Contra - Relatos Desde El Sur (Nº 4)

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2 UNIVERSIDAD NACIONAL DE CÓRDOBA Rectora Dra. S. Carolina Scotto Vicerrector Dr. Gerardo D. Fidelio Secretario General Mgter. Jhon Boretto Subsecretaria de Posgrado Dra. Ana María Baruzzi Centro de Estudios Avanzados Directora Dra. Dora Celton CONSEJO LATINOAMERICANO DE CIENCIAS SOCIALES (CLACSO) Secretario Ejecutivo Dr. Emir Sader Comité Directivo Julio César Gambina Constanza Moreira Gaudêncio Frigotto José Vicente Tavares Gustavo Verduzco Igartúa Darío Salinas Marielle Palau Quintín Riquelme Margarita López Maya Ana María Larrea Víctor Vich Mario Sandoval Manríquez Adalberto Ronda Varona Marco Gandásegui (h) PROGRAMA SUR SUR Coordinador Jacques d’Adesky

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Transcript of Contra - Relatos Desde El Sur (Nº 4)

  • 2UNIVERSIDAD NACIONALDE CRDOBA

    RectoraDra. S. Carolina Scotto

    VicerrectorDr. Gerardo D. Fidelio

    Secretario GeneralMgter. Jhon Boretto

    Subsecretaria de PosgradoDra. Ana Mara Baruzzi

    Centro de Estudios AvanzadosDirectora

    Dra. Dora Celton

    CONSEJO LATINOAMERICANODE CIENCIAS SOCIALES

    (CLACSO)

    Secretario EjecutivoDr. Emir Sader

    Comit DirectivoJulio Csar GambinaConstanza MoreiraGaudncio Frigotto

    Jos Vicente TavaresGustavo Verduzco Igarta

    Daro SalinasMarielle Palau

    Quintn RiquelmeMargarita Lpez Maya

    Ana Mara LarreaVctor Vich

    Mario Sandoval ManrquezAdalberto Ronda Varona

    Marco Gandsegui (h)

    PROGRAMA SUR SURCoordinador

    Jacques dAdesky

  • 3CONTRA I RELATOS desde el SurApuntes sobre frica y Medio Oriente

    Agosto 2007 Ao III Nmero 4

  • 4CONTRA I RELATOS desde el SurApuntes sobre frica y Medio Oriente

    Agosto 2007 Ao III Nmero 4

    Director: Mgter. Diego Buffa

    Coordinadora rea frica: Mgter. Mara Jos BecerraCoordinador rea Medio Oriente: Mgter. Juan Jos Vagni

    Traduccin: Prof. Marcelo Abeldao

    CONSEJO EDITORIALDr. Atilio BornDra. Dora CeltonDra. Gladys LechiniDr. Jos Flavio Sombra Saraiva

    CONTRA I RELATOS desde el Sur es una publicacin del Programa deEstudios Africanos y del Programa de Estudios sobre Medio Oriente del Cen-tro de Estudios Avanzados de la Universidad Nacional de Crdoba, y delPrograma Sur-Sur del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales CLACSO.

    Centro de Estudios Avanzados (CEA) - Unidad Ejecutora del CONICET- Av. Vlez Srsfield 153, C.P. 5000, Crdoba Argentina.Tel. (54-351) 4332086/4332088, telefax (54-351) 4332087; [email protected],[email protected], www.cea.unc.edu.ar

    Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO) - Callao 875, 3Piso, C.P.1023, Buenos Aires, Argentina.Tel. (54-11) 4811-6588/4814-2301, telefax (54-11) 4812-8459;[email protected], www.clacso.org

    Los artculos son de exclusiva responsabilidad de sus autores y no reflejannecesariamente la opinin de la revista. Los originales no solicitados noobligan a su publicacin ni devolucin.

    Queda hecho el depsito que marca la ley 11.723.ISSN1669-953X

    Los artculos originales publicados en la revista CONTRA I RELATOS des-de el Sur son sometidos a evaluacin de especialistas de la disciplina co-rrespondiente.

  • 7PRESENTACIN

    La necesidad de generar nuevos lazos y convergencias desde el Sur

    Hemos llegado al cuarto nmero de nuestra revistaContra | Relatos desde el Sur, dando as un paso ms en el desarrollo deesta publicacin. Con esta iniciativa procuramos hacer un aporte sus-tancial para la constitucin de un espacio de reflexin crtica acerca delas problemticas y desafos comunes que atraviesan los pases delSur.

    Desde Amrica Latina compartimos con el mundo rabe y afri-cano similares problemticas: necesidades insatisfechas en una partesignificativa de nuestra sociedad civil, regmenes polticos muchasveces autocrticos, crisis de legitimidad y sobre todo una insercindependiente en el sistema capitalista internacional. Al mismo tiemponos unen desafos comunes: la bsqueda de un lugar en el mundoglobalizado, el desarrollo de sistemas polticos ms participativos y lainclusin social de amplios sectores de la poblacin.

    ltimamente, la reciente celebracin de diversas rondas de cum-bres interregionales entre Sudamrica y el mundo rabe y africanonos hablan del inters por establecer un dilogo estrecho y permanen-te entre dichas regiones. Asimismo, sealan la creciente importanciaque estos actores estn adquiriendo en el plano global. Cabe recordaras las Cumbres Amrica del Sur-Pases Arabes Brasilia, mayo 2005, Africa-Amrica del Sur Abuja, noviembre de 2006 y Zona de Paz yCooperacin del Atlntico Sur (ZPCAS) Luanda, junio de 2007.

    Este renovado inters por los espacios rabes y africanos ha te-nido tambin su correlato en universidades de todo el mundo, quehan ampliado y diversificado su oferta curricular y sus iniciativas deinvestigacin para adaptarse a estas circunstancias.

    Nuestra propuesta -llevada adelante desde los programas deinvestigacin de Estudios Africanos y de Medio Oriente del Centro deEstudios Avanzados de la Universidad Nacional de Crdoba, conjun-tamente con el programa Sur-Sur del Consejo Latinoamericano en Cien-cias Sociales (CLACSO) y con el apoyo de la Secretara de Ciencia yTcnica de la Universidad Nacional de Crdoba-, se inscribe en estemarco general de aproximacin, tratando de abrir el debate, generar

  • 8preguntas y proponer respuestas a aquellas problemticas y desafoscomunes que unen los destinos de Amrica Latina con dichas regio-nes. En este nmero contamos con variadas propuestas que intentansumar nuevas visiones de convergencia desde el Sur.

    El profesor David Gonzlez del Centro de Estudios de frica yMedio Oriente (CEAMO) de Cuba, examina los procesos de reformaagraria en el marco de los programas de ajuste neoliberal en pasesafricanos como Zimbabwe, Namibia y Sudfrica, poniendo en juegolas incompatibilidades que entraan ambas polticas. Se resaltan losobstculos que dificultan el avance de la reforma, como la especula-cin de la tierra, la lgica de las leyes del mercado y el sistema deestructuras de poder. Asimismo, se analiza el impacto de la globaliza-cin neoliberal sobre la cuestin agraria, que prioriza los aspectos eco-nmicos y deja de lado los aspectos sociales a la hora de planificar laspolticas de redistribucin de tierras.

    Antonio valos Mndez, del Grupo de Estudios en Historia yTeora de las Relaciones Internacionales (GERI) de la UniversidadAutnoma de Madrid, revisa el acercamiento de Turqua a Europa, enel marco de las continuidades en los cambios de las relaciones inter-nacionales. El trabajo de valos se sumerge en los orgenes mismosdel Estado Turco moderno, recuperando los elementos heredados delperodo otomano y las influencias que siguen ejerciendo en la estruc-tura poltica y en las relaciones externas del pas.

    Por su parte, Juan Jos Vagni explora las nuevas modalidadesde acercamiento de Marruecos hacia el frica Subsahariana. En esteartculo se expone el lugar prioritario que est comenzando a ocuparesa regin en la agenda externa del Reino alauita, atento a los aconte-cimientos que afectan al continente tales como la problemtica delsubdesarrollo, la emigracin y la seguridad, a la necesidad de unmayor respaldo frente al conflicto del Shara y a la expansin econ-mica de las empresas pblicas y privadas del pas.

    Jos Mara Surez Serrano releva la actuacin de las NacionesUnidas en la Guerra de Irak, desde la invasin de Kuwait en 1990hasta la guerra de marzo de 2003. Para ello, se repasan las diferentesresoluciones del Consejo de Seguridad que llevaron hasta la aproba-cin de la Resolucin 1441 del 8 de noviembre de 2002, la que dio piea la coalicin que acompa a Estados Unidos en la intervencin del2003. El texto analiza las principales posiciones en torno a esta resolu-cin: la que observa en ella una autorizacin implcita para intervenirmilitarmente en Irak, y la que sostiene que era necesaria una declara-

  • 9cin expresa del Consejo para intervenir. El artculo de Surez Serra-no contrapone as los principios de la Carta referidos a la prohibicindel uso de la Fuerza y la obligacin del arreglo pacfico de controver-sias, con el recurso de legtima defensa preventiva formulado por laadministracin Bush.

    El trabajo de Marta Maffia y Virginia Ceirano recorre las Es-trategias polticas y de reconocimiento de la comunidad caboverdea-na de Argentina. Para ello parte de la tipologa establecida por Che-bel acerca de las estrategias identitarias. Se desarrolla el campo delas disputas identitarias que lleva adelante la comunidad caboverdea-na en nuestro pas, las luchas por el reconocimiento y el capital mili-tante involucrado.

    Por ltimo, en nuestra seccin Apostillas, Flavio Borghi nos ofreceuna reflexin en torno a dos libros de Gilles Kepel, La revancha de Dios.Cristianos, judos y musulmanes a la reconquista del mundo (1991) y LasPolticas de Dios (2007). Alrededor del primero, Borghi rescata la tesisde Kepel sobre el cruce entre la prctica religiosa, la bsqueda y cons-truccin de la identidad y la prctica poltica en las principales reli-giones monotestas. Y acerca del segundo trabajo, subraya los desa-fos que plantea la emergencia de los nuevos movimientos religiosos.

    Diego Buffa

    DirectorCONTRA I RELATOS desde el Sur

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    REFORMA AGRARIA EN TIEMPOS DE AJUSTENEOLIBERAL: LOS CASOS DE ZIMBABWE,

    NAMIBIA Y SUDFRICA

    AGRARIAN REFORM IN TIMES OFNEOLIBERAL ADJUSTMENT: ZIMBABWE,

    NAMIBIA AND SOUTH AFRICA

    David Gonzlez*

    Abstract

    Neoliberalism and agrarian reform are antithetical. The latter impliesland re-distribution in favor of the majority while the former entailsland concentration in the hands of a decreasing number of individualsand the marginalization of large sectors of the population. In SouthernAfrica, indigenous population extreme dispossession of their land forthe benefit of the white colonists was among the basic objectives ofcolonialism, racism and apartheid and was central to the ensuing libe-ration fights. Except for the cases of Mozambique and Angola wherethe massive emigration of the white landowning class facilitated thenationalization of the land, events developed in a different manner inthe rest of the sub region.Based on the experiences of Zimbabwe (since 1980), Namibia (since1990) and South Africa (since 1994), this article reviews the obstaclesthat neoliberal policy poses to land distribution projects and conclu-des that the profound agrarian reforms rural masses in these threecountries have been claiming for can only be performed by breachingthe principles of neoliberalism.

    Key words: Neoliberalism / agrarian reform / Southern Africa

    Basado en la tica del capitalismo colonial, que contemplabacomo pecaminoso no explotar al mximo la tierra para el mercado, el

    * Investigador, Centro de Estudios de frica y Medio Oriente (CEAMO), Cuba.

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    colonato blanco del frica meridional llev a efecto, entre los siglosXVII y XX, un proceso de desposesin agraria de la poblacin autcto-na que le asegurara tierras y mano de obra barata. Con el tiempo, enlo que hoy conocemos como Sudfrica, Zimbabwe y Namibia se cons-truyeron sociedades tan desiguales que a duras penas pudieron sofo-car constantes estallidos que amenazaron la estabilidad poltica,1 y elhambre de tierras de variados sectores sociales autctonos2 determi-nara ms tarde que la reforma agraria estuviera entre las principalesbanderas de las luchas de liberacin en esos tres pases. Pero a pesarde la atencin que el problema agrario sigui atrayendo en esa regindespus de las independencias, por casi todas partes persistieron mar-cadas diferencias de acceso a la tierra segn la raza, perpetuadas an-tes por las polticas coloniales y, despus, por las fuerzas del neolibe-ralismo econmico: exceptuando los casos de los vecinos Mozambi-que y Angola (donde la masiva emigracin de la clase terratenienteblanca facilit la nacionalizacin de la tierra), por lo general el arreglosocial en el campo pareca inconmovible en la subregin. La agricul-tura en pequea escala, sustento de millones de hogares, sigui des-atendida y padeci tanto de la precariedad de los derechos sobre latierra como de condiciones materiales crecientemente desfavorables.Aun tras las victorias de los movimientos de liberacin en los tres pa-ses objeto de estudio, los intentos por impulsar una urgente y ordena-da redistribucin de las tierras han enfrentado enormes obstculos.Solo en Zimbabwe se ha conseguido devolver a manos de la mayori-taria poblacin negra la casi totalidad de las tierras otrora en manosde propietarios blancos, pero al costo de un agudo enfrentamientocon los gobiernos de los pases acreedores y de serias afectaciones eco-nmicas.

    A partir de los escasos logros de las reformas agrarias en Nami-bia y Sudfrica, y de los trastornos sufridos por Zimbabwe en su es-fuerzo por impulsar la suya hasta sus ltimas consecuencias esfuer-zo calificado por Moyo como modelo disidente de reforma agrariaradical en frica meridional3, este artculo argumentar que solo

    1 Cfr. ADAMS, Martin (2001) [En lnea], Report on a Regional Consultation on LandReform, SADC Hub Flier, http://www.oxfam.org.uk/what_we_do/issues/liveliho-ods/landrights/downloads/consult.rtf2 SACHIKONYE, Lloyd M. (2004), Inheriting the Earth: Land Reform in Southern Africa,Catholic Institute for International Relations, London, 2004, pp. 7-8.3 MOYO, Sam (2005), The Land Question and the Peasentry in Southern Africa, inBORN, Atilio & LECHINI, Gladys (Eds.), Politics and Social Movements in an Hegemo-

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    contrariando los principios neoliberales pueden realizarse las refor-mas agrarias profundas por las que han clamado las masas rurales deesos tres pases. Ello resulta del hecho de que neoliberalismo y refor-ma agraria son antitticos, en tanto la segunda implica una redistribu-cin justa de la tierra en beneficio de las grandes mayoras, al tiempoque el primero presupone un impulso hacia la concentracin de lasriquezas en un nmero cada vez ms reducido de invididuos y lamarginalizacin de crecientes segmentos de la poblacin. El tema re-quiere atencin urgente, si admitimos, como sugieren algunos, que lavariada militancia popular respecto a los problemas agrarios, en as-censo en la regin, pudiera estar marcando una nueva e impotantefase de la poltica de la tierra en el frica meridional.4

    Hacia 1994, en Sudfrica los blancos constituan solo un 12,6%de la poblacin total, y unos 50.000 granjeros blancos acaparaban el87% de la tierra.5 Tras diez aos de gobierno de la mayora negra, en2004, la poblacin blanca se haba reducido a un 9,3% del total dehabitantes, pero varias decenas de miles de granjeros blancos seguanacaparando un 85% del total de la tierra y eran dueos de seis vecesms tierra que todos los negros en su conjunto, en trminos de canti-dad y calidad.6

    En Namibia, en 1990 haba apenas un 12 % de poblacin blanca,y unos 6.500 granjeros blancos posean el 94% de toda la tierra agrco-la, o el 60% de todas las tierras del pas. Hacia 2005, quince aos des-pus de la independenca, los blancos se haban reducido al 6% de lapoblacin, pero en el pas permanecan unos 3.800 granjeros blancos,que aun conservaban en su poder el 80% de las mejores tierras agrco-las, o el 55% de todas las tierras del pas.7

    nic World: Lessons for Africa, Asia and latin America, CLACSO Books, Buenos Aires, p.301.4 Cfr. LAHIFF, Edward: (2003) [En lnea], The Politics of Land Reform in SouthernAfrica, Sustainable Livelihoods in Southern Africa, Research Paper Series Nr. 19, Mar-ch, p. 61, http://www.ids.ac.uk/slsa5 SAMASUWO, Nhamo (2004), Centrification, foreign land ownership and market-led land reforms in South Africa, Global Insight (Institute for Global Dialogue, Mi-drand), no. 38, October, p. 1; SACHIKONYE, Lloyd M. (2004), Inheriting the Earth:Land Reform in Southern Africa, op. cit., p. 19; MOYO, Sam (2005), The Land Ques-tion and the Peasentry in Southern Africa, op. cit., p.287.6 MOYO, Sam (2004) [En lnea], African Land Questions, the State and Agrarian Transi-tion: Contradictions of Neoliberal Land Reforms, 10 May, p. 32, http://www.sarpn.org.za/documents/d0000692/P763-Moyo_Land_May2004.pdf.7 SACHIKONYE, Lloyd M. (2004), Inheriting the Earth: Land Reform in Southern Afri-

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    En 1980, ao de su independencia, Zimbabwe solo tena un 3%de poblacin blanca, pero unos 4.500 granjeros posean el 40% de lastierras.8 Hacia el 2000, tras veinte aos de independencia, la poblacinblanca se haba reducido al 2% de los habitantes, pero los granjerosblancos seguan en control del 30% de la tierra. Para el 2005, cuando lapoblacin blanca se redujo al 0,5% de los zimbabwes, tras cuatro aosde reforma agraria fast track, quedaban en el pas unos quinientos gran-jeros blancos, poseedores de apenas el 5% de las tierras.9

    A pesar de todos los obstculos, se reconoce que en el primerdecenio de la independencia, Zimbabwe consigui modestos logrosen su reforma agraria10, y ello gracias a que aun no estaba aplicando afondo la poltica de ajuste estructural neoliberal y segua contandocon reservas econmicas a disposicin del estado. Despus, el pero-do de 1990-2000 resulta paradigmtico para entender las razones por

    ca, op. cit., p. 19; DEPARTMENT OF INFORMATION AND PUBLICITY, SWAPOof Namibia (1983), To Be Born a Nation: The Liberation Struggle for Namibia, Zed Press,London, 2nd Impression, p. 27; MOYO, Sam (2004), African Land Que.sions, op. cit.,pp. 32-33; NDURU, Moyiga, Development-South Africa: No Great Harvest With LandReform Just Yet, Inter Press Service (Johannesburg), 09-05-05; IRIN, Namibia: Pressu-re Builds Over Slow Pace of Land Redistribution, 09-13-05; GLOBALAFRICANPRESEN-CE, Namibian official defends land moves, 07-28-05; SHIGWEDHA, Absalom, Far-mers Unions Optimistic After the Rains, The Namibian, 01-24-06; HARPER, Liz (2004),The Economic Impact of Land Reform, Online NewsHour, April 14, http://www.pbs.org/newshour/bb/africa/land/economic.html; MOYO, Sam (2005), TheLand Question and the Peasentry in Southern Africa, op. cit., p. 288.8 SACHIKONYE, Lloyd M. (2004), Inheriting the Earth: Land Reform in Southern Afri-ca, op. cit., p. 19; MOYO, Sam (1991), The question agraire, in MANDAZA, Ibbo(Directeur): Zimbnabwe: conomie politique de la transition (1980-1986), CODESRIA,Dakar, p. 202.9 SACHIKONYE, Lloyd M. (2004), Inheriting the Earth: Land Reform in Southern Afri-ca, op. cit., p. 8; MOYO, Sam (2004) [En lnea], African Land Questions, op. cit., pp.33-34; RAFTOPOULOS, Brian & PHIMISTER, Ian (2004), Zimbabwe Now: The Poli-tical Economy of Crisis and Coercion, Historical Materialism (Leyden), vol. 12, no. 4,p. 369; MUKARO, Augustine, Farmers Sue for $39 Trillion, Zimbabwe Independent,03-04-05.10 MUMBENGEGWI, Clever (1991), La Politique Agricole: Continuit et Change-ments, in MANDAZA, Ibbo (Directeur), Zimbabwe: conomie politique de la transition(1980-1986), CODESRIA, Dakar, pp. 243-252; LAHIFF, Edward: (2003), The Politicsof Land Reform in Southern Africa, Sustainable Livelihoods in Southern Africa, Resear-ch PaperSeries Nr. 19, March, http://www.ids.ac.uk/slsa; RAFTOPOULOS, Brian &PHIMISTER, Ian (2004), Zimbabwe Now: The Political Economy of Crisis and Coer-cion , op. cit., p. 362; CHAKAODZA, Austin M. (1993), Structural Adjustment inZambia and Zimbabwe: Reconstructive or Destructive?, Third World Publising House,Harare, pp. 49-99.

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    las cuales se paraliz la reforma agraria zimbabwe, y por las cualessus congneres en Namibia y Sudfrica no han conseguido siquieradespegar.

    Las reformas neoliberales de esos aos redujeron de un pluma-zo los recursos estatales, incluidos aquellos que deban ser dedicadosa comprar las tierras que los antepasados de los granjeros blancos ro-baron a los antepasados de los negros hoy desposedos.11 Al propiotiempo, las capacidades de los estados para comprar tierras de rea-sentamiento se limitan, adems, por el alza de precios real o infladode las propiedades que el momento del mercado neoliberal propicia.El atrincheramiento del principio de vendedor dispuesto, compra-dor dispuesto presupone que la adquisicin de esa tierra antes estu-vo y ahora sigue estando regida por las leyes del mercado, pero en suinmensa mayora dependi del despojo y luego de la herencia hastallegar a los actuales propietarios, muy reacios a vender:12 por eso, enlos tres pases tendieron a pedir precios exorbitantes por sus propie-dades, ms all incluso de las alzas de precios que se dispararon pro-ducto de las tendencias inflacionarias mundiales y de la fuerte espe-culacin agraria que aport el neoliberalismo.13

    Pero adems, las fuerzas del statu quo cuentan no solo con losgranjeros blancos, sino con todo un sistema de estructuras de poder,formales e informales (incluyendo, por ejemplo, a las entidades ban-carias) predispuestas en contra de los granjeros negros emergentes, yse atrincherarn para no traspasarles las tierras.14 Bernstein recuerda,de otro lado, la complejidad de la situacin del frica meridional de-bido a que las formaciones sociales de sus pases combinan aspectosclaves de fases anteriores del capitalismo, por la tardanza y la limita-cin de sus respectivas revoluciones nacionales democrticas.15

    Las ocupaciones de tierras, un problema permanente durantedcadas en toda la regin aunque la mayora de los casos no lleguen ala prensa, comenzaron a agitarse no solo como reaccin al statu quo,sino sobre todo por la sostenida reduccin de las oportunidades de

    11 MOYO, Sam (1991), The question agraire, op. cit., p. 224.12 SAMASUWO, Nhamo (2004), Centrification, foreign land ownership and market-led land reforms in South Africa , op. cit., p. 2.13 RAFTOPOULOS, Brian & PHIMISTER, Ian (2004), Zimbabwe Now: The PoliticalEconomy of Crisis and Coercion , op. cit., p. 362.14 IRIN, IRIN Web Special on land reform in Southern Africa, 07-28-05.15 Cfr. BERNSTEIN, Henry (2003), Land Reform in Southern Africa in World-Histo-rical Perspective, Review of African Political Economy, Vol. 30 No. 96, June.

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    empleo, patente en Zimbabwe desde 1997 con bastante fuerza,16 y msreciente y moderadamente en Sudfrica y Namibia. Fue sobre todopor la imposibilidad de adquirir tierras segn las leyes del mercadoneoliberal que Zimbabwe inici las radicales expropiaciones de su re-forma agraria fast track en el 2001, que Namibia introdujo a principiosde 2004 medidas legales para obligar a los primeros quince propieta-rios de granja a la venta forzosa de sus granjas17, y que para 2005 lossudafricanos comprendieron con dolor que, al ritmo vigente de trans-ferencia de tierra, en el ao 2015 no se alcanzara la meta de devolvera manos negras el 30% de la tierra sino, cuando ms, el 5%.18 Pero losdirigentes sudafricanos advirtieron que tomaran medidas para po-ner coto a la especulacin de la tierra y buscar alternativas que impul-saran la reforma agraria ante la impaciencia general de masas y go-bierno. Tanto voceros del gobierno de Namibia como del de Sudfricainsistieron en la necesidad de buscar tambin alternativas al principiode comprador dispuesto, vendedor dispuesto; la legislacin de am-bos pases prev alternativas de expropiacin para los casos de gran-jeros que pidan precios exorbitantes por sus tierras, pero tambin pre-v en esos casos pago inmediato al precio del mercado,19 y nunca re-sulta muy seguro cmo se determinar este ltimo.

    Otra repercusin de las polticas neoliberales en la agriculturaha sido el crecimiento generalizado de la pobreza rural, el decreci-miento de la productividad agraria (especialmente visible entre lasamplias masas de pequeos propietarios y precaristas) y el retrocesode la seguridad alimentaria, incluso en casos paradjicamente enlos que globalmente un pas u otro haya conseguido aumentos de laproduccin de alimentos bsicos. Algunos expertos advierten que las

    16 RAFTOPOULOS, Brian & PHIMISTER, Ian (2004), Zimbabwe Now: The PoliticalEconomy of Crisis and Coercion , op. cit., p. 362.17 MOYO, Sam (2005), The Land Question and the Peasentry in Southern Africa, op.cit., pp. 297-298; GOVENDER, Peroshni (2004), Land Reform in Southern Africa,The South African Institute of International Affairs (SAIIA), Volume 2, June; IRIN, Na-mibia: Pressure Builds Over Slow Pace of Land Redistribution , op. cit..18 IRIN, IRIN Web Special on land reform in Southern Africa, op. cit; SACHIKONYE,Lloyd M. (2004), Inheriting the Earth: Land Reform in Southern Africa, op. cit., pp. 12-13.19 GOVENDER, Peroshni (2004), Land Reform in Southern Africa , op. cit.; MA-RONGWE, Nelson (2004) [En lnea], Land Reform Highlights in Southern Africa,2003-4; Independent Land Newsletter, June 2004, http://www.oxfam.orf.uk/what_we_do/issues/livelihoods/landrights/downloads/ind_land_newsletter_sth_afr_june_2004.rtf

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    polticas neoliberales han impuesto un escenario mundial cambianteal que se espera que los pases se adapten con rapidez, pero en sumayora estn mal equipados para hacerlo, y las estructuras de inte-gracin regional de la Southern African Development Community (SADC)no pueden ayudarlos porque no son ms fuertes que las mismas ende-bles capacidades institucionales nacionales.20

    La caracterizacin de Lahiff respecto al efecto del neoliberalis-mo en el campo sudafricano podra extenderse a lo que similares pol-ticas condujeron tambin a Zimbabwe y Namibia:

    En las granjas privadas, millones de trabajadores, de antiguostrabajadores y sus familias, enfrentan una continuada insegu-ridad de la tenencia y una escasez de servicios bsicos a pesarde la aprobacin de nuevas leyes que pretenden protegerlos.En las ciudades y los poblados rurales, los asentamientos in-formales siguen extendindose, afectados por la pobreza, elcrimen y la falta de servicios bsicos. Una crisis social y econ-mica en vas de expansin en las zonas rurales, impulsada porla contraccin del empleo en el sector formal, el azote del VIH/SIDA y los desalojos en curso de moradores de las granjas,est acelerando los movimientos de personas provenientes delas zonas rurales profundas a los poblados y ciudades portodo el pas, al tiempo que decenas de miles de obreros urba-nos despedidos recorren el camino contrario. El resultado esun patrn de demandas de tierra altamente diversificado, parauna variedad de propsitos, as como un complejo patrn deinterdependencia rural-urbana.21

    Por su parte, Moyo subraya que la mayor falacia de una refor-ma agraria con enfoque neoliberal es la referida a que suele negar tan-to la posibilidad de eficiencia de los sistemas tradicionales de produc-cin campesina como la existencia de un problema campesino estruc-tural, al partir del falso convencimiento de que el crecimiento gradualdel empleo no agrcola disminuir gradualmente las demandas de tie-rra. Esta tendencia, unida al menosprecio de las crecientes demandas

    20 ADAMS, Martin (2001) [En lnea], Report on a Regional Consultation on LandReform, SADC Hub Flier, http://www.oxfam.org.uk/what_we_do/issues/liveliho-ods/landrights/downloads/consult.rtf21 LAHIFF, Edward: (2003), The Politics of Land Reform in Southern Africa , op.cit.

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    urbanas y periurbanas de tierra, producto de la semiproletarizacin yel desempleo,

    evoca el espectro de un incremento de los conflictos resultan-tes de las demandas de un campesinado en aumento pero blo-queado, y los pobres de la ciudad, as como una burguesa ne-gra naciente, enfrentados (todos ellos) a la minora de terrate-nientes blancos.22

    En relacin con esto, el empuje neoliberal en frica meridionaly especialmente en Sudfrica deba impulsar la gradual reduccin delaporte de la agricultura a PNBs nacionales, a los renglones exportado-res y a la creacin de empleos. Ello no excluye, sin embargo, que losgranjeros comerciales ms acaudalados vean incrementarse estable-mente sus ingresos brutos,23 al tiempo que los ms pobres se empobre-cen aun ms. Para Robin Palmer, asesor de poltica agraria de Oxfam,precisamente debido a que los programas de ajuste estructural hanproducido de hecho un desapoderamiento (disempowerment) de gran-des segmentos poblacionales, la reforma agraria cobra mayor impor-tancia, pues la tierra es a veces lo nico con lo que la gente puedecontar para su sustento seguro.24 En general, como consecuencia dela globalizacin neoliberal, ha aumentado la tradicional inseguridaddel empleo, han disminuido los ingresos de las mayoras campesinasy han crecido los riesgos de la agricultura en general, al tiempo que sereducen sus beneficios. Puesto que la crisis afecta tambin a las capasurbanas bajas y medias, se hacen sentir cada vez ms presiones sobrelos recursos, incluida la tierra, y ello hasta para la construccin deviviendas urbanas.25

    Como muchos analistas, Samasuwo observa que el principio decomprador dispuesto, vendedor dispuesto puede sonar muy bienpara la democracia liberal y la buena disposicin de los inversionistasextranjeros, pero es extremadamente costoso y lento, y propicia la es-

    22 MOYO, Sam (2005), The Land Question and the Peasentry in Southern Africa, op.cit., p. 277.23 MOYO, Sam (2004), African Land Que.sions, op. cit., pp. 32; NJOBENI, Siseko, WhiteFarmers Stall Reform SACP, Business Day (Johannesburg), 03-04-05.24 IRIN, IRIN Web Special on land reform in Southern Africa, op. cit.25 SACHIKONYE, Lloyd M. (2004), Inheriting the Earth: Land Reform in Southern Afri-ca, op. cit., p. 7.

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    peculacin agraria.26 La bancarrota de ese principio en Zimbabwe,Sudfrica y Namibia representa en realidad un fracaso de los merca-dos, que demuestran as su incapacidad para, por s solos, posibilitarla redistribucin de la tierra en la escala y con la calidad, ubicacin yprecio requeridos para transferirla de manos de los blancos ricos a lasde los negros pobres.27 Por ello, los mismos que hasta hace muy pocose erigan en defensores del modelo neoliberal en frica meridional,ahora se lo cuestionan de un modo cada vez ms audible. Pero, deotro lado, cualquier alternativa real representara una ruptura del com-promiso con el mercado y, por ello, de los acuerdos asumidos con lospoderes econmicos nacionales y transnacionales en vsperas de lasindependencias. Samasuwo atribuye el fracaso de las reformas agra-rias en un marco neoliberal a:

    el medio camino que demarca el doble amarre de las polti-cas de reconciliacin (sin justicia social) y las llamadas polti-cas agrarias amistosas respecto al mercado que adoptaron, pri-mero, el gobierno de Zimbabwe a lo largo del decenio de 1980-1989 y, subsecuentemente, Namibia y Sudfrica en el deceniode 1990-1999.28

    Ya vimos que el neoliberalismo tambin es hostil a los millonesde pequeos campesinos que se dedican, en pequeas parcelas de supropiedad o de propiedad comunal, sobre todo al cultivo para el au-toconsumo, por considerarlo una especie que debe desaparecer parapasar sus tierras a propiedad privada con vista a una explotacin msintensa para el mercado. En Sudfrica, aunque la retribucin (msgeneralmente en dinero que en tierras) a determinados grupos huma-nos expropiados bajo el apartheid, otros aspectos de la reforma agra-ria, como la revisin de las formas consuetudinarias de tenencia, hanprogresado con mayor lentitud. En Namibia muchos campesinos delnorte se quejan de que hay personas que cercan para su uso particularalgunos pastos comunales, mientras en el Parlamento se escuchan pro-puestas con vista a convertir las tierras comunales a propiedades in-

    26 SAMASUWO, Nhamo (2004), Centrification, foreign land ownership and market-led land reforms in South Africa, op. cit., p. 1.27 Cfr. DIDIZA, Thoko (2005), Land reform: can we afford not to?, ANC Today, Vol.5, No. 30, 29 July - 4 August.28 SAMASUWO, Nhamo (2004), Centrification, foreign land ownership and market-led land reforms in South Africa, op. cit., p. 1.

  • 20

    dividuales. Muchos debates sobre la tierra en el frica meridionalobservaba Matowanyika en 1999 son impulsados en gran medidapor los dictados puramente econmicos y orientados hacia el merca-do, y prestan relativamente poca atencin a otras perspectivas ticas yespirituales que pudieran conducir a procesos de reforma distintoscon mayor justicia social.29

    Los estados tienen un papel central a desempear en las refor-mas agrarias, pero sus capacidades han sido grandemente reducidaspor el empuje neoliberal, y solo remediando esa incapacidad del esta-do podr realmente concedrsele la tierra al que la necesita.30 Algunosven como alternativa que las organizaciones de las sociedades civilesdel frica meridional asuman un papel ms activo para facilitar laarticulacin de las voces de los de abajo en la cuestin agraria.31Pero de todas formas el papel del estado resulta esencial en la direc-cin y el acompaamiento de cualquier reforma agraria. Zimbabweha ido aprendiendo que no basta con confiscar las granjas, dividirlas yentregarlas a nuevos agricultores; estos ltimos necesitarn apoyoconstante en insumos, prstamos bancarios y otros servicios. Cada pasoconduce de manera natural a un involucramiento cada vez mayor delestado, como lo demuestra el hecho de que el gobierno de Zimbabweestuviera contemplando la nacionalizacin de sus industrias de ferti-lizantes, para garantizar ese insumo vital a precios asequibles a losbeneficiarios de la reforma agraria. La quiebra de cierto nmero deempresas agrcolas mozambicanas propiedad de granjeros blancoszimbabwes emigrados al pas vecino desat una fuerte polmica deprensa en torno a la alegada falta de apoyo del estado a dichas empre-sas.32

    29 MATOWANYIKA, Joseph Zano Zvapera (1999) [En lnea], Land and the Pursuitof Sustainable Development Pathways for Southern Africa: An Overview, in PaperPrepared for the Workshop on Land Rights and Sustainable Development in Sub-Saharan Africa: Lessons and Ways Forward in Land Tenure Policy, Hosted by DFID,Sunningdale Park, Berkshire, 16-19 February, http://www.oxfam.org.uk/landrights/safover.rtf30 DRIMIE, Scott & SUE Mbaya: (2001) [En lnea], Land Reform and Poverty Alle-viation in Southern Africa: Towards Greater Impact, Conference Report and Analy-sis, Conference on Land Reform and Poverty Alleviation in Southern Africa, Pretoria,4-5 June, http://www.oxfam.org.uk/what_we_do/issues/livelihoods/landrights/downloads/fwlrsa.rtf31 Ibd.32 NOTCIAS (MAPUTO), Agricultura e a falta de infra-estruturas de apoio!, 06-06-06;BUQUE, Adelino, Insumos agricolas, Notcias (Maputo), 06-06-06; AIM (Maputo),

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    Otro aspecto del momento neoliberal es que instituciones ta-les como el Banco Mundial, guardianas de los conceptos neoliberales,insisten en que las granjas de pequea escala son ms productivas quelas de gran escala. La idea predominante de que los granjeros de pe-quea escala pueden ser ms productivos que los de grandes fincasparece no aplicarse, segn recientes estudios, al caso del frica meri-dional debido a los problemas climticos que impiden que los peque-os agricultores puedan sobrevivir exitosamente en mercados cadavez ms liberalizados y competitivos. Pero Drimie et al. proponen quela escala de los terrenos no parta de una decisin poltica a priori, sinode la localizacin y los recursos dados en un anlisis de caso por caso.33Por dems, bajo el neoliberalismo se acenta el diferencial de valoresentre tierras comerciales y tierras bajo formas consuetudinarias de te-nencia, lo cual conduce a un ahondamiento de las desigualdades en ladistribucin de oportunidades e inversiones pblicas.34

    Matowanyika observa que en el frica meridional no se con-templa a las reformas agrarias como impulsoras fundamentales de losgrandes objetivos macroeconmicos, ni siquiera en economas dondela agricultura tiene bastante importancia, y ello ocurre porque los ins-trumentos macroeconmicos en la mayora de los pases son en granmedida determinados por la globalizacin y los imperativos orienta-dos hacia las exportaciones. Por eso es que se est dedicando muchatierra al turismo y a la minera en circunstancias en que quedan porresolver los problemas de la tierra. Como muchos otros analistas,Matowanyika exhorta a dar prioridad a las necesidades nacionales yno a las impuestas por la globalizacin neoliberal.35

    El empeo, adems, ha de tener en cuenta el reflujo de la ayudaexterior del primer mundo al tercero con el auge del neoliberalismo:los acreedores ofrecen menos ayuda, y ms concentrada en los renglo-nes de su inters y no en los renglones de inters de los receptores.Tambin contemplan la asistencia a la reforma agraria en el contextodel frica meridional como algo polticamente sensible, complejo ysusceptible de desembocar en consecuencias negativas independien-

    Line of credit for vegetable producers, 06-06-06; DIRIO DE NOTCIAS, Manica Mi-racle and agriculture policy debate continues, 13-06-06.33 DRIMIE, Scott & SUE Mbaya: (2001) Land Reform and Poverty Alleviation inSouthern Africa: Towards Greater Impact , op. cit.34 MATOWANYIKA, Joseph Zano Zvapera (1999), Land and the Pursuit of Sustaina-ble Development Pathways for Southern Africa: An Overview , op. cit.35 Ibd.

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    temente de sus propsitos, y por ello son reticentes a involucrarse enel suministro de ayuda.36

    La globalizacin neoliberal tiene una influencia cada vez ma-yor en la reforma agraria en toda el frica meridional tanto por suimpacto directo en la agricultura y las economas rurales en general,como en el marco de las polticas seguidas por los gobiernos naciona-les. Para Lahiff, de importancia primordial resultan la desregulacinde los mercados, el retiro del apoyo estatal a los productores agrcolasy la dependencia en el sector privado como agente principal de desa-rrollo.37

    Moyo observa que a partir del decenio de 1980-1989, los ajustesestructurales han tendido a reforzar las dimensiones liberal y mercan-til del debate del problema agrario en toda el frica meridional. Aa-de que, andando el tiempo, las conspicuas demandas de tierra de lasclases medias negras y la elite han tendido a ser planteadas en unmarco poltico liberal y pro-derechos humanos, pero la sociedad civilpredominantemente guiada por estratos urbanos no ha abrazado for-malmente la agenda de reforma agraria, quizs plantea debido aque las bases de su dirigencia estn ancladas en las capas medias. Porende, esto releg a los movimientos sociales pro-reforma agraria a lapoltica informal, dejndole el terreno libre a grupos de clase mediaque propugnan mtodos de base mercantil para la reforma agraria.38

    Por su nfasis en lo econmico y el olvido de los aspectos socia-les, el neoliberalismo desaconseja, adems, el reparto de tierras explo-tadas eficientemente por el colonato blanco entre agricultures negrosdotados de menos medios, con argumentos tales como la productivi-dad agrcola, el empleo de nmeros considerables de braceros y otrasventajas de la agricultura extensiva y tecnificada. Por ende, como ob-serva Lahiff, la redistribucin de la tierra basada en las leyes del mer-cado se convierte en algo que garantiza beneficios a unos pocos afor-tunados pero deja intactas las estructuras fundamentales de la econo-ma agraria, as como los problemas de pobreza y carencia masiva detierras en el campo.39

    36 IRIN, IRIN Web Special on land reform in Southern Africa, op. cit.37 LAHIFF, Edward: (2003), The Politics of Land Reform in Southern Africa, op.cit.38 MOYO, Sam (2005), The Land Question and the Peasentry in Southern Africa,op. cit., p. 293.39 LAHIFF, Edward: (2003), The Politics of Land Reform in Southern Africa, op.cit.

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    Por su parte, Samasuwo considera que el aceleramiento de lareforma agraria en frica meridional impondra el derrumbe de lasbases tericas del liberalismo econmico, y sealaba al menos tresdebilidades crticas al sustento terico basado en las leyes del merca-do neoliberal:

    La falacia de que en el mercado agrario regional existen fuer-zas de mercado competitivas. En Zimbabwe (y pronto podraocurrir lo mismo en Sudfrica y Namibia) el mercado fracaspor la escasez de compradores dispuestos y vendedores dis-puestos: los propietarios por lo general eran reacios a vender, oespeculaban con el precio de la tierra, y el gobierno careca deldinero necesario para comprar de vuelta la tierra en la escalarequerida;

    La falacia de que las fuerzas del mercado, all donde existen,son capaces de garantizar la ptima distribucin de los recur-sos. La realidad en la regin es que el mercado no ayuda a rec-tificar la mala distribucin de la tierra en el pasado para favore-cer la justicia social, con lo cual los sin tierra tienden a tomar ensus manos la iniciativa de acelerar ellos mismos el proceso;

    La falacia de que las fuerzas del mercado han desempeadohistricamente un papel clave en la creacin del problema agra-rio tal como se enfrenta hoy en la regin. Contrariamente, larealidad es que la propiedad sobre la tierra en frica meridio-nal se estableci mediante la conquista, la alienacin y la inge-niera social, y en los ltimos 300 aos esa tierra se ha ido por logeneral heredando y no comprando y vendiendo en el mercadolibre. En condiciones de severa falta de tierra y severo desem-pleo, los fracasos de las reformas agrarias dirigidas por el mer-cado se convierten en una receta para la poltica agraria violen-ta.40

    La extensin del VIH-SIDA en los pases en cuestin aporta otroaspecto poco estudiado, pero a tener muy en cuenta, en los obstculosneoliberales al reordenamiento social del campo. Se ha observado quelos hogares ms afectados por la pandemia son tambin los ms sus-ceptibles a alienar la tierra para sobrevivir frente al peso de la enfer-

    40 SAMASUWO, Nhamo (2004), Centrification, foreign land ownership and market-led land reforms in South Africa , op. cit., pp. 9-10.

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    medad o las muertes en su seno. Al igual que en siglo XIX (cuando elreclutamiento forzoso de cientos de miles de hombres del sur de Mo-zambique para trabajar en las minas y otras obras en Sudfrica obliga la mujer que pas entonces a cultivadora principal de la parcelafamiliar a abandonar los cultivos ms nutritivos pero tambin msduros como los cereales a favor de la mandioca), el VIH-SIDA podraobligar hoy a cambios de patrones de cultivo, uso de la tierra o inclusoformas de tenencia.

    La cuestin de la tierra se toca con otros problemas sensitivos,de los cuales no puede ser divorciada en el momento de abordarla. YaMoyo observa que, en frica meridional, la cuestin de la tierra estdominada por los efectos negativos de la descolonizacin distorsiona-da a partir del modelo colono-colonial, pero a ello se asocia advierteel fracaso en el abordaje de la cuestin nacional, del desarrollo soste-nible y la democracia, en el contexto de revoluciones democrticasnacionales inconclusas.41

    Matowanyika observa que en las sociedades del frica meri-dional la cuestin de la tierra no ha sido ubicada en los asuntos ati-nentes al desarrollo sostenible, y atribuye esta deficiencia al hecho deque haya sido tratada casi siempre como un asunto sectorial y no comolo que a su juicio es: un asunto fundamental y fundacional.42

    Lahiff, como muchos ms, no obstante, subraya que quizs lapoltica agraria est entrando en una fase nueva y dramtica en elfrica meridional. Los sustentos rurales estn sometidos a severa pre-sin y las polticas neoliberales favorecidas por la mayora de los go-biernos estn desmostrando que no pueden aportar el cambio funda-mental necesario para la estructura de la pobreza y de la desigualdad.Lahiff concluye que los movimientos de los pobres del campo en Su-dfrica, inspirados por los acontecimientos en Zimbabwe, sugierenque la actual ortodoxia de la globalizacin neoliberal probablementevaya a enfrentar considerables desafos desde abajo en el futuro nomuy lejano.43 Lo que parece estarse reconociendo ya de un modo ge-neralizado en la regin es que la reforma agraria, en los tiempos ac-tuales, no puede realizarse en los marcos de los principios neolibera-

    41 MOYO, Sam (2005), The Land Question and the Peasentry in Southern Africa,op. cit., p. 275.42 MATOWANYIKA, Joseph Zano Zvapera (1999), Land and the Pursuit of Sustai-nable Development Pathways for Southern Africa: An Overview , op. cit.43 LAHIFF, Edward: (2003), The Politics of Land Reform in Southern Africa, op. cit.

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    les que obran, precisamente, en contra de la redistribucin de valoresy ms bien a favor de su concentracin en pocas manos.

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  • 29

    CONTINUIDADES EN LOS CAMBIOS DE LASRELACIONES INTERNACIONALES: EL PROCESO

    DE ACERCAMIENTO A EUROPA DE TURQUA

    CONTINUITIES IN INTERNATIONALRELATIONS CHANGES: TURKEYSAPPROACH PROCESS TO EUROPE

    Antonio valos Mndez*

    Abstract

    The events that took place in Turkey during the summer of 2007 leadus to pose many questions as to whether liberal democracy is some-thing more than the last product of advertised consumption for a bet-ter spreading of occidentalization around the world following the endof the colonial era.One of the problems we face is being able to discern what religionmeans in the relations among states according to the westfalian premi-se, that is to say, the assertion that religion does not exist in internatio-nal relations. Modernity has separated religious doctrines from tradi-tions and this separation brought about a dilemma for non-westernstates since they were deprived of their religion when faced with thetask of building their own identity which had in turn been deeply roo-ted in religion. The process of secularization, i.e. separation of the con-cepts of the political community from those of the religious communi-ty, has caused an important fracture within the societies that came lastto adhere to the modernizing process that has been imposed -directlyor indirectly- by Europe since the XVI century.

    Key words: Turkey / Democracy / Religion / Secularization

    * Investigador del Grupo de Estudios en Historia y Teora de las Relaciones Interna-cionales (GERI). Universidad Autnoma de Madrid.

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    Los hombres prudentes suelen decir, y quiz no sin motivos, quequien quiera ver lo que ser, considere lo que ha sido, porque to-das las cosas del mundo tienen siempre su correspondencia ensus tiempos pasados

    MAQUIAVELO, Nicols, Discursos sobre la primera dca-da de Tito Livio1.

    Sabed que todo imperio atraviesa por distintas fases y su estadopadece diversas alteraciones. Tales cambios influyen en el carc-ter de los componentes del imperio y se comunican sentimientosantes desconocidos para ellos. En efecto, el carcter de un pueblodepende naturalmente de la ndole del estado en que se encuen-tra.

    IBN JALDN, Introduccin a la Historia Universal (al-Muqaddimah)2.

    Los ltimos acontecimientos vividos en Turqua durante el ve-rano de 2007, con el adelanto de las elecciones legislativas, provocadopor el conflicto en la eleccin del Presidente de la Repblica, nos lle-van a plantearnos muchas preguntas sobre si la democracia liberalmoderna occidental es algo ms que el ltimo producto de consumopublicitado para la mejor difusin de la occidentalizacin por el mun-do tras el final de la era colonial. El fin de la Guerra Fra entre 1989 y1991, la cual sostuvo las desigualdades centro-periferia en aras de nutrirel equilibrio entre las superpotencias y que prolong los efectos de lacolonizacin sin colonizadores formales (al menos en retroceso desdeel final de la Segunda Guerra Mundial), ha diferido la solucin de losconflictos abiertos en muchas de las sociedades no occidentales. No esde extraar que lo que el mundo vive desde entonces haya producidouna crisis en los valores comunes de la sociedad occidental, valoresque haban sido impuestos por los grandes imperios europeos desdeel siglo XVI a las tierras brbaras y salvajes de ultramar3. La religin

    1 MAQUIAVELO, Nicols, Discursos sobre la primera dcada de Tito Livio, Alianza Edi-torial, Madrid, 1987, III, 43, pp. 412-3.2 IBN JALDN, Introduccin a la Historia Universal (al-Muqaddimah), Fondo de CulturaEconmica, Mxico, 1977, Captulo XVII, p.356.3 Ergun zbudun (Contemporary Turkish Politics. Challenges to Democratic Consolida-tion. Lynne Rienner Publishers, Boulder, Co., 2000, p. 142.), cita a Ziya ni (ThePolitical Economy of Islamic Resurgence in Turkey: The Rise of the Welfare Party in

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    aparece de nuevo con una trampa provocada por los propios euro-peos: la consideracin de que la religin es un sistema de doctrinas ycreencias separadas de la tradicin que las ha sostenido en las diver-sas sociedades humanas que pueblan la Tierra. De acuerdo a Scott M.Thomas:

    La mayora de los acadmicos que trabajan sobre el despertarde la Europa moderna ahora reconocen que la confusin sobreel papel de la religin y otras fuerzas polticas o socioeconmi-cas en el debate sobre las guerras de religin (de los siglosXVI y XVII en Europa) se bas en la aplicacin restrospectiva-mente de un concepto moderno de religin como un conjun-to de doctrinas y creencias llevadas en privado, para socieda-des que tenan pendiente an hacer esa transicin4.

    Uno de los problemas a los que nos enfrentamos a la hora depoder distinguir lo que significa la religin en las relaciones entre es-tados es lo que Thomas llama el supuesto wesfaliano, esto es la afirma-cin de que en las relaciones internacionales la religin no existe5. Lamodernidad ha separado las doctrinas religiosas de las tradiciones locual ha provocado un dilema para los estados no occidentales cuandose enfrentaron a la construccin de su propia identidad, que tena unasbases profundas en la religin y de la cual se han visto desprovistospara esa tarea. El proceso de secularizacin, o de separacin de losconceptos comunidad poltica y comunidad religiosa, ha provocadouna fractura importante en las sociedades que han llegado tarde alproceso modernizador. No entraremos en el debate sobre el terroris-

    Perspective, Third Word Quaterly, 18, No. 4, 1997, p.747.): el pluralismo culturalasociado a la era del Posmodernismo implica tambin un cambio radical de direccinen la actividad poltica fuera de la divisin tradicional izquierda-derecha para losasuntos que se refieren a la identidad individual. Retrospectivamente, el proceso deglobalizacin que tiene lugar de forma simultnea en las esferas cultural y econmicahan interactuado y producido fuertes impulsos que han conducido al aumento de laspolticas identitarias como forma primordial de los discursos o de los conflictos polti-cos en el contexto histrico actual. Las transformaciones y desnacionalizaciones (dis-locations) masivas en la esfera econmica tienden a generar crisis identitarias profun-das y una bsqueda paralela de mayor certidumbre, control y proteccin por parte delos individuos y comunidades amenazados (trad. propia).4 THOMAS, Scott Michael, Taking Religious and Cultural Pluralism Seriously: TheGlobal Resurgence of Religion and the Transformation of International Society, Mi-llennium: Journal of International Studies, 2000, Vol. 29, No. 3, pp. 815-841.5 THOMAS, Scott Michael, op. cit.

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    mo internacional alimentado por esa idea dogmtica de la religinque ha creado monstruos de carcter integrista6.

    El caso de Turqua no es muy diferente con respecto al conflictoque la modernidad plantea respecto a los valores, slo que su puntode partida s contemplaba la existencia de un sistema internacionalen el que los valores morales comunes justificaban la legitimidad delpoder poltico comn a diversas comunidades religiosas tradicionalesunidas en una comunidad poltica comn a diferencia de la Cristian-dad. Por tanto, el Imperio Otomano, del cual surgir la Repblica deTurqua como reaccin defensiva ante el declive, colapso y desapari-cin del mismo, puede considerarse como un entorno internacionalen el que las reglas procedimentales se basaban en valores comparti-dos. Esos valores compartidos se expresaban a travs de una configu-racin poltica particular: los millets7 o comunidades religiosas delImperio Otomano8.

    En este sentido, nada permanece constante, sino que las accio-nes humanas, condicionadas por su entorno social, tambin ejercenuna influencia tal que son capaces de transformar ese entorno9. En

    6 En este sentido hay una confusin de trminos con respecto a fundamentalista eintegrista como segundos apellidos para los denominados islamistas. Fundamenta-listas debera usarse para los grupos cristianos radicales que tienen su origen dentrode la corriente protestante desde 1740/2 hasta 1859, con repercusiones hasta 1874/5en los Estados Unidos de Amrica al hilo de lo que se denomin el Gran Resurgi-miento o Despertar entre las Iglesias cristianas en aquel pas, movimiento que desdelas filas Evanglicas pretendi una unificacin, que no lleg a cuajar, sustentada enlos fundamentos de la Fe cristiana original y que culmin a principios del siglo XX.En cuanto al trmino integrista puede ser utilizado de forma ms extensa, refirindo-se ste a la lectura del texto del Corn como ntegro y verdadero, en el caso del Islam.Parece, sin embargo, que ambos trminos, especialmente en el uso periodstico, sehan asimilado. En cualquier caso, no ha de confundirse la verdad teolgica que pue-dan sustentar los grupos polticos agrupados en torno a una interpretacin integristao fundamentalista del Islam o de cualquier otro tipo con el uso de la violenciacomo medio para conseguir el objetivo de la unificacin de la Comunidad de creyen-tes musulmanes o Umma y la extensin del Islam a todos los rincones de la Humani-dad como verdad nica sobre el conocimiento de Dios.7 El Imperio Otomano contaba con una compleja organizacin de carcter territorial ypersonal simultneas. Territorialmente se organizaba en provincias o Vilayet con go-bernadores y personalmente en Millet o comunidades confesionales con un lder alfrente que serva de enlace con el poder otomano, siendo el emperador, en su calidadde califa, el lder del millet musulmn, el ms amplio del Imperio.8 Para una Buena revision del proceso de secularizacin en Turqua: Berkes, Niyazi,The Development of Secularism in Turkey, Routledge, New York, 1998 (1964).9 Cf. BERGER, Peter L., and LUCKMANN, Thomas, The Social Construction of Reality:A Treatise in the Sociology of Knowledge, Doubleday, New York, 1966.

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    este proceso que se vive en Turqua, el cual es un proceso histrico, loselementos abstractos a tener en cuenta surgen de la naturaleza delpropio proceso, el de democratizacin, y los requerimientos que pare-cen ser necesarios para el mismo. Cuando hablamos de un proceso dedemocratizacin estamos refirindonos al proceso que lleva a la ins-tauracin de una democracia moderna en la que, aparte de las reglasprocedimentales, existen reglas de contenido bsicas como el desarro-llo de las libertades y derechos civiles y polticos, adems de un estra-to social moderno (no necesariamente toda la sociedad) que ha surgi-do de un proceso de modernizacin, en principio antecedente a lademocratizacin. Por lo tanto nos estamos preguntando sobre unacomunidad que ha llevado a cabo un proceso de modernizacin quedemanda cambios polticos que establezcan un marco de convivenciaformal y material democrtico y que concilien los valores sociales tra-dicionales con una modernidad plural, no alternativa sino extensiva.

    No obstante, no hay que olvidar que el proceso de moderniza-cin al que nos referimos puede haber sido llevado a cabo de acuerdoa parmetros diferentes dependiendo de dnde nos encontremos, ellugar es importante. Para Eisenstadt:

    el proceso de modernizacin, histricamente, es el procesode cambio hacia aquellos tipos de sistemas sociales, econmi-cos y polticos que se han desarrollado en Europa occidental yen Norteamrica desde el siglo XVII al siglo XIX, que se difun-dieron hacia otros pases europeos y que en los siglos XIX y XXllegaron a Suramrica, Asia y frica. Las sociedades moder-nas o modernizantes se han desarrollado desde una gran varie-dad de sociedades tradicionales o premodernas. En Europaoccidental se desarrollaron desde estados feudales o absolu-tistas con centros urbanos fuertes, en Europa oriental desdeestados ms autocrticos y sociedades menos urbanizadas. Enlos Estados Unidos y en los primeros Dominios britnicos (Ca-nad, Australia, etc.) lo hicieron a travs de los procesos decolonizacin e inmigracin, algunos de los cuales estaban ra-dicados en fuertes motivaciones religiosas y en grupos organi-zados de colonos religiosos, mientras que otros se fundaron enmayor medida en inmigraciones a gran escala orientadas es-pecialmente hacia las oportunidades econmicas y una mayorigualdad en el estatus10.

    10 EISENSTADT, Shmuel Noah, The Basic Characteristics of Modernization, en: EI-SENSTADT, Shmuel N., Modernization, protest and change, Prentice-Hall, EaglewoodCliffs, N.J., 1966, p. 1.

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    En el caso de Turqua, o mejor del Imperio Otomano, la situa-cin fue ms de defensa ante el peligro que representaban los estadoseuropeos para su subsistencia y la necesidad de adaptarse, por lo tan-to, en el sentido que lo distingue Cafagna, la forma de modernizacinfue adaptativa-complementaria11, en el que las lites modernizantesse identificaron con el poder poltico imperial, que desarroll todo unprograma de modernizacin militar y administrativa del Imperio paraaumentar su eficacia en la defensa ante las amenazas externas. Esteproceso comenz relativamente pronto, tal y como corresponde lgi-camente al transcurso histrico en el que el Imperio Otomano se halla-ba inmerso en el siglo XVIII con una Europa convulsa que est crean-do las bases de la modernidad a travs de revoluciones y guerras.Europa estaba reacomodando la nueva situacin surgida tras el finalde las guerras religiosas y los estados europeos ganaban poder y con-trol da a da, estableciendo administraciones eficientes y compitien-do entre ellos por el poder tanto poltico como econmico a travs delestablecimiento de un fuerte poder militar12. El colapso de las estruc-turas del Antiguo Rgimen, que dejaron de dar respuestas al nuevoorden configurado tras los acuerdos del Congreso de Wesfalia (1648)no slo fundan una nueva etapa en las relaciones entre los estados,sino que tambin provocan un cambio esencial en la legitimacin delos mismos, hasta ese momento basado en el orden espiritual al que sesubrogaba el orden temporal. Para el Imperio Otomano fue la certifi-cacin de su declive que se precipit al mismo ritmo que las potenciaseuropeas entraban en competicin dentro del proceso de moderniza-cin.

    Sin embargo, la posibilidad del Imperio Otomano para poderconcurrir en esa competencia se hallaba limitada por haber sido elenemigo a combatir en el viejo orden. El imperio musulmn construi-do por la dinasta Otomana era la contraparte reconocida por la Cris-tiandad desde el siglo XV. Las bases de legitimacin del poder polti-co en ambas partes se hallaban en la relacin de las comunidades po-

    11 CAFAGNA, Luciano, Modernizacin activa y modernizacin pasiva, en CAR-NERO ARBAT, Teresa (ed.), Modernizacin, desarrollo poltico y cambio social, AlianzaUniversidad, Madrid, 1992, pp. 222-223.12 KENNEDY, Paul, Auge y cada de las grandes potencias, Plaza y Jans, Barcelona,1994. Para Kennedy, la relacin entre el poder econmico que devino del proceso deindustrializacin y modernizacin en la Europa occidental, relacionado con el podermilitar que trajo como consecuencia explican el desarrollo imperial europeo, de ma-nera que mientras que Europa dominaba o controlaba un 35% del planeta en el iniciodel siglo XIX, antes de la Primera Guerra Mundial, en 1914, ya era del 84%.

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    lticas con Dios, a travs de sendas teologas polticas que la sustenta-ban13. Pero precisamente esta competicin fue la que dio lugar, cuan-do el Islam a travs del Imperio Otomano discuti el predominio te-rritorial en Europa de la Cristiandad, que las potencias occidentalesde Europa adquirieran mayor relevancia y posibilidades de desarro-llo econmico frente a las potencias centrales u orientales europeas,provocando la apertura del camino hacia la Revolucin Industrial locual, junto al proceso de secularizacin de las relaciones entre los es-tados europeos tras 1648, ayud a la aparicin de una sociedad civilque reivindic su lugar en la estructura de poder de los estados14. Esteproceso de crecimiento econmico, como explica Kennedy15, tambinllev aparejado una lucha por los recursos y el poder que dio lugar auna expansin militar de naciones que no haban dispuesto hasta esemomento de grandes ejrcitos, como el Reino Unido, en el que tam-bin se favoreci el crecimiento del poder naval. El poder otomano sedebilit entonces por la expansin del comercio transatlntico y elimpulso de las rutas por mar hacia Asia, lo cual hizo que el comercioa travs de las rutas tradicionales desde Asia oriental y central haciaEuropa disminuyese su volumen, lo que unido a una industria clara-mente deficitaria debilitaron el poder militar por falta de recursos enuna sociedad que podramos calificar como casi feudal16. Las oportu-nidades de la Europa cristiana crecieron y el Imperio Otomano tuvoque defenderse a travs de un proceso de modernizacin inducidopor las lites gobernantes desde el finales del siglo XVIII establecien-do reformas polticas muy importantes.

    13 Bernard Lewis (El lenguaje poltico del Islam, Taurus, Madrid, 2004) da una explica-cin intentando interpretar qu ha ocurrido en 1979 cuando en Irn se produce laRevolucin Islmica liderada por el ayatollah Ruhollah Musavi Jomeini, movimientoque rompi el proceso de modernizacin occidentalizador que la dinasta Pahleviestaba llevando a cabo en Irn. La pregunta era qu tiene el Islam para provocar unareaccin a lo que parece que tiene que ocurrir en todo el mundo, esto es la homoge-neizacin (a travs de la modernidad liberal occidental)? Pero la pregunta puede es-tar viciada por el subjetivismo y superioridad occidental ante sus propios logros. Elproblema reside en una interpretacin de una corriente reaccionaria tradicionalistacomo las consecuencias de la accin y prctica de una religin que, por otra parte, notiene unas diferencias tan profundas con el Cristianismo.14 MANN, Michael, The Sources of Social Power, vol.1, A History of Power fron the Begin-ning to A.D. 1760, Cambridge University Press, Cambridge, 1986. En especial en pp.500 y ss.15 KENNEDY, Paul, op. cit.16 ZRCHER, Eric Jan, Turkey, A Modern History, I.B. Tauris, London-New York, 1993,1997, pp. 11 y ss.

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    El tratado de Karlowitz (1699) supuso, en este sentido, un pun-to de inflexin para la relacin del Imperio Otomano con Europa, trasla Guerra con el Imperio Habsburgo (1683 a 1697), lo cual implic uncambio de estrategia hacia la defensa de los intereses imperiales delos Otomanos en Europa tras la prdida de una gran parte de sus te-rritorios en Europa central17. En cualquier caso estas reformas no si-guieron una lnea continua puesto que estuvieron a merced de los cam-bios en la direccin del palacio y las luchas de poder dentro de la fa-milia Otomana. Pero la Revolucin Francesa en 1789, coincidiendo conel ascenso al trono del Selim III en el Imperio Otomano, brind nuevasoportunidades para dar un impulso hacia la modernizacin. Los efec-tos directos se notaron en la reorganizacin militar bajo el consejo deasesores franceses, los mismos que pondran en tela de juicio la in-fluencia otomana en Oriente Medio y, en particular, en Egipto dondeSelim III envi a Mohamed Ali (Mehmet Ali Paa) para combatir a losfranceses que haban destruido el gobierno de los Mamelucos (en 1798Napolen ocupa Egipto) y desafiado el poder en tierras del Islam porprimera vez desde el siglo XI. Mohamed Ali acab fundando una di-nasta que llegara hasta mediado el siglo XX. Pero no era el nicofrente amenazado en las fronteras del Imperio Otomano, tanto en losBalcanes (en 1815 el principado Serbio obtiene la autonoma), en espe-cial con la Guerra de Independencia de Grecia en la dcada de 1820,apoyada por Europa, como las presiones del Imperio Ruso al norte,con la anexin de Armenia y el norte de Azerbaiyn en 1804 o la ex-pansin del wahabbismo en la pennsula de Arabia desde los territoriosdominados por los Ibn Saud, el Najd, hacia el Hijaz que se encontrababajo el poder otomano, el cual controlaba los lugares sagrados del Is-lam rompieron la unidad territorial otomana.

    El primer tercio del siglo XIX fue un periodo extremamente con-vulso para el Imperio Otomano, que vio como su poder en los trescontinentes en los que ejerca su dominio se desvaneca poco a pocohacia el final del siglo con sucesivas intervenciones diplomticas ymilitares por parte de las potencias europeas. La guerra de Crimea,declarada por el Imperio Otomano en 1853 contra el Imperio Rusoante la pretensin de ste de convertirse en el protector de los cristia-nos ortodoxos en el territorio otomano (que representaban un terciode la poblacin del Imperio) no fue ms que la consecuencia de lasoperaciones para ganar legitimidad por parte de Napolen Bonaparte

    17 AHMAD, Feroz, Turkey, The Quest for Identity, Oneworld, Oxford, 2003. p. 21.

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    en Francia y del zar Nicols I en Rusia utilizando el fervor religioso desu poblacin. Estos problemas domsticos se materializaron en laspretensiones del control de los establecimientos cristianos en TierraSanta, concedido en principio a los catlicos, pero ganado por la fuer-za de los hechos, al recibir ms peregrinos, por los ortodoxos, en par-ticular el dominio de la Iglesia de la Natividad en Beln. El ImperioOtomano cont con el apoyo de las potencias occidentales europeasante el desafo y acab con la derrota del Imperio Ruso y trajo comoconsecuencia la inclusin del Imperio Otomano en el Concierto euro-peo, lo cual garantizaba su independencia e integridad territorial, locual no signific que se le considerase como un estado europeo. Estoimplic que la posicin de los sbditos cristianos dentro del Imperiofuese mejorada por las capitulaciones que los estados europeos exi-gieron a los Otomanos. Las diferencias se acrecentaron para estable-cer privilegios para los millet, o comunidades religiosas, cristianos eincluso para ampliar el nmero de millet cristianos en contra de latradicin otomana de reconocer nicamente a aquellas comunidadescon especial arraigo. Los musulmanes vieron disminuir sus derechosy posibilidades de competir en lo econmico con los cristianos. Mien-tras las crisis continuaron, como la Guerra civil en el Lbano entre losmaronitas (cristianos) y los drusos (musulmanes) en 1860 cuyas con-secuencias llegaron a Damasco en julio de ese ao con la matanza deunos cinco mil cristianos provocada por agitadores drusos, lo cual hizointervenir a Francia en el conflicto y el Reino Unido acudi en ayudadel Imperio Otomano. Como consecuencia de ello la costa libanesaobtuvo la autonoma bajo autoridad cristiana. Poco despus una re-vuelta en Creta provoc la peticin de unin con Grecia y la interven-cin del Imperio Ruso a favor de la propuesta, lo cual llev al bordede la guerra entre el Imperio Otomano y Grecia pero la presin de laspotencias occidentales evit que se llevara a cabo y a finales de 1868 larevuelta se haba sofocado con la amnista de los conjurados. Las re-vueltas tambin se dieron en Serbia, Bosnia-Herzegovina y Montene-gro desde 1853. En 1860, el apoyo de los montenegrinos a las revuel-tas bosnias provocaron la invasin otomana y el cese de la autonomadel principado, ante lo cual las potencias europeas volvieron a inter-venir para garantizar la autonoma. En 1875, con una nueva revueltaen los Balcanes, comenz el final de la presencia otomana en el rea18.

    18 Para seguir los acontecimientos y las consecuencias de los mismos: ZRCHER, EricJan, op. cit. pp. 52 y ss.; AHMAD, Feroz, op. cit. pp. 33 y ss.; LEWIS, Bernard, The

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    Cada nueva intervencin de las potencias europeas supuso tam-bin un impulso a las reformas modernizadoras dentro del Imperio.Por una parte, esas reformas eran apoyadas desde la corte imperialcon el fin de poder recuperar la supremaca que se haba ido perdien-do frente a las potencias europeas, especialmente en el poder militar ycon ello en la administracin del territorio, tal y como ya se ha seala-do, pero tambin, por otra parte, estas reformas eran exigidas por laspotencias europeas en los tratados desiguales que imponan al Impe-rio Otomano con el objetivo de obtener mayores ganancias y reducirel poder del mismo. Un ejemplo de estas imposiciones por medio dela va diplomtica fue la accin poltica del embajador britnico antela Corte otomana Stratford de Redcliffe, el cual estuvo durante unlargo periodo en Estambul y consigui convertirse en uno de los prin-cipales impulsores de la occidentalizacin del Imperio. Logr que seaprobara la creacin de un millet protestante en 1850, resultando de suinfluencia para debilitar la influencia que el Imperio Ruso pretenda atravs de los sbditos ortodoxos del Imperio Otomano y su intencinde convertirse en el protector de los mismos, lo cual consigui con elTratado de San Estfano en 1878, pese a que las potencias europeasintentaron arreglar la situacin con la mediacin de Bismarck en elCongreso del mismo ao que dio como resultado el Tratado de Berln,que estableci las bases del sistema de minoras que tras la PrimeraGuerra Mundial dara pie al reconocimiento del derecho a la autode-terminacin de las mismas y la Convencin de Chipre, por la que Chi-pre pas a manos britnicas como pago al Reino Unido de su apoyoen el Congreso.

    Los tres intentos19 ms importantes de reforma modernizadoratuvieron ciertos rasgos en comn, como fueron la reestructuracin delas Fuerzas Armadas modernizando tanto sus infraestructuras comosu educacin, el intento de centralizar el poder aboliendo los privile-

    Emergence of Modern Turkey, Oxford University Press, Oxford, 2002 (3 ed.), pp. 115 yss.; o SHAW, Stanford Jay y SHAW, Ezel Kural, History of the Ottoman Empire, vol. II,Reform, Revolution, and Republic, The Rise of Modern Turkey 1808-1975, Cambridge Uni-versity Press, Cambridge, 1977, pp. 55 y ss. En castellano hay dos buenas obras quehan aparecido ltimamente: RUBIOL, Gloria, Turqua, entre occidente y el Islam: unahistoria contempornea, Viena Ensayo, Barcelona, 2004, y VEIGA, Francisco, El turco,diez siglos a las puertas de Europa, Editorial Debate, Barcelona, 2006.19 Estos tres intentos son, el de Selim III, con el Nuevo Orden, los Tanzimat que sedesarrollaron entre 1839 y 1876 y el movimiento de los Jvenes Turcos entre 1908 y1918, cuya culminacin tras la Guerra de Independencia fue la instauracin de laRepblica.

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    gios de las corporaciones y de los millets, adems de eliminar el poderdel Ulema, institucin religiosa central del imperio con la consiguien-te transformacin de las relaciones entre el poder poltico y el poderreligioso20. La reforma ms importante a nivel poltico es precisamen-te sta, ya que las relaciones entre el poder religioso y el poltico sebasaron en la identificacin de ambos en la figura del monarca, quereuna as la legitimidad que le otorgaba la religin para ejercer susfunciones normativas y de direccin de todos los musulmanes y lalegitimidad dinstica proveniente de la conquista de los territorios queformaban parte del Imperio por parte de sus antepasados. Al separarla legitimidad religiosa del ejercicio del poder poltico, el emperadordeba establecer un pacto social con los gobernados, lo cual deba po-ner en una situacin de igualdad a todos sus sbditos. La imposicinde igualdad entre todos los sbditos del imperio provoc problemasde interpretacin de los privilegios tanto dentro del Imperio como fueradel mismo. Las potencias europeas haban establecido los tratadosdesiguales con el Imperio Otomano utilizando el viejo orden comoinstrumento para poder ejercer su influencia sobre los sbditos impe-riales cristiano, de forma que los musulmanes y los judos21 quedabanapartados de los beneficios otorgados por estos tratados.

    Vemos, por tanto, que las reformas modernizadoras durante elperiodo otomano llevan en s mismas una trampa que deslegitimarael poder imperial. Mientras que las reformas eran necesarias para po-der subsistir, la consistencia de la comunidad poltica se vio menosca-bada al romper los equilibrios construidos durante siglos. La moder-nizacin vino impuesta por un cambio en el contexto internacionaleuropeo que implic una ventaja comparativa de Europa occidentalfrente al resto del continente. El Imperio Otomano no tuvo oportuni-dad de participar en la construccin del nuevo orden internacionalpero s sufri las consecuencias del mismo, entre las cuales estuvo lanecesidad de adaptar la configuracin poltica del estado a la nuevaideologa europea. En este sentido, los cambios se dieron como res-

    20 BERKES, Niyazi, op. cit.21 En el caso del millet judo, especialmente tras la nueva Constitucin Imperial delMillet Judo de 1865, resultado de la divisin entre los judos ortodoxos y los comer-ciantes y banqueros a raz de la Guerra de Crimea, configur una relacin directa conel Sultn, que reconoca al Gran Rabino, desde ese momento elegido entre los que sepresentaban en una lista por el Consejo del Millet dominado por los judos laicos,como un representante de todos los judos del Imperio, ms representante polticoque religioso. SHAW, Stanford Jay y SHAW, Ezel Kural, op. cit. p. 127.

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    puesta y como defensa ante la nueva situacin. De esta forma, la si-tuacin del contexto internacional tuvo un efecto directo sobre la pol-tica interna del Imperio Otomano, desligando de la tradicin polticaa las lites para poder sobrevivir a las amenazas externas adaptndo-se a ese nuevo sistema internacional. No obstante, tal y como se hadicho, el Imperio Otomano no fue considerado como parte de ese sis-tema internacional en igualdad de condiciones, sino que acab con-virtindose en lo que las potencias occidentales europeas proyectabanque fuese en sus planes de expansin imperiales en competencia conel Imperio Ruso y el Imperio Austrohngaro, ambos con pretensionesterritoriales. La Primera Guerra Mundial no vino ms que a confirmarel declive del Imperio Otomano. La lucha de las potencias europeaspor la hegemona supuso la destruccin definitiva del Imperio y laadaptacin radical de lo que qued del mismo a los patrones occiden-tales.

    La compleja organizacin social formal se perdi con la Rep-blica, no as la existencia de los grupos, ms all del no reconocimien-to de diferencias por parte de la Ley. Una consecuencia de todo esteforzado proceso de secularizacin, asociado a la modernizacin delpas surgido tras la I Guerra Mundial y una Guerra de Independenciaunida a una Revolucin nacionalista, es la imposibilidad de articulartodos los intereses en la arena poltica debido precisamente a que, pordefinicin del propio estado, se excluyen del mbito pblico todas lasmanifestaciones religiosas (uso de smbolos, defensa de verdades con-fesionales o cualquier otra expresin religiosa pblica), quedando re-ducidas stas al mbito privado. En cualquier caso, resulta evidenteque no se pueden excluir ms all de los espacios controlados directa-mente por el estado, los espacios pblicos administrativos, puesto queen la vida diaria, en las calles, las tradiciones permanecen unas msostentosas que otras. La ruptura no se ha producido entre el Imperio yla Repblica, slo han cambiado las formas de gobierno y de estado,pero el sustrato social conserva sus tradiciones culturales y religiosas.En este sentido puede encontrarse cierto parecido, discutible, con laRevolucin mexicana y el enfrentamiento duradero entre el Estadomexicano y la Iglesia catlica romana, no as la Sociedad mexicana.

    Debemos preguntarnos por cules son las causas del procesohacia una mayor democratizacin o cules seran las consecuenciasde la inmovilidad del rgimen, esto es, si el proceso de democratiza-cin es inevitable o no? As, se pueden distinguir dos planos de anli-sis, uno el interno, las mareas polticas, sociales y econmicas que van

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    configurando los acontecimientos y sus resultados, y otro el interna-cional, con el cambio de contexto mundial tras el final de la GuerraFra, un orden, el bipolar, en el que Turqua tena un acomodo valiosopor su posicin geoestratgica respecto a las reas de influencia de lasdos superpotencias, acomodo que fue resuelto dentro del bloque occi-dental. An ms difcil es saber cul es la relacin que existe entreambos planos, esto es, cul es la causa y cul el efecto y dnde pode-mos encontrar el punto en el que se ponga de manifiesto la relacincausal.

    Todo este proceso histrico es indicativo de una tendencia quese ha repetido durante todo el siglo XX en diversos lugares. Lo quehoy ocurre en Turqua, algo que Gourevitch expres muy bien a tra-vs de la inversin de la segunda imagen de Waltz22 en las RelacionesInternacionales, es la modificacin de la poltica interna por la influen-cia del sistema internacional: el sistema internacional no es slo unaconsecuencia de la poltica y la estructura interna (de los estados) sinotambin una causa de los mismos23. La Unin Europea ejerce unapresin sobre terceros estados en lo que se refiere a los criterios de lacondicionalidad poltica, que para aqullos que quieren ser miembrosde plenos derecho se unen el criterio econmico (economa libre demercado) y la adaptacin de su legislacin al acervo comunitario24.Para Turqua ha sido un hecho fundamental desde su aceptacin comocandidato en el Consejo Europeo de Helsinki de 1999. No obstante, notodo son, como hemos visto, presiones externas, sino que siempre vie-ne acompaado de una marea interna favorable a los cambios. A par-tir del final de agosto de 2007, con un nuevo Presidente de la Repbli-ca procedente de un partido cuyos valores provienen de la religinquedan muchas preguntas por resolver que este artculo slo quiereabrir para el debate.

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    LA VOCACIN AFRICANA DE MARRUECOSI NUEVOS VECTORES DE ACERCAMIENTO

    MOROCCOS AFRICAN VOCATIONI NEW PATHS OF APPROACH

    Juan Jos Vagni*

    Abstract

    Recently, Morocco seems to be rediscovering its African vocation inthe context of different events and strategies that have widened itsforeign actions. Following the complex relations established with Afri-ca, especially during the rule of Hassan II, the country is testing newapproaches after Mohammed VI came to power.The African continent ranks among its most important foreign priori-ties thus giving way to a renewal of the relations with that area. Thischange is influenced by a number of factors of different nature. Eventssuch as the request for renewed support on the issue of the West Saha-ra, the pretension to return to the African Union scenario, the securityand immigration issue along with the expansion of the business acti-vities and investments of Moroccan state-owned and private compa-nies represent the main variables that lead the agenda of the region.

    Key words: Morocco / Africa / foreign policy

    En los ltimos tiempos Marruecos parece redescubrir su voca-cin africana, en el marco de diversos acontecimientos y estrategiasque han hecho ampliar sus acciones exteriores. Despus de unas com-plejas relaciones establecidas con el espacio africano, especialmentedurante el reinado de Hassan II, el pas ensaya nuevos abordajes lue-go del ascenso al poder de Mohammed VI.

    * Magster en Relaciones Internacionales, Universidad Nacional de Crdoba. Docto-rando en Relaciones Internacionales, Universidad Nacional de Rosario. Coordinadordel Programa de Estudios sobre Medio Oriente, Centro de Estudios Avanzados de laUniversidad Nacional de Crdoba. Becario CONICET.

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    El continente africano se sita en los primeros puestos de suagenda externa, dando paso a una etapa de renovacin en las vincula-ciones con ese espacio. As lo ha sealado recientemente en NuevaYork el propio ministro de Asuntos Exteriores y Cooperacin, Moha-med Benaisa, asegurando que las relaciones de Marruecos con fricafiguran entre las prioridades de su poltica exterior1.

    Este viraje est atravesado por una suma de factores de dife-rente naturaleza. Fenmenos tales como la bsqueda de apoyo reno-vado en la cuestin del Shara Occidental, la pretensin de reincorpo-rarse a la escena de la Unin Africana, la problemtica de la seguri-dad y la inmigracin, junto a la expansin de los negocios y las inver-siones de empresas pblicas y privadas marroques, constituyen lasprincipales variables que estn dinamizando la agenda regional.

    Antes de hacer un recorrido por estas cuestiones, repasaremosla trayectoria que han seguido las relaciones de Marruecos con el en-torno africano, especialmente con la zona subsahariana.

    Antecedentes de una relacin conflictiva

    Las vinculaciones de Marruecos con el espacio africano han sidocomplejas y estuvieron en general contaminadas por las reivindica-ciones territoriales, primero sobre Mauritania y luego sobre el SharaOccidental. Las fluctuaciones se movieron tambin al comps del po-sicionamiento ideolgico del Reino y de los modos de insercin inter-nacional ensayados en el marco del conflicto Este-Oeste.

    No obstante, a diferencia de lo sucedido con la integracin ra-be, los documentos constitucionales marroques nunca han dejado demencionar la idea de la unidad africana. Recordemos que en el prem-bulo del ltimo texto constitucional, sancionado en 1996, puede leer-se: siendo un Estado africano, se ha fijado adems, como uno desus objetivos, la realizacin de la Unidad Africana.

    En los primeros aos tras la independencia el pas fundamentsu poltica exterior en el no-alineamiento y la lucha anticolonialista.En ese contexto, el partido nacionalista Istiqlal particip en la Confe-rencia de Bandung en 1955, sin embargo el gobierno marroqu no acu-

    1 MAP [En lnea], Relaciones de Marruecos con frica, una de las prioridades desu poltica exterior, segn Benaisa, Maghreb Arabe Presse, 2 de octubre de 2007,http://www.map.ma/es/sections/regionales/relaciones_de_marrue/view

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    di a la Conferencia Afroasitica de El Cairo en 1957, por considerarlabajo influencia comunista. Con el objeto de recuperar el espritude Bandung y promover un movimiento pan-africanista imbuido desus ideales, el Reino fue un importante promotor de la Conferencia deAccra, Ghana, celebrada en abril de 1958 por la Organizacin de Soli-daridad de los Pueblos de frica y Asia (OSPAA). P