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Osear Zorrilla . CINCO' TEXTOS Dib.ujos 1. Manrique

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Osear Zorrilla

.CINCO' TEXTOS

Dib.ujos 1. Manrique

ABEL o EL ASOMBRO

POR LA M~ANA, después que Abel ordenara lospreciosos elementos del rito, el cordero, las amapolasnaranja, las frambuesas todavía húmedas; despuésque hubo preparado el fuego con hojas de encino ybellotas, después del beso a los padres y de la ex­traña partida del hermano, después del chapoteo enel río, entonces, entonces fue que subió a la colinay se guareció a la sombra de sí mismo, con los ojoscerrados, con los oídos cerrados, con todos los sen­tidos restantes cerrados a los acontecimientos. Laniebla se desparramó y apareció el llanto. Porquevino un tenue sufrimiento a posarse, recordó, tibiocomo una pluma suelta, como la yema del dedo me·ñique, como la mirada de adiós del cometa que pasa.Un dolor alegre, sin apego. Y aquel vaho, aquel va­por, aquel humo subieron derechamente hacia lasnubes, y con ellas se desvanecieron.

Fue en vano que a su derredor todo adquiriera uncolor violáceo, que montes y precipicios aullaran conel estertor .profundo del despedazamiento, que un airepesado desparramara la ofrenda, que la sombra deun volcán· estallase,' y que en la atmósfera cientosde lobos perseguidos por los caballos 'eléctricos delespanto :se lanZaran en todas direcciones, como enuna tormenta en seco: Vishnú y {:iva podían danzary guerrear, y Ganesha, el elefante, y Karttikeya, ellíder de los' ejércitos, y Garuda, el ave, y Yama, consus galgos; ~ en vano Vritra, la serpiente enemiga,y los demOnIOS Rakshasas sacudieron convulsos loselementos. Porque Soma estaba ahí, e Iridra estaba·ahí, y Agni y Saravati ahí estaban.

De pie, en la colina, aquello sólo se parecía al :asombro. La menor brizna de hierba brillaba, y bri­llaba el polvo, y las cosas lucían y relucían en el

viento, girando. Esa e~oción, ese 'cariño nuevo, no­vedoso, abrasando la .. íninúscula' eemilla y el globoterráqueo. Si algun,a ,'y~ el AuiOI había atravesadolos océanos y los bó~~, ahf estaba nuevamente,leve, al tiempo que' palpable, como sonido, comoun ritmo puro, de sabiduría coD$lante. Había basta·do un poco de silené,io\ p.ra, ~oontrarlo,y he aquíque llegaba gozoso. Carifo a ia nOche, dijo, canto alos pájaros. Mi voz se eleva por .mma del espacioy mucho más allá del horizonte; Por fin te has ido,oscuridad, duda, velgüenza. Te ~8I, " tQdo tu círcu·lo de compañeros part~: la mu~ el miedo, la so·ledad más grandes. Bien idá, toma tus bártulos yque no te vean nunen más los siglOI. Sé ahora que,est~ sol de ahora puede persistir. en Q,D eterno pre­sente y que las cos~ sQn hemos éimbianteS, imáge­nes como ensueños,' todos útiles, a los que puedoquerer, pero no afe~rarme. y.abri6lú manos y dejóir las cosas, qq~, se:' fue~n a~apao lentamenteen su debido cauce•. El<Ip~do fbiJ.6, ... un río deafecto que nada detuvo,. Y las~ Parieron, ylas flores dieron. lru~o8tI los fí:QtIM,..ente que sedesprendió en' el, ai~é,\'~Y; ,el ~W·~o procreómultitudinarios ·8.ist~máS,sol~1 l' 'una" 'o aureo­la se expandió,. toda' h~cha~. OOia.teIaéiones y ga·1

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Cuando la llJl~~ih,~a~: egp: .ent 1f.'fn~o del crá­neo, J\bel ya no est8!>a, y aunIDJ,e Wlti pena por su

. hermano y deseó eÓn t~das S,ús lueJZB8 que aquellono hubiera sucedido y.aJUlque :i~ cu~ se desplomóen un espasmo,.~~a úhjca ;• ~Qe ,asombro per-maneció como una sola~gota ¿re , .l' 'cómo' un soloc~istal espléndido en~t;, sus pj08 p¡on-ndos y des-pIertos. ' , • ' .' ,..

ESTE PUEBOO,nécesita de un baño de sangre. Ca­sandra retuvolJ~ imagen a la altura de los ojos. Elproblema: era ~: v.er demasiado de un solo golpe,sin acierto, al a~, en uD parpadeo intenso que sepoblaba de fúnebrés sucesos, como si alguien lanza.ra de un ueo una flecha animal que nunca fuera adar al lugar anhelado,. sino al contrario. La murallase había venido 'abajo, y como la ciudad, yació vio­lentada. Sus labios desgranaron advertencias, ora­ciones·, súplicas, impelida por una fuerza ajena, losmiembroscat~ntes de energía, temblorosos, plateadosde sudor. Taritos y' tantos cadáveres de tantos y tan­tos sacrificios:, Ahora Polixena inmolada sobre latumba d AqUiles. Ahora los navíos largando velashacia la costa I Eubea. Y ahora el cuerpo extraño deun marIdo impuesto .por el azar del saqueo. ¿Paraqué sirve hablar? ¿Para qué todos estos borbotonesde palabras en una incansable mistificación, hechade burlas, de incredulidad y de· sarcasmos? ¡Cómohubiera querido ser por siempre portadora de buenasnuevas, 'como cuando percibió al hijo enmedio deaquellos atletas' convocados a los juegos, hasta obte·ner que el pál:lre 'le devolVIera su afecto! Paris ma­ravillosamente 'hermoso y esbelto, optando por Afro·dita y, con esa opción, provocando el curso de undestino sin Euménides. Todo, todo entregado al fue­go. Todo. Lo mismo los cuerpos que las pasiones,y entre éstas,' aquélla de Apolo convertida en ven­ganza, vuelta posibilidad de intuición sin beneficio.Resintió erttonces el poder de leyes que pesan porencima de toda comprensión. De igual forma quelos barcos griegos se despedazan en su retorno cie­go, así naufraga la pretendida voluntad del hombreen una búsqueda que jamás llega a concretarse. Yrecordó a -L~ocoonte, el otro profeta vaticinador dedesastres. ¿Cómo no ver que aquella obra de made­ra cargaba con entrañas que luego se desparrama­rían hacia las puertas? ¿Cómo no saber que aque­llos pájaros 'd'ésconocidos, con un diamante en elpecho, graznaban la derrota, ya no de las legiones,ya no de éste o aquel héroe, sino la derrota del orbe?Mira, lloran las dioses, lloran las diosas todas, pueslo bello decae y 10¡Jerfecto perece. ¿Cómo pudoNeoptole~o golpear a Príamo con un niño muerto?

¿Cómo podían, aquellos cerdos-buitres, disputarselas armas del amigo en una lucha fratricida que ter·minaría en el suicidio? Murmullos, susurros, cuchi­cheos. Las voces de todos le hervían en el seno ysubían a rastras por las cuerdas vocales hasta aflo­rar en una queja infernal que no se oía y que, deoírse, continuaría su camino sin encontrar oídos su­ficientemente abiertos. El cuerpo menudo, tenso, casimusculoso de Casandra sufría de convulsiones quedevenían ceniza comparable a la de las piras desplo­mándose en la playa. Treinta guerreros habían basotado. De la misma manera el alma se le iba sem·brando de enemigos que pegaban desde adentro; dela misma manera un observador atento prevenía delataque; de la misma manera los hoplitas internosdesoían el bramido del caracol de algo que deberíaparecerse a la consciencia y que una insania mani­fiesta rellena de cera en nuestras grandes orejas ypone cataratas de rencor en la mirada tuerta. Inútil,inútil Casandra. Los dioses te crearon para. ser pas­to de llamaradas de impotencia. Deja rodar tus lá·grimas sin recipiente, deja que tus vestiduras flotenal viento de nuevas tierras, permite que tu voz va­guee libre por entre los viñedos de otra arena; decualquier modo nadie presta atención. Ya otras gor·ganas han preparado próximos desastres. Egisto yClitemnestra entibian nuevos baños, y tu amante obli·gado será sumergido hasta el cuello. No cierres losojos, no aprietes los puños, no golpees impacienteen la madera de proa, no hundas tus uñas en la car­ne. Si únicamente tú sabes prever, dirige tu vistamás allá del Ponto: Poseidón y los delfines se divier­ten. Venus saldrá otra vez del agua asistida de ne­reidas. ¿Ves cómo la existencia se vale de la vidaescueta? ¿Ves cómo Dionisos levanta la doble flau·ta y sátiros y bacantes se adornan la cabeza de de­lirio? Si Troya ha sido liquidada, si Atenas lo seráa su vez, si nada que los hombres construyen perma·nece, ¿acaso tú no perseveras, acaso el milagro fun­damental no prevalece? Este pueblo requiere de llu­vias de sangre permanentes. Casandra sostiene laimagen al nivel de los ojos, pero su enorme cargala hace cerrarlos. En el velero, los hombres se to­maron de las manos y trazaron los intrincados pasosdel ensueño.

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AGAMEMNON

PODEMOS VER a Agamemnón: conmueve. Erguidoante el altar, parece 'no .obstante torpe y su balanceorecuerda al del oso macho. Todos saben que su golpe;con una sola mano, no tiene' paralelo; lo que no sa"ben es que sus pequeños ojos pasan revista a' aquelque pueda constituir la ofrenda propicia para losvientos. Sólo Agamemnón sabe, bajo su casco delargas crines negras, que los hombres son sus ins­trumentos y que puede optar y decidir, sin pesadum.bre, por aquél a quien los dioses indiquen. La pe­dirás como esposa del que tiene poder sobre cin·cuenta naves. Los mejores jefes te obedecen, tú eresel padre. En compensación, entrégala. En compen­sación, entrégala. Última hija legítima. El oráculono es nunca lo suficientemente claro. Los ojos delconductor de ejércitos se pierden. No es pues, Elec­tra, tan violenta, tan hipócrita, ni tampoco Crisote­mis ni Afianasa, es Ifigenia. El lirio, la que tiendelas manos cuando escucha los pesados pasos del osode la casa, la que le muerde el cuello y le canta, envoz baja, las mismas canciones que compone mien·tras sube al templo para ofrecer en su estilo pecu·liar alguna danza. La que siempre ve hacia el mar.Ella, el instrumento. Te veo salir, padre, y ya noveo que vuelvas. Veo también tu mano velluda cris.pada. Veo tus ojos de ternera, por segunda vez leja.nos, como esos vasos de vidrio tallado que normal.mente son verdes y, a contraluz, sangran. Por forotuna, en Argos, el color del luto es blanco. Porqueiré blanca como una desposada a quien hanprome~

tido un heroe y se encuentra en el hogar con un ver.dugo. Suerte, padre. Agamemnón no se espanta. Él,que ha sido un devorador de afectos, dice que sí aMenelao; ya hablará después con Oitemnestra. Sóloespera contemplar delante de sí la aborrecible ciu.dad de siete murallas de plata, sólo espera lanzarel gran grito de júbilo que inicie la batalla. Y oteaen los colores sacros de las telas que ondean en losmástiles; rojas, blancas, negras, áureas. Y observa lasserpientes cinceladas en los escudos y los cascos ca.lados de la infantería y sus lanzas. Pide a un efeboque .le ate la sandalia. Siempre fue un altanero yun farsante. Se creería destinado a sostener la ba.veda celeste, con una sola .mano, si no existieraAtlante. Cómo recayó en él el mando, jamás lo sao

bré. Quisiera ver la 'caraque pondría si hubiera. quesacrificar a mí sobrino Orestes. ·Lo haría con desen·fado,. igual que ahora.· Detesto a estos seres que setoman por índices del destino y que se erigen, a símismos, en estatuas. Todo iría bien, sin la historiaprovocada por Criseida. ¿Qué hace un oso cuandotiene una pata atrapada por el cepo y que la sarnale corroe el pecho y que otro le disputa la carnaday que la miel resulta amarga y que requiere de másy más herramientas y afectos que cumplan su tra·bajo? Promete, ofrece, halaga y guarda para sí lastarascadas. Si Aquiles no acude que Patroclo vaya,valiente afeminado. Los hechos se suceden en el cam·po con tal mezcla de rabia que ya nadie sabe si soninmortales o mortales los que ya no se levantan.Pero él sostiene la cadena y lame la hendidura desu pata, el corazón henchido por la guerra como porun buen viento creteico. ¡Ah, Patroclo, amigo. Note cambiaría por nada! Mi recuerdo de ti no esdecible. Cada uno de mis poros se acongoja. Inútil·mente he arrastrado a Héctor, inútilmente he excita·do a la cuadriga para que te lo entreguen en des·pojos. Cada uno de los dolores troyanos, persas, ili·rios, amazónicos, no son sino débiles ecos de midolor gigante. Cien cuerpos que tuviera, cien. cueropos se condolerían insaciables. Así como el pez lobo,arrebatado PQr la furia, se revuelve de aquí paraallá, sigue el impulso de las olas, forcejea con la:cabeza hasta que dilata la herida, y el cruel anzuelocae de su boca desgarrada, así mi carne forcejea conla idea de tu muerte y la rech~a. Mi talón quedaal descubierto. Ya cede Troya. Ya cae el botín en·tre sus manos, como las ciudadelas moras en lasgarras del Cid, como los templos puntiagudos bajolas herraduras del Genghis, como las cabezas. de lossalvajes en la fiesta del Toxcatl. El valor de Aga.memnón se sacude en la punta del asta y su granosamenta fatigada se tiende junto al lino fresco dela amante. El pelirrojo señor· no logra conciliar elsueño: le estorban los sonidos sibilanes de las visio­nes de Casandra. ¿Qué ~ esta Victoria?' Es otravuelta de tuerca en el largo misterio de los apreta·dores de tuercas. Siempre es demasia40 claro lo queanuncia el,oráculo. Es Xipe Totec que se despelleja,es Ouroboros que se cercena infinitamente la cola.

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ANECDOT~ .ZEN

CUANDO YA LAS dunas dejan escapar cangrejosgrises que av~zan de lado, la pinza en ristre, cuandoya el océano se entinta, cuando el aire frío del Oes·te traspasa' la te~a caliente de algodón, entonces esque sale: el monje del templo y busca el alimento.Una tarde lo que aparece tras la duna es un guerreoro. ¡Ha! resopla, plantado frente al monje. ¿Cielo,infierno? El monje mantiene la mirada. ¿Qué sonésos, cieló e infierno? Nunca se había escuchado laverdadera v~ irónica de Ena. ¿y quién eres tú,fanfarrón? ¿Qué, todas esas escamas que te cubren?¡Aguarda, bonzo! Tienes delante de ti al ayudantedel señor Zenzahuro. ¿Tú? ¿Ventrudo y grasoso comoun jabalí viejo? El guerrero empuña el largo sable.A Taki Zenzahuro deben éstarle faltando la vista yel oído. El guerrero desenvaina el metal que brilla

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contra el tímido sol poniente. ¿Y con éso lo defien.des? El guerrero adopta la posición de combate ylanza el rugido total. ¡Maullido de gato y cuchillo decarnicero i Ambas manos se crispan sobre la empu·ñadura para descabezar de un solo tajo: ¡He aquíque se abren las puertas del infierno! El cuerpo enpleno se detiene instantáneo, se escucha el crujir demúsculos rotos por el freno, chorros de agua brotande la frente y bajo los párpados una chispa se en·ciende. Sostenido en el aire, el golpe no llega: ¡Heaquí que se abren las puertas del cielo! El armaentra con rabia doblegada en su vaina de madera.El Bushi se inclina reverente hasta el suelo, da laespalda y se retira, vuelto Gishi. Eilo avanza, melo­dioso, separando cangrejos. Se diría que en la carade ambos viajeros se esboza una íntima sonrisa ape­nas visibles entre el último reflejo.

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BIBLIS y CAUNO

RECORDARAN que Biblis y Cauno eran hermanosy que Biblis se enamoró de él sin obtener otra res·puesta que un agrio, primero, y espantado, después,desprecio. Imaginamos otra actitud, no menos gravey una respuesta, no menos .ince,stuosa. . . .,

Dice Biblis: retorno al jardm de mI mfanCla solopara ver qué enorme derrumbe me acompañ~. Aq?íaprendí a conocer las batallas del Sol y su ImperIOsobre los átomos de mi cuerpo. Aquí lo vi, envueltoen su propio luz, como el Apolo del lagarto, la manolanzando tejas agudas, la piel de león colgándole enla espalda, coronado. Diría que su presencia huma­na nunca dejó de sorprenderme y que en cambio asis·tí con entusiasmo renovado al brote del milagro:una y otra vez Cauno florece. A cambio, yo me hunodo. Ya no tengo ojos y una sola imagen me persigueen todas las manifestaciones de esta tierra, cualquieracontecimiento extraño a Cauno ha perdido en mísu efecto y asisto, destrozada, a una forma eterna·mente presente, insustituible y fijada por patronesincólumes. j En qué reducido espacio me pierdo!Antes esto guardaba para mí el encanto: la antenaretráctil del caracol, el ojo inquieto del pájaro, elescarabajo y su esfuerzo incalculable, y su sombra.Muchas p"aredes me cubren y los múltiples persona·jes que me componen se aferran a una visión cerra·da: han quedado destruidas mis memorias" mas sao

nas. Amor, amor, ¿dónde te escondes? Te resguardoen mí con ternura y desearía restablecerme a tucontacto. Siento que aún puedes salvarme, como setiende una hoja a la libélula que se ahoga. Brillasen mi piel como el mineral se integra a la piedrametálica que lo resguarda." ¿Por qué nos ha tocadosepararnos? ¿Qué minero molió nuestra esencia yquiso que existieras tú por tu parte y el grano des­menuzado de mi cuerpo por la otra? Déjame pedirteperdón una y otra vez por la pulverización de quefui causa. Quizás tuviéramos que correr nuestraaventura solos para luego entender que aún en ladistancia seguíamos siendo una misma materia nolejana. Con todo, ló mejor se ha ido y todavía no lorecobro. ¿A qué hado, a qué brujo recurrir para elretorno? Ya conoces la fórmula: fundirse hasta elpunto más cálido y añadir el jugo de una yerba:el oro reaparecerá entonces, como en esos ángeles deLippi o en esos niños dioses desgranando granadas.El oro de Fra Angelico y del Giotto.

Dice Cauno: puedo, si aún es tiempo, entregarteuna sonrisa no convencional. Puedo, si quieres, pre·guntarle a mis entrañas el por qué de su rechazo.Lo que ya no puedo, y te lo digo, es entregarme yoal delirio, porque obtengo más de mi sequía que delabandono lujurioso hacia frutos ubérrimos. ¿Sabes?La cosecha está aquí adentro y ella es la que real·

mente me interesa. Te tuve frente a ese muro insó­lito de quince metros y medio. Tuve miedo porqueel sol estaba a tus espaldas y no veía yo tu rostrosino la figura dulce, amenazante. Luego, tus ojostímidos, suplicantes, me indicaron de lo que se tra­taba. Del amor. Del deseo. De la aventura. O de nadade eso. Del simple destrozarse mutuamente una vezmás, ya sin remedio. El intercambio de sílabas malpulidas que llegan a destiempo, enmedio de un gol.pear loco de sangre que se destiempla a borboto­nes, los pasos sueltos, la salida equivocada. ¿Quepor qué recuerdo todo esto, si nos hace daño? Talvez por necesario~ Tal vez para reinventarte y atraparde nuevo tu imagen. O como una moneda más parael sadismo. Y, por fin, el ansiado contacto y todossus espectros. Ahora veo que ni siquiera eso es loimportante. Que era tan irreal como todo el resto,que era apenas el primer movimiento y que todos losobispos y damas y caballos y torres ni siquiera Sfl

inmutaban. Y mucho menos el rey Austero. Y nos­otros temblando, tomados de los labios. ¿Te imagi­nas qué ridículos peones pretendiendo darle sentidoy dirección al juego? Días enteros. Años de años deaños representando el sacrilegio de la entrevista ilí.cita. ¡Cómo deben reírse las piedras del pasadizoaquel en que nos acorralábamos! ¡A cuántas parejasde no importa qué tiempo habrán estrechado! ¡Cómodeben reírse las piedras de tanto castillo y convento!

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¿Recuerdas? Carcassonne iluminada desde el cielo,toda de acero. Y las almenas y las cruces y el tea­tro griego a un costado de la catedral. Tu estóma­tro griego a un costado de la catedral. Detrás de lacatedral. Tu estómago. ¡Oh Señor, qué estúpido mesiento desperdiciando toda aquella grandeza! ¡Si porlo menos hubiera aprendido a amarte realmente y adescubrir la magnificencia de tu amor y de la vida enaquella ciudad extraña, aureolada de viento! Tu cue­llo y el olor dé tu cuello. Ya no te extraño. Por lo me·nos. ¿Te acuerdas del puente ~evadizo frente a la rojamansarda y de los vitrales azules y esbeltos? Algome queda: la górgola agresiva horadando el espa·cio abierto de la campiña francesa. Pensar que tusonrisa y tu eco, que tu mirad!! y tu mano s~ estra­tifican de repente en ese grifo silente. Por tu vientrecorre el agua de la lluvia y por ahí se va tambiénla vida mía, tan hereje. ¿Ves cómo no podíamosjugar el juego sólo porque nuestros dedos nos tomanpor el vientre y nos enfrentan? Recuerdo que unpeón amigo mío resistió lo suficiente como para con·vertirse en torre él mismo. Quisiera ser de ésos. Yque tú, torre enemiga, te me apartes.

Añade Ovidio que Cauno huyó del país para siem­pre y que Biblis lo siguió, cada vez más enamora­da, hasta que la ascesis de su dolor le permitió con­vertirse en manantial que flnye todavía en la regiónde los lelegas.