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CUADERNOS DE PERIODISTAS, JULIO DE 20047 FERNANDO GONZÁLEZ URBANEJA U na de las críticas más fre- cuentes a la Asociación de la Prensa de Madrid ha sido la penuria de sus publicacio- nes. En casa de herrero cuchillo de palo, o ni eso. Las juntas directivas han debatido este asunto hasta la saciedad sin resultados apreciables. La experiencia de Periodistas, hace casi dos décadas, aflora sentimientos encontrados: estaba bien, pero pro- dujo efectos no previstos, consecuen- cias no deseadas. Y el posterior Boletín ha sido errático e insatisfactorio. La actual Junta incorporó a su programa y como punto destacado de sus propósitos, revisar la política edi- torial de la Asociación, dotarla de coherencia y ambición y construir un modelo respetable que sea útil a los periodistas. Y no es tan fácil cumplir esos objetivos por simples que parez- can. La Delegación de Publicaciones, de la que forman parte directivos y no directivos, abordó este problema inmediatamente y propuso revisar el Boletín para dedicarlo a los asuntos internos, con dignidad y seriedad y sin tonterías ni presunciones. En ello estamos. Y propuso preparar una revista de contenidos, seria, para debatir los problemas profesionales. Aunque soy más partidario de ir paso a paso, consolidar y avanzar, me con- vencieron los argumentos de Carlos G. Reigosa y Félix Madero. Además, hemos comenzado una colección de libros editados por la APM en colabo- ración con editoriales con experien- cia. El primero: Los cronistas de la Constitución ya está impreso y hay otros en el telar. Son tres objetivos editoriales cla- ros, que la Junta Directiva asumió y para los que amplió el Presupuesto de publicaciones de 2004 con una pre- visión de hasta medio millón de euros como cifra máxima de gasto, que triplica la de años anteriores. Con pretensiones Compartimos una gran preocupación por el estado del periodismo y queremos que las páginas de esta nueva revista, de periodistas y para periodistas, contribuyan a agitar conciencias.

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FERNANDO GONZÁLEZ URBANEJA

Una de las críticas más fre-cuentes a la Asociación de laPrensa de Madrid ha sido lapenuria de sus publicacio-

nes. En casa de herrero cuchillo depalo, o ni eso. Las juntas directivashan debatido este asunto hasta lasaciedad sin resultados apreciables.La experiencia de Periodistas, hacecasi dos décadas, aflora sentimientosencontrados: estaba bien, pero pro-dujo efectos no previstos, consecuen-cias no deseadas. Y el posterior Boletínha sido errático e insatisfactorio.

La actual Junta incorporó a suprograma y como punto destacado desus propósitos, revisar la política edi-torial de la Asociación, dotarla decoherencia y ambición y construir unmodelo respetable que sea útil a losperiodistas. Y no es tan fácil cumpliresos objetivos por simples que parez-can.

La Delegación de Publicaciones, dela que forman parte directivos y no

directivos, abordó este problemainmediatamente y propuso revisar elBoletín para dedicarlo a los asuntosinternos, con dignidad y seriedad ysin tonterías ni presunciones. En elloestamos. Y propuso preparar unarevista de contenidos, seria, paradebatir los problemas profesionales.Aunque soy más partidario de ir pasoa paso, consolidar y avanzar, me con-vencieron los argumentos de CarlosG. Reigosa y Félix Madero. Además,hemos comenzado una colección delibros editados por la APM en colabo-ración con editoriales con experien-cia. El primero: Los cronistas de laConstitución ya está impreso y hayotros en el telar.

Son tres objetivos editoriales cla-ros, que la Junta Directiva asumió ypara los que amplió el Presupuestode publicaciones de 2004 con una pre-visión de hasta medio millón deeuros como cifra máxima de gasto,que triplica la de años anteriores.

Con pretensionesCompartimos una gran preocupación por el estado del periodismo yqueremos que las páginas de esta nueva revista, de periodistas y paraperiodistas, contribuyan a agitar conciencias.

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Con pretensionesUn presupuesto para sembrar inicia-tivas, que luego deben ser capaces deautofinanciarse.

Esta revista que ahora aparececomo número 0 es fruto de esa estra-tegia. Una publicación trimestral conel propósito de tratar los problemasprofesionales del periodismo y delos periodistas. Para su puesta enmarcha la Junta facultó al presiden-te para crear un Consejo deRedacción de la nueva publicación for-mado por compañeros con ideas, tra-yectoria y experiencias plurales yreconocidas. El Consejo, con dedica-ción generosa y sin retribución eco-nómica alguna, se ha reunido unpar de veces para discutir el conteni-do de este número y los criteriosgenerales de la nueva publicación.Compartimos una gran preocupa-ción por el estado del periodismo yqueremos que estas páginas contri-buyan a agitar conciencias.

Cuadernos de Periodistas tiene esa pre-tensión, agitar; predicar y defenderel espíritu del artículo 20 de laConstitución: “…expresar y difundirlibremente los pensamientos, ideasy opiniones mediante la palabra, elescrito o cualquier otro medio de

reproducción… comunicar o recibirlibremente información veraz porcualquier medio de difusión”. Nuncalos periodistas dispusimos de manda-to más decidido y quizá es hora demovilizarse para cumplirlo.

Estoy persuadido de que enEspaña nunca como ahora hubo unplantel tan amplio de periodistas devarias generaciones tan bien equi-pados intelectual y profesionalmen-te como ahora. Pero quizá nuncamenos movilizados. Esta publicación,con tanta modestia como constancia,pretende empujar en esa dirección.Es una revista de periodistas y paraperiodistas, aunque abierta a losdemás ciudadanos, a la sociedad quees nuestro caldo de cultivo.

El número 0 es un apunte de lo quepretendemos y hemos preferido com-partirlo con todos los socios con carác-ter de borrador y prototipo. Nos gus-taría conocer opiniones y sugeren-cias. A partir del número 2 nos pro-ponemos someterlo al inapelable jui-cio del mercado, poner precio y arbi-trar un sistema de suscripción que per-mita medir si hay lectores interesados.No encuentro otra manera para juz-gar la oportunidad y el producto. �

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CARLOS G. REIGOSA

E l profesor estadounidenseHerbert I. Schiller (1919-2000),amigo que fue del filósofo eintérprete del Mayo del 68

Herbert Marcuse, afirmó que en nues-tro tiempo la comunicación no seutiliza para comunicar sino paraincomunicar. Esta paradoja se susten-ta, según él, en la realidad fácilmen-te constatable de que incomunicatodo lo que se publica y no sirve paraentender la realidad. Echemos unvistazo alrededor y observaremos aqué se refiere: a esa auténtica Babelinformativa que no es capaz de acer-carnos a la comprensión de lo que suce-de.

Schiller fue más lejos y subrayó que,en las actuales condiciones sociales

y económicas, la comunicación no per-mite el análisis ni la crítica, por lo tantono es posible saber qué está pasandoverdaderamente en el mundo engeneral ni a nuestro alrededor enparticular. ¿Y por qué es así?Simplemente porque, según sus con-clusiones, vivimos en un estado deamnesia cultural controlada por lava-dores de cerebros.

¿Tan mal están las cosas?Hay que empezar por asumir algu-

nas observaciones sencillas y fácilmen-te contrastables. El periodismo, quevivía en el extrarradio de un mundoformalmente decimonónico, se hatrasladado al centro de nuestra acti-vidad cotidiana, atraído y encandila-do por las propias demandas de una

INFORMAR PARA DESINFORMAR

El periodismo frente a losintoxicadoresEl periodismo ya no es lo que era. Ha cambiado a la par que el mundo.Nunca la realidad informativa había estado tan contaminada. Pero,según el autor, al final el periodismo se revuelve y gana.

Carlos G. Reigosa es director de Publicaciones, Análisis y Estilo de la Agencia Efe.

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Informar para desinformarera de la información que le es pro-picia. Así llegamos a esa mudanzamediática, que, obviamente, signifi-ca mucho más que un simple cam-bio de barrio. Significa, entre otrascosas, el paso del periodismo tradi-cional (concebido como el ejerciciode un oficio) al periodismo actual (acargo de profesionales con rangouniversitario). Pero significa, sobre todo,el surgimiento de grandes gruposde comunicación, conuna realidad informativasometida a la mayor con-taminación de interesesde la historia del perio-dismo. Es algo sobre loque conviene reflexionarcon algún detenimiento.

En 1991, el periodistafrancés Jean Bothorel, edi-torialista de Le Figaro,escribió en la Revue desDeux Mondes un artículotitulado “Le journalistan’est pas un mediateur”,en el que denunciaba una evoluciónprofundamente negativa del periodis-mo en los últimos años. “¿Puede hoy,en Francia, un periodista ejercer suoficio?”, se preguntaba. Y, cuando ellector esperaba una argumentacióncompleja, se encontraba con una res-puesta simple y tajante: “No”.Rotundamente no. “Yo tengo el sen-timiento de que el periodista ya noexiste”, escribía. “Y en cuanto a la opi-nión pública, es demasiado pococonsciente de la extraordinaria degra-

dación que afecta a este oficio, y delas razones de esta degeneración”…

La desconfianza de Bothorelencontraba su mejor justificaciónen los propios cambios que observa-ba en el lenguaje cotidiano. “Se hablacada vez menos de la prensa y cadavez más de los media. Este deslizamien-to semántico traduce el cambio pro-fundo del papel del periodista en eluniverso mediático que se dibuja.

En adelante, el mediador-profesional reina. Y losmedia se han vuelto losagentes del condiciona-miento social”. Para daruna idea del cambio, con-traponía o confrontabados clases de periodistas,que él conoció: el periodis-ta de los años sesenta y elde los ochenta (que es enbuena medida el de hoy).Uno en los antípodas delotro, como veremos. El delos años sesenta (al que

se adscribía Bothorel) era el periodis-ta atrapado en la dialéctica objetivi-dad-compromiso, que debía encontrarsus propias señas de identidad, y quese caracterizaba por un cierto núme-ro de principios que guiaban suscomportamientos: libertad de espíri-tu, individualismo exacerbado, afir-mación de las convicciones persona-les cuando debía pronunciarmesobre un acontecimiento, etc.

Esta voluntad de independencia–que según Bothorel debería ser “la

Jean Bothorel, de ‘Le Figaro’, en1991: “Yo tengo elsentimiento de queel periodista ya noexiste”.

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especificidad misma del periodis-mo”–, no es, sin embargo, sinónimode neutralidad. “Lo quiera o no, el perio-dista”, argumentaba, “es un observa-dor comprometido. Su lectura de laactualidad es tributaria de su tempe-ramento, de su educación, de sumedio, de su pasado. Pero es un obser-vador comprometido que no com-promete a nadie más que a sí mismo,y es así como sus lectores deberíanleerlo, y como sus oyentes deberíanescucharlo. Agitador de ideas, se sitúaen el polo opuesto del partidario”.

Ésta es la definición del periodis-ta que, según él, ya se había extingui-do. En su lugar, había emergido otra,que acoge a una nueva raza de infor-madores, los cuales, lejos de ser –y decreerse– unos agitadores de ideas,lejos de afirmar sus propias convic-ciones ante las grandes convulsio-nes del mundo, reivindican la impar-cialidad, la neutralidad, y pretendencontar los hechos situándose (“privi-legio de los dioses”, dice Bothorelcon reveladora ironía) por encimade las informaciones que difunden.

Surge así y se afirma la noción deprofesionalismo, hasta hace pocosaños extraña al oficio, pero ya prepon-derante desde los años ochenta. Lomedios, nos recordaba Bothorel, “yano reclutan periodistas, reclutan pro-fesionales”. De hecho, cada vez sehabla menos de periodistas y másde profesionales de los medios.¿Significa esto, como quería el edito-rialista de Le Figaro, que el periodis-

ta ha muerto, y que ha nacido elmediador-profesional?

El discurso de Bothorel, como sehabrá adivinado, desembocaba enuna condena sin paliativos de lasituación actual. Así, acusaba a estemediador-profesional de no tenerpasión, de haber perdido la fuerza deindignarse, despreciar y maldecir;de tener la serenidad de los cínicos–“que se asemeja a veces a la de losimbéciles”–; de no tener en la bocamás lenguaje que el del pragmatis-mo o el de los sondeos; de llevar lamedalla del consenso colgada en lasolapa de la chaqueta, y, en fin, deser el eco fiel de todos los conformis-mos dominantes.

Era la suya una arremetida brillan-te, brutal si se quiere, contra lonuevo; pero su discurso se revelabaen exceso reduccionista, porque,consciente o inconscientemente, sehabía olvidado del cambio social, dela posmodernidad condicionante, delos imperativos propios de la nuevaera (que ya se llamaba de la informa-ción), de la formación de los grandesgrupos de comunicación, de la mul-ticanalización de intereses por partede gabinetes de prensa o direccio-nes de comunicación, etc. Con algoque se asemejaba al desprecio –y queno disimulaba–, Bothorel excluía deloficio (como él insistía en llamarle)a la mayor parte de quienes hoy ter-minan sus estudios de periodismo yacceden al mercado del trabajo. Enrealidad, no acogía más que aquellos

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Informar para desinformarque trabajaban en periódicos, radioso televisiones, es decir, en mediosde comunicación. Para los demás notenía un comentario, ni siquieraadverso.

Sin embargo, la realidad era laque era, como ahora es la que es. Yla realidad de hoy nos muestra quecuando un periodista de cualquiermedio de comunicación llama por telé-fono a una empresa o a una institu-ción para requerir undato o una noticia, inva-riablemente obtiene larespuesta de otro perio-dista, que es el encargadode atenderlo al otro ladodel hilo. Es una realidadque no ha hecho más queagrandarse y ratificarse.Hace 10 años, SoledadGallego-Díaz, por entoncesDefensora del Lector deEl País, escribía (3-7-1994)que “al menos, en Madrid,hay casi tantos periodistasque trabajan en medios de comuni-cación como periodistas cuya fun-ción es, precisamente, servir de fuen-te a los primeros”. A este respecto, recor-daba que en la Agenda de laComunicación 1994, editada por laSecretaría General del Portavoz delGobierno, figuraban los nombres yteléfonos de 425 jefes de prensa deorganismos públicos, y, por lo que res-pecta a las empresas privadas, en laAgenda de Comunicación Económica 1994se enumeraban más de 400. A su vez,

los resultados de un estudio elabora-do por la empresa de comunicaciónInforpress –y difundidos por Efe el 13de julio de 1994– eran también elo-cuentes: el 85% de las 1.000 principa-les empresas españolas (por volumende facturación) tenía un responsa-ble para sus relaciones con los mediosde comunicación.

¿Qué ha pasado desde entonces?Que esta realidad se ha multiplicado

a lo largo de la década,hasta el extremo de quehoy la pregunta correctadebería formularse ensentido contrario: ¿Cuán-tas empresas, entre las10.000 primeras del país,carecen de instrumentosde comunicación? ¿Cuán-tos municipios de enti-dad prescinden de ellos?¿Cuántos altos cargos,públicos o privados, que-dan sin su particular jefede prensa?… No hay duda

(ni Bothorel la tendría si hubierareparado en ello) de que una de la rea-lidades determinantes del periodis-mo contemporáneo es el permanen-te –y sin duda hábil, consciente ydeliberado– bombardeo de las redac-ciones de los distintos medios decomunicación por parte de los gabi-netes de prensa y departamentos decomunicación, los cuales, definiti-vamente, influyen y participan en elproceso informativo de un mododirecto y significativo. Es una reali-

Los gabinetes deprensa influyen yparticipan en elproceso informativode un modo directoy significativo.

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dad sobre cuyas bondades o malda-des se puede discrepar sin término,conforme al antojo de cada cual,pero que ya no se puede negar ni des-inventar.

¿Qué ocurre en la actualidad?¿Sucede acaso que se han debilitado–o se están debilitando progresivamen-te– los valores tradicionales que hanlegitimado al periodismo? ¿Ocurrequizá que su función social empiezaa reducirse a la mera enumeracióndescriptiva de acontecimientos pre-vistos (¡ah, las previsiones, cada vezmás numerosas!), cambiando pro-fundidad por superficie, es decir, ale-jándose de su misión esclarecedora,escrutadora, desenmascaradora?…No exactamente. La realidad es queestamos ante una realidad periodís-tica muy contaminada por interesesexternos (legítimos sin embargo, perodesvirtuadores), y los medios decomunicación de calidad no tienenotra forma de responder a este des-afío que rescatar el compromiso delperiodista con la sociedad, desde-ñando el servilismo o el sometimien-to a ventajas o beneficios extrape-riodísticos, que son los responsablesde lo que Bothorel llamaría (y llamó)el “periodismo emasculado”.

He querido decir lo anterior paradejar claro que los males que hoy sedenuncian (sobre todo en EEUU, perotambién entre nosotros) no hanempezado hace dos años o tras el 11-S, como sostienen algunos pensado-res alicortos (por no imaginarlos inte-

resados o víctimas de algún contagiodoctrinal). No. Los males de hoy vie-nen precocinándose desde finales delos ochenta. Por ello es preciso aden-trarse con alguna sutileza y algún rigoren esos procesos de contaminaciónque penetran diariamente el tejidoinformativo y producen a veces con-secuencias calamitosas. Y hay quedecirlo con claridad: casi siempre elprimer punto débil está en el usoque se hace de las fuentes (muchasveces gabinetes de comunicación),que, en un proceso más o menos dia-léctico, más o menos maliciado, con-siguen su propósito de orientar la infor-mación resultante conforme a susintereses. ¿Son fallos de los mediosde comunicación? En muchos casos,sí; en otros hay que atribuírselosdirectamente al factor humano,como diría Graham Greene. Pero elresultado es siempre el mismo: unainformación que desinforma.

El hecho de que, en 1991, la gue-rra del Golfo destinada a restaurar laindependencia de Kuwait tuviese a lainmensa mayoría de los medios decomunicación a favor de los aliadosque combatieron a Sadam Huseín,impidió ver una deformación infor-mativa que ya se había hecho presen-te entonces: la absoluta dependenciade los periodistas respecto de losmilitares para poder contar algo delo que estaba ocurriendo. BillMonroe, uno de los editores de TheWashington Journalism Review, lo expli-có con lucidez en esta revista (abril,

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Informar para desinformar1991), en un artículo titulado “Cómolos generales superaron a los perio-distas”. Es verdad que entonces losmedios de comunicación se mani-festaron dispuestos a reclamar judi-cialmente, en defensa de la libertadde expresión, pero muchos de ellosdesistieron pronto de su noble empe-ño. Una encuesta de Times Mirror reve-ló una clave social de incuestionablerelevancia: el 77% de los estadouni-denses estaba a favor de lacensura militar y la con-sideraba necesaria y un57% se manifestaba enpro de un mayor controlmilitar de los medios decomunicación. Dicho enotras palabras, nadie que-ría recibir malas noticias,como había ocurridodurante la guerra delVietnam, donde los perio-distas habían triunfado ylos militares habían per-dido. Los norteamericanos no querí-an una repetición de aquel episodioy estaban dispuestos a atajarlo comofuera. Como afirmó sagazmente elescritor Henry Allen en TheWashington Post, el “bello periodista”de Vietnam se había convertido en el“feo periodista” del golfo Pérsico. Laopinión pública, a la que Nixon atri-buyó, en sus Lecciones de Vietnam, unpoder determinante en el curso de unaguerra, había tomado partido porCheney, Powell, Schwarzkopf y laelite militar, que repetían incansable-

mente: “Esto no será Vietnam, esto noserá Vietnam, esto no será Vietnam”.Y no lo fue. Ni siquiera para los perio-distas que, como bien escribió entrenosotros Felipe Sahagún, pocas vecestantos “trabajaron tanto para conse-guir y transmitir tan poco como enla guerra del Golfo”.

¿Se exculpó alguien al final de laguerra por haber informado tan defi-cientemente? No, ni los militares ni

los periodistas. Con unlenguaje muy actual, dirí-amos que hubo consensorespecto de que unos yotros habían cumplidocon su deber. Se podríancitar casos escandalososde contaminación informa-tiva, e incluso de utiliza-ción de la posición geográ-fica de los periodistas(muchos de ellos fuerondesplazados hacia la partemás oriental de la fronte-

ra entre Kuwait y Arabia Saudí paradar a entender que el ataque iba a serpor mar y por el sur), pero el públi-co no estaba para sutilezas acercade estos hechos, sobre todo si habí-an contribuido a la victoria, aunquefuese mínimamente: si los periodis-tas fueron involucrados en algunamaniobra de distracción, estaríamos,como mucho, ante un leve daño cola-teral, para colmo sin víctimas mor-tales.

Conviene recordar todo esto paraentender la reciente y llamativa auto-

Los controlesinternos sirven paramuy poco cuando lafuente estáamparada por elanonimato.

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crítica que ha hecho The New YorkTimes sobre su actuación ante la gue-rra de Iraq. Este periódico, tenidopor el mejor del mundo (aunque estaafirmación acoja algo de papanatis-mo), ha reconocido que entre septiem-bre de 2002 y junio de 2003 publicóvarios artículos basados en fuentes con-taminadas de interés, en particularprocedentes del grupo de AhmedChalabi, quizá el iraquí que más con-tribuyó a apuntalar el argumentode las armas de destrucción masivaen poder del déspota de Bagdad, y tam-bién del Pentágono (al convertirseen correas de transmisión del idea-rio bélico de Donald Rumsfeld y PaulWolfowitz) y, por supuesto, del entor-no neoconservador de la Casa Blanca.Con esta acotación temporal (2002-2003), las responsabilidades se con-centraban en un responsable delperiódico, Howell Raines, que dejó ladirección en mayo de 2003 al descu-brirse que Jayson Blair, uno de sus perio-distas estrella, había inventado algu-nas historias. Raines, al que se acu-saba de valorar la primicia por enci-ma de la veracidad, fue sustituido porBill Keller, actual director, y a partirde ahí se procedió a la oportunacatarsis, con Daniel Okrent, contra-tado como Defensor del Lector delperiódico, aplicando el escalpelo a lasinformaciones publicadas y ponien-do al descubierto las “equivocaciones”detectadas y los textos que delata-ban menos rigor del requerido. La con-clusión era clara: en estos casos, el gran

diario de Nueva York había sido víc-tima de desinformación y, en conse-cuencia, se había convertido en difu-sor y garante (y también multiplica-dor) de aquélla. Una situación excep-cional que la realidad se empeña enpresentar cada día como más habi-tual.

Pero la verdadera paradoja de esteproceso ha sido el celo con el que sehan sumado numerosos medios decomunicación de todo el mundo enapoyo de la autocrítica hecha por elperiódico de la Gran Manzana. Deseguir así, quizá habría que admitirque la noticia que más prestigio le hadeparado este año a The New YorkTimes ha sido el reconocimiento de suserrores, los cuales, por cierto, han vul-nerado su Manual de estilo (especial-mente en el capítulo del uso de lasfuentes informativas) y han demos-trado que toda la cadena de contro-les internos (muy rigurosos en esteperiódico) sirven para muy pococuando la fuente está amparada porel anonimato y, por lo tanto, no sepuede someter a un control exhaus-tivo. En este rincón oscuro se incre-menta la locuacidad de la fuente,que, al verse protegida, literalmentese desmelena… a veces en su prove-cho. ¿Pecado de ingenuidad perio-dística por parte del periódico?¿Exceso de presión informativa sobrelos redactores? Estas son las discul-pas, pero no las causas.

Bastaría comparar la guerra delGolfo (1991) con la actual de Iraq

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Informar para desinformarpara darse cuenta de que los proce-sos informativos apenas han cam-biado. Y aún más: podríamos remon-tarnos hasta el caso Watergate, pararedescubrir dónde estuvo la clave detodo aquel momento de esplendormediático. Sin el célebre GargantaProfunda, la pareja de periodistasde The Washington Post que demolió aNixon (Bob Woodword y CarlBernstein) no hubiera logrado jamássu objetivo. Es una refle-xión sobre la que hay quevolver de vez en cuando,porque, de lo contrario,abriremos las puertas auna lotería informativaen la que el caso Watergatees un éxito porque el con-fidente (interesado, porsupuesto) era de fiar y,aunque manejó casi a suantojo a Woodword yBernstein, los empujóhasta el esclarecimiento dela verdad (probablementepor venganza, como tantas veces seha escrito). En cambio, los gargantasprofundas próximos a Chalabi o alPentágono no parecían desear escla-recer ninguna verdad, sino todo lo con-trario: captar para la desinforma-ción al periódico de más prestigio delmundo. Esa fue la diferencia: a unosles tocó el gordo y otros fueron víc-timas del tocomocho.

Por lo tanto, cuando hablamos deuna progresiva contaminación deintereses, no estamos hablando de los

últimos dos o tres años, como quie-ren hacernos creer algunos de losimprovisados –e innecesarios– defen-sores de The New York Times. Estamoshablando de lo que hizo posible queeste proceso de desinformación seprodujese, superando los controles deeste titán mediático. Y aquí volve-mos a encontrarnos con otra realidadque ahora nadie parece querer ver:una opinión pública estadouniden-

se capaz de intimidar ocondicionar a aquellosmedios de comunicaciónque compra cada día. Setrata de un proceso deretroalimentación pocoestudiado, pero tan realcomo la vida misma. Loscontroles de muchosperiódicos fallaron antesy han fallado ahora, perono es una casualidad queesto casi siempre ocurracuando la opinión públi-ca se ha volcado en apoyo

de una opción, de una posición o deun líder. Éste fue el caso de GeorgeBush tras los salvajes atentados del11-S (2001). Aquel día todo el puebloestadounidense se unió a un presiden-te que confesaba sin ambages queacababa de descubrir su verdaderamisión al frente del país: combatir alterrorismo dondequiera que estuvie-se. A partir de ahí, ¿qué fuente queapuntase en la dirección mayoritaria-mente señalada no se beneficiaba deun plus de credibilidad? ¿Cuál?

Los controles demuchos periódicosfallan casi siempreque la opiniónpública se vuelca enapoyo de una opcióno de un líder.

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¿Cómo rechazarla? ¡Lo que debieronde disfrutar algunos intoxicadoresdesinformando a destajo y a placer!

Ante esta realidad, y si aceptáse-mos canjear escepticismo por pesimis-mo (una pésima inversión informa-tiva), habría que someterse al dicta-men de Jean Bothorel y reconocer queel periodismo ha muerto. O al menoshabría que darle la razón al filósofoalemán Arthur Schopenhauer, pesi-mista antropológico, que ya en elsiglo XIX sostenía que “la libertadde prensa debería ir acompañada dela más severa prohibición del anóni-mo”. Sin embargo, la realidad permi-te apuestas mucho más optimistas.No es un reconocimiento de erroreslo que hace grande a un periódico (nisiquiera a The New York Times) sino sularga trayectoria en el empeño de nocaer en ellos y los muchos entuertosque, con sus informaciones, ha des-hecho. Los errores son inevitables, ycuantos menos mejor, pero no debenser mitificados, ni cuando se come-ten ni cuando se rectifican. Peter R.Kann, jerarca del imperio Dow Jones,dijo, en una reunión de la SociedadInteramericana de Prensa (SIP), queel derecho a equivocarse “puede serel más importante de todos” en el pro-ceso de búsqueda y conquista de unainformación veraz. (Obviamente, esederecho va obligado del deber de rec-tificar tan pronto como se descubreel error). Pero la misión sustancial delperiodismo no se altera, no cambia.Su fin sigue siendo el de horadar la

superficie plana de la realidad paraofrecer una versión lo más precisa posi-ble sobre aquello de lo que se infor-ma. ¿Al precio de desinformar algu-nas veces? A ese precio, sí. Porque nocaer ocasionalmente en las garrasde la desinformación es hoy un lujoque ningún medio puede garanti-zar. Nos tiene que bastar con queponga todos sus medios –y los senti-dos de sus profesionales– para evitar-lo. Hay una razón suprema paradefender esta opción: si los mediosde comunicación no organizan ysometen a escrutinio la realidadinformativa (con todas las versionesinteresadas que tantos ponen en cir-culación con el propósito de colo-carlas en el mercado mediático),¿quién podría hacerlo con mayoresgarantías? Nadie, señor Bothorel. Losinformadores son insustituiblesincluso cuando, a su pesar, desinfor-man. No son más grandes ni máspequeños cuando esto ocurre (comono es más grande ni más pequeño TheNew York Times hoy). Simplementeviven en una realidad contaminadade intereses, y no pueden acertarsiempre. Los que informan para des-informar tienen a veces éxito y logranconvertir un diario o una radio en unmedio de comunicación que, comoellos, desinforma. Pero también ellossaben que, a la postre, nadie puedeengañar a todos todo el tiempo. Al final,el periodismo se revuelve y gana. Essu grandeza. Y es la esperanza socialque representa. �

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JUAN VARELA

José Luis Rodríguez Zapateroy Mariano Rajoy arrancaronla campaña electoral de las elec-ciones generales del 14-M sin

admitir preguntas. Candidatos lanza-dos a conquistar el voto que no con-testaban a los periodistas. La señal detelevisión de los mítines, ofrecida ycontrolada por los partidos. Ahorroen unidades móviles.

El entonces ministro de Defensa,Federico Trillo, lanzó un euro a unaperiodista por hacerle una preguntaincómoda sobre las inexistentesarmas de destrucción masiva.

Llueve. El día de la Boda Real ama-nece deslucido. Las fotos no serán

tan brillantes y las calles de Madridno rebosarán fervor popular.

“Habrá que reajustar la tirada.Mañana venderemos menos de loprevisto”, dice un responsable de cir-culación a un director de diario.

En el diario del día siguiente lascalles de Madrid desbordan entusias-mo principesco y hay más gente enlas crónicas de papel que en la calle.

La Generalitat del Gobierno tripar-tito catalán se estremece con uninforme sobre los medios que encolumnas de balance muestra lassubvenciones y prebendas otorgadasen los últimos años sin los debidoscontroles democráticos.

Cambiar para sobrevivirEl periodismo está obligado a encontrar su lugar si quiere sobrevivir.Es necesario reinventar la información para dar más participación alpúblico; recuperar la generación de información propia de valor,alejada de la orientada y dirigida por los poderes y sus gabinetes deprensa; aportar inteligencia y elementos de reflexión a losciudadanos, recuperar una independencia que sólo puede estar dellado del público y luchar por afianzar sus valores.

Juan Varela es periodista, consultor de medios y editor de Periodistas 21(periodistas21.blogspot.com)

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CUADERNOS DE PERIODISTAS, JULIO DE 2004—19

Las televisiones presentan como untriunfo dos debates electorales tasa-dos ante notario, pactados hasta el deta-lle. Democracia televisiva.

Un diario gratuito es el segundodel país en audiencia y el que más lec-tores crea.

Baja la difusión de los diarios peroaparecen más cabeceras. Detrás de cadalanzamiento hay un político, unasubvención, un motivo ajeno alimpulso editorial.

La prensa avanza a ritmo de pro-moción: especias, collares, platos,amuletos… y (¡menos mal!) libros.

La Red se llena de lectores furibun-dos que envían correos electrónicosa los medios denunciando sus sesgosy errores.

Los foros de Internet denuncian con-tinuamente a los periodistas. Muchosretiran sus correos electrónicos deldominio público. Los editores no seatreven a abrir más vías de participa-ción para no regalar instrumentos decrítica a los ciudadanos.

¿Es este el nuevo periodismo?Los periodistas están descontentos

y tienen razones para preocuparse.La desilusión y el miedo acechanuna profesión donde la ilusión y laentrega son imprescindibles. El perio-dismo se siente amenazado.

No es nuevo, el periodismo siem-pre ha estado amenazado porquecuenta –o contaba– las cosas que a algu-nos no le interesaban que se supie-ran.

Se dice que cada generación tiene

su revolución mediática. Hoy coinci-den varias. La más visible es internet,pero antes están el desplazamientodel control de la información de lasfuentes a los profesionales de lacomunicación y la conversión delespacio público en un espacio mediá-tico muy condicionado por las fuen-tes, la tecnología y otros factores nocontrolables por los medios.

El periodismo se siente acecha-do. Los periodistas se quejan en todaslas encuestas realizadas últimamen-

te, aquí y fuera. Muchos de los pro-blemas son comunes.

Los dolores son internos y exter-nos. Duelen y mucho. Y lo peor es queno se adivina cura.

Algunas verdades tradicionalescaen hechas pedazos. Desciende laaudiencia de la información. Las noti-cias se convierten en materia primasin elaborar, utilizadas para promo-cionar otros productos.

Triunfan los gratuitos, la infor-mación instantánea, “en tiemporeal”, se impone a la elaborada.

El periodismo se siente amenazado

Los periodistas están descontentos y tienen razones para preocuparse. La desilusión y el miedo acechan unaprofesión donde la ilusión y la entregason imprescindibles.

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20—CUADERNOS DE PERIODISTAS, JULIO DE 2004

Cambiar para sobrevivirAlgunos creen que está desaparecien-do la inteligencia de la informacióncuando hay más mercado para elconocimiento que para los datos.

La barrera entre información ypublicidad está llena de agujeros. Elpoder –político, económico, social–toma los medios por la fuerza o la per-suasión y sin que a veces los propiosmedios se enteren.

¿Qué le pasa al periodismo? ¿La ame-naza es real? Sí. Y el propio periodis-mo se lo ha buscado. Incluso recono-cidos defensores de posiciones tradi-cionales como Juan Luis Cebrián alu-día recientemente a la imperiosanecesidad de cambiar que tienen losdiarios si quieren sobrevivir.

El periodismo muere de éxito. Lainfluencia de los medios es omnipo-tente: maneja la política, la economía,la cultura… pero son incapaces demanejarse a sí mismos y de escudri-ñar el futuro.

Todo hoy es comunicación. Pococonocimiento y mucho dato crudo,mucho interés interesado.

Los periodistas se sienten acecha-dos por:

1.–El público, que ya no se conten-ta con ser espectador de las noticiase interviene como nunca en el pro-ceso informativo.

2.–Las fuentes, cada vez más pode-rosas, con gabinetes de prensa por todaspartes y eso que se llama la “comu-nicación” tiñendo de publicidad ypropaganda el periodismo.

3.–Los editores. Insatisfechos con

tener uno de los negocios más ren-tables y poderosos, quieren más yexprimen sin piedad la informacióny a los periodistas.

4.–La propia información, devalua-da, asediada por todos. Cercada porun ritmo continuo de 24 horas queno deja espacio para pensar y respi-rar. Absorta muchas veces sobre símisma y sin criterios fuertes.

5.–La profesión: con redaccionesburocratizadas y pegadas a las pan-tallas, tan precarias en calidad y can-tidad de recursos que se ven domina-das desde fuera. 40.000 alumnos,más de 5.000 licenciados al año.

6.–La opinión, extendida en lainformación, omnipresente en lasondas, en las televisiones, en internet.

7.–La tecnología: instrumento útilpero insondable para muchos y uninstrumento que hace más exigentela información.

8.–La saturación. Las noticias eranvaliosas porque pocos las conocían.Ahora vivimos en la era de la abun-dancia, rodeados de información portodos lados, a todas horas, con infi-nidad de medios transmitiendo bitsy noticias, muchas veces en confusiónunos con otros.

1. El público

La revolución digital ha inundadode participación el ciberespacio. El deba-te público ya no está sólo en las pági-nas de los diarios o en los ateneos ylas conversaciones de café. Muchos pien-

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CUADERNOS DE PERIODISTAS, JULIO DE 2004—21

san ya que no se puede hacer perio-dismo si no es con la participaciónde los lectores. Es el periodismo par-ticipativo o Periodismo 3.0.

Uno de sus pioneros, el colum-nista del San Jose Mercury News DanGillmor, lo explica así: “Los medioshan operado como si las noticias fue-sen una conferencia: ‘nosotros deci-mos lo que son las noticias y el públi-co las compra’. El futuro de la infor-mación es más una conversaciónentre los periodistas y su público”.

Para él y para muchos otros elperiodismo debe ser una conversacióncon el público, ya nunca más unenvío unidireccional de mensajes deunos a otros. De poder a intercambio,un cambio cultural enorme.

Es el paso del broadcasting (la emi-sión unidireccional masiva de infor-mación) al narrocasting (emisión seg-mentada) hasta llegar al my news, lasnoticias totalmente personalizadas porcada individuo en función de susintereses, gustos, hábitos, etc.

Pero la revolución digital ha idomás allá y ha creado we media. Esteconcepto parte de la aparición delas comunidades virtuales. Gente deintereses y gustos afines se unen enla Red para compartir informacióna través de referencias mutuas.

Una persona integrada en unacomunidad virtual puede estar infor-mada acerca de sus intereses a travésde las sugerencias de otros miem-bros con sus mismas preocupacio-nes y apetencias informativas.

Herramientas electrónicas comolos foros, las listas de correo, las bitá-coras o weblogs, los wikis y los trackbacksfacilitan el intercambio.

We media es una de las mayores ame-nazas para los medios tradicionales.No es un individuo en su púlpito, vir-tual o físico, ni una opinión indivi-dual. We media crea organizacionesautogestionadas y espontáneas que sealimentan de la credibilidad de susmiembros.

La autoridad tradicionalmente

reconocida a los medios vuelve alpúblico. Los que más saben infor-man a otros que van aprendiendo.

En su sustrato están los movimien-tos de código abierto (en el ámbito dela informática), contenido abierto,copyleft, etc.

La Red se llena de comentarios einformaciones sobre lo que pasa. Loslectores han dejado de ser pasivos ycada vez más gente interactúa con lainformación.

Los bloggers, los autores de bitáco-ras, viven de los medios. Comentan,critican y siguen la información.

Periodismo 3.0

Muchos piensan ya que no se puedehacer periodismo si no es con laparticipación de los lectores. Es el Periodismo 3.0

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22—CUADERNOS DE PERIODISTAS, JULIO DE 2004

Cambiar para sobrevivirAlimentan la blogosfera con ideas,comentarios, críticas, pistas…

En Estados Unidos se ha desarro-llado un nuevo género: los críticos demedios. Expertos (profesionales o no)que ocupan gran parte de su tiempoen seguir el comportamiento y con-tenidos de los medios, desentrañar susintereses, revelar errores, indagar enlas fuentes… Son vigilantes del perio-dismo. Watchdogs de quienes tradicio-nalmente desempeñaban esta fun-ción sobre lo público.

Internet, los buscadores y la grancantidad de información disponiblefacilitan que cualquiera pueda com-probar rápida y fácilmente hechos,datos y fuentes. El escrutinio de la laborinformativa nunca ha sido tan fuer-te.

Si usted no contrasta sus datos,alguien lo hará por usted. Encontrarálas lagunas, se lo enviará por correoelectrónico y lo colgará en la Redpara que todo el mundo se entere.

La vieja labor de vigilante delperiodismo vuelta contra el propioperiodismo.

Pero la rebelión del público estátambién en el mundo real. Pongauna cámara en la calle y al momen-to tendrá otras cuatro detrás. ¿Sepuede cubrir una noticia cuando haymás periodistas que protagonistasde la información? El público y losgrupos de presión han aprendido amanejar la saturación informativa.

Determinados colectivos protago-nistas muy habituales de las noti-

cias han desarrollado conductas ydiscursos adaptados al interés de losmedios. Están preparados para suasalto y reaccionan como se esperaque lo hagan.

Todos saben que una buena esce-na será bien aprovechada por lostelediarios y las fotos de portada delos diarios. Se derriban estatuas, sequeman banderas o se fuerzan des-mayos para lograr la imagen. Unaprotesta de bomberos es menos espec-tacular tras una pancarta que subi-dos a sus grandes escaleras móvilesy haciendo rappel por las paredes.

Detrás de cada noticia surge lasospecha de un montaje.

2. Las fuentes

Vivimos la rebelión de las fuentes. Laera de la comunicación (relacionespúblicas, comunicación corporati-va, etc.) amenaza el periodismo.

Hace poco la Financial ServicesAuthority (la CNMV británica) pregun-taba a los periodistas de Reuters cómohabían publicado los datos de ventasal por menor cuando no habían sidodifundidos oficialmente. Lo que siem-pre ha sido el periodismo acallado porla comunicación. Los informadoresobligados a respetar el ritmo trimes-tral de los resultados empresarialessi no quieren ser perseguidos porvulnerar las leyes financieras.

Toda fuente tiene un gabinete deprensa. A veces parece que hasta losasesinos tienen asesores de comuni-

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CUADERNOS DE PERIODISTAS, JULIO DE 2004—23

cación. Algunos abogados parecenhacer más ese papel que el de defen-sores legales.

Los gabinetes de comunicaciónde las grandes empresas están lle-nos de periodistas que fabrican lainformación y están especializados encolocarla en los medios.

El 80% de los trabajadores de lasagencias de comunicación son licen-ciados y facturan casi 200 millonesde euros anuales en España.

En muchos ámbitos, los gabinetesy empresas de relaciones públicastienen muchos más profesionalesque los periodistas que cubren esasáreas. Hay algunos casos en los quela relación es prácticamente persona-lizada.

Las noticias buscan a los perio-distas, al revés de lo ocurrido siem-pre. Si quiere mantener en secreto lainformación, inunde de datos meno-res a los medios, convoque desayunos,comidas y ruedas de prensa.

Hace casi dos años, MarjorieScardino, presidenta de Pearson (edi-tora de Financial Times), fustigaba a susperiodistas por no haberse enteradode los grandes escándalos económi-cos. Les reprochaba la excesiva pro-ximidad a sus fuentes, las comidas,los viajes y la poca información.

El mandamiento de la comunica-ción, repetido hasta la saciedad porlos dircom, es informar, no mentir. Otracosa es la selección, qué es lo impor-tante y lo que no. Cómo inundar dedatos insustanciales a los periodistas

para que pierdan de vista el bosque.Las fuentes informales también

están organizadas. Hay una asociación,un colectivo, un grupo organizado paracasi todo. Incluso la contrainforma-ción utiliza métodos de propaganda,comunicación y relaciones públicas.ONG y grupos antisistema son exper-tos.

Internet y el marketing directoha facilitado el contacto de las empre-sas e instituciones con el público ylos consumidores. La comunicación

salta por encima del periodismo y llegaa los ciudadanos sin filtros. Muchosprefieren las revistas, boletines, websy newsletters de las propias fuentesque el trabajo de los medios.

Las fuentes han roto el papel demediación de los periodistas, quepermanecen aplastados contra supantalla inundados de comunica-dos, dossieres, informes. Y luego a lasruedas de prensa y actos organizados.

Así se llenan noticieros y diarios.No hace falta la incómoda y caratarea de investigar en busca de noti-

La rebelión de las fuentes

Las fuentes han roto el papel de mediación de los periodistas, que permanecen aplastados contra su pantalla inundados de comunicados,dossieres e informes.

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24—CUADERNOS DE PERIODISTAS, JULIO DE 2004

Cambiar para sobrevivircias. Muchos editores y gestores estánencantados: lo más caro del periodis-mo, la búsqueda de información, abajo precio y con retorno publicita-rio. El círculo virtuoso de las relacio-nes públicas.

Pocos periodistas, mucha comuni-cación barata, poco interés del públi-co. El círculo vicioso de la comuni-cación.

3. Los editores

La media de rentabilidad de los dia-rios en España está cerca del 10%. Todoslos grandes diarios superan esa cifra.En televisión la rentabilidad es toda-vía mayor y los accionistas se lan-zan ávidos a por los títulos en cuan-to salen al mercado.

En Estados Unidos, la media de ren-tabilidad de los medios está entre el20 y el 35%.

También es cierto que hay muchosmedios deficitarios y que el periodis-mo tiene la tendencia a gastar muchodinero. A veces sin control.

La reducción de gastos, la eficien-cia económica y productiva y elaumento de la rentabilidad han sidolos objetivos de los últimos años. Elresultado para la mayor parte sonempresas rentables y ajustadas, concapacidad de inversión y buena posi-ción en sus mercados.

Pero el periodismo ha perdidocapacidad.

La presión de los beneficios haexprimido a las redacciones hasta el

punto de no contar con los recursosnecesarios para producir informa-ción propia, para trabajar con calidadlas noticias, para dedicar el tiempoy los profesionales necesarios a lainformación.

El resultado son medios iguales,clónicos. Se repiten las fórmulas, losproductos y la propia información,dominada por los despachos de agen-cias y gabinetes de comunicación.

Todos están de acuerdo en defen-der la calidad, pero ¿qué es calidad?¿cómo se mide? Las empresas perio-dísticas españolas han avanzado pocoen este camino por desconocimien-to y recelos. Es un fenómeno mundial.En el último año el debate sobre lacalidad ha vuelto a aflorar entre aca-démicos y profesionales.

El viejo adagio de Más inversión redaccional = mayor

calidad = aumenta la difusión = másbeneficios

ya no se acepta. Algunas nuevasteorías intentan demostrar que lacalidad crece cuando aumentan lasredacciones hasta que se llega a unpunto de incompetencia. Otros dejande hablar de beneficios y se confor-man con la influencia social, asedia-da por el propio público, como se expli-có antes.

Pero no es lo sustancial del deba-te. Lo fundamental es la apuesta porla información, no por el papel o losminutos de emisión. La apuesta pornoticias propias, profundas, riguro-sas, bien argumentadas, contrastadas

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CUADERNOS DE PERIODISTAS, JULIO DE 2004—25

y que ayuden al público en su vidacotidiana. Y eso no está en las notasde prensa.

En el principio está la desconfian-za en el valor y el atractivo de lainformación. ¿Creen los editores ensu producto? ¿Creen en el valor de lainformación? ¿Creen que para produ-cir información de calidad son nece-sarios periodistas de calidad?

El periodismo siempre ha necesi-tado de muchos recursos. Es un ofi-cio que demanda tiempo, inteligen-cia, curiosidad y mucha paciencia.Valores que no están en la cuenta deresultados.

Muchos periodistas se quejan deque las empresas informativas se hanpasado 20 años eliminando puestosno informativos. En España ya el 40%de los empleos de prensa son perio-distas. Han crecido los periodistas yhan bajado los puestos de producción.

Desde hace unos años lo queaumentan son los gerentes, los exper-tos en marketing, los contables.Parece que la gestión se impone a lacreación de valor, a la inversión enproducto.

Sólo Internet ha supuesto unainversión en producto (aunque muylimitada) en los últimos años. Lodemás es marketing. En 2000 los dia-rios españoles llevaron promociones253 días del año. Desde entonces haaumentado la frecuencia y muchosdiarios llevan varias promocionescada día: el diario supermercado.

Ya nadie confía en la difusión por

el producto. La información se havuelto materia prima y crecen losciudadanos desinteresados en ella. Elcerco a la información se estrecha.

4. La información

“Aquí está la despiadada tendencia:El precio del contenido sigue cayen-do… La información es en todas susformas cada vez más barata y más bara-ta… Esta es la razón principal: cuan-to más accesible es el contenido,

menos valor tiene”. La cita es deMichael Wolff, columnista y uno delos gurús de los medios más famosode Estados Unidos.

La información (y los contenidosen general) se ha convertido en un com-modity, una mercancía de bajo valorutilizada como material para otrosproductos o como elemento de mar-keting.

La era de la saturación informati-va ha rebajado el valor de la informa-ción, como no podía ser menos. Laspalabras de Wolff no son sino la tau-

Objetivo: reducir gastos

La presión de los beneficios ha exprimido a las redacciones hasta el punto de no contar con los recursosnecesarios para producir informaciónpropia.

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26—CUADERNOS DE PERIODISTAS, JULIO DE 2004

Cambiar para sobrevivirtología del más básico de los princi-pios económicos: cuanto más dispo-nible es un bien, menos valor tiene.

La era de la saturación ha sustitui-do a la escasez. La información estápor todas partes: accesible, barata ogratis, instantánea.

El público pierde interés por la infor-mación general de pago y se confor-ma con la gratuidad: televisión, radio,diarios gratuitos, internet. La vieja ideade que el valor va asociado al preciose ha demostrado errónea. El públi-co se conforma con la informacióngratuita y sólo paga por interesesconcretos y de alta calidad.

Las últimas oleadas de EGM refle-jan un aumento de la audiencia delos medios en consonancia con elinterés informativo de los últimosmeses: el hundimiento del Prestige, laguerra de Iraq, la campaña electoralde las generales, los atentados del11-M, la caída del PP y el ascenso delPSOE al poder. Y sin embargo, la difu-sión de los diarios desciende y sólolos atentados del 11-M y las eleccio-nes de marzo salvarán el primersemestre.

A cierre de 2003, los diarios de infor-mación general perdieron difusión.Subieron los deportivos y económi-cos. Pero sobre todo los gratuitos:más de tres millones de españoles leenya diarios gratuitos. Los diarios de pagotienen 11,6 millones de lectores, losmismos que 10 años antes.

Internet es el medio que más crece(11,4 millones de navegantes en

marzo de 2004) y más de tres millo-nes de internautas leen diarios digi-tales: un tercio de la audiencia. El 51%de los españoles lee diarios en la Red,según el barómetro de enero del CIS.Es la segunda actividad sólo por deba-jo de las búsquedas generales. Más del67% siguen prefiriendo la prensa enpapel, pero la cifra baja.

Algunos factores internos handepauperado también el valor de lainformación:

a.–Debilidad de criterios: la exigen-cia sobre la información se ha reba-jado. Vale casi todo: notas de agencia,comunicados, ruedas de prensa ymontajes de marketing, etc. La infor-mación es superficial y reiterativa.

b.–El famoseo: el sensacionalis-mo toma la forma del reality show, queha contaminado a toda la informa-ción. Del espacio acotado de las revis-tas del corazón se ha pasado a laextensión a todos los medios.

c.–Periodismo de celebridades. Elfamoseo no sólo ha contaminado loscontenidos sino a los propios perio-distas. Se lee, se escucha, se ve a lospopulares. Esos personajes popularesse arrogan la función periodística ysepultan la información bajo el chis-me y el rumor. Basta con ver el ran-king de credibilidad de los periodis-tas, elaborado por Gallup para vercómo se confunde la credibilidadcon la exposición y la popularidad.

d.–Alejamiento de los intereses ypreocupaciones del público. “El buenperiodismo a menudo no hace tam-

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CUADERNOS DE PERIODISTAS, JULIO DE 2004—27

balear a un presidente, pero frecuen-temente cambia la vida de los ciuda-danos, de los grandes y de los ordi-narios”. Lo dicen el director y el direc-tor adjunto del Washington Post enun reciente libro. ¿Cuántas vecescumplen los medios ese axioma?

e.–Periodismo aburrido y monóto-no. Las noticias y su presentación seestandarizan, se normalizan en fór-mulas repetidas hasta la saciedad.Los diarios se parecen en exceso, lostelediarios son iguales, la rejilla dela radio es un clon eternamente repe-tido. La información aburre por repe-titiva y monótona. Faltan noticiasdiferentes y voces originales.

f.–Poca ética. En España no se halogrado nunca un código deontoló-gico consensuado por los profesiona-les. La Federación de Asociacionesde la Prensa (FAPE) aprobó un docu-mento en su reunión de 1993 enSevilla, pero nunca ha sido aplicadoni aceptado por la mayoría de losperiodistas. En mayo pasado, la FAPEcreó un Consejo Deontológico paraaplicar el código. La respuesta encontra no se hizo esperar. Los aplau-sos fueron escasos.

En Cataluña existe un Consell dela Informació que funciona en aque-lla comunidad desde 1996.

5. La profesión

Tres de cada cuatro periodistas en ejer-cicio son universitarios. Uno de cadatres son mujeres. Los periodistas espa-

ñoles son jóvenes: su edad mediaestá en la treintena.

Diferentes estudios afirman queel 40% de los periodistas españoles tra-baja en condiciones precarias:muchas horas, bajos salarios, inesta-bilidad laboral.

La profesión se ha ido degradan-do con la abundancia de nuevos pro-fesionales. Durante los años 90 laexplosión de los medios fue impre-sionante. Hoy el aumento del traba-jo para los periodistas no es capaz de

satisfacer la demanda de 5.000 licen-ciados anuales, la mayoría mujeres.

La carne de periodista está bara-ta y en el libre mercado la profesiónvale lo que vale.

El presidente del Gobierno, José LuisRodríguez Zapatero, se comprometióen octubre de 2003 a apoyar la mejo-ra de la profesión periodística con latramitación como ley (entonces des-estimada) del Estatuto del PeriodistaProfesional acordado en mayo del año2000 por el Foro de Organizaciones dePeriodistas.

Aburrimiento y monotonía

Los diarios se parecen en exceso, los telediarios son iguales, la rejilla de la radio es un clon eternamenterepetido. Faltan noticias diferentes y voces originales.

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28—CUADERNOS DE PERIODISTAS, JULIO DE 2004

Cambiar para sobrevivirLa iniciativa legislativa no se ha

vuelto a retomar, de momento.El proyecto de estatuto pretende

acabar con la precariedad laboral ypromover fórmulas de cogestión enlas redacciones como los temidos(por casi todos los editores y muchosdirectores) comités de redacción.

Introduce también garantías fren-te a la empresa, los poderes públicosy pretende regular la cláusula deconciencia y el secreto profesional. Lapropuesta está llena de buenas inten-ciones para la protección ética y labo-ral de la profesión, pero tiene pun-tos polémicos como la propia nece-sidad de una regulación semejante,la definición de quién es periodista,la “preferencia” de los periodistassobre los ciudadanos en el ejerciciode ciertos derechos y el modo en elque entiende la relación de los perio-distas con sus mandos profesionalesy empresariales.

Para justificar la necesidad de unestatuto se citan regulaciones comola francesa de 1935, la italiana de 1963o la portuguesa de 1999, la última ymás parecida al proyecto del Forode Organizaciones de Periodistas. Entodas pervive la tradición reglamen-tista. El proyecto no alude a otrasfórmulas menos legalistas y rígidascomo la provenientes del ámbitoanglosajón, centradas en proteger elacceso a la información de los perio-distas y la obligación de publicidadde los agentes públicos pero máslaxas respecto al funcionamiento

interno de los medios y a la conside-ración de quién es periodista.

El Estatuto puede servir para solu-cionar las lastimeras condiciones deloficio, pero no resolverá el asalto alperiodismo por los no profesionales.

Este asedio ha levantado todas lasbarreras corporativistas en una ocu-pación que en muy poco tiempo hapasado de no existir profesionalmen-te a estar integrada y dominada porlicenciados y doctores universitarios.

¿Quién es periodista? “Periodistaprofesional. Se considera como tal atodo aquel que tiene por ocupaciónprincipal y remunerada la obten-ción, elaboración, tratamiento y difu-sión por cualquier medio de informa-ción de actualidad, en formato lite-rario, gráfico, audiovisual o multime-dia, con independencia del tipo de rela-ción contractual que pueda mante-ner con una o varias empresas, ins-tituciones o asociaciones.” (Estatutodel Periodista Profesional, 2000).

La definición de periodista profe-sional del Estatuto recoge gran partede los rasgos definidos por otras aso-ciaciones nacionales e internaciona-les.

La tecnología digital ha multipli-cado el intrusismo. En algunos paí-ses los tribunales han convocado aperiodistas, académicos y otros exper-tos para saber a quién debían aplicarlas cláusulas y derechos reconocidosal ejercicio profesional del periodis-mo. Ya ha pasado la época de recono-cer (formalmente) a los fotógrafos o

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CUADERNOS DE PERIODISTAS, JULIO DE 2004—29

a los diseñadores como periodistas.El problema es si el público es tam-bién periodista. Los ciudadanoscomienzan a ejercer directamenteel derecho a la información y lohacen sobre todo en la Red.

¿Son los bloggers periodistas?¿Son periodistas los lectores que

envían sus noticias al diario electró-nico surcoreano OhMyNews.com?

¿Son periodistas los millones deinternautas que intercambian infor-mación en foros, listas de correo,etc.?

Los defensores del periodismo par-ticipativo o Periodismo 3.0 defien-den que los ciudadanos han roto lasbarreras y se lanzan directamente ala información, sin intermediarios.Los ciudadanos rompen el rol deintermediación de los periodistas.Este fenómeno, unido al asalto de lacomunicación por las fuentes, aprie-ta a los periodistas contra su propiopapel.

Bieito Rubido, director de La Vozde Galicia, señalaba hace poco en elFórum de Barcelona algunos proble-mas de la profesión periodística:� la débil autoexigencia de los perio-

distas;� la necesidad de invertir en for-

mación y especialización;� la pérdida de valor de las redac-

ciones que “se advierte en lacesión de autonomía en las áreasde selección de personal, de polí-tica de incentivos y de organiza-ción del trabajo”.

El periodismo ha bajado sus bra-zos. Falta de autoexigencia, de forma-ción, poca atención por parte de losmedios a las garantías y destrezasdel oficio y el desembarco de profe-sionales de la gestión, el marketingy los recursos humanos han roto lavieja fisonomía de las redacciones.

El director sigue siendo el respon-sable legal de los contenidos, pero encasi todos los medios mandan losgestores. La leyenda de manirrotos ylas escasas cualidades administrati-

vas de muchos responsables periodís-ticos han desplazado el poder de losperiodistas a los contables.

El apretón de los accionistas porlos beneficios y las cuentas trimestra-les está detrás en lo que se ha llama-do corporate journalism, el mal funda-mental del periodismo de hoy.

Max Frankel, el director quemodernizó The New York Times, cuen-ta en sus memorias la suerte que hatenido por trabajar para losSulzberger, una familia dueña deldiario desde finales del siglo XIX.Frankel prefiere la “monarquía cons-

¿Quién es periodista?

Los ciudadanos comienzan a ejercerdirectamente el derecho a lainformación y lo hacen sobre todo en laRed. ¿Son los ‘bloggers’ periodistas?

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30—CUADERNOS DE PERIODISTAS, JULIO DE 2004

Cambiar para sobrevivirtitucional” de los editores de la ViejaDama Gris a la “democracia de losaccionistas”, regida por consejos deadministración empeñados en mejo-rar los beneficios cada trimestre.

Muchos acusan a los periodistasde burocratizarse. El asalto de lasfuentes y la escasez de periodistas enlas redacciones ha llevado a muchosa burocratizarse.

Las herramientas tecnológicas, laprofusión de agencias y gabinetes deprensa han pegado a la pantalla delordenador a muchos profesionales.Falta de calle y sujeción a la informa-ción ya procesada, enfocada y filtra-da por otros.

La autoedición sirvió en los añosochenta para mejorar la productivi-dad, liberarse de la vieja tiranía deltaller e incorporar el periodismo y lacultura visual en los diarios. Mástarde llegó a la televisión gracias a lossistemas digitales.

Hoy no hacen falta montadores nieditores mas que para trabajos muyconcretos y de alta calidad. Pero la auto-edición también introdujo la peli-grosa cultura de la primacía de la pro-ductividad (redactores por página)frente a la eficiencia y la calidadinformativas.

La autoedición debe ser una cul-tura visual y productiva, pero es peli-grosa si se convierte en el eje del tra-bajo periodístico.

Entre la autoedición, el empuje delas fuentes y las pocas defensas de lasredacciones, la burocratización se

ha convertido en uno de los grandesmales del periodismo actual.

6. La opinión

“Las opiniones son libres, los hechosson sagrados”. Las palabras de C. P.Scott, legendario editor del británi-co The Guardian, resuenan en el tiem-po como aquellas otras que, parafra-seándolo, afirman que las opinionesson baratas y la información, cara.

La división de información y opi-nión nunca ha estado tan clara en latradición latina como en la anglosa-jona, aunque unos y otros saben biencómo transgredirla.

Frente al mito de la objetividad,el periodismo moderno admite sólola verdad práctica, la que puede sercabalmente alcanzable por un repor-tero, según la pragmática definiciónde Jack Fuller, ex director del ChicagoTribune y presidente de Times Mirror,uno de los gigantes periodísticos nor-teamericanos.

La confusión entre información yopinión es un problema clásico delperiodismo. Se acentúa cuando lapolítica pretende convertirse enmoral y eso es lo que ha pasado conlas doctrinas neoconservadoras o elmesianismo de la tercera vía.

En España, la ideología de laTransición y la misión sacrosanta deasentar la democracia tienen muchoque ver. Son más de 25 años de matri-monio política/periodismo y de roceestrecho entre informadores y polí-

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ticos que ha equivocado de papelesa más de uno.

“Si la separación del periodismoy la política no implica que los perio-distas desafíen constantemente laextensión del poder arbitrario, enton-ces ¿cuál es la razón para no ser unpolítico?”. Lo dice Hugo Young, unode los mejores columnistas británi-cos de los últimos años, y sus pala-bras resumen bien la confusión.

El aumento de la capacidad legaly económica de políticos e institucio-nes para intervenir en el mercado delos medios ha sido la eclosión de laconfusión. La unión de intereses deunos y otros, la necesidad de llenarhoras y horas de programación, el ajus-te de costes, y la rebaja de exigenciasy criterios han llevado a una inflaciónde opinión durante los últimos añosbien ejemplificada en el universotertuliano. Ese escenario repleto atodas horas de opinantes del metomen-todo.

La penúltima perversión ha sidola convergencia del reality show conla tertulia. El resultado: éxitos deaudiencia bajo formato talk show.

Hablar por hablar. El problema esuniversal no sólo español. La gran tram-pa es que, puestos a opinar, opinan-tes, conductores de programas, pro-ductores y público necesitan cadavez más opiniones más radicales y sor-presivas para mantener la audien-cia y el tono.

En esa carrera importa más el per-sonaje, el carácter, que sus dichos y

el pensamiento claudica ante el gestoy el histrión. La opinión y las senten-cias suplantan a los argumentos, fun-damento del análisis periodístico.En el universo hablar por hablar lode menos es la razón y lo importan-te es la persuasión.

7. La tecnología

El periodismo siempre se ha desarro-llado al compás de la tecnología.Desde la invención de la imprenta hasta

el hallazgo de la pirámide invertiday desembocando en el periodismovisual. Esos cambios están indisolu-blemente unidos (y en algunos casosforzados) por las herramientas y la tec-nología.

La revolución digital es una opor-tunidad que desborda a las redac-ciones y permite el asalto de las fuen-tes y el público.

El universo digital es una oportu-nidad para los medios. Permite laconvergencia, la multimedia, expan-de la capacidad de investigar, recolec-tar y editar información. Pero no esexclusiva de los medios y los perio-

Hablar por hablar

La penúltima perversión ha sido laconvergencia del ‘reality show’ con latertulia.

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Cambiar para sobrevivirdistas. Alcanza a cuantos tengan unordenador y una conexión a internet.

El desafío de la brecha digital sesiente en el periodismo y las redac-ciones con igual virulencia que entreel mundo desarrollado y los otros.

8. La saturación

Lo difícil ahora es estar alejado de lasnoticias. Antes lo costoso era enterar-se de ellas.

La información es tan abundanteque se ha convertido en un commodity:materia prima para otras funcionesy productos. En el universo digital lodifícil y caro es, como siempre, pro-ducir información novedosa y de cali-dad. Lo barato y sencillo es difundir-la.

Los medios han gastado másrecursos en publicar informaciónque en producirla. El resultado: unamasa de información repetitiva de bajacalidad y muy poca información pro-pia con inteligencia.

La dificultad de manejar el univer-so de la saturación y su adecuaciónal interés de los ciudadanos ha hechoaparecer nuevos usuarios de la infor-mación:� Superusuarios: consumidores

compulsivos de información queutilizan varios medios al mismotiempo. Usuarios multimedia deluniverso digital. Son además losciudadanos más activos política ysocialmente. Aprovechan el despla-zamiento del espacio público a la

Red e influyen sobre otros, en susgustos y en su atención. En lamedida que son más diestros enel uso de los medios crece su inte-rés por la comunicación interper-sonal (móviles, SMS) y por lascomunidades virtuales (foros,chats, weblogs).

� Tradicionales: mantienen un con-sumo de información y entreteni-miento poco simultáneo aunquecrece su exposición a los medios.Más pasivos que los anteriores.

� Expulsados: incapaces o aburri-dos del exceso informativo.Pierden interés y exigencia por lainformación y responden más aimpulsos del entretenimiento.Los periodistas están obligados a

ser superusuarios del sistema, perono todos lo logran.

El periodismo está obligado aencontrar su lugar si quiere sobrevi-vir. Es necesario reinventar la infor-mación para dar más participaciónal público; recuperar la generaciónde información propia de valor, ale-jada de la orientada y dirigida por lospoderes y sus gabinetes de prensa; apor-tar inteligencia y elementos de refle-xión a los ciudadanos, recuperar unaindependencia que sólo puede estardel lado del público y luchar porafianzar sus valores.

Pero también deben reinventarselos productos y trabajar la informa-ción en distintos formatos y mediospara llegar a los ciudadanos.

Es hora de trabajar. �

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FELIPE SAHAGÚN

E l 27 de agosto de 1792 el Timesde Londres publicaba elsiguiente anuncio: “Se buscaurgentemente caballero capaz

de traducir el idioma francés. Para evi-tar problemas, debe dominar a laperfección el idioma inglés, teneralgún conocimiento del estado polí-tico de Europa y ser muy eficaz en eldesempeño de su labor. Su trabajo serápermanente y le ocupará buena partede su atención. Por él recibirá unbuen salario. Las solicitudes puedenhacerse llegar a la oficina de esteperiódico entre las cinco y las seis horasde esta tarde o entre las once y las docede la mañana de mañana”.

Así comenzaba el Times a reclutarredactores para su sección de extran-

jero cuando la Revolución Francesaempezaba a sangrar los recursos detodos los periódicos londinenses.Hacía sólo siete años que John WalterI, un emprendedor comerciante de car-bón, había fundado el periódico demás solera del Reino Unido y yaempezaba a quejarse del elevadocosto de los corresponsales extranje-ros. Para el Times de finales del sigloXVIII los corresponsales eran, princi-palmente, agentes en los puertos aambos lados del canal de la Manchay colaboradores que, por medio deellos, hacían llegar varias veces almes a Londres sus textos desde Parísy Bruselas.

En el anuncio encontramos ya losrequisitos imprescindibles para ejer-

Corresponsales de guerra: de la paloma a internetLa invasión de Iraq quizá no haya sido “la guerra mejor contada de lahistoria”. Caben serias dudas sobre ello. Pero desde luego ha sido lamejor cubierta por los medios españoles. Tal vez porque en España sevivió como un asunto interno.

Felipe Sahagún es periodista y profesor titular de Relaciones Internacionales en laUniversidad Complutense.

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Corresponsales de guerracer bien el trabajo de corresponsal oenviado especial en el extranjero deun medio informativo. En las quejasde su propietario por las tarifas de losenvíos y por las continuas interrup-ciones de las transmisiones en lasoficinas de correos extranjeras vemostambién otros dos obstáculos gravesque han entorpecido históricamen-te la tarea del correspon-sal: el precio y las dificul-tades técnicas.

Más de dos siglos des-pués, ambos obstáculosse han multiplicado conel desarrollo del transpor-te y las comunicaciones,y con el aumento expo-nencial del número decorresponsales y de lacompetencia entre ellos,pero los obstáculos eco-nómicos y técnicos palide-cen en comparación conun tercer problema, pre-sente desde los orígenes dela información interna-cional, especialmente en situacionesde crisis grave o de guerra. Me refie-ro a la censura, a la desinformacióny a la propaganda.

No conozco a ningún correspon-sal o enviado especial que no haya sufri-do en sus propias carnes los efectosde la censura y de la propaganda. Enlos regímenes autoritarios, la mayorparte de los periodistas trabajandirectamente para sus gobiernos oestán controlados indirectamente

por ellos. Los que intentar escapar deese control se juegan el puesto y, confrecuencia, la vida. Ellos, no los envia-dos especiales y corresponsales delos medios principales de los paísesricos, suelen ser los primeros en caer,víctimas de las balas, de la represióno de los secuestros.

Los que, independientemente delmedio y del país para elque informan, se hanesforzado en el pasado yse esfuerzan en el presen-te por superar estos obstá-culos poniendo en peli-gro sus vidas, son abande-rados en la lucha por lalibertad y la democracia.

Jared Ingersoll fue unode los periodistas quemejor cubrieron la gue-rra de la independenciaestadounidense en lasegunda mitad del sigloXVIII. Los llamados Hijosde la Libertad, organizaciónradical estadounidense

pionera en aquella guerra que hastasu propio nombre debía a Ingersoll,llegaron a amenazarle de muerte ya prohibirle enviar una sola carta aInglaterra sin pasar por la censura.La historia se ha repetido en todas lasguerras y la censura se ha ido perfec-cionando con el tiempo. De hecho, cadaguerra se ha ido convirtiendo enbanco de pruebas y aprendizaje de loscensores para la guerra siguiente.

Cuando William Howard Russell,

Cada guerra se haido convirtiendo enbanco de pruebas yde aprendizaje delos censores para laguerra siguiente.

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casi un siglo más tarde, publicó enel Times que el Ejército británico enCrimea estaba muriéndose de aban-dono, enfermedades y hambre, sedesató una campaña similar de revan-chismo contra él y contra su diario.

Afortunadamente para Inglaterray para la verdad, el Ejército de SuMajestad desconocía entonces la figu-ra, no digamos ya el aparato, del cen-sor actual y la información deRussell, vía palomas mensajeras ocorreo militar –ocasionalmente,algún diplomático u oficial de EstadoMayor–, llegaba sin censura algunaa la redacción de Londres. Cuando seagotaban las palomas o dejaron de serútiles por las enormes distancias, en1854, se recurrió al barco, al tren yal carruaje de caballos. Al poco tiem-po, hizo su aparición el telégrafo y,vía Constantinopla o Viena, se podía,con suerte, transmitir la crónica.

De Russell al Golfo II

El apasionante relato de las peripe-cias de Alfonso Rojo para lograr que-darse en Iraq y transmitir desdeBagdad en los primeros días de laSegunda Guerra del Golfo (1991), casisiglo y medio después, es como unarepetición de las penurias por lasque pasó el primer gran correspon-sal de guerra, Russell, en Crimea. Sugran tacto y sentido del humor le per-mitió quedarse con las unidades bri-tánicas cuando descubrieron que noera militar.

Quienes, en las últimas guerras –delGolfo 91 a Iraq 2003, pasando porKosovo y Afganistán–, ponen el gritoen el cielo por la falta de datos sobrelo que sucede realmente en el campode batalla, deberían leer la crónica deRussell sobre la batalla de los britá-nicos con los rusos en el río Alma el20 de septiembre de 1854: ni unanoticia sobre víctimas, ni un datosobre el movimiento de fuerzas, tansólo, ¡ahí es nada!, lo que el corres-ponsal ve y oye.

El teléfono, el satélite, el ordena-dor e internet, primero por separa-do y hoy integrados para poder infor-mar en directo desde cualquierpunto, haya o no conexión eléctrica,explican que las crónicas de Russelltardaran 10 días en llegar a sus lec-tores, mientras las crónicas de los, apro-ximadamente, 50 españoles quecubrieron la invasión de Iraq en 2003,lo hicieron en directo, en segundos,en minutos o, en las circunstanciasmás difíciles, en horas.

Esa es la gran diferencia entre lainformación de guerra del siglo XIXy a comienzos del siglo XXI. La formade trabajar y de buscarse la vida hanvariado muy poco. El cambio radicalcomienza en el momento de transmi-tir. La tecnología ha puesto en nues-tras manos un arma para informarmás rápido y mejor, pero el uso quese está haciendo de ella empobrecemuchas veces, en vez de enriquecer,la información y las murallas quelevantan los gobiernos y los ejércitos

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Corresponsales de guerrano sólo no se han reducido sino quese han multiplicado, pulido y refor-zado.

“Hubo un tiempo en el que loscorresponsales extranjeros hablabanel idioma y conocían la historia delpaís al que eran enviados”, escribeMarvin Kalb en The Media and ForeignPolicy. “Eran verdaderos académicosen gabardina. Sus crónicas,elaboradas y documenta-das cuidadosamente, setransmitían por cable oteléfono a través de líne-as defectuosas y luegoalguien en la redacciónlas repicaba. Había tiem-po para revisar y cambiarfrases o ideas. Todo eso seacabó. Las comunicacio-nes son instantáneas. Alcorresponsal, como aldiplomático, se le niega lalabor de reflexionar.Ambos forman parte delnuevo circuito global de lainformación”.

En otra misión especial de Russell,su primera como corresponsal paracubrir el juicio del irlandés DanielO’Connell, el liberador de Dublín,en 1843, encontramos otras dos lec-ciones fundamentales en el trabajodel corresponsal de guerra: para lle-gar antes a tus lectores, oyentes oespectadores, no basta con recibir lainformación primero, hay que correry disponer de los medios para enviar-la antes que la competencia; en

segundo lugar, en el mundo de la infor-mación, cuando está en juego una grannoticia, no te puedes fiar de nadie,y menos de los compañeros de laprofesión.

Cuando Herbert Matthews, vete-rano del New York Times en la GuerraCivil española, penetró en SierraMaestra en 1957 y llamó la atención

del mundo sobre la figu-ra de un dirigente guerri-llero llamado Fidel Castro,se convirtió, para muchosde sus exaltados y ciegoscompatriotas, en uno delos principales culpablesde la victoria de la revolu-ción cubana. Si la guerradel Golfo II hubiera acaba-do de distintas manera,con millares de muertosestadounidenses, PeterArnett, entonces con laCNN, difícilmente sehabría librado de laquema. Si entre los muer-tos hubiera habido

muchos españoles, dudo que AlfonsoRojo hubiese corrido mejor suerte.

“Es como si el corresponsal, deforma deliberada y maliciosa, hubie-ra destapado un duende barbudo deuna botella y de alguna manera fuerasu responsabilidad atraparlo y volver-lo a meter dentro”, escribe JohnHohenberg en Foreign Correspondence:the great reporters and their times, sobrela experiencia de Matthews en Cuba.

Si Russell, Matthews, Arnett y

“Algunos dicen quela prensa es elenemigo”, reconocíaun oficial delEjércitoestadounidense.

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Rojo lograron resistir las críticas desus enemigos se debió, sobre todo, aque contaron con el respaldo de susmedios.

“Acepto las críticas y las espero”,reconoce Arnett. “Lo que me cabreaes el insulto. Por cubrir la guerra deVietnam como lo hicimos, a muchosde nosotros nos llamaron simpati-zantes del enemigo cuando no comu-nistas. Por estar en Bagdad cuando estu-ve, me han vuelto a tildar de simpa-tizante, cuando no de fascista”.

No hay como dos ojos y dos oídosindependientes para obtener unainformación mínimamente impar-cial. La censura militar más estricta,perfeccionada en cada guerra, no halogrado nunca impedir que acabensaliendo a la luz los detalles princi-pales de una guerra cuando loscorresponsales están presentes en ellugar el conflicto. Lester Ziffren, dele-gado en Madrid de la agencia UPI enlos años treinta del pasado siglo, lodemostró el 17 de julio de 1936 consu mensaje cifrado a Londres sobreel alzamiento de Franco en Melilla.

Otro ejemplo histórico es la cró-nica de Keith Murdoch, padre delactual magnate australiano, sobrela expedición británica a Gallipoli en1915. Según cuenta Phillip Knightleyen Corresponsales de guerra, gracias aél, que logró burlar la censura, se logróevitar un desastre mucho más grave.

Afortunadamente para todos, la ideaque tenía el doctor Paul JosephGoebbels de la información en tiem-

po de guerra es muy difícil de con-vertir en realidad. “La política infor-mativa es un arma de guerra”, decía.“Su objetivo es hacer la guerra y nodar información”.

En el Golfo II el Mando aliadointentó conseguirlo y en buena medi-da lo logró por tres vías: prohibien-do la transmisión de imágenes devíctimas; limitando el acceso de loscorresponsales a las unidades milita-res organizando pools o grupos restrin-gidos, vigilados y seleccionados; ymagnificando la fuerza del enemigopara justificar el despliegue propioy reducir el efecto negativo de lasbajas de resultar elevadas.

“Algunos dicen que la prensa es elenemigo”, reconocía un oficial delEjército estadounidense. “En reali-dad es un campo de batalla y hay queganarlo”.

En su rueda de prensa del 27 defebrero del 91, el general NormanSchwarzkopf, jefe de la operaciónTormenta del Desierto, identificó doscasos en que los corresponsales habí-an ayudado, con su información, a susplanes militares: las crónicas sobrelas maniobras para el desembarcoanfibio que indujeron a los iraquíesa volcar su esfuerzo defensivo en ellugar equivocado y las noticias exa-geradas sobre la acumulación rápidade una enorme fuerza aliada enArabia Saudí en agosto del 90, cuan-do en realidad eran tan pocas quehabrían sido muy vulnerables a unataque iraquí de haber decidido

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Corresponsales de guerraSadam Huseín avanzar contra Riad.

La censura iraquí, en aquella gue-rra, pasó por cuatro fases. Empezó pro-hibiéndose toda referencia a objeti-vos militares, incluyendo en ese con-cepto prácticamente todo lo que setenía en pie, animado o inanimado.A las tres semanas, cuando ya era impo-sible ocultar la ineficacia absoluta dela defensa antiaérea, seordenó insistir en la des-trucción sistemática delpaís, sobre todo los obje-tivos civiles, por los bom-bardeos enemigos. En vís-peras de la ofensiva terres-tre el Gobierno iraquícuidó que no se deslizarala mínima referencia a lainvasión de Kuwait o a losdesastres militares.Finalmente, en los últi-mos días lo único prohi-bido eran, según recogeAlfonso Rojo en Diario dela guerra, tres cosas: lapalabra derrota, el futurode Sadam y las rebeliones internas enel sur y en el norte del país.

Kosovo 1999

La noche de marzo de 1999 en quecomenzaron los bombardeos sobreSerbia y Kosovo los paramilitares deArkan entraron, metralleta en mano,en el hotel Hyatt, donde se alojaba lamayor parte de los corresponsales, yexpulsó a unos 30 en pocas horas. La

policía retiró todos los teléfonos celu-lares que pudo. Los equipos de laCBS y de la NBC fueron obligados asalir del país, aunque más adelantepudieron regresar. El de la BBC logróquedarse. También el de la CNN, perola propaganda serbia arremetió con-tra esta emisora como “una fábricade mentiras” y comandos serbios

hostigaron a sus profesio-nales durante todo el con-f licto. Más de mediomillón de dólares en equi-pos robados o destruidossufrió la emisora deAtlanta. Un equipo detelevisión de Telemadridfue detenido en la fronte-ra de Macedonia y pasóvarios días en un calabo-zo de Pristina.

Bill Wheatley, de laNBC, cree que no huboun plan razonado, claro osistemático de represión delos corresponsales extran-jeros. Massimo Calabresi,

de Time, lo explica como “una luchainterna por el poder entre los funcio-narios yugoslavos moderados, deseo-sos de facilitar el trabajo a los mediosoccidentales, y los radicales serbios,leales hasta la muerte a SlobodanMilosevic”.

Donde más claramente se vio esaconfrontación fue en Montenegro.Pocos de los más de 100 enviadosespeciales de todo el mundo despla-zados a la región se libraron de atra-

El trato recibido porlos periodistasextranjeros de lasautoridades serbiasfue más agresivoque el de lasiraquíes durante laguerra del Golfo II.

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cos, robos y amenazas, con frecuen-cia perpetrados por los propios mili-tares, policías o escoltas que, supues-tamente, debían defenderlos.

Era evidente que las autoridadesserbias tenían una pequeña lista denombres de periodistas elegidos parala expulsión. De acuerdo con la infor-mación que el Gobierno yugoslavo reci-bía a diario de las embajadas extran-jeras y con el seguimiento directoque se hacía en Belgrado de losmedios extranjeros, sobre todo de latelevisión, la lista se fue actualizan-do constantemente hasta el final delconflicto. Según la dureza o la sua-vidad de los artículos o crónicas,Belgrado concedía o retiraba visa-dos.

TVE, por ejemplo, solicitó visadopara enviar un equipo a Belgrado, perola Embajada yugoslava en Madridsólo aceptaba que entrasen en SerbiaVicente Romero y Alfredo Urdaci. Lacadena no aceptó la condición y sequedó sin corresponsal en Belgradodurante toda la guerra. El únicoanchorman occidental que llegó ahacer su telediario en Belgradodurante parte de la guerra fue DanRather, de la CBS.

Mark Phillips, veterano correspon-sal de guerra de la CBS, levantado dela cama a golpes a las tres y media dela madrugada del 25 de marzo en lahabitación del hotel y, tras 10 horasde arresto, arrojado en la frontera deCroacia, asegura que el trato recibi-do por los periodistas extranjeros de

las autoridades serbias fue muchomás agresivo que el recibido de las auto-ridades iraquíes en Bagdad durantela guerra del Golfo II.

No es ésa, sin embargo, la versiónde otros. Wheatley, de la NBC, reco-noce que le pedían las cintas los cen-sores, pero que nunca le obligaron acambiar nada. Andrew Rosenthal,jefe de Internacional del New YorkTimes, y Garry Thatcher, jefe deInternacional del Chicago Tribune, ase-guran que sus crónicas desdeBelgrado nunca fueron censuradas yque pudieron moverse librementepor Serbia sin estrecha vigilancia.Los corresponsales de agencias yperiódicos se sintieron mucho menoscontrolados por la censura que los deradio y televisión. Es algo que seviene repitiendo en las últimas gue-rras.

El único periodista occidental quelogró permanecer casi toda la guerradentro de Kosovo y contarlo fue PaulWatson, de Los Angeles Times. Tras serexpulsado de Pristina y quedarse sinel coche alquilado, un coche blinda-do, el primer día de la guerra, Watsonalquiló otro coche en Skopie, capitalde Macedonia, y entró de nuevo enKosovo. Le volvieron a quitar el coche,pero se quedó en Pristina varias sema-nas.

Los serbios sabían que estaba allíy que enviaba crónicas, pero no lo echa-ron. Llamaba pocas veces a la redac-ción y puede que el hecho de tenernacionalidad canadiense le ayudara.

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Corresponsales de guerra“La OTAN describió su guerra

aérea contra Yugoslavia como una inter-vención humanitaria, como una bata-lla entre el bien y el mal para acabarcon la limpieza étnica y devolver a losalbanokosovares a sus casas”, escribióal final del conflicto. “Desde el inte-rior de Kosovo, rara vez fue tan sim-ple y pura. Se pareció más a quienllama a un fontanero paraque le arregle una goteray contempla cómo leinunda la casa”.

“La verdad, como suce-de en la mayor parte de losconflictos, fue la primeravíctima”, añadió. “Al finalde la guerra, cuando espe-raba celebrar mi propiasupervivencia, simple-mente me sentí másvacío. Muchas de las res-puestas que tanto necesi-taba, aunque sólo fuerapor justicia y por mi saludmental, permanecíanocultas por la niebla de laguerra. No encontré nin-gún héroe”.

Los pocos periodistas extranjerosque permanecieron en Pristina semovieron con mucha más libertad quelos que se quedaron en Belgrado. Noestaban sometidos a controles poli-ciales o militares directos y no nece-sitaban autorización para salir de laciudad. La única restricción era el acce-so a las llamadas zonas de operacio-nes, fácilmente reconocibles por las

columnas de refugiados que salían deellas.

A pesar de todas las dificultades,los principales corresponsales quecubrieron la guerra de Kosovo se sin-tieron infinitamente más satisfechoscon su trabajo que con el que reali-zaron en la guerra del Golfo II.Cuando se cerraron los aeropuertos

de la región, recurrierona los ferries que unen Baricon Albania. Otros descu-brieron la belleza del viajeen tren por los Balcanes.

Los avances técnicos–antenas más móviles quenunca, teléfonos satélitecon baterías duraderas deverdad– hicieron la diferen-cia. Los SATphones, aunquetodavía pesados, se con-virtieron en el arma prin-cipal de los medios en losprimeros días del conflic-to. Permitieron a loscorresponsales con portá-tiles, módem y antenastransmitir por satélitedesde cualquier parte, por

alejada e inhóspita que fuera. Lo pri-mero que hicieron cuando recibieronel aviso de que empezaban los bom-bardeos fue esconder los equipos oponerlos a buen recaudo en casa desus traductores locales por si las mos-cas.

No fue el único avance. Calabresiy otros compañeros transmitieronsus crónicas por correo electrónico

En Iraq murierondurante la guerra almenos 14 periodistasextranjeros, entreellos dos españoles:Julio Anguita y JoséCouso.

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en buzones de amigos repartidos portoda Europa hasta que fueron expul-sados del Hyatt. Kevin Kullen, delBoston Globe, transmitió desde la zonade guerra equipado sólo con su orde-nador portátil y un teléfono celularlondinense. Mike Glennon, jefe decorresponsales extranjeros deNewsweek, llegó a organizar conferen-cias multiplex de seis corresponsales,cada uno de ellos en distintos pun-tos del conflicto, mediante celula-res y teléfonos satélite.

Iraq 2003

El 7 de mayo de 2003, casi un mes des-pués de la conquista de Bagdad porel Ejército estadounidense, seiscorresponsales españoles que cubrie-ron la guerra para otros tantosmedios acudieron en Madrid a unalmuerzo del Club Siglo XXI paracompartir sus experiencias.

Mercedes Gallego, del entoncesGrupo Correo, hoy Vocento, confesóque la muerte se ve distinta cuandola sufre alguien cercano y en Iraqmurieron durante la guerra al menos14 periodistas extranjeros, entre ellosdos españoles: Julio Anguita y JoséCouso. Seguimos sin saber el núme-ro de muertos iraquíes. En su libroMás allá de la batalla, MercedesGallego calcula en unos 6.000 losciviles iraquíes que pudieron perderla vida, el doble, más o menos, queen los atentados del 11-S, con los quenadie ha podido probar que tuviera

algo que ver el dictador SadamHuseín.

“Ha sido una guerra diferente detodas las demás, la más injusta, unaguerra nueva, sin precedentes, muyespecial”, dijo Mónica García Prieto,de El Mundo. “Lo peor de todo es quelos combatientes han convertido a losciviles y a los periodistas en objetivos”.

Mónica distingue entre la muer-te de Julio Anguita, un accidente, yla de Couso, un asesinato. “Hubierasido mejor que no se hubiera decla-rado objetivo militar un hotel con 320periodistas”, añade.

José Antonio Guardiola, de TVE,se declaró en desacuerdo con el titu-lar de un artículo en El País que decía:“La guerra mejor contada de la his-toria”.

“Todo lo contrario”, añadió. “Huboun control excesivo de los gobiernosy de los ejércitos sobre los corres-ponsales. Por primera vez se sellóuna frontera a los periodistas, inclu-so a las ONG. ¿Por qué? Para limitarel acceso a las fuentes y que prima-ra el parte de guerra”.

Sobre los empotrados, Guardiola, queestuvo con los británicos, cree que “haprovocado una información unilate-ral y una ansiedad por parte de com-pañeros que no tenían ese acceso.Algunos cruzaron por su cuenta y lopagaron con su vida (fue el caso delbritánico Terry Lloyd, de la ITN). EnIraq ha surgido una nueva figura decorresponsales de guerra: los unila-terales. Lloyd era uno de ellos”.

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Corresponsales de guerra“La fórmula de los empotrados fue

interesante y peligrosa”, añadió. Ensu opinión, en esta guerra hemossido testigos de “una exhibiciónextraordinaria de las nuevas tecno-logías, pero eso no ha mejorado la infor-mación porque, mal utilizadas, las tec-nologías pueden tener justo el efec-to contrario del buscado”.

Carlos Hernández, deAntena 3, considera laúltima guerra en Iraq“una guerra históricapara el periodismo” por-que, según él, “los mediosestadounidenses han per-dido gran parte de su cre-dibilidad”. Y añade: “Nohabía independientes. Losestadounidenses estuvierondemasiado sometidos asu Gobierno. Nosotrostambién recibimos pre-siones, pero salvo la CNN,que fue expulsada, losdemás medios estadouni-denses se marcharon,mientras que nosotrosnos quedamos… Sufrimos restriccio-nes severísimas, pero creo que hemoslogrado contar el rostro humano delconflicto”.

Para Francisco Perejil, de El País,sus vivencias en la guerra se resumenen tres estampas: el pueblo deBagdad, gente encantadora, siempresonriendo, muy hospitalaria; elmiedo que sintió una noche que esta-lló un misil muy cerca del hotel

donde se encontraba; y la visita al niñoAlí en el hospital en medio de un tiro-teo. “El misil hizo temblar el edificioy todos nos precipitamos a un anti-guo gimnasio”, dijo. Allí, a oscuras,me di cuenta por primera vez de quepodía morir… En el hospital, cuandose produjo el tiroteo, nos lanzamosal suelo y todo nos pareció absurdo.

Al ver a Alí, un compañe-ro me dijo: ¿y todo estopara qué? ¿de qué sirvecontarlo? Quiero creerque sirve para algo”.

“Creo que ninguno dis-frutamos cubriendo gue-rras”, declaró Jon Sistiaga,de Telecinco. “Yo me sien-to un poco reporterototal. Creo que los repor-teros de guerra son losque siguen viviendo allícuando los demás nosvamos. La cobertura deIraq, en mi opinión, hasido bastante buena. Veoesta guerra como la mayo-ría de edad para el perio-

dismo español. Muchos jóvenes,muchos en número, mucho donde ele-gir… La prensa anglosajona huyó.Christian Amanpour volvió el díaque entraron los tanques estadouni-denses en Bagdad”.

Mercedes Gallego cree que, porprimera vez, la opinión pública no haestado condicionada por lo que dabala CNN.

Guardiola teme que los ejércitos

“Es esencial que senos siga viendocomo observadoresneutrales y no comoparte del conflicto”.

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cada vez parecen más interesados entapar la boca a los periodistas. “Lovimos ya en los territorios ocupadosen 2002 (Jenin) y es esencial que senos siga viendo como observadoresneutrales y no como parte del con-flicto”.

Carlos Hernández reconoce laslimitaciones en todos los frentes,pero considera que “las reglas son lasreglas y si te las saltas, te expulsan.Cada periodista cubre una pequeñaparcela de la realidad. La única formade estar informado es uniendo varias.Es la única forma de acercarse a laverdad”.

“Poco siempre será mejor quenada”, agrega Mercedes. “Cada unohizo lo que pudo para saltarse la cen-sura. Con los empotrados, hubo muchamás autocensura que censura.Saltarse las normas, en las condicio-nes en que estábamos, habría sido unsuicidio”.

Sistiaga reconoce que era muydifícil, para empezar, conseguir unvisado y permanecer dentro. “Cadaguerra es diferente. Habría sido unsuicidio intentar acercarse a las afue-ras de Bagdad siquiera. Los vigilantesy los conductores no se habríanarriesgado a llevarte. Lo importanteera aguantar hasta el final”.

“El régimen de Sadam es el que peo-res condiciones de trabajo me haproporcionado y llevo ya unos cuan-tos conflictos a mis espaldas”, añadió.

Para Perejil, “el régimen era ver-daderamente asfixiante en todos los

sentidos, verdaderamente macabro.Tantas imágenes de Sadam, como elgran hermano. Estaba endiosado y que-ría mostrar su poder absoluto”.

“Sí, pero era el mismo entre 1980y 1988, y Occidente entonces leapoyó”, contestó Hernández.

Roberto Montoya, jefe deInternacional de El Mundo, presenteen el almuerzo, afirmó que, graciasa los corresponsales, “ha habido plu-ralidad de información y hemos vistolos efectos de los daños colaterales,cosa muy distinta del 91”. Lamentóque no se siguiera más en Occidentela línea informativa de Al Yazira y quese informara tan poco de la matan-za del 8 de abril. ¿Un aviso?, se pre-guntó.

“¿Alguien sabe qué pasó enBasora?”, preguntó Guardiola. “Salvoel único periodista que permaneciódentro toda la guerra, de Al Yazira,no entramos hasta tres días despuésde su conquista por los británicos. Esto,a mí al menos, me produjo una enor-me insatisfacción”.

¿Cómo se recuperan los corres-ponsales cuando vuelven?

Perejil: “Yo tengo sueño todo el tiem-po”

Guardiola: “Trato de sumergirmelo antes posible en la rutina”

Mercedes: “No tengo tiempo desentir nada, pues no he parado”.

Mónica. “Personalmente, no me dicuenta mientras estaba allí. Ahora, ala vuelta, me siento profundamenteorgullosa del trabajo que hizo mi

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Corresponsales de guerramedio. Nos respaldó a todos. El únicoobstáculo, las autoridades iraquíes…Lo más importante, para mí, es con-tar el sufrimiento de la gente”.

¿Cómo se sienten los iraquíes?Hernández: “La mayoría está satis-

fecha con la caída de Sadam, pero noacepta la ocupación y menos de losEEUU, país al que no quieren pormuchas razones. Creo que no van atolerar esta ocupación”.

Perejil: “Me parece importantedecir que se debe contar lo que se ve.¿Se debe contar también lo que no seve? En cuanto a preguntas sin contes-tar, la principal es el número de víc-timas, las armas de destrucción masi-va, el saqueo de los tesoros naciona-les… No sé si ha sido la guerra mejorcontada pero ¡bendita la hora en quelos EEUU decidieron meter a los empo-trados!”

Guardiola: “He visto poca auto-crítica en los medios estadouniden-ses y me parece preocupante que Foxhaya ganado la batalla de las audien-cias a la CNN”.

Hernández: “Los medios estadou-nidenses siguen muy condicionadospor el 11-S. Entre la Casa Blanca ySadam, era fácil optar. Pero losmedios escritos han actuado deforma muy distinta a los audiovisua-les, con mucha más libertad y capa-cidad de crítica”.

Mercedes: “En los EEUU se vivenmomentos especialmente tristes.Muchos acaban dando sólo lo que quie-re la audiencia”.

Sistiaga: “Yo creo que en los EEUUha habido un periodismo muy mili-tante y patriótico… Vamos a tardar envolver a tener el respeto que teníamosa los medios estadounidenses. Peromucho más frustrante fue la censu-ra, tanto por el cierre de la fronterade Kuwait como por el trabajo enBagdad”.

Mercedes: “Los Estados Unidoscerraron la frontera porque necesita-ban saber quién estaba dónde, entreotras cosas para reducir el númerode bajas entre los periodistas porfuego amigo”.

No sé si la invasión de Iraq habrásido, como escribe Sistiaga en sulibro Ninguna guerra se parece a otra,“la guerra mejor contada de la his-toria”. Tengo serias dudas, pero desdeluego ha sido la mejor cubierta porlos medios españoles. Tal vez por-que en España se vivió como un asun-to interno. Los medios no habríanhecho semejante esfuerzo ni las edi-toriales habrían publicado ya almenos siete libros de corresponsalesen Iraq en sólo un año de no haber-lo visto así. Los siete se pueden leercomo capítulos de una misma obraque empieza y termina en el hotelPalestina de Bagdad.

En Julio Anguita Parrado: batalla sinmedalla se recogen 52 de sus mejorescrónicas y 37 textos de compañeros,amigos y familiares. Ninguna guerrase parece a otra es el mejor homena-je que Jon podía hacer al amigo delalma, José Couso. �

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ALFONSO BAULUZ

E l ex ministro de DefensaFederico Trillo y su sucesor, JoséBono, tuvieron a bien hacerseacompañar en sus visitas a

Base España, en Diwaniya, tanto portertulianos y creadores de opinióncomo por directores de medios aquienes ambos invitaron. Tanto eluno como el otro pretendían con lavisita obtener apoyo editorial para eldespliegue y el repliegue, según loscasos, y muy probablemente ambospolíticos estaban convencidos de quesu personal cercanía a los profesio-nales de la información y la opinión,así como el contacto de los periodis-tas con los militares destacados en Iraqpara comprobar la dureza de las con-

diciones de trabajo, su celo y abne-gación, al igual que el altruismo deuna parte de sus cometidos o simple-mente el empeño con el que acome-ten las órdenes recibidas, contribui-rían a sus legítimos propósitos polí-ticos y propagandísticos.

No pareció polémica la discrecióny reserva solicitada por motivos de segu-ridad, el embargo de la informaciónpor razones de tiempo o lo apretadode la agenda durante la visita ni elempleo de impedimenta militar, delque se mofa alguno de ellos en sus cró-nicas, empezando por él mismo, al des-cribirse como esos “japoneses” empe-ñados en fotografiarse a toda veloci-dad en apresuradas giras turísticas.

‘Empotrados’, pero libresReflexiones de un periodista español que viajó ‘empotrado’ hastaBagdad con la compañía C-117 del 10º Batallón de Apoyo Logístico enCombate, que durante la invasión de Iraq tenía como misiónaprovisionar de munición, carburante, agua y comida al III Batallón delIV Regimiento de Infantería (3/4) y al I de Carros de Combate (FirstTanks) de la I División de Marines. Ambas unidades encabezaron laofensiva militar iniciada el 19 de marzo.

Alfonso Bauluz es un veterano reportero de la Agencia Efe.

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‘Empotrados’, pero libresSin embargo, sí que hubo, en mi

opinión, un hecho en uno de esos via-jes absolutamente censurable: la dis-ponibilidad de alojamiento para esosvisitantes, cuando esas mismas ins-talaciones militares se vieron cerra-das a los “periodistas de a pie”, losenviados especiales a Iraq que desdeel comienzo del despliegue españolen el país ocupado informaban de susactividades.

Pretextada anteriormente por elMinisterio de Defensa una supuestaprohibición a los civiles para per-noctar en acuartelamientos de misio-nes internacionales, dicha restric-ción desapareció por ensalmo cuan-do los civiles eran acompañantes delministro en persona. Desconozco sies que habían sido clasificados comoséquito personal del ilustre y distin-guido huésped, o simplemente, queimportaba poco que esos enviados espe-ciales españoles tuvieran que recorreraceleradamente el regreso a Bagdadpara evitar la noche y los asaltos.Probablemente, su grado de adrena-lina en el cuerpo fuera muy superioral de algunos de quienes el consabi-do desplazamiento en helicópteroen vuelo rasante les hacía recordarlas imágenes de Apocalipsis now y lamúsica de Wagner.

Viene a cuento esta reflexión, queno pretende entrar en otro tipo de crí-tica, del análisis ante la falta de unaclarificación respecto a las relacionesde los periodistas con los militares espa-ñoles cuando estos últimos desempe-

ñan su trabajo en misiones en elexterior, o en el hipotético supuestode que participasen en un enfrenta-miento bélico. Las iniciativas legisla-tivas de la pasada legislatura en rela-ción al estatuto de los periodistas talvez fuera conveniente que afrontaranla cuestión, tal vez sea otro ámbitomás genérico el adecuado.

Fue el propio Pentágono el que esti-puló que reconocía el derecho de losperiodistas a presenciar los comba-tes en los que pudieran verse involu-cradas las fuerzas militares estadou-nidenses. Es muy probable que los moti-vos de esa decisión política delEjecutivo estadounidense no sean enabsoluto coincidentes con los objeti-vos propios de los medios de comu-nicación, e incluso que sus fines seanreprobables. Ahora ya da igual, fuereconocido ese derecho y puesto enpráctica ampliamente durante lainvasión de Iraq.

El Departamento de Defensa nor-teamericano afirmó textualmente:“Necesitamos contar los hechos, bue-nos o malos, antes de que otros inun-den los medios con desinformacióny distorsiones”. Esos “otros” no eransino el régimen de Sadam Huseín. Sinembargo, a finales de 2002 y princi-pios de 2003, cuando la entoncesportavoz del Pentágono, VictoriaClarke, y el asistente del subsecreta-rio, Bryan Whitman, eran conscien-tes no sólo de las críticas de losmedios globales al sistema del pool yla censura empleada en la I Guerra

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del Golfo en 1991, sino también, y esaes la gran novedad, de su incapacidadpara controlar “el mensaje” debidoa las grandes facilidades derivadas delos progresos tecnológicos de las tele-comunicaciones, y sobre todo la digi-talización. Internet podría resultar letalen la guerra de la propaganda antela opinión pública por lo que lesresultaba imprescindible conseguirvolcar a su favor la óptica de los gran-des medios nacionales e internacio-nales. Sólo una cuidada presenciade las cámaras de las grandes cade-nas estadounidenses tras las filasnorteamericanas asegu-raba ese enfoque de una“manera natural” comouna posibilidad cierta,más allá de una orden eje-cutiva atentatoria con-tra la libertad de expre-sión o las clásicas pre-siones subterráneas a losejecutivos de las compa-ñías de comunicación,hoy grandes conglomera-dos con variedad de inte-reses económicos y sectoriales. Laopción de impedir el acceso de laprensa estadounidense con sus códi-gos noticiosos tradicionales y abo-nar el terreno de Al Yazira y simila-res, en una oportunidad única comola que tuvo CNN en 1991, combina-da con un Internet como vía de pro-pagación de todo tipo de historias, fun-dadas o inverosímiles, probablemen-te pudiera producir los mismos esca-

lofríos que debieron experimentar losencargados de dar forma al progra-ma aprobado para incluir 600 perio-distas con las unidades militares, sifinalmente se desataba la guerra con-tra Iraq, como se preveía.

Las negociaciones al más alto nivelcon los representantes de los mediosen Washington fueron arduas y pro-siguieron ferozmente en Kuwaitcomo me reconoció uno de los pro-ductores del 60 Minutes de Dan Ratherque pretendía colocar un equipo conlas “águilas chillonas” de la 101Aerotransportada, la caballería del aire

estadounidense, y fuerza natural-mente candidata a iniciar las hosti-lidades.

La ubicación de los medios no fueneutral y primaron los intereses delPentágono. Un 20% de las plazas fuereservado para medios no estadouni-denses y alguna de las estipulaciones,como la expresa declaración de queel sexo no supondría ningún impe-dimento para acompañar a las tropas,

Falta clarificar las relacionesde los periodistas con losmilitares españoles cuandoestos últimos desempeñan sutrabajo en misiones en elexterior, o en el hipotéticosupuesto de que participasenen un enfrentamiento bélico.

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‘Empotrados’, pero libresdesató la paradoja de que entre las60 mujeres que participaron, algunasde ellas viajaron con unidades dondelas Fuerzas Armadas estadouniden-ses aún no permiten su presencia,como ocurre en la Infantería. Muchasde las limitaciones o restriccionestenían su lógica, aunque algunos delos principios eran claros en tanto encuanto no había, con carácter gene-ral, censura. La seguridad era unasunto concerniente a las fuentes, ysi los mandos decidían ofrecer infor-mación sensible a los periodistas erabajo palabra de que su uso no fueraperjudicial para sus intereses milita-res, lo cual tampoco parece descabe-llado. En cualquier caso, como expo-nían esas mismas “normas sobre elterreno” y me advirtieron los colegasestadounidenses, la clave estaría enlos comandantes de cada unidadmilitar. Su flexibilidad en la interpre-tación o su intransigencia daría la medi-da del éxito o el fracaso. El escepti-cismo respecto a los militares en estaapartado era amplio entre los perio-distas, y sin embargo, las encuestasposteriores de los militares revelanque la mayoría consideramos des-pués que el embedded process había supe-rado, con mucho, nuestras expecta-tivas. Comparto la opinión del dele-gado en Washington de HearstNewspapers, Charles L. Lewis, quienasocia la potestad interpretativa delas normas por los mandos a lo exi-toso de su misión y recuerda que elPentágono es muy respetuoso con

esos oficiales. Desmond Boylan, deReuters, fotografió el izado de la ban-dera de las barras y estrellas y laenseña del Cuerpo de Marines en elpuerto de Um Qasar. El oficial de ladecimoquinta unidad expedicionariade marines a los que acompañaba y querecibió la llamada de Washingtonpara ordenar que fuera arriada deinmediato no cabía en sí de orgullotras proclamar visualmente almundo su presencia y la de sus hom-bres en aquel lugar, símbolo delcomienzo de la invasión.

Dos casos completamente opues-tos se dieron con el fotógrafo japonésdel Boston Herald Kuni Takahashi,quien aterrizó como empotrado enuna unidad cuyo comandante eraabsolutamente restrictivo en la inter-pretación de las normas y pretendíaque difundiera sus fotos al fin de laguerra. Desconozco si ambos temíanel fracaso, pero como narró el esta-dounidense Wesley Bocxe, contumazacompañante de las tropas norteame-ricanas en sus aventuras exteriores enlos últimos 15 años, con o sin su per-miso y pese a las detenciones, se aco-pló a su grupo, formado por fotó-grafos de los llamados “unilaterales”por los militares norteamericanos, ycon ellos tuvo la oportunidad detomar algunas de las más brillantesimágenes de la invasión militar. Esegrupo, en el que también viajaba elganador del III Premio Miguel Gil2004, Laurent van der Stockt, provis-to de sus propios vehículos, se acopló

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al III Batallón del IV Regimiento deMarines gracias al permiso otorgadopor uno de sus oficiales. No suscribie-ron las normas que los demás acep-tamos, pero actuaron con el sentidocomún de los veteranos en el oficio.Hasta donde yo conozco no tuvieronmás problemas que aprovisionarse gra-cias al comercio, tolerado, con los mili-tares por el uso de las comunicacio-nes satelitales que permitían a latropa contactar con sus familiares, unade las grandes novedades de este des-pliegue, y que ofreció a los periodis-tas un gran abanico de oportunida-des para relacionarsecon los militares.Desconozco el motivopor el que ese selectogrupo de fotógrafos queaterrizó por su cuenta, ymucho riesgo, en sueloiraquí tras el paso de lafrontera obtuvo el permi-so del comandante deturno, pero no descartóque tuviera relación conel ansia de gloria militar.

Otros incumplimientos de las nor-mas impuestas, en esta caso favora-bles a los medios televisivos fue el usode vehículos propios. Desde luegoque las literas y la cocina de la camio-neta de CBS era tan envidiada o másque las facilidades de comunicaciónque ofrecía, puesto que todos losperiodistas, con independencia del tipode medio para el que trabajábamos,éramos, por fin, autónomos en las

comunicaciones. Viejo y resuelto pro-blema.

Las conversaciones en profundidadcon el comandante al cargo de launidad médica de la compañía conla que viajé, quien reconocía quepara él aquella invasión venía a repre-sentar una nueva cruzada, no sé si fue-ron las que me abrieron las puertasdel quirófano mientras amputabanla pierna de un niño, escena quepude fotografía pese a estar expresa-mente prohibido, salvo esa “inter-pretación flexible sobre el terreno”.

Anticipar el interés de los esta-

dounidenses por el ensanchamientode una autopista para poder emple-arlo como pista de aterrizaje no mecausó problema alguno, tal vez por-que el oficial que me adelantó esosplanes reconocía, pese al enfrentamien-to diplomático Washington-París,que a él le apetecía instalarse a viviren Aix-en-Provence.

En cualquier caso, esa misma cen-sura o restricciones por motivos de

Las conversaciones enprofundidad con elcomandante a cargo de launidad médica de la compañíacon la que viajé me abrieronlas puertas del quirófanomientras amputaban la piernade un niño…

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‘Empotrados’, pero libresseguridad operacional, no afecta nia los documentales, ni a los libros, nia las publicaciones de periodicidadmás amplia.

El consejero de Asuntos Públicosdel Estado Mayor Conjunto estadou-nidense, capitán T. McCreary, recono-ció, extrañado, el escaso número deincidentes graves en el apartadoinformativo con los periodistas almargen de la expulsión el 29 de abrilde Brett Lieberman, del HarrisburgPatriot, y el aviso por una foto que moti-vó, ya en Bagdad, el abandono deCheryil Diaz Meyer que, junto con sucompañero del Dallas Morning Newsobtuvo este año el Pulitzer en el apar-tado más codiciado de instantáneasnoticiosas.

Los otros dos expulsados por losestadounidenses, el patán de la FoxGerardo Rivera, por causas que aúnno conozco en realidad, y PhilipSmucker, del Christian Science Monitory el Daily Telegraph, viajaban por sucuenta; el primero, igualmente aco-plado a una unidad militar sin dis-poner propiamente de la “asigna-ción” oficial, aunque dada la cuestio-nable belicosidad de su cadena nopodría ser considerado hostil, nimucho menos neutral.

Smucker fue precisamente quienme contó cuatro días antes de suexpulsión tras unas declaracionesen directo a la CNN, que la noche ante-rior, el 22 de marzo –en un tiroteo,que Reporteros sin Fronteras consi-dera ocurrió entre tropas anglo-esta-

dounidenses–, había muerto TerryLloyd y habían desaparecido el cáma-ra francés Fred Nerac y el traductorlibanés Huseín Toman, los tres de labritánica ITV. Cuando me lo topé enla autopista que enlazaba Basora conBagdad tuve la sensación de que contodo el riesgo que habían corrido él,el yugoslavo que le acompañaba,Andy Nelson, el fotógrafo de su perió-dico, y el enviado de Le Soir tenían“hambre” atrasada de imágenes ydeclaraciones. Tal fue el ímpetu conel que retrataron a los marines, a misojos rutinariamente desplegados enformación de combate, aunque nopasaba absolutamente nada. El pro-pio teniente con el que yo viajaba, DanaAndrews, me lo hizo ver, tras lasdeclaraciones que le pidió, y que suesposa vio recogidas un día después.Tuve una sensación de horror por esasmuertes, las primeras de periodis-tas que yo conocía desde el comien-zo de la invasión, y a continuaciónme asaltó la sensación de estar encap-sulado y contar con una injusta ven-taja sobre los periodistas que trata-ban de viajar por libre, aunque dadala descomunal concentración de tro-pas y el peligro de verse envuelto enun enfrentamiento entre ambos ban-dos la mayoría de los reporteros queconsiguieron “saltar” la frontera bus-caron la manera de cobijarse cerca delos invasores y evitar que sus pro-pios compatriotas militares, en elcaso de los británicos y los estadou-nidenses, les dispararan.

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La sensación de encapsulamientoprobablemente me acompañó hastaBagdad, aunque la espina que teníaclavada de algún modo por el privi-legio que teníamos quienes acompa-ñábamos a los marines me la quité alayudar a “saltar” varios kilómetrosjunto a Bagdad al grupo de periodis-tas de la competidora AFP, entre ellosCristophe Simon, fotógrafo afinca-do en Madrid, y sus acompañantes deRFI.

Sin llegar a caer “enamorado” delos marines como reconoce en elColumbia Journalism Review que le ocu-rrió el columnista delOrange County RegisterGordon Dyllow, compar-to el planteamiento pro-fesional del veteranocorresponsal en Yakartadel Sydney MorningHerald, Lyndsay Mur-doch, de quien recorda-ba su excelente trabajo enDili durante el desastrede 1999 en TimorOriental. Simplemente“intento no dejar que la amistad y laproximidad (con los marines) condi-cione mi trabajo a favor de los esta-dounidenses y no convertirme enuna herramienta de propaganda. Laúnica manera de informar (empotra-do) es hacerlo con honradez”.Precisamente una de las grandesdudas al respecto que me asaltó fuecuando el “parón” de la ofensiva sila comunicación a la tropa de que la

marcha se detiene, que permanece-rían dos semanas en el lugar en el quese encontraban con sendos frentes alnorte y al sur de la posición ocupa-da y la orden de que profundizaranlas trincheras no pretendía sino uti-lizar la masiva presencia de periodis-tas para confundir al régimen deSadam Huseín. La duda que, aún hoymantengo, es si hice lo correcto, quefue dudar de esa orden, aunque exis-tiera, y buscar la manera de corrobo-rar la veracidad de la información reci-bida a la luz de otros datos a mialcance como eran, básicamente, la

capacidad y voluntad defensiva de losiraquíes, a mi juicio ya en esemomento más que cuestionable, y conel abrumador poderío estadouniden-se, absoluta superioridad aérea inclui-da, y su ritmo de suministros a plenorendimiento. La orden en ningúncaso mejoraba la moral de la tropa,más bien lo contrario pues ansiaballegar a Bagdad para poder volver asus casas.

La mayoría de los reporterosque consiguieron “saltar” lafrontera buscaron la manerade cobijarse cerca de losinvasores y evitar así caerbajo el fuego de éstos.

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‘Empotrados’, pero libresPrecisamente, tras la gran tor-

menta del 25 de marzo que sí condi-cionó momentáneamente el avanceestadounidense, y para completarmi visión del cuadro en ese momen-to contacté con Julio Anguita Parradopara recabar su opinión y corroborar,pues él viajaba al oeste con el Ejércitode Tierra, si pudieran tener mayoresdificultades logísticas. Quienes pre-pararon el programa de inclusiónde periodistas no sólo estaban conven-cidos de que, como expuso en laEscuela de Oficiales del Estado Mayorpara Asuntos Públicos del Cuerpo deMarines la brigadier general MaryAnn Krussa-Dossin, la “mayor partede la cobertura mediática sería posi-tiva al sentirse los reporteros comoparte de las unidades”, sino que sólodispondríamos de una pieza delpuzle, ninguna visión general, y noslimitaríamos a contar lo que tuvié-ramos delante e historias humanasal estilo de las clásicas notas de ErniePile con retratos de los soldados delfrente.

Sin embargo, la versatilidad delos teléfonos Thuraya, prohibidos enBagdad por disponer de localizado-res GPS, no sólo permitía superarlos viejos condicionantes de empleode las comunicaciones en su mayorparte para transmitir, sino que faci-litaba al máximo la posibilidad de reca-bar información en un frente enplena marcha. Al margen de suponerun auténtico regalo en cuanto a faci-litar las relaciones personales con

los que precisaban contactar con susfamilias, lo mismo militares invaso-res que iraquíes con deudos huidosdel derrocado régimen o simplemen-te temporalmente fuera del país paraevitar la guerra.

No obstante, los obsoletos Iridiumaún eran empleados por los propiosmilitares y periodistas estadouniden-ses que los manejaban como alterna-tiva de comunicación rápida paraevitar desplegar los teléfonos satéli-tes tipo Nera o el más novedoso Traneand Trane. Precisamente su elección,mala respecto a no emplear losThuraya, es probable que no contri-buyera a evitar que los militares esta-dounidenses nos requisaran los telé-fonos Thuraya so pretexto de queIraq poseía los códigos de las comu-nicaciones de la compañía, con baseen los Emiratos Árabes Unidos. Estajustificación fue incluso aderezada conuna nunca reiterada acusación aFrancia de proporcionar al régimeniraquí dicha información. Tal vez,simplemente no les gustaba muchola comunicación intrafrentes y ladecisión de retirar los teléfonos de esacompañía afectaba menos a los perio-distas norteamericanos y a los mediosmás poderosos, que además en sumayoría contaban con alternativas pro-pias de comunicación, no así quienescompetimos con menores medios.Cuando le pregunté a Julio si sabíaalgo de esa orden me dijo que a él nole habían comunicado nada. Ya nopude volver a hablar con él y las noti-

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cias que de él obtuve fueron a travésde su compañero Javier Espinosa quecubría el sur de Iraq en compañía deJavier Martín, un colega de Efe en ElCairo, quien me proporcionaría el telé-fono de repuesto que me llegó cua-tro días después del 28 de marzo,fecha de la requisa, aunque sólo undía no había podido lograr trasmitiruna crónica al no aparecer el dicho-so Iridium que me prestaban los mari-nes para dictar las notas. Eviden-temente, mi capacidad de comunica-ción mermó a unos niveles que,momentáneamente e ilusamente,había creído dejar atrás,más bien querido.Supongo que esa mismasituación afectó a otrosperiodistas y me figuroque es el origen de aque-lla decisión. Seguro quetambién disminuyeronlas llamadas de la tropaa sus casas en EstadosUnidos. El desconoci-miento previo de los ries-gos que implicaba la uti-lización de aquella compañía de telé-fonos por satélite no es una alegaciónaceptable por parte de los estadouni-denses.

Curiosamente ese hecho no sólono despertó, en mi caso, inquinaalguna contra todos los militares,sino que el conductor del Humvee conel que viajaba, el mexicano Morales–quien con ocho años vendía chiclespor las calles antes de cruzar clandes-

tinamente la frontera y era un super-viviente nato–, me recordó con su gransentido del humor que en ese instan-te era “invisible” para sus mandos, lacondición a la que –me explicó consorna– son reducidos los miembrosde la tropa cuando plantean algún pro-blema, dificultad o queja. De nuevootra lección a cargo de quien duran-te las tres semanas que duró la inva-sión fue mi lazarillo para compren-der mejor las interioridades de unamaquinaria que movía más de 50.000efectivos en el caso de los marines dela Primera Fuerza Expedicionaria.

Su inmediato superior y copiloto, elsargento puertorriqueño DanielRodríguez –Romeo en el código deradio–, detestaba a los periodistasdesde que sus andanzas como delin-cuente juvenil aparecieran en la pren-sa de Buffalo (Nueva York), de dondeprocedía. Aún así, pese al rechazo ini-cial a la idea de montar en su vehí-culo a un periodista, la relación fuelo suficientemente cordial para que

El objetivo estaba claro: sólodispondríamos de una piezadel puzle, ninguna visióngeneral, y nos limitaríamos acontar lo que tuviéramosdelante e historias humanasal estilo de las clásicas notasde Ernie Pile.

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no me crease problemas, y finalmen-te a ambos les otorgó una excelenteexcusa en algunos momentos para “per-derse” so pretexto de ayudar al repor-tero. La importancia de las relacioneshumanas fue decisiva en mi caso,pues hubo alguna unidad en la queconvertir deliberadamente en un cal-vario la estancia del periodista asig-nado fue deporte y entretenimiento.

Parcialmente en eso se transforma-ron algunas retransmisiones audio-visuales en las que la inmensidaddel avance tecnológico respecto a 12años antes no supuso en los conteni-dos de las crónicas televisivas en vivomás información que el periodista,montado en un vehículo de transpor-te, avanzaba en medio de un intercam-bio de disparos. Otras pretensionescomo tratar de obtener franquezade personas rodeadas por extranjerosarmados hasta los dientes en mi casome quedó clarísimo desde el princi-pio que sería un vano empeño y portanto una renuncia obligada.Igualmente, suponer que no se puedecorregir o modificar lo prescrito porel Pentágono teóricamente en relacióna la preservación de la intimidad yla propia imagen de los prisionerospara el futuro sería prácticamente esti-pular que los periodistas renunciena fotografiar o tomar imágenes de quie-nes caen en campos de prisioneros,hecho que, en algunas ocasiones,como recuerdan las organizacionesdefensoras de los derechos huma-nos, ha contribuido a salvar sus vidas.

Mejor se hubieran aplicado poste-riormente a evitar las torturas en lasprisiones, retratadas con afán colec-cionista e impúdico, por sus propiossoldados.

Las normas aplicadas por los esta-dounidenses a los periodistas quelas suscribieron, accesibles por cual-quiera en Internet, no creo que impi-dieran en absoluto trabajar correcta-mente a quienes les acompañamos.Si acaso la ilegítima pretensión de deter-minar quién tiene derecho a hacer sutrabajo si acepta o no sus condicio-nes es el extremo que tras la guerraqueda en entredicho. La pretensiónde globalidad de los medios tambiénquedó cuestionada, a mi juicio, conla fragmentación en audiencias, mer-cados, lenguas y afinidades territoria-les por razones políticas, religiosas,culturales y de desarrollo económi-co. Esta vez la comunidad mundialno contempló en absoluto lo mismo,el mismo mensaje uniforme, que enépocas anteriores más recientes habíacon hegemonías extremas, a pesar deque la inclusión de periodistas a granescala con los militares anglo-estadou-nidenses pudiera haber desequilibra-do el enfoque a favor de sus respec-tivos gobiernos en la mayoría de lospaíses occidentales .

La cuestión de la responsabilidadde los periodistas respecto a suaudiencia o destinatarios y las empre-sas que les emplean en España almenos no creó, opino, excesivos pro-blemas –salvo posteriores y conocidas

‘Empotrados’, pero libres

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represalias– al constituir la oposi-ción a la guerra una postura abruma-doramente mayoritaria que alentóa los medios a editorializar de acuer-do con las opiniones de sus “clientes”.Sin embargo, esta situación particu-larmente a mí no me afectaba grancosa al cubrir un ángulo de la histo-ria para una empresa española conintereses en el mundo de habla his-pana. Aunque por su naturalezapública sí hubiera podido ser, afor-tunadamente yo no recibí –y estabaen condiciones de rechazar– ningu-na presión política. También es cier-to que la variedad delespectro ideológico ygeográfico obliga en Efea trabajar para facilitarel uso de la informaciónpor todo tipo de abona-dos. No estoy nada segu-ro de que esa mismalibertad y aplicación pro-fesional no se viera per-turbada en una situa-ción de guerra semejan-te si tuviera que acompa-ñar a tropas españolas trabajandopara una empresa española.Probablemente no aceptaría el encar-go. Es fácil criticar la labor de otroscompañeros, pero desconozco cómoafrontaría el reto de los periodistasestadounidenses de la prensa local queacompañaron a los militares de lasbases donde se editan sus diarios ycuyos lectores son los familiares, losamigos y los vecinos de los atacantes.

¿Qué presión resisten los directoresde esos periódicos de sus lectores yanunciantes si les disgusta la infor-mación de un enviado que no es losuficientemente beligerante a favor?

En cualquier caso, la gran pre-gunta continúa en el aire, y la pro-pia Primera División de Marines seinterroga sobre cuáles habrían sidolos titulares si la Coalición (sic) pier-de un batallón de infantería por unataque químico, o sobre qué habríasucedido de existir un impulso másnacionalista en el corazón del puebloiraquí y una mayoría de la pobla-

ción les hubiera combatido casa a casa.En su análisis posterior a la inva-

sión aconseja que pese a que “funcio-nó bien para los militares y losmedios” sea revisado por el procedi-miento de análisis riesgos-beneficiosantes de volver a repetir del mismomodo un programa para acoplarperiodistas en las mismas propor-ciones para futuras operaciones de com-bate. En este sentido considera limi-

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Las normas aplicadas por losestadounidenses a losperiodistas que lassuscribieron no creo queimpidieran en absolutotrabajar correctamente aquienes les acompañamos.

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‘Empotrados’, pero librestado el éxito para la propia PrimeraDivisión de Marines. Por el contrario,la Tercera División de InfanteríaMecanizada del Ejército de Tierra esmucho más optimista en su evalua-ción posterior a la invasión y califi-ca la inclusión de periodistas derotundo éxito.

Michael Pasquarett, profesor delCentro de Estrategia en Liderazgo dela Escuela de Guerra del Ejército deTierra de Estados Unidos, consideraque el público estadounidense tras esacobertura, que afirma ha obtenido elrespaldo de la opinión pública, obli-gará a militares y medios de comu-nicación a asegurarse la manera decontinuar manteniendo la integri-dad en la información conforme a lasmayores expectativas de la pobla-ción norteamericana.

Al margen de los necesarios inter-cambios de opiniones para modificaresas normas, ya iniciado, opino quela transacción esencial de los perio-distas con los militares fue el alcan-ce y la profundidad en el conoci-miento a cambio de la renuncia a laautonomía de movimientos. Comoexperiencia en mi caso resultó única,partiendo además de la base de queno son los reporteros sobre el terre-no quienes deciden la apertura de uninformativo o de un rotativo ni eli-gen para ello entre familias atribu-ladas por la muerte de sus miem-bros frente a los “progresos” de unpelotón de francotiradores en una avan-zadilla.

Para el futuro sigue siendo válidaen cualquier caso la recomendacióndel antiguo corresponsal en Saigóndel The New York Times Sydney H.Shandberg, quien aconsejó a los edi-tores y directores que pidieran menospuestos para periodistas empotradosy dejaran decidir a los veteranos desus respectivos medios escoger cómosituarse en la cobertura.

Dick Halstead recuerda en TheDigital Journalist, donde ha difundidoalgunos de los mejores trabajos foto-periodísticos del pasado año en Iraq,incluidos testimonios de periodistasque acompañaron a los norteameri-canos, que según un cálculo de LosAngeles Times, en los 10 años que duróla guerra de Vietnam perdieron la vida63 periodistas, comparado con los13 muertos en las tres semanas queduró la invasión de Iraq y el derro-camiento del régimen de SadamHuseín, la tasa de mortalidad actualalcanzaría los 4.368 periodistas muer-tos si el conflicto se prolongara tantocomo el del país sudasiático.

Espero que Julio y Couso, junto conlos demás periodistas fallecidos en Iraqy otros lugares del mundo, allí dondeestén puedan divertirse viendo cómolos reporteros se olvidan de pedir aalguien en casa que se ocupe de lim-piar de spam sus apartados de correovirtuales para evitar lo que le ocurrióa Tony Perry, de Los Angeles Times, quetuvo que renunciar al correo elec-trónico por la dificultad de vaciarloa 9.600 bps con el Thuraya. �

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ÓSCAR MIJALLO

D esde bien antiguo historia-dores y cronistas han acom-pañado a los ejércitos en suscampañas militares. Sufrían

las mismas largas marchas y las mis-mas penurias que los soldados y ofi-ciales y ello les permitió ser testigosde excepción de batallas que cambia-ron el curso de la Historia.

Trescientos años antes de Cristo unjoven griego de poco más de 20 añosdecidió embarcarse junto a las tropaspanhelénicas en una de las campañasmilitares más formidables de la todoslos tiempos: la conquista del granImperio Persa emprendida porAlejandro Magno. Se llamaba Calíste-nes y era sobrino segundo de Aristóte-les. Las influencias de su tío, quehabía sido maestro del Gran Alejan-

dro, sirvieron para que acompañaraal rey macedonio en calidad de cro-nista de la corte. Calístenes no era unsoldado que participara en la campa-ña, como Jenofonte, que años antesnarró en su Anábasis, la retirada deAsia Menor de 10.000 guerreros grie-gos derrotados por los persas. Sucometido era reflejar lo que veía, nopelear. Casi con toda seguridad no fueel primero y su trabajo poco tiene quever con el que realizan los actualesperiodistas empotrados, pero es evi-dente que, la tradición de acompañara los ejércitos e informar de prime-ra mano de lo que ocurre en el campode batalla ha seguido viva hasta nues-tros días.

El desarrollo del periodismomoderno y de nuevas tecnologías

Viejos y nuevos ‘empotrados’,testigos de excepciónLa autocensura puede ser rentable pero el deseo de la opinión públicade no saber o de saber sólo aquello que quiere escuchar no justifica,en una sociedad democrática, que se oculte la verdad.

Óscar Mijallo es redactor de Internacional en TVE, enviado especial en Bagdad ydoctorando de Relaciones Internacionales en la Universidad Complutense.

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Viejos y nuevos ‘empotrados’como la fotografía y el telégrafo faci-litaron que numerosos informadoressiguieran a los ejércitos de manerahabitual. En la Guerra de Secesión esta-dounidense los fotógrafos perseguíanen sus carromatos, tirados por caba-llos y utilizados a modo de cuarto oscu-ro, a las tropas confederadas y unio-nistas. El telégrafo posibilitó que loscorresponsales pudieran pasar días,o incluso semanas, en elfrente y luego mandar lascrónicas a sus rotativosen Londres, París o NuevaYork. Fue una prácticahabitual entre los gran-des como WilliamHoward Russell enCrimea, Archibald Forbesen la Guerra Franco-pru-siana o Januarius AloysiusMacGahan, durante laPrimera Guerra Mundial.Ellos desarrollaron sulabor a caballo entre dossiglos, en los albores delperiodismo moderno. La tradicióncontinuó en la Guerra Civil españo-la. George Orwell no dudó en pasarlargas temporadas en el frente deCataluña, en compañía de los trostkis-tas. En algunas ocasiones su fuerte com-promiso ideológico –dicen– le llevoa traspasar la línea roja que separaal periodista del soldado. Años des-pués, Robert Capa iba a bordo deuna de las barcazas que formaban laprimera oleada del desembarco alia-do en la playa de Omaha en

Normandía. Era el 6 de junio de 1944.Desde entonces el fenómeno se

ha repetido en casi todos los conflic-tos en los que han participado tropasestadounidenses y británicas peroha cobrado especial importancia enla última guerra de Iraq. Una legiónde más de 600 periodistas internacio-nales acompañaron a los soldadosanglo-norteamericanos en la ocupa-

ción del país. La opera-ción suponía el mayordespliegue informativodesde la Segunda GuerraMundial y estaba diseña-da para satisfacer almismo tiempo los intere-ses del Pentágono y de losgrandes medios de comu-nicación estadouniden-ses.

La mayoría de los espe-cialistas coinciden en des-tacar la importancia delos canales de informa-ción 24 horas como pieza

fundamental para el desarrollo delsistema. Son cadenas de noticias cuyavoracidad engulle toda la informaciónposible. Necesitan renovar constan-temente su material y esa necesidadse transmite en cadena, no sólo asus enviados, sino también a las agen-cias de noticias. Por otra parte larevolución tecnológica que se hadado en el campo de las comunica-ciones ha hecho posible que la trans-misión de información pueda reali-zarse instantáneamente. El pasado

Tanto para losmilitares como paralos medios el sistema de los‘empotrados’ ofrecíainnegables ventajas.

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otoño, cuando la red de telefoníaGSM aún no funcionaba en Bagdad,un chico de apenas 11 años vendía,a las puertas del hotel Palestina, dis-tintos modelos de Thuraya. Los popu-lares teléfonos satelitales costabanpoco más de 500 dólares y con ellosun enviado puede entrar en directoen radio o televisión desde cualquierlugar perdido en medio del desierto.Para transmitir imágenes de vídeo, tex-tos, fotografías o incluso hacer un direc-to mediante videoconferencia sóloson necesarias dos antenas parabóli-cas desplegables –las Nera, por ejem-plo– que se llevan en sendos maleti-nes de mano. Con ellas, un módemy un portátil puede realizarse una cone-xión de alta velocidad a la Red.

Con este panorama un reporteroque acompañe a las tropas en susmisiones y disponga del equipo nece-sario tiene infinitas posibilidadespara los medios de comunicación, enespecial para las televisiones. Perotodas las monedas tienen su cara ysu cruz. El hecho de incrustar perio-distas supone aceptar las reglas de com-portamiento que impongan los mili-tares. Geert Linnebank, editor jefede la agencia Reuters, afirma quepara los políticos y los generales lavoracidad informativa de los nuevosmedios supone una oportunidad a lavez que una amenaza. El fenómenodel empotramiento –sigue diciendoLinnebank– supone que los reporte-ros pueden informar desde primeralínea de fuego, mientras que el ejér-

cito puede ejercer un considerable con-trol sobre lo que ven, escriben y, enconsecuencia, sobre lo que transmi-ten a la opinión pública.

Tanto para los militares como paralos medios el sistema de los empotra-dos presentaba innegables ventajas. Losperiodistas tendrían acceso, no sóloal frente sino también a los jefes mili-tares, por lo que podrían rebatir la ver-sión oficial dada por los generales. ElPentágono, por su parte, esperabaque los reporteros pudieran contra-rrestar los efectos de la propagandaenemiga. El otro gran argumento afavor era el de la seguridad. Supues-tamente, los periodistas que viaja-ban con el ejército gozaban de suprotección y no estaban expuestosal fuego de las tropas aliadas. Para refor-zar su seguridad los reporteros dispu-sieron del mismo equipo de protec-ción contra armas químicas y bacte-riológicas que, según se dijo, poseíael régimen de Sadam. Incluso se lessuministraron las mismas vacunas yalgunos recibieron cursillos específi-cos para corresponsales de guerra.

Los sistemas de empotramiento ante-riores no habían llegado a tal gradode cooperación aunque, bien es cier-to, que en la Segunda GuerraMundial los periodistas estadouni-denses se integraban durante largastemporadas y llevaban equipo y uni-forme militar. El fuerte compromisode la población y la prensa norteame-ricana en aquel conflicto hizo que elmensaje patriótico dominara el

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Viejos y nuevos ‘empotrados’ambiente informativo y las relacionesentre el ejército y los medios fueranbuenas. En el caso británico elMinisterio de Propaganda pidió a losdiarios que designaran a sus corres-ponsales a los que se les dio un uni-forme específico y se les entregó undistintivo en el que aparecía la letra“C”. Los periodistas británicos fueronalejados deliberadamente del frenteen unidades logísticas y decomunicaciones bajo lasupervisión de censores.

Pero sin duda, los quepeor parte se llevaron fue-ron los informadores ale-manes que tuvieron quecontar lo que ocurría enprimera línea de fuego.Goebels los integró en sudescomunal máquina depropaganda bélica den-tro de las PropagandaKompanien, que recluta-ron redactores, cámaras,fotógrafos, locutores, etc…Recibieron entrenamiento militarbásico, lo que no impidió que murie-ran tres de cada diez, un porcentajesimilar al de la infantería.

La guerra de Vietnam fue cubier-ta por un gran número de profesio-nales de la información de todo elmundo, en especial estadouniden-ses. Ellos no dudaron en mostrarimágenes que reflejaban los horroresde la guerra: fosas comunes repletasde cadáveres cubiertos de cal, solda-dos norteamericanos y vietnamitas

muertos, civiles con terribles muti-laciones, casas destruidas o niñoscorriendo quemados por las bombasde napalm. Escenas que conmociona-ron a la opinión pública y la posicio-naron en contra de la intervención.Entre los militares estadounidensescomenzó a extenderse la impresiónde estar luchando contra un enemi-go en las trincheras del sudeste asiá-

tico y contra otro dentrode la propia nación.Muchos percibían que laderrota comenzaba a fra-guarse en las páginas delos diarios y en los noticie-ros de televisión. GeorgeGalloway, en Military-Media Relationship, escri-be: “Una generación desoldados se irán a latumba odiando a la pren-sa por lo que escribió”.

En el año 1983, la inva-sión de Granada consti-tuyó una victoria sin

paliativos para los estadounidensespero no se permitió a los centenaresde periodistas desplazados hastaBarbados cubrir el conflicto. Sólo 15de ellos pudieron visitar los frentesy rehusaron compartir su material porlo que la prensa no pudo informarde los detalles de aquella campaña.La reacción contra el ejército, recla-mando el derecho del gran públicoa estar informado, fue inmediata yel Pentágono recuperó la idea de queen la guerra también existe un fren-

Goebels integró alos informadoresalemanes en unadescomunal máquinade propagandabélica.

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te mediático interno. Se eligió algeneral retirado Winant Sidle para rea-lizar un informe que posibilitara a losmedios de comunicación la cober-tura de conflictos armados. Para elloSidle trabajó conjuntamente con lasprincipales organizaciones periodís-ticas de Estados Unidos entre las queestaban la American NewspaperPublishers Association, la AmericanSociety of Newspaper Editors, laNational of Broadcasters y la Radio-Television News Directors Associa-tion. En 1984 se publicó una pro-puesta que contenía ocho recomen-daciones entre las que figuraba elenvío de pooles de periodistas a las zonasde combate cuando otras formas deacceso no fueran viables, con el finde proteger su seguridad. El documen-to también establecía que los perio-distas que viajaran deberían respetarlas directrices establecidas por elDepartamento de Defensa y que suviolación constituiría la expulsióninmediata de la cobertura de la ope-ración. Este es el momento que marcael nacimiento de la figura de losempotrados modernos: por primeravez, varias asociaciones de mediosde comunicación independientesaceptan de forma expresa acatar lasrestricciones impuestas por el ejérci-to con el fin de que se les permita elacceso a la primera línea de fuego.

El nuevo acuerdo tuvo su bautis-mo de fuego en 1989 en la invasiónde Panamá, aunque la mala planifi-cación y la desinformación hizo que

la prensa llegara con retraso y que fue-ran retenidos en la base aéreaHoward. Sin embargo, Frank A.Aukofer y William P. Lawrence, enAmerica’s Team: The Odd Couple-Areporton the Relationship Betwen the Media andthe Military, afirman que ello sirvió paraque el entonces jefe del Estado MayorConjunto, el general Collin L. Powell,enviara un mensaje a sus comandan-tes haciendo énfasis en la importan-cia de permitir a los medios la cober-tura de las operaciones militares:

“Los jefes militares deben com-prender que los aspectos mediáticosde las operaciones militares sonimportantes… y merecen su aten-ción. La cobertura de la prensa y elapoyo de los pooles deben ser plani-ficados simultáneamente con los pla-nes de las operaciones y tienen quetener en cuenta todos los aspectos dela actividad operacional incluyendoel combate directo, la atención médi-ca, los prisioneros de guerra, los refu-giados, etc…”

La nueva predisposición delPentágono y el pacto con los mediosposibilitaron la mejora del sistema enSomalia y en la guerra del Golfo de1991. Tras los atentados del 11-S y laintervención en Afganistán era eviden-te que las actuaciones militares nor-teamericanas en el exterior, en elmarco de la guerra del presidente Bushcontra el terrorismo, tenían muchasposibilidades de ir en aumento y queel sistema de empotrar a la prensapodía ser muy útil.

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Viejos y nuevos ‘empotrados’Durante la última guerra de Iraq

el sistema llegó a su apogeo. ElPentágono permitió a unos 660 infor-madores, de los que alrededor de150 no eran estadounidenses, integrar-se en las unidades que entraron enacción. Sin embargo, las críticas hanido en aumento. A pesar de que loscorresponsales podían informar de loque ocurría en primera línea delfrente, los detractores delsistema argumentan quese ofrece una visión sesga-da del conflicto porquela fuerza de los hechosque se describen y, en elcaso de la televisión, elimpacto visual de las imá-genes, va en detrimento deun análisis más profun-do. El público disponía delas impresionantes esce-nas que recogían lascámaras situadas en losblindados o de las obteni-das por los reporteros en las trin-cheras, pero eso, restaba tiempo yespacio a la explicación global laguerra. Así, se eliminaban de la agen-da informativa temas más complejosreferidos a explicar el marco generaldel conflicto, sus causas, las consecuen-cias sobre la población civil, la eco-nomía y los posibles perjuicios quepodía ocasionar a las relaciones entreWashington y los países árabes.

Los periodistas debían respetarlas exigencias que los mandos mili-tares imponían en materia de segu-

ridad. Informar de aspectos operacio-nales como el objetivo de las misio-nes, los lugares concretos donde éstasse desarrollaban o los efectivos queparticipaban en ellas podía suponerla expulsión de los corresponsales, loque en la práctica, suponía unaforma de censura encubierta. Elcorresponsal de The Christian ScienceMonitor y el de Fox News, Gerardo

Rivera, fueron expulsadosen pro de esas considera-ciones. Esto hacía quemuchos de los informa-dores empotrados desarro-llaran una autocensuradedicada a evitar la retira-da de su permiso o lareprimenda de sus supe-riores. De hecho tuvieronque aceptar una lista de 49reglas, que puede consul-tarse en la página web deReporteros sin Fronteras,para obtener su acredita-

ción. Sin embargo, un informe rea-lizado por la BBC afirma que losincrustados de la cadena británicaenviaron igual porcentaje de imáge-nes de iraquíes celebrando y recha-zando la llegada de las tropas de lacoalición a Bagdad. El mismo docu-mento señala que fue en la redacciónde Londres donde se prefirió emitir,en una proporción de siete a uno, lasescenas que mostraban celebracio-nes en lugar de aquellas que refleja-ban el rechazo de la población a losocupantes. Marc Urban, de la BBC, llegó

Muchos de los‘empotrados’desarrollaron unaautocensura paraevitar la retirada delpermiso.

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a decir que el fracaso más importan-te de la cobertura de la guerra fue laimposibilidad de enseñar la realidadde lo que las fuerzas anglo-norteame-ricanas estaban haciendo con lainfantería de Sadam porque fue allídonde se ganó la guerra y donde seprodujo el 95% de la matanza.

Las imágenes de cadáveres muti-lados o cuerpos deshechos fueronproscritas bajo el argumento de queno es necesario recrearse el morbo parainformar con objetividad. Pero losque están en contra de este argu-mento afirman que las guerras lleva-das a cabo por gobiernos democráti-cos se hacen en nombre y en interésdel pueblo y que, por tanto, si la opi-nión pública apoya una guerra tieneobligación de asumir todas las respon-sabilidades, una de las cuales, es veren televisión las consecuencias delos combates. Es decir, los muertos ene-migos y los propios así como lossufrimientos de la población civil.

Christopher D. Tulloch, enCorresponsales en el extranjero, mito y rea-lidad, afirma que se intentó neutra-lizar cualquier efecto negativo sobrela población al imponer un retrasode unos segundos sobre las imágenesen directo de las cámaras situadas enlos blindados para después retirarlaspaulatinamente. Tulloch recoge lasimpresiones de Robert Fisk, de TheIndependent, uno de los más críticoscon el sistema, que no ha dudado enafirmar que los corresponsales inte-grados se hallan sometidos a una

censura para confundir deliberada-mente a la audiencia de la BBC no sóloen Gran Bretaña sino en todo elmundo. Durante la campaña, el his-toriador Philip Khightly sólo encon-tró una crónica crítica con la actua-ción militar estadounidenses quecontradijera la versión oficial. Fue unainformación referida al 31 de marzode 2003, cuando los soldados norte-americanos dispararon contra unvehículo matando a siete mujeres yniños publicada por el WashingtonPost. La versión de la Coalición man-tenía que se habían realizado dispa-ros de advertencia pero el empotradoWilliam Braningin afirmó que nofue así y que el número de muertosascendía a 10. La crítica de la actua-ción de los propios ejércitos es otrode los obstáculos que deben superarlos periodistas.

El hecho de que durante una gue-rra un medio que adopte una líneademasiado dura puede ser percibidocomo antipatriota por el público y tra-ducirse en un descenso de la audien-cia o de la venta de ejemplares. Dichode otra forma: la autocensura puedeser rentable pero el deseo de la opi-nión pública de no saber o de sabersólo aquello que quiere escuchar nojustifica, en una sociedad democrá-tica, que se oculte la verdad de lo quesucede aunque ésta sea desagradable.

También se ha hablado del síndro-me de Estocolmo de los periodistas,un fenómeno por el cual el hecho deque los empotrados vivan las mismas

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Viejos y nuevos ‘empotrados’circunstancias y los mismos peligrosque las tropas y de que en ciertomodo su seguridad dependa ellas,hace les sea difícil narrar los hechoscon objetividad. Gran número deestudiosos de la comunicación hanllamado la atención sobre la utiliza-ción de la primera persona del plu-ral –nosotros, nuestras tropas– enlas crónicas. Christiane Amanpour,durante años la corresponsal estrellade la CNN, resta importancia al usode este lenguaje patriótico con elargumento de que los reportajes vandirigidos a las tropas o al públiconorteamericano, si bien advierte delpeligro que supone.

La seguridad de los periodistas esotro de los argumentos que con másfrecuencia se esgrime a favor del sis-tema. Sin embargo, 4 de los 13 perio-distas muertos en Iraq durante 2003eran empotrados; entre ellos estabael español Julio Anguita Parrado. Unnúmero muy elevado para un conflic-to de tan corta duración.

Por otra parte, los informadoresdeben tener en cuenta que las unida-des a las que acompañan son un obje-tivo militar legítimo según laConvención de Ginebra y que, portanto, ellos se convierten en blancospotenciales y pueden perder la pro-tección jurídica que les brinda lalegislación internacional. En este sen-tido resultan impresionantes las pala-bras de Stuart Hughes, productor dela BBC, quien perdió una pierna al pisaruna mina en Iraq y que a pesar de ello

mantiene que los periodistas debenasumir el riesgo que conlleva su tra-bajo en el frente del mismo modo quelo hacen los militares. Profesionalescomo John Simpson, redactor jefede Internacional de la cadena públi-ca británica, o Robert Menard, secre-tario general de Reporteros sinFronteras, afirman que los informa-dores que trabajan fuera del sistemason los más perjudicados porque seenfrentan al rechazo de ambos ban-dos y en especial de las tropas de laCoalición. De hecho, muchos noempotrados se quejaron de que la poli-cía militar estadounidenses les negósu entrada desde Kuwait y de que fue-ron detenidos clandestinamente.

La multitud de empresas de segu-ridad privadas que trabajan en Iraqcontratadas por la Coalición dificul-ta aún más la labor de los no empo-trados que tienen que evitar no sólola censura militar, sino también el con-trol informativo de los mercenarios.Se trata de individuos contratados porla Coalición, a la que algunos mediosde comunicación se refieren como con-tratistas, un término mal traducido,que induce al error y que proviene delinglés: contractor.

En octubre de 2003 un cocheabandonado a las puertas del TeatroNacional de Bagdad despertó las sos-pechas de la policía iraquí pues pensóque podía tratarse de un cochebomba. El ejército estadounidenseacordonó la zona hasta que quedó claroque se trataba de una simple avería,

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una rotura del cable del embrague delvehículo. El conductor, un ancianoiraquí ataviado con la tradicionalkafiya, había abandonado minutosantes el vehículo para buscar a unmecánico. El anciano intentaba darexplicaciones a los soldados mientraséstos le propinaban una buena raciónde mamporros y se lo llevaban dete-nido. Acto seguido, varios individuosvestidos de civil y con chaleco anti-balas y gafas de sol encañonaron a nues-tro equipo de TVE, a otro de la tele-visión japonesa y a un freelance quegrababan la escena. Tras examinar ladocumentación y sin bajar las armasrequisaron todo el material audiovi-sual y en el habitual inglés con acen-to americano de los mercenarios –eseque se distingue porque no atiendea razones– dijeron que no se podíagrabar nada que comprometiera laseguridad. El hecho pone de manifies-to que los informadores no sólo seenfrentan a la censura de las tropas,en muchos casos menos estricta, sinotambién a la de los mercenarios quetrabajan en la sombra y sólo respon-den ante sus pagadores.

En este sentido, se ha llegado a suge-rir que todas las dificultades que sepongan a la labor de los periodistasno empotrados contribuirían al éxitodel nuevo sistema y por tanto al con-trol de la información por parte delas autoridades. Si la prensa inde-pendiente da una versión de loshechos diferente a la oficial o que noresponda a los intereses de las poten-

cias en conflicto, puede llegar a serun auténtico quebradero de cabezapara los gobiernos que tienen que res-ponder en las urnas ante los ciuda-danos. Esto hace más peligrosa y difí-cil la labor de los reporteros de gue-rra. Aunque quizá sea aventurado, nofaltan los que relacionan esta teoríacon el bombardeo contra el HotelPalestina, en el que murieron elcámara de Telecinco José Couso yTaras Protsyuk, de Reuters.

Para los medios de comunicaciónson muchas las ventajas que suponeel hecho de que sus informadoresacompañen a las tropas, pero no cabeduda de que nada vale esa informa-ción tan espectacular si está someti-da al control o a la censura militar.No se trata de poner en entredichola labor de los profesionales que hanarriesgado sus vidas acompañando alas tropas pero, parece claro, que sucontribución no es suficiente paracubrir todas las facetas de un conflic-to. Sus aportaciones tienen gran valorpero es necesario complementarlascon las de otros compañeros queinformen desde fuera del ámbito delas tropas y, a ser posible, en el casode una guerra como la de Iraq, entrela población civil. Además, es nece-sario cubrir la faceta más importan-te y quizás menos espectacular de cual-quier conflicto: hay que explicar cuá-les son las causas y las consecuenciasde la guerra, aunque eso signifiquerestar importancia a la imagen deimpacto. �

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TOMÁS ALCOVERRO

L legué a Beirut por primera vezcuando todavía funcionaba elmítico tren del Orient Expressy el autobús de la línea Nairn

–de insólita carrocería, medio aero-dinámica medio blindada– atravesa-ba el desierto entre Siria e Iraq por-que aún no se habían concluido lasobras del último tramo de la carre-tera, y llegaba a un Bagdad, remotoy provinciano… Entonces, sin duda –erael principio de la década de los sesen-ta, con el rais Nasser de Egipto reciénfallecido–, Beirut, la “Ciudad alegrey confiada” del MediterráneoOriental, era el centro de la prensay de la información árabe e interna-

cional no sólo de esta región levan-tina sino de la península Arábiga,incluso de los países arabizados eislamizados del norte de África. Loscorresponsales occidentales habíanhecho de la capital libanesa su des-pacho y su residencia habitual, pormuy variadas razones desde su inusi-tado ambiente de libertad, su diver-sidad cultural, hasta su red de comu-nicaciones, la mejor del OrienteMedio. En las oficinas de las agenciasinternacionales de noticias como laAFP, Reuters, Associated Press, UPI sereunían o por lo menos coincidíanmuchos corresponsales extranjeros,permanentes o de paso, en primer

Tribulaciones técnicas de un corresponsalEn los países del Oriente Medio el teléfono era, en los años de laguerra de Beirut, un lujo raro. El vehículo habitual de la transmisiónde informaciones y de crónicas era el télex, y las oficinas de lasagencias de noticias internacionales, el punto de encuentro decorresponsales y enviados especiales.

Tomás Alcoverro, decano de los corresponsales de La Vanguardia en el extranjero, viveen Beirut desde hace 40 años.

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lugar debido a sus apara-tos de télex desde dondepodían enviar sus cróni-cas. Los operadores loca-les perforaban las cintascopiando escrupulosa-mente los textos sin sabera menudo ni una jota delas lenguas en que estabanescritos. Mis crónicas lle-gaban a la oficina de laagencia UPI en Madrid,vecina al edificio de lasCortes, de donde lastransmitían, siempre portélex, a la Redacción delperiódico en Barcelona.

El télex era el mediomás utilizado para latransmisión de los despa-chos periodísticos. Recuer-do las crónicas deCristóbal Tamayo, corres-ponsal de La Vanguardia enAtenas en los años sesen-ta (el primer periodistaespañol que viajó a lasmontañas del Kurdis-tán,a lomos de una mula, para entrevis-tarse con el legendario caudillo nacio-nalista Barzani), pegando las palabrasdel texto, que yo tenía penosamenteque separar, aislar, porque él estabapercatado de que de esta suerte aho-rraba dinero en la transmisión.Tamayo, un burgalés que escribía conun excelente estilo, y tenía además lacostumbre de hacernos llegar repor-tajes, lo que se llaman “piezas intem-

porales” en las redaccio-nes, o todavía peor “cró-nicas de color”, porcorreo aéreo escritas amáquina en finas hojas depapel.

El teléfono, en los paí-ses del Oriente Medio, eraen aquellos años un lujoraro. Una vez que habíaconseguido llamar desdeEl Cairo a Barcelona, lacomunicación fue inte-rrumpida, no me cabeduda, por un agente de losservicios de escucha egip-cios, al no poder desci-frar ni una palabra de laconversación que mante-nía en catalán con MaríaTeresa.

Fuera del Líbano lacensura era el pan nues-tro de cada día para loscorresponsales extranje-ros que informabandesde Egipto, Siria, Iraq,Arabia Saudí. Sus minis-

terios de Información exigían a vecesla traducción completa de los textosen inglés o en francés si estaban escri-tos en otras lenguas, para dar su vistobueno tamponando cada una de suspáginas a fin de poder enviarlas pormedio del télex. En 1972 efectué miprimer viaje a Bagdad en el autobúsde la línea Nairn saliendo de Beiruty pasando por Damasco. Recuerdo lanoche en que atravesábamos el des-

Cristóbal Tamayo,corresponsal de ‘LaVanguardia’ en Atenas,fue el primer periodistaespañol que viajó enmula a las montañasdel Kurdistán paraentrevistarse con ellegendario caudillonacionalista Barzani.

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ierto teniendo como puntos de refe-rencia los faros iluminados de otrosvehículos que avanzaban por sus pis-tas –ya dije que aún no se habíarematado la construcción de la carre-tera– rumbo hacia la frontera ira-quí, sin señalizar. Iba a Bagdad paraescribir sobre los kurdos después deque el mollah Barzani hubiese firma-do un acuerdo con el vicepresiden-te de la República, Sadam Huseín. Peroal llegar a la ciudad del Tigris coin-cidí con la histórica “nacionaliza-ción” de la Iraq Petroleum Companypor el régimen baasista, gracias a lacual comenzó el espectacular desen-volvimiento económico, militar ycultural de la República. “El petroleoárabe”, gritaban en la larga calleSaadun, en la porticada calle Rachid,junto a los populares zocos, “para losárabes”. Después de la nacionalizaciónpor Nasser de la Compañía del Canalde Suez, fue el acontecimiento másdestacado de la “nación árabe” parazafarse de los últimos vestigios eco-nómicos de la colonización occiden-tal.

Escribí emocionadamente mi cró-nica –era el único corresponsal espa-ñol en Bagdad– viendo los jubilososmanifestantes desfilando por el cen-tro de la capital, escuchando el dis-curso del jefe del Estado, general AlBakr, entre himnos y cancionespatrióticas retransmitidas por la tele-visión,y me precipité en la oficina delMinisterio de Información paraenviarla. No había en Bagdad ningu-

na agencia internacional de noticiascon su preciado aparato de télex paramandar el artículo. Pero eran impres-cindibles tantos trámites para pasarla censura, era necesario tanto tiem-po para obtener la autorización ofi-cial que, desanimado, estuve a puntode renunciar a mi trabajo. Si nohubiese sido por un diplomáticoeuropeo, que me ayudó a conseguirel último billete de un avión que des-pegaba por la tarde hacia Beirut,nunca hubiese publicado miInformación de primera mano.Llegué a tiempo a la oficinita de laUPI, con cuya agencia Augusto Assíahabía firmado un contrato, muchosaños antes, cuando era el príncipe delos corresponsales de La Vanguardia,que nos permitía utilizar sus servicios,vale decir sus télex, así como susinformaciones, en el extranjero, yentregué el texto al operador libanésque, sin pérdida de tiempo, perforóla cinta destinada a mi periódico. Aldía siguiente aparecía mi crónicafechada en Bagdad como enviadoespecial…

La tiránica dependencia del télexcondicionaba frecuentemente el tra-bajo ya que había que elegir entre laseguridad de que las crónicas llega-sen y llegasen a tiempo a la redacción,o la incertidumbre de desplazarse aun lugar desde el que no estuviesegarantizada su transmisión.

Mi primera entrevista con YasirArafat la escribí en Ammán en aquelSeptiembre Negro de 1970 en que

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los fedayin palestinos ylos soldados de la LegiónÁrabe del rey Huseíncombatían en las calle-juelas de sus colinas enuna implacable guerrillaurbana. Agota-das mis ten-tativas de enviarla por eltélex de la oficina deCorreos en el centro dela ciudad, aún expuesta alos francotiradores, o de laEmbajada española en laque el embajador DuránLoriga se desvivía en vanopara conseguir la comuni-cación, la confié a un des-conocido viajero, huéspedde mi pequeño hotel, quesalía aquella mismanoche hacia Beirut. Al lle-gar a la capital libanesainmediatamente la entre-gó a la UPI para transmi-tirla a mi periódico. Antela completa imposibilidadde utilizar el télex, queda-ba la difícil alternativadel teléfono. Cuando don Juan CarlosI, siendo todavía príncipe, visitó en 1972Riad (Arabia Saudí), la comunicacióncon España era tan lamentable que medesgañitaba para deletrear cada pala-bra para que las copiaran los sufridostelefonistas. Nunca he dictado –can-tado se decía– una crónica con tantossudores , mientras al otro lado del telé-fono el operador todavía me decía:¡Tomás, no se te oye; grita más!”

Muchas veces habíaque contentar a las tele-fonistas, a los telefonistas,a las operadoras y opera-dores, con regalos o pro-pinas. En Riad eran tele-fonistas tocados con susblancas kefias los que debí-an conseguirnos la comu-nicación con España yrecuerdo que les entrete-nía contándoles historie-tas o noktas, como dicenlos egipcios, para aliviarsu enervante trabajo ypoder dictar mi crónica.

Poco a poco los gran-des hoteles contaron consus líneas telefónicas yde télex internacionales.Durante el bombardeo yasedio israelí del oeste deBeirut del verano de1982, el Hotel Commodo-re, cuartel general de loscorresponsales de prensa,ofrecía sus servicios detransmisión a los clientes.

Ésta fue una de las principales razo-nes por las que los periodistas extran-jeros se alojasen en aquel céntrico hoteldel barrio de Hamra, cuya propie-dad y dirección estaban en aqueltiempo en manos de influyentespalestinos. Durante los largos años delas sucesivas guerras entre 1975 y1991, las agencias de noticias inter-nacionales fueron desertando de laciudad, ahuyentadas por el terror,

Augusto Assía, en susaños de príncipe de loscorresponsales de ‘LaVanguardia’, habíafirmado con la agenciaUPI un contrato quenos permitía utilizarsus servicios, valedecir su télex.

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por los secuestros, pero también porla falta de comunicaciones seguras,estableciéndose principalmente enNicosia, en la vecina isla de Chipre.Yo fui uno de los contados correspon-sales occidentales que permaneció enel oeste de Beirut.

Como la sede de Correos yTelégrafos de la capital estaba en laparte occidental de la dividida capi-tal mal llamada musulmana, fueronlos palestinos de Yasir Arafat los quedurante su hegemonía del sector con-trolaban su funcionamiento. En elHotel Alexandre de la zona habitadapor la población cristiana, los corres-ponsales tenían sólo tres minutospara intentar conectar por su teléfo-no a sus redacciones, y si no no lo con-seguían debían dar paso a los que impa-cientemente esperaban su turno. Eldía en que Yasir Arafat y sus últimoscompañeros salieron por mar deBeirut, en cumplimiento de los acuer-dos impuestos por los israelíes sobrela evacuación de sus guerrilleros y delos miembros de las organizacionespolíticas, no pude enviar mi crónica.Los pocos aparatos de télex que habíaen la parte occidental de la ciudad–como el del Commodore, en elpequeño cuarto detrás del mostradorde la Recepción– dejaron de funcio-nar.

Con unos colegas japonés e italia-no decidimos atravesar el peligroso“paso del Museo”, con barricadas demilicianos y francotiradores, queseparaba los dos sectores desgarrados

de la ciudad desde el principio de laguerra de 1975 para llegar a la loca-lidad de Babada, en la parte cristia-na ocupada por los israelíes donde elmando del ejército, el Tsahal, habíainstalado un centro de comunicacio-nes. Era nuestra única posibilidadde mandar las crónicas. A pie, entaxi, en vehículo militar de la Falangecristiana, alcanzamos la oficina de telé-fonos y télex establecida en la sededel gobernador de la plaza. Anoche-cía y faltaba poco tiempo para el cie-rre de las ediciones. El corresponsaljaponés estuvo más de media horapegado al teléfono, y cuando le tocóel turno al italiano, un napolitano cor-dial y vivaracho, la comunicación secortó al poco de empezar a dictar, yno hubo forma de restablecerla.“Mamma mia”, grito desesperado,casi con las lágrimas en los ojos, antelos militares de Israel. La crónicasobre la evacuación de Arafat –unafecha histórica en la batalla deBeirut–, que tanto trabajo y tantas peri-pecias me había costado, sólo pudeaprovecharla, actualizándola, un díadespués.

La interminable guerra de Beirut,el paraíso infernal de los correspon-sales de prensa, de las décadas delos setenta y de los ochenta, fue “miguerra”. Desde las ventanas de mi pisode la calle Commodore, al lado delhotel, escribí crónicas narrando la bata-lla campal entre los milicianos en laesquina. Todo estaba al alcance de lamano. Josep Pla repetía siempre que

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es “más difícil describirque opinar”. La fascinaciónde la guerra de Beirutdonde se cumplía a raja-tabla el acto surrealista porantonomasia que segúnAndré Breton era salir ala calle y disparar sobreno importa quién, con-movió a una generaciónde periodistas. Lástimaque entonces fueran tandifíciles las comunicacio-nes. ¡Cuántas angustias,cuántas frustraciones fui-mos acumulando porfalta de la seguridad en latransmisión! O quizáhabría que decir todo locontrario porque debidoa su inestabilidad , a suscomplicaciones, el traba-jo del corresponsal eraaún más desafiante.

La información ins-tantánea, la hegemonía delas poderosas cadenas detelevisión –incluidas AlYazira y Al Arabiya–, el extendidouso del teléfono móvil, han confun-dido como ha escrito IgnacioRamonet, la “información con lacomunicación”. Internet se haimpuesto en casi todos los países delOriente Medio, con algunas excepcio-nes como en Irán o en Siria, y ha hechoestragos en Bagdad tras la ocupaciónestadounidense, donde ha florecidoen cada esquina un cibercafé. Nuestro

trabajo “atípico”, comolo había calificado miamigo Lluis Foix en suconferencia ‘Su excelen-cia el corresponsal’, hacambiado profundamen-te. Las oficinas de lasagencias de noticias yano son frecuentadas porlos corresponsales nienviados especiales. Ensi-mismados en la navega-ción por Internet, sufrimosla tentación de hundir-nos en un mundo infor-mativo virtual.

He sido de los últimosen emplear todavía eltélex en Beirut. No eraun anacronismo porquetras los años de las gue-rras crueles, la red decomunicaciones, espe-cialmente la telefónica,había quedado muy des-truida. Alo, alo Beirut fueuna popular canción liba-nesa que aludía a estas

penosas dificultades de comunica-ción.

En Beirut, indiscutible plataformade la prensa árabe, sigo frecuentan-do la oficina de la Agence FrancePresse –soy francófono empederni-do– y utilizo uno de sus ordenadorespara enviar mis crónicas por correoelectrónico a la Redacción de LaVanguardia. Beirut, pólvora y jazmín,es mi ciudad. �

La interminable guerrade Beirut de lossetenta y los ochentala escribí desde lasventanas de mi piso dela calle Commodore,narrando la batallacampal entremilicianos de laesquina.

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ÁNGELES ESPINOSA

A l poco de superar mis inicioscomo meritoria en El País, fuiasignada al cierre. La duraescuela de la noche resultó fun-

damental en mi formación de edito-ra, aunque también me deparó algu-nos malos entendidos. El porteronocturno de la finca donde vivía mesonreía con picardía cada vez queregresaba a las tres o las cuatro de lamadrugada. Pasado el apuro inicial,contaba la anécdota a mis amigoshaciendo el chiste fácil de que enrealidad yo no quería hacer la nochesino la calle. No sabía entonces hastaqué punto ésa era la esencia de este

oficio de informar. Después de dos déca-das de hacer la calle, en el sentido perio-dístico de la expresión, el pasadoabril temí, por primera vez, que mitrabajo no fuera ya posible en Iraq.

¿Qué cambió entonces? Nada ycasi todo. No hubo una hecatombe.La guerra oficial hacía un año quehabía terminado. La violencia, enaumento desde el mes de septiembreanterior, tampoco era una novedad.Y sin embargo, las calles de Bagdadse hicieron más hostiles y emprenderlas carreteras que comunican la capi-tal con el resto del país se convirtióen una imprudencia temeraria. Iraq

Informar desde Iraq,una imprudencia temerariaLa posguerra se ha probado mucho más insegura que la guerrapropiamente dicha. De la treintena de fallecidos de los medios decomunicación desde el inicio de las hostilidades, el 20 de marzo de2003, al menos 16 han muerto en los 5 primeros meses de este año.

Ángeles Espinosa, especialista de El País en Oriente Próximo y Asia Central, viajó porprimera vez a Iraq en 1985, donde cubrió su enfrentamiento con Irán y la posteriorGuerra del Golfo. Ha pasado allí 11 de los últimos 18 meses. Además, ha informado delos conflictos de Líbano, Palestina y Yemen.

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se transformó en lo que la organiza-ción Reporteros Sin Fronteras (RSF)ha calificado como “uno de los luga-res más peligrosos del mundo paralos periodistas”.

Explicar ese cambio cualitativoresulta complicado. El peligro a finde cuentas es una percepción, y comotal, subjetivo. Pero hay datos. El ries-go de ser víctima de un disparo o unabomba artesanal era aleatorio hastaabril. El periodista jugaba a la mismaruleta rusa que el resto de los civiles,iraquíes o extranjeros. Los mayoresproblemas de los informadores esta-ban vinculados a las fuerzas de ocu-pación, con las que no obstante unosiempre confiaba en poder enten-derse a pesar de que varios inciden-tes (seis muertes y varias detenciones,entre ellos) pusieron en entredichosu moderación.

La posguerra se ha probadomucho más insegura que la guerrapropiamente dicha. De la treintenade trabajadores de los medios decomunicación que han muerto enIraq desde que se iniciaran las hosti-lidades el 20 de marzo de 2003, almenos 16 (12 de ellos iraquíes) lohan hecho en los cinco primerosmeses de este año. Tal como consta-tó Amnistía Internacional “el perío-do posbélico ha estado marcadodesde el principio por la ausenciade seguridad básica”. Aún así, losreporteros continuaron realizandosu trabajo. Informar sobre conflictosnunca ha sido fácil ni nadie ha dicho

que lo sea. Cada uno toma sus medi-das. Hasta dónde es posible.

Y eso es lo que cambió en abril. Lasensación de que era poco lo quecada uno podía hacer para autopro-tegerse. Con el sur chií inflamado porel cerco al líder populista Múqtadael Sáder y el oeste suní en pie de gue-rra por el bloqueo a Faluya, los másextremistas entre los insurgentes qui-sieron hacer del secuestro de extran-jeros, militares o civiles, un arma denegociación. No se trataba, como hasucedido en otros países, de ameri-canos u occidentales; todos, incluidosasiáticos y árabes, nos convertimosen objetivo, una pieza de caza precia-da para cualquier iraquí deseoso demostrar su patriotismo o de buscaruna recompensa.

El efecto caracol

Cierto que en ningún momento se hasingularizado a los periodistas sobreotras profesiones. Al contrario, sunúmero resulta bajo en compara-ción con agentes de seguridad, con-tratistas o simples empleados deempresas diversas. Tres checos, dosjaponeses y un francés fueron losúnicos informadores entre el mediocentenar de víctimas de la ola desecuestros de abril. Todos fueron libe-rados sin daño. Las posteriores reten-ciones de varios reporteros, entreellos un español, apenas duraronhoras, afortunadamente. Aún así, elgiro en los acontecimientos, inclui-

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Informar desde Iraqdo el aumento de los atentados con-tra intereses extranjeros, produjo unefecto caracol: replegarse en casa oen el hotel de turno, siguiendo los pru-dentes consejos de las cancillerías.

Y ahí radica el problema. Mientraspara diplomáticos, cooperantes ocontratistas proseguir su tarea desdeel encierro de una oficina bajo vigi-lancia puede resultar difícil y frustran-te, para los periodistas es sencillamen-te imposible. Las opciones de traba-jo se redujeron a empotrarse con lastropas ocupantes o con la resistencia,dos alternativas fuera del alcance dela mayoría de los informadores, ade-más de bastante discutibles comoúnica fuente de información.

Cuando al salir de vacaciones amediados de abril, reflejé en unacrónica mi frustración por ese cam-bio, el jefe de Internacional de unimportante medio español, se sintióofendido. En su opinión, desacredi-taba el trabajo de los colegas que sequedaban, entre ellos uno de suscolaboradores. Nada más lejos de miintención. Me limitaba a reflejar lascrecientes dificultades, que persis-ten a día de hoy. Lo que ese respon-sable no decía es que en su medio nin-gún miembro de plantilla quiere via-jar a Bagdad, un destino que se venobligados a cubrir con contratados alborde de la legalidad y la moralidad.

Más cínico resulta pretender quela gente está trabajando normalmen-te. Hay detalles que pasan desaper-cibidos al espectador, pero que los res-

ponsables periodísticos conocen. Enla pantalla, la corresponsal de unaprestigiosa cadena internacionalhace su aparición habitual. Fuerade cuadro, dos hombres armadosvigilan la grabación, mientras dos landrover blindados de color blanco espe-ran con el motor en marcha por loque pueda suceder. La data de un cono-cido periódico reza Faluya, dondedebiera decir Camp Faluya, porquesu reportero se encuentra empotra-do con los marines en esa base, sin acce-so directo a la población local. Y lasagencias hace semanas que han deja-do de tener firmas anglosajonas o euro-peas sobre el terreno: en su lugar,reporteros locales, árabes u origina-rios de países musulmanes, utilizansu capacidad de pasar inadvertidospara mantener el hilo de la informa-ción.

Los periodistas, tanto extranjeroscomo iraquíes, hemos sufrido en estepaís todo tipo de agresiones: desde elasalto de bandidos y saqueadoreshasta el acoso de las partes en com-bate (incluido el Ejército estadouni-dense). Sólo a raíz de los sucesos deabril, RSF advirtió de que “tal inse-guridad de los profesionales de losmedios de comunicación limita con-siderablemente su capacidad de pro-porcionar informaciones al públi-co”. Los profesionales sobre el terre-no reconocen con inquietud estasituación.

En una reciente cena en Kabul, lacorresponsal en Afganistán de The

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Washington Post me comentaba quehabía tenido que apoyar el desplie-gue informativo en Iraq en tres oca-siones durante el último año. “Henotado una diferencia tremendaentre las dos primeras, en las que pudeviajar libremente, y esta última, quehe estado empotrada”, admitía. “No hayforma de comprobar el verdaderoapoyo a la insurgencia y resulta másdifícil informar sobre la gente real”.

Volver a la calle

“La agencia limita los efectivos y losdesplazamientos por seguridad”, meescribía otra compañera en un e-mail.“Conociéndome, creo que la frustra-ción es menor sabiendo que me pier-do muchas historias por estar enParís que sabiendo que me las pier-do atrincherada en mi habitaciónde hotel de Bagdad”. La imposibilidadde hacer la calle no es una paranoia.“Ir por ahí haciendo reportajes esuna barbaridad”, advierte un emba-jador europeo conocedor de los entre-sijos iraquíes. “Seguir el juego polí-tico en Bagdad es otra cosa”.

Siempre se puede trabajar. El pro-blema es a qué precio. Los directoresde algunos medios así lo han recono-cido al posponer o condicionar los des-plazamientos de sus reporteros.Ninguna noticia merece el preciouna vida. Y a la vez sabemos quenuestra responsabilidad es informar.Difícil decisión cuando la carrerapor estar en los sitios es muchas

veces más importante que lo que secuenta en sí.

Dos meses después, la situación,sin mejorar, no ha empeorado. “Es cier-to que hace algunas semanas que elritmo de los secuestros se ha reduci-do”, admite una fuente diplomática,“pero también hay menos gente a laque secuestrar porque los civilesextranjeros se han convertido en unobjeto exótico”. Las salidas de losreporteros se hacen así más llamati-vas. “Estás comprando muchos bole-tos para la lotería”, advierte un res-ponsable de seguridad a uno de lospocos corresponsales europeos desti-nados en permanencia en Bagdad.

Quien tenga contactos de antes aúnpodrá trabajar como lo hicimos en lassemanas difíciles del 4 al 18 de abril,es decir, con citas concertadas, movi-mientos imprescindibles y tirandode la precaria red de teléfono local.Lo que esta complicado es reportear.Salir a la calle, hablar con la gente ysentir el pulso.

La mayoría de los extranjeros (fun-cionarios, diplomáticos, contratistase incluso algunos reporteros de tele-visión) se mueven por Iraq, incluidoBagdad, con protección armada.¿Puede un periodista conseguir infor-mación normal haciendo entrevis-tas rodeado de tres fornidos guar-daespaldas? Tal vez, pero Iraq noentrará en la senda de la normaliza-ción hasta que los periodistas nopodamos volver a hacer la calle sinjugarnos la vida en ello. �

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ENRIQUE PERIS

E l tópico de un antes y un des-pués –aplicado en este caso ala BBC– es casi obligado alhablar de la crisis provocada

por el caso Kelly y sus consecuenciaspara el futuro de la radiotelevisiónpública británica. La BBC se encuen-tra en un momento crítico de su his-toria: el estatuto de la corporación –lacarta, que garantiza su existenciamisma, su independencia y su viabi-lidad económica y financiera– deberenovarse para el año 2006, y esarenovación (o revisión, como algunoslo plantean), se va a producir en unmomento de cambios sociales impor-

tantes, de novedades trascendentalesen el panorama audiovisual y deavances tecnológicos que están modi-ficando sensiblemente el ámbito delas comunicaciones y, por extensión,los gustos, hábitos y costumbres dela audiencia de televisión.

El caso Kelly, con la sacudida polí-tica que desencadenó, se llevó pordelante a la cúpula de la BBC delmomento y, de paso, vino a poner sobrela mesa un debate enriquecedorsobre el papel y la necesidad, inclu-so en estos tiempos –o, quizá, demanera especial en estos tiempos–,de una televisión pública con carác-

“Sin independencia, la BBC no tiene sentido”Pese a las conclusiones del Informe Hutton, en la apreciación de laopinión pública británica el Gobierno salió de la crisis provocada porel ‘caso Kelly’ peor parado que la BBC. La gente consideró excesivo elcastigo a la cadena pública y no entendió que el Gobierno y suentorno quedasen limpios. Y el público británico, según los informes ylas encuestas, sigue valorando la imparcialidad y la independencia enla información como algo que hay que mantener.

Enrique Peris es corresponsal de Televisión Española en Londres.

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ter de servicio público, independien-te, políticamente neutral y objetivae imparcial en sus informaciones,viable y autónoma desde el punto devista económico e inmune a las pre-siones del poder, especialmente delpoder político, es decir, del Gobierno.

Para muchos, lo que estuvo en elorigen de la crisis, hace algo más deun año, fue simplemente el malestardel Gobierno, y su intento –a cargo,especialmente, de Alastair Campbell,el enérgico responsable de Comuni-cación de Tony Blair– de poner en entre-dicho a la BBC y atajar la visión crí-tica que el entorno del primer minis-tro atribuía a la corporación, sobrelas causas de la guerra en Iraq y sobrelos esfuerzos de Downing Street porbuscar a toda costa argumentos querespaldase ante la opinión pública elataque contra Sadam Huseín. Lo queparece claro es que, en ese caso, la BBCle dio a Alastair Campbell un buenpretexto con la información del perio-dista Andrew Gilligan, emitida en elprograma Today de Radio 4 unamañana de finales de mayo de 2003:una aseveración hecha en directopor el propio Gilligan, en la que,improvisando, sin un guión escrito,venía a decir que el Gobierno de TonyBlair sabía, cuando hizo público elinforme sobre la amenaza iraquí,que el dato de que Sadam Huseínpodía poner en marcha sus armas dedestrucción masiva en un plazo de45 minutos era probablemente falso,y a pesar de eso decidió incluirlo en

el dossier. Para que no quedase duda,Gilligan, un especialista en temas deDefensa en la BBC (radio), repitió suhistoria días después en un artículoen el periódico Mail on Sunday, y aquícontó además que su informaciónprocedía de “una fuente de los servi-cios de inteligencia”, la cual le habíadicho también que el propio AlastairCampbell había sido el que habíaobligado a hinchar, o “adornar”, elinforme del Gobierno sobre la ame-naza iraquí para hacerlo más convin-cente ante la opinión pública (más sexy,

EL PROTAGONISTA

Andrew Gilligan, de 36 años, llevaba enla BBC desde 1999, cuando lo ficharonpara el programa Today de Radio 4, enel que ha trabajado todo este tiempo.Como reportero de la BBC ha viajado porunos 40 países, entre ellos Pakistán yAfganistán. Renunció a su puesto en elprograma el pasado 30 de enero y esedía declaró: “Me voy por iniciativa pro-pia, pero la BBC en su conjunto ha sidovíctima de una gran injusticia”. Y con-tinuó: “Si lord Hutton hubiera examina-do exhaustivamente las pruebas quese le presentaron, habría concluido quela mayor parte de mi reportaje era cier-ta”. Aunque admitió que había cometi-do errores, y se excusó por ello, defen-dió la esencia de la historia. Además, dijoque el castigo a la BBC fue “despropor-cionado respecto a sus errores y los míos,que no fueron premeditados”.

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“Sin independencia, la BBC no tiene sentido”según su propia expresión). Más tardese supo que esa fuente era el doctorDavid Kelly, un experto en armamen-to y asesor del Ministerio de Defensaque no pertenecía, en realidad, a losservicios de inteligencia aunque teníarelación con ellos, y que, por su parte,negó ser el origen de la informaciónde Gilligan tal como él la presentó.

A partir de ahí los acontecimien-tos se precipitaron de forma dramá-tica. En una llamativa decla-ración ante una comisiónparlamentaria, AlastairCampbell desacreditó ex-presamente la informaciónde Andrew Gilligan y sequejó en tono áspero de laactitud general de la cade-na pública en el asunto deIraq. Gilligan se ratificó ensus afirmaciones y sus jefesen la BBC lo apoyaron yrechazaron las quejas pro-cedentes de DowningStreet. Pronto se vio que elGobierno parecía muydeterminado a demostrarpúblicamente que la infor-mación era inexacta, almenos en algunos de sus puntos, yasí llegó a desvelarse la identidad dela fuente del periodista de Radio 4:el doctor Kelly, quien, abrumado porlas circunstancias, viéndose señala-do en el centro de un torbellino polí-tico-periodístico que lo superaba y cues-tionado en todos los medios sobre loque había dicho y lo que no había

dicho, se suicidó, cortándose lasvenas, en un bosquecillo cercano a sucasa de Oxfordshire.

Cuando parecía que la imagen deTony Blair y de su entorno podría salirrobustecida de ese enfrentamiento conla cadena pública, la muerte del cien-tífico fue una sorpresa demoledora.Al doctor David Kelly se lo vio comola víctima en una batalla descarna-da entre el Gobierno y la BBC con la

guerra de Iraq comofondo, y ambos bandos –lacorporación pública y elGobierno Blair, perosobre todo este último–resultaron muy tocadosen ese episodio. La salidapara el primer ministro,en uno de los momentosmás duros de su manda-to, fue anunciar unainvestigación rápida,rigurosa e independien-te –que correría a cargodel veterano y prestigio-so juez lord Hutton–, yprometerle todo suapoyo y colaboración.

Casi dos meses deaudiencias públicas, la declaración demás de 70 testigos, entre ellos el pro-pio primer ministro y los responsa-bles de los servicios de espionaje,una larga meditación y una laborio-sa redacción a cargo del juez, dieroncomo fruto, medio año después, el céle-bre Informe Hutton, que se ha con-vertido en una pieza discutida y con-

La primerainformación deGilligan en Radio 4,improvisada, singuión previo, sirvióal Gobierno paraponer en entredichoa la BBC.

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trovertida como pocas en su género.Tal como lo había advertido claramen-te al iniciar su trabajo (“yo marcaréy decidiré por mí mismo los límitesde mi investigación”), el juez Huttonrestringió esos límites según su cri-terio y no entró a valorar los motivosdel Gobierno para ir a la guerra, o laveracidad o no de los informes de inte-ligencia en los que el primer minis-tro decía basar sus razones. Así, lasconclusiones de su informe venían aser un durísimo castigo a la actuaciónde la BBC en el caso Gilligan, mientrasel Gobierno salía prácticamenteindemne. Según su dictamen, lainformación que facilitó el Gobiernosobre la amenaza iraquí era consis-tente con la inteligencia que había reci-bido sobre la situación en Iraq, y ello“independientemente de que conposterioridad se considerara que elinforme en el que se basó la afirma-ción sobre los 45 minutos no era fia-ble”.

Así, el juez llegaba a la conclusiónde que –al margen de otras conside-raciones– la información emitida esamañana de mayo por Radio 4 erainfundada, por cuanto que daba aentender a quien la escuchara que eldossier sobre Iraq elaborado por elGobierno había sido maquillado condatos de inteligencia de los que se sabíaque eran falsos o dudosos: “Y ese noes el caso”, dictaminaba lord Hutton.Además, el juez hacía extensiva la crí-tica a los sistemas de control edito-rial de la BBC por no haber sido capa-

ces de evitar que esa “información sinfundamento” saliera al aire.

Lo que al principio fue simple-mente una sorpresa por la dureza dela crítica a la BBC, pronto dio paso aexpresiones de solidaridad con lacadena y de rechazo más o menos con-tundente a las conclusiones del juezHutton, que muchos considerarondesequilibradas, demasiado benévo-las con el Gobierno e injustamenteinclementes con el trabajo de la radio-televisión pública. Y, sin embargo, aúndejando aparte las quejas del entor-no de Blair, el hecho es que las críti-cas a la BBC por su actuación en elcaso Gilligan no eran nuevas. Críticasaún más duras se habían podidoescuchar unos días antes de hacersepúblico el informe del juez… ¡en lapropia BBC! El 21 de enero, miérco-les, se emitió en BBC One una ediciónespecial de Panorama, el programa estre-lla del periodismo de investigaciónde la cadena, dedicada a analizar lascircunstancias y las secuelas de lacontrovertida información deAndrew Gilligan en Radio 4. “Una luchaa muerte” (A fight to the death), erael expresivo título del reportaje, fir-mado por John Ware, un veterano ymuy prestigioso periodista de la casa,un auténtico peso pesado, que enun ejercicio de implacable críticainterna venía a poner de manifiestolos errores cometidos por la BBC enel asunto, la falta de rigor de las afir-maciones de Andrew Gilligan y laresponsabilidad directa de los man-

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“Sin independencia, la BBC no tiene sentido”dos de la cadena (el jefe deInformativos, Richard Sambrook; eldirector general, Greg Dyke, y el chair-man, Gavyn Davis) por no comprobarsi había razón en las quejas delGobierno en este caso, y por su des-cuido y dejación al respaldar la ver-sión de Gilligan –del que se decíaque tenía cierta tendencia a tomar-se peligrosas libertades a la hora decontar sus noticias, y que ya había sidoreprendido en el pasado porese motivo–, sin detenerse averificar escrupulosamen-te sus datos, revisando ycomprobando sus notas.Hay que decir que, al contra-rio que lord Hutton en suinforme, que iba a hacersepúblico sólo unos días des-pués, el reportaje dePanorama dejaba tambiénmuy evidentes los pecadosdel Gobierno y sus maniobraspara presionar y estrujar alos servicios de inteligenciaen busca del material másconvincente sobre Iraq, delmás llamativo, del más con-veniente, en definitiva, parasus intentos de justificar el ataque.

Aunque muchos han visto esaespecie de autocrítica de Panoramacomo un reflejo de la salud profesio-nal y de la independencia de la BBC,hay que subrayar que el asunto Kellyha provocado, también, una conside-rable crisis interna y ha puesto de mani-fiesto cierta división entre los profe-

sionales de la corporación que hanvivido en los últimos meses una sen-sación de abatimiento, humillación,pesimismo y temor sobre el futuro dela cadena.

La dimisión, a consecuencia delInforme Hutton, del presidente delConsejo de la BBC, Gavyn Davis, y sobretodo la dimisión a regañadientes deldirector general, Greg Dyke, un pro-fesional muy popular en la casa, fue-

ron acogidas con pro-testas, concentracionesy manifestaciones desolidaridad con Dykepor parte de gruposnutridos de trabajadoresde la corporación, gestosde simpatía y apoyo quese convertían por exten-sión en expresiones derechazo a las conclusio-nes del juez Hutton. Elpropio Dyke no se repri-mió en proclamar queno estaba de acuerdocon esas conclusionesdel magistrado y que élno veía de qué tenía quearrepentirse la BBC. Y

eso que, en un intento de poner fina la crisis, y para dar satisfacción alGobierno, el nuevo responsable en fun-ciones de la cadena, lord Ryder, se habíaapresurado a pedir disculpas, “deforma incondicional”, por los errorescometidos en el caso Kelly. Y cuandoa Mark Byford, el hombre que tras ladimisión forzada de Greg Dyke fue

Sensación deabatimiento,humillación,pesimismo y temorsobre el futuro de la cadena entrelos profesionales dela BBC.

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designado director general en funcio-nes, le comentaron en el curso de unaentrevista que, después de todo,muchos tenían claro que la informa-ción difundida por Andrew Gilligana través de Radio 4 era “mostly right”(es decir, “cierta en su mayor parte”),Byford respondió con una frase rotun-da: “Mostly right isn’t good enoughfor the BBC” (“que sea cierto en sumayor parte no es suficiente para laBBC”), con la que venía a desautori-zar implícitamente la actuación desu antecesor.

La cuestión parece ser hasta dóndedebe llegar la autocrítica de la cade-na, y si el error Gilligan fue una tor-peza o un descuido circunstancia-les, o algo más.

La verdad es que la BBC ha sido unaleyenda y una referencia mundialpor su independencia –no es la pri-mera vez que sus informacionesresultan incómodas y hasta irritan-tes para los gobiernos– y también, yen la misma o mayor medida, por surigor y fiabilidad. Junto a ello, a vecesse le atribuía cierta lentitud y pesa-dez. Lo suyo no era dar las noticiasrápidamente, antes que nadie, sinodar noticias fiables y contrastadasque todos reconocían y admitíancomo tales sin dudarlo. En los últi-mos años, con la proliferación de lascadenas de noticias y la competenciade los canales de información conti-nua, las cosas han cambiado algo, yen términos generales ya no basta conser riguroso: hay que ser rápido, hay

que intentar adelantarse y dar primi-cias, exclusivas, scoops, y hay que sermás audaz y hasta abiertamente agre-sivo con el Gobierno, con los parti-dos o con los organismos de poder.

¿Ha sido el error Gilligan fruto deesa nueva tendencia a dar noticias,informaciones o deducciones cier-tas en su mayor parte, o probablemen-te ciertas, aunque no estén del todocomprobadas?

Tras su renuncia, no espontánea,Greg Dyke ha denunciado las pre-siones constantes y los intentos, porparte del Gobierno de Tony Blair, deintimidar a la BBC por su tratamien-to de la guerra contra Iraq: eran acu-saciones directas contra el entoncesasesor más directo de Blair, AlastairCampbell, quien dimitió semanasdespués del suicidio del doctor Kelly,y que, según Dyke, intentaba sistemá-ticamente que la cadena informarade lo que él quería. Eso explicaría laresistencia a rectificar o a reconocererrores en el asunto Gilligan, la supues-ta cerrazón de los responsables de laBBC durante la crisis, como una acti-tud de firmeza e independencia antelas presiones del poder.

En cambió, el ex director generalde la corporación, John Birt, cuyagestión, muy polémica, ha marcadola historia reciente de la BBC, hadicho de manera contundente que elorigen de la crisis fue una pieza de“periodismo chapucero” (en referen-cia a la información de AndrewGilligan) que nunca debió ser emiti-

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“Sin independencia, la BBC no tiene sentido”da y que nunca debió ser defendiday apoyada por los responsables de laBBC. Bien es verdad que John Birtpasa por la cabeza visible de los quedefienden que la corporación nodebe competir con otros medios –porejemplo, con los periódicos– en cuan-to a conseguir y lanzarexclusivas, o en cuanto aaudacia o espíritu críticohacia el Gobierno.

Pese a las conclusionesdel Informe Hutton, es dedestacar que, en la apre-ciación de la opinión públi-ca, el Gobierno salió de lacrisis peor parado que lacadena pública. La genteconsideró excesivo el casti-go a la BBC y no entendióque el Gobierno y su entor-no salieran limpios. Y elpúblico británico, segúnlos informes y las encuestas,sigue valorando la imparcia-lidad y la independenciaen la información comoalgo que hay que mante-ner.

El Gobierno –¡cómo no!– ha ase-gurado que tiene el mayor interés enasegurar y garantizar la independen-cia de la BBC. El proceso que se abrepara renovar el estatuto de la corpo-ración –y que le ha permitido man-tener su autonomía financiera, desdesu creación en los años 20 del siglopasado, mediante el sistema de canono licencia por la posesión de un recep-

tor– mostrará si esa promesa es sin-cera, y si la BBC puede mantenersecomo esa gran referencia que hoy es(una auténtica “piedra angular dela cultura británica”, según el perió-dico The Guardian), fiel a ese triple obje-tivo de informar, educar y entretener.

El nuevo presidentede la corporación,Michael Grade, elegido araíz de la crisis que hahecho temblar a la OldLady, lo ha dejado bienclaro: “Sin independen-cia, la BBC no tiene sen-tido”. Tanto él como elnuevo director general,Mark Thomson, sonhombres de la BBC quehan pasado los últimosaños como altos ejecu-tivos de Channel 4, laotra cadena pública bri-tánica, de caráctercomercial, que se finan-cia con publicidad y quese caracteriza por suscontenidos avanzados,chocantes a veces, y

hasta provocadores. No parece queMichael Grade y Mark Thomsonvayan a apostar por una BBC dócil oacobardada. Y tampoco van a renun-ciar a competir por la audiencia.Todo indica que intentarán hacercompatible la legendaria fiabilidadde la cadena con el dinamismo queimponen los tiempos. Sería deseableque lo consiguieran. �

Los nuevosresponsables de la BBC procedende Channel 4, la otracadena pública, que se financia con publicidad y que se caracterizapor sus contenidosavanzados.

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TEODORO GONZÁLEZ BALLESTEROS

La sociedad reconoce, y así seinterpreta constitucionalmen-te, que el periodista, en el con-texto del medio de comunica-

ción, es la persona que nos hacerefectivo el derecho fundamental aestar informados que tenemos losciudadanos. A modo de semejanza caberecordar que nuestro derecho cons-titucional a la protección de la saludnos lo han de hacer posible, tam-bién, los miembros de las profesionessanitarias, y el derecho al asesoramien-to y defensa jurídica corresponde alos juristas. La trascendencia esencialde la labor informativa radica enque por medio de ella podemos ejer-

cer el derecho público más importan-te que en un régimen de convivenciademocrática se reconoce a la perso-na: el derecho de participación en losasuntos públicos.

La información es un bien jurídi-co personal y colectivo, reconocidoy protegido en el espacio universal através de la Declaración Universalde Derechos Humanos de 1948 y elPacto Internacional de DerechosCiviles y Políticos de 1966; continen-talmente, por medio del ConvenioEuropeo de 1950; y en el específicoámbito español, en la Constituciónde 1978, aparte de otra larga serie detextos y declaraciones que inciden en

La actividad informativa,¿oficio o profesión?Si no queremos una sociedad desinformada, y por tanto menos libre;inculta, y por tanto violenta; e intolerante, y por tanto agresiva, esaconsejable poner un mínimo de orden, aunque sea administrativo, enquienes –medios y personas– hacen real y posible el fundamentalderecho, individual y social, a recibir información.

Teodoro González Ballesteros es catedrático de Derecho de la Información.

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¿Oficio o profesión?su necesidad y relevancia. En la actua-lidad, uno de los referentes paraadmitir a un país en el Consejo deEuropa, y en algunos otros organis-mos internacionales, es la situación,reconocimiento y protección que enel mismo tienen las libertades deopinión y de información. La efica-cia legal de este derecho de libertadtransciende las fronteras de los esta-dos y, en el caso concreto de Europa,su violación puede ser planteadaante el Tribunal Europeo de losDerechos Humanos con sede enEstrasburgo. No se trata, por tanto,de un bien jurídico ordinario de pací-fica protección legal, sino de un dere-cho de libertad, humano, fundamen-tal y constitucional, que es inaliena-ble, irrenunciable e imprescriptible,capaz de convertir a los súbditos enciudadanos y cuyo libre ejercicio cer-tifica la existencia del régimen de exis-tencia democrático.

Pues bien, este “súperderecho”nos lo hace efectivo el sujeto cualifi-cado de la información, o periodis-ta, a través de los medios de comu-nicación social, trabajador laboralpor cuenta ajena, al que legalmenteno se le exige requisito legal algunopara desempeñar su función, másallá de la destreza propia del oficio,evaluable prima facie por quien lecontrata. En los ejemplos precitados,el médico precisa estar en posesióndel titulo académico de licenciado enMedicina y el letrado ser licenciadoen Derecho. El ordenamiento jurídi-

co español no exige condición habi-litante alguna a quienes deseen ejer-cer la actividad informativa, por muyfundamental y trascendente que seasu misión social; basta, jurídicamen-te, que un empresario de comunica-ción contrate a una persona para con-vertirla en periodista.

La memoria histórica, probablemen-te con razón, rechaza cualquier sis-tema de regulación de la actividadperiodística. Desde la Real Orden de9 de septiembre de 1924, que creabala Tarjeta de Identidad del Periodista,expedida en Madrid por la DirecciónGeneral de Seguridad y en provinciaspor los gobernadores civiles, hasta laLey de Prensa e Imprenta de 18 demarzo de 1966, pasando por la Leyde 23 de agosto de 1926, que aproba-ba el Código de Trabajo, y definía alos periodistas como “aquellas perso-nas que figurando en las plantillasde redacción de los periódicos o agen-cias periodísticas, reúnan alguna delas siguientes circunstancias: sersocios activos de la Asociación de laPrensa, Asociación Profesional dePeriodistas o Sindicato de Periodistas;ser autores de artículos, reportajes otrabajos originales que se publiquencon frecuencia o con normalidad enel periódico o ser aportadores alperiódico de cualquier labor intelec-tual”; la Ley de Prensa de 22 de abrilde 1938, que en su art. 15 creaba elRegistro Oficial de Periodistas; elDecreto de 6 de mayo de 1964, quecreó el Estatuto de la Profesión

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Periodística, “recreado” después de laLey de 1966 mediante el Decreto de13 de abril de 1967, según el cual “atodos los efectos legales es periodis-ta quien esté inscrito en el RegistroOficial de Periodistas (“Sólo seráninscritos quienes estén en posesióndel titulo de periodista, que únicamen-te se obtendrá una vez aprobados losestudios en alguna de las Escuelas dePeriodismo legalmente reconoci-das...”), hay un largo camino de des-confianzas y vasallaje frente al poderpolítico fundado en experiencias decontrol y sometimiento. Por tanto, lahistoria no es una aliada de la que nospodamos fiar, porque recordemos,según nos enseña Balmes, que sóloilumina el pasado, no el futuro.

Es verdad, como sostienen quienesafirman la no-necesidad de regulación,que la profesión informativa no apa-rece reconocida en la Constitución.Pero no es menos cierto que tampo-co está la de abogado o médico. Lo quesucede es que hay una serie de tex-tos legales propios de esas profesio-nes en donde se dispone los requisi-tos que han de reunir quienes preten-dan ejercerlas, y si alguien realiza actospropios de las mismas sin poseer elcorrespondiente titulo académicoincurrirá en el delito de intrusismoprevisto en el art. 403 de nuestroCódigo Penal. En el caso de la infor-mación, ése texto legal normativiza-dor de la actividad, no existe. Sinembargo, es la única actividad pro-fesional, de las previstas en la

Constitución, a la que ésta reconoce,específicamente, dos derechos: elsecreto profesional y la cláusula deconciencia. Derechos que reclamanunos sujetos cualificados, y que en prin-cipio no podemos ser todos los ciu-dadanos, sino aquellos que hacen dela emisión de informaciones su acti-vidad profesional. Es cierto que elart. 20.1.d) no dispone condiciónalguna para emitir información, peroello no quiere decir que cualquiera

esté capacitado técnicamente parahacerlo, porque sólo quienes ejer-cen esa profesión pueden ser titula-res del secreto y de la cláusula.Distinguir entre sujeto-fuente deinformación y sujeto-emisor, tal vezayudaría a no hablar del espacio infi-nito sin conocer las estrellas.

El Tribunal Constitución, inter-prete supremo de la Constitución y

Vacío legal

El ejercicio del periodismo carece de regulación jurídica en España. Sin embargo, es la única actividadprofesional a la que la Constituciónreconoce, específicamente, dos derechos: el secreto profesional y la cláusula de conciencia.

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¿Oficio o profesión?cuya jurisprudencia es fuente dederecho en nuestro ordenamientojurídico, se ha referido en repetidasocasiones al profesional de la infor-mación. Así, por ejemplo, la STC.6/81, de 16 de marzo, dice: “El profe-sional de la información ocupa unlugar preponderante en el procesoinformativo con una mayor protec-ción jurídica, ya que ejerce comoinstrumento de la libre información”;en la STC. 105/83, de 23 de noviem-bre, señala: “El profesional del perio-dismo es sujeto, órgano e instrumen-to del derecho a la información, pues-to que a él concierne la búsqueda dela información y su posterior trans-misión”; o la STC. 199/99, de 8 denoviembre, que nos aclara: “Si bienla jurisprudencia constitucional hareconocido como titulares de la liber-tad de información tanto a losmedios de comunicación, a los perio-distas, así como a cualquier personaque facilite la noticia veraz de unhecho y a la colectividad en cuantoreceptora de aquélla, ha declaradoigualmente que la protección cons-titucional del derecho alcanza sumáximo nivel cuando la libertad esejercitada por los profesionales de lainformación a través del vehículoinstitucionalizado de formación dela opinión pública, que es la prensaentendida en su más amplia acepta-ción”.

La regulación de la actividad infor-mativa viene siendo, también, una pre-ocupación de los colectivos profesio-

nales afectados. Baste, como ejem-plo, recordar la 55ª Asamblea Generalde la Federación de Asociaciones dela Prensa, celebrada en Cádiz enmayo de 1996, que acordó la conclu-sión de que: “a las Asociaciones de laPrensa y a la FAPE les corresponde unpapel esencial en la función de acre-ditar a quienes están capacitadospara acceder a la profesión”; o la IIConvención de Periodistas, que tuvolugar en Valladolid en mayo de 2000,en donde se elaboró un Estatuto delProfesional.

Tampoco debe obviarse, si de refle-xionar sobre la profesión periodísti-ca se trata, el recordar que actualmen-te hay en España 16 centros de ense-ñanza universitaria, en donde puedecursarse la licenciatura de Periodis-mo, o Ciencias de la Comunicación,y en los que se titulan anualmentealrededor de 6.000 personas, a quie-nes legalmente se les habilita para ejer-cer una profesión per se inexistente.No sería injurioso hablar de un cier-to engaño social, auspiciado por losPoderes Públicos.

A la hora de plantearse la conve-niencia de regular la actividad infor-mativa, reconocida y protegida cons-titucionalmente, hay que partir delhecho indiscutido e indiscutible desu influencia social y de que vivi-mos en la sociedad de la comunica-ción. Los ciudadanos están formalmen-te cercados por mensajes de informa-ción, de opinión, de publicidad y depropaganda, cuando se consigue dife-

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renciar a unos de otros. Y las empre-sas, titulares de los medios, han pasa-do de ser negocios familiares convocación informativa a convertirse enmultinacionales de la comunicaciónque tienen el lucro mercantil comofinalidad y la difusión como argumen-to. La información en tanto que “ser-vicio público” ya es parte de las uto-pías legendarias. Desgraciadamente,la sociedad se está acostumbrado aque, junto a prestigiosos profesiona-les del periodismo, cualquier analfa-beto funcional sobrevenido, autotitu-lado periodista, pontifique desde elpapel impreso o las ondas hercianaslas bellaquerías propias de su pára-mo intelectual, en menosprecio ydescrédito de una actividad que porsus consecuencias merece un gran res-peto social.

Diferenciar unos de otros supon-dría prestar un importante servicio,no sólo a la profesión, sino a la pro-pia colectividad. Y mientras, los lla-mados poderes públicos, quienes losrepresentan y sus circunstanciales, seniegan a reglamentar una función deinsoslayable repercusión pública. Nosencontramos, por tanto, con unaactividad de fundamental relevan-cia social que carece de protección jurí-dica alguna, distinta de cualquierotra laboral por cuenta ajena, que legal-mente no se reglamenta por miedosancestrales y por inconfesables pre-venciones de futuro.

Llegados a este punto podemoscolegir, de una parte, la trascenden-

tal función social de la actividadinformativa; su reconocimiento legal,nacional e internacional; el amparoque le otorga el Tribunal Constitucio-nal; y la constante preocupación quecolectivos de profesionales de la infor-mación vienen mostrando ante lasituación actual. Sin olvidar que sureglamentación no lesionaría derechosajenos. Y de otra, el que en la actua-lidad todos somos profesionales de lainformación, y nadie puede ser, jurí-

dicamente, informador profesional.No existe legalmente la profesión, alno condicionarse su ejercicio median-te condición habilitante alguna, perosí la actividad de emitir informaciónveraz, a cuyos sujetos (?) la Constitu-ción atribuye unos derechos funda-

Engaño social

Actualmente hay en España 16 centrosde enseñanza universitaria en dondepuede cursarse la licenciatura dePeriodismo, o Ciencias de laComunicación, y en los que se titulananualmente alrededor de 6.000personas, a quienes legalmente se leshabilita para ejercer una profesión ‘perse’ inexistente.

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¿Oficio o profesión?mentales de carácter instrumental.

¿Qué aportaría la reglamentaciónprofesional de la actividad informa-tiva? En principio, y fundamentalmen-te, a la sociedad, garantía de que elderecho constitucional a recibir infor-mación lo hacen posible personascon una formación y capacitaciónsuficiente, al igual que en otras face-tas sucede con los médicos o los abo-gados. A los sujetos que desempeñenla actividad, seguridad económica yjurídica, e independencia frente aquienes intenten violentar su des-arrollo laboral. Y a los jueces y tribu-nales, clarificación de los sujetosjurídicos informativos.

El desarrollo tecnológico, maqui-na que empuja los avances socialesy por ende los jurídicos, exigirá, tardeo temprano y en primer término,una concreción de los medios decomunicación social. Presumible-mente existirán medios de informa-ción, de opinión, especializados, deocio y entretenimiento, y de desinfor-mación y desprestigio. En segundo,la clarificación, cualificación y regla-

mentación de las personas que traba-jan propiamente en la actividad infor-mativa. Es decir, quienes intelectualy creativamente actúen en la bús-queda y difusión de informaciones yopiniones, haciendo de esa activi-dad su principal fuente de ingresos.

Hoy la regulación sobre quién esperiodista, la están disponiendo losempresarios, que son parte del pro-blema, pero no desean serlo de la solu-ción. En un futuro pueden decidirlolos sindicatos, o las asociaciones pro-fesionales. O también los poderespúblicos a través del Parlamento, endonde se residencia la soberaníapopular que conforma el sujeto uni-versal de la información.

Si no queremos una sociedad des-informada, y por tanto menos libre;inculta, y por tanto violenta; e into-lerante, y por tanto agresiva, es acon-sejable poner un mínimo de orden,aunque sea administrativo, en quie-nes –medios y personas– hacen realy posible el fundamental derecho, indi-vidual y social, a recibir informa-ción. �

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AGUSTÍN DE GRACIA

E l 8 de junio de 2001, enBuenos Aires, a la hora deldesayuno, cualquier periodis-ta podía sentirse orgulloso de

su profesión. Una encuesta publica-da ese día decía que los medios decomunicación ocupaban el tercerlugar entre las preferencias de losargentinos, con un 48% de aceptación,detrás de la Iglesia y de la educaciónpública.

El 17 de septiembre de 2002, des-pués de la crisis más grave que le tocóvivir a Argentina en su reciente his-toria, a la hora del desayuno cualquierperiodista podría preguntarse quéhabía pasado: otra encuesta decíaque los medios de comunicaciónseguían en el tercer lugar, pero conun 27% de votos favorables. La cosaera peor, porque un 32% de los

encuestados dijo que tenía una ima-gen negativa del periodismo. A lacrisis de credibilidad se sumaba unapreocupación adicional: decenas demedios de comunicación habían des-aparecido y muchos otros estabanen vías de extinción. Algo grave habíapasado para que se llegara a esa situa-ción.

Un repaso a los hechos

Entre el 19 y el 20 de diciembre de2001, Argentina asistió al desborda-miento de una crisis económica,social y política que estalló con la sali-da del poder del presidente Fernandode la Rúa, quien dos años antes habíallegado a la Jefatura de Estado comodepositario de las esperanzas de lamayoría de los argentinos.

Los medios de comunicacióndurante la crisis argentinaA pesar de que la recesión prácticamente es ya un capítulo cerrado,que la política va ganando un ritmo de normalidad y el caos haquedado superado, queda aún mucho camino por recorrer.

Agustín de Gracia es el delegado de la Agencia Efe en Buenos Aires.

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La prensa argentina durante la crisisUna recesión económica que se

incubó en el segundo semestre de 1998obligó a De la Rúa a buscar salidasen todos los ámbitos y a retrasar lasmedidas de cambio con las que con-venció a los argentinos en las eleccio-nes de 1999. Fueron varias las medi-das económicas para remontar laherencia recibida de Carlos Menem,incluyendo algunas impopulares quegeneraron el enojo de la población,acostumbrada a vivir tiempos de unabonanza que en realidad se mante-nía con endeudamiento y déficit enlas cuentas públicas.

De la Rúa también atravesó diver-gencias internas en su coalición degobierno que afloraron el 6 de octu-bre del 2000 con la renuncia del vice-presidente y su principal aliado,Carlos Carlos Álvarez, quien salió dela gestión pública dando un portazo,hastiado porque De la Rúa no supoo no pudo parar un escándalo decorrupción que había minado la ima-gen de renovación que le había lle-vado un año antes a la presidencia.

Los intentos desesperados que hizoDe la Rúa para recuperar el poder seveían saboteados continuamente porla oposición peronista, poco proclivea buscar consensos y que tambiénatravesaba sus propias luchas intes-tinas, y por unos sindicatos que con-vocaron una docena de huelgasdurante el corto mandato de De la Rúa,que respondían en último término aquienes buscaban una interrupciónanticipada del período presidencial.

Días antes de que De la Rúa aban-donara en helicóptero la Casa Rosada,al fracasar su último intento porsumar a los peronistas al poder, unaoleada de saqueos conmocionó a losargentinos y forzó la renuncia delentonces todopoderoso ministro deEconomía, Domingo Cavallo. De la Rúa,que horas antes había sostenido queuna salida de Cavallo no tenía por quéanticipar su propia salida, dimitió 24horas después, dejando la presiden-cia en manos de un Congreso domi-nado por los peronistas y en el quecomenzaron a desatarse los apetitospor el poder. La presidencia fue de unasmanos a otras, hasta que el principalcaudillo peronista, Eduardo Duhalde,recuperó el mandato que había deja-do trunco De la Rúa.

La crisis de los medios

La crisis argentina tuvo especialimpacto en los medios de comunica-ción, tanto económico como de cre-dibilidad, porque no pudo escapar ala recesión que atravesaba toda laactividad económica, por un parte,pero tampoco al cuestionamientopúblico hacia cualquier estructura depoder que se resumió con el lema “¡Quese vayan todos!”

De acuerdo a un informe de laAsociación Mundial de Periódicos demayo de 2002, Argentina tuvo lacaída más pronunciada en la circu-lación de diarios en todo el mundoentre 1997 y 2001, y llegó al 35,8%.

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Así lo resumió la Asociación deEntidades Periodísticas de Argentina(ADEPA), el 27 de septiembre de 2002:“La prensa argentina está de duelo.No puede ser de otro modo, cuandoasistimos a la muerte lenta e inexo-rable de tradicionales publicacionesperiodísticas. Muchos medios gráfi-cos de pequeña o mediana magnitudestán en vías de extinción, y algunosya desaparecieron”.

Las principales víctimas fueronlos medios de comunicación del inte-rior del país, muchos de ellos acos-tumbrados a vivir de la publicidad ofi-cial y que perdieron su principalfuente de ingresos cuando el Estadoentró en quiebra y la actividad eco-nómica no podía generar los sufi-cientes recursos publicitarios paracompensarlo. Tampoco pudieronsobrevivir a una presión fiscal queaumentó para intentar atajar la cri-sis en las cuentas públicas. “Esta asfi-xiante presión fiscal produjo la des-aparición de numerosas publicacio-nes pequeñas, y seguramente debe-mos comenzar a lamentar otrasmuertes anunciadas”, afirmó ADEPAen un documento titulado La prensaante la crisis”, del 12 de abril de 2002.

Unido a ello, empresas periodísti-cas de mayor tamaño habían suscri-to créditos en dólares porque en laArgentina anterior a 2002 se cambia-ba en la calle un dólar por un pesopero las tasas de interés para conse-guir un crédito del exterior se situa-ban a la mitad de lo que estaban en

Argentina. “La crisis de la economía,que ha devastado a los pobres peroque también ha desquiciado a lasempresas, no hizo una excepcióncon el periodismo. Los medios cargansobre sus espaldas con deudas con-traídas en dólares en el exterior,cuando era más fácil y más baratoendeudarse en los mercados interna-cionales”, afirmó el 28 de septiembrede 2002 el analista político y colum-nista Joaquín Morales Solá.

Los editores de periódicos no sóloestaban preocupados por la situa-ción “agónica” de sus empresas, sinopor el impacto que tenía en la socie-dad esa crítica situación. “Con el cie-rre de publicaciones, no sólo pierdeel sector periodístico. Pierden los ciu-dadanos, como consecuencia deldebilitamiento de la pluralidad de laoferta informativa. Pierde la gente yla democracia”, decía ADEPA en sumensaje de septiembre de 2002.

Pero, ya para entonces, los mediosde comunicación argentinos atrave-saban también una crisis de confian-za que no estaba tan ligada a losnúmeros como a la imagen que teníaen una sociedad que cada día se cues-tionaba más cosas.

En la encuesta del 8 de junio de2001 citada más arriba, la responsa-ble de ese sondeo, Graciela Römer, acla-raba que en los tres años anterioreshabía habido una “merma de la con-fianza en los medios” a causa del“cuestionamiento generalizado dela opinión pública”. La justicia tenía

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La prensa argentina durante la crisisun 14% de simpatías, el Congreso el12% y la clase política en general el9%. Todo ellos por debajo de la cre-dibilidad que tenían los militares,que llegaron al 26% en 2001, a pesarde que 18 años antes habían cerradola dictadura más sangrienta deLatinoamérica. “Las funciones derepresentación están desvirtuadasen la sociedad, porque las institu-ciones están minadas en su credibi-lidad. En este contexto los medios seubican como los brazos de la civili-dad”, decía Römer cuando las cosasno iban tan mal para los periodistas.

Pero se pusieron mucho peor. Otrosondeo dado a conocer el 17 de sep-tiembre de 2002 por la consultoraNueva Mayoría daba un 32% de ima-gen negativa a los medios de comu-nicación y sólo un 27% de votos favo-rables. En el 2000, la misma empre-sa había publicado otra encuesta enla que los medios de comunicacióntenían un 49% de imagen positiva.

“Está bien que la sociedad empie-ce a tener una opinión crítica de losmedios, porque durante largo tiem-po estuvieron en un olimpo intoca-ble”, decía el analista Nelson Castroal comentar esos números. El inves-tigador Luciano Elizalde Acevedoapuntaba más arriba: “La crisis fago-citó a todos los agentes sociales.Como no hay actos responsables nigarantes, toda la sociedad está impli-cada pasivamente”.

Las cuentas le daban la razón: elmismo sondeo de Nueva Mayoría de

2002 decía que el Congreso y los sin-dicatos tenían un 0% de votos posi-tivos, y la Justicia el 1%. Los milita-res, el 17%.

Al recordar ahora esa caída en laimagen de los medios de comunica-ción, el secretario general deRedacción del diario La Nación, HéctorD’Amico, coincide en atribuirla a la“volatilidad de la confianza” entre lasociedad. “El periodismo no quedóajeno, por aquello de ‘Que se vayantodos’, los políticos, la presidencia…Pero yo no pondría la lupa sobre elperiodismo”, dice D’Amico.

Ricardo Pipino, encargado de la divi-sión de Noticias de la empresa Artear,que incluye uno de los canales másimportantes y otro dedicado exclusi-vamente a noticias, también conside-ra “absolutamente ilógico” que losmedios de comunicación quedaranfuera de esa crisis de credibilidadgeneral. “Los medios fueron los quemenos sintieron esa merma de pres-tigio”, recuerda ahora.

Fue un cambio brutal desde elpapel de “justiciero” que asumió laprensa argentina durante el final delGobierno de Menem (1989-1999),como recuerda D’Amico, al convertir-se el periodismo en el depositariode un reclamo de la sociedad quesentía impotencia ante la ausencia dejusticia.

“Carente de instituciones fiables,con un Estado que pasó del exceso depresencia al exceso de ausencia, la socie-dad se volcó hacia los medios de

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comunicación, como una instanciaválida e insustituible del reclamosocial”, afirmó el analista MoralesSolá.

Ese papel fue reclamado aún másdurante la crisis argentina, y eran fre-cuentes las llamadas a los mediosde comunicación para que cubrie-ran “cacerolazos” que surgían espon-táneamente en cualquier esquina deBuenos Aires para desafiar el poderpolítico. “Por aquellos días fue comúnque los lectores llamaran a las redac-ciones de los diarios para preguntarsi iban a informar de tal o cual mani-festación. De lo contrario, se queja-ban”, recuerda la periodista SusanaReinoso, columnista de medios decomunicación en La Nación.

De la Rúa y los medios

El papel de los medios de comunica-ción durante la corta gestión deFernando de la Rúa llegó a ser cues-tionado por los responsables delGobierno a causa de los “excesos” dela sátira política. Pero son muchos losque dicen que el ahora ex presiden-te estaba tan obsesionado por lo quedecía la prensa de él que en algúnmomento llegó a tener impacto en susdecisiones. “Fue otro de los presiden-tes argentinos que están obsesiona-dos por cómo le iba la opinión públi-ca”, dice D’Amico. “Muchos funciona-rios toman decisiones con las encues-tas en la mano”, sostiene Pipino.

La relación tensa entre el poder y

el periodismo se notó especialmen-te cuando, en julio de 2001, De la Rúatuvo que salir al paso de rumoresque hablaban de su salida anticipa-da del poder, algo que calificó de“delirio”. “Hay tantas posibilidades deque renuncie el presidente como deque renuncie Bush en EstadosUnidos”, dijo por su parte el porta-voz presidencial, Ricardo Ostuni.

La culpa de ello no la tenían sólolos medios de comunicación, sinotambién los propios políticos querodeaban a De la Rúa. Por esas fechas,el diario económico Ámbito Financierose hacía eco de versiones que habla-ban de un reemplazo de De la Rúa porel dirigente de su propio partidoÁngel Rozas. Este último rechazó talposibilidad y dijo que no era ningún“golpista”, pero también le hizo flacofavor a De la Rúa: “Los acontecimien-tos, en gran medida, lo han supera-do”, dijo Rozas.

Existen coincidencias en que Dela Rúa fue víctima de la falta deentendimiento entre el Gobierno y losmedios de comunicación, a pesar delos intentos de sus portavoces. Con elfin de evitar esto, las autoridadesidearon incluso un programa para queuna cámara de televisión del canal esta-tal siguiera las actividades de losaltos funcionarios, para que el gritode “Que se vayan todos” pudieratener un contrapeso.

Pero lo que más hizo daño a De laRúa, en su relación con los medios,no fueron su indecisiones, su pasivi-

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La prensa argentina durante la crisisdad y la falta de respuestas a los pro-blemas que se le acumulaban, segúnlos analistas, sino la imagen quegeneraba entre los humoristas, quellegaron a cebarse en él aprovechan-do las debilidades de su carácter.

Uno de los principales humoristaspolíticos de Argentina, Nik, lo retra-taba vestido de soldado del regimien-to de granaderos y con una almoha-da en lugar de mochila. Pero tambiénretrata al ex presidente EduardoDuhalde como un enano cabezón yal actual gobernante, NéstorKirchner, como un pingüino nari-gón. Y, al parecer, sólo De la Rúa sedolía por su caricaturización. Losimitadores en televisión, además,encontraban motivos para fomentarla burla hacia su figura en niveles que,según muchos, superaban la necesi-dad de mantener cierto decoro.

“Los medios no se dan cuenta deldaño que le hacen a un país con estetipo de jodas”, afirmó el 27 de juniode 2001 el hijo del presidente,Fernando Aito de la Rúa. “Creo quelos medios están un poco sobrepasa-dos”, agregó.

“Los humoristas decidieron insis-tir con De la Rúa porque lo veíantemeroso. De la Rúa sufría muchísi-mo”, recuerda D’Amico. RicardoPipino coincide también y admiteque la sátira política “puede ser muydura, pero depende del criticado”. “Enel caso de De la Rúa, creo que fue unlugar exagerado”, sostiene. ParaSusana Reinoso, la prensa se ensañó

con De la Rúa “por su manifiestafalta de sentido del humor”, perotambién porque no encontró un por-tavoz adecuado que pudiera contra-rrestar la sátira política. “El humorargentino es bastante cruel por esamanía que tenemos de ‘reirnos’ de’y no de ‘reirnos con’, como hace,por ejemplo, el humor británico”,agrega.

El mayor “papelón” que tuvo Dela Rúa en su gestión, para intentarganar simpatías públicas, fue cuan-do apareció en uno de los programasde televisión de mayor audiencia,Videomatch, conducido por MarceloTinelli. De pie, al lado de su imitadoren el programa, De la Rúa se intere-só por la familia del presentador detelevisión, pero equivocándose delnombre de su esposa y de su núme-ro de hijos. Al terminar su interven-ción, intentó salir del estudio, ensolitario, pero no encontraba la puer-ta, y la imagen de De la Rúa yendode un lado para otro, al fondo del estu-dio, mientras el programa continua-ba, fue repetida con saña en la tele-visión. “Fue patético”, recuerdaD’Amico.

La televisión, así como el resto delos medios de comunicación, se lehabían vuelto en contra a pesar de quefueron su principal apoyo para ganarlas elecciones de 1999. Cansados losargentinos de la imagen de derro-chador de Carlos Menem, la imagende austeridad de Fernando de la Rúaconvenció a los votantes, que lo eli-

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gieron como depositario de los cam-bios que la sociedad estaba recla-mando.

De la Rúa aprovechó ese contras-te y explotó las críticas con un anun-cio en televisión en el que comenza-ba diciendo “Dicen que soy aburrido…”,acompañado de imágenes de Menemal volante de un Ferrari. “Esa piezale dio buen resultado”, sostieneD’Amico, “pero no representaba al Dela Rúa que era conocido”.

Los otros castigos

De la Rúa estaba perdiendo la bata-lla en la opinión pública, pero tam-bién en las calles, no sólo a causa dela crisis que descubría sus vertientesmás dolorosas, sino por unos intere-ses de asalto al poder, en el plano polí-tico y en el sindical, que se reflejabanen la docena de huelgas generales quele tocó en sus dos años de mandato,la mayoría de ellas fomentadas porun dirigente sindical, Hugo Moyano,que después de que De la Rúa salie-ra del poder, y a pesar de que la cri-sis económica se agudizó, prácticamen-te desapareció de la vida pública.

Moyano, dirigente del sindicato decamioneros y quien generó una esci-sión en la todopoderosa Confede-ración General del Trabajo (CGT), elsindicato de afiliación peronista,atacó duro a De la Rúa y a sus minis-tros, encauzó el descontento social y,tras al relevo presidencial, se llamóa silencio, lo que despertó las sospe-

chas, y las críticas, de los medios decomunicación, a los que llegó a tra-tar de una forma poco diplomática.“Muchos comunicadores están traba-jando para grupos económicos. Sonidiotas útiles (…) Esos cuatro monigo-tes que están a las 11 de la noche, quedescalifican a los que estamos enlucha… Como ahora están de modalos escraches, quizás les hacemos unescrache”, dijo Moyano el 8 de marzode 2002, para salir al paso de las crí-ticas de la prensa por su decisión de“bajar el perfil”, amenazando conuna protesta típica argentina queconsiste en convocar a manifestantesfrente al domicilio de alguna perso-nalidad.

Salidas desesperadas

Acosado por unos y por otros, con elpaís en llamas por los saqueos, sinapoyo político y una oposición queesperaba el poder en bandeja, la rela-ción de De la Rúa con los medios decomunicación estalló horas antes desu salida del poder, cuando maqui-nó cerrar los canales de televisión paraesconder las protestas. “Los mediosexageran”, dijo el presidente cuandoel poder se le derrumbaba.

“Cuando se está yendo del poder,habla en cadena nacional (de radioy televisión), dice que va a usar losmedios como una continuidad delpoder, y curiosamente De la Rúa, ensu final, tiene duda de qué tiene quecontar y cómo lo tiene que contar y

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La prensa argentina durante la crisisa quién lo tiene que contar”, recuer-da D’Amico.

La orden de cerrar los canales detelevisión no es ejecutada por losaltos funcionarios que dependen deél, que no querían pasar a la histo-ria por ese gesto. Eran horas clavesdonde el sentido de autoridad esta-ba difuminado.

Quedó entonces en el aire el papelque le cupo a los medios de comuni-cación por las imágenes repetidasde saqueos y desmanes callejeros,con una veintena de muertos por lasrevueltas en Buenos Aires, y de quéforma pudo todo ello propiciar elclima de descomposición social quederivó en la caída de De la Rúa.

“Creo que tuvimos una notable res-ponsabilidad en la difusión de loshechos. El medio en el que yo traba-jo actuó con un notable autocon-trol”, sostiene Pipino. “La televisiónno mostró más que la realidad, y laverdad no puede negarse con la cen-sura”, dice Reinoso. “Había ya una insu-rrección civil y era indetenible”, sos-tiene.

Unos sí y otros no

El comportamiento de los medios decomunicación durante la crisis argen-tina dejó abiertas una serie de dudassobre las diferencias de trato. Aunquetodos coinciden en que los hechos delos últimos días del Gobierno de Dela Rúa y en las fechas posteriores asu salida del poder se sucedieron tan

rápido que apenas quedaba tiempopara respirar, el papel de la televisiónha sido abiertamente criticado.

“Hay colegas, y no precisamentelos gráficos (esto es, la prensa escri-ta), que actúan con una tendenciademagógica de la crisis”, dijo MoralesSolá el 3 de marzo de 2002. “El famo-so impacto o el venerado rating estánpintando de amarillo al periodismoy lo acompañan, además, de un per-sistente discurso demagógico”, aña-dió el mismo analista cinco meses des-pués.

“La televisión ha hecho bastante paraser castigada”, dice D’Amico. “Ha habi-do menos distorsión en la manerade ejercer el oficio en la presa gráfi-ca que en la manera que lo ha hechola televisión. También tenemos mástiempo para pensar, para elegir”.

En el otro lado rechazan esas crí-ticas y, en cambio, atribuyen a los dis-tintos ritmos de trabajo las diferen-cias que puedan surgir. “El enfoqueen muchos casos varía por la veloci-dad de cobertura, sobre todo en el casode los canales de noticias y de lasradios”, se defiende Ricardo Pipino.

El tiempo de la autocrítica

Culpables o inocentes, los medios decomunicación se hicieron eco de unaforma tímida sobre la necesidad dehacer una autocrítica. “Es dolorosoreconocerlo, pero así como existe unperiodismo mayoritario responsabley riguroso, no faltan en nuestro

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medio los que se lucran con la infor-mación o los que exacerban y carganlas tintas sobre los costados oscuros,lo cual entraña una traición a lospostulados éticos fundamentales dela profesión”, decía un editorial deldiario La Nación del 18 de junio de 2002.

Cuando estaba aún fresca la crisisque estalló en diciembre del 2001, elmismo periódico encabezada su edi-torial del 4 de febrero de 2002 con eltítulo “El periodismo y su autocríti-ca”. En él, uno de los matutinos másinfluyentes de Argentina pedía a losmedios de comunicación evaluar“con la máxima honestidad” su pro-pio trabajo para establecer si en algúnmomento se incurrió “directa o indi-rectamente, en alguno de los viciosque deforman y desnaturalizan elnoble oficio del periodista”. Y entreesos vicios citó “la incitación tácitaa provocar situaciones tumultuosaso potencialmente lesivas para la segu-ridad de las personas”.

Según el analista Joaquín MoralesSolá, la prensa “ha sido la única ins-tancia pública argentina que dio sig-nos voluntarios, embrionarios aún,para revisar sus culpas y sus pecadosde los últimos años”. “La crisis ha cam-biado los hábitos y las costumbres dela sociedad y terminará cambiando,tarde o temprano, los códigos y lasreglas de una política impotente.¿Por qué no podría cambiar tambiénal propio periodismo? ¿Por qué, si elperiodismo es la profesión más per-fectible del mundo, precisamente

porque es imperfecta por naturaleza?”,se preguntaba.

Para la columnista de medios decomunicación Susana Reinoso esaautocrítica ha estado presente más enlas reuniones de periodistas que enel debate público. “Ya sea por prote-ger sus intereses o por temor a las con-secuencias, nadie hizo una autocrí-tica sincera. Los argentinos, pese a serlos más psicoanalizados del mundo,somos incapaces de hacer autocríti-cas conscientes”.

Las heridas que dejó la crisisargentina en los medios de comuni-cación serán difíciles de remontar. Apesar de que la recesión práctica-mente es ya un capítulo cerrado, quela política va ganando un ritmo denormalidad y el caos ha quedadosuperado, queda todavía la sensa-ción de que hay mucho camino porrecorrer.

“Los medios de comunicaciónmasivos, básicamente la televisión, sehan transformado en el espectáculopor excelencia, un espectáculo de latragedia de la vida cotidiana, de la polí-tica, de la miseria de la población. Perono hay información, hay un entrete-nimiento brutal para la pérdida delsentido de la vida”, afirmó reciente-mente ante una reunión de editoresde periódicos la ex candidata presi-dencial de centro izquierda LilitaCarrió. “Este divorcio entre la ver-dad que hay que decir y la pragmá-tica del poder ha enviciado la demo-cracia”, sentenció. �

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JOSÉ A. POCHAT

D esde fines de 1998 los dia-rios en la Argentina hemosvenido sufriendo las conse-cuencias de una recesión sin

precedentes (47 meses ininterrumpi-dos) con una caída acumulada del PBIdel 21%. Para diciembre de 2001 conel estallido final de la crisis, la pér-dida promedio de circulación alcan-zaba el 20% y la publicidad se habíadesplomado a niveles alarmantes,60%.

Ante este escenario, muchos dia-rios fueron sorprendidos con altos nive-les de endeudamiento. La mayoría sehabía lanzado a realizar fuertes inver-siones en tecnología para satisfacernecesidades propias de un escena-rio muy distinto o en proyectos deexpansión hacia otros mercados ynegocios. Algunos fueron atrapados

además con estructuras difíciles desostener ante la situación imperan-te. Importantes publicaciones nacio-nales y provinciales debieron con-centrar sus esfuerzos en reestructu-rar sus pasivos y acomodar sus cos-tos a la nueva realidad, mientras quepequeños diarios del interior queda-ban al borde de la desaparición.

En nuestro caso particular la opor-tuna reingeniería de nuestras estruc-turas y procesos, realizada años ante-riores, en épocas de “vacas gordas”,nos permitió enfrentar lo que lla-mamos “la tormenta perfecta” enmejores condiciones. Con rápidosreflejos pudimos sortear con éxito laterrible combinación de una caídaabrupta de las ventas, ingresos en pesosdeprimidos transformados en cuasi-monedas que cotizaban por debajo de

Cómo ‘La Gaceta’ de Tucumánafrontó la crisisUna oportuna reingeniería de estructuras y procesos, realizada enépocas de “vacas gordas”, permitió superar “la tormenta perfecta” enmejores condiciones.

José A. Pochat es el gerente general de La Gaceta, diario de Tucumán (Argentina).

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su valor nominal y un fuerte incre-mento de los costos en dólares denuestros principales insumos.

Ante la necesidad de eliminar cos-tos, muchos se vieron obligados adisminuir la cantidad de páginas,costos de comunicación, serviciosinformativos, el plantel de periodis-tas, colaboradores y corresponsales.

En La Gaceta, sin embargo, enten-dimos que el desafío pasaba porlograr mantener los niveles de cali-dad periodística y diseño del pro-ducto tal como habíamos acostum-brado a nuestros lectores, más empo-brecidos pero igual de exigentes.Decidimos concentrar los fuertesrecortes en aquellas áreas de sopor-te (producción, administración y dis-tribución).

En materia informativa avanza-mos en varias direcciones. En pri-mer lugar, sentimos que a la crisis nosólo había que contarla sino tam-bién explicarla. Abrimos nuestra pági-nas a todo tipo dereflexiones quesirvieran a nues-tros lectores paracomprender eldrama de lo queestaba ocurrien-do. Convocamosa las mejores plu-mas, filósofos,historiadores, eco-nomistas, soció-logos, etc., y losinvitamos a refle-

xionar en una sección semanal quellamamos “Reflexiones sobre laCrisis” (más adelante, la compilaciónde los artículos la convertimos enun exitoso libro). Por otra parte, apos-tamos a profundizar en la informa-ción local adaptándonos a las nece-sidades y a la vida de nuestros lecto-res y anunciantes. Intentamos mejo-rar la forma de presentar los efectosque las noticias tienen en la vida dela gente común.

Apuntamos con énfasis hacia unaprensa de mayor servicio. Ante cadanueva información, nos preocupá-bamos por explicarla y anticipar lasconsecuencias que ella tendría en lavida cotidiana. Al bombardeo per-manente de imágenes televisivas conprotestas, reclamos, conflictos calle-jeros y polémicas lo enfrentábamosal día siguiente con más análisis,reflexión y perspectiva.

La Gaceta es un diario con un nivelamplio de penetración en todos los seg-

mentos sociales.Debíamos conte-ner en nuestraspáginas tan-to aun empresarioabrumado por lacaída de sus ven-tas como al padreque perdió su tra-bajo o al ama decasa que debíaacudir al super-mercado y com-probar que el

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Cómo ‘La Gaceta’ de Tucumán afrontó la crisisdinero ya no le alcanzaba como antes.

Por obvias razones, los sectores demenores recursos han sido aquellos alos que la crisis obligó a abandonarla lectura o a disminuir los días decompra. Para amortiguar ese efecto,a diferencia de años anteriores, inten-tamos que todo material extra que eldiario ofrecía apuntara al conceptode utilidad para el hogar.

Si bien veíamos que la crisis se ibadevorando la venta de nuestros ejem-plares, las encuestas nos mostrabanque nuestro readership se mantenía enniveles elevados. Las familias veci-nas se las ingeniaban para compar-tir la lectura de un mismo ejemplar,los compañeros de oficina se turna-ban en el trabajo para su lectura. Endefinitiva, mientras hiciéramos unbuen producto, estábamos convenci-dos de poder recuperar nuestros lec-tores habituales una vez aclaradas lasperspectivas económicas del país. Dehecho es lo que ha comenzado a ocu-rrir. Durante el 2003 la venta del dia-rio creció un 10% con respecto alaño anterior y durante este primersemestre de 2004 el crecimientoalcanza un 12%. Lo propio viene ocu-rriendo con la publicidad, permi-tiéndonos recuperar aceptables nive-les de rentabilidad y comenzar a pro-yectar nuevas inversiones y objeti-vos de mediano y largo plazo.

Esta difícil experiencia nos ha deja-do varias enseñanzas. En un paíscomo el nuestro, donde la situacióneconómica suele ser muy cambiante

e inestable, los diarios nunca debemosdejar de estar alertas y funcionar conestructuras livianas y ágiles que nospermitan sortear abruptas caídas ennuestros ingresos, siempre que ello nosignifique conspirar contra la cali-dad del producto. Las prioridadesdeben apuntar a sostener una capa-citada, eficiente y creativa redacción.La segunda lección es tener en clarola importancia de apostar toda laenergía a interpretar la necesidad delos lectores, brindando cada vez mejorinformación. Debemos cuestionar-nos permanentemente nuestro rolen la sociedad y definir si queremosresignarnos a ser un medio que sirvade apunte y agenda de la televisióny la radio o si elegimos participaractivamente en la fijación de lostemas y ser una herramienta queacerque a nuestros lectores informa-ción útil y necesaria. El camino correc-to pasa por abandonar el vicio detransformarnos exclusivamente enun “pizarrón de mensajes” entre losdistintos factores de poder, parainmiscuirnos de lleno en los temas queen verdad interesan a la gente.

Los diarios estamos obligados ahacernos dos preguntas: ¿seguimossiendo verdaderamente necesarios?,¿en un país hoy más empobrecidocomo el nuestro, somos lo suficien-temente atractivos para motivar elesfuerzo de compra en nuestros lec-tores? La respuesta a esa cuestión esla que nos marcará el camino que debeseguir nuestra información. �

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JUAN FERMÍN VÍLCHEZ

E ste año se cumple elcentenario de lamuerte de AugustoSuárez de Figueroa

(1852-1904), quien pasó a laHistoria del Periodismo porser el primer confeccionadorespañol de periódicos, elúltimo profesional quemurió como consecuencia delas heridas sufridas en un duelo asable, y el director de un diario quepor primera vez contrató a una mujercomo redactora.

Hablar de innovaciones en la apa-riencia de diarios españoles de fina-les del siglo XIX, y mencionar aAugusto Suárez de Figueroa, es lomismo. Rafael Mainar, en su obra El

arte del periodista, editadapor José Gallach en 1906,afirmó: “Suárez de Figueroaes peritísimo en todo lo quea periódicos y periodismoatañe, y eminente, el quemás, en lo que a confeccio-nar diarios se refiere.Modelos dejó que puedenservir de enseñanza y ejem-

plo a los confeccionadores”.Y Julio Burell, un destacado perio-

dista de los primeros años del sigloXX, dejó escrito lo siguiente: “Nadiecomo Suárez de Figueroa para orga-nizar los distintos elementos que for-man la hoja impresa. (...) Maestríasuma era la suya en ordenar y com-poner los contradictorios y deshil-

Cien años de la muerte de Suárez de FigueroaEl primer periodista confeccionador fue también pionero en contratara una mujer como redactora y el último profesional que murió trasbatirse en un duelo.

Juan Fermín Vílchez, veterano periodista y diseñador en cuyo currículo figuran loslanzamientos de El País y de El Periódico de Catalunya, prepara una historia del diseño deprensa en España.

Suárez de Figueroa

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Cien años de la muerte de Suárez de Figueroavanados detalles que el telégrafoenvía y que al pasar bajo su mano con-vertíanse en una narración perfecta,llena del interés del suceso visto y pal-pitante. (…) Si era necesario, Figueroano dormía, no comía, no salía de laredacción sino cuando estaba en lacalle, circulando profusamente entreel público, el periódico que él acaba-ba de hacer con una labor en que elesfuerzo quedaba oculto bajo la gra-cia artística de su creador inimitable”.

Suárez de Figueroa nació enEstepona (Málaga) en 1852 y estudióen su juventud la carrera militar.Intervino en la guerra carlista, desdedonde envió excelentes crónicas al dia-rio El Imparcial. Antes había sidoredactor de los rotativos La Iberia y ElUniversal, y después se dedicó tambiéna la política hasta llegar al Congresocomo diputado. El 28 de febrero de1885 fundó El Resumen, cuando enMadrid existían 40 periódicos, 16matutinos y 24 vespertinos.

El interés de Suárez de Figueroapor la forma tipográfica de las publi-caciones diarias ya se reflejó en lasiguiente “Advertencia”, publicadaen El Resumen del 26 de julio de 1886:“Habiendo llegado del extranjero lasfundiciones que esperábamos paramejorar en obsequio de nuestros lec-tores las condiciones tipográficas deEl Resumen, desde mañana apareceráeste periódico con tipos nuevos, ycon alguna otra modificación […]”.

Desde el final de la década de1870 habían comenzado a introducir-

se pequeños titulares en las infor-maciones de los diarios; en realidad,simples epígrafes presentados entamaños de letras superiores a los quese utilizaban entonces (generalmen-te los cuerpos 7, 8, 10 y 12), que acom-pañaban a los filetes (líneas tipográ-ficas) en su función de separar los con-tenidos informativos unos de otros.

El periódico madrileño La Época fuede los primeros en iniciar esta prác-tica, aunque El Resumen de Suárez

‘El Imparcial’ del 7 de agosto de 1888sirve como ejemplo de la formatipográfica de los diarios españoles deaquella época. Este título era uno de loslíderes de nuestra prensa, junto a ‘LaCorrespondencia de España’.

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de Figueroa provocó el gran cambioen la presentación de las noticias, sobretodo a partir del verano de 1888,cuando ocurrió el famoso crimen dela calle madrileña de Fuencarral. Elsuceso, que apasionó durante variosmeses al público lector, ayudó a incre-mentar el tamaño de los encabeza-mientos y a titular a más de unacolumna de ancho. Las tiradas de losperiódicos subieron y los rotativos con-siderados más serios y rigurosos, que

publicaban en interior las noticias refe-ridas al crimen, se vieron forzados allevarlas también a su primera pági-na y a potenciar los titulares. Además,Suárez de Figueroa comenzó a llenarlas páginas de su diario con dibujosgrabados sobre cinc, en lugar demadera como era habitual hastaentonces, y rompió la antigua verti-calidad de la maqueta.

El Resumen publicaba un suple-mento semanal ilustrado anuncia-

Los primeros titulares grandes comenzaron a verse en ‘El Resumen’ de Suárez deFigueroa. Éste llenó de grabados las páginas del periódico, introdujo más espaciosblancos y utilizó cierta diversidad tipográfica (Ediciones del 8 de agosto de 1888 y del 18de octubre de 1889).

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Cien años de la muerte de Suárez de Figueroado en sus páginas como “un núme-ro extraordinario cada domingo, gra-tis a los suscritores de nuestro perió-dico, que es el más barato de cuan-tos se publican en Madrid”. El 16 deoctubre de 1889 renovó su formatoy se transformó en un sábana clási-co. En un artículo publicado en lasegunda página de aquel día, titula-do “Mejoras”, se afirmaba : “[…] vienea ser El Resumen el mayor de los perió-dicos populares de Madrid, y á tenertanta lectura como los más grandesque se publican en España. Cadaplana aumenta cerca de un cincuen-ta por ciento con relación á la medi-da anterior […]”.

El momento cumbre de la carre-ra profesional de Suárez de Figueroase produjo al ser nombrado porCanalejas director del Heraldo deMadrid, después de que el conocidodirigente político se hiciese en 1893con el control de este diario, funda-do por Felipe Ducazcal el 29 de octu-bre de 1890. El periodista malague-ño reunió a una de las mejores redac-ciones de aquel tiempo y proyectó lanueva maqueta del periódico, dondela ilustración era el eje principal,que supuso un gran cambio en su apa-riencia. Ideó una sencilla cabecera,sin recuadros a ambos lados, comohabitualmente se hacía; dividió laspáginas en seis columnas; acortó sen-siblemente los textos; modificó lacolocación de la publicidad que entodos los periódicos iba siempre enla última plana; eliminó secciones fijas;

utilizó con frecuencia titulares a dosy editó un suplemento semanal quetuvo gran acogida entre los lectores.

Canalejas se preocupó tanto dela marcha del Heraldo de Madrid que,a pesar del fulgurante éxito que tuvoel rotativo, llegó a colmar la pacien-cia de Suárez de Figueroa, al repro-charle por medio de cartas cuestio-nes como éstas: “La corrección resul-ta deplorable […] Algunos días elabandono o la torpeza llegan a poner

Este era el aspecto de ‘El Heraldo deMadrid’ del 11 de agosto de 1892, antes dela llegada de Suárez de Figueroa.

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en ridículo a los redactores con erra-tas intolerables. De impresión, […]variamos en términos tales que algúndía encanta el número, y otros ni sepuede leer, especialmente de noche.El papel es muy desigual y eso debeevitarse a todo trance. ¿Cómo va laventa? ¿Subió mucho en Madrid?”.

Al final, Suárez de Figueroa dimi-tió de su cargo y fue sustituido en ladirección por el redactor jefe, JoséGutiérrez Abascal, Kasabal. El 1 de enero

de 1903 volvió a fundar otro título,el Diario Universal, propiedad delconde de Romanones, y aquí se equi-vocó al intentar repetir los éxitosconseguidos en el Heraldo de Madrid.No supo crear un producto distintoy copió las ideas que él mismo habíadesarrollado en su anterior etapa.

Suárez de Figueroa falleció enMálaga justamente al cumplirse el pri-mer aniversario de la puesta en mar-cha del Diario Universal, el 1 de enero

‘Heraldo de Madrid’ después del gran cambio de imagen que realizó Suárez de Figueroa,quien perfeccionó la tipografía lineal de su cabecera y utilizó más diversidad de tipos enlos titulares, sobre el esquema de seis columnas. Además, aumentó la inserción degrabados, acortó la extensión de los textos y consiguió que el vespertino fuese elrotativo mejor diagramado de nuestra prensa cuando comenzó el siglo XX (Ediciones del14 de abril y del 14 de junio de 1900).

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Cien años de la muerte de Suárez de Figueroade 1904. Y murió como consecuenciade las heridas ocasionadas en unduelo a sable que mantuvo con unode los hijos del general ManuelSalamanca, antiguo gobernador deCuba. El desafío había surgido por loscomentarios críticos del periodistasobre la manera de actuar del gene-ral mientras estuvo en La Habana.

Los periódicos publicaron muypocos detalles de la causa del falle-cimiento de Suárez de Figueroa, aun-que la mayoría llevaron a su porta-da la noticia, acompañada de artícu-los que, además de lamentar la pér-dida del periodista, elogiaban su pro-fesionalidad. Únicamente en el DiarioUniversal se pudo leer, escondido enpáginas interiores, un comentariofirmado por el sacerdote JoséFerrándiz, íntimo amigo del falleci-do, donde se descubría la tragedia:

“—¿Dónde está mi páter? –pregun-taba Augusto en el lecho, donde aca-baban de colocarlo herido, en célebredesafío con uno de los hijos del gene-ral Salamanca–. El páter estaba allí;pero no quería dejarse ver; la figurade un clérigo es fatídica junto a la camade un herido”.

Suárez de Figueroa fue el últimoperiodista español que perdió la vidacomo consecuencia de un duelo.Hasta 1915 se produjeron algunosmás, pero sin trágico desenlace. Eseaño fueron prohibidos y ya no pudie-ron organizarse. Los desafíos contraperiodistas estaban suprimidos enEuropa desde 1905, cuando en el

Congreso Internacional de la Prensa,celebrado en Lieja, se crearon los tri-bunales de honor para dirimir losderechos de réplica.

Pero Suárez de Figueroa pasó tam-bién a la historia de nuestra prensadiaria por ser el primer director quecontrató a una mujer: Carmen deBurgos, quien firmaba Colombine,entró en la redacción del DiarioUniversal en 1903 y allí se convirtió enla primera periodista española. �

‘Diario Universal’ fue el tercer y últimoproyecto de Suárez de Figueroa. Aquí nologró inventar nada, sólo copió la fórmuladel ‘Heraldo’. Quizá su prematura muerteaceleró el fracaso del rotativo. (Edicióndel 4 de julio de 1903).