Cien Años de Soledad(Apunte3)
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CIEN AÑOS DE SOLEDAD (Grabriel García Márquez)
Discurso pronunciado en la presentación de la edición conmemorativa de Cien
años de soledad, de Gabriel García Márquez, en la Casa de las Academias, en
la ciudad de Santo Domingo, el 16 de mayo de 2007.
Cuarenta años después, aunque nos encontrásemos frente al pelotón de
fusilamiento, muy pocos de nosotros nos atreveríamos a poner en duda que la
obra que esta noche se somete a la consideración del gran público dominicano,
constituye un ejemplo fehaciente de que, a través de la literatura, es posible
cambiar la idea que las personas tienen acerca del mundo y, sobre todo,
acerca de ellas mismas.
Este bello volumen conmemorativo de la novela del escritor colombiano
Gabriel García Márquez Cien años de soledad, en esmerada coedición de la
Real Academia Española, la Asociación de Academias de la Lengua y editorial
Alfaguara, rinde tributo a la obra señera de uno de los narradores
hispanoamericanos que, entre 1960 y 1970, dieron inicio al lento proceso de
revalorización de nuestras letras hispanoamericanas en la mayoría de los
escenarios culturales, no sólo del Occidente, sino de todo el mundo.
Su índice incluye un conjunto de estudios sumamente esclarecedores
organizados en dos grandes bloques. El primero de estos concierne la gama
casi completa de aspectos relativos a la significación del texto y sus
virtualidades narrativas. El segundo bloque agrupa, bajo el título de «García
Márquez y Cien años de soledad en la novela hispanoamericana», una serie de
estudios relacionados con el contexto socio-histórico y cultural en el que la
novela del premio Nobel colombiano interactúa con otros textos.
Entre los autores cuyos trabajos figuran en el primer bloque de estudios
encontramos a tres compañeros generacionales de Gabriel García Márquez: el
colombiano Álvaro Mutis, quien nos presenta en su ensayo «Lo que sé de
Gabriel» una visión personal de su entrañable amigo y compatriota; el
mexicano Carlos Fuentes, quien aborda en su ensayo titulado «Para darle
nombre a América» algunos aspectos relacionados con la génesis de la novela
de Gabriel García Márquez; el peruano Mario Vargas Llosa, quien desarrolla, en
su excelente ensayo titulado «Cien años de soledad. Realidad total, novela
total», un análisis sobrio y sugestivo del trabajo de representación novelesca
de la realidad latinoamericana en Cien años de soledad.
Pertenecen también a este primer bloque el excelente trabajo de Víctor García
de la Concha, actual presidente de la Real Academia Española, titulado
«Gabriel García Márquez. En busca de la verdad poética», y el no menos
interesante estudio del académico español Claudio Guillén titulado «Algunas
literariedades de Cien años de soledad».
En el segundo bloque de estudios encontramos las firmas de Pedro Luis
Barcia, presidente de la academia Argentina de Letras, con su ensayo titulado
«Cien años de soledad en la novela hispanoamericana»; el poeta colombiano
Juan Gustavo Cobo Borda, autor del ensayo «El patio de atrás». Completan
este segundo bloque de ensayos el estudio del mexicano Gonzalo Celorio,
titulado «Cien años de soledad y la narrativa de lo real-maravilloso
americano», y el del nicaragüense Sergio Ramírez,con su ensayo «Atajos de la
verdad.»
Personaje celebérrimo a quien la fama «lo tomó desprevenido», según su
propia confesión, incluso antes de recibir el Premio Nobel de literatura en
1982, el escritor colombiano Gabriel García Márquez, ya se había convertido en
una figura pública entrañable, en un escritor admirado por la mayoría,
envidiado por muchos, e incluso detestado y denostado por quienes, en
aquellos años, creían defender posiciones ideológicas opuestas a la suya.
Con la publicación de Cien años de soledad en 1967, quedó por fin
ampliamente confirmado el talento de un escritor a quienes sus homólogos y
algunos críticos penetrantes le venían siguiendo los pasos desde la publicación
de El coronel no tiene quien le escriba, una novela corta aparecida en 1961.
Y es que, al narrar la historia de la familia Buendía, García Márquez alcanzó a
darle una expresión perfecta a las obsesiones sobre las cuales venía
trabajando desde sus primeros relatos publicados a partir de 1947. Así, en uno
de aquellos textos, titulado «Los funerales de la mamá grande», se había
burlado de la inutilidad del tiempo y de la farsa del poder, y había establecido
lo que sería una de las temáticas mejor definidas de esta primera etapa de su
producción literaria: su obsesión por el tiempo, por su representación y por su
relación con la historia.
La historia es así uno de los tópicos recurrentes en su narrativa de ese
período, pero él la asume desde una perspectiva pesimista: en el caso de que
exista, la historia no sirve para nada, y el tiempo pasa en vano. En este marco
histórico hecho de pura frustración, García Márquez parece dominado por la
concepción heredada de los autores del Siglo de Oro español, a quienes leyó
en su juventud hasta el punto de aprender de memoria, según sus biógrafos,
numerosos poemas de Quevedo, Góngora y Lope de Vega. Según dicha
concepción, el tiempo implica la usura irremediable de todo lo humano, así
como la destrucción definitiva de los universos afectivos.
En Cien años de soledad, esta concepción fatalista de la historia domina la
representación, no sólo de los personajes, sino del propio marco narrativo de
la novela, mientras el autor nos va tejiendo una vasta exploración de la
historia de las sociedades humanas a través de una larga serie de
representaciones de la casa, de la familia y del pueblo, según el triple esquema
historicista de génesis, desarrollo y apocalipsis.
Es esta historia múltiple, ensamblada de manera grandiosa, tierna y
truculenta a partir de la idea occidental y judeocristiana de la familia, a partir
de la prohibición universal del incesto (que es la tentación permanente del clan
de los Buendía) y a partir de la nostalgia de los mundos íntimos condenados a
la ruina y al olvido, la que asegura el impacto del libro sobre cada lector.
En efecto, al remitir a una memoria y a un imaginario familiar diversos, Cien
años de soledad libera también la memoria colectiva de las omisiones y de las
mentiras acomodaticias propias de la historia oficial. En su novela, García
Márquez hace aflorar con una fuerza estrepitosa la consciencia del mestizaje
que las elites colombianas en particular, y todas las elites caribeñas en
general, han intentado siempre negar. Los Buendía, atraídos fatalmente por la
carne de su propio linaje, conforman una elite pueblerina que rechaza la
renovación de la vida y se niega a mezclar su sangre con la de los demás.
Rechazan el ciclo vital, y su soledad es el otro nombre de la incapacidad de
vivir el tiempo de todos y de darle vida. Sólo podrían darle vida mezclándose
sin reticencia con los demás, en otras palabras, amándolos, pero no saben
amar y los únicos dos seres que son capaces de hacerlo realizan al mismo
tiempo la vocación incestuosa, engendran el niño monstruo, el niño con cola de
puerco, y provocan el apocalipsis que destruye a la familia, a la casa de los
Buendía y a Macondo, incluso si su destrucción ya había sido anunciada en el
«Monólogo de Isabel viendo llover en Macondo», relato que en realidad es un
fragmento desprendido de La Hojarasca, novela publicada en 1952.
Entre los múltiples temas que se perciben en Cien años de soledad, cabe
destacar dos que han conocido, en trabajos posteriores de García Márquez,
varios niveles de desarrollo. Dichos temas son el de la soledad del poder y el
del amor redentor.
El tema de la soledad del poder atraviesa la escritura de Cien años de
soledaddesde su título mismo. En este tópico se inscribe tanto la
representación del ostracismo que conduce a los Buendía a sistematizar la
endogamia como práctica erótico-social privativa, como el microrrelato que
narra la suerte del coronel Aureliano Buendía cuando, en el pináculo de su
gloria de líder revolucionario, se aísla ferozmente de su entorno y pierde la
medida de la realidad. Este tema sería retomado por García Márquez en otra
de sus novelas más famosas, titulada El otoño del patriarca.
En cuanto al tema del amor redentor, el cual también atraviesa tanto las
páginas de Cien años de soledad como las de El Otoño del patriarca y las de
«Muerte constante más allá del amor», un relato incluido en el volumen
titulado La increíble y triste historia de la cándida Eréndira y su abuela
desalmada, dicho tema anuncia la principal línea de escritura de sus novelas
más recientes, principalmente El amor en los tiempos del cólera y la que lleva
por título Del amor y otros demonios, a la que quizás podría considerarse como
la mejor historia de amor escrita por García Márquez.
Cuarenta años después de haber sido publicada, la lectura que nuestra época
hace de la historia que se cuenta en Cien años de soledad parecer haber
apuntalado su interpretación como la vasta construcción de un mito
fundacional cuyo alcance trasciende las fronteras del subcontinente
hispanoamericano para hacerse extensivo a todas las sociedades humanas.
La genealogía de la familia Buendía desempeña un papel crucial en el proceso
de constitución de dicho mito. El mismo permite al autor articular un relato en
el que se mezclan las distintas microhistorias de cada uno de los miembros de
esa familia, y de esa manera logra fundir esa historia familiar con el relato del
origen, el desarrollo y el fin del pueblo en un marco temporal que, por una
parte cubre y, por otra parte sobrepasa, los cien años que nos anuncia el título
de la novela.
Para lograr esa fusión, al narrador le resulta sumamente útil manejar la
ambigüedad de las referencias cronológicas que se acumulan en este doble
relato simultáneo. En su luminoso ensayo interpretativo titulado «Gabriel
García Márquez, en busca de la verdad poética», el cual está contenido en esta
edición, Víctor García de la Concha llama atinadamente a esta ambigüedad «la
datación, de tipo faulkneriano». En mi opinión, esta datación «faulkneriana»
constituye el principal factor del que depende el efecto de atemporalidad mítica
que nos produce la lectura de esta novela. Considérese también, como otros
factores, como la presencia en el relato de numerosos personajes con nombres
semejantes, y se entenderá más claramente por qué se puede afirmar que la
teoría de la historia que maneja el narrador es la misma que funda toda
construcción mitológica: la repetición, la eterna vuelta de lo mismo al final de
un ciclo.
Desde este punto de vista, el «muchos años después» de la ya famosa
oración con que inicia la novela no nos remite a un tiempo progresivo en el que
lo “primero” está antes que el “después”: al fundir el tiempo del relato con el
tiempo de la memoria, y al establecer para esta memoria un orden
genealógico, es decir, un orden en el que prima la lógica circular de los
vínculos sobre la lógica lineal de los acontecimientos, el narrador que
construye García Márquez instaura en el plano de la ficción una temporalidad
regresiva y reiterativa, a propósito de la cual, muchos críticos han señalado su
funcionamiento «mágico».
Por ejemplo, en el mismo ensayo al cual nos hemos referido anteriormente,
Víctor García de la Concha postula que: «Contaminada con este tiempo mágico
macondino, que corre precipitado, hace trampas al calendario o de pronto se
estanca, la escritura de Cien años de soledad tiene un “tempo” análogo» (p.
lxxvii), pasando a seguidas a examinar lo que él mismo llama « el carácter
circular, o de espiral, del tiempo de Cien años de soledad» (ibidem).
El hecho es, pues, que esta temporalidad que más arriba he
llamado regresiva y reiterativa es la propia de la nostalgia, pero también la de
los mitos.
En su ya clásico estudio titulado Mythologies, el crítico francés Roland Barthes
proponía una fórmula para entender el mito desde una óptica distinta a la que
pretendía confundirlo con un simple relato. Según esta fórmula, el signo
lingüístico, considerado como primer plano, se utiliza en el segundo plano, o
sea, en el mito y la literatura, como significante cuya correlación con un
significado histórico e intencional determinará el signo que en este segundo
plano equivale a la significación. Para explicarlo en términos de nuestra cultura
dominicana: la palabra ciguapa no es en sí misma un mito, sino que su empleo
en relación con un significado histórica, intencional y culturalmente
determinado la hace funcionar como una palabra dotada de una carga
simbólica particular, cuya significación es el mito de la ciguapa.
Partiendo de este punto de vista, podría afirmarse, resumiéndolo
groseramente, que lo mítico en Cien años de soledad no es la historia que se
cuenta, sino la manera en que lo contado se mantiene perpetuamente en una
tensa relación simbólica con varios aspectos históricos, en la medida en que
pueden serlo la biografía familiar y personal de García Márquez, algunos
pasajes de la historia social y política de Colombia en particular y de la América
Latina en general, ciertas obras y algunos autores representativos de la
literatura hispanoamericana y universal, etc. Así considerado, se entiende que,
lo que se puede leer al filo de las páginas de Cien años de soledad no es,
únicamente, una de las mejores prosas narrativas escritas en lengua castellana
en el curso del siglo XX: es también, como suele ser el caso de los libros
verdaderamente grandes, una mitología personal convertida en mito colectivo.
Otros escritores habían empleado antes que García Márquez un procedimiento
similar de mitificación de la realidad histórica. En los años 1930, por ejemplo,
el norteamericano William Faulkner había trazado en sus novelas algunas de
las pautas que otros escritores seguirían en sus respectivos intentos de
recuperar lo real histórico a través del mito. En efecto, Faulkner se había
propuesto unir dos culturas distintas —la de los blancos y la de los negros del
Sur de los Estados Unidos— en una época en que ya habían comenzado a
mezclarse, aunque todavía no habían encontrado una base «ideológica»
común. En su caso, el mito sirvió precisamente para realizar este objetivo.
Instintivamente, Faulkner descubrió que toda cultura auténtica había
arrancado de una visión común del mundo, convertida en mito en el sentido
barthesiano, es decir, en una simbolización.
La meta de los narradores «faulknerianos» de la literatura latinoamericana de
los años 50-60 —entre los cuales se destacan los mexicanos Juan Rulfo y
Carlos Fuentes, el cubano Alejo Carpentier, el uruguayo Juan Carlos Onetti y el
mismo Gabriel García Márquez— fue más o menos la misma: crear la base
mitológica de la cultura del continente hispanoamericano. Es, pues, en este
sentido que se puede calificar de «faulkneriana» a la propuesta narrativa de
Gabriel García Márquez enCien años de soledad, aunque es preciso señalar,
como lo hace Katalin Kulin en su ensayo titulado «Mito y realidad en «Cien
años de soledad», de Gabriel García Márquez», que, entre las novelas de
Faulkner, no hay ninguna que represente una creación mítica tan nítida e
íntegra como la novela del escritor colombiano.
En el curso de las décadas de 1970 y 1980, sin embargo, Gabriel García
Márquez no se cansó nunca de repetir de mil maneras distintas que él no tenía
nada de imaginación, y que, al escribir Cien años de soledad, él no había hecho
otra cosa que contar su propia vida. Por esa razón, tal vez, en ese mismo
periodo, se podían contar por docenas en todo el mundo hispánico las
publicaciones, las tesis universitarias y los artículos consagrados a practicar, en
distintos grados, la exégesis, la interpretación o la hermenéutica de las
“claves” simbólicas de Cien años de soledad. Por todas partes se presentía la
necesidad de un “oráculo” que desentrañara los secretos del rotundo éxito que
había caracterizado desde el principio a cada una de las sucesivas ediciones de
esta novela.
En 1982, el “oráculo” en cuestión apareció por fin, y no sólo el “oráculo”, sino
también su “hierofante”. A partir de la publicación de El olor de la
guayaba, una larga entrevista entre Plinio Apuleyo Mendoza y el autor de Cien
años de soledad,quedaron definitivamente expuestas las claves de un proceso
creativo de singular riqueza. Sabiamente guiado por Mendoza, García Márquez
desvela en esa entrevista el auténtico trasfondo del mundo que refleja su obra
con la magia de la palabra: la calidez y el color del Caribe, el universo mítico
de sus pobladores y la insólita mentalidad de sus extraños prohombres y
caudillos.
Quince años después, en 1997, el colombiano Dasso Saldívar le pondría la
cereza al bizcocho con su monumental obra, titulada: Gabriel García Márquez.
Viaje a la semilla. La biografía. Signo revelador de la importancia que reviste
cualquier dato relacionado con la vida y la obra del autor de Cien años de
soledad, en este trabajo, Saldívar emplea con minucia cartesiana el método
historiográfico para narrar la vida de García Márquez y establecer vínculos y
correspondencias entre detalles como, por ejemplo, el hecho de que el
famoso incipit de la novela insignia del autor colombiano y universal, el cual
reza: « Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel
Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo
llevó a conocer el hielo », encierra una referencia velada a un recuerdo de la
infancia de Rubén Darío, cuyo padre: «[...] se había criado a la sombra de un
viejo coronel que le narraba historias de guerras pasadas, [y quien] un día [...]
había conocido el hielo como una auténtica revelación» (op. cit., p. 161).
No hay nada de espectacularmente raro en la distancia que se observa entre
el deseo interpretativo de todo aquel o aquella que leyere Cien años de
soledad y las “explicaciones” que se pueden leer en las dos obras
anteriormente citadas. De hecho, tal cosa sólo constituye una prueba de la
indiscutible grandeza literaria de esta novela de García Márquez, pues la
literatura, o quizás sea mejor decir —pues nunca como en nuestra época la
explicación ha sido tan necesaria— la verdadera literatura se caracteriza por la
manera en que propicia, a partir de las mismas palabras que empleamos los
hablantes de una lengua todos los días, una apertura hacia una pluralidad
inagotable de sentidos, a la que sólo desde una perspectiva dogmática se
podría reducir a ésta o aquél otro sentido.
No en balde, resultaría difícil encontrar un lector de esta novela que no
tuviera su propio personaje favorito, con el cual se identifique. A tal punto es
evidente el reconocimiento colectivo tributado a este texto por la inmensa
mayoría de sus lectores latinoamericanos, que es posible afirmar,
parafraseando a Montaigne, que, quien toque a esta novela, está tocando a un
continente.
Muchas gracias.