroscuadernos se produciría el encuentro con la dama del grupo: Claudia, una muchacha romana de buena familiaque había abrazado el cristianismo.Bastante después se incluyó el personaje quizás más recordado por todos los lectores de la serie: Fideo deMileto, un poetastro griego que continuamente martirizaba a Taurus con su lira y sus largas estrofas con las quenarraba las victorias de sus amigos.Menor difusión y popularidad, quizás por la repetición del mismo esquema, alcanzaron los tebeos de El CosacoVerde que se publicó a partir de 1960, siendo el guionista el mismo que el de los dos héroes anteriores. En estecaso está ambientado a mediados del siglo XIX en las inmensas estepas rusas y siberianas.Como era habitual en este tipo de tebeos, el protagonista iba siempre rodeado de un grupo de amigos incondi-cionales. El forzudo Karakán es un montañés gigantesco cuyo extraño idioma solo el Cosaco entiende. Iván esun adolescente a quien nuestro héroe adopta en el primer episodio, tras salvarle la vida. El humor lo pone SingLi, filósofo bajito y regordete, que tiene a mano un proverbio chino para cada ocasión, personaje en aparienciainofensivo pero capaz de sacarse un cartucho de la manga y provocar una escabechina en las filas del enemi-go. La eterna novia del protagonista es en este caso Sankara, bella mongola de armas tomar, hija de un jefe declan. Pretende casarse con el Cosaco, ya que -según ella- los padres de ambos los prometieron siendo niños.Hazañas Bélicas es básicamente una serie dedicada a la II Guerra Mundial, aunque muchos de sus episodioshacen referencia a acontecimientos contemporáneos a su publicación, especialmente a la guerra de Corea y alconflicto de Indochina. Comenzó a publicarse en 1948. Son muy de destacar sus dibujos, de una gran calidad,y sus argumentos en los que se esforzaban en destacar los valores humanos que afloran en el individuo debido

a las situaciones desesperadas que provocan los conflictos armados. Curiosamen-te los «buenos» eran siempre los aliados, pero a veces también hacían de buenoslos alemanes, ¿cuándo? cuando luchaban contra los rusos, los rusos siempre eranmás que malos, eran pérfidos, de acuerdo con la ideología política de la época.De entre la saga de los “Superhéroes” (El Hombre Enmascarado, Batman,Spiderman, etc.) hay que destacar a Superman. Era mi favorito (¿quién no ha soña-do alguna vez con tener sus superpoderes?) Empezó a publicarse en Estados Uni-dos en 1938 y en España bastante después.Como todo el mundo sabe, Superman nació en el planeta Krypton y viajó a la Tierraen una nave espacial fabricada por su padre, cuando tenía 2 ó 3 años de edad, antesde que se destruyera su planeta. En la Tierra fue adoptado por una pareja que viveen Smallville (un pequeño pueblo de Estados Unidos), con el nombre de Clark Kent.Poco a poco fue descubriendo los superpoderes que poseía y decidió emplearlospara combatir el mal y ayudar a los necesitados.

Se traslada a Metrópolis para estudiar en la universidad y después para trabajar como reportero del “DailyPlanet”. Allí conoce a Lois Lane con la que termina casándose con el tiempo.La única debilidad importante de Superman es explicada en detalle en el número 312 de la colección. Losfragmentos radioactivos del planeta, compuestos por el mineral llamado kryptonita, fueron lanzados por laexplosión al espacio. La kryptonita es letal en los kriptonianos, (en los humanos es inofensiva) y a Superman ledebilita enormemente cuando está cerca de algún fragmento, lo que en muchos episodios aprovechan susnumerosos enemigos para tratar de acabar con él, cosa que nunca consiguen, como es lógico. Hoy en día elpersonaje sigue gozando de una gran popularidad, siendo sus historias publicadas en decenas de países yademás su historia ha sido llevada al cine en numerosas ocasiones.Bueno, termino aquí este breve repaso sobre los tebeos de mi infancia, con la esperanza de que os haya traídotan buenos recuerdos como a mí.

José Manuel Rodríguez AlarcónJosé Manuel Rodríguez AlarcónJosé Manuel Rodríguez AlarcónJosé Manuel Rodríguez AlarcónJosé Manuel Rodríguez Alarcón [email protected]

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Crónicas desde mi puebloJUEGOS DE CALLE (I)José Manuel Rodríguez Alarcón ( [email protected])

Una de las muchas cosas que diferencian a los niños de ahora de los denuestra generación, es que los de ahora apenas salen a la calle para jugar,salvo escasas incursiones en algún parque cercano a sus casas y casisiempre acompañados por alguna persona mayor que los vigila. Estoy pen-sando en los niños de las grandes ciudades pero también en los de los pueblos cercanos, que se han convertidoen muchos casos en pequeñas sucursales de las grandes urbes, con casi todos sus inconvenientes y casininguna de sus ventajas.Ya sé que la vida ha cambiado mucho desde los años de nuestra infancia. Ahora el tráfico hace imposible jugaren la calle como hacíamos entonces. La inseguridad ciudadana, las drogas y otras muchas circunstancias,hacen que los niños tiendan a recluirse en sus casas en cuanto termina el colegio, sin hablar de los innumera-bles deberes que tienen que realizar y que apenas les dejan tiempo para jugar. Además ese tiempo lo dedican aactividades mucho más sedentarias como ver la televisión, jugar con el ordenador o la videoconsola, oír músicay cosas por el estilo.No digo que sea mejor ni peor que la infancia que nosotros vivimos. Simplemente es distinta. Aunque en el fondosoy de los que pienso que nosotros nos divertíamos más y de una forma más sana.Hoy me he puesto a recordar con cierta nostalgia los juegos a los que jugábamos en mi pueblo cuando éramosniños. La principal característica de estos juegos es que se desarrollaban en las calles o en la plaza del pueblo,salvo que las condiciones meteorológicas fueran muy adversas, o sea, cuando hacía un frío que “pelaba”,porque incluso cuando llovía siempre había algún tipo de juego a practicar en los hermosos soportales con losque cuenta la plaza mayor.La segunda característica es que no se necesitaban grandes inversiones ni costosos artilugios para jugar. Loselementos necesarios para el juego se encontraban a nuestro alrededor o era muy barato adquirirlos (chapas,canicas, tabas, etc.)La tercera característica de los juegos es que eran estacionales, es decir, estaban muy ligados a las estacionesdel año y también a ciertos acontecimientos deportivos que se producían en determinadas épocas del año,como las carreras ciclistas y fundamentalmente el Tour de Francia y la Vuelta a España. En esas fechas la plazadel pueblo se llenaba de innumerables circuitos, dibujados en la arena, que trataban de reproducir los vericuetosde las etapas ciclistas. Los más sofisticados llegaban a tener puertos de montaña y todo, formados por montí-culos de arena, que los esforzados ciclistas tenían que superar.Los “esforzados ciclistas” eran las chapas de los refrescos y cervezas que previamente habíamos recolecta-dos por los numerosos bares de la localidad. Las chapas no debían estar dobladas para que se deslizaranmejor. En algunos casos nos limitábamos a poner dentro de la chapa un papel con el nombre del ciclista ador-nado con los colores del equipo al que pertenecía, pero los más pudientes llegaban a poner una foto del propiociclista, recortada de alguna de las numerosas colecciones de cromos que entonces se vendían. Además seprotegía la foto con un cristal, cuidadosamente tallado para que encajara en la chapa. Esto hacía que la chapapesara más y fuera más fácil controlarla.Las etapas tenían un comienzo y una meta como las de verdad, y el juego consistía en que, por turnos, cada unoiba lanzando sus chapas empujándolas con un hábil movimiento combinado de los dedos pulgar e índice ocorazón (según estilos), para que recorrieran en el menor número de golpes posibles la distancia hasta la meta,pero teniendo cuidado de no colisionar con las chapas de los rivales, lo que frenaba nuestro avance, o salirse dela “carretera” porque eso suponía volver a la posición anterior y por lo tanto perder terreno. Lógicamente ganabael que primero llegaba a la meta, pero se jugaba solamente por el honor y el prestigio de ganar, sin que hubieraotra recompensa. Había también otras formas de jugar con las chapas, aunque no recuerdo bien sus reglas.Básicamente consistía en introducirlas en un agujero o “gua” previamente excavado en el suelo. Había quelanzarlas desde bastante distancia, colocando varias chapas en el dorso de la mano e intentando que todasentraran en el “gua”. Las que quedaban fuera, se perdían e iban a parar a manos de los rivales. (Continuará.)

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Crónicas desde mi pueblo

JUEGOS DE CALLE (II)José Manuel Rodríguez Alarcón ( [email protected])

Una de las cosas que más me sorprendían de los juegos es que de pronto y sin saber muy bien por qué, secambiaba a otro tipo de juego. Alguien (nunca supe quién era) decidía un buen día que se había terminado latemporada de chapas y que empezaba la de canicas, por ejemplo, y a partir de ese día, ya no se volvía a jugar alas chapas hasta el año siguiente.

Había varias formas también de jugar a las canicas, pero la que mejor recuerdo era “el triángulo”. Para jugar sedibujaba un triángulo en el suelo y se colocaban varias canicas en su interior, una o varias por cada jugador.Desde una cierta distancia y siempre desde el suelo, cada jugador lanzaba, con un movimiento similar al descri-to para las chapas, otra canica hacia el triángulo con la suficiente fuerza para que al chocar con las que estabandentro, las sacara fuera del mismo. Esas canicas pasaban a poder del jugador, pero si la canica que lanzaba sequedaba dentro del triángulo, no solo perdía esa sino todas las que hubiera conseguido sacar.

Había canicas de diversos tipos, pero las más utilizadas eran las de cristal, con vistosos colores en su interior,las de diferentes tipos de piedra pulida, también de colores y las debarro o cerámica, pintadas de diferentes colores. Estas últimaseran las que solían ponerse dentro del triángulo, porque eran lasmás baratas e importaba menos perderlas, aunque también se co-rría el riesgo de que si se golpeaban con suficiente fuerza, se par-tían y por lo tanto se perdían. Dependiendo de la suerte y la habili-dad, podías irte a casa con los bolsillos a reventar de canicas (no-sotros las llamábamos simplemente “bolas”) o con las manos va-cías.

El juego que nosotros llamábamos “el clavo” necesitaba, ademásde un clavo largo o instrumento punzante similar, unas determina-das condiciones meteorológicas, en concreto que hubiera llovido yque la tierra estuviera húmeda pero no encharcada, condicionesque se solían dar en primavera y otoño.

En el juego solían participar dos contendientes que dibujaban a bastante distancia uno de otro, un círculo o “isla”en el suelo. Situados cada uno en su isla, lanzaban por turno el clavo al suelo en dirección a la isla del contrarioy si se clavaba, y a una distancia no superior a un paso, dibujaban en el suelo otro pequeño círculo o figurageométrica similar. Después situándose en ella, volvían a lanzar el clavo hasta que fallaban porque éste noquedaba hincado en el suelo. En ese momento el contrario empezaba a hacer lo mismo hasta que fallaba ohasta que se cruzaban. Al cruzarse, cada jugador trataba de conquistar los barcos o pequeñas islas creadas porsu oponente. Para ello debían de hincar el clavo dentro del dibujo del contrario.

Se iban sucediendo las alternativas, con avances y retrocesos hasta que uno de los jugadores conseguía llegara la isla principal de su oponente, que había que conquistar por trozos. Cada vez que el jugador hincaba el clavodentro de la isla, trazaba una línea que pasaba por el punto donde había clavado y esa porción pasaba a supropiedad. Cuando la isla quedaba reducida a un trozo tan pequeño que el contrario no podía poner su pie dentrode ella, había perdido el juego.

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Otro juego de habilidad y destreza era el peón o peonza. Consistía en enrollar unacuerda alrededor de la peonza para que al lanzarla con fuerza al suelo, quedara“bailando” o sea, dando vueltas sobre si misma. Después había que conseguir pasarla peonza del suelo a la palma de la mano y de nuevo depositarla en el suelo sin quedejara de girar. Los más habilidosos conseguían hacer esto varias veces antes deque la peonza dejara de girar. Para ello se necesitaba que la peonza girase tan rápi-damente que apenas se moviera del sitio; “se duerme”, decíamos. Si recorría muchotrecho, “escarabajeaba”, y si saltaba, “repicaba”. Se solía pintar de diferentes coloresla parte superior de la peonza para conseguir un efecto visual muy curioso cuandoésta giraba.

En el juego que nosotros llamábamos “dola” (aunque en realidad se llama pídola) no se requería mucha habili-dad pero si fuerza y resistencia. Se echaba a suertes entre los jugadores y el que perdía tenía que hacer de“burro”. Se doblaba por la cintura, con las piernas algo flexionadas y los demás tenían que saltar por encima deél haciendo distintas figuras que iba ordenando el que “mandaba”. Si alguno fallaba al hacer la figura correspon-diente, se quedaba de “burro”. En otra variante del juego, el que saltaba se agachaba a su vez para que los

demás fueran saltando por encima y así todos hacían de “burro”.

Pero el juego de calle por excelencia era el fútbol, para el que no había épocas.Solo hacía falta que hubiera un número suficiente de jugadores y algo parecido auna pelota a lo que se pudiera dar patadas. El tener un balón era un lujo que noestaba al alcance de nuestros bolsillos en aquel entonces. Normalmente nosconformábamos con una pelota de goma, más o menos grande que solíamoscomprar entre todos en la tienda de la señora María “la pipera”.

Para empezar había que decidir los jugadores que formarían cada equipo. Paraello se recurría al conocido método de “echarlo a pies”. Los capitanes de cadaequipo se situaban a cierta distancia e iban avanzando uno hacia el otro colo-cando alternativamente uno de sus pies delante del otro hasta que llegaban a

juntarse. Si uno de ellos no podía colocar su pie en el hueco que quedaba, el otro podía empezar a elegir a losmiembros de su equipo. Lógicamente cada capitán trataba de llevar a su equipo a los más habilidosos o en sudefecto, a los más brutos que podían intimidar a los contrarios. Los que no destacábamos por ninguna de lasdos cosas, quedábamos relegados para el final de la elección y nuestra misión era “hacer bulto” y estorbar alcontrario.

Las porterías se improvisaban con dos piedras o con la ropa que nos quitábamos para jugar. Naturalmente nohabía árbitro y las discusiones sobre si la pelota había entrado o no entre los dos “palos” se podían prolongarindefinidamente. Evidentemente las reglas de juego se adaptaban a las condiciones del campo. No había fuerade juego ni fuera de banda y muchas veces el partido terminabacuando la pelota quedaba atrapada en algún tejado cercano o en elpatio de algún vecino con “malas pulgas”.

Había otros juegos como el rescate, el escondite, el pañuelo y mu-chos otros a los que seguro que hemos jugado todos y recorda-mos perfectamente, por lo que no quiero extenderme más en esterecuerdo nostálgico de los juegos de nuestra niñez. La conclusión:Creo que lo pasábamos muy bien jugando en la calle, a pesar de lafalta de medios, sin disponer de tantos juguetes como han tenidonuestros hijos y especialmente nuestros nietos, y sobre todo deuna manera más sana y divertida.

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En aquella época de nuestra infancia y adolescencia, las tardes y las noches de invierno se habrían hecho muylargas de no haber sido por la radio. Todavía me acuerdo con cariño de mi madre, mi hermana y yo sentadosalrededor de la mesa camilla, calentados por un bien preparado brasero y oyendo los programas que nos ofrecíala radio de entonces.

Los aparatos de radio eran bastante grandes, funcionaban con válvulas, que generaban bastante calor y solíannecesitar un pequeño aparato adicional llamado “voltímetro” que servía para estabilizar la corriente eléctrica entorno a los 125 voltios, que por entonces era el estándar, ya que era frecuente que se produjeran subidas ybajadas bruscas de tensión que, de no haber sido por el voltímetro, habrían estropeado aquellos vetustosaparatos. Estos eran capaces de captar emisiones en onda media y onda corta (todavía faltaba mucho paraque se inventara la frecuencia modulada).

Normalmente se escuchaban las pocas emisoras que por enton-ces emitían en Onda Media (Radio Nacional, Radio Madrid, RadioEspaña o Radio Intercontinental, hablando de Madrid) y sólo los muyvalientes se atrevían a escuchar Radio España Independiente, queemitía en Onda Corta desde fuera de España, como portavoz de losexiliados y de la oposición al régimen. La única emisora autorizadaa emitir noticias era Radio Nacional, en los conocidos “partes”, ytodas las demás emisoras estaban obligadas a conectar con la ra-dio oficial para emitir dichos noticiarios.

En mi familia solíamos escuchar Radio Madrid que, para mi gusto,era la que ofrecía los mejores programas de entretenimiento. Eraimprescindible escuchar todos los días las aventuras de una familia

típica española como era la formada por Matilde, Perico y Periquín (interpretados magistralmente por MatildeConesa, Pedro Pablo Ayuso y Matilde Vilariño, respectivamente), que nos hacían sonreir con sus ingenuasperipecias.

También hacían obras dramáticas, de autores clásicos o contemporáneos, en las que además de los citadosactores, intervenían otros muchos del notable cuadro de actores de dicha emisora. Pero lo que más aceptacióntenía eran los llamados “seriales”, de los que cada día se emitía un capítulo a las cinco de la tarde. De alguno deellos (como “Ama Rosa”) se superaron ampliamente los mil capítulos. El guión era de Guillermo Sautier Casaseca,uno de los más reputados guionistas de la radio de aquellos tiempos. El argumento contaba las desventuras deuna madre, Rosa Alcázar que, ante la perspectiva de una presunta muerte inminente, entrega a su hijo reciénnacido a una familia acomodada. El amor de esa madre la llevará a colocarse como ama de cría de la familia,convirtiéndose de ese modo en guardiana de su propio hijo, sin que éste sepa nada. Otros seriales que tambiéntuvieron mucho éxito fueron “Lo que nunca muere” (del mismo estilo que “Ama Rosa”) y “Dos hombres buenos”de aventuras en el Oeste americano, cuyo autor era José Mallorquí.

Crónicas desde mi pueblo

NOCHES DE RADIOJosé Manuel Rodríguez Alarcón([email protected])

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Otro tipo de programas con mucha audiencia eran los concursos, en los que los participantes conseguían impor-tantes premios si eran capaces de contestar preguntas de todo tipo. Como presentador de este tipo de progra-mas sobresalió sobre todo José Luis Pécker, un gran comunicador. No hay que olvidarse del gran Bobby Deglané,locutor chileno afincado en España, que presentó durante muchos años el programa “Cabalgata fin de semana”,un programa de variedades, con actuaciones musicales de los más famosos intérpretes del momento, entrevis-tas, humor, concursos, etc. En las retransmisiones taurinas y deportivas, especialmente el fútbol, destacabaMatías Prats. Otro gran locutor chileno, Raúl Matas, con su programa “Discomanía”, sentó las bases de losprogramas de música dirigidos a la juventud, donde se escuchaban y comentaban los últimos éxitos musicalesnacionales y extranjeros. Destacaba por su elegancia y sencillez en la forma de hablar y sus grandes conoci-mientos de la música que triunfaba en otros países, especialmente en Estados Unidos. Continuadores suyos dealguna manera fueron Tomás Martín Blanco, creador del programa “El Gran Musical”, y Ángel Álvarez, con susprogramas “Caravana musical” y “Vuelo 605”.

Mención especial merece Pepe Iglesias “El Zorro”, todo un genio. José Ángel Iglesias Sánchez nació en 1915en Buenos Aires, Argentina. “El Zorro” llegó a España en 1952, y muy pronto setransformó en un ídolo radiofónico en la Cadena Ser, siendo el cómico que trabajóen el primer programa de la televisión española.

Pepe Iglesias nos alegraba el corazón en aquella triste y gris España que no termi-naba de pasar la posguerra. Todos esperábamos ansiosos el programa de “El Zo-rro”, con su introducción que seguro que recordamos: “Soy “El Zorro”, zorro, zorrito,para mayores y pequeñitos; yo soy “El Zorro”, señoras, señores, de mil amores voya empezar». Su increíble capacidad para interpretar múltiples voces simultánea-mente, hacía pensar a más de uno que detrás de él habían más actores interpretan-do los papeles. El mejor ejemplo fue “El Hotel La Sola Cama” lleno de variadospersonajes.De sus múltiples personajes todos recordamos al “finado Fernández”. Un individuo

al que le pasaban las historias más disparatadas y graciosas, las cuales siempre terminaban con un “... y deFernández nunca más se supo”, frase que se hizo muy popular en España.

Como decía al comienzo, el brasero era un protagonista imprescindible en estas veladas radiofónicas. Al me-nos en mi pueblo era prácticamente la única forma de calefacción que estaba al alcance de todo el mundo. Unade mis obligaciones de niño era ir los sábados con una o dos latas a comprar el “cisco” para toda la semana. Elcisco era una especie de carbón vegetal que quedaba como residuo en los hornos de leña en los que entoncesse cocía el pan. Se formaban largas colas en las pocas panaderías del pueblo para adquirir tan preciado com-bustible. Después había que preparar dos o tres braseros, dependiendo del tamaño de la casa, para manteneruna temperatura aceptable en aquellos largos y fríos inviernos. De la habilidad de quien los preparaba, normal-mente mi madre, dependía el que estuvieran bien “prendidos” y no emitieran gases tóxicos, que podrían provo-car alguna desgracia. Una vez preparados y cuando el brasero parecía que calentaba menos, se revolvían lasbrasas con la “badila”, con lo que subía la temperatura de forma nota-ble. Este calor era especialmente agradable en las mesas camillas,dotadas de sus correspondientes “faldas”, para que el calor se con-servara más tiempo.

Lo malo era cuando llegaba el momento de irse a la cama, pues enlos dormitorios normalmente no había calefacción y el frío, en lascasas de pueblo, era impresionante. Las sábanas estaban heladas yno había forma de entrar en calor. Por eso muchas noches, antes demeterme en la cama, metía el brasero un ratito bajo las sábanas,para que se calentaran un poco. ¡Que imprudencia! Podía haber ar-dido toda la casa. Afortunadamente, nunca pasó nada.

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Crónicas desde mi pueblo

LAS FUERZAS VIVAS... (I)

José Manuel Rodríguez Alarcón ( [email protected])

Yo entonces no sabía como se llamaban. Luego, mucho más adelante, me enteré de que se les conocíacomo “las fuerzas vivas” del pueblo. Me refiero, naturalmente, al alcalde, el cura, el médico, el boticario (que escomo se llamaba entonces a los farmacéuticos), el sargento de la Guardia Civil, el director del Banco, el maestro

y algunos otros personajes con notoria influencia en la vida de cualquier pueblo.

Empezando por el alcalde, yo solo recuerdo haber conocido a uno en todosmis años de infancia y juventud. No sé si es que lo hacía muy bien o es que no habíaotro que quisiera aceptar dicha responsabilidad. Por entonces los alcaldes se elegían“digitalmente”, o sea, a dedo, y entre las cualidades que debían reunir, una de lasmás importante era que fueran adictos o simpatizantes con el “régimen”. En elcaso del alcalde de mi pueblo, reunía además la característica de ser el director dela única sucursal de un banco que existía en el mismo, concretamente el BancoEspañol de Crédito (al que todavía no se le conocía por Banesto). Esto le hacía seruna persona muy respetada por todo el pueblo, no sólo por el puesto que ocupaba,sino por sus cualidades personales. Era un hombre alto y delgado, siempreimpecablemente vestido y con sombrero, quizás para ocultar su absoluta falta depelo. Tenía un trato muy amable y buen conversador, seguramente aprendido ensus muchos años al frente de la entidad bancaria.

La Iglesia era sin duda en aquellos tiempos una de las instituciones básicas de nuestra sociedad yespecialmente en los pueblos, donde gran parte de la vida giraba en torno a la misma (misas, bodas, comuniones,bautizos, entierros, procesiones, etc.) Antes de hablar de los sacerdotes que pasaron por mi pueblo en aquellosaños, he de decir que la iglesia de mi pueblo es muy bonita (¡como voy a decir yo otra cosa!), está declaradaMonumento Histórico-Artístico Nacional y data del siglo XVI, con dos torres diferentes, de estilo mudéjar, que ledan un aspecto muy particular.

Al igual que lo ya relatado referente al alcalde, sucedía con el párroco de mipueblo. Yo sólo conocí a uno en los años de infancia y adolescencia. Era un hombrede estatura normal, pero con una personalidad arrolladora. Su voz grave y potenteresonaba entre los muros de la iglesia cuando los domingos se subía al púlpitopara obsequiarnos con sus sermones en la misa de doce. Entonces se utilizabanlos púlpitos, esa especie de balcón circular al que se subía por unas estrechasescaleras y desde el que se dominaba perfectamente a toda la concurrencia.Normalmente sus sermones estaban relacionados con las lecturas del día, peroen muchas ocasiones se trataba de verdaderas “broncas” que nos echaba por loque él consideraba como un flagrante deterioro de la moral y las buenas costumbres(llegó a negar la comunión a alguna señora que no vestía adecuadamente).

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Yo recuerdo que por aquel entonces las mujeres debían cubrirse la cabeza con un velo y llevar ropa quedejase al descubierto la menor proporción de piel posible. Incluso en verano, recuerdo a mi madre ponerse una

especia de “manguitos” que le cubrían los brazos, porquellevaba una blusa de manga corta.

Don Diego, que así se llamaba el párroco, en privadoera una persona de trato agradable, aunque algo distante ycon ciertos aires de superioridad, que le hacía ser muyrespetado y casi temido, pero no querido por la gente.Todavía recuerdo que cuando de niños lo veíamos pasar porla calle, era costumbre acercarnos a él para saludarlebesándole un anillo que llevaba en su mano.

Tenía inquietudes por mejorar la vida de susfeligreses y se embarcó en un gran proyecto para desarrollarunas escuelas de formación profesional, que después demucho batallar consiguió sacar adelante y donde seformaron muchos de los chicos y chicas que no tenían otra

posibilidad de ampliar sus estudios elementales, por falta de medios económicos, y que luego les permitióencontrar un buen trabajo.

Junto con la sotana negra hasta los pies, otra de las características curiosas de los sacerdotes de aquellostiempos y que a mí como niño me llamaba mucho la atención, era la “tonsura”, ese pequeño círculo de pelorapado en la cabeza, que yo siempre me pregunté como conseguirían los peluqueros hacerlo tan perfecto.

Además del párroco, siempre ha existido en mi pueblo otro sacerdote, normalmente joven, que le ayudabaen sus tareas pastorales. Yo recuerdo a dos, con los que tuve bastantetrato, primero don José Ignacio y luego don Jesús. Ambos eran jóvenes,entusiastas, recién salidos del seminario y con muchas ganas de ayudara la gente y especialmente a los niños y jóvenes del pueblo. Para atraersea los niños puso en marcha varias iniciativas que nosotros agradecimosante la falta de entretenimientos de un pueblo en los años de la posguerra.

Una de las actividades consistía en unas reuniones semanales,los domingos por la mañana después de la misa de niños, que era a lasdiez, en las que, además de alguna pequeña charla de tipo religioso, nosobsequiaba con tebeos que eran muy bien recibidos por nuestra parte.

Otra de las actividades que contaron con más afluencia de públicoinfantil, eran las sesiones de cine que nos ofrecía los domingos por la tarde. Se celebraban en el salón parroquial,que tenía su escenario, donde a veces se representaban obras de teatro, su patio de “butacas” (sillas normaleso bancos corridos), donde normalmente se colocaban las chicas, y su entresuelo, donde nos ubicaban a loschicos. En el escenario se desplegaba una pantalla de cine y con la ayuda de un pequeño proyector, se ofrecíanlas películas de “El Gordo y el Flaco”, Charlot, y otros héroes del cine mudo.

(Continuará.)

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Pero la apuesta definitiva para ganarse para su causa a los chicos del pueblo, fue la adquisición por parte de DonJesús de un balón de fútbol, objeto por aquel entonces prácticamente inalcanzable para nuestras economías ycon el que disputábamos reñidos partidos, en los que más de una vez participaba el mismísimo don Jesúsarremangándose la sotana. Se trataba de un balón de cuero, que había que engrasar periódicamente, para queel agua y el roce con el suelo de tierra no lo hiciera deteriorarse rápidamente. De esta tarea y de su custodia enmi casa tuve el honor de encargarme personalmente, quizás porque don Jesús me viera como el más responsablede entre los chicos que habitualmente jugábamos con el balón y esto hizo que mi popularidad y mi prestigiocrecieran como la espuma. Llegó un momento en que yo podía decidir quienes jugaban y quienes no, por lo quea nadie le interesaba llevarse mal conmigo.

También recuerdo que el susodicho don Jesús nos llevaba de excursión al río cercano, donde pasábamos el díabañándonos y jugando, aunque para mí fue una gran sorpresa ver como él también sebañaba, pues nunca había imaginado a un cura sin su sotana.

En cuanto a los médicos, el pueblo estaba dividido entre los partidarios de don Eduardo,buen médico pero serio y reservado, y don José, también buen médico, pero máscampechano. Por entonces no existía la Seguridad Social, al menos en mi pueblo, y alos médicos había que pagarles por sus servicios. Había dos formas: Un pago por cadavisita realizada o suscribir una “iguala”, o sea, pagarle una cantidad mensual, conindependencia del número de veces que utilizaras sus servicios. Lo mismo ocurría conlos “practicantes”, que es como se llamaba entonces a los ATS actuales.

Los médicos de entonces eran auténticos médicos “de cabecera”, porque se pasaban lamañana visitando en sus casas a aquellos enfermos que por sus dolencias no podíanlevantarse de la cama. Entonces un simple resfriado, gripe o catarro ya era motivo suficientepara guardar cama y no salir a la calle. Todavía recuerdo a don José, que era nuestromédico, llegar a mi casa con su alegría y optimismo característicos y con su maletín. Solocon su presencia ya producía un alivio inmediato, si la enfermedad no era muy grave.

Por las tardes los médicos recibían en sus consultas a aquellos otros pacientes que no necesitaban guardarcama.

En mi pueblo había dos colegios: uno privado regido por monjas y otro más grande y público. Al de monjas podíanir niños y niñas hasta los siete u ocho años (hasta que hacíamos la comunión). Después era solo para niñas, quepodían estudiar allí hasta terminar el Bachillerato. De aquel colegio recuerdo las interminables tardes en las quenos teníamos que aprender de memoria el Catecismo, aquel pequeño librito a base de preguntas y respuestas,del que no entendíamos prácticamente nada de lo que decía, pero había que aprendérselo bien, porque si no, nopodías hacer la comunión.

Crónicas desde mi pueblo

LAS FUERZAS VIVAS... (II)José Manuel Rodríguez Alarcón([email protected])

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Todos eran buenos y abnegados maestros que, de esta manera, complementaban sus escasos ingresos comofuncionarios con estas clases particulares. Solo un mal recuerdo. El de uno de ellos que era un firme defensorde la máxima de que “la letra con sangre entra” y la llevaba a la práctica en toda su crudeza.

Todos temblábamos cuando nos llamaba a su mesa para preguntarnos la lección y ¡pobre del que no se lasupiera! pues volvía a su sitio con un sospechoso color rojizo en su cara.Pero entonces estas cosas se aceptaban y toleraban por todo el mundo.

De la Guardia Civil tengo pocos recuerdos, afortunadamente. Sólo me acuerdoque el cuartel estaba en mi misma calle, junto a los Juzgados y que siempreme producía un cierto temor el pasar por su puerta, donde permanentementehabía algún “número” montando guardia. ¡La Guardia Civil imponía respetoentonces!

(Continuará.)

De este colegio recuerdo que por las mañanas, antes de entrar en clase, había que “formar” en el patio, con unafila por cada clase. Después se izaba la bandera y se cantaba el “Cara al sol” o alguna otra canción patriótica.De las tardes recuerdo aquellas meriendas que nos daban a base de mante-quilla y leche en polvo, producto de la ayuda americana, y que acabé aborre-ciendo.

Este régimen de colegio sólo lo tuve que soportar dos años. El problema deestos colegios de pueblo era que al terminar la enseñanza obligatoria, nohabía forma de continuar con los estudios de Bachillerato y había que despla-zarse a la capital o pueblo importante más cercano que tuviera un Instituto deEnseñanza Media. Para remediar este problema, tres o cuatro profesoresdel colegio se pusieron de acuerdo para impartir estas enseñanzas en sushoras libres. Mi madre, que por aquel entonces acababa de quedarse viuda,decidió apuntarme a estas clases particulares, lo que implicaba abandonarlos estudios normales. Los maestros aprovechaban las horas de los recreosy de la comida para darnos algunas clases, en las propias aulas del colegio(el director era uno de los que las impartían) y por las tardes en sus domici-lios particulares.

El colegio público era mucho más grande. Tenía dos pabello-nes diferentes para chicos y chicas, separados por un granpatio donde las chicas salían al recreo. Los chicos teníamosotro patio grande al otro lado del colegio, donde jugábamos alfútbol y otros juegos propios de chicos. Ambos patios teníanen uno de sus lados unos amplios soportales donde refugiar-se cuando el tiempo no era muy apacible.

También había una sala grande que se usaba como gimnasioy mucho más tarde se transformó en comedor, pues en mistiempos todos los niños íbamos a comer a casa y volvíamosal colegio por la tarde. Había unas diez clases para chicos yotras tantas para chicas (una para cada año de la enseñanza

obligatoria).

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Crónicas desde mi pueblo

LAS FUERZAS VIVAS... (y III)

José Manuel Rodríguez Alarcón ( [email protected])

Pero si había una institución que rivalizaba con la Iglesia en el intento de captar a los niños y jóvenes, era laFalange y más concretamente el Frente de Juventudes. Yo entonces no tenía ni idea de que vivíamos en unadictadura, ni de lo que era eso. Lo que si entendí enseguida era que en los locales de la Falange estaban algunasde las pocas distracciones que había por entonces en el pueblo.

Estaban estos locales en la calle principal, muy cerca de la plaza y tenían dos plantas. En la planta baja habíavarias salas con mesas de billar, de ping-pong y futbolines, además de otra sala para juegos de mesa y unpequeño bar. En la primera planta se ubicaba una biblioteca bastante bien surtida, formada por dos salas delectura. Una para mayores con los libros “serios” y otra donde estaban los libros de literatura infantil y juvenil.Estos libros despertaron enseguida en mi la afición por la lectura, que todavía continúa, y poco a poco se convirtiócasi en un vicio, pues llegaba a robar horas al sueño con tal de leer las emocionantes aventuras de aquelloshéroes. Recuerdo con especial cariño las novelas de Walter Scott, Salgari y otros autores similares. Además eranlibros ilustrados pues tenían muchas páginas con imágenes similares a las de los tebeos, donde se recogían losmomentos más interesantes de las historias, lo que hacía mucho más amena su lectura.

En la planta baja nos pasábamos muchas de nuestras horas libres jugando sobre todo al ping-pong y futbolín, conencarnizadas partidas en las que el que perdía, tenía que pagar el pequeño coste que suponía el utilizar aquellasmesas. De su recaudación y control se encargaba el señor Antonio, un veterano de la guerra, que tenía unaminusvalía en una pierna consecuencia de las heridas recibidas, lo cual aprovechábamos para tratar de escaparcorriendo después de haber hecho alguna pequeña fechoría. Esto no evitaba que la siguiente vez que aparecía-mos por los locales nos intentara sacudir con el bastón con el que se ayudaba para andar. Pero en general nosllevábamos bien con él.

Todo esto no era gratis, evidentemente, pues tenía un pequeño coste “político”. Una vez a la semana el jefe localde Falange (un chico un poco mayor que nosotros), nos reunía en los locales para darnos una charla sobre losprincipios del Movimiento. La asistencia era voluntaria, pero solía ser muy numerosa porque al final de la charla,hacía una serie de preguntas sobre los temas expuestos y el que las contestaba acertadamente ganaba unos“vales” para jugar gratis partidas de ping-pong, futbolín y billar. Los que estudiábamos el Bachillerato teníamosventaja sobre los demás porque había una asignatura que se conocía como Formación del Espíritu Nacional, y enla que estaban contenidas la mayoría de las respuestas a las preguntas que nos hacían, por lo que yo meestudiaba previamente estos temas y así gané muchos de estos “vales” y pude jugar muchas partidas gratis.

También había ocasiones en las que había que vestir el uniformepara alguna fiesta, desfile o celebración, pero a mi no me importaba,porque me gustaba mucho el uniforme, ignorante como era entoncesde lo que significaba. Constaba de la consabida camisa azul oscuro,con el yugo y las flechas bordados en el pecho. Un pantalón gris,corto para los niños y largo para los mayores. Medias blancas y botasnegras como calzado y una preciosa chaquetilla de pana negra. Todoello rematado por la boina roja, que nos daba un aspecto impresio-nante. ¡Qué lástima no conservar una foto de aquellos tiempos!

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Crónicas desde mi pueblo

USOS Y COSTUMBRES

José Manuel Rodríguez Alarcón(alarcó[email protected])

Una de las costumbres de pueblo más agradables que recuerdo era la matanza del cerdo. Casi todas las familiascriaban uno o más cerdos, que llegado su momento óptimo de engorde, eran sacrificados con su correspondienteritual. El animal era rápidamente despiezado y toda la familia intervenía en la elaboración de chorizos, morcillas ydemás ricos productos derivados de tan noble animal.

Otra de las costumbres gastronómicas que más echo de menos era la elabora-ción casera de bollos y rosquillas, especialmente en la época navideña. La masase preparaba en casa, mezclando todos los ingredientes. Luego se cortaba entrozos pequeños, se colocaban en bandejas y se llevaban a un horno de pan,donde por una módica cantidad, se cocían hasta adquirir el característico colordorado. Una vez sacados del horno, los bollos se espolvoreaban abundante-mente con azúcar y ya estaban listos para comer. Mis preferidos eran los elabo-rados con aceite de oliva, pero también los había de manteca, que tampocoestaban nada mal. ¡Que lástima que se hayan perdido estas buenas costum-bres!

Una de mis obligaciones diarias era ir a comprar la leche. Entonces no habíaleche envasada y había que comprarla fresca todos los días. Como es natural, en el pueblo había varias vaque-rías, donde vendían la leche recién ordeñada. Yo la compraba en casa del “tío” Eugenio, un hermano de miabuelo, que tenía una casa con un patio enorme, donde sacaba a las vacas cuando no estaban en el establo. Amí me gustaba mucho ver cómo ordeñaba a las vacas, llamando a cada una por su nombre. Después su mujer,la “tía” Gregoria, me servía la leche en un recipiente apropiado (“la lechera”), añadiendo una pequeña propina, porser de la familia. Esa pequeña propina y algo más me bebía yo en el viaje de regreso a casa, y eso me hizoaficionarme a la leche, afición que todavía conservo.

La leche, para que se conservara hasta el día siguiente, había que hervirla y luego dejarla en un sitio fresco. Estohacía que la mayor parte de la grasa de la leche se concentrara en laparte superior, formando la nata. Entonces no había frigoríficos, por loque había que recurrir a las “fresqueras”, pequeños armarios situadoscomo su nombre indica en los lugares más frescos de la casa, normal-mente con comunicación con el exterior. Después empezaron a apare-cer las “neveras”, armarios donde se conservaban los alimentos, me-diante la introducción de una barra de hielo, lo que permitía mantenerlos alimentos frescos durante más tiempo, aunque no congelarlos.

Afortunadamente había una pequeña fábrica de hielo cerca de mi casa,donde continuamente se estaban produciendo barras de hielo. Tambiénera tarea mía el ir a comprar media barra de hielo cuando hacía falta. Todavía recuerdo el inconfundible olor aamoniaco que había en el local donde se producía y vendía el hielo.

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Si las noches de invierno se pasaban en familia “al amor de la lumbre”, las noches de verano eran mucho másentretenidas. Era costumbre el salir “a tomar el fresco” a la puerta de la casa, después de cenar, donde losvecinos se solían reunir, trayendo sus sillas correspondientes, para comentar los acontecimientos del día ypropagar los rumores y cotilleos de más actualidad. Estas tertulias se solían prolongar hasta bien entrada lanoche, especialmente si las conversaciones eran animadas, como solían ser.

Cuando pasaba alguien por la calle, especialmente si era un chico o una chica en edad de merecer, o una pareja,inmediatamente se hacían los comentarios correspondientes por parte del grupo de vecinos. “¿Sabéis que Fulanitohabla con Menganita?”, decía la enteradilla del grupo (en mi pueblo cuando se decía que un chico “hablaba” conuna chica, se entendía que eran novios).

Aunque mi casa estaba situada en la calle principal del pueblo, por la que a la vez pasaba una carretera nacio-nal, el tráfico no solía ser un impedimento para estas reuniones, porque por las noches pasaba algún cochesólo muy de tarde en tarde.

El verano era una etapa de transición entre la siega y la vendimia, los dos acontecimientos más importantes enun pueblo eminentemente agrícola como el mío. Cuando era un niño recuerdo que unos primos mayores, que

eran y son agricultores (labradores decimos nosotros), me lle-vaban a veces a las “eras” para ver como se trillaba el trigo.Las eras eran unos terrenos cercanos al pueblo, con el sueloempedrado, donde se esparcía el trigo una vez segado y don-de se separaba de la paja en dos operaciones: Primero sepasaba por encima con los trillos, aquellos artilugios de made-ra tirados por mulas, con láminas de pedernal o cuchillas me-tálicas insertadas en una de sus caras, la que estaba en con-tacto con la mies, con las que se deshacían las espigas y elgrano quedaba suelto. Después se procedía a separar el gra-no de la paja, lanzando ambos al aire y por diferencia de peso,quedaban en dos montones diferentes. Para los niños de en-tonces era muy divertido ir montados en el trillo y dirigir a las

mulas que obedientemente daban vueltas y más vueltas a la parva en la era.

La vendimia era otra cosa. En el mes de octubre normalmente las cuadrillas de obreros se trasladaban a lasviñas, para en unas jornadas de sol a sol, recolectar los racimos antes que las lluvias o alguna inoportunatormenta arruinara la cosecha que tantos sudores había costado. Solamente una vez, siendo ya un adolescente,recuerdo haber participado un día en la vendimia y terminé reventado. ¡Es un trabajo muy duro, que se continúahaciendo igual que hace siglos! Los cestos con los racimos se transportaban hasta el pueblo en carros y másadelante en tractores con remolque, y eran conducidos a las diferentes bodegas. Siendo yo muy pequeño re-cuerdo que en casa de mi abuelo materno se “pisaban” las uvas, para extraerlas el jugo que luego se convertiríaen vino en las enormes tinajas.

Más adelante se creó una Cooperativa donde la mayoría de los pro-pietarios de viñas llevaban sus uvas para elaborar el vino en común.Este vino tenía bastante fama en la comarca y ni que decir tiene queuna de las diversiones típicas del pueblo era recorrer sus numerososbares, para degustar los “caldos” de la tierra en sucesivas rondasque iban pagando cada uno de los amigos. La consecuencia de es-tas numerosas rondas era que más de uno volvíamos a casa muchomás “contentos” de lo que salimos de ellas.

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Crónicas desde mi pueblo

LAS FIESTAS

José Manuel Rodríguez Alarcón

(alarcó[email protected])

Sin duda el acontecimiento más esperado de todos los pueblos eran sus fiestas patronales. En mi pueblo se celebranen los primeros días de septiembre, como en muchos otros pueblos, pero ya desde finales de agosto se empezaba arespirar un ambiente especial de fiesta. Uno de los primeros signos de que se aproximaban las fiestas era la aparición en laplaza del pueblo de una cantidad enorme de palos y tablones de madera con los que se construía la plaza de toros.

La plaza tiene una forma irregular y la plaza de toros seconstruía de la misma forma. Primero se clavaban en el suelo lossoportes principales formados por grueso troncos de madera.Sobre ellos se ponían otros troncos más delgados, de forma hori-zontal, y sobre ellos se clavaban las tablas sobre las que despuésse situarían los espectadores. A esto lo llamábamos “los tablados”.En las dos o tres primeras filas se construían unos toscos bancosde madera para las localidades más caras y el resto de los espec-tadores se situaban detrás, de pié y por riguroso orden de llega-da. Los menos afortunados podían entrever la corrida desde de-bajo de los tablados, por entre el enrejado de madera que impedíaque los toros se salieran de la plaza. Era una construcción muysólida que jamás tuvo ningún problema de hundimiento a pesar delgran número de personas que asistían a los espectáculos, espe-cialmente a los encierros, y cuyo peso tenía que soportar.

A los chavales de entonces nos encantaba jugar entre aquella maraña de maderas, mientras se iba construyendo laplaza de toros, haciendo improvisados columpios con cualquier palo grueso, o saltando desde los “tablados” al suelo, con laconsecuencia de más de un tobillo dislocado.

Las fiestas, como en todos los pueblos, se celebraban en honor de la patrona o el patrón de los mismos, y en el casode mi pueblo, en honor de Nuestra Señora de la Asunción. Religiosamente comenzaba con una novena a la Virgen queterminaba en el día grande de las fiestas, con una procesión en la que participaba todo el pueblo, con sus autoridades alfrente y que era amenizada por la banda de música contratada al efecto, que después también participaba en los bailespopulares.

El día antes, en la plaza se celebraba por la noche lo que llamábamos “la pólvora”. Consistía en una exhibiciónpirotécnica, con innumerables cohetes de diferentes tipos y la quema de los llamados “castillos” de fuegos artificiales,donde los más arriesgados se atrevían a pasar por debajo debidamente protegidos.

Como en las fiestas de todos los pueblos, las calles principales se llenaban detenderetes donde se vendían golosinas, especialmente almendras “garrapiñadas”, go-rros, caretas, bastones, y muchas otras chucherías que a los niños de entonces nosllenaban de ilusión. También estaban los puestos de tiro al blanco y las atracciones deferia, bastante modestas por aquel entonces. La que más recuerdo era la que llamába-mos «las barcas». Consistía en una especie de columpios formados por una barcasujeta por barras de hierro al eje sobre el que se movían. Normalmente, hacían falta almenos dos personas para mover aquello, consiguiendo con esfuerzos coordinados quela barca fuera tomando altura. Los más forzudos llegaban casi a dar la vuelta sobre eleje, cosa que estaba prohibida y a la que respondían los cuidadores de la atracciónfrenando la barca. Luego vendrían los coches de choque y otras atracciones mássofisticadas, pero eso fue más adelante.

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Pero en España no hay fiesta que se precie que no cuente con algún espectáculo taurino, encierros, corridas osimilares. Los encierros de mi pueblo tenían la particularidad de que se celebraban de noche. A partir de las doce de lanoche y sin horario fijo, se procedía a la suelta de los toros que iban a ser toreados aldía siguiente. Únicamente el lanzamiento de un cohete anunciaba que los toros iban aser soltados de un momento a otro. Esto producía inmediatamente escenas de nervio-sismo y carreras por conseguir un lugar seguro desde el que contemplar el paso delos “morlacos”. El recorrido del encierro pasaba por mi calle que, a pesar de sertambién parte de una carretera nacional, se cortaba durante varias horas, ya que eltráfico nocturno era bastante escaso y se desviaba por calles secundarias.

Como el encierro pasaba por delante de mi casa, desde muy pequeño me queda-ba a verlo, pues esos días de fiestas no había horario para acostarse. Primero lo videsde detrás de las rejas de las ventanas y más tarde, cuando fui lo suficientementemayor, desde la propia calle, pero sin alejarme mucho de la ventana para agarrarme aella en cuanto aparecían los toros a lo lejos. Otros, más valientes, corrían delante odetrás, pero a una prudencial distancia y a pesar de todo, he visto muchas cogidas enesos encierros, algunas con fatales resultados. Eso sí, todos nos vestíamos apropiada-mente, con camisa y pantalón blanco y un pañuelo rojo al cuello, para hacernos lailusión de que estábamos en los Sanfermines.

Cuando los toros, acompañados por los mansos, llegaban a la plaza, no seintroducían inmediatamente en los corrales, sino que se quedaban en la plaza paraque los mozos pudieran lucirse tratando de provocar la embestida y corriendo todo lo rápido que les permitían sus piernaspara subirse a los “tablados” antes de que llegara el toro y les diera un revolcón, aunque no siempre lo conseguían. Estasperipecias se prolongaban a veces hasta las cuatro o las cinco de la madrugada, porque los toros se negaban a entrar enlos corrales. Hacía falta introducir uno o más carros con los que los mozos iban empujando a los toros hacia los corralesy que también servían para subirse y refugiarse en ellos cuando algún toro se revolvía y trataba de embestirles. Estas“hazañas” eran muy aplaudidas por el numeroso público que llenaba la plaza y eran muy comentadas al día siguiente.

Ni que decir tiene que estos encierros tan prolongados no beneficiaban en nada a la calidad de la lidia, que secelebraba al día siguiente a las cinco de la tarde, como mandan los cánones. Entre que los toros estaban cansados y quelos toreros no eran precisamente primeras figuras, las corridas eran bastante aburridas y solían terminar muchas vecescon el toro devuelto a los corrales por la incapacidad manifiesta del diestro de turno para matar al toro, eso sí, después deinnumerables pinchazos y medias estocadas.

La plaza de mi pueblo tiene soportales en tres de sus cuatro lados y encima de ellos, había unos amplios balconescorridos, en dos pisos, desde los que se podían ver las corridas mucho más cómodamente que en la propia plaza detoros. Aunque los balcones son corridos, estaban divididos por una línea imaginaria cada tres o cuatro metros, y cadauna de estas porciones pertenecía a una familia. Mi familia tenía una de esas porciones y mi abuelo se empeñó endespertar en mí la afición taurina (cosa que nunca consiguió), llevándome siempre a las corridas, cuando tuve la edadsuficiente. Yo me aburría soberanamente y trataba de escabullirme cuando iba a buscarme para llevarme a los toros, cosaque no siempre conseguía. Los balcones tienen una profundidad también de unos tres o cuatro metros y como soloestaba ocupada la parte más cercana a la plaza de toros, el resto loaprovechábamos los niños para jugar, lo que, al ser corridos los balco-nes, nos daba una gran libertad de movimientos para todo tipo de jue-gos.

Además de los encierros y las corridas, el tercer elemento impor-tante de las fiestas eran los bailes populares. Se celebraban también enla plaza, una vez terminada la corrida del día y eran amenizados por labanda de música que nos deleitaba con su repertorio de pasodobles ydemás música bailable. Allí empezamos muchos a hacer nuestros pri-meros pinitos en el noble arte de la danza y allí dimos también nuestrosprimeros pisotones.

Así se vivían muy intensamente los cinco o seis días que solíandurar las fiestas, procurando disfrutarlas a tope, porque hasta el año siguiente no se volverían a repetir.

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Crónicas desde mi pueblo

CRÓNICASFUTBOLERAS

Cuando yo era joven, el fútbol era muy distinto del actual. Para empezar, el campo era perfectamenterectangular, con dos porterías iguales. Ahora, a juzgar por lo que escucho en las retransmisiones de los partidos,resulta que el campo es más ancho por unos lados que por otros. Por lo menos eso parece cuando el locutorasegura que “Fulanito se mueve muy bien por la zona ancha del campo”. Yo, por más que miro, no veo que elcampo tenga una forma diferente a la que tenía antaño. Pero es que yo soy y me declaro un completo ignorante enmateria futbolística. Y hoy otra cosa no habrá, pero expertos en cuestiones de fútbol los hay por dondequiera quevayas.

Pero resulta que, a veces, al entrenador de turno le pareceque el campo no es suficientemente ancho y les grita a susjugadores: “¡Hay que ensanchar el campo! Y yo pienso: Ahora, enel descanso del partido, saldrán unos señores con un mono azul,borrarán las líneas laterales y pintarán otras un poco más alejadaspara que el campo sea más ancho. Pero nada de eso. Comienzala segunda parte y el campo sigue teniendo las mismas dimensionesque tenía en la primera. Y yo le pregunto al entendido que tengoal lado: ¿Entonces, que significa ensanchar el campo? Y él,mirándome con pena, me explica que lo que quiere el entrenadores que sus jugadores muevan el balón de un lado a otro del campocon rapidez, para cansar a sus rivales y tratar de encontrar unhueco por el que colarse velozmente hacia la portería contraria.

¿Y que decir de las porterías? En mis tiempos, tenían dos postesperfectamente iguales y un travesaño que los unía por la parte superior. Ahorano. Ahora uno de los postes es más corto que el otro. Por lo menos eso entiendoyo cuando el locutor explica que Menganito ha sacado el corner al “palo corto”o al “palo largo”. Y yo miro a las porterías y me parece que tienen los dospostes iguales, pero debe ser que no es así y tampoco es cuestión de bajar alcampo a medirlos.

El balón es otro de los elementos imprescindibles para jugar al fútbol y enesto si creo que se ha mejorado mucho con relación a tiempos pasados. Anteslos balones eran de cuero, duros y pesados. Si les dabas con el pie tenías lamisma sensación que si hubieras dado una patada a una piedra, y si les dabascon la cabeza, te dejaba medio atontado durante un buen rato. Ahora los balonesson de algún material sintético, ligeros y pintados de colores brillantes, que dagusto verlos y más jugar con ellos.

José Manuel Rodríguez Alarcón(alarcó[email protected])

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CRÓNICAS DESDE MI PUEBLO Pág. 7

Los árbitros también han cambiado mucho. Ahora visten de coloresllamativos, rojo, amarillo, verde y alguno hasta se atreve con el rosa o elfucsia, que no sé yo muy bien distinguir esos colores. Antes iban de rigu-roso luto, o sea, de negro, quizás como presagio de los malos tratos quemuchas veces sufrían. Ahora llevan un sofisticado sistema para comuni-carse con los árbitros auxiliares, que antes se llamaban “jueces de línea”o simplemente “linieres”, quizás porque lo de jueces les quedaba un pocogrande. Pero una cosa no ha cambiado en absoluto y es la costumbre delos aficionados de acordarse de todos los miembros de la familia de losárbitros, especialmente de sus madres. Lo que no entiendo es que a losárbitros no les suelan gustar estas muestras de afecto por parte de losaficionados.

Lo que ha cambiado mucho son los sistemas de juego y la forma decolocarse los equipos en el campo. Antes había un portero, tres defensas(los dos laterales y el central), dos medios y cinco delanteros (el extremoderecha, el interior derecha, el delantero centro, el interior izquierda y elextremo izquierda), y además la numeración de sus camisetas iba correlativamente desde el uno al once, conlo cual sabías perfectamente cual era la función que desempeñaba. El uno era el portero y el once el extremoizquierda, por ejemplo. Ahora no. Ahora cada uno lleva el número que más le gusta, supongo que para despis-tar a sus contrarios.

Ahora hay infinidad de tácticas y cada entrenador prácticamente tiene la suya propia. Los hay que jueganun cuatro-dos-cuatro, otros un cinco-tres-dos, o un cinco-cuatro-uno y algunos juegan descaradamente unnueve-uno, es decir juegan con nueve defensas y dejan un delantero en el campo del contrario, más aburridoque una ostra, poque no le suele llegar ningún balón en buenas condiciones para jugarlo y se pasa todo elpartido corriendo como un loco, tratando de “robar” el balón al equipo contrario, cosa que casi nunca consiguey si alguna vez lo hace, no tiene ninguna posibilidad ante los dos o tres defensas que le marcan.

Lo que sí ha cambiado mucho es la denominación de los distintos puestos que ocupan los jugadores.Ahora hay “carrileros” o “laterales de largo recorrido”, que son extremos reconvertidos en defensas o vicever-sa. Hay “pivotes defensivos” u “ofensivos”, que confieso que no tengo ni idea de lo que quiere decir ni de lafunción que desempeñan. También hay “medias puntas”, cuyo nombre supongo que debe hacer referencia aque llevan las medias diferentes a las de sus compañeros. Antes había un solo defensa central, que como su

nombre indica, ocupaba el centro de la defensa. Ahora hay dos y hasta tresdefensas centrales, lo cual es físicamente imposible, porque los dos o tres nopueden estar a la vez ocupando el mismo sitio. En el fútbol actual lo que másabunda son los “centrocampistas”, que son esos señores que se pasan todoel partido correteando por el centro del campo y enviando pelotas a derecha eizquierda para que sus compañeros se las devuelvan a ellos como si fueranlos dueños del balón.

Desgraciadamente los que han cambiado para peor han sido los aficiona-dos que acuden a los partidos, o al menos una parte de ellos, que no van alcampo a ver fútbol, que en el fondo les trae sin cuidado, sino a pelearse conlos del equipo contrario, a romper todo lo que esté a su alcance, a tirar benga-las y a otras lindezas por el estilo. Por eso hace muchos años que no voy a unestadio de fútbol. Además, ahora con la televisión puedes ver varios partidosen el mismo día, sin moverte del sillón, lo cual es muy cómodo y además

aprendes mucho con los sesudos comentarios de los que retransmiten los partidos y así a lo mejor algún díaentiendo algo de fútbol. O no, porque por algo soy del Atleti.