Comentario a La Carta a Diogneto en Un Mundo Laico

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ESTUDIOS Comentario a la Carta a Diogneto en un mundo laico Pedro José Gómez Serrano Profesor del Instituto Superior de Pastoral (Madrid) SÍNTESIS DEL ARTÍCULO El autor quiere ilumina nuestra situación actual (un mundo laico) con la Carta a Diogneto. Lo primero que hace es situar el texto en su tiempo. Un tiempo nada fácil. Descubre, en este texto, un gran esfuerzo de inculturación del evangelio. Le resulta atractiva, y actual, el estilo de una argumentación positiva. Se le muestra un cristianismo vigoroso y atrayente. ¿Qué respuestas creyentes al desafío de la laicidad? Es la pregunta que se convierte en eje del artículo. El autor sugiere afrontar las dificultades con realismo y actuar desde la dinámica de la semilla. 1. El contexto originario de la carta La “Carta a Diogneto” constituye un documento único en el panorama de los escritos cristianos de los primeros siglos por varios motivos. El primero radica en su misterioso origen. A pesar de la extraordinaria calidad del texto, que debiera haber extendido su fama en la antigüedad, lo cierto es que permaneció completamente ignorado hasta mediado el siglo XV. El segundo se refiere a la calidad literaria y teológica de su autor. Aunque se trata de una obra apologética, esto es, que quiere defender el buen nombre y la bondad del cristianismo en un contexto de acoso y persecución, su talante argumentativo se eleva muy por encima de la mayoría de los documentos análogos de la época. Por último, es un texto que, pese a la distancia temporal y cultural que le separa de nosotros, conserva plena vigencia en muchos de sus planteamientos. Atenas, finales del siglo II Profundicemos, brevemente, en estas tres cuestiones. Los especialistas, que no ponen en duda de la autenticidad del documento, sitúan la redacción de A Diogneto en Atenas, a finales del siglo II, es decir, en los inicios del cristianismo, aunque no se ponen de acuerdo en varias cuestiones fundamentales[1]. El autor es desconocido aunque algún investigador ha propuesto la hipótesis de que fuera un tal Cuadrato, obispo de Atenas y autor de una “Apología al emperador Adriano”, escrita sobre el año 112 d. C. Esta obra, mencionada por Eusebio de Cesarea en su Historia Eclesiástica, se había dado hasta ahora por perdida. La hipótesis es discutible ya que la única referencia literal que cita Eusebio no coincide con ningún fragmento de “A Diogneto” tal y como ha

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ESTUDIOS

 

Comentario a la Carta a Diogneto en un mundo laico

Pedro José Gómez Serrano

Profesor del Instituto Superior de Pastoral (Madrid)

 

SÍNTESIS DEL ARTÍCULO

El autor quiere ilumina nuestra situación actual (un mundo laico) con la Carta  a Diogneto. Lo primero quehace es situar el texto en su tiempo. Un tiempo nada fácil. Descubre, en este texto,  un gran esfuerzo deinculturación del evangelio. Le resulta atractiva, y actual, el estilo de una argumentación positiva. Se lemuestra un cristianismo vigoroso y atrayente. ¿Qué respuestas creyentes al desafío de la laicidad? Es lapregunta que se convierte en eje del artículo. El autor sugiere afrontar las dificultades con realismo y actuardesde la dinámica de la semilla.

 

 

1. El contexto originario de la carta

La “Carta a Diogneto” constituye un documento único en el panorama de los escritos cristianos delos primeros siglos por varios motivos. El primero radica en su misterioso origen. A pesar de laextraordinaria calidad del texto, que debiera haber extendido su fama en la antigüedad, lo cierto esque permaneció completamente ignorado hasta mediado el siglo XV. El segundo se refiere a lacalidad literaria y teológica de su autor. Aunque se trata de una obra apologética, esto es, quequiere defender el buen nombre y la bondad del cristianismo en un contexto de acoso ypersecución, su talante argumentativo se eleva muy por encima de la mayoría de los documentosanálogos de la época. Por último, es un texto que, pese a la distancia  temporal y cultural que lesepara de nosotros, conserva plena vigencia en muchos de sus planteamientos.

 

Atenas, finales del siglo II

Profundicemos, brevemente, en estas tres cuestiones. Los especialistas, que no ponen en duda dela autenticidad del documento, sitúan la redacción de A Diogneto en Atenas, a finales del siglo II,es decir, en los inicios del cristianismo, aunque no se ponen de acuerdo en varias cuestionesfundamentales[1]. El autor es desconocido aunque algún investigador ha propuesto la hipótesis deque fuera un tal Cuadrato, obispo de Atenas y autor de una “Apología al emperador Adriano”,escrita sobre el año 112 d. C. Esta obra, mencionada por Eusebio de Cesarea en su HistoriaEclesiástica, se había dado hasta ahora por perdida. La hipótesis es discutible ya que la únicareferencia literal que cita Eusebio no coincide con ningún fragmento de “A Diogneto” tal y como ha

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llegado hasta nosotros y dado que esta obra suele datarse al final del siglo II y no al principio,como aquella. Por lo demás, llama muchísimo la atención que ningún Padre de la Iglesia, ni fuentesextracristianas, hagan referencia alguna a este pequeño pero elocuente tratado. En realidad,apareció en Constantinopla en 1436, por pura casualidad, entre los papeles usados en unapescadería para envolver el género. Un joven clérigo, estudiante de griego, –Tomás de Arezzo- sehizo con el códice junto a otras 22 obras antiguas. Desgraciadamente, este original desapareció enel año 1870 al incendiarse la biblioteca de Estrasburgo en la que se encontraba, durante el conflictofranco-prusiano. Gracias a que se habían hecho tres copias de la obra en el siglo XVI, el texto hallegado a nuestros días.

 

¿Quién fue Diogneto?

Tampoco se sabe quién es el Diogneto a quién se dirige la carta. Caben varias alternativas: quefuera el mismo emperador o una persona distinguida con suficiente influencia como para impedir elacoso a los cristianos; que fuera un particular pagano interesado en la nueva religión a quien sedeseaba persuadir de la verdad del Evangelio (se especula con un maestro de Marco Aurelio delmismo nombre) o, incluso, que pudiera tratarse de una figura retórica o literaria –como en losdiálogos socráticos- utilizada para desarrollar una defensa argumentada del mensaje cristiano. Contodo, el encabezamiento –o exordio- del escrito parece apelar a alguien concreto e importante:

Pues veo, Excelentísimo Diogneto, tu extraordinario interés por conocer la religión de los cristianosy que muy puntual y cuidadosamente has preguntado sobre ella: primero, qué Dios es ése en queconfían y qué género de culto le tributan para que así desdeñen todos ellos el mundo y desprecienla muerte, sin que, por una parte, crean en los dioses que los griegos tienen por tales y, por otra,no observen tampoco la superstición de los judíos; y luego qué amor es ése que se tienen unos aotros; y por qué, finalmente, apareció justamente ahora y no antes en el mundo esta nueva raza, onuevo género de vida; no puedo menos de alabarte por este empeño tuyo, a la par que suplico aDios, que es quien nos concede lo mismo el hablar que el oír, que a mí me conceda hablar demanera que mi discurso redunde en provecho tuyo, y a ti el oír de modo que no tenga por qué

entristecerse el que te dirigió su palabra[2].

Argumentación en positivo

          Esta breve introducción ya muestra el tono general de la obra en la que predomina untalante basado en la persuasión, la argumentación en positivo y la serena convicción del valor de lafe. Los argumentos de fondo no son originales, pero el modo de tratarlos posee una gran frescura.Se apela a la inteligencia y a la sensibilidad, a la vez que se alaba al destinatario buscando subenevolencia. Todo el escrito, aunque tenga innegables elementos críticos o polémicos, secaracteriza por la ausencia de acritud, tosquedad o la relativa demagogia que aparecen confrecuencia en los denominados escritores apologetas cristianos, lo que manifiesta, tanto lacompetencia intelectual del autor, como la finura de su espiritualidad. Lo que no quita, por otraparte, nada de fuerza a la convicción con la que confiesa y justifica la bondad de la fe enJesucristo. Sin entrar todavía en el contenido del escrito, me parece que este estilo argumentativonos es muy necesario hoy en día. Por desgracia, solemos situarnos en la Iglesia en torno a dospolos casi opuestos: unos afirman dogmática e impositivamente la verdad del cristianismo,tendiendo a descalificar los planteamientos que proceden de otras tradiciones culturales o lasposiciones morales distintas a las nuestras, condenando muchas veces, con demasiada ligereza,algunos pensamientos novedosos. Otros, en cambio, camuflan avergonzadamente su fe, incapacesde dar razón de su esperanza (1ª Pe 3,15) en un contexto cultural poco favorable en el que laexperiencia cristiana –por muy diversos motivos- se encuentra desacreditada o fuertementecuestionada.

 

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Desde la vivencia concreta de los cristianos

          Resulta llamativo y plenamente actual que el autor de A Diogneto argumente sobre el valordel cristianismo no sólo sobre la base de sublimes especulaciones teológicas o filosóficas (aunque eltexto tenga calidad y hondura en este terreno) sino, sobre todo, a partir de la vivencia real de lospropios cristianos presentada –algo idealizadamente, como era de prever en un escrito de estanaturaleza- como encarnación de un estilo de vida diferente y apasionante. Nada nuevo bajo el solpor otra parte: cuando los discípulos de Juan fueron a preguntar a Jesús: “¿Eres tú el que había devenir, o tenemos que esperar a otro?”, éste no les responde con una disquisición teórica, sino conuna referencia a la realidad transformada: “Id, y hacer saber a Juan las cosas que oís y veis. Losciegos ven, los cojos andan, los leprosos son limpiados, los sordos oyen, los muertos sonresucitados, y a los pobres es anunciado el evangelio” (Mt 11,2-6). Algo parecido señalabaTertuliano, otro famoso apologeta de la segunda mitad del siglo II, para defender al cristianismo:

“Mirad como se aman”[3]. Lo que nos lleva a una pregunta pastoral de primer orden: ¿dóndepuede verse hoy ese género de vida inspirada en Jesús que sea, al mismo tiempo, actual yalternativa, servicial y feliz? Porque sin esas referencias reales –aunque sean humildes y sencillas-el anuncio del Evangelio se convierte, para nuestros contemporáneos, en “música celestial”.

 

Un cristianismo vigoroso y atractivo

          Por último, deseo defender la vigencia del contenido de la carta en un doble sentido que seintentará mostrar en el resto del artículo: la necesidad de presentar con vigor el cristianismo ennuestra sociedad de forma atractiva, contrastante y testimonial, por una parte, y la opción por unaforma de presencia pública de lo cristiano que rompa radicalmente con el paradigma de lacristiandad. El creciente malestar que sentimos dentro del Pueblo de Dios -sufriendo su incapacidadpara renovarse en diálogo con un mundo en permanente cambio-, así como la indiferencia o elrechazo que percibimos entre quienes no son miembros de la Iglesia, nos obligan a adoptar una

estrategia que puede encontrar en este documento una clara inspiración[4]. Y, como la obra serefiere a muchos asuntos, he optado por centrarme, precisamente, en lo que atañe a la forma deconcebir la relación entre los cristianos y el resto de los miembros de la sociedad.

 

2. El texto “A Diogneto”: una aproximación mínima

          La obra que estamos considerando constaba originalmente de diez capítulos muy breves alos que se añadieron otros dos finales. En ellos se abordan, de modo sistemático, las cuidadosaspreguntas de un pagano que se muestra extrañado por el comportamiento cultual, la doctrinareligiosa y las costumbres morales de los cristianos. El autor va respondiendo a la curiosidad de suinterlocutor abordando, sucesivamente, las siguientes cuestiones:

 

•Las inquietudes de partida del destinatario a quien alaba por su interés•La crítica general a la idolatría presente en las religiones•La refutación del judaísmo y el reconocimiento de sus aciertos•La afirmación de la inoperancia de las prácticas y observancias judías•Las curiosas paradojas que comporta la existencia cristiana•La consideración de los cristianos como alma del mundo•La descripción del origen divino y revelado del cristianismo•La manifestación de Dios en la encarnación como culmen de la historia

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•El significado profundo de la salvación cristiana•La centralidad del amor en la nueva religión•Una conclusión que pretende abrir al destinatario a la fe en Jesús

 

En definitiva, pese a su escasa extensión, nos encontramos con una reflexión que aborda losaspectos nucleares de la fe cristiana, expuestos de un modo al mismo tiempo profundo y ameno,debido al uso de abundantes recursos literarios como el diálogo, las preguntas o las imágenesmetafóricas. Ante la imposibilidad de tomar en consideración toda la obra, reproduzco, acontinuación, uno de los fragmentos más conocidos y sugerentes en el que aparecen, con todaclaridad, tanto las convicciones básicas de su autor, como ese estilo dialéctico que, en mi modestaopinión, también nosotros deberíamos adoptar:

 

“Los cristianos no se distinguen de los demás hombres ni por su tierra, ni por su lengua, ni por suscostumbres. En efecto, en lugar alguno establecen ciudades exclusivas suyas, ni usan lenguaalguna extraña, ni viven un género de vida singular. La doctrina que les es propia no ha sidohallada gracias a la inteligencia y especulación de hombres curiosos, ni hacen profesión, comoalgunos hacen, de seguir una determinada opinión humana, sino que, habitando en las ciudadesgriegas o bárbaras, según a cada uno le cupo en suerte, y siguiendo los usos de cada región en loque se refiere al vestido y a la comida y a las demás cosas de la vida, se muestran viviendo untenor de vida admirable y, por confesión de todos, extraordinario. Habitan en sus propias patrias,pero como extranjeros; participan en todo como los ciudadanos, pero lo soportan todo comoextranjeros; toda tierra extraña les es patria, y toda patria les es extraña.

 

Se casan como todos y engendran hijos, pero no abandonan a los nacidos. Ponen mesa común,pero no lecho. Viven en la carne, pero no viven según la carne. Están sobre la tierra, pero suciudadanía es la del cielo. Se someten a las leyes establecidas, pero con su propia vida superan lasleyes. Aman a todos, y todos los persiguen. Se los desconoce, y con todo se los condena. Sonllevados a la muerte, y con ello reciben la vida. Son pobres, y enriquecen a muchos. Les falta todo,pero les sobra todo. Son deshonrados, pero se glorían en la misma deshonra. Son calumniados, yen ello son justificados. «Se los insulta, y ellos bendicen» (1 Cor 4, 22). Se los injuria, y ellos danhonor. Hacen el bien, y son castigados como malvados. Ante la pena de muerte, se alegran comosi se les diera la vida. Los judíos les declaran guerra como a extranjeros y los griegos lespersiguen, pero los mismos que les odian no pueden decir los motivos de su odio.

 

Para decirlo con brevedad, lo que es el alma en el cuerpo, eso son los cristianos en el mundo. Elalma está esparcida por todos los miembros del cuerpo, y los cristianos lo están por todas lasciudades del mundo. El alma habita ciertamente en el cuerpo, pero no es del cuerpo, y los

cristianos habitan también en el mundo, pero no son del mundo” [5].

 

Inculturar el evangelio

          Resulta evidente que algunos aspectos de la argumentación pueden parecernos algo ajenos,por estar empapados del clima cultural y filosófico griego (particularmente neoplatónico), pero lafuerza expresiva del texto y sus imágenes pueden ser captados y apreciados perfectamente por ellector contemporáneo. La problemática de fondo del escrito aún es la nuestra: la necesidad de

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inculturar el Evangelio en cada situación histórica sin perder la sustancia de su mensaje. Al fin y alcabo, siguen estando plenamente vigentes las palabras de Pablo VI: “la ruptura entre el Evangelio

y la cultura es, sin duda alguna, el drama de nuestro tiempo”[6]. Por desgracia, cabría decir queesa ruptura se ha ampliado notablemente en los cuarenta y cinco años transcurridos desde elConcilio Vaticano II debido, tanto a los enormes cambios culturales que ha padecido el planeta,como al retroceso que se ha producido en el impulso eclesial de  renovación. Podemos encontrarsimilitudes y diferencias entre nuestra época y la postapostólica. Hoy, como entonces, nossentimos minoría incomprendida o cuestionada, pero nuestros mundos son muy diversos. En elsiglo II, la naciente fe cristiana –llena de vitalidad y autoconfianza- tenía que dialogar con unacultura para la que el Evangelio resultaba profundamente extraño aunque, en un clima de graninquietud religiosa. En nuestros días, sin embargo, el cristianismo aparece como una vieja religión-más que conocida- que opera en un clima de indiferencia hacia las tradiciones espirituales clásicasy de predominio de la cultural del bienestar, para la que el Evangelio de Jesús no deja de resultar,eso sí, completamente excéntrico.

 

3. ¿Qué significa para los cristianos estar en un mundo laico? Nuestro contexto

Con frecuencia, señalamos que nos encontramos en un mundo laico para subrayar que el contextoen el que hoy tenemos que vivir nuestra fe es profundamente diferente al que predominaba entrenosotros hace sólo unas pocas décadas y que esta extraordinaria transformación nos obliga, en

palabras de Andrés Torres Queiruga, a creer de otra manera[7]. El hecho de no haber sido capacesde afrontar este radical cambio sociocultural ha generado en los últimos tiempos una crisis de

credibilidad del cristianismo sin precedentes[8]. Y, ante la invitación a comentar la carta a Diognetodesde un mundo laico, me veo obligado a aclarar muy brevemente, que entiendo por laicidad.Afirmar la laicidad de nuestro mundo significa, en mi opinión, reconocer, valorar y aprender asituarse positivamente ante determinados aspectos de la realidad sociocultural contemporánea queexpongo resumidamente.

 

En el proceso de la secularización

A lo largo de los últimos siglos se ha ido produciendo –especialmente en Europa- el proceso de lasecularización que ha consistido, básicamente, en la confluencia de dos fenómenos. En primerlugar, se ha dado el paso de un mundo indiferenciado en el que lo sagrado proporcionaba unsentido y horizonte general a la vida social, a otro en el que se han ido delimitando espacios derealidad, relativamente autónomos, y que poseen una lógica propia de funcionamiento (economía,política, ciencia, arte, religión, etc.). Por otra parte, esos ámbitos de la vida social se han idoemancipando de la tutela o el control eclesiásticos, lo que se ha traducido en una perdida derelevancia de la religión. En el extremo, la religión ha sido cuestionada como ilusión ingenua, comofactor de legitimación de la injusticia o como vehículo de alienación. La última fase de este proceso–que pasa del espacio de las instituciones sociales al de la interioridad- ha consistido en la pérdidageneralizada de referencias religiosas en la configuración de la conciencia personal, sea en el nivelde la moral, sea en el de la búsqueda de sentido. En adelante, no cabe esperar que la fe personalse encuentre arropada por un clima religioso general.

 

El fenómeno del pluralismo

 

Un segundo fenómeno que configura el mundo actual y nuestra forma de ser creyentes en él, es el

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del pluralismo de cosmovisiones, que rompe los contextos culturalmente homogéneos que habíansido la tónica dominante en la historia de la humanidad hasta los tiempos modernos. El hechoreciente de las globalización ha agudizado y agudizará aún más en el futuro próximo laheterogeneidad de las ideas y concepciones de la vida que circulan en la sociedad en todas susdimensiones (morales, estéticas, ideológicas, religiosas, etc.). Habremos de acostumbrarnos aconvivir con quienes piensan de otro modo y, lo que es más importante, a mantener o renovarnuestra identidad religiosa en diálogo permanente con quienes poseen otras convicciones. Nadieaccederá a la fe por asimilación pasiva de una herencia ambiental, ni podrá mantenerse en ella sinhacer un ejercicio permanente de contraste crítico con otras posiciones. Sólo permanecerá condinamismo la fe personal y personalizada, generalmente vivida de un modo comunitario. Más aún,es fácil suponer que este pluralismo de visiones del mundo y de la vida puede extender el tipo derelativismo o escepticismo generalizado que tanto preocupa a Benedicto XVI. De lo que cabe pocaduda es que, por mil motivos, no volveremos a ver a corto y medio plazo una situación religiosahomogénea.

 

La indiferencia religiosa

Por ello no es de extrañar que el tercer rasgo que parece caracterizar el clima espiritual de nuestraépoca sea el de la indiferencia religiosa. Desde luego, las encuestas sociológicas de nuestroentorno europeo reflejan una permanente caída en el número de quienes se definen comocreyentes o como ateos y un aumento continuo de los porcentajes de quienes se autodefinen comoindiferentes o escépticos. Abundan también quienes defienden posturas eclécticas y mezclanconvicciones y creencias contradictorias entre sí o procedentes de tradiciones diversas en unaespecie de collage personal. Más aún, entre quienes se definen creyentes, así como entre losagnósticos y ateos se multiplican aquellos que lo son de “baja intensidad”, es decir, que “creen” o“descreen” débilmente, sin aspirar a extender sus creencias o convencer a otros. En el terrenopráctico, este fenómeno se traduce en que viven del mismo modo quienes manifiestan creer cosasdistintas. La fe no parece conducir a un género de existencia distinto en una sociedad configuradaclaramente por la cultura del consumo y en la que las referencias religiosas visibles se encuentrancada vez más difuminadas o aparecen, sólo esporádicamente, para dar un toque folclórico, estéticoo emocional a los acontecimientos más importantes de la biografía personal (nacimientos, bodas yfunerales).

 

Revitalización religiosa

     No obstante, junto a los elementos estructurantes de la cultura actual anteriormente descritos,aparecen otros que parecen apuntar hacia una revitalización religiosa, si bien tienen un peso mayoren otros continentes. Me refiero, claro está, al fortalecimiento de los fundamentalismos, alcrecimiento de ciertas sectas y grupos carismáticos, al auge del movimiento new age, a lacreciente difusión de versiones edulcoradas de la espiritualidad oriental (meditación, yoga, zen,etc.), al éxito de publicaciones exotéricas y religiosas, al aumento de formas variadas desupersticiones, etc. El fenómeno es tan variopinto que admite muchas interpretaciones. Sinpretender agotarlas, ni mucho menos, podemos señalar que hay quienes afirman un “retorno de lo

sagrado”[9] derivado de la decepción del fracaso de las promesas de la Modernidad y del vacíoexistencial generado por el progreso material, que abriría nuevas posibilidades a unaevangelización renovada. Otros sostienen, por el contrario, que estos hechos reflejan más bien queel consumismo también se ha apoderado del ámbito religioso que se encuentra ahora al servicio dela realización narcisista de los individuos que ahora, además de acaparar bienes y servicios,

reclaman “equilibrio emocional y paz espiritual”[10]. También hay quienes perciben que laexperiencia religiosa no puede realizarse en las mediaciones tradicionales de las iglesias y quebusca nuevos espacios y formas para su plasmación. Asistiríamos, pues, a una verdadera

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“metamorfosis de lo sagrado”[11].

 

Sobre el concepto de laicidad

          Con todo, cuando utilizamos el concepto de laicidad, solemos referirnos, sobre todo, al

modo en el que las convicciones religiosas de las personas se articulan en la esfera pública[12]. Aeste respecto la laicidad, un concepto y práctica política lentamente desarrollados en Europa a lolargo de los últimos siglos, representa un modo de facilitar la convivencia entre quienes profesandistintos credos que, por referirse a lo que los individuos tienen por más sagrado o absoluto, podríaconducir a la imposición, la persecución del distinto y la violencia, como la historia, por desgracia,nos ha mostrado tantas veces. La laicidad supone, propiamente, la independencia del Estadorespecto a cualquier tipo de confesión religiosa (o filosófica) para garantizar la libertad deconciencia de todos los ciudadanos y la neutralidad del poder público en una materia que no puedeimponerse en modo alguno. La laicidad puede entenderse de tres maneras: como rechazo delEstado a lo religioso (percibido como negativo o mal menor) y su reclusión a la esfera de lainterioridad de las personas en el ámbito privado (o en los espacios particulares de las distintasconfesiones: templos, locales, etc..); como neutralidad religiosa de los poderes públicos (el Estadogarantiza por igual la expresión y realización de la religión en espacios públicos y privados siempreque se respete la ley y no se altere el orden público) y, por último, desde una perspectiva deaportación positiva y colaboración, el Estado reconoce la aportación de las distintas tradicionesreligiosas al bien común y promueve espacios de colaboración entre ambas instancias en ciertosámbitos (por ejemplo, la educación, la sanidad, la integración social, la promoción artística…).

En definitiva, aunque en numerosos ambientes eclesiásticos se ha visto con enorme prevención elascenso de la laicidad que, de hecho, se pudo ir abriendo paso en conflicto con las posturasconfesionales del cristianismo europeo, lo cierto es ésta es hoy una conquista adquirida en elámbito sociopolítico que puede abrir un camino muy positivo para la presencia de los cristianos enel mundo actual. De hecho, esta realidad que el Concilio Vaticano II reconoce plenamente al hablar

de la autonomía de las realidades terrenas[13] puede distinguirse de sus formulaciones extremasque las autoridades eclesiásticas tienden a denominar laicismo, y que consistiría en una actitud delas autoridades orientada a desterrar o eliminar de la vida social cualquier manifestación de laexperiencia religiosa, reduciéndola al ámbito de la privacidad.

Sin embargo, la laicidad entendida de un modo positivo –es decir, no como veto, persecución orechazo de lo religioso, sino como reconocimiento de la separación entre la Iglesia y el Estado-ofrece grandes oportunidades a los cristianos para ejercer una forma de actuación pública másevangélica. Se acaba para la Iglesia la posibilidad de mantener el monopolio religioso sobre lasociedad y de imponer a todos su visión de las cosas, así como de disfrutar de privilegioseconómicos, legales o ideológicos, al tiempo que se priva a los poderes públicos de cualquierlegitimación sagrada que, a veces, estos demandan y garantiza, por último, la igualdad de trato alos ciudadanos sea cual sea el credo que profesen. Con este proceso, la Iglesia gana en autonomíafrente al Estado sin necesidad de renunciar a la proyección pública de la fe –algo irrenunciable parala tradición judeocristiana-, los ciudadanos ven respetado su derecho a la libertad religiosa eideológica y el Estado actúa como árbitro independiente y garante de la convivencia en igualdad detodas las corrientes de pensamiento, siempre que respeten el marco de actuación establecido porla ley.

 

Trabajar por el Reino en medio de la sociedad

          Vivir en un mundo laico en los términos descritos en este aparatado no impide, en modoalguno, a los cristianos dar testimonio de su fe o trabajar por la extensión del los valores del Reino

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en el medio de la sociedad (y en alianza con cualquier persona de buena voluntad), pero sí que lesobliga a hacerlo de otra manera: más libre, y sin contar con el apoyo de las instituciones públicas,salvo cuando sea conveniente para ambas partes colaborar en la persecución de algún objetivo delbien común. No olvidemos que la religión puede aportar grandes valores a la sociedad que podríanser reconocidos incluso por quienes no comparten sus creencias: la motivación para uncompromiso solidario, la promoción y fundamentación de valores morales, la acción caritativa yservicial hacia los más pobres, la creación artística, la denuncia de la injustita, etc. La acción de loscristianos en este nuevo contexto ganará entonces en transparencia, independencia y autenticidad,lo que resultará muy positivo para su misma misión evangelizadora. 

          No obstante para que la laicidad pueda tener esta virtualidad positiva, los creyentes han desaber adaptarse a un entorno que muchos, acostumbrados a una situación institucionalmenteresguardada y socialmente reconocida, pueden percibir ahora como “vida a la intemperie”. No sonpocos los cristianos que se encuentran con una mezcla de perplejidad y desaliento ante la situaciónactual de la Iglesia y que no saben cual es la estrategia más adecuada para afrontar el desafío delanuncio del Evangelio en nuestro mundo. Y es, precisamente, la nueva condición minoritaria delcristianismo y la pérdida de su peso social la que convierte en sumamente sugerente elplanteamiento de la carta a Diogneto.

 

4. Respuestas creyentes al desafío de la laicidad: evitar los pretextos

 

4.1. La táctica del avestruz no es buena.

Para empezar me parece oportuno señalar que, como recomendaba el filósofo Spinoza, ante las

situaciones que nos desconciertan: “Ni reír, ni llorar, ni detestar, sino comprender”[14]. Por lotanto lo primero es analizar con realismo lo que está sucediendo, para buscar después caminos defuturo. Y el desafío del cambio nos sitúa ante una disyuntiva que el teólogo evangélico alemánJürgen Moltman formuló hace años con toda claridad. El cristianismo se encuentra entre dospeligros: puede optar por mantener la identidad en unas formas culturalmente superadas yentonces dejará de ser relevante para nuestros contemporáneos o puede intentar renovarse paramantener la relevancia en el nuevo contexto cultural y entonces correrá el riesgo de perder su

identidad por su deseo de “ponerse a la moda”[15]. Si bien es cierto que la realidad enseña laverdad del aforismo “renovarse o morir”, no es menos cierto que ciertas adaptaciones puedentraicionar la esencia del mensaje cristiano.

Por su parte el famoso sociólogo de la religión Peter Berger señalaba en uno de sus trabajos que alcristianismo occidental, ante el avance de las transformaciones que hemos mencionado, se le

presentaban cuatro alternativas que presento en una interpretación libre[16]:

 

•La primera consistía en adoptar una actitud de reconquista y defender a capa y espada elregreso algunos aspectos de la cristiandad y la posición de preeminencia que en ellamantenían las Iglesias. Las batallas numantinas que algunas conferencias episcopalesmantienen con los gobiernos en materia de financiación del clero, enseñanza religiosa,tratamiento fiscal de las obras eclesiales o legislación sobre cuestiones morales, recuerdaeste planteamiento que, sin embargo, parece abocado al fracaso: ni las sociedadesdemocráticas modernas desean la tutela de la Iglesia, ni, por otra parte, parecen muyevangélicas las estrategias de la confrontación, el privilegio y la imposición. Hoy la regulaciónlegítima de la vida pública pasa por acatar los procedimientos democráticos.

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•La segunda estrategia eclesial posible consiste en separarse de la dinámica social y asumir lareclusión en un gueto. A este respecto, la sectarización de un grupo religioso no dependesobre todo del reducido número de sus miembros, sino de la tendencia a eliminar los lazossociales y culturales con le conjunto de la sociedad creando un mundo propio. Un colectivonumeroso puede refugiarse en una subcultura autista y ser sectario y otro de númeroreducido ser permeable hacia el entorno del que forma parte y dialogante con sus distintoscomponentes. Tampoco me parece con futuro la estrategia de invernadero tanfrecuentemente adoptada por autoridades eclesiales que se rodean de gruposmanifiestamente conservadores que sólo ven en el mundo degradación y retroceso. Laactitud de Jesús no consistió en separarse de su pueblo para crear un “grupo de los puros”sino en mezclarse con todos para difundir su mensaje y realizar acciones liberadorasgeneradoras de encuentro.

•Una tercera postura que cabe adoptar ante el cambio cultural consiste en adulterar o rebajarel Evangelio para acomodarlo a los nuevos tiempos, eliminando aquellos elementos quechocan con la mentalidad vigente y manteniendo exclusivamente aquello que hoy pueda ser“políticamente correcto” (la tolerancia, la igualdad, el cuidado de la naturaleza, el deseo depaz, etc.). Y, aunque nadie lo plantee con esta crudeza, habría que reconocer que muchoscristianos han renunciado a defender el estilo de vida profundamente contracultural plasmadoen las Bienaventuranzas. Como ha señalado con razón Johan Baptist Metz, la religiónburguesa es una traición al Evangelio de Jesús.

•Cabe, por último, asumir una estrategia mucho más evangélica en los tiempos que corren yque es, precisamente, la que Jesús propone en numerosos relatos evangélicos. Se trata de ladinámica de la semilla que como veremos en el epígrafe siguiente resulta sumamentesugerente desde el punto de vista pastoral. Lo que ocurre es que, para asumir esteplanteamiento, la Iglesia necesita cambiar profundamente su modo de concebir la relacióncon el conjunto de la sociedad y sus miembros, articulados comunitariamente, pasar de sermeramente bautizados a creyentes convertidos y seguidores de Jesús.

 

Resto o residuo

Porque de lo que se trata para la Iglesia europea hoy es saber si quiere optar por ser “resto” o si se

resigna a ser “residuo”[17]. Dando por supuesto que se producirá inevitablemente una notablereducción en el número de sus miembros, en la primera alternativa (con fuerte sabor bíblico) semantendría el Evangelio, experimentado apasionadamente a nivel personal y radicalmentemodificado a nivel institucional, como una referencia alternativa para la comprensión de la vidahumana frente a la hegemonía de la cultura de la satisfacción o el avance del  escepticismomientras que, en el segundo caso, asistiríamos a la progresiva y lánguida pérdida de significaciónde la fe cristiana, por incapacidad de la institución eclesial para asumir con valentía el cambio decontexto. Más allá de los números, los cristianos tenemos que preguntarnos si tenemos algopositivo e insustituible que aportar al mundo en el que vivimos y si vamos a tener el coraje derealizarlo y ofrecerlo a todos nuestros contemporáneos, aunque sea acogido sólo por una minoría.

          “A Diogneto” plantea una toma de postura ante estas disyuntivas: articula un discursoadaptado al pensamiento helenista que mantiene clara la identidad cristiana; rechaza lasestrategias confesional, sectaria y acomodaticia, subrayando, al mismo tiempo, el caráctersorprendente y radical de la vida cristiana y la necesidad de respetar los usos y costumbres de la“polis”; asume sin complejos la condición de minoría social de los cristianos sin renunciar aproclamar con alegría el valor de la fe en Jesucristo y aspirando a que el género de vida nacida delEvangelio genere interrogantes en los demás miembros de la sociedad e, incluso, el deseo deincorporarse al movimiento de Jesús. 

 

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4.2. Un acercamiento evangélico a esta problemática

Las imágenes que utiliza Jesús de Nazaret para referirse tanto a la presencia del Reino de Dioscomo al significado de los cristianos en el mundo –semilla, luz, sal y levadura- aportan, desde mipunto de vista, numerosas pistas para aprender a ser cristianos en un mundo laico que sintonizan,al mismo tiempo, con las intuiciones del autor de la carta a Diogneto. Curiosamente, sin forzar lainterpretación, existen una serie de características comunes a estas imágenes que pueden iluminarnuestra reflexión.

 

Pequeñez

La primera característica de todas estas imágenes es la de la pequeñez, la humildad, la modestia,casi la insignificancia… Se trata justo de lo contrario a lo que imaginaríamos respecto a la actuaciónde Dios en el mundo o a la importancia que debe tener su Iglesia en la sociedad. Estas realidadesnos recuerdan que la presencia de Dios se encuentra muchas veces en lo pobre, en lodesapercibido como nos recuerda la comunidad onubense de Pueblo de Dios. Y esa pequeñez,valorada muy positivamente por Jesús, puede abrirnos los ojos a los cristianos actuales mucho más

preocupados normalmente por “cuantos somos” que por “cuánto somos” (cristianos)[18].

Necesidad de mezclarse

La segunda característica común a la sal, la luz, la semilla y la levadura es que necesitan mezclarsecon otros elementos para poder cumplir con su finalidad. Si no se da esta mezcla, no hayfecundidad posible. La sal tiene sentido con el alimento, la luz sin objetos que iluminar permaneceoscura como ocurre en el espacio, la semilla necesita introducirse en la tierra para generar unanueva planta y la levadura sin la masa de harina no puede producir el pan. La enseñanza es clara:los cristianos tienen que juntarse con todos –superando toda tentación elitista o sectaria- siquieren aportar sabor y color a la vida común; si quieren ofrecer desarrollo y alimento para unasociedad mejor.

 

No implica pérdida de su naturaleza

Una tercera característica de estas realidades es que su pequeñez no implica pérdida sunaturaleza, energía y fuerza expansiva. En este sentido, pequeño no quiere decir débil o mediocre.Al contrario, la fuerza difusora o dinamizadora de estos elementos es muy grande. Basta un pocode sal para aliñar mucha comida y poca levadura para levantar una buena porción de masa. Sonrealmente duras las palabras de Jesús sobre la sal que se vuelve sosa o la luz que se escondedebajo del celemín (Mt 5, 13-16), por no hablar de la parábola de los talentos (Mt 25, 14-30). Senos anima, pues, a mantener toda la virulencia y energía del Evangelio en activo para queproduzca su fruto, sin excusas victimistas (“no podemos”, “somos pocos”, “no nos entienden”…),sin ceder a la tentación del acomodamiento o la cobardía, sin pesimismos y quejas estériles.

 

No debe aspirar a acaparar

La cuarta característica que me gustaría destacar inspirándome en estas imágenes es el hecho deque el “factor evangélico” no debe aspirar a acaparar, dominar o monopolizar la realidad, sino amejorarla discretamente, respetando y acogiendo la riqueza de todo lo creado. Si todo fuera sal enun guiso, sería de todo punto indigesto; si todo fuera luz, no veríamos nada, porque se produciríanuestro total deslumbramiento; la acumulación de levadura no da como resultado ningún producto

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comestible; las semillas, sin suelo, no pueden desarrollarse. Por eso, la íntima convicción quetenemos los creyentes respecto a la capacidad humanizadora del Evangelio no nos obliga adespreciar o minusvalorar cualquier de realidad sobre la que éste pueda actuar. ¡Cuántonecesitamos aun superar la tentación del exclusivismo!

 

Abundancia, belleza y sabor de la vida transformada

Una quinta característica que se deduce de las dinámicas naturales de la luz, la sal la levadura y lasemilla es que, el resultado o la finalidad del proceso de su intervención en la realidad, consiste enla abundancia, belleza y sabor de la vida transformada, no el fortalecimiento institucional. Tambiénen este ámbito querer salvar la identidad puede significar perderla. Si la sal se reserva y no semezcla para no desaparecer a nuestra vista, la comida no tendrá el sabor adecuado. Unaproporción adecuada de sal realza el sabor de los alimentos sin enmascararlos; su ausencia o suexceso no.  Y lo mismo podemos decir de la luz, la levadura y la semilla. Su objeto es producir paraotros, volcarse hacia fuera. En cierta manera, morir para renacer.

 

La pregunta por la experiencia de la fe

La sexta característica común a estas imágenes es que no remiten a voluntarismos o a propósitosmoralizantes sino a la pregunta por si la experiencia de fe es o no auténtica. Las narracionesevangélicas son concluyentes. No indican “debéis ser” la luz, la sal o la semilla sino “sois”. La cosaestá clara: si la sal no sala es que no es sal, si la luz no ilumina es que no es luz, si la semilla nogermina es que no lo era O lo que es lo mismo, la acción evangelizador no es resultado de unesfuerzo o un deber sino manifestación espontánea y natural de una experiencia arrebatadora ¡Hayde mi si no evangelizara! Decía San Pablo. Yo no me tengo que proponer abrazar a los que quiero ocomunicar una alegría si la experimento; brota, surge inevitablemente. Por lo que la vida cristianaremite más a la propia conversión a Jesús que a la obligación ética.

 

Imágenes radicalmente teológicas

Por último y en séptimo lugar habría que destacar la característica radicalmente teológica de estoselementos. Es Dios mismo el que actúa en el mundo, a veces contando con nuestra colaboración ydisponibilidad y, otras, a pesar nuestro o sin que nos demos cuenta. Por eso el agricultor puededescuidarse ya que Dios hace crecer la espiga por la noche cuando descansa (Mc 4, 26-34); poreso Él hace llover sobre justos e injusto esperando que todos se salven (Mt 5, 45); por eso siembraen todo tipo de tierras sin desconfiar por adelantado respecto al posible resultado de la actividad(Mt 13, 1-23); ilumina a los que estaban en tinieblas y sombras de muerte aunque algunos“prefirieran las tinieblas a la luz” (Jn 3, 16-21). Y nos recuerda que “no estemos preocupados,cansado y agobiados” porque “cada día tiene sus fatigas” (Mt 11, 28-30).

 

4.3. ¿Cómo asumir hoy las propuestas de la carta a Diogneto?

 

“Tenor de vida superior”

          Mi profesor, maestro y amigo Juan Martín Velasco señalaba en una de sus clases que el

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problema actual del cristianismo no consistía en que escandalizáramos con nuestrocomportamiento, sino en que “escandalizábamos con lo que no tendríamos que escandalizar y conlo que tendríamos que escandalizar no escandalizábamos”. Tiene toda la razón. Yo suelo formularla misma cuestión en otros términos: el desafío actual que tenemos planteado los cristianosconsiste en no ser anacrónicos sino alternativos. Porque, como aparece en la Carta a Diogneto, losseguidores de Jesús tendríamos que asumir con toda naturalidad todos los elementos de la culturaa la que pertenecemos excepto aquellos que entraran en contradicción con el Evangelio de unaforma patente. Y, llegados a este punto, recordando a Pedro cuando en los Hechos de los Apóstolesafirmaba que hay que obedecer a Dios antes que a los hombres (He 5, 29), practicar lacorrespondiente “objeción de conciencia”, cargar con la cruz y afrontar las consecuencias. Al mismotiempo, tendríamos que asumir como dice el texto un “tenor de vida superior” consistente no enadoptar algún modo de elitismo espiritual, sino un profundo compromiso con la humanización delmundo alimentado en al amor de Dios. Porque con lo que realmente la Iglesia tendría queescandalizar a la sociedad del bienestar es con su capacidad de perdón y de acogida, con sutrabajo por la justicia, con su austeridad y modo de compartir, con su confianza en Dios y suespíritu de fiesta. Y no son precisamente estas actitudes las que escandalizan de la Iglesia anuestros conciudadanos.

          Lo que no puede aceptarse en modo alguno es que para ser cristiano haya que ser machistaen materia de género, medieval en la forma de organizar la comunidad, precientífico en elpensamiento, barroco en la estética y neoplatónico o estoico en materia sexual. La absolutización osacralización de las mediaciones cultuales, doctrinales, morales e institucionales que la Iglesiaadoptó en el pasado y la incapacidad de reformarlas para ponerlas en sintonía con los nuevostiempos está alejando a la comunidad eclesial del común de los mortales. Como indica el texto queestamos comentando, es la adopción de un estilo de vida marcado por el amor mutuo y la fe enDios lo que “distingue” a la existencia cristiana, no la adopción de otros “usos y costumbres” quealejan innecesariamente a los creyentes de la sociedad de la que forman parte.

 

La fe es un regalo

Me interesa subrayar aún otros aspectos de la carta. La fe cristiana nos viene de regalo y no comoun invento humano –por eso es espiritual- pero nos introduce en la vida ordinaria que se convierte,así, en el lugar privilegiado del encuentro con Dios, que no acontece sobre todo en las practicaspiadosas o alejándonos de lo profano, sino viviéndolo a fondo como lugar de presencia del Misterioque lo habita y donde se revela. La imagen del alma y el cuerpo sugiere también la misiónfundamental de los cristianos: animar, impulsar, hacer presente el espíritu de Dios, dar vida yesperanza. Y, de paso, el ejemplo nos muestra como para formular la experiencia cristiana resultanecesario emplear el vehículo cultural propio del momento y el lugar donde se realiza el anuncio:en este caso el pensamiento griego. Una tarea que, pese a sus riesgos, tenemos que hacernosotros en la actualidad inevitablemente y que se encuentra obstaculizada por el miedo al cambioen la Iglesia.

Llama la atención, por otra parte, cómo la existencia cristiana se concibe de un modo dialéctico:“Se casan como todos y engendran hijos, pero no abandonan a los nacidos. Ponen mesa común,pero no lecho. Viven en la carne, pero no viven según la carne. Están sobre la tierra, pero suciudadanía es la del cielo…”. Esta dialéctica, intrínseca a la existencia cristiana, recuerda alpensamiento de Pablo que lo mismo afirma “no os amoldéis al mundo este y mantened otramentalidad” (Rom 12, 1-2) -lo que parece subrayar la ruptura- que recomienda “probadlo todo yquedaos con lo bueno” (1 Tes 5, 19-21) o “yo me hago todo a todos para salvar a algunos” (1 Cor9, 22) -lo que subraya la solidaridad de los cristianos con toda la familia humana-. Así, junto alimprescindible elemento de solidaridad con el mundo, los cristianos tenemos también que afirmarque sus realizaciones siempre tendrán que estar confrontadas con ese “más y mejor” al queestamos invitados y que sólo Dios en último término puede se capaz de proporcionarnos. Es ladialéctica del “ya, pero todavía no” que atraviesa toda la predicación de Jesús sobre el Reino de

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Dios.  

 

Profunda experiencia de fe personal y apoyo comunitario

          Por otra parte, la obra que centra nuestra atención no reclama para los cristianos ningúntipo de privilegio o ventaja social (por otra parte impensable en aquella coyuntura histórica) comolas que luego las iglesias cristianas han defendido. Al contrario, muestra que, cuando la experienciade fe es profunda y gozosa, lo seguidores de Jesús están dispuestos a dar la vida a favor de losdemás y a afrontar las dificultades derivadas de anunciar la Buena Nueva (calumnias, desprecios,incomprensión o persecuciones) con una admirable entereza y un espíritu noviolento similar al desu Maestro. Lo que nos lleva a reconocer otra enseñanza obvia: la necesidad de tener una profundaexperiencia de fe personal y el apoyo comunitario si queremos que la vida cristiana tenga eladecuado vigor en contextos minoritarios.

 

5. Conclusión

          Con gran acierto, y en plena sintonía con el espíritu que hemos descubierto en la Carta aDiogneto, el papa Pablo VI señalaba poco después del concilio Vaticano II que:

 

“La Buena Nueva debe ser proclamada, en primer lugar, mediante el testimonio. Supongamos  uncristiano o un grupo de cristianos que, dentro de la comunidad humana donde viven, manifiestensu capacidad de comprensión y de aceptación, su comunidad de vida y de destino con los demás,su solidaridad en los esfuerzos de todos en cuanto existe de noble y bueno. Supongamos ademásque irradian de manera sencilla y espontánea su fe en los valores que van más allá de los valorescorrientes, y su esperanza en algo que no se ve, ni osarían soñar. A través de este testimonio sinpalabras, estos cristianos hacen plantearse a quienes contemplan su vida interrogantesirresistibles. ¿Por qué son así? ¿Por qué viven de esa manera? ¿Qué es o quién es el que los

inspira? ¿Por qué están con nosotros?”[19]

 

Una conocida campaña para la integración social promovida por la administración hace unos añosseñalaba: “Somos Iguales-Somos Diferentes” Lo mismo cabe decir de los cristianos. La cuestiónes: ¿en qué? Y siguiendo las enseñanzas de “A Diogneto” podemos afirmar: somos y debemos seriguales a todos en la condición humana, en las necesidades básicas, en dignidad personal, en laparticipación en las costumbres y prácticas de nuestros pueblos que no atentan contra laspersonas, en el amor que Dios nos tiene. Pero, al mismo tiempo, habría que afirmar con convicciónque somos o deberíamos ser diferentes en el hecho de asumir todos aquellos valores y actitudesque, presentes en el Evangelio de Jesús, se encuentran olvidados, cuestionados o perseguidos encualquier sociedad y en oponernos a aquellos otros que contribuyen a perpetuar la injusticia y elsufrimiento que afecta a tantos miembros de la familia humana. A la postre, ello supone tomarnosen serio las palabras que el cuarto evangelista pone en boca de Jesús: “No te pido que los saquesdel mundo sino que los preserves del mal” ( Jn 17, 15).

 

Pedro José Gómez Serrano

 

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[1] QUASTEN J., Patrología I: Hasta el concilio de Nicea,  BAC, Madrid 1968-1973; TREVIJANO

R., Patrología, BAC, Madrid 1994; WIKIPEDIA: A Diogneto.

[2] BUENO, Daniel (ed), Padres Apostólicos BAC, Madrid, 1950, Capítulo 1, 1. Una versión completa del texto en Iglesia Vivanº 237, enero-marzo, 2009., pp. 123-130.

[3] TERTULIANO: Apologético 39.

[4] MARTÍN VELASCO, Juan, El malestar religioso de nuestra cultura, Paulinas, Madrid, 1993.

[5] A Diogneto: capítulos 4 y 5.

[6] PABLO VI, Evangelii Nuntiandi nº 20.

[7] TORRES QUEIRUGA, Andrés, Creer de otra manera, Sal Terrae, Santander, 1999.

[8] GONZÁLEZ FAUS, José Ignacio, “Crisis de credibilidad del cristianismo. España como síntoma”. Concilium nº 311, 2005.

[9] MARDONES, José Mª: Síntomas de un retorno, SalTerrae, Santander, 1999.

[10] LIPOVETSKY, Gilles, La felicidad paradójica, Anagrama, Barcelona, 2007.

[11] MARTÍN VELASCO, Juan, Metamorfosis de lo sagrado y futuro del cristianismo, SalTerrea, Santander, 1998.

[12] GONZÁLEZ-CARVAJAL, Luis, Los cristianos en un estado laico, PPC, Madrid, 2008. GONZÁLEZ FAUS, José I. y VITORIACORMENZANA Fco Javier, Presencia pública de la Iglesia, Cristianismo i Justicia, Barcelona 2009.

[13] CONCILIO VATICANO II, Gaudium et spes nº 36

[14] Citado por A. TORRES QUEIRUGA en “El pluralismo como riesgo y oportunidad para la fe”, Fe cristiana y opciónpersonal, PPC, Madrid, 2000, p.99.

[15] MOLTMANN, Jürgen, El Dios crucificado, Sígueme, Salamanca, 1977.

[16] BERGER, Peter, Una gloria lejana, Herder, Barcelona, 1994.

[17] M. BELLET, La quatrième hypotèse. Sûr l’avenir du christisme, Desclée de Brouwer, Paris 2001.

[18] Escuché esta acertada observación un vez a mi amigo José Ramón Urbieta.

[19] PABLO VI: Evangelii nuntiandi nº 21. Exhortación apostólica, 1975.