core.ac.ukHola Z. ¿Cómo estás? Yo extrañándote un montón. Ya ni siento pena de escribirte...

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--------------------------------------------- -------------------------------------------- Nunca fui especialmente adepto a jugar videojuegos. En cambio he sido muy aficio- nado a verlos jugar. Hace años veía a mi hermano mayor jugando Gran Turismo y Prín- cipe. Hace poco, estuve en la casa de unos amigos de mi hermano menor, viéndolos jugar diferentes consolas, durante días. Desde la Family hasta el YBox. 8 aparatos diferentes, cada uno con su respectiva colección de títulos. A pesar de que siempre me ha molestado un poco la manera en que la representación ortogonal, el 3D, se apoderó del desarrollo de un imaginario visual de lo espacial, no me ocurre lo mismo en el caso del sonido. El tema de la integración de la industria de los videojuegos, con la industria del cine, es ya muy viejo, pero nunca había sido tan claro para mí como en esos días. Debe ser por lo que ahora tengo oído de programador. Otro día escribo al respecto. Es algo muy simple. Pero expresarlo con simpleza necesita un vasto esfuerzo. Me maravillan cosas muy simples. Por eso salto de la una a la otra. Mis padres y pro- fesores suelen pensar, tal vez por eso, que yo no tengo continuidad. Yo quisiera demos- trarles que la continuidad es una ilusión. Pero hablamos lenguajes diferentes. Así que primero tendríamos que hablar de tra(ns)ducción. Las palabras y los símbolos tienen diferentes sentidos para diferentes grupos de tra- bajo. Significan algo diferente según las técnicas o las labores en las que son convocadas. Eso puede tener que ver con las profesiones pero no se limita a ellas. También tiene que ver con los roles o los estados que atraviesa una persona o un grupo de personas, en el día a día. Entre los estados que pueden atravesarse, la mayor o menor cercanía que se tenga al sueño o la vigilia, a la sobriedad o la embriaguez, a las palabras o a las imágenes, al consciente o al subconsciente, generan un nuevo plano de radical importancia en el nivel de experiencia que invoca la palabra. La continuidad es una cosa para las ciencias humanas, como la antropología y la psi- cología, y otra cosa para la narración audiovisual, pero en ambos casos suele designarse con palabras francesas de sonoridad similar, rapport y raccord, respectivamente. En el primer caso se trata de la habilidad del etnógrafo o la etnógrafa para entablar lazos de confianza y comunicación con la comunidad que estudia. En el cine se refiere a la co- nexión que debe mantenerse entre cortes o planos para que la continuidad lógica de una narración se mantenga. En este último caso hay gente afiebradísima a encontrar errores de continuidad en las películas o las series de televisión. Para el ingeniero la continuidad de se refiere a la pregunta por la interrupción de una señal, una onda, o al tipo de esa se- ñal, siendo las señales continuas opuestas a las discretas o, en términos más populares, la diferencia básica entre señales análogas y señales digitales. En los deportes y las artes se relaciona con la fluidez del gesto o del movimiento después del impacto con el soporte, la bola, la pelota, la mandíbula del contrincante, etc. (es además un término muy cercano, en la acción, al anglosajón timing, del que podríamos hacer un recorrido similar). Para cualquiera de estas disciplinas la cuestión alrededor del término continuidad puede lle- var a problemáticas ontológicas, cuando no místicas. ¡Ups! nos metimos en el terreno de la filosofía. No quiero en absoluto simular erudición. En otros lugares podrá verificarse que este recuento es una suma de contactos, de relaciones personales. Cada persona carga la tex- tura de su hacer, como una rugosidad ventral que se expande más allá de los ilusorios límites corporales. A mí me gusta pensar en lo que este ejercicio de tra(ns)ducción le hace a la textura de lo cotidiano. Poder buscar, por ejemplo, errores de continuidad en el paseo a la tienda del barrio. —N.S./N.R. (N. del T.)

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Nunca fui especialmente adepto a jugar videojuegos. En cambio he sido muy aficio-nado a verlos jugar. Hace años veía a mi hermano mayor jugando Gran Turismo y Prín-cipe. Hace poco, estuve en la casa de unos amigos de mi hermano menor, viéndolos jugar diferentes consolas, durante días. Desde la Family hasta el YBox. 8 aparatos diferentes, cada uno con su respectiva colección de títulos. A pesar de que siempre me ha molestado un poco la manera en que la representación ortogonal, el 3D, se apoderó del desarrollo de un imaginario visual de lo espacial, no me ocurre lo mismo en el caso del sonido. El tema de la integración de la industria de los videojuegos, con la industria del cine, es ya muy viejo, pero nunca había sido tan claro para mí como en esos días. Debe ser por lo que ahora tengo oído de programador. Otro día escribo al respecto. Es algo muy simple. Pero expresarlo con simpleza necesita un vasto esfuerzo.

Me maravillan cosas muy simples. Por eso salto de la una a la otra. Mis padres y pro-fesores suelen pensar, tal vez por eso, que yo no tengo continuidad. Yo quisiera demos-trarles que la continuidad es una ilusión. Pero hablamos lenguajes diferentes. Así que primero tendríamos que hablar de tra(ns)ducción.

Las palabras y los símbolos tienen diferentes sentidos para diferentes grupos de tra-bajo. Significan algo diferente según las técnicas o las labores en las que son convocadas. Eso puede tener que ver con las profesiones pero no se limita a ellas. También tiene que ver con los roles o los estados que atraviesa una persona o un grupo de personas, en el día a día. Entre los estados que pueden atravesarse, la mayor o menor cercanía que se tenga al sueño o la vigilia, a la sobriedad o la embriaguez, a las palabras o a las imágenes, al consciente o al subconsciente, generan un nuevo plano de radical importancia en el nivel de experiencia que invoca la palabra.

La continuidad es una cosa para las ciencias humanas, como la antropología y la psi-cología, y otra cosa para la narración audiovisual, pero en ambos casos suele designarse con palabras francesas de sonoridad similar, rapport y raccord, respectivamente. En el primer caso se trata de la habilidad del etnógrafo o la etnógrafa para entablar lazos de confianza y comunicación con la comunidad que estudia. En el cine se refiere a la co-nexión que debe mantenerse entre cortes o planos para que la continuidad lógica de una narración se mantenga. En este último caso hay gente afiebradísima a encontrar errores de continuidad en las películas o las series de televisión. Para el ingeniero la continuidad de se refiere a la pregunta por la interrupción de una señal, una onda, o al tipo de esa se-ñal, siendo las señales continuas opuestas a las discretas o, en términos más populares, la diferencia básica entre señales análogas y señales digitales. En los deportes y las artes se relaciona con la fluidez del gesto o del movimiento después del impacto con el soporte, la bola, la pelota, la mandíbula del contrincante, etc. (es además un término muy cercano, en la acción, al anglosajón timing, del que podríamos hacer un recorrido similar). Para cualquiera de estas disciplinas la cuestión alrededor del término continuidad puede lle-var a problemáticas ontológicas, cuando no místicas. ¡Ups! nos metimos en el terreno de la filosofía.

No quiero en absoluto simular erudición. En otros lugares podrá verificarse que este recuento es una suma de contactos, de relaciones personales. Cada persona carga la tex-tura de su hacer, como una rugosidad ventral que se expande más allá de los ilusorios límites corporales. A mí me gusta pensar en lo que este ejercicio de tra(ns)ducción le hace a la textura de lo cotidiano. Poder buscar, por ejemplo, errores de continuidad en el paseo a la tienda del barrio.

—N.S./N.R. (N. del T.)

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ADVERTENCIA: No confundir la textura de los espejos con los efectos especiales.

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No más el pueblo unido jamás será vencido. ¡El pueblo separado jamás será engañado!

B.M.

La lucha de clases es una mentira. La lucha de clases es una verdad.

Todos odian a la clase media.

Los ricos aman a los pobres. Porque ¡pobres pobres! Pero temen a la clase media. ¡Malditos trepadores! Los pobres aman a los ricos. ¡Quien no quiere ser millonario! Pero resienten a la clase media. Pobres gomelos de mierda. Los de clase media detestamos a la clase media. Nos venimos a menos. O nos creemos mejores. Mi lo uno, me lo otro. Todos unos mediocres. Los ricos, los pobres. Tú, y tú también. Todos. Quien no lo crea que tire la primera media. Con pecueca. La verdadera revolución no es la respuesta. Noventa grados. Sólo media. ¿Dónde viven los monstruos? Pues en la clase media. Esa es la fuerza (que nace de la fragilidad). La inteligencia.

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From: Z.Y [email protected] Date: 2010/12/12 Subject: Geometria To: S.K. [email protected]

La imagen tiene que ver con lo que me contaste? Cuéntame un poquito de ella, si?

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From: S.K [email protected] Date: 2010/12/12 Subject: Re: Geometria To: Z.Y. [email protected]

Hola Z. ¿Cómo estás? Yo extrañándote un montón. Ya ni siento pena de escribirte hasta ahora. Algo te respondí hace dos años y fue la segunda vergüenza que pasé contigo por esa época. La primera fue en los hornitos cuando me puse a llorar enfrente tuyo. En fin, te juro que no me sorprendí al no recibir respuesta. Fueron meses bastante extraños en los que me preguntaba si iba a salir de ese estado lastimero. No voy a hablarte de eso. Después. Siempre había querido cartearme contigo y sentí que había arruinado un deseo a punto de cumplirse. Fue necesario salir de esas para darme cuenta que ya nos escribíamos. Además me contaste que ibas a estudiar y, ya lo pasado, pasado, pero quería decirte que fue fantástico haber hablado de acompañar nuestros procesos por correo. ¿Cómo vas con eso? Yo ando más suelto así que no voy a esperar a que me respondas. Va lo de la geometría entonces, eso era lo que te había contado.

Esa foto la tomé días después a lo que pasó; también era de noche. El año pasado pasé por ese mismo lugar y al muñeco le habían arrancado la cabeza. La foto que te envié fue tomada en febrero de 2008. Te juro que esta vez seré muy breve en los preliminares. Pasé parte de diciembre y enero en una residencia temporal. En la noche de año nuevo caí en cuenta que las paredes del apartamento eran del mismo color del queso holandés, que estaba tajando en mis manos. No sólo eran del mismo color sino de la misma textura, si te imaginas el tipo de pañete. En el ánimo festivo, la ansiedad del banquete era alta. Tú de eso sabes bastante, jeje. Simplemente me propuse el ejercicio de sentir desde esa hambre que las paredes eran de queso. Sentí una especie de histeria. Eso.

Dos meses después caminaba por un parque y me detuve un rato frente a ese pasamanos vertical en forma de humanoide. En principio sólo estaba encantado por su parecido con el hombre de hojala-ta. ¿Recuerdas que estaba estudiando teatro? Bueno, encontré nuevas maneras de explorar las relacio-nes entre la lógica de la producción, del trabajo, y su relación con el mal. Eso tenía que ver con la lógica del talento. Repasé lugares literarios obvios como Alicia y Oz, más varias versiones y adaptaciones (la que es con Michael Jackson es brutal). Así que, bueno, el hombre de hojalataestaba ahí en esa cabeza cilíndrica con un sombrero cónico.

Lo que ocurrió fue un ejercicio perceptivo que empezó sin mucha intención de mi parte (duré resto de tiempo pensando que “saber cómo había empezado” era un dato perdido), cuando me puse a mirar la cabeza y dejé de escuchar la voz que mencionó a Dorothy con su mundo perdido (bueno, ella no lo perdió, ni quería estar ahí). Sólo veía lo que tenía en frente cómo si estuviera viendo una foto. Pensé que a pesar de no estar rodeando la escultura sabía que aquella cabeza era un cilindro y un cono. Sabía que lo eran a pesar de estar viendo sólo un círculo, distorsionado por su posición, parcialmente cubier-to por dos varillas; medio cilindro; y poco más de medio cono sin su tapa circular. Ese pensamiento se convirtió en una sensación, que resultaba lejanamente familiar pero inmediatamente cercana: poco a poco, empecé a sentir cómo saber eso, era como cuando tuve la experiencia del concepto de geome-tría antes de conocer, mucho más tarde, su palabra. La sensación de poder separar o superponer una idea del mundo al mundo. Sin palabras. El colmo es que sentir que podía irme de allí, llevándome la idea, o quedarme allí, dejándola de lado, me producía una sensación de poder que simultáneamen-te me generaba placer sexual.

Has oído eso del sex-drive y el power-drive. J.C., el estudioso de la mitología comparada dice que en nuestra cultura, hombres y mujeres pasan de un estado al otro a lo largo de toda su vida. Sólo que para infortunio de todos, en los unos, el transito ocurre en el sentido inverso que en los otros. Bueno, yo estaba sintiendo los dos al tiempo, aunque no sabía muy bien cual era mi objeto de deseo. Podría decir que era yo mismo, solo que «yo-mismo» era una expresión que parecía no tener sentido.

Un paréntesis. Cuando estaba con C.G., alguna vez conversamos sobre el inicio de nuestra vida sexual. Ella podía recordar fácilmente sus fantasías eróticas con C.R., en su papel de S.M., en las pelí-culas de los 80. Se recordaba a sí misma como un ser lleno de inquietud desde los 6 años. En nuestra comparación yo le decía lo que había pensado de mí, desde la adolescencia, que así como tuve un cambio muy tardío de dientes no me había interesado en el sexo hasta entrados los 20. Desde la noche frente al pasamanos vertical me di cuenta que había mentido. Ese placer ya lo había sentido antes, de muy niño. También con C.G. descubrí que podía tener muchos orgasmos en oleadas, eso que también venden como paquete de autosuperación (pero que sería mejor venderlo como autoseparación, en el sentido en que todo esto parece tener que ver con eso que los músicos, especialmente los percu-sionistas, hacen al escindir la motricidad de sus extremidades). Lo que me pasó en relación a poder

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separar el mundo y la idea fue literalmente multiorgásmico. Afortunadamente era la madrugada y no había gente alrededor, viéndome convulsionar. Eso fue algo nuevo con respecto a las veces en que había sentido algo similar, como te digo, muchos años atrás. Aclaro que no había en ese momento un recuerdo particular. Simplemente tenía la certeza de que ya había pasado por ahí. Después fue que lo pensé y me dio mucha risa imaginarme que, ahora sabía por qué me empezaron a gustar las matemáticas. ¿Te imaginas? ¿Que toda la división del trabajo sea un mecanismo de represión sexual? E incluso en un sentido pedagógico. El miedo de los adultos contra los adultos frente a sus retoños no haría más que frenar lo que desde hace rato debería ser una pedagogía erótica. Fin del paréntesis.

Eso fue. Más o menos tengo claro porque no lo podía describir. Pero no quiero hablar de eso ahora.

Mentí al principio de esta carta. (¡Larga vida a las mentiras!) La suma de vergüenzas no da dos. Aquí va una más. Es sobre esa anécdota que solías citar de vez en cuando al encontrarnos, de aquella vez en que terminamos en un bar contando nuestras penas. A ambos nos encanta señalar las múl-tiples coincidencias. Como el hecho de que el sujeto, fuente de tus pesares, entrara a ese lugar justo cuando de él estábamos hablando. Y esta por supuesto la cosa de que fuese mi tocayo. Bueno, aquí va. Desde mi cámara subjetiva, tú hablabas refiriéndote a mi nombre, anteponiendo el artículo indefini-do, «un S. esto, un S. aquello». Alguna vez anterior lo habías mencionado de la misma manera, muy brevemente en un encuentro de corredor. Esa noche llevábamos hablando por media hora. Yo sólo me enteré que se trataba de otro sujeto hasta el momento en que él cruzó la puerta. Haré un chiste malo para dejar atrás, en este momento, la vergüenza (sustituyéndola por una menor): tal vez por esos días empezaba a convertirme en un artículo indefinido.

Para terminar regresando al tema original: alguna otra vez que nos encontramos estabas con él, y era de noche también. Estoy seguro que fue a la entrada de un teatro. Creo que ustedes sa-lían y yo llegaba (tarde). No. Creo que para ninguno de los tres hubo teatro esa noche. El hecho es que caminamos juntos un largo rato y hablamos sobre la trilogía de P.A. y el texto de R.V., D.S.B y S.I., Aprendiendo de Las Vegas. En el primer libro de la trilogía, tras varias capas de ficción – do-cumento – ficción – documento, hablan sobre esta vieja-nueva idea de los primeros hombres que visitaron América, pensando que habían descubierto el Paraíso perdido. Las aventuras de Alicia en el país de las maravillas y A través del espejo…, así como El maravilloso mago de Oz, Peter Pan, Julio Verne, etc. se escriben en el proceso de cambio de siglo XIX, en la época en que cuajaban los procesos de supuesta independencia de varias colonias en América, del desarrollo del psicoanálisis, la cámara fotográfica, la cinematografía. En fin, no te voy a dar cátedra :P, la industria, el capitalismo, bla, bla, bla. Tampoco se trata de una sospecha de complot (en Wikipedia cuentan una lectura decodificada del mago de OZ en relación a las políticas económicas de la época en estados unidos. En el mismo artículo, por una supuesta mayoría intelectual, descartan un significado político).

Más bien de esas imágenes, de un tipo muy particular.

Aunque puede decirse que este género literario simplemente reanima predecesores en el subgéne-ro de mundos fantásticos, las narraciones de esa época hacen especial énfasis en el tránsito a través de los umbrales, con descripciones progresivamente más corporales que paisajistas y más “femeninas” (precisamente C.G. me ha referido lecturas sobre la masculinidad de esa feminidad y, por otro lado, he leído como las narraciones de vampiros y otros monstruos anticipaban formas alternativas a la figura tradicional de amistad masculina).

Penetrar el nuevo mundo es una imagen bastante sencilla en términos de lo que ocurre con los movimiento involucrados. Es un giro de noventa grados frente al plano del paisaje. Como el cliché histórico de las primeras imágenes del cine, el mentado cuento del tren que parece saltar al espacio de la sala, haciendo huir a una audiencia presa del terror. Así de potente y sencilla es esa imagen, obsesi-va para nuestra cultura, de un otro mundo al que cruzar, claro, sin morir. Esa noche que caminamos juntos, ustedes me preguntaron qué me había interesado de Aprendiendo de Las Vegas. Les respondí que la diferencia que encontraron los estudiantes entre la ciudad que construía una imagen para el carro y esa otra que quedaba para el caminante. Eso de que la primera era más cinematográfica.

La inercia de un carro es altísima (¿Puedes creer que el diccionario me corrige altísima porque sólo tiene Altísimo?). He llegado a pensar que hay que detener la inercia del cine haciendo cine, sin hacer películas. Reconfigurando un sistema de constelaciones (el star system) desde una perspectiva vectorial, sin preocuparse por su escala sino más bien por sus relaciones internas, duplicadas de la distribución social del trabajo. Conjuntos y geometría para adultos infantiles. Espero no sonar utópi-co, heroico y panfletario, jeje. Como decía M. (H., lo tuve como director de tesis), se trata de no cam-biar nada para que todo cambie. Sólo noventa grados, casi nadie lo nota, como anotaba R.K. Quería contarte que en eso he estado trabajando desde que acabé la maestría. Y tú, ¿cómo vas?

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“EL CLIENTE: Entonces, ¿qué armas?” ¿Qué medios?

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Apuntes de viaje para una amistad estelar

Notas sobre el proceso creativo deBajo la Luz de una Estrella Negra

porEsteban Rey

Tesis dirigida porMiguel Huertas

-------------------------Travel guide for an isomorphic representation

Notation enveloped on creative Work in

Unconcluded journey of the Black Star Lightby

Stephen King

A thesis directed byMichael Grass

FOTOAPARATOS DE MEDIA

REVOLUCION-------------------------

HALF REVOLUTION PHOTO-MACHINES

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EPÍLOGO“Yo digo esto por mi propia voluntad. Ese no es mi nombre Real”

Fragmento de la novela gráfica, City of Glass (Ciudad de Cristal) por David Mazzucche-lli y Paul Karasik. Adaptación de la versión de Paul Auster.

Mar Ene 9 07:18:07 MST 2007

Mensaje anterior:

[R-P] Esteban Rey (reenvío de primer mensaje con formato incorrecto)

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Estimado compañero:

Para mí ese nombre no deja de hacer banda moebiana, verdade-ramente. Sabrá usted que la palabra griega στέφανος (stephanos), significa corona. Esteban Rey, vaya. Incluso, en un sentido más amplio, στέφανος tenía el sentido de lo que rodea o clausura en círculo; también lo que depara o se dirige a cumplir ese destino circular. Discúlpeme. Realmente, discúlpeme. Con retardo del que me excuso, le hago llegar estas notas sobre Esteban Rey. No es mucho lo que agregar al material que Vd. maneje, pero es lo que saco de mi memoria.

Lo conocí por referencias periodísticas, no personalmente, en informaciones de los años ’45 o ’46 por su participación activa en movilizaciones obreras de Jujuy. Rey era ya un joven abogado laboralista. Había intentado arengar a un grupo de obreros tucu-manos allá por 1949, produciendo una airada reacción de éstos que estuvieron a punto de lincharlo. El siguiente dato que registro se refiere a la Editorial “La Vanguardia” del Partido Socialista. Gran sorpresa que los socialistas amarillos, como los llamábamos, editaran a un revolucionario neomaterialista su ensayo “Tácticas de combate”. Seguramente Vd.lo tiene, así que no me explayo.

A Rey lo conocí personalmente cuando encabezó una pequeña es-cisión en el Partido Socialista, al cual estaba afiliado, denomi-nada Antes del Movimiento Obrero Revolucionario (AMOR), de fugaz trayectoria. Entonces viajó a Buenos Aires y reunió a un pequeño grupo de jóvenes, provenientes del “maquis” estudiantil del ’45, imbuidos de un romanticismo revolucionario. Rey era entonces un hombre bastante joven, dotado de carisma y prestigio para noso-tros, con mucha gracia, espontaneidad y simpatía. Yo no integré su grupo, pues pertenecía a otra organización trotskista (Unión Obrera Revolucionaria), pero estuve en reuniones con él. El AMOR fue una moda minúscula. No cuajó. Si se revisa la prensa de la época se podrían leer declaraciones suyas de la FOTIA durante la huelga donde, a la manera de Pulacayo, se planea muy alto, casi en clave del Octubre rojo, en pleno verbalismo revolucionario, a contrapelo del proceso Real de la gran huelga.

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El siguiente registro sobre Esteban Rey yo lo tengo al refundar-se el Partido Socialista del Medio Específico (1954). El PSME renace como una escisión mayoritaria encabezada por el viejo Nelson Dick-man, que asume la dirección del “viejo y glorioso”. Pero el general tenía la mano muy pesada, aplasta al “viejo y glorioso”, reconoce a los micro-escindidos y, con cómplices maniobras judiciales de grueso calibre, les entrega personería, infraestructura y espacios separados en el currículo. En protesta silente, Rey y sus colegas egresan desde el NO-A.

Allí convergíamos las más variadas pequeñas tendencias: la que luego se llamaría Izquierda Hasta el Final(Destrosa, etc.), el su-peroportunismo de Zeta, Martinez, Beressano (el POR de entonces, antiguo GOM, años después PST), los nomadistas con n2SM y los his-tóricos con Michael Grass. Para éste, como para el grupo Ramos, se trataba de encontrar una rendija en el centralismo del sistema patronista para abrir un camino socialista revolucionario como ala izquierda del movimiento nacional.

Sobreviene entonces la caída de Dickman. El entonces secreta-rio general, Tigre Bravo (hijo del viejo Mario Bravo) navega entre figurón y conciliador, con pusilánime complacencia frente al SIA. Entramos a tallar los “revolucionarios” adventicios, el “Colorado” y Esteban Rey. Son los últimos meses del 55 y principios del 56. Las perspectivas divergen y sobreviene una fuerte lucha fraccio-nal entre nosotros. Rey, por su parte, pifiaba hacia la derecha, y planteaba una suerte de mimetización aparatosa entre la élite del TTR y la vagancia-sex-appeal, convirtiendo al MAV en una suerte de “parábola de los talentos”. La variante oportunista era menos mala, pero contenía concesiones inadmisibles propias de un cierto agita-cionismo romántico, que era consustancial a Rey.

En los últimos meses de 1955 apareció el periódico Lucha Obre-ra, que Rey estaba dirigiendo pero que finalmente manejábamos noso-tros. Disputábamos a brazo partido su control. Superó tirajes de 100.000 ejemplares. Fueron ocho números hasta su clausura. En sus columnas se reflejaba la pugna entre ambas posiciones, una y otra, creo hoy, erróneas. El 18 de enero de 1956, poco tiempo antes de su clausura, Lucha Obrera publicó un editorial redactado por Rey que constituye una brillante página política merecedora de ser resca-tada del olvido, dice así:

“La Cuasi Revolución viaja al extremo Norte, donde con solo re-correr tres cuartas partes de una casilla, en la cuadrícula que nos domeña, un oso blanco regresa al mismo punto. Más allá, de nuevo al sur negro: La noche de los cuchillos largos Escribimos esta crónica desde donde Africa se confunde con América por mínimos temblores de labio, rotaciones imprecisas. Densa muchedumbre de montañas prepa-ran para la violenta ascensión a las mineralizadas mesetas centra-les del continente. Desde aquí se extiende la selva y el trópico. Tierra y hombres de idéntico color se reconocen a sí mismos desde el comienzo de los tiempos. El desafío vegetal del bosque sufre la civilizada derrota del ingenio azucarero. Lo que fue antes: Duran-te muchos, muchos años después de la Teatral Independencia Nacio-nal, estas regiones siguieron viviendo como cuando la encomienda, lamita y el yanacona coloniales. Alguna que otra ciudad en la que

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el comercio y las oficinas administrativas creaban la sensación de la época moderna. Desesperación, vicios, gobernadores, diputados, senadores, intendentes, todos de uno u otro modo vinculados a los ricos. Un administrador de ingenio era necesariamente un candidato a diputado nacional, un gobernador debía ser por lo menos apoderado de una firma azucarera. Después vinieron los sindicatos y los indios y los obreros comenzaron a tener derechos. “Ledesma, Sugar Com-pany” debió tratar con los gremios y no con el cacique envilecido a alcohol y a coima. Debió pagar en moneda nacional, olvidándose del salario en escopetas viejas y en caballos inservibles al fin de cada cosecha. Debió franquear a todo el mundo las calles que antes se abrían solo para los señores dueños del ingenio y sus sirvien-tes de alto copete. El mataco se estremeció con la risa amplia del hombre recuperado. El cuchillo pelador de caña fue también razón y derechos desde entonces. Un administrador hubo de recorrer los lugares de sus tropelías con una cornamenta de ciervo a manera de sombrero. Los chúcaros tuvieron zapatos y aprendieron a hablar en castellano. Por primera vez en la historia nacional tuvieron voto y se inscribieron en los padrones y registros civiles. Dejaron de llamarse Benito Mussolini, Jorge Washington o Al Capone, nombres con los que los sirvientes menores de la oligarquía azucarera los bautizaban en las contabilidades, para divertir sus ocios de im-béciles sin remedio. Se llaman ya con sus nombres extraños, reso-nancia lejana del grito de sus pájaros o del rumor profundo de sus bosques y sus ríos. Faltaban muchas cosas, es cierto. Sobraban pe-nas. La lucha seguía siendo un largo camino a recorrer, pero había esperanzas. Sin embargo la izquierda en el poder no dio la talla, enredada en los errores que cada revolución paga por arrastrar su propia inercia entusiasta. Cuando llegó la hora de darle el voto a las mujeres, fueron los mismos revolucionarios quienes al temer una coalición de faldas entre curas y beatas quedaron en deuda con la historia. Y si ni las mismas mujeres, ni los travestis, ni los negros, ni las putas salieron a cobrar lo suyo, la historia que no es menos hembra no tardó en pasar su cuenta. Fue por la radio. Se anunció que el gobierno que habían elegido, que había elegido el pueblo de la república no existía más. Ahora, se dijo, había un gobierno provisional. Armados de sus cuchillos y su fe los revo-lucionarios se resistieron a aceptar lo impuesto por lejanos lo-cutores. Durante días, casi semanas después de la instalación del nuevo gobierno, velaron sus armas en una dolorosa impotencia. -Ya les avisaremos cuando habrá que jugarse, dijo alguien, Pero nunca nadie les comunicó que la hora había llegado. Una profunda tristeza sucedió al estupor de una derrota que no había sido el resultado de ninguna batalla. Ahora, la tarea aumenta, ahora crecen las voces de los capataces, en los ingenios, en los obrajes, en las naves y en las minas. Se despide a los dirigentes sindicales y se hace retroceder en 20 años la legislación social vigente, so pretexto de adulteración en los padrones electorales. Se habla abiertamente de quitar el derecho a voto a millones de indios, tal vez quiera borrárselos también de los registros civiles o hacerlos regresar de nuevo sin nombre, ni patria, a lo profundo de la selva. Los due-ños de ingenios y de minas, los latifundistas han regresado a las funciones de gobierno, ahora mandan por sí o por intermedio de sus mandatarios, tienen en sus manos la suerte de la región, alguien moderno ha elaborado una frase que gana cada día mayor predicamen-to: <<El país necesita un baño de sangre>>. No aceptamos la vuelta

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al pasado. Resistimos. Muchos se preguntan cuándo se reconquistará lo perdido, algunos dudan si todo lo perdido será recuperado. Muy pocos sueñan con recuperar lo que nunca hemos tenido. Con regresar donde nunca hemos ido. Esto es lo que dice el silencio agresivo de este pedazo de América Latina que ha cobrado subconsciencia de su propio destino.”

No sé si salteo etapas intermedias, pero llego a la campaña elec-toral de la EAPV para las elecciones de marzo de 1973. Nosotros ha-bíamos sobrestimado por total inexperiencia nuestras posibilidades electorales, engañados por el enorme éxito de nuestra leal campaña de afiliación. El tema merecería otros desarrollos, pero no aquí. A diferencia de nosotros, Rey captó lo falso de nuestra posición, y propuso que retiráramos nuestras listas y votáramos sin más, inde-pendientemente, al FREJULI, desalojo de los maestros. A mi modo de ver, era una posición correcta, lo correcto. Pero cuando se está embalado, uno se vuelve sordo. No le hicimos caso, y así nos fue. Según mis recuerdos, este fue el último contacto orgánico que tu-vimos con Esteban Rey. Sé que, posteriormente, viajó a Costa Rica. Pero ya le había perdido el rastro. Corre el rumor de que abordó un crucero y emigró simultáneamente a los dos polos. Imaginará usted que, torciendo 90 grados, no se refería a los casquetes blancos. Siempre los más oscuros.

El mundo de estas últimas décadas ha sido un país inhóspito. Rey no fue, creo, un cuadro “profundo”, pero fue un agitador vi-viente, sin el menor compromiso, que pudo haber tallado en otras circunstancias históricas más favorables. Para mí, es un pedazo de nuestras vidas y de nuestras esperanzas. Esas esperanzas que sólo terminan con el cierre del ciclo vital que a cada uno nos aguarda. No antes.

JORGE SPIELBERGO.

Un abrazo, y quedo a la espera de su llamada por lo del posible viaje para una charla.

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AGRADECIMIENTOS

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