Constelacion de Divas
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CONSTELACION DE DIVAS QUE ME CAUTIVARON EN MI ADOLESCENCIA
Joaquín Rivera Larios
i adolescencia estuvo
impregnada de sueños
febriles, que oscilaban
entre dos pasiones: por un lado, una
extraña devoción por la presidencia
de la República y los grandes líderes
políticos y sus dotes oratorias; y por
otro, mi adicción irrefrenable a la
belleza femenina, a la que he rendido
pleitesía desde que tengo memoria. Y
la vía para encauzar esta admiración
fue escribir canciones románticas y
positivas en un tramo de mi
atribulada adolescencia.
En medio de la refriega de un cruento
conflicto con toques de queda, paros
al transporte, retenes, ataques a
guarniciones militares, secuestros,
reclutamientos forzosos, bombas,
huelgas, mi vida transcurría envuelta
en melodía al calor de una humilde
habitación. Vivía en una burbuja de
ensueño con trasfondo musical. Las
tonadas mitigaban mi soledad, me
sosegaban, me colmaban de ilusiones,
era un viaje a otra realidad donde
reinaba el sonido y bellas estampas
femeninas.
Y como se estila desde que los medios
visuales dominan el espacio: las
preciosas, tiernas y emotivas tonadas
se combinan con el carisma y la
belleza de las intérpretes. En mi cada
vez más remota adolescencia cinco
divas y un trío femenino me
deslumbraban, cual friso de imágenes
resplandecientes, literalmente casi
cortaban mi voz y mi respiración,
aceleraban mis latidos, cuando
irrumpían en la televisión: Yuri, Lucía
Méndez, Lucero, Thalía, Biby Gaytán y
el trío Pandora. Especial mención
merecen la arrulladora voz de Crystal
y la pura, rosa y dulce presencia de
Adela Noriega, estelarizando a
Maricruz, en la telenovela
“Quinceañera”.
Paralelamente y gracias al poderoso
influjo de mi padre, siembre buscaba
el rostro y la identidad del
compositor detrás de la tonada y de
las aterciopeladas voces de aquellas
divas. Y en esa línea le envidiaba la
pluma espléndida a grandes
compositores como Manuel
Alejandro, Juan Carlos Calderón,
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Sergio Andrade, José Alfredo Jiménez,
Rafael Pérez Botija, entre otras
luminarias de la creación musical.
Pero la efervescencia de la emoción
no me dio la serenidad de ánimo que
necesitaba para capturar la
inspiración y transmutarla en letras y
melodías. Desafortunadamente,
fueron pírricos los frutos de mi pluma
en ese período, no obstante di cuerpo
a algunas rolas como “La reina de mis
sueños”, “Quiéreme”, “Frente a
frente”, “Quisiera retornar contigo”,
“Obsequiemos amistad”, entre otras.
YURI
uizá la primer cantante
mexicana que secuestró mi
atención fue una juvenil Yuri
que cantaba “mi primer amor”,
“Garabato”, “Tú y yo”, “Ese amor no
se toca”, la “güera”, como llaman en
México a las mujeres blancas y rubias
usufructuó al máximo el culto que los
mestizos rendimos a las bellezas de
tez blanca. El carisma, las atractivas
coreografías que acompañaban sus
interpretaciones y el dominio
escénico de Yuri, la convirtieron en la
reina indiscutible de la música juvenil
en español. Quizá le veía parecido a la
primera rubia que me embelesó,
Farrah Fawcett, estelar protagonista
de la serie de televisión Los Ángeles
de Charlie.
Cada vez que veo a Yuri en la pantalla
chica, siento nostalgia y melancolía,
porque ahora es un opaco reflejo de
aquella chica vibrante que
deslumbraba en los escenarios con
sus luminosos atuendos y enorme
capacidad vocal. Impacta apreciar en
You Tube su testimonio de cómo
descendió a las catacumbas del
alcohol, y las drogas, y fue arrastrada
por el frenesí sexual y cómo
experimentó una aterradora soledad,
en medio del glamour del éxito y la
fama. Pese a todo ocupa un sitial de
honor en la música popular
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LUCÍA MENDEZ
a indiscutible reina de las
telenovelas mexicanas de los
años ochenta, que se catapulto a
la fama con la célebre película “El
Ministro y yo” (1975), estelarizada por
Mario Moreno “Cantinflas”. Qué
mozalbete de los ochenta no clavó su
pupila en el rostro angelical y el
despampanante cuerpo de
“Colorina”, “Vanesa”, “Diana
Salazar”, “Marielena”, varios de los
múltiples personajes que protagonizó
en la pantalla chica. Si bien su voz es
agradable y bien modulada, su
capacidad vocal es limitada, no
obstante popularizó temas que
marcaron época “Culpable o
inocente”, “Margarita”, “Mi amor,
amor”, “Don corazón”, “Enamorada”,
“Atada a nada”, “Corazón de piedra”
La efervescencia, la exaltación, el
morbo que se despiertan en la
adolescencia al contacto con la
belleza femenina, provocaban
conmoción al ver a Lucía en los
vídeos de sus canciones o en el
inolvidable programa “Siempre en
Domingo”, presentado por Raúl
Velasco. La estrella literalmente nos
atrapaba, y nos trasladaba a un
mundo de fascinación que lindaba con
la alucinación. Lucía fue una diva en
el sentido integral de la palabra,
combinaba la atracción física con la
mental y el efecto en sus fans era
fulminante. En You Tube, se aprecia
un vídeo que es un verdadero
“premio a la vista”, ya que reúne en
un verdadero ramillete a Adela
Noriega que también tuvo gran
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suceso en las telenovelas y a Lucía,
interpretando el tema “Corazón de
Fresa”.
Rubén Darío escribió: “Juventud
divino tesoro/que te vas para no
volver/cuando quiero llorar no lloro/ y
a veces lloro sin querer”; sin embargo,
al recorrer el pasado a través de estas
memorias e imágenes y tonadas que
rompen la barrera del tiempo, me
reencuentro con la juventud pérdida,
al evocar una estrella que con su
rostro y capacidad histriónica
enamoró a las cámaras de televisión
y a toda una generación, de la que
honrosamente formo parte,
erigiéndose en un paradigma de
belleza, en un modelo ideal de mujer
ampliamente deseado y admirado, en
un símbolo resplandeciente de una
época entrañable.
LUCERO
mediados de los ochenta la
imagen de Lucero recorrió con
gran suceso nuestras casas y
vecindades e hizo escala en miles de
corazones con el candor infantil, que
desplegó en “Chiquilladas” y en la
telenovela “Chispita”. Luego repuntó
como una bella adolescente que
proyectaba una imagen fresa, virginal,
pura, dulce, noble, rol que cuidó su
madre, al no permitirle aceptar roles
de villana, lo que a su vez la apalancó
en su meteórica carrera de cantante
que tuvo su génesis cuando el genial
y controversial Sergio Andrade, le
produjo sus dos primeros discos.
Los presentadores de espectáculos a
veces inciden en el imaginario
colectivo. Mi atracción por Lucero se
acrecentó cuando Raúl Velasco, el
recordado animador de Siempre en
Domingo, la presento en uno de sus
programas como la “Brooke Shields
mexicana” y esa comparación entre
dos estrellas agigantó mi conexión
afectiva con la actriz mexicana,
apuntalada por la fascinación que
sentía por la actriz y modelo
estadounidense que protagonizó
escenas imborrables en el film “La
laguna azul”.
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Tuvo una incursión por demás exitosa
en el séptimo arte, alternando con los
ídolos juveniles del momento, de la
talla de Pedro Fernández en dos
taquilleras cintas “Coqueta” (1983),
“Delincuente” (1985), y con Luis
Miguel en “Fiebre de amor” (1985),
esta última acreedora múltiples
premios y de la cual surgieron
entrañables canciones como “Todo el
amor del mundo”, “Decídete”,
“Muchachos de hoy” y “Sueños”.
De su novel inmersión en la pantalla
grande, destaco la tonada “Música”
que interpreta en el film “Coqueta”,
en la que a través de su fresca voz
que se entrelaza con los acordes de
una balada rock, ejemplifica la valía
psicológica y social de la música, cual
antídoto contra la tristeza, las penas y
la soledad, como una forma de
inyectarle buena vibra a la vida y
fungir como abrevadero perenne del
rey de los sentimientos noble: el
amor.
Dos temas entonados por Lucero me
han cautivado por su melodía, dulce
interpretación y contenido literario
son “Tácticas de guerra” y
“Electricidad”. El primero
espléndidamente plantea el proceso
de seducción como una guerra, en el
que la estrategia y las destrezas
juegan un papel prominente, para
doblegar con sutil encanto la
resistencia del sujeto de nuestros
anhelos, de manera tal que cuando
menos lo advierta se haya rendido a
nuestros cortejos. “Electricidad”
visualiza la atracción e como una
descarga eléctrica, que a través de la
voz, la piel, las miradas, la respiración
ejerce efectos lumínicos,
alucinógenos y magnéticos que nos
dominan y envuelven con su poder
sobrenatural.
Desde mi trinchera de admirador,
considero que el atractivo de Lucerito
llegó a su máximo esplendor en el
video de la canción “Cuéntame”, una
tonada juvenil pegajosa, picante, en
el que hace gala de su enorme gracia,
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carisma y dominio escénico. Su
imagen se quedó prendida en mis
pupilas, aunque no logre retener la
melodía. De manera muy sugestiva en
el video clip se recorre una y otra vez
la geografía del cuerpo de la cantante,
que luce tendido recibiendo la luz del
sol, cortando casi literalmente la
respiración de los espectadores.
Lucero dio muestras de versatilidad, al
desprenderse de la imagen pura e
inocente que había enarbolado
durante toda su carrera y enfundarse
de manera espléndida en la piel y
personalidad de Bárbara Greco “la
hiena”, la manipuladora, mentirosa,
despiadada, pero también
provocativa, extrovertida, insinuante
y extremadamente sensual villana de
la telenovela “Mañana es para
siempre”(2009). Fueron tórridas,
violentas y fogosas las escenas de
alcoba que protagonizó con Sergio
Sendel, destilando sadismo en cada
gesto.
THALÍA
ació con el talento inserto en
su código genético, su padre
fue un reconocido científico y
criminólogo Ernesto Sodi Pallares, su
madre, la pintora y empresaria,
Yolanda Miranda. Su abuelo paterno,
Demetrio Sodi, fue un connotado
abogado que defendió en 1928 a José
de León Toral, el asesino confeso del
Presidente electo de México, Álvaro
Obregón. Sus hermanas también han
adquirido celebridad: Laura Zapata,
actriz y productora de teatro;
Federica, Arqueóloga y antropóloga;
Gabriela, pintora, profesora e
historiadora; Ernestina Sodi,
historiadora del arte, escritora,
periodista, ex modelo. En el clan
femenino Sodi Miranda el genio es un
bien de familia.
Thalía dejó impresa con tinta
imborrable en la juventud de los
ochenta y noventa una imagen de
mechón blanco y flores, que la
asemejaba con Marilyn Monroe.
Proyectó una perfecta mezcla de
candidez adolescente, chispa,
vivacidad y de fina habilidad, y astucia
en el manejo de la seducción. De bello
semblante, destilaba coquetería,
gracia y dulzura en su timbre de voz y
gestos, su esbelta silueta y curvilínea
figura arrancaban profundos suspiros.
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Una chica precoz en grado
superlativo, no en vano cultivó
tórridos romances con personas
mayores que cimentaron su
sorprendente ascenso a la cumbre del
espectáculo, entre ellos el productor
musical Alfredo Díaz Ordaz (hijo del ex
presidente mexicano Gustavo Díaz
Ordaz), quien ejerció el efecto
Pigmalión sobre ella y Tommy
Motolla, , el magnate estadounidense
de Sony Music. Me gustó lo que dijo
en una entrevista, a propósito de sus
elecciones amorosas, que se inclinaba
por la atracción intelectual, que se
enamoraba de la mente, la
inteligencia y la madurez de un
hombre.
Alcanzó la fama en el grupo
Timbiriche donde disputó
protagonismo con la rubia dorada,
Paulina Rubio. Luego se cinceló un
nombre como solista con temas como
“Saliva”, “Un pacto entre los dos”,
“Amarillo azul”, alcanzando el clímax
con temas “Piel Morena” “Amor a la
mexicana”, “A quién le importa”, de la
mano del productor Emilio Estefan.
Inspirada en las actuaciones teatrales
de su hermana Laura Zapata, del
canto saltó a las telenovelas,
suscribiendo para tal efecto el
contrato más oneroso que Televisa
haya contraído con una actriz,
rompiendo todos los récord de
audiencia en su trilogía “María
Mercedes”, “Marimar”, “María del
Barrio”, todas basadas en la
Cenicienta. Su bello rostro se paseó
en las pantallas chicas de Asia,
Europa, ya no digamos de
Hispanoamérica, erigiéndose en una
especie de reina azteca, concitando
multitudes en remotos países como
Filipinas, donde sus fans la
idolatraban.
En nuestra vivencia como fans de una
artista, se experimentan momentos
de éxtasis, en el que quedamos
boquiabiertos, estupefactos, casi sin
aliento y sin duda uno de ellos fue
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contemplar a Thalía con su típico
ramillete de flores en su sentida
interpretación del tema “Pienso en
ti": “¿Qué es lo que queda cuando tú
no estás?/¿A quién acudo para
amar?/ Quiero decirte que me hiciste
mal,/ si te quiero amar o te quiero
olvidar/Pienso en ti, que tus manos
me acarician/Pienso en ti, cada
instante de mi vida,/pienso en ti,/
porque eres todavía, mi amor”.
BIBI GAYTAN
ocas carreras han sido tan
ascendentes y fugaces como la
de Bibi que generó una
fascinación superlativa a su paso por
“Timbirichi”, “Muñecos de papel”, o
bien cuando actuó como solista. La
cámara se rindió a sus pies en novelas
como “Baila conmigo” y “Más que
alcanzar una estrella”. Basta que
agitara los brazos, se desplazara de
manera sensual sobre la playa, la
piscina o el escenario, desplegara su
cuerpo escultural sobre un aposento
o diera un pasito de baile para que los
espectadores entraran en shock y la
ovacionaran.
Desde cualquier ángulo o pose que se
le contemplara, Bibi cautivaba. Tenía
la gracia, el porte, la magia, la
femineidad, el carisma, la sonrisa, la
hirviente sensualidad, que la elevaron
a la categoría de la Barbie morena,
por sus peculiares y esplendentes
rasgos físicos, nada que ver con los
prototipos más convencionales de
bellezas anglosajonas que usualmente
nos cautivan.
Verla recorrer la playa en el vídeo de
la canción “Tan solo una mujer”, cuya
letra es del Maestro Ricardo Arjona,
me aceleraba el ritmo cardíaco, al
tiempo que me hacía reflexionar
sobre las apariencias y espejismos que
suelen estremecer la vida de las
estrellas del espectáculo: por un lado,
a la luz pública despliegan su
fulgurante presencia en los escenarios
y concitan la admiración colectiva,
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pero en privado son seres
apesadumbrados, carentes de amor y
caricias emocionales.
PANDORA
os años ochenta no pueden
evocarse sin traer a cuenta las
melodiosas, exquisitas y
deliciosas voces de Maite, Isabel y
Fernanda, el trío musical femenino
“Pandora”. ¿Quién no endulzó sus
oídos con aquellas voces que
acariciaban el alma y agasajó sus ojos
con los rostros sonrientes, tiernos y
radiantes de aquellas intérpretes?
Veía a mis compañeras de
bachillerato más galantes y de
inmediato recordaba “Cómo te va mi
amor”, el tema insignia del trio,
escrito por el cantautor nicaragüense
Hernaldo Zuniga, mas creo que no
hubo adolescente en aquellos aciagos
años que cuando contemplaba una
chica, apreciaba sus gestos, la
candencia de su caminar, se deleitaba
con su mirada, se guardaba un
suspiro, echaba a volar sus sueños y
entre nubes de algodón no escuchara
a lo lejos aquella entrañable tonada:
“Como te va mi amor, cómo te va/era
en silencio la pregunta entre tu
yo/eres feliz mi bien, sin
engañar/porque a mi puerta el amor
nunca volvió”.
Ciertamente, la adolescencia es una
época crucial de cambios físicos,
psicológicos y además es el período
propicio para el romanticismo idílico,
y Pandora de manera formidable nos
obsequiaba los temas, las tonadas
para dar cuerpo y forma a nuestros
enamoramiento platónicos.
En la agitada y febril mente de un
adolescente la devoción por las
actrices, cantantes que nos arrancan
suspiros, se entrecruza con la
admiración por figuras del entorno
cercano en la que vemos reflejadas
algunos dones o rasgos físicos o de
personalidad que proyectan las
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luminarias del espectáculo. Y Pandora
fue eso y más un símbolo y un
referente que alimentaba e inspiraba
el romanticismo en aquellos
turbulentos años.
Pandora con múltiples e inspiradas
tonadas “Solo él y yo”, “Como una
mariposa”, “Hay que salir desde
abajo”, “Alguien llena mi lugar”,
“Cuando no estás conmigo”, “Para
escribir tu nombre”, pintó de colores
aquellos días grises, nos regaló
sonrisas, recreó nuestras noches en
vela, activó nuestros sueños, disipó la
rutina y la monotonía y por qué no
decirlo, nutrió con algunas tonadas la
melancolía que suele acompañar el
despertar de la adolescencia.