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Cornelio Agrippa DE LA NOBLEZA Y EXCELENCIA DEL SEXO FEMENINO SOBRE LA PREEXCELENCIA DEL SEXO FEMENINO L. Beliaquetus Cesa ya, presuntuoso, de alabar al sexo masculino más de lo conveniente: no sea que vanamente apiles alabanzas. Cesa, si eres sabio, de aplicar al sexo femenino pérfidos vituperios exentos de razón. Si quieres, en tu balanza, apreciar con equidad cada uno de los dos sexos. Todo hombre lo cederá a las mujeres. Si vacilas en creerlo, si la cosa te parece dificil de admitir, te ofrezco hoy un testigo aún desconocido. Este libro, que en sus veladas Agrippa ha sacado a la luz, alabando, prefiriéndolo a los hombres, al sexo femenino. Al muy ilustre señor Maximiliano d’Outremont, consejero del emperador Carlos V. Enrique Cornelio Agrippa te saluda Veinte años han transcurrido ya, ilustre Maximiliano, desde que en la Universidad de Dôle, en Borgoña, estando yo consagrado a la enseñanza, explicaba para admiración de todos el libro de Jean Capnion 1 , el De Verbo Mirifico, en honor de nuestra princesa Margarita, y en el cual hice, a modo de introducción, un discurso particularmente consagrado a su gloria.En aquella época, la mayor parte de los notables de la villa, entre otros Simón Verner, decano de la Iglesia de Dôle, a quien conoces bien, y el procanciller de la Universidad, me insistían tenazmente para que dedicara algún escrito a la princesa; todos me ostigaban constantemente con sus ruegos, me abrumaban con sus cartas y no cesaban de decir que merced a esa obra podría yo adquirir un favor excepcional en el entorno de la princesa. Y acepté movido por el pensamiento de que no me estaba permitido rechazar los ruegos de tan eminentes personajes ni despreciar el favor que me habían hecho escogiendo a tal princesa. En consecuencia, la escogí como sujeto de la obra Nobleza y excelencia del sexo femenino considerando que no estaría fuera de lugar consagrarlo y dedicarlo a una princesa que, 1 Juan Reuchlin.

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Cornelio AgrippaDE LA NOBLEZA Y EXCELENCIA DEL SEXO FEMENINO

SOBRE LA PREEXCELENCIA DEL SEXO FEMENINOL. Beliaquetus

Cesa ya, presuntuoso, de alabar al sexo masculinomás de lo conveniente: no sea que vanamente apiles alabanzas.Cesa, si eres sabio, de aplicar al sexo femeninopérfidos vituperios exentos de razón.Si quieres, en tu balanza, apreciar con equidad cada uno de los dos sexos.Todo hombre lo cederá a las mujeres.Si vacilas en creerlo, si la cosa te parece dificil de admitir,te ofrezco hoy un testigo aún desconocido.Este libro, que en sus veladas Agrippa ha sacado a la luz,alabando, prefiriéndolo a los hombres, al sexo femenino.

Al muy ilustre señor Maximiliano d’Outremont, consejero del emperador Carlos V. Enrique Cornelio Agrippa te saluda

Veinte años han transcurrido ya, ilustre Maximiliano, desde que en la Universidad de Dôle, en Borgoña, estando yo consagrado a la enseñanza, explicaba para admiración de todos el libro de Jean Capnion1, el De Verbo Mirifico, en honor de nuestra princesa Margarita, y en el cual hice, a modo de introducción, un discurso particularmente consagrado a su gloria.En aquella época, la mayor parte de los notables de la villa, entre otros Simón Verner, decano de la Iglesia de Dôle, a quien conoces bien, y el procanciller de la Universidad, me insistían tenazmente para que dedicara algún escrito a la princesa; todos me ostigaban constantemente con sus ruegos, me abrumaban con sus cartas y no cesaban de decir que merced a esa obra podría yo adquirir un favor excepcional en el entorno de la princesa. Y acepté movido por el pensamiento de que no me estaba permitido rechazar los ruegos de tan eminentes personajes ni despreciar el favor que me habían hecho escogiendo a tal princesa. En consecuencia, la escogí como sujeto de la obra Nobleza y excelencia del sexo femenino considerando que no estaría fuera de lugar consagrarlo y dedicarlo a una princesa que, y mucho más que todas las ilustres mujeres de nuestro siglo, aparece ante mí como un ejemplo único de la nobleza y excelencia de las mujeres, diciéndome a mí mismo que con una tal protectora y un testimonio tal, este pequeño libro hallaría una gran autoridad ante aquellos que no tienen más ocupación que criticar al sexo femenino. Y si hasta el día de hoy no había desarrollado este proyecto consagrado a su grandeza, no busques la razón en mi olvido, falta de tiempo, inconstancia o cambio en el propósito, ni mucho menos en lo exiguo del sujeto o en la indigencia de inspiración, sino en las calumnias de un tal Catilinet (tú mismo podrás valorar la naturaleza de esas calumnias si lees la queja que a él he dirigido y que te adjunto con la presente). Aterrado por su hipocresía y en el colmo de la indignación, guardé este libro en secreto hasta el día de hoy sin querer, como suele decirse, utilizar este cubo de cal para blanquear el muro de otro, por valioso que éste sea: tan sólo esperaba encontrar a alguien que permitiera a mi libro no faltar a mi maestra.En consecuencia, ahora que he vuelto a mi patria, entiendo que lo justo es

1 Juan Reuchlin.

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responder a la confianza que otrora se depositó en mí y, sin esperar más tiempo, ofrecer este libro a nuestra princesa, libro que con toda justicia le debo, tanto por iniciativa propia como por compromiso. Desearía que ella supiera que, a pesar del tiempo trascurrido, no la he olvidado, que no he faltado a mi palabra y que la maldad de otro no ha quebrado mi firme voluntad de celebrar celosamente sus virtudes y alabanzas.Y ahora, si tu sabiduría otorga favor a mi proyecto, haré cuanto sea necesario para que este libro aparezca acompañado con otras muchas de mis obras, aunque yo mismo me dé cuenta de mi escasa capacidad y de la poca elegancia de mi decir. A pesar de todo quiero que esta obrita, escrita en los años de mi juventud y que no he revisado más que en algunos pasajes, (como puedes juzgar a partir del ejemplar que te envío, escrito apresuradamente), sea ofrecida a la princesa, hoy como ayer, según expresión de los llamados canonistas, aunque haya de perjudicar mi reputación, por cuanto ahora, que soy más adulto, hubiera podido escribir sobre un asunto tan serio y profundo obras más dignas y elevadas para ofrecerselas a su Alteza. Pues no quiero que la princesa me juzgue a partir de las bagatelas de mi juventud, y si ella desea poner a prueba mi talento, se lo demostraré en los más importantes eventos, tanto en tiempo de paz como en tiempos de guerra.Y aún: si alguien, movido por orgullo o presunción de su saber, lleno de desprecio por mi insignificancia o de malevolencia por mi talento, desprecia, calumnia, rasga o hiere mi obra, yo invocaré a tu Alteza y al fulgor de la nobleza femenina para que, por vosotros, sean protegidas y defendidas tanto mi obra como la gloria y excelencia de la mujer. Y del hecho de haber defendido la superioridad de las mujeres sobre los hombres espero ser fácilmente perdonado, pues para tan noble princesa escribí este libro y con los estímulos y protección de tu Alteza lo hice editar. Adios.En Amberes, día 16 de las Calendas de Mayo del año 1529.Quedo a la espera de tus noticias.

A LA DIVINA MARGARITA AUGUSTA,Clementísima Princesa de Austria y de Borgoña,

Enrique Cornelio Agrippa te saluda

La mía es una tesis inaudita, pero en modo alguno contraria a la verdad, que concierne a la nobleza y aún más, a la excelencia del sexo femenino, y esta tesis la he abordado con audacia y sin pudor, aunque no sin cierto temor habida cuenta de mis posibilidades.Debo confesar que en más de una ocasión y en mi fuero interno mi audacia tuvo que combatir contra mis escrúpulos. Pues si querer abrazar, en un único discurso, los innumerables méritos de las mujeres, sus virtudes y su absoluta superioridad es un plan enteramente ambicioso y audaz, pretender acordarles, además, la preeminencia sobre los hombres ya es completamente chocante, colmo de la vergüenza y cosa propia, al parecer, de espíritus afeminados; quizás por esta razón tan pocos autores se aventuraron a dejar por escrito la alabanza de las mujeres y que entre ellos ni uno solo, hasta el día de hoy, se haya atrevido a afirmar su superioridad sobre los hombres.Mas yo entiendo que es injusto y sacrílego pasar en silencio por encima de una verdad tan obvia y que a un sexo tan noble le sean negadas las alabanzas que merece defraudando de este modo sus méritos y su gloria. Y a pesar de las dudas y los sentimientos contradictorios que me llenaban de ansiedad, el temor de ser tan injusto como sacrílego triunfó sobre mis escrúpulos dándome suficiente audacia como para coger la pluma, pues temí ser más audaz aún si guardaba silencio. Interpreté como un

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presagio feliz que el cielo me hubiera reservado para una empresa tal, empresa negligida hasta aquel momento por la turba de los sabios.Por tanto, voy a revelar la gloria de la mujer sin ocultar la consideración que merece y, lejos de ruborizarme por haber abordado un tema así, otorgando mi preferencia a las mujeres por encima de los hombres y, lejos de pensar que por ello deba ser vituperado, apenas me atrevería a pedir perdón por haber tratado de un asunto tan noble haciendo uso de un estilo más modesto del conveniente si no tuviera como excusas el poco tiempo de que disponía, la dificultad del tema, la justeza de la causa y el hecho de que ni la adulación ni la lisonja me han empujado a esta empresa; estas circunstancias explican que haya preferido presentar mis palabras de alabanza no a través de imagenes hábiles o ficciones encantadoras, sino ofreciendo mi tesis en sí misma, fundamentándola sobre la razón, la autoridad, los ejemplos y los testimonios que se extraen de las Santas Escrituras y de los dos derechos.A ti, serenísima Margarita, ofrezco la obra que a ti fue consagrada y prometida; a ti, que por nobleza de nacimiento, esplendor de virtudes, gloria de elevados hechos, no tienes parangón en el mundo todo entre tus más ilustres contemporáneos esclarecidos por Apolo, Diana, el Día, la Aurora y Vulcano, esas cinco divinidades; a ti, que has sido exaltada con un tal cúmulo de virtudes que, por tu vida y costumbres, superas todas las alabanzas dirigidas al sexo femenino, de quien tú eres ejemplo vivo e irrefutable testimonio. A ti, pues, ofrezco esta obra para que, como un Sol, hagas brillar de forma deslumbrante el honor y la gloria de este sexo que es el tuyo. Salud y dicha a ti, y entre todas las mujeres más ilustres y de más elevados linajes a ti el honor, la gloria y la absoluta perfección.

TRATADO DE LA NOBLEZA Y EXCELENCIA DEL SEXO FEMENINO

Dios2, toda bondad y toda grandeza, Padre y Creador de todos los bienes, único Ser que posee la fecundidad de ambos sexos, creó al hombre a su imagen y semejanza, y lo creó macho y hembra, distinción que no consiste más que en la diferente situación de las partes destinadas a la procreación. Pero por lo demás les concedió al hombre y a la mujer un alma idéntica y una forma del todo similar, forma que en modo alguno manifiesta la diversidad de sexos. En cuanto a la mujer, recibió la misma inteligencia que el hombre, la misma razón y la misma lengua, y tanto ella como él tienen como fin la beatitud, finalidad que no excluye a ningún sexo, pues según la verdad del Evangelio: aunque resuciten en su propio sexo, ya no desempeñarán las funciones de su sexo, pues les fue prometido que serían semejantes a los ángeles 3. Así pues, en cuanto a la esencia del alma, no existe entre hombre y mujer ninguna preeminencia de nobleza de uno sobre otro y, por nacimiento, tienen igual dignidad y libertad tanto el uno como el otro. Mas, si dejamos aparte el alma de esencia divina y entramos en todo cuanto constituye el ser humano, deberemos reconocer que la ilustre especie femenina es infinitamente superior, me atrevería a decir, a la burda gente masculina. He aquí lo que parecerá indiscutible cuando lo haya demostrado (y esa es mi intención) no por medio de argumentos falaces y de mala ley o con la ayuda de esas trampas de la lógica con las que muchos sofistas gustan de atraer a los hombres, sino tomando como garante a los mejores autores, invocando los relatos históricos auténticos, las explicaciones claras y el

2 En el original latino, se utiliza la fórmula clásica D.O.M.A (Deus optimus Maximus).3 Cf. Lucas XX, 36.

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testimonio de las Santas Escrituras, así como los dictámenes extraídos de los dos derechos.Empiezo pues, y penetro en el asunto que nos conviene.La mujer ha sido creada tan superior al hombre como superior es el nombre que ha recibido. Pues mientras Adán significa tierra, Eva debiera traducirse como vida4; en este sentido, tan superior es la vida sobre la tierra como la mujer es superior al hombre. Y no me vengáis a decir que es un flaco argumento enjuiciar las cosas invocando su nombre, pues sabemos bien que el soberano Creador de las cosas y de sus nombres ya las conocía antes de asignarles un nombre, y Él, que no puede equivocarse, asignó los nombres en la medida en que servían para expresar la naturaleza, propiedad y uso de cada cosa. En efecto, y como atestiguan las leyes romanas, la verdad de los nombres antiguos consiste en estar conformados a las cosas dándoles una significación clara. Los teólogos y jurisconsultos también consideran que es de gran peso el argumento extraído a partir de los nombres. A propósito de Nabal podemos leer, por ejemplo: Como indica su nombre, está loco y la locura está en él5. Y por la misma razón, Pablo, en la Epístola a los hebreos, deseando manifestar claramente la excelencia de Cristo, recurre al siguiente argumento: Hecho tanto más excelente que los ángeles, cuanto es más aventajado el nombre que recibió por herencia6. En otro versículo afirma: Le dió nombre superior a todo nombre, a fin de que ante el nombre de Jesús se doble toda rodilla en lo más alto de los cielos, en la tierra y en los abismos7. A todo esto cabe añadir que gran parte de la autoridad de la que gozan los derechos canónico y civil, reside en los vínculos existentes entre las palabras, en sus significados y en las demostraciones a que dan lugar, no menos que a las condiciones anexas y argumentaciones de este género, como se evidencia a partir de los propios títulos que acabo de citar y otros semejantes que se podrían extraer de los dos derechos. Por consiguiente, y según este derecho, recurrimos por argumentación a la interpretación del nombre, e incluso a la fuerza de la palabra y del vocablo. Invocamos además la etimología del nombre, su sentido y el lugar que ocupan las palabras, pues ambos derechos observan con atención el significado de los nombres a efecto de extraer de ellos alguna interpretación. Argumentando contra los judíos, Cipriano afirma que el primer hombre recibió su nombre de los cuatro puntos cardinales: Anatolia, Dysis, Arctos y Mesembrios, que significan Oriente, Occidente, Septentrion y Mediodía; según esto, y en la misma obra, interpretará el nombre de Adán: es, -dice-, la tierra hecha carne, y aunque tal interpretación esté en desacuerdo con la tradición de Moisés, (pues en hebreo el nombre se escribe con tres letras y no con cuatro8), no criticaremos a este santo varón por su interpretación, pues no conocía el idioma hebreo: otros muchos exégetas de las Santas Escrituras también ignoraban aquella lengua y no por ello se les hizo reproche alguno. En cuanto a mí, ya que no puedo contar con tamaño privilegio ni me estará permitido forjar según mi sentimiento la etimología del nombre de Eva para honor del sexo femenino, permitidme decir cuanto menos que según los secretos y misterios de los Cabalistas, el nombre propio de la mujer tiene mayor afinidad con el nombre inefable de la omnipotencia divina, nombre que se escribe con cuatro letras, pues el del hombre

4 Etimología respecto al nombre de la mujer que, por otra parte, ya sustenta la Santa Escritura en Gen. III, 20.5 I Sam. XXV, 25.6 Heb. I, 4.7 Filip. II, 9-10.8 mda, pronunciado Adam.

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no guarda concordancia con el nombre de Dios ni en cuanto a caracteres, ni en cuanto a figura, ni en cuanto a número9.Pero abstengámonos, por ahora, de unos misterios que poca gente ha leído y menos gente aún ha comprendido, pues exigirían un trato más intenso del que aquí conviene. Por lo pronto examinemos la excelencia de la mujer, no ya en lo que concierne a su nombre, sino a partir de hechos probados, hechos que pondrán de relieve tanto sus funciones como sus méritos. A tal efecto, y según manda el precepto, escrutaremos las escrituras para fundamentar nuestro alegato en ellas, pues constituyen el principio mismo de la creación, y a partir de ellas demostraremos con nuestro discurso que la dignidad obtenida por la mujer es muy superior a la que ha recibido el hombre. Empecemos, en primer lugar, considerando el orden de la Creación.Sabemos que entre todas las cosas creadas por Dios, que es toda bondad y toda grandeza, existe una diferencia esencial, y es la siguiente: hay ciertas cosas que permanecerán por siempre incorruptibles y otras que, por el contrario, están sujetas a la corrupción y al cambio; y sabemos también que la Creación de Dios se sometió a un orden consistente en empezar por una cosa notable y terminar con una segunda cosa excelente, por eso Dios creó primero a los ángeles incorruptibles y después creó las almas (según afirmación de Agustín, cuando dice que el alma de nuestro primer padre fue creada al mismo tiempo que los ángeles, esto es, antes de la formación de los cuerpos). A continuación, creó los elementos incorruptibles, pues los cielos y las estrellas no son otra cosa, y otros que, a pesar de ser incorruptibles, estaban sometidos a ciertas mutaciones; después formó todo aquello que está sujeto a la corrupción, ascendiendo desde las cosas más viles para alcanzar la perfección del universo por medio de todos los grados de dignidad. Por ello, en primer lugar fueron creados los minerales, después los vegetales, plantas y árboles, después los seres animados, en particular las bestias salvajes: primero los reptiles, después los peces, los volátiles y los cuadrúpedos, y sólo después de haber creado todo esto, creó a dos seres humanos, formados a su imagen, primero al hombre y después a la mujer; después de crearla a ella, los cielos, la tierra y todo sus ornatos quedaron culminados. En consecuencia después de que el Creador formó a la mujer descansó, pensando que ya no había nada más bello que crear, pues en ella quedaba resumida y llevada a la perfección toda la sabiduria y poder del Creador, de manera que después de ella ya no podemos hallar o imaginar ninguna otra criatura. Y habida cuenta que la mujer es el término ultimo de la creación, el más perfecto cumplimiento de todas las obras de Dios y la perfección del universo mismo, ¿quién discutirá que merece la excelencia por encima de toda otra criatura? Ella, que fue creada cuando el mundo todo ya poseía una absoluta perfección; a pesar de ello y aunque el mundo ya estuviera culminado en todas sus partes hubiera quedado imperfecto, pues tan sólo podia encontrar completa culminación en una criatura que fuera, y con mucho, la más perfecta entre todas. ¿Acaso no sería poco razonable o absurdo pensar que Dios terminaría tan magnífica obra con una cosa imperfecta? Ya que el mundo fue creado por Dios como un anillo de perfección absoluta, consideró necesario que éste quedara cerrado con un elemento que fuera como un eslabón capaz de reunir a la perfección el principio y el final del círculo. Por eso, y aunque la mujer fuera la última en ser creada según el tiempo y dentro del conjunto de las cosas, el espíritu divino la concibió en primer lugar, tanto por su prestigio como por su dignidad; en este sentido el profeta ha escrito: Antes de que los 9 Agrippa establece una similitud de forma entre hwhy (el tetragramaton o nombre inefable, pronunciado tradicionalmente como Yahveh o Yehovah) y hwx (el nombre de Eva, pronunciado Javah).

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cielos fueran creados, Dios ya la había escogido entre todas10. Es lugar común entre los filósofos, decir (y lo cito en sus propios términos): el fin siempre es el primero en la intención y el ultimo en la ejecución. La mujer fue la última obra de Dios y Él la introdujo en nuestro mundo como regente de un reino que fue dispuesto para ella, adornado y perfecto en todo. Por tanto, es justo que toda criatura la ame, la honre y la respete, y justo es que toda criatura le esté sometida y la obedezca, pues es la reina de todas las criaturas, su fin, la perfección y la gloria completa de todo. Por eso el sabio dijo de ella: Ha hecho brillar su noble origen viviendo con Dios, pues el Señor de todas las cosas la ama11.La superioridad de la mujer sobre el hombre, en cuanto a nobleza de origen y en razón del lugar a partir del cual fue creada, también queda sobradamente demostrada en las Santas Escrituras. En efecto, la mujer fue formada, igual que los ángeles, en el Paraíso, lugar enteramente colmado de nobleza y delicias, mientras que el hombre fue creado fuera del Paraíso, en el campo y entre las bestias salvajes, para ser más tarde conducido al Paraíso a fin de que la mujer pudiera ser allí creada. Por esta razón, merced a un don particular de la naturaleza y como si estuviera acostumbrada (a las alturas) por su elevado y eminente origen, la mujer no está sujeta al vértigo y sus ojos no se ofuscan por alto que mire, ofuscaciones que por el contrario son frecuentes entre los hombres. Además, cuando un hombre y una mujer están en peligro de ahogarse, si no interviene ningún auxilio exterior, la mujer se mantendrá mucho más tiempo en la superficie del agua, mientras que el hombre no tardará en hundirse hasta el fondo.Los vínculos existentes entre la nobleza de un lugar y la notoriedad de un individuo quedan claramente confirmados en los santos cánones, y las leyes civiles de todas las naciones tienen por costumbre considerarlos con atención a la hora de juzgar no ya a los hombres sino a todo ser vivo y aun a toda cosa, estimando que a un lugar de origen más honorable, corresponden cosas más estimables. Por eso Isaac recomienda a su hijo Jacob que no tome una mujer de Canaán sino de Mesopotamia de Siria, porque éstas últimas eran de una condición mejor. Este mismo punto de vista se insinúa en un versículo de Juan, cuando Felipe le dice a Natanael: Hemos encontrado a Jesus, hijo de José de Nazareth, y éste responde: ¿puede venir alguna cosa buena de Nazareth?12.Prosigamos ahora nuestro discurso: si consideramos la materia de su creación, la mujer es superior al hombre, pues su creación no exigió una materia inanimada o un limo vil, sino una materia purificada, dotada de alma y vida, esto es, un alma razonable, partícipe de la divina inteligencia. A esto cabe añadir que Dios creó al hombre tomando una tierra que, por su propia naturaleza y mediando la influencia celeste, produce animales de toda especie, sin embargo a la mujer la creó Dios mismo, al margen de toda influencia celeste y de toda acción espontánea de la naturaleza, sin contribución de fuerza alguna; y si en ella se descubre una cohesion absoluta, entera y perfecta, veremos que el hombre tuvo que perder la costilla que sirvió para crear a la mujer, Eva. Y esto aconteció durante el sueño de Adán, sueño tan profundo que ni siquiera notó que le había sido sacada una costilla, costilla que Dios sacó del hombre para dársela a la mujer. En consecuencia, si el hombre es una obra de la naturaleza, la mujer es una creación de Dios. Y cabe decir que, generalmente, la mujer es más visitada por el esplendor divino que el hombre y que con frecuencia es más colmada del mismo, como se puede constatar si consideramos su primor y extraordinaria belleza.Si aceptamos como cosa cierta que la belleza no es más que el fulgor del rostro y de la luz divina que se encuentra en las cosas cuando resplandece a través de un cuerpo 10 Cif. Eclo. XXIV, 5.11 Sab. VIII, 3.12 Jn. I, 45-46.

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armonioso, convendremos sin duda alguna en que este esplendor ha escogido habitar en las mujeres antes que en los hombres. De ahí la extremada delicadeza del cuerpo femenino: tanto a la vista como al tacto su carne es muy tierna, su faz es clara y radiante, brillante su piel, la belleza de su cabeza, con su seductora cabellera de largos cabellos suaves y brillantes, la majestad de su mirada, su aspecto agradable, su cara, la más bella entre todas, su cuello posee una blancura lechosa, su frente despejada, ancha y esplendorosa, posee unos ojos penetrantes y chispeantes que unen a su natural gracia una alegría amable, el fino arco de sus cejas los corona y un bello semiplano en la frente los separa para que entre ellos descienda una nariz regular y de justa proporción bajo la cual hallaremos una boca escarlata que debe su belleza a la disposición simétrica de los labios, que dejan translucir a la menor sonrisa dientecillos bien alineados, de una blancura deslumbrante como de marfil, menos numerosos sin embargo que los del hombre, pues la mujer no es ni glotona ni agresiva como aquél. En torno a la boca están las mandíbulas y unas mejillas suaves y tiernas, que tienen el esplendor de las rosas púrpura y las improntas del pudor, así como un mentón redondeado y adornado por un encantador hoyuelo. Después aparece el cuello, flexible, bastante largo, que se eleva por encima de unos hombros redondos; su garganta es delicada y blanca y tiene una anchura mediana. Su voz y sus palabras son muy agradables, su pecho largo y saledizo, construído como un conjunto armonioso de carne y de senos firmes y redondos, tan redondos como redondo es el contorno de su vientre; sus flancos son flexibles y su espalda se eleva recta. Tiene los brazos largos, las manos bien conformadas, los dedos afilados y de finas articulaciones, caderas y muslos henchidos, pantorrillas carnosas, redondeada la extremidad de sus manos y pies y todos sus miembros rebosan savia. Si a todo esto añadimos su paso y su andar modesto, sus gestos graciosos, las justas proporciones y el equilibrio del conjunto de su cuerpo, su configuración y aspecto, deberemos convenir que ella es, desde todos los puntos de vista, la criatura más bella, y que no hay otra que pueda ofrecernos un espectáculo y una maravilla de tan admirable contemplación, y hasta tal punto esto es así que habría que estar ciego para no ver de qué forma el propio Dios ha reunido en la mujer toda la belleza que el mundo entero puede contener, y cómo todos los seres quedan deslumbrados por su belleza, amándola y venerándola con infinitos títulos; por esta razón, y con mucha frecuencia, se ha visto morir, víctimas de ardiente amor, a espiritus incorporales y a demonios que amaban a mujeres (y eso no es una creencia errónea sino una verdad que viene confirmada por muchas pruebas).Pasaré por alto los relatos que nos legaron los poetas sobre los amores que experimentaron los dioses por las mujeres que amaron, -los amores de Apolo y Dafne, de Neptuno y Salmonea, de Hércules y Hebe, de Yole y de Omfale-, y sobre las mujeres que fueron amadas por otros dioses, particularmente numerosas en el caso de Júpiter. Pero cabe destacar que las Santas Escrituras celebran y alaban esta belleza, don divino amado por dioses y hombres, como una gracia suprema que ha sido otorgada a las mujeres.Por eso leemos en el Génesis que los hijos de Dios, viendo a las hijas de los hombres las hallaron bellas y las tomaron como esposas13. También leemos que Sara, la mujer de Abraham, era la más bella entre todas las mujeres de la tierra14, y aún diría más: poseía una belleza prodigiosa. De modo parecido, cuando el servidor de Abraham percibió la maravillosa belleza de Rebeca, se dijo a sí mismo: He aquí a la que el Señor ha escogido para Isaac, hijo de Abraham15. 13 Cf. Gen. VI, 2.14 Cf. Gen. XII, 10 ss., Gén. XX, 1-2.15 Gén. XXIV, 14.

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Abigail, esposa de Nabal, hombre muy malvado, era tan hermosa como prudente y sabia, y esto le permitió salvar la vida y los bienes de su marido del furor de David, de manera que aquel malvado quedó a salvo gracias a la belleza de su mujer y efectivamente, David le dijo: Vuélvete a tu casa en paz, pues he oído tu voz y he honrado tu rostro16. La belleza tanto puede residir en el espíritu y en la voz como en el cuerpo, pero en Abigail todo era bello, pues al sabio consejo unía palabras hábiles y un cuerpo gracioso, y tantas otras dignidades que, tras la muerte de su esposo Nabal, mereció convertirse en una de las esposas de David17. Y Betsabé era tan hermosa que David se enamoró de ella, con ella se desposó tras la muerte de su marido y a ella elevó a la dignidad de reina por encima de todas las demás18. La sunamita Abisaac, por ser muchacha de gran belleza, fue escogida para que yaciera junto al rey David a fin de escalfar su envejecido cuerpo19. También a ella quiso el viejo rey otorgarle los máximos honores y, tras la muerte del rey, obtuvo el rango de reina todopoderosa. Algo semejante ocurrió con la extraordinaria belleza de la reina Vasti y de Esther, que fue escogida para vencer sobre aquélla merced al atractivo y al extremado encanto de su rostro20. Acerca de Judith leemos que el Señor le concedió una plenitud de belleza tal que uno quedaba mudo de admiración mirándola21. De Susana, que su faz era admirablemente fina y bella22. Y leemos también que Job, después de las tentaciones y las muchas pruebas que tuvo que soportar, recibió como don del Señor (junto con las otras recompensas que mereció por su paciencia) tres hijas muy bellas23, infinitamente más encantadoras que las tres Gracias, y tan bellas como nadie podría encontrar jamás en cualquier punto de la tierra.A continuación podríamos leer las historias de las santas vírgenes y quedar maravillados viendo la exultante belleza y la admirable gracia que la Iglesia Católica les ha otorgado por encima de las restantes hijas de los hombres, cuando canta solemnemente sus alabanzas; pero, entre todas ellas alaba a la Virgen María, madre de Dios y virgen inmaculada, que a todas superó con creces, a ella, cuya belleza fue admirada por el Sol y la Luna, a ella, cuyo rostro eximio fulguró con tan casta y santa belleza que, a pesar de deslumbrar todos los ojos y corazones, jamás hombre alguno ejerció medios de seducción con ella ni la ofendió con el más fugitivo deseo.He relatado tan por extenso y casi literalmente estos pasajes de los libros sagrados, en los que se hace tan frecuente mención de la belleza, con objeto de que podamos comprender claramente que la belleza de las mujeres les sirve para aumentar estima y honor, no ya a ojos de los hombres sino también a ojos de Dios. De igual forma, leemos en otro pasaje de las Santas Escrituras que Dios ordenó dar muerte a todos los seres de sexo masculino, niños incluidos, pero que perdonó a las mujeres bellas24. Y en el Deuteronomio se permite a los hijos de Israel que escojan como esposa a una bella cautiva25.Además de esta admirable belleza, la mujer recibió como porción la dignidad de la virtud, dignidad que le fue negada al hombre. Sus cabellos crecen de tal forma que

16 I Sam. XXV, 35.17 I Sam. XXV, 39 ss.18 II Sam. XI, 2-4, 27.19 I Re. I, 2-4.20 Est. II.21 Jdt. VIII, 7.22 Dan. XIII, 31.23 Job XLII, 15.24 Num. XXXI, 18.; Ex. I, 16.25 Dt. XXI, 11.

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alcanzan a recubrir las partes vergonzantes de su cuerpo, y en la obra de la carne jamás es necesario tocar esas partes de la mujer a pesar de lo asiduos que son a ellas los hombres; en fin, la propia naturaleza dispuso según una maravillosa decencia las partes sexuales de las mujeres, las cuales no son protuberantes como entre los hombres, sino que se mantienen en el interior, al abrigo de un lugar extraordináriamente secreto y seguro. Por otra parte la naturaleza acordó mas pudor a las mujeres que a los hombres, y por eso es frecuente ver a una mujer que sufre de un tumor en el bajo vientre poner su vida en peligro, prefiriendo morir antes que, por los cuidados requeridos, exponerse a la vista y tocamiento del cirujano. Y esta virtud del pudor la conservan las mujeres incluso en la hora de su muerte o después de su propia muerte, como puede observarse con particular evidencia en los casos de las ahogadas; en efecto, según la autoridad de Plinio y según el testimonio de la propia experiencia, la naturaleza, conservando el pudor de las fallecidas, hace que el cadáver de la mujer flote con el vientre hacia abajo, mientras que el cadáver del hombre flota sobre la espalda. Y aún hay otro argumento a añadir y que hace referencia a la parte más noble del cuerpo humano, aquélla por la que somos distintos de las bestias salvajes y que prueba la dignidad de nuestra naturaleza, la cabeza, y más particularmente el rostro. Pues bien, la cabeza de los hombres se ve afeada por la calvicie, mientras que la naturaleza otorga a las mujeres el gran privilegio de no tornarse calvas. El rostro de los hombres, además, se encuentra recubierto por una barba de pelos innobles que les son muy molestos, siendo envilecido hasta tal punto que apenas se les puede distinguir de los animales salvajes. El rostro de las mujeres, por el contrario, permanece siempre puro y bello. Por eso la Ley de las Doce Tablas prohibió a las mujeres rasurarse las mejillas, por temor a que les creciese barba y quedase así disimulado su pudor. Y, sin duda, la prueba más evidente de la limpieza y pureza de la mujer es que si se baña cuidadosamente una sola vez, al volverse a sumergir en agua clara no queda en ésta rastro alguno de suciedad, mientras que el hombre, aunque se bañe repetidas veces, enturbia y ensucia el agua cada vez que vuelve a lavarse. Además, según una ley natural, las mujeres expulsan una vez al mes sus humores superfluos por los lugares secretos de su cuerpo, mientras que los hombres los evacuan constantemente por la cara, la parte más noble del cuerpo humano. Por otra parte, entre todos los seres animados, tan sólo los hombres tienen la capacidad de dirigir su rostro hacia el cielo, y la naturaleza y la fortuna han sido tan maravillosamente atentas y llenas de consideración hacia la mujer que si por azar alguna de ellas tropieza, cae casi siempre al revés, de modo que no aconcha jamás la cabeza o el rostro contra el suelo, salvo por voluntad propia.Y no quisiera olvidar esto: ¿Acaso no vemos que desde la creación del género humano la naturaleza ha preferido la mujer a los hombres? Esto se muestra con particular evidencia en el hecho de que sólo la simiente femenina (según las afirmaciones de Galeno y Avicena) es materia y nutriente para el feto, mientras que la del hombre interviene muy poco, penetrando como una suerte de accidente de la sustancia. La empresa principal y esencial de las mujeres, dice la ley, es concebir y proteger el fruto de su concepción y, porque han sido procreados por su sangre, habitualmente los niños se parecen a sus madres. Y si bien este parecido es frecuente en el aspecto fisico, se da siempre en el carácter: si las madres son estúpidas, los hijos son estúpidos; si las madres son sabias, los hijos transpiran sabiduría. No sucede lo mismo en relación a los padres, pues sucede a menudo que padres inteligentes engendran hijos estúpidos y que padres estúpidos dan nacimiento a hijos sabios, según si la madre es una cosa o la otra. Por eso las mujeres aman a sus hijos más de lo que los aman los padres, pues reconocen y atisban en sus hijos más de sí mismas que los padres. Y entiendo que esta misma razón es la que explica que mostremos más afecto hacia nuestra madre que hacia nuestro

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padre, hasta el punto de poderse afirmar que si bien amamos a nuestro padre, tan sólo queremos a nuestra madre.A esto hay que añadir que la naturaleza ha dotado a las mujeres de una leche con una fuerza vital tal que le permite no sólo alimentar a sus hijos, sino que es capaz de curar enfermedades y que es suficiente para manterner con vida a los adultos. Según leemos en Valerio Máximo, la experiencia fue llevada a cabo por una joven plebeya que alimentó con su leche a su madre, encarcelada y condenada a morir de hambre; esta piedad filial procuró la salvación de su madre y supuso para ambas una pensión alimeticia de por vida, y, en honor al hecho, la prisión fue consagrada como templo de piedad.Por otra parte es sabido que la mujer es casi siempre mucho más piadosa y misericordiosa que el hombre, y por eso Aristóteles ha considerado estos sentimientos como propios del sexo femenino, y creo que estas virtudes son las que llevaron a Salomón a decir: allí donde no hay mujer, gime el enfermo26, pues la mujer hace gala de una destreza y buen humor sorprendentes cuando ayuda y asiste a los enfermos, o quizás lo dijo porque su leche es el remedio más poderoso que puede encontrarse a disposición inmediata de los enfermos debilitados y moribundos para devolverles la vida. A esto hay que añadir que, según afirman los médicos, el calor de sus senos aplicados sobre el pecho de hombres a los que una edad provecta debilita, despierta en ellos el calor vital, lo aumenta y lo conserva. David lo sabía, y por eso escogió en su vejez a la joven sunamita Abisaac para calentarse entre sus brazos27.Además de todo esto, la mujer es mucho más apta que el hombre para el sagrado deber de la procreación; esto es conocido por todos, pues a los diez años, e incluso antes, ya es núbil, mientras que el hombre adquiere su capacidad para engendrar mucho más tarde. Nadie ignora que, única entre los vivíparos, la mujer está dispuesta para la obra de la que estamos hablando desde el momento en que queda encinta y que empieza su embarazo, y poco después de ser liberada por el alumbramiento. Y su órgano en forma de vaso, llamado matriz, está tan bien adaptado para la concepción, que la mujer, según podemos leer, en algunos casos ha podido concebir sin unirse a un hombre, como aquélla mujer que, según el relato escrito de un ilustre naturalista, se impregnó del semen expulsado por un hombre en el baño. A ello cabe añadir otro milagro sorprendente de la naturaleza, pues una mujer encinta, llevada por un antojo, puede comer sin peligro alimentos que no han sido cocidos, pescados crudos e incluso, cosa que se da con frecuencia, carbón, barro o piedras, llegando a digerir sin sufrimiento alguno metales, veneno y otros muchos productos semejantes que se convierten para ella en una comida saludable. No menos sorprendentes, además de los que acabo de citar, son otros muchos fenómenos prodigiosos con los que la naturaleza se complace en la mujer y que pueden leerse en las obras de los filósofos y de los médicos, y voy a poner de entre todos ellos un solo ejemplo que ahora tengo a mano: se trata de los menstruos, esa sangre que además de liberar de las fiebres cuartanas, de la rabia, del mal comicial, de la elefantiasis, de la melancolía, de la locura y de muchas enfermedades semejantes, todas ellas muy perniciosas, debe ser admirada por otros muchos efectos, entre otros, extingue los incendios, calma las tempestades, aparta el peligro de las aguas desbordadas, expulsa todo mal, desliga los encantamientos, pone en fuga los malos espíritus, y otros muchos poderes que no está en mi ánimo exponer ahora. Sin embargo, y a fin de ofrecer de ellos una exposición más que suficiente, añadiré, apoyándome en las tradiciones de médicos y filósofos avalados por la experiencia, ese don divino que han recibido las mujeres y que todos admiran: me 26 Eclo. XXXVI; 27.27 I Re. I, 2-4.

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refiero al poder de curarse por sí mismas y por sus propios medios de todo tipo de enfermedades, sin recurrir a ninguna ayuda extraña o foránea.Pero lo más milagroso, lo que sobrepasa todo prodigio, es que la mujer sola, sin hombre alguno, sea capaz de engendrar seres humanos, privilegio que en forma alguna ha sido concedido al hombre. Los turcos y los mahometanos confiesan esta posibilidad y creen que un buen número de entre ellos han sido concebidos sin la simiente viril , y en su lengua denominan a estos seres nefesogli; también se cuenta que hay islas donde las mujeres conciben por efecto del soplo del viento, sin embargo nosotros negamos la verdad de esta afirmación, pues sólo la virgen María, y sólo ella, concibió a Cristo sin unirse al hombre, alumbrando de su propia sustancia y de su fecunda naturaleza un hijo. La bienaventurada Virgen María es la madre verdadera de Cristo según la naturaleza, y Cristo es el verdadero hijo de la Virgen según la naturaleza, y digo “según la naturaleza” porque él es hombre e hijo de virgen según la naturaleza, pues esta virgen no estuvo sujeta a la corrupción de la naturaleza: ella no alumbró en el dolor ni fue sometida a la potestad del hombre, sino que recibió de Dios la bendición de la fecundidad, por lo que para concebir no tuvo necesidad del concurso del hombre. En lo que concierne a los brutos, ha sido establecido que algunas hembras sean fecundadas sin participación de macho, como es el caso, según relata Orígenes en su obra contra Fausto, de las hembras de los buitres; y también sucede así en las yeguas, de las que se decía en la antigüedad que concebían bajo el influjo del Céfiro, tal y como expresan los siguientes versos:

Con la boca como ofrenda al Céfiro se dirigen a los acantilados, se penetran de las ligeras brisas y, sin acoplamiento alguno, son a menudo fecundadas por el viento.

¿Y qué decir de la palabra? ese divino don que por encima de todos nos hace superiores a las bestias, que Mercurio Trismegisto estima tan precioso como la misma inmortalidad y que Hesíodo llama el mejor tesoro del hombre. ¿Acaso no se expresa la mujer con más facilidad y habilidad y con mayor abundancia que el hombre? Todos nosotros, los hombres, ¿acaso no hemos aprendido a hablar gracias a nuestras nodrizas primero y a nuestras madres después? Sin duda la propia naturaleza, arquitecto del mundo, en su providente sabiduría hacia el género humano, acordó a la mujer ese privilegio, y a ello se debe la enorme dificultad para encontrar en cualquier parte una mujer muda. Ciertamente es bello y digno de alabanza estar por encima de los hombres en aquel punto donde los humanos son particularmente superiores al resto de criaturas vivientes.Pero dejemos los textos profanos y volvamos a las santas escrituras, que es nuestro deber como herederos, y comencemos nuestra demostración partiendo de las mismas fuentes de la religión.En primer lugar, sabemos con certeza que Dios bendijo al hombre a causa de la mujer, como si el hombre hubiese sido juzgado indigno de recibir la bendición antes de que la mujer fuera creada. Éste es el sentido del proverbio de Salomón: Aquél que halla una buena mujer halla la dicha, es una gracia que ha recibido del Señor28, y del pasaje del Eclesiástico: feliz el esposo cuya mujer es buena, doblado será el número de sus años29. Ningún hombre podrá ser comparado en dignidad al que haya sido hallado digno de tener una buena mujer, que es, como dice el Eclesiástico: una gracia que supera toda

28 Prov. XVIII, 22.29 Eclo. XXVI, 1.

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gracia30. Por eso Salomón, en los Proverbios, la llama corona del hombre31 y, Pablo, gloria del hombre32. Mas la gloria es, por definición, el cumplimiento y el punto de perfección del ser que preservera en su ser y se deleita en su fin cuando ya nada le puede ser añadido para aumentar su perfección. La mujer es, por tanto, el cumplimiento, la perfección, la bondad, la bendición y la gloria del hombre y, según Agustín, la primera compañía del género humano en su condición mortal. Por eso todo hombre la debe amar necesariamente, pues aquél que no la ame, aquél que muestre odio hacia ella, no sólo queda excluido de todas las virtudes y de todas las gracias sino que incluso queda despojado de su caracter humano.Tal vez convendría mencionar aquí los misterios de la Cábala, que explican cómo Abraam, tras haber obtenido la bendición de Dios a causa de su mujer Sarah, fue llamado Abraham, diciéndonos que la letra “h” añadida al nombre del hombre fue tomada del nombre de la mujer33; asimismo nos dicen que la bendición vino a Jacob de una mujer, su madre, que la había adquirido34. En las santas escrituras abundan pasajes similares a estos, pero no es este el lugar apropiado para desarrollarlos. Así pues, la bendición fue dada a causa de la mujer, y la ley a causa del hombre, y fue ésta una ley de cólera y maldición, pues fue al hombre a quien había sido prohibido comer del fruto del árbol y no a la mujer: fue el hombre quien trajo la muerte, no la mujer. Y todos nosotros hemos pecado en Adan, no en Eva, y soportamos la carga del pecado original no por la falta de nuestra madre, que es mujer, sino por la de nuestro padre, que es hombre. Y por eso la antigua ley ordenaba la circuncisión en los machos y advertía que se dejara a las mujeres sin circuncidar35, pues, sin duda, la intención era castigar el pecado original en el sexo que había pecado. Diré además que Dios no castigó a la mujer por haber comido, sino por haber dado ocasión al hombre de hacer el mal, cosa que ella hizo por ignorancia e impulsada por la tentación del diablo. Así pues, el hombre pecó con completo conocimiento, mientras que la mujer cayó en el error por ignorancia y porque fue engañada.Ella fue la primera a quien tentó el diablo, pues sabía que era la más excelente entre todas las criaturas, y por eso, según palabras de Bernardo, el diablo, viendo su admirable belleza y entendiendo que era tal y como la había conocido ante la luz divina, cuando por encima de todos los ángeles ella gozaba de la conversación de Dios, tomó a la mujer, en razón de su excelencia, como único objeto de celos.Por eso Cristo, que nace a nuestro mundo en la más gran humildad para expiar por medio de esa humildad el pecado del primer padre, tomó el sexo masculino, más humilde, y no el sexo femenino, más elevado y noble. Por otra parte, ya que fuimos condenados por el pecado del hombre y no de la mujer, Dios quiso que este pecado fuese expiado en el sexo que pecó, y que, por el contrario, el sexo que fue engañado por su ignorancia asegurase la reparación. Por eso le fue dicho a la serpiente que la mujer, o según una mejor lectura, que la descendencia de la mujer, le quebraría la cabeza, y no el hombre o la simiente del hombre. También por eso el sacerdocio fue confiado por la Iglesia al hombre y no a la mujer, porque todo sacerdote representa a Cristo, y Cristo mismo representa al primer hombre pecador, es decir, al propio Adán.Entonces adquiere sentido el cánon que comienza por estas palabras: Haec imago, que significa que la mujer no fue hecha a imagen de Dios, es decir, a semejanza corporal de

30 Eclo. XXVI, 19.31 Prov. XII, 4.32 I Cor. XI, 7.33 Cf. Gen. XVII, 5 y Gen. XVII, 15.34 Gen. XVII, 1-10.35 cita

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Cristo. Sin embargo Dios, y estoy hablando de Cristo, no quiso ser hijo de un hombre, sino de una mujer, a la que honró hasta el punto de no recurrir más que a la carne de la mujer para encarnarse. Y si Cristo es llamado hijo del hombre es a causa de la mujer, no a causa del hombre, lo cual resulta un milagro extraordinario para el profeta, que observa estufefacto cómo una mujer ha cercado a un hombre, pues, por así decirlo, una virgen ha ultrapasado su propio sexo y ha llevado a Cristo en su cuerpo.Por otra parte, cuando Cristo resucita se aparece primero ante las mujeres que ante los hombres, y nadie ignora que después de la muerte de Cristo, los hombres abjuraron de su fe, mientras que ningún texto da testimonio de que mujer alguna abandonase su fe y religión cristiana. Ninguna persecución, ninguna herejía, ningún extravío en la fe se produjo jamás por parte de las mujeres, algo muy distinto de lo que sucedió con los hombres. Cristo fue traicionado, vendido, comprado, acusado, condenado, sufrió la pasión, fue crucificado y finalmente entregado a la muerte unicamente por la falta de los hombres. Y aún mas, Pedro, que le amaba, renegó de él, fue abandonado por todos sus demás discipulos y sólo las mujeres le acompañaron hasta la cruz y hasta la tumba. Incluso una pagana, la mujer de Pilatos, hizo más esfuerzos para salvar a Jesús que ninguno de los hombres que habían creído en él. Añadamos a esto que, según afirma la casi totalidad de la escuela de teólogos, la Iglesia no perduró entonces más que en una sola mujer, la virgen María, lo que hizo que el sexo femenino fuese llamado con justo título el sexo religioso y sagrado.Y si afirmamos con Aristóteles que en todos los seres vivos los machos son los más valientes, los más prudentes y los más nobles, Pablo, que fue mas sabio que él, responderá con estas palabras: Dios ha establecido que las cosas necias del mundo confundan a los sabios; Dios ha establecido que las cosas débiles del mundo confundan a los fuertes, y Dios ha establecido que las cosas viles y despreciables que son tenidas como nada, reduzcan a la nada aquéllas que son36.Y reflexionemos sobre esto: ¿Qué hombre fue más enaltecido que Adán en todos los dones de gracia de la naturaleza? Pues bien, una mujer lo rebajó37. ¿Quién fue más fuerte que Sansón? Una mujer superó su fuerza38. ¿Quién fue más casto que Lot? Una mujer hizo que cometiera incesto39. ¿Quién fue más respetuoso en sus deberes hacia Dios que David? Una mujer empañó su santidad40. ¿Quién fue más sabio que Salomón? Una mujer lo engañó41. ¿Quién mostró más paciencia que Job? El diablo lo despojó de todos sus bienes, mató a su familia e hijos, recubrió todo su cuerpo de úlceras, de pus, lo abrumó con dolores, y con todo ello no consiguió desviarlo de su simplicidad y paciencia primeras e incitarlo a la cólera. Pues bien, una mujer lo logró, superior al diablo y más osada que él, desató sus maldiciones42. Y el propio Cristo, si es que puedo incluirlo en esta confrontación, él, que supera a cualquier otro en poder y sabiduría, pues la potencia y la sabiduría de Dios son eternas, ¿acaso no admitió la superioridad de una simple mujer de Canaán sobre él? Él le dijo: No está bien tomar el pan de los hijos y arrojarlo a los perritos, y ella le respondió: Cierto señor, pero los perritos también comen las migajas que caen de la mesa de sus amos, y Cristo, comprendiendo que no podía ofrecer un argumento más convincente, la bendijo y le dijo: Que se haga conforme a tu deseo43. ¿Y quién mostró una fe más ardiente que Pedro, el primero de 36 I Cor. I, 27-28.37Gen. II.38 Jue. XIV ss.39 Gen. XIX, 30 ss.40 II Sam. XI, 2 ss.41 I Re. XI, 1 ss.42 Job II, 9¿?43 Mt. XV, 26, 27, 28.

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los apóstoles? Una mujer le llevó, a él, que no fue precisamente uno de los pastores menores de la Iglesia, a renegar de Cristo44. Que los canonistas promulguen, si quieren, que la Iglesia no puede equivocarse: una mujer la ha engañado tornándose Papa mediante una extraordinaria impostura45.Pero se dirá que tales hechos más incitan a lanzar vituperios contra las mujeres que a acordarles una mayor gloria. Las mujeres responderán a esto: Si es necesario que uno de los dos pierda sus bienes o su vida, prefiero tu pérdida que la mia propia . En esto seguirán el ejemplo de Inocencio III, que en una epístola decretal dirigida a un cardenal enviado por la santa sede, dejó el siguiente mensaje: Si es necesario que uno de nosotros dos sea confundido, prefiero que el confundido seas tú. A esto hay que añadir que las leyes civiles han concedido a las mujeres permiso para volver en interés suyo la desgracia de otro. ¿Acaso en las santas escrituras no es más frecuentemente bendita y alabada la iniquidad de la mujer que las buenas acciones del hombre? ¿No alaban a Raquel, que urdió una bella mentira para engañar a su padre cuando éste buscaba sus ídolos46? ¿No alaban también a Rebeca por haber obtenido por medio de la astucia la bendición de su padre para Jacob, y por conseguir después, a fuerza de ingenio, apaciguar la cólera de su hermano47? Rahab engañó a los hombres que buscaban a los espías de Josué y aquello le fue imputado como un acto justo48. Jahel salió para recibir a Sísara y le dijo: Entra en mi casa, mi señor49, y como él le pidiera agua ella le dió a beber leche, y lo cubrió cuando se acostó, pero cuando Sísara se hubo dormido, ella entró a escondidas, le hindió un clavo en la cabeza y mató al hombre que había confiado en ella para que lo salvase. Y por esta traición insigne bendita, -dice la escritura-, bendita sea Jahel entre las mujeres de su tienda50. Leed la historia de Judith y prestad atención a lo que le dice a Holofernes: Escucha, -dice ella-, las palabras de tu sierva, pues si haces lo que digo, el Señor te hará perfecto. Ante ti lo anunciaré todo, y de este modo serás conducido hasta el centro de Jerusalén, y tendrás a todo el pueblo de Israel como ovejas desprovistas de pastor, y ni tan sólo un perro ladrará contra ti, porque lo que te digo lo he recibido de la providencia de Dios51. Con estas palabras halagüeñas Holofernes quedó dormido, y entonces le golpeó en la nuca y le cortó la cabeza. ¿Puede alguien imaginar acción más desleal, astucia más cruel, traición más turbia? Y sin embargo por ella la escritura la bendice, la alaba, la exalta, y la iniquidad de la mujer es estimada como infinitamente superior a las buenas acciones del hombre. ¿Acaso no actuaba bien Caín cuando ofrecía en sacrificio las primicias de sus mejores cosechas52? Pues eso mismo le valió la reprobación de Dios. ¿Acaso no era una buena acción por parte de Esaú ir de caza obedeciendo respetuosamente a su padre, para buscar el alimento de aquel viejo decrépito53? Y sin embargo fue privado de su bendición y aborrecido de Dios. Oza, mientras sostenía con ardiente piedad el arco tensado y cuando casi lo disparaba, fue alcanzado por una muerte súbita54. En el momento en que el rey Saúl preparaba las víctimas más grasas de los amalequitas para

44 Jn XVIII, Lc. XXII, Mt. XXVI, Mc. XIV.45 Referir el fet de la papessa Joana.46 Gen. XXXI, 32-34.47 Gen. XXVII, 1 ss. 48 Jos. II.49 Jue. IV, 17 ss.50 Jue. V, 24.51 Jdt. XI, 4.52 Gen. IV, 3-5.53 Gen. XXVII.54 cita

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sacrificar a Dios, fue expulsado de su reino y entregado a un mal espíritu55. Las hijas de Lot fueron disculpadas de su incesto con su padre, pero su padre, a pesar de su ebriedad, no fue disculpado y su descendencia es rechazada por la Iglesia de Dios56. La incestuosa Tamar es disculpada y considerada como más justa que el patriarca Judas, y su incesto fraudulento le valió perpetuar el linaje del Salvador57.Así pues, vosotros, hombres fuertes y robustos, y vosotros, cabildos de la escolástica, gordos de ciencias y ligados por tantas fajas, id ahora y probad con otros tantos ejemplos esa tesis opuesta a la mía, que la iniquidad del hombre es mejor que las buenas acciones de la mujer. De ningún modo podréis sostenerla, a menos que recurráis a las alegorías en las que el prestigio de la mujer igualará al del hombre. Pero retornemos sin más tardanza a nuestro propósito.La prueba de la excelencia de un sexo tan afortunado puede ser puesta particularmente en evidencia y sin rastro de duda por el simple hecho de que la más noble de todas las criaturas, aquélla a quien ninguna otra supera ni jamás superará en dignidad, ha sido mujer: quiero hablar de la misma bienaventurada Virgen María, la cual, si cierto es que fue concebida fuera del pecado original, es más grande que Cristo, que participa de la naturaleza humana. En Aristóteles encontramos un argumento de peso: cuando lo mejor de una especie es más noble que lo que hay de mejor en otra especie, la primera de las especies es más noble que la segunda. Pues bien, entre las mujeres la mejor es la Vigen María, y entre los hombres ninguno ha superado a Juan Bautista, y no existe un católico que ignore cuán superior ha sido la Virgen María sobre aquél, ella, que fue ensalzada por encima de todo el coro de los ángeles. Se podría argumentar, de manera semejante, que cuando lo que hay de peor en una especie es más malo que lo que hay de peor en otra, esta última especie es inferior a la primera. Nosotros ya sabemos que el hombre es la más viciosa y la peor de las criaturas, pues fue Judas quien traicionó a Cristo y del que fue dicho: Hubiera sido bueno para él no haber nacido58, y sabemos también que un día existirá un Anticristo peor que él en el que habitará todo el poder de Satanás. Por otra parte, la escritura nos cuenta que muchos hombres han sido condenados a los eternos suplicios, en tanto en ninguna parte se lee que una mujer haya sido de este modo condenada. Añadiremos a este testimonio un privilegio natural entre los animales: el hecho de que el rey de todos los animales y el más noble de entre ellos, el águila, siempre es hembra y jamás es macho. Los egipcios nos han contado por su parte que no existía más que un fénix y que era hembra. Por el contrario, la serpiente “reyezuelo”, llamada basilisco, la más funesta de todas las serpientes venenosas, siempre es macho y jamás puede nacer como hembra.Cabe decir además que la excelencia, la bondad y la inocencia del sexo femenino pueden ser ampliamente demostradas por el hecho de que los hombres son el origen de todos los males, lo cual puede decirse muy rara vez de las mujeres.En efecto, la primera criatura humana, Adán, por haber transgredido la ley del Señor nos cerró las puertas del cielo y nos sumergió a todos en el pecado y la muerte59, pues todos nosotros hemos pecado y morimos en Adán, no en Eva. A continuación, su primogénito abrió las puertas de los Infiernos: fue el primer envidioso, el primer homicida, el primer parricida, el primero que desesperó de la misericordia de Dios60. El

55 I Sam. XV-XVI.56 Gen. XIX, 30 ss.57 Gen. XXXVIII, 13 ss.58 Mt. XXVI, 24; Mc. XIV, 21.59 Gen. III, 6 ss.60 Gen. IV, 5 ss.

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primer bígamo fue Lamek61, el primero en embriagarse fue Noé62, el primero en revelar las torpezas de su padre fue Cam63, el primero en ser a la vez tirano e idólatra fue Nemrod64; el primer adúltero fue un hombre, y fueron los hombres los primeros en hacer alianza con los demonios y en descubrir las ciencias impías. Los primeros hijos de Jacob, hombres, vendieron a su hermano65. El faraón egipcio fue el primero en matar niños66. Hombres fueron los primeros que se entregaron a excesos contranatura (testigos de ello fueron Sodoma y Gomorra67, pueblos en otro tiempo célebres que extinguieron los pecados de los hombres). Leemos que una incontinente voluptuosidad empujó a todos los hombres a ser bígamos, a tener numerosas esposas, numerosas amas, a ser adúlteros, pervertidos. Y así tuvieron numerosas esposas y amas hombres como Lamek, Abraham, Jacob, Esaú, José, Moisés, Sansón, Elcaná, Saúl, David, Salomón, Asur, Roboam, Abiá, Caleb, Asuero y tantos otros que, cada uno de ellos, además de tener muchas esposas, tuvieron también amas y concubinas. Y la unión con ellas no bastaba para saciar su deseo, pues mantuvieron también relación con sus siervas, mientras que, por el contrario, a excepción de Betsabé68 no encontramos a ninguna mujer que no se haya contentado con un solo marido, así como no encontramos a ninguna que se haya casado de nuevo habiendo tenido hijos de su primer marido. Y eso se debe a que las mujeres son más púdicas, más castas, mucho más contenidas que los hombres. Nuestras lecturas nos enseñan que cuando eran estériles, por lo general se abstenían de yacer con su marido, acercando a éste otra mujer, como hicieron Sara, Raquel, Lea y otras muchas mujeres estériles que ofrecieron a sus sirvientas a su marido para asegurarse la posteridad. Pero decidme, ¿hubo jamás un marido, viejo, frígido, estéril e impotente para el acto conyugal que, movido por el afecto y la bondad hacia su mujer, pusiese en su lugar a otro hombre capaz de rociar su vientre fértil con una simiente fecunda? Y sin embargo leemos que Licurgo y Solón propusieron ya leyes según las cuales si un viejo, habiendo pasado la edad del matrimonio o inepto para el amor por cualquier otro motivo, había desposado con una joven, ésta tenía el derecho de escoger entre sus parientes a un hombre joven, vigoroso y de excelentes costumbres para compartir con ella los dulces juegos y los dulces pasatiempos del amor, con la condición de que si ella traía un hijo al mundo fuese declarado como nacido de su marido y que no fuese llamado bastardo o ilegítimo. Nuestras lecturas nos enseñan que estas leyes fueron propuestas, pero no nos dicen que fueran observadas, y no fue tanto la dureza de los hombres como la castidad de las mujeres la que se opuso a ello.Hubo ademas numerosas y muy ilustres mujeres que por su pudor insigne superaron de lejos a los propios hombres en amor conyugal. Citaré a Abigail, la esposa de Nabal, a Artemisa, la de Mausoleo, a Argia, la esposa del tebano Polinice, a Julia, esposa de Pompeyo, a Porcia, la de Catón, a Cornelia, la de Graco, a Mesalina, que lo era de Sulpicio, a Alcestes, la de Admeto, a Hipsícrates, esposa de Mitridates, rey del Ponto, y también Dido, que fundó Cartago, la romana Lucrecia y Sulpicia, la mujer de Lentulo. Y tantas otras a quienes ni siquiera la amenaza de la muerte hizo renunciar a la virginidad y al pudor a los que se habían obligado; así fue con la caledonia Atalanta, la vosga Camila, la griega Ifigenia, Casandra y Criseida. Citemos además a las muchachas lacedemonias, espartanas, milesias y tebanas, y tantas otras mencionadas en las crónicas 61 Gen. IV, 19.62 Gen. IX, 21.63 Gen. IX, 22.64 Gen. X, 8.65 Gen. XXXVII, 28.66 Ex. I, 16.67 Gen. XVIII, 21.68 II Sam. XI.

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de los hebreos, de los griegos y de los bárbaros, que otorgaron más precio a su virginidad que a los reinos y que a su propia vida.Y si buscamos ejemplos de piedad filial, entre todos se ofrecen a nosotros la piedad de la vestal Claudia hacia su padre, y la de aquella joven plebeya hacia su madre, de la que ya hemos hablado antes.Pero aparecerá un Zoilo para objetarnos con los funestos matrimonios de Sansón, Jasón, Deífobo, Agamenón y otras tragedias semejantes; mas si se examinan estas situaciones, como suele decirse, con ojos de lince, se descubrirá que las acusaciones lanzadas contra esas mujeres son injustas pues, de entre todas ellas, ninguna de las que tuvo un buen marido se comportó mal. En efecto, sólo los malos maridos tienen malas mujeres pues, por buenas que sean, se corrompen por los defectos de sus maridos. Si a las mujeres les hubiera estado permitido hacer leyes y escribir relatos históricos, piensa en la cantidad de tragedias que hubieran podido escribir sobre la maldad inconmensurable de los hombres, entre los que encontraríamos una turba de homicidas, ladrones, raptores, falsarios, incendiarios, traidores. Incluso en tiempos de Josué y del rey David los hombres cometían sus latrocinios en grupos tan numerosos que siempre había entre ellos jefes de banda, de los que aun hoy podemos encontrar en buen número. Y, asimismo, todas las prisiones están llenas de hombres, y los patíbulos rebosan por todas partes cadáveres de hombre.Por el contrario, las mujeres han inventado todas las artes liberales, y cada virtud, y cada beneficio, como lo muestran inmejorablemente los nombres femeninos de estas artes y de estas virtudes. Por otra parte, y es éste otro hecho destacable, las diversas partes del globo terrestre reciben nombres de mujer, así, una ha tomado su nombre de la ninfa Asia, otra de Europa, hija de Agenor, otra de Libia, hija de Epaphis, también llamada África. Y, en fin, si se recorren una por una las virtudes, en cualquiera de ellas se encontrará a una mujer en primer lugar. Efectivamente, fue una mujer, la propia Virgen María, quien por primera vez consagró su virginidad a Dios y mereció por ello ser la madre de Dios. Las mujeres profetas siempre han estado más inspiradas que los hombres por el espíritu divino. Los testimonios de Lactancio, Eusebio, Agustín nos dan noticia de las sibilas. María, hermana de Moisés, fue profetisa. Tras la cautividad de Jeremías, la mujer de su tío, llamada Olda, fue ensalzada con preferencia a cualquier hombre con el papel de profetisa para el pueblo de Israel69, que estaba a punto de perecer. Leamos con cuidado las santas escrituras y veremos que la constancia de las mujeres a propósito de la fe y de las demás virtudes es mucho más ensalzada que la de los hombres; de este modo Judith, Ruth, Esther, fueron célebres y glorificadas hasta el punto que sus nombres fueron escogidos como títulos de los santos libros. En cuanto a Abraham, por más que la escritura lo haya llamado justo a causa de su fe, pues creyó en Dios, tuvo, sin embargo, que someterse a su esposa Sara, y recibió de la voz de Dios la siguiente orden: Lo que te diga Sara, cumplelo en todas sus palabras70. Por otra parte, Rebeca, firme en su fe, no vaciló en interrogar a Dios y fue juzgada digna de obtener una respuesta de Él, y oyó de la divina voz: Dos naciones están en tu vientre, y dos pueblos surgirán de tus entrañas y se alzarán el uno contra el otro71. La viuda de Sarepta creyó en Elías72, aunque era dificil tener fe en lo que decía. Y Zacarías, convicto de incredulidad por el Ángel, se tornó mudo73, mientras que su mujer Elisabeth

69 II Re. XXII, 10 ss.; II Cro. XXXIV, 22 ss.70 Gen. XXI, 12.71 Gen. XXV, 23.72 I Re. XVII, 9 ss.73 Lc. I, 20

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profetizó por el hijo que llevaba en su seno74 y por sus palabras recibió alabanzas por haber creído fielmente y, a continuación, ella misma alaba a la bienaventurada Virgen María con estos términos: Feliz tú por haber creído lo que te ha sido dicho por el Señor75. Y la profetisa Ana, despues de la revelación de Simeón, alabó a Dios y habló de él a todos cuantos querían oirla y que esperaban la liberación de Israel76. Felipe tuvo cuatro hijas vírgenes que profetizaban77. ¿Qué decir de la samaritana con la que habló Cristo cerca del pozo? Sorprendido de la fe de esa creyente, rechazó los víveres que trajeron los apóstoles78. Estos ejemplos se pueden completar con la fe de la Cananea79 y de la mujer que sufría una hemorragia80. Y Marta, ¿no confesó su fe como hizo Pedro?81

Por los Evangelios también sabemos con qué constancia María Magdalena dió pruebas de su fe, pues mientras los sacerdotes y los judíos crucifican a Cristo, ella llora, trae ungüentos hasta la cruz, busca a Cristo en la tumba; interroga a un jardinero en quien ella reconoce a Dios, se apresura en ir hacia los apóstoles y les anuncia que Cristo ha resucitado, y mientras que ellos dudan, ella cree82. ¿Conviene hablar de nuevo de Priscila? Esta santísima mujer completó la instrucción de Apolo, obispo de Corinto y muy docto en la ley que oraba a Cristo, y este apóstol no encontró vergonzoso aprender de una mujer lo que él enseñaba en la Iglesia83. Añadamos a esto que son tantas las mujeres como los hombres que, sufriendo el martirio y despreciando la muerte, dieron testimonio de su fe. Y no he de silenciar el hecho de la admirable madre, digna del recuerdo de todas las gentes de bien, que no sólo soportó sin desfallecer el ver morir ante sus ojos a sus siete hijos con un cruel martirio, sino que además tuvo el coraje de exhortarlos a morir y, ella misma, otorgando a Dios una fe sin defecto, murió junto a sus hijos por no faltar el respeto a la ley de sus padres84. ¿Acaso no vimos a los lombardos convertidos por Teodolinda, hija del rey de Baviera, a los húngaros por Gresila, hermana del emperador Enrique I, a los francos por Clotilde, hija del rey de los burgundios, a los españoles por una mujer apóstol de muy humilde condición, y otras muchas poblaciones convertidas en distintas circunstancias por una sola mujer? En fin, el mérito esencial, pienso, de este sexo tan piadoso, reside en que en nuestros días es el único en el que resplandece la fe católica y en el que son perpetuadas las obras de piedad.Mas, para que nadie dude que las mujeres tienen las mismas posibilidades que los hombres, demostrémoslo con ejemplos, y así descubriremos que no hay hazaña, sea cual sea el talento, realizada por los hombres que no haya sido llevada a cabo por las mujeres con igual brillo.En el sacerdocio fueron ilustres entre los gentiles: Melisa, sacerdotisa de Cibeles, a partir de la cual las restantes sacerdotisas tomaron el nombre de Melisa; y Hipecaustria fue sacerdotisa de Minerva; Mera, de Venus, Ifigenia, de Diana, y las sacerdotisas de Baco fueron célebres bajo diversos nombres: Tíades, Ménades, Bacantes, Elíades, Mimalónides, Edónides, Eutíades, Basárides, Triatérides. Y entre los judíos, Maria,

74 Lc. I, 42 ss.75 Lc. I, 4576 Lc. II, 36 ss.77 Act. XXI, 9.78 Jn. IV, 1 ss.79 Mt. XV, 21 ss.; Mc. VII, 24 ss.80 Lc. VIII, 40 ss.; Mt. IX, 18 ss.; Mc. V, 21 ss.81 Jn. XI, 19 ss.82 Mt. XXVII, 51 ss., Mt. XXVIII, 1 ss., Lc. XXIII, 55; Lc. XXIV, 1 ss.; Mc. XVI, 1 ss.; Jn. XIX, 25 ss.; Jn. XX, 1 ss.83 Act. XVIII, 23-28.84 II Macab. VII, 1 ss.

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hermana de Moisés, entraba con Aarón en el santuario y era considerada como una sacerdotisa85. En nuestra religión, por más que esté prohibido a las mujeres el ejercicio del sacerdocio, sabemos por la historia que una mujer que no había revelado su sexo alcanzó el soberano pontificado. Ninguno de entre nosotros ignora el esplendor de tantas santas abadesas y monjas a quiénes los antiguos no privaron del nombre de sacerdotisas.En la profecía, entre los pueblos del mundo entero, fueron ilustres Casandra, las Sibilas, María, hermana de Moisés, Débora, Holda, Ana, Elisabeth, las cuatro hijas de Felipe y, más recientemente, muchas otras santas mujeres, como Brígida y Hildegarda.En la magia, ciencia impenetrable de los buenos y malos genios, Circe y Medea ocuparon el primer rango entre todas, efectuaron prodigios más sorprendentes que los del propio Zoroastro, por más que él sea considerado, y con mucho, el inventor de este Arte.Por otra parte fueron célebres filósofas la esposa de Pitágoras, Teana, y su hija Dama, renombrada por haber despojado las sentencias de su padre de los velos que las oscurecían. Célebres fueron Aspasia y Diótima, las discípulas de Sócrates, Mantinea y Filesia, Axiotea, las dos discípulas de Platón. Plotino exalta a Gémina y Anficlea, Lactancio alaba a Temistena, la iglesia cristiana está orgullosa de santa Catalina, doncella que superó con mucho la ciencia de todos los doctos de su tiempo. Y guardémonos de olvidar a la reina Zenobia, discípula del filósofo Longino, a quien lo vasto y brillante de su cultura le valieron el nombre de Efinisa, y de la cual Nicómaco tradujo al griego las divinas obras.Hablemos ahora de la elocuencia y de la poesía. Ante nosotros aparecen Aremsia, apodada Androginea, Hortensia, Lucrecia, Valeria, Copiola, Safo, Corina, la romana Cornificia, Eriné de Telos o de Lesbos, que fue apodada la epigramática. Salustio nos da a conocer a Sempronia y a la jurisconsulta Calpurnia, y si en nuestros días no se hubiese prohibido a las mujeres cultivarse, aún hoy mujeres muy instruídas pasarían por ser más inteligentes que los hombres.¿Y qué decir del hecho de que las mujeres parece que sin dificultades superen naturalmente a los especialistas de todas las disciplinas? ¿No se jactan los gramáticos de ser los maestros del buen lenguaje? Pero ese buen lenguaje, ¿acaso no lo aprendemos más de nuestras nodrizas y madres que de los gramáticos? ¿No fue su madre, Cornelia, la que formó la notable elocuencia de los gracos? ¿No fue su madre quien enseño el griego a Sili, hijo del rey escita Aripito? Los niños nacidos en colonias extranjeras, ¿acaso no conservaron siempre su lengua materna? ¿Por qué razón Platón y Quintiliano recomendaron prestar tanto cuidado a la selección de una buena nodriza para los niños sino para que les enseñasen una lengua y una conversación correcta y distinguida?Ocupémonos ahora de cuestiones frívolas y de las fábulas de los poetas, así como de las disputas palabreras de los dialécticos. ¿Acaso no los superan las mujeres en todos los terrenos? En ninguna parte existe un orador dotado con un talento tan grande que sea capaz de superar en persuasión a la última de las prostitutas. ¿Qué aritmetico es capaz de engañar a una mujer si comete un error de cálculo al pagarle una deuda? ¿Qué músico las iguala en el canto y en el encanto de la voz? ¿Acaso las predicciones y pronósticos de los filósofos, los matemáticos y los astrólogos no suelen ser superados por los de las campesinas? ¿Y no es cosa frecuente que una buena vieja ofrezca mejores cuidados que un médico? El mismo Sócrates, el más sabio de los hombres si damos crédito al testimonio de Apolo, no consideró indigno de él, cuando ya era muy viejo,

85 Ex. XV, 20, 21.

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adquirir conocimientos de una mujer, Aspasia, no menos que el teólogo Apolo, que no se ruborizó por haber sido instruido por Priscila.Y si nos preguntamos por su sabiduría, encontraremos ejemplos en Opis, que fue contada entre el número de los dioses, en Plotina, esposa de Trajano, en Amalasunta, la reina de los ostrogodos, en Emilia, la mujer de Escipión, y añadiré a estos nombres el de la muy sabia Débora, esposa de Lapidot que, como leemos en el libro de los Jueces, durante mucho tiempo ejerció la justicia sobre el pueblo de Israel. Fue ella quien, tras la negativa de Barac para luchar contra el enemigo, fue escogida como jefe del ejército de Israel, mató y puso en fuga a los enemigos y alcanzó la victoria86. Por otra parte, se lee en los libros de los Reyes que Atalía reinó y ejerció la justicia durante siete años en Jerusalén87. Semiramis, despues de la muerte del rey Nino, impartió justicia durante cuarenta años. Y todas las reinas Candaces de Etiopía, a las que se menciona en los Hechos de los Apóstoles, fueron soberanas muy sabias y todopoderosas88. Josefo, ese historiador digno de crédito de la antigüedad, nos ofrece en este sentido relatos sorprendentes. Añadamos a esta lista a Nicaula, la reina de Saba, que vino desde tieras muy lejanas para escuchar la sabiduría de Salomón y que, según el testimonio del Señor, condenaría a todos los hombres de Jerusalén89. Y también hubo una mujer muy prudente en Techua que puso en un aprieto al rey David interrogándole, haciéndole revelaciones por medio de parábolas y apaciguándole con el ejemplo de Dios90. Y no podríamos olvidar aquí a Abigail y a Betsabé: una liberó a su marido de la cólera de David y, tras la muerte de su esposo, fue reina y esposa de David91; la otra, madre de Salomón, permitió por su sabiduría que su hijo obtuviese el Reino92.Hablemos ahora de los inventos. En este campo citaremos como ejemplos a Isis, Minerva, Nicostrata. Y en cuanto a la fundación de imperios y pueblos, Semiramis obtuvo el reino del mundo entero, y Dido el de las amazonas. Y en los combates guerreros citaremos a Tomiris, reina de los Masagetas, que venció al rey de Persia Ciro. Y a la vosga Camila, la bohemia Valisca, ambas reinas poderosas, y también Pandé, de las Amazonas, las Candaces, las mujeres de Lemnos, de la Fócide, de Chios, de Persia. Recordemos ahora la historia de otras muchas mujeres ilustres cuyo maravilloso coraje salvó a su nación de una situación desesperada. Entre ellas nombraremos a Judith, que san Jerónimo alaba con estas palabras: Ved en la viuda Judith un ejemplo de castidad; celebradla con alabanza triunfal e incesantes elogios. Dios la puso como ejemplo tanto a hombres como a mujeres, y para recompensar su castidad la dotó con tal virtud que venció sobre lo que jamás había sido vencido y triunfó sobre aquel que había obtenido todos los triunfos93. Recordemos también que una mujer muy sabia hizo llamar a Joab y puso entre sus manos la cabeza de Seba, enemigo de David, a fin de salvar la ciudad de Abila, ciudad madre de Israel94. Una mujer quebró la cabeza de Abimelec con el impacto de una piedra de molino que le arrojó, y le quebrantó el cerebro95, cumpliendo así la venganza de Dios sobre Abimelec, que había actuado mal hacia su padre ante el Señor aplastando con una roca a setenta de sus hermanos96. Esther, la esposa del rey

86 Jue. IV, 4 ss.87 II Re. XI, 1-3; II Cro. XXII, 10-12.88 Act. VIII, 27.89 I Re. X, 1.90 II Sam. XIV, 2.91 I Sam. XXV, 14 ss.92 I Re. I, 17 ss.93 Jdt. VII-XV94 II Sam. XX, 16 ss.95 Jue. IX, 53.96 Jue. IX, 5.

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Asuero, no solamente liberó a su pueblo de una muerte afrentosa, sino que además recibió por ello los más grandes honores97. Cuando Roma fue asediada por los Vosgos, capitaneados por Cn. M. Coriolano, los romanos no estaban en condiciones de defender con las armas su ciudad, y fue una noble mujer, Veturia, madre de Coriolano, la que logró salvar la ciudad gracias a los reproches que dirigió a su hijo. Artemisa disuadió a los rodios, que efectuaban un brutal ataque contra ella, a abandonar su flota, se hizo ama de la isla e hizo traer a la ciudad de Rodas una estatua que perpetuó la vergüenza del ataque. Y, ya en nuestros días, no hay suficientes alabanzas para la nobilísima doncella, por humilde que fuera su origen, que en 1428, mientras los ingleses ocupaban Francia, tomó las armas como una amazona, se puso al frente del ejército y combatió con tanto coraje y suerte que venció a los ingleses en numerosas batallas, devolviendo al rey de Francia un reino que ya se daba por perdido. Para conmemorar sus hazañas fue levantada en Genabum, es decir, en Orleans, una estatua de la santa doncella sobre el puente que franquea el Loira98.Un recorrido minucioso por los relatos históricos, tanto los antiguos como los recientes, nos proporcionaría aún muchos más ilustres nombres de santas mujeres, pero he querido ser breve para no inflar desmedidamente esta obra, y ya Plutarco, Valerio Máximo y Bocaccio, entre otros, nos han legado sus escritos repletos de historias. Así pues, los hechos que he citado para gloria de las mujeres son menos numerosos que los que he silenciado, pues no soy tan ambicioso como para pretender contener en un tratado tan pequeño toda la excelencia y todas las infinitas virtudes de las mujeres. Nadie es capaz de resumir las infinitas alabanzas que merecen las mujeres, ellas, que están en el origen de nuestro ser, ellas, que aseguran la conservación del género humano, el cual estaría sin ellas abocado a la pérdida, ellas, de quien depende toda familia y todo estado.Todo esto no era ignorado por el fundador de Roma, el cual, careciendo de mujeres, no dudó en emprender una guerra sin cuartel contra los Sabinos a fin de raptar a todas sus hijas, pues sabía que un poder como el suyo estaba expuesto a un rápido fin sin la intervención de las mujeres. Cuando finalmente los Sabinos se apoderaron del Capitolio y una cruda batalla y sangrientos enfrentamientos se sucedían en el foro, las mujeres acudieron para interponerse entre los dos ejércitos poniendo fin al combate; finalmente hicieron la paz y concluyeron un tratado que marcó el principio de una perpetua amistad. Por esta razón Rómulo dió el nombre de las mujeres a las Curias y, con el convenio de los romanos, fue estipulado en los registros oficiales que la mujer no tuviera que moler ni cocinar, y que estuviera prohibido a la esposa y a su marido aceptar donaciones el uno del otro, pues todos sus bienes eran comunes. Y desde ese momento se siguió la costumbre de que el joven marido, cuando introducía a su esposa en la casa, le dijese: Dónde tú estás, yo soy, significando con ello: Dónde tú eres soberano, yo soy soberana. Tú eres el amo, yo la ama.Más tarde, tras la expulsión de los reyes, las legiones de los Vosgos conducidos por Marcio Coriolano establecieron su campamento a cinco millas de Roma, y fueron las mujeres las causantes de su derrota; en recompensa de este beneficio, le fue dedicado un templo a la Fortuna, que es mujer. Además, les fueron conferidos por decreto del Senado grandes honores y signos de dignidad, entre los que estaba el privilegio de que, en la calle, al andar sobre la acera, todo hombre tenía que levantarse para rendirles homenaje y cederles el lugar. Se les entregaron vestimentas púrpura con franjas doradas, ornamentos de piedras preciosas, pendientes, anillos y collares. Los últimos emperadores se cuidaron de proclamar una ley en virtud de la cual todo decreto, en cualquier lugar, que prohibiese el uso de vestimentas u ornamentos determinados, no 97 E st. VII, 7 ss.98 Referència a Joana d’arc.

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involucraría a las mujeres. Se les otorgó el derecho de heredar y disfrutar de los bienes por sucesión. Las leyes permitieron también que los funerales de las mujeres fuesen celebrados como los de los hombres ilustres, con elogios fúnebres pronunciados en público que recordaran la gesta de las mujeres que aportaron voluntariamente sus joyas cuando, ante la escasez de oro en la ciudad, fue necesario enviar a Delfos un presente a Apolo conforme el voto de Camila.Durante la guerra de Ciro contra Astiages, el ejército persa estaba ya en retirada cuando los reproches y censuras de las mujeres lograron que retomase la lucha, obteniendo una notable victoria. En razón de esta hazaña, Ciro estipuló una ley conforme a la cual cada vez que los reyes persas entraran en la ciudad, tenían el deber de entregar a cada mujer un escudo de oro. Alejandro, que entró dos veces, pagó dos veces este impuesto, y Ciro llegó incluso a doblar esta suma por las mujeres encinta. Y los antiguos reyes de Persia, imitaron así a los romanos, los cuales, desde los mismos origenes de Roma y de su soberanía, siempre colmaron a las mujeres con todo tipo de honores, ni siquiera los emperadores demostraron hacia ellas un menor respeto, como lo demuestra el hecho de que el mismo emperador Justiniano consultó a su mujer mientras redactaba leyes.Un texto legal dice: Una esposa resplandece con la gloria de su marido, hasta el punto de alcanzar el esplendor y el grado de dignidad de su esposo. Por eso la mujer de un emperador se llama emperatriz, la de un rey, reina, la de un príncipe, princesa, y será ilustre sea cual sea su nacimiento. Ulpiano dice: El príncipe, es decir, el emperador, no está sometido a las leyes; pero a la Augusta, que es la esposa del emperador, aunque esté sometida a las leyes, se le confieren los mismos privilegios que al príncipe. Esto permite a las mujeres nobles juzgar y ser árbritros, poder transmitir un dominio o poseerlo ellas mismas, y decidir, en materia de derecho, entre sus vasallos.Por la misma razón, una mujer, igual que un hombre, puede tener esclavos sujetos a su persona, impartir justicia entre los extranjeros y legar su nombre a su familia, recibiendo los descendientes el nombre de su madre y no el de su padre. En lo que concierne a la dote, disfrutan también de grandes privilegios que están expuestos en diversos apartados del cuerpo legislativo, y está estipulado que una mujer honesta y de buena reputación no sea encarcelada por deudas civiles, y si un juez manda el encarcelamiento por deudas civiles será castigado con la pena capital. Si es sospechosa de algún delito, se la hará ingresar en un monasterio, dónde será confiado a las mujeres el cuidado de encerrarla, pues, si hemos de creer en la ley, la mujer es de mejor condición que el hombre y ante dos delitos semejantes el hombre es más culpable que la mujer. De ahí que un hombre convicto de adulterio sea castigado con la muerte, mientras que la mujer adúltera es encerrada en un convento. Azo reunió muchos privilegios de las mujeres en una suma titulada A propósito del senado consulto de Velleius y el observador de las renuncias.Antiguos legisladores y teóricos del estado como Licurgo y Platón, hombres de peso por su sabiduría y enteramente competentes por su conocimiento, sabiendo, merced a los secretos de la filosofía, que las mujeres no son inferiores a los hombres ni por excelencia de espíritu, ni por fuerza fisica, ni por dignidad de la naturaleza, sino que por el contrario son tan aptas para todo como ellos, decidieron que las mujeres se ejercitaran con los hombres en la lucha, en la gimnasia y en todo lo concerniente a la formación militar, el arco, la honda, el lanzamiento de piedras, las flechas, en las justas de armas, tanto a caballo como a pie, y para saber disponer el campo, las líneas de batalla y para dirigir ejércitos: en resumen, sometieron a hombres y mujeres a idénticos ejercicios.Si leemos a los historiadores antiguos dignos de crédito, descubriremos que en Getulia, entre los Bactrios, y en Galicia, era costumbre que los hombres se entregaran al ocio

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mientras las mujeres cultivaban la tierra, construían, comerciaban, montaban a caballo, combatían y, en definitiva, practicaban todas las actividades corrientes de los hombres de hoy. Entre los cántabros, los hombres aportaban una dote a las mujeres, los hermanos recibían a sus esposas de sus hermanas y las hijas eran las herederas. Entre los escitas, los tracios y los galos, hombres y mujeres compartían los gastos. Cuando se deliberaba entre la guerra y la paz, las mujeres intervenían en la decisión y la deliberación; prueba de ello es el pacto habido entre Anibal y los celtas, que incluía las siguientes cláusulas: Si un celta se queja de haber sufrido una injusticia por parte de un cartaginés, que los magistrados cartagineses o los generales que hayan estado en España sean jueces de la diferencia. Si un cartaginés sufre una injusticia de un celta, que las mujeres celtas juzguen el asunto.Pero en nuestros días, la excesiva tiranía de los hombres ha prevalecido sobre el derecho divino y las leyes naturales, y la libertad que fue otorgada a las mujeres les es prohibida por medio de leyes injustas, suprimida por la costumbre y el hábito, reducida a la nada por la educación. En efecto, apenas nace, la mujer es mantenida en el ocio y postergada en la casa desde sus primeros años y, como si fuera incapaz de funciones más importantes, no tiene más porvenir que la aguja y el hilo. Después, cuando alcanza la pubertad, se la entrega al celoso poder de un marido o se la encierra para siempre en un claustro de religiosas. Los cargos publicos les están prohibidos por la ley; ni tan sólo a las más prudentes de entre ellas les está permitido aplicar una acción de justicia. Son excluidas del ámbito de la justicia, de los juicios, de la adopción, del derecho de ser oposición, de la administración, del derecho de tutela, de los asuntos de sucesión y de los procesos criminales. Se las excluye también de la predicación de la palabra de Dios, contradiciendo con ello a la escritura, en la que el Espíritu Santo, por boca de Joel, les prometió: También vuestras hijas profetizarán99, como sucedió efectivamente en los tiempos de los apóstoles, cuando enseñaban públicamente, como sabemos de Ana, esposa de Simeón100, de las hijas de Felipe101 y de Priscila, esposa de Aquila102.Pero nuestros nuevos legisladores tienen tan mala fe que no tienen en cuenta el mandato de Dios, y han decretado según su propia tradición que las mujeres, antaño siempre consideradas como naturalmente eminentes y de una destacable nobleza, son de condición inferior a los hombres, como los vencidos ante los vencedores, y esto sin ninguna razón o necesidad natural o divina, sino tan sólo por presión de la costumbre, de la educación, del azar o de cualquier situación tiránica.Otros se apoyan en la religión para ejercer su autoridad sobre las mujeres, y fundamentando su tiranía en las santas escrituras tienen constantemente en la boca la maldición dirigida a Eva: Estarás bajo el poder de tu marido y él te dominara103. Si se les responde que Cristo ha puesto fin a esta maldición, objetarán invocando las palabras de Pedro104 y añadiendo las de Pablo: Que las mujeres estén sometidas a los hombres, que las mujeres estén calladas en la iglesia105, pero quien conozca los diversos tropos de la escritura y sus diversos modos de expresión, verá facilmente que estas frases tan sólo se contradicen en apariencia. En efecto, hay un orden en la iglesia que coloca a los hombres por delante de las mujeres en lo concerniente al ministerio, así como los judíos han sido colocados antes que los griegos en lo concerniente a la promesa. Sin embargo,

99 Jl III, 1; Act. II, 17.100 Lc. II; 36 ss.101 Act. XXI, 9.102I Cor. XVI, 19.103 Gen. III, 16.104 I Pe. III, 1 ss.105 I Cor. XIV, 34; Col. III, 18; Ef. V, 22

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Dios no muestra ninguna preferencia por nadie, pues en Cristo no hay ni sexo masculino ni sexo femenino, sino una criatura nueva106. A esto hay que añadir que muchas ofensas contra las mujeres han sido atribuidas a los hombres por su dureza de corazón107, como por ejemplo los repudios que en otro tiempo les estuvieron permitidos a los judíos, pero estas ofensas no disimulan en modo alguno la dignidad de las mujeres, pues si sus maridos faltan a su deber o cometen una falta, las mujeres tienen poder para pedir un juicio que traiga la vergüenza sobre ellos. La Reina de Saba hubo de juzgar a los hombres de Jerusalén108. Así pues, aquéllos que justificados por la fe se han hecho hijos de Abraham, es decir, hijos de la promesa109, están bajo el poder de la mujer y sometidos al mandato que Dios dio a Abraham: Sea lo que sea lo que te diga tu mujer Sara, obedece sus palabras110.Ahora, para resumir lo dicho hasta ahora con la mayor brevedad posible, diré como conclusión que he mostrado la preeminencia del sexo femenino a partir de su nombre, orden, lugar y materia de su creación, y que la dignidad superior al hombre la ha recibido la mujer de Dios. He proseguido mi demostración apoyándome a la vez en la naturaleza, en las leyes humanas, en diversas autoridades, en diversos razonamientos y en diversos ejemplos. Sin embargo, por abundante que haya sido mi argumento, he dejado muchos puntos por tratar, pues lo que me ha movido a escribir no ha sido ni la ambición ni el deseo de hacerme valer, sino el deber de hacer honor a la verdad. Temía que guardando silencio me atormentase la sensación de haber cometido una suerte de sacrilegio por robar con un silencio impío las alabanzas que le son debidas a un sexo tan celoso de Dios, como si hubiese enterrado bajo tierra un tesoro que me ha sido confiado.Si alguien, siendo más minucioso que yo, descubriese un argumento que yo no haya contemplado y juzgase que sería bueno añadirlo a esta obra, lo consideraré no como una acusación a mi obra, que es buena, sino como una contribución a la misma en la medida que la mejorará por su talento y su saber.Y para que esta obra no acabe siendo un volumen demasiado grueso, he aquí su fin.

106 cita107 Mt. XIX, 8.108 cita109 Gal. III, 29; IV, 28; Rom. IX, 8.110 Gen. XXI, 12.