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dirigida por

Fabián Ludueña Romandini

Esta colección quiere abarcar en su es-píritu obras que, como quería Walter Benjamin, intenten reflejar no tanto

a su autor sino más bien a la dinastía a la cual éstas pertenecen. Dinastías que otor-guen los instrumentos para una filosofía por-venir donde lo venidero no sea sólo una categoría de lo futuro sino que también abarque lo pasado, suspendiendo la con-cepción moderna del tiempo cronológico a favor de una impureza temporal en cuyo caudal pueda tener lugar la emergencia de un pensamiento inactual e intempesti-vo, capaz de mostrar la potencia filosófica oculta en todas las tradiciones del conoci-miento. Filosofía, entonces, como el arte de la fabricación de nuevos conceptos, donde la novedad es siempre entendida tomando en cuenta su anacronismo fundamental y su perpetua inclinación a la polémica.

colección

Diseño y composición: Gerardo Miño

Edición: Marzo de 2017

Código IBIC: HPJ

ISBN: 978-84-16467-87-7

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La ascensión de AtIasGlosas sobre Aby Warburg

FABIÁN LUDUEÑA ROMANDINI

Mais inspecter l’invisible et entendre l’inouï étant autre chose que reprendre l’esprit des choses mortes.1

Arthur Rimbaud - Carta a Paul Demeny (1871)

Wenn du lange in einen Abgrund blickst, blickt der Abgrund auch in dich hinein.2

Friedrich Nietzsche, Jenseits von Gut und Böse. Vorspiel einer Philosophie der Zukunft. (1886): 146.

1 [Inspeccionar lo invisible y oír lo inaudito es distinto de recobrar el espíritu de las cosas muertas].

2 [Cuando miras largo tiempo a un abismo, el abismo también mira dentro de ti].

Índice

15 Exordio

19 I. Kreuzlingen: el colapso

45 II. Stultifera scientia

61 III. El crepúsculo de los dioses: la Era de Atlas

85 Epílogo

89 Bibliografía

91 Agradecimientos

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Las páginas que siguen tienen como centro del que irradian una gama de indagaciones al legado de Aby Warburg (1866-1937). Su cronología vital no es recordada aquí por mor de una ilustra-ción preciosista sino porque esta abarca, precisamente, el auge y declive de un modelo del mundo del saber. En el tiempo de Warburg y, al menos en su medio social de desenvolvimiento, los libros importaban, el saber no se pensaba en la desagregación, la escritura, más temprano o más tarde (incluso post-mortem), confluía en la forma-obra y los pliegues de la vida informaban todo acto de creación intelectual. No es necesario ser un adepto de la Realpolitik para constatar que el orden planetario imperante ha precipitado, con denuedo, la obsolescencia de todo cuanto Warburg representaba. La caducidad de las configuraciones his-tóricas de una civilización, no obstante, no oblitera el malestar de la cultura. En consecuencia, recordar lo que ese nombre propio es capaz de aglutinar, hace las veces de un acto de política de los saberes y, probablemente, de política tout court. El estado vigente de las cosas querría que este libro fuera la crónica de un mun-do perdido. Sin embargo, justamente la enseñanza de Warburg permite inferir que algo semejante no existe, al menos, en grado relativo. El gesto político, por consiguiente, puede sacudir los

restos de un pasado que aún hable, incluso profetice, a los hom-bres del futuro cuando ya se lo creía definitivamente acallado.

Exordio

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Desde abril de 1921 hasta agosto de 1924, Aby Warburg fue presa de un lacerante descensus ad inferos que se cifra en su experiencia de la locura. Esta no fue únicamente un infortunio. A pesar del propio Warburg (quizás) y de sus médicos (sin duda), constituye el punto de fuga a partir del cual el conjunto de sus investigacio-nes encuentra una ordenada perspectiva y se torna inteligible. Una lógica restituible gobierna la enunciación filosófica de la locura de Aby Warburg cuyo segmento de consecuencias serán sopesadas en estas páginas según una cuadratura temática donde las exclusiones no obedecen a criterios de legitimidad sino a las reglas de un método. El carácter fragmentario de la propia obra warburguiana autoriza una interpretación que no busca ni la exhaustividad ni la reconstrucción conceptual que otros exégetas ya han llevado adelante con reconocidos logros. Consecuente-mente, la forma-fragmento llama, en ocasiones, a desarrollos ajenos al autor comentado pero legitimados sobre la base de sus intuiciones. La locura de Warburg actúa entonces como un embrague entre un grupo de conceptos y la experiencia efectiva de un Outside. Dada esta condición, es de esperarse que algunas astillas de discursos, acontecimientos e imágenes configuren un diagrama de veridicción, índice inequívoco del eco de los cuerpos ausentes y, por tanto, de la huella de Homo. El nombre “Warburg” designará asimismo, ineluctable implicación, los eones del tiempo

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que se condensan en sus Scripta y en sus tabulae de imágenes. War-burg mismo presentía que su vida testimoniaba por la acción de un nabí de tipo inusitado. En este sentido, se trata de reconstruir la figura de Warburg como el heraldo inmemorial de una nueva conjunción epocal, la nuestra: la Era de Atlas.

I.Kreuzlingen: el colapso

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Quienquiera desee aplicarse a la tarea de realizar un recorrido por la labor llevada adelante en el Instituto Warburg luego del deceso de su fundador y tome en cuenta el camino abierto, pre-ferencial pero no exclusivamente, por la “iconología” (GiNzbuRG, 1966: 1015-1065), no podrá evitar llegar a tener la impresión de que, en el fondo, Panofsky llevaba la razón: había algo en el método de Warburg que resultaba inasimilable para un estudioso de enjundia.

Querríamos sostener la hipótesis de que esta incomodidad deriva, en última instancia, de la latencia que habita toda la obra de Warburg y que alcanza su acmé con su internación en la clínica de Bellevue de Ludwig Binswanger en la ciudad de Kreuzlingen.

Esto es, para Aby Warburg la locura no sólo había sido una experiencia desdichada, padecida y luego superada. Al conta-rio, Warburg había transformado a la locura misma en la matriz metodológica que organiza la totalidad de su trabajo de investi-gación. De hecho, él mismo lanzará el mayor desafío posible a la filología moderna: la disciplina no puede ejercerse, retomando un antiguo adagio, sine ira et studio, sino que, al contrario, esta com-porta consigo un riesgo de desmoronamiento psíquico (WaRbuRG, 1999: 21). En este sentido, y más allá de algunas justas críticas, debe reconocerse, a pesar del poco sopesado juicio condenatorio de Edgar Wind (1983: 111), que Ernst Gombrich, en su tan va-

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puleada biografía intelectual, había entrevisto, el primero en las interpretaciones posteriores a la muerte de Warburg, el núcleo del problema.

El colapso mental de Aby Warburg tenía algún tipo de rela-ción con su imposibilidad de contener los “demonios interio-res” y, por tanto, “Alejandría pareció haber conquistado Atenas” (GombRich, 1986: 215). Dicho de otro modo, el mundo de la religión helenística había hecho sucumbir a la relativamente clara y rigurosa episteme apolínea. Desgraciadamente, los escrúpulos académicos de Gombrich le impidieron desarrollar esa hipótesis pues consideraba a la locura de Warburg como un objeto indigno de una investigación seria y, para eludir el problema, remite al importante testimonio de Carl Georg Heise para dar cuenta de la “crisis” warburguiana (heise, 2005: 119-138).

Desde esta perspectiva, una dilucidación de la matriz doc-trinal que guía el pensamiento de Warburg requiere un examen de los “documentos de la locura”. Resulta, por tanto, de un valor inapreciable la labor llevada adelante por Davide Stimilli en la publicación de la historia clínica de Warburg y de otros aportes textuales asociados estrechamente a su período de internación en Kreuzlingen. Sin embargo, resta por delante la tarea de extraer todas las consecuencias, para la comprensión de la obra de War-burg, contenidas en esos textos. Nos hemos propuesto, entonces, dar aquí el puntapié inicial en dicha dirección.

Los diagnósticos psiquiátricos tienen su importancia más por lo que ignoran que por aquello que explican. En el caso de War-burg, el punto es particularmente flagrante dada la inadecuación del diagnóstico y los síntomas presentados así como su incidencia en el proceso de cura. Reducidos a lo esencial, se avanzaron dos diagnósticos: esquizofrenia (por parte de Ludwig Binswanger) y estado mixto maníaco depresivo (según Emil Kräpelin). Desde esta perspectiva, el propio Warburg no dejará de reconocerse, al menos en parte, en el diagnóstico de Binswanger puesto que,

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como sabemos, en las notas para la conferencia de 1923 que marcará un hito en su proceso de “curación”, Warburg aún se define a sí mismo como “un esquizoide incurable” (michaud, 1998: 249-250). La puntualización merece ser tomada ad litteram dado que no se trata, simplemente, de una “esquizofrenia de la imaginación” como, sutiles interpretaciones, han señalado (aGambeN, 2007: 57).

A pesar de todo ello, Warburg prefiere encomendarse, como si quisiera desmentir a sus médicos –su carta al filólogo Wilamowitz- Moellendorff nos lo muestra– a los cuidados de la Minerva Médi-ca mencionada por Cicerón en su De divinatione (WaRbuRG, 2004: 24). Un nexo fue entonces establecido: ante un filólogo clásico, aun si se trataba del gran oponente de Nietzsche, Warburg pudo hablar de su locura con el lenguaje que más le convenía a su estado, el de los antiguos dioses paganos.

Aun así el tecnicismo adoptado por los psiquiatras resul-ta más revelador de lo que podría esperarse. El concepto de Beeinträchtigungsideen señala que Warburg se sentía permanente-mente “acosado”. Ahora bien, sólo la ingenuidad médica pudo llevar a creer que los agentes del acoso eran identificables con otros seres humanos salvo como una transnominación que bus-caba emplazar la existencia de un Outside extra-humano de cuyas fronteras Warburg temía una avanzada irremisible.

No cabe duda acerca del hecho de que la Primera Guerra Mundial actuó como un catalizador del delirio de Warburg, pero este hecho debe ser también interpretado apropiadamente. La historia clínica da cuenta de las “obsesiones simbólico supersticio-sas”, de su fobia a los metales a causa de la temida influencia eléc-trica, de la atormentante idea de que sería envenenado, su horror de los líquidos o secreciones corporales (esperma, mucosidades nasales, sangre). De hecho, Binswanger provee una definición especialmente afortunada del mecanismo obsesivo que aquejaba

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a su paciente quien, según el médico, consideraba a cualquier detalle insignificante sub specie aeterni (WaRbuRG, 2005: 69).

Para un paciente como Warburg que había llegado a acuñar, como motto de todo su método, la expresión “el buen Dios yace en los detalles (Der liebe Gott steckt im Detail)” (Wuttke, 1977: 68), la vinculación entre su investigación y su delirio se torna inex-tricable. Warburg percibe su propia locura y la analiza como un fenómeno que sólo puede ser explicado apelando a la dimensión cósmica de los hechos supuestamente subjetivos. Su propia indi-vidualidad se disuelve en una dimensión que puede contemplar la historicidad desde un punto fuera del tiempo.

Mutatis mutandis, la noción de “fórmula de pathos (Pathos-formel)” debe comprenderse también como una forma gestual-emotiva que, originada en el cuerpo, puede expandirse en la objetividad de los materiales del mundo (Ludueña RomaNdiNi, 2009: 9-39); este punto de captación de la historia de una fór-mula patética reside, precisamente, en su capacidad de sortear el sustrato histórico para alcanzar un umbral ontológico, una propiedad constitutiva que hace imposible establecer una de-marcación fenomenológica entre los sujetos y objetos del mundo cuya correlación no se establece según una dependencia lógica o trascendental sino que son la marca de un estado cósmico absolu-to. Sabemos, asimismo, que las preocupaciones por la astronomía moderna, especialmente respecto de Kepler, acompañaron los intereses de Warburg aún luego de su salida de Kreuzlingen (bRedekamp–WedepohL, 2015).

Puede decirse entonces que el sujeto de las fobias no coincide con el individuo que las padece: el auténtico sujeto de las ideas acosadoras es el agente que las provoca. Warburg no duda en darle el nombre que la tradición le había asignado a estos fenóme-nos: demonios (WaRbuRG, 2005: 58). En este punto una rigurosa regla de equivalencias se establece entre su psiquis y su obra, pues los demonios a los cuales Warburg sucumbe en su delirio no son

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otros que “los seres demoníacos (dämonische Wesen) de ominosos (unheimlich), ambivalentes y de hecho contradictorios poderes” (WaRbuRG, 1932: II, 491) que habían sido traídos de nuevo a la vida por los efectos de la memoria empático-imaginal que se hizo particularmente presente a partir del período del Renacimiento y la Reforma, objetos privilegiados de las investigaciones de nuestro estudioso. Por consiguiente, el abordaje exclusivamente psicológico (oesteRReich, 1930: 11) debe ceder su paso a una aproximación de tipo filosófico.

En este sentido, a pesar de los remanentes iluministas de War-burg (casi un mecanismo de defensa ante sus propios descubri-mientos), no se está lejos de poder mostrar la regla de distribución según la cual la causalidad extra-psíquica de su delirio hace que el sujeto no pueda identificarse con el individuo así como los desti-nos de la Historia universal dependen de una agencia demoníaca a cuyo influjo el historiador que constata su presencia no puede escapar. Imposible, entonces, cualquier precaución de neutralidad en la escritura de una historia universal de la civilización cuyos desencadenantes no son, en última instancia, fuerzas de origen humano.

Llegados a este punto, la perspicacia de los médicos no ha sido poca si tomamos en cuenta que sólo Binswanger pudo captar, en su fondo, el sentido de la biblioteca que Warburg acumuló durante toda su vida y que constituye una de sus más grandes prestaciones científicas a cuya laboriosa descripción se han en-comendado los más calificados eruditos (settis, 1996: 122-173). De hecho, Binswanger admira la biblioteca tanto como constata que “la adquisición de libros asume dimensiones incontrolables” y que las formas del trabajo material de Warburg desde el uso de sus plumas hasta sus fichas de lectura forman parte de la morfo-logía tópica de su delirio. Sus escritos mismos, tan sospechados siempre por los estudiosos como Panofsky, conservan la huella de su delirio a pesar (o tal vez cabría decir gracias a) “las nume-

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