Certamen de Relatos Alcublas Escribe

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ASOCIACIÓN CULTURAL LAS ALCUBLAS Diversos autores 2011 ALCUBLAS ESCRIBE Ayuntamiento de Alcublas

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Certamen de Relatos 2011 Alcublas Escribe Ilustraciones realizadas por Roixa RRG

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ASOCIACIÓNCULTURAL LAS ALCUBLAS

Diversos autores

2011

ALCUBLASESCRIBE

Ayuntamientode Alcublas

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© AsociAción culturAl lAs AlcublAs

EditA: AyuntAmiEnto dE AlcublAs

colEcción AlcublAs EscribE

dEpósito lEgAl: ilustrAcionEs: rosA rosElló gArrigó, disEño y mAquEtAción: J. blAnco pAz

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ÍNDICE

SALUDA DEL CONCEJAL DE CULTURA 7

PRESENTACIÓN 9

PRÓLOGO: COMO EN UNA BOTICA DE DIMENSIONES INCALCULABLES 11

III CERTAMEN DE RELATOS - 2011

EL SANTUARIO 17

ME GUSTA HACERLO CADA JUEVES 23

ALMENDRAS DE TERCIOPELO VERDE 27

LOS OLVIDADOS 31

LA VISIÓN 39

LA FIAMBRERA 46

LA CONFESIÓN 50

EL MEDIO POLLICO 53

SEMANA SANTA 1966 57

LA PEÑA RAMIRO Y EL GAVILÁN 61

EL SONIDO DEL SILENCIO 65

DESDE AQUEL DÍA NUNCA MÁS 68

EL SECRETO ESTA EN SALUD 71

AL PIE DE MONTMARTRE 77

LA HIJA DEL REY BO BO 81

QUERIDOS MAESTROS DE ESCUELA EN ALCUBLAS 85

HAZLO CON CUIDADO, PERO HAZLO 89

CANELA 93

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SALUDA DEL CONCEJAL DE CULTURA

Santiago Cabanes Navarrete

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El libro que en este momento tienes en tus manos es una recopilación de los relatos brevescorrespondiente a su tercera edición. Si continuas leyendo encontrarás historias que segurote conmoverán y en algún caso te retrotraerán a un pasado reciente que de no haberlo vivi-do cuesta reconocer, pero esto tienes que descubrirlo por ti mismo/a. Espero que la curiosidad sea una de tus debilidades y que esta necesidad te incite a seguircon la lectura de este libro y a continuación necesites de más historias y cojas otro libro, con-tinuando de este modo hasta convertir esta acción en un hábito que tengas que repetir confrecuencia. En este punto entrarás a forma parte del colectivo de lectores habituales y des-cubrirás, con asombro, que necesitas más historias cada vez, y puede que incluso necesitesreflejar las que tu mismo/a imagines y te pongas a escribir contando o contándote lo que teacontece, o inventes dejando constancia tuya a los que te sucedan. Esto, que un principioparece tan difícil, puede ocurrir casi sin darte cuenta. No olvides que el camino más largoempieza dando un paso. Como concejal de cultura he de felicitar a las personas que han participado, por la alta cal-idad de sus trabajos, y animar al resto de ciudadanos a contar sus vivencias, anhelos o fan-tasías para que a través de estos relatos podamos disfrutar, conociéndonos más, a la par queaprendemos. En este punto, he de reconocer a la Asociación Cultural de Alcublas “ACLA” eltrabajo realizado e invitarla a seguir con la labor. Es más, me atrevo incluso a pedirles queden el siguiente paso ampliando el radio de acción a toda la comarca e incluso más, perocon tiempo, ya que reconozco que no es fácil, del mismo modo que sé, que cuando se hacealgo con ilusión poniendo ganas y todo el ingenio del que uno es capaz, lo más normal esque se alcance el objetivo deseado. Como reflexión final, quiere señalar que el altruismo que mueve a las personas para haceralgo bueno por alguien desinteresadamente es lo que nos hace progresar y prosperar, másque ninguna otra circunstancia, y este libro y los anteriores de la colección más los que seañadirán en un futuro, son claro ejemplo de lo que digo. En este punto hay que recordar elgran número de personas que de diversas maneras han colaborado con este municipioaportando su esfuerzo de forma desinteresada, para conseguir que el mismo sea un poquitomejor cada día. El genérico “personas” lo empleo de forma deliberada pues no quiero olvi-dar a ninguna de ellas, y son muchas, y mi memoria frágil, pero con el agredecimiento sin-cero, así, de esta forma, no personalizando, os abarco a todos y a todas. Gracias por estarcuando ha sido necesario, y ánimo para seguir estando.

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Participar, dar el salto, atreverse a intentar comunicar lo íntimo, porque la comuni-cación es una necesidad inherente al ser humano: esa es la premisa con la que secreó este Certamen de Relatos y ese es el motor que nos mueve a presentar este añouna nueva selección de escritos.

El éxito de la publicación del libro con los relatos de las dos primeras convocato-rias, hizo que pusiésemos más entusiasmo y más ilusión, si cabe, en la tercera edi-ción de nuestro concurso y que lográsemos implicar a diferentes personas que com-partían con nosotros el interés por promocionar la escritura como forma de expre-sión y que también creen que el mundo rural tiene mucho que decir.

Para nosotros ha sido un gran placer y una experiencia muy enriquecedora podercontar como miembros del jurado con profesionales de la literatura y el periodismocomo son Emili Piera y Alfons Cervera, con el conocido psicólogo y escritor VicenteGarrido, con José Enrique Sánchez Menaya, un conocedor profundo de la sociedadalcublana, adquirido a través de la realización del Estudio Sociológico de Alcublas y,cómo no, con Pilar Comeche, bibliotecaria de Alcublas, y con Pepa Martínez, queaportaban al conjunto la perspectiva local, siempre necesaria en un certamen deestas características.

La reunión del jurado en la casa El Mirador de la Torre nos permitió disfrutar deuna interesante velada literaria y nos hizo entender que la palabra, escrita o de vivavoz, debe tener un lugar en la Serranía: nuestro esfuerzo futuro va a dirigirse en esadirección.

En las páginas siguientes os presentamos una selección de los relatos presentadosel año 2011, entre los que debemos destacar los que resultaron premiados:

- Primer Premio para el relato “El santuario”, de Santiago Cabanes Gabarda.- Segundo Premio a ”Me gusta hacerlo cada jueves”, de José L. Alcaide Verdés.- Accésit para “Los olvidados”, de Santiago Cabanes Navarrete.- Accésit para “Almendras de terciopelo verde” de Alicia Garrigó Giralt.El magnífico prólogo a este libro lo ha escrito Alfons Cervera, persona compro-

metida con la cultura y con la Serranía como pocas y en quien hemos tenido, másque un colaborador, un amigo siempre dispuesto a ayudar en lo que fuese necesa-rio: os recomiendo su lectura con detenimiento. Él se ha ocupado también de la

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PRESENTACIÓN

Serafín Martínez Marz

Presidente de la A.C.L.A.

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corrección de estilo de los relatos, bajo la premisa del respeto máximo a la liber-tad creativa.

También hemos contado con la colaboración de Rosa Roselló Garrigó, joven artis-ta plástica que se ha encargado de enriquecer esta edición con sus originales y diver-tidas ilustraciones de los relatos y la portada, y con el magnífico trabajo de maque-tación y diseño gráfico de nuestro compañero y amigo Joan Blanco: a todos ellos,jurado y colaboradores, muchas gracias por su participación y ayuda.

Por último queremos hacer llegar nuestro agradecimiento al Ayuntamiento deAlcublas por el interés y esfuerzo que está haciendo para promocionar la cultura apesar de los tiempos de crisis y por hacer posible que esta edición sea una realidad.

Esperamos que sea de vuestro agrado.

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Escribir es inventar un mundo. Muchos mundos. Un planeta entero. Una galaxia.Todo. El horizonte que se despliega delante de una ficción es ilimitado. Imposibledescifrar la distancia que existe entre la primera y la última página de un libro. Elmisterio. Nada está previsto cuando empieza una lectura. Lo que vayamos encon-trando a su paso será una sucesión de luces y de sombras. A un espacio iluminadohabrá de suceder uno distinto, casi seguro que sumido en la brumosa sensación deque en ese punto se abre un abismo lleno de oscuridades a destajo. Cuando leemosestamos escribiendo por segunda vez un libro que pronto empezará a ser más nues-tro que de nadie. Leer es inventar esa realidad que la escritura ha hecho suya.Cuando escribo, leo. Y al revés.

En las páginas que siguen encontrarán un buen puñado de historias. Historias deantes y de ahora. De siempre. Un concurso convocado por la Asociación CulturalLas Alcublas abrió las puertas a esa hermosa posibilidad de que quien quisierapodría urdir a su manera la trama de un relato. Libertad absoluta. La creación noadmita ninguna complicidad con la falta de aquella libertad. Escribir lo que se quie-ra. Contar lo que a lo mejor siempre tuvimos en la cabeza y nunca sacamos al airede los otros. A veces se dice que escribimos para nosotros mismos. Pero estoy con-vencido de que siempre escribimos para los demás. Para que nos lean. Para que unamirada ajena, que mira de lejos lo que hacemos, pueda meterse de lleno en ese labe-rinto lleno de secretos que es toda escritura salida de la imaginación. Aunque pen-semos que estamos escribiendo la realidad, comprobaremos en el final del procesoque la tarea ha sido imposible. La realidad se habrá convertido en una historiaarrancada a la imaginación. Lo sabían sin margen de error Antonio Machado y MaxAub. La verdad también se inventa, decía el poeta. Los fantásticos relatos de Aubaseguran la certeza evidente de aquella afirmación. Los cuentos que vienen despuésde esta presentación vienen de esa capacidad inmensa que sin tal vez darnos cuen-ta tenemos para construir el relato que nunca habíamos pensado escribir un día. El

PRÓLOGO

COMO EN UNA BOTICA DE DIMENSIONES INCALCULABLES

Alfons Cervera

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reclamo de un concurso literario es el principio de una ruptura: deja de darle vuel-tas a la cabeza a esa historia y suéltala de una vez. Escribe.

Aquí, en este libro, encontrarán de todo. Como en una botica de dimensionesincalculables. Paisajes dibujados con tinta de leyenda. Tradiciones que duran desdeque la tierra no era redonda todavía. Fiestas borrachas porque, puestos a inventar,la palabra gorda tiene su dominio propio en el terreno de la irreverencia escatológi-ca. El amor que persevera en la lectura de esos libros que nos salvan la vida. La ínti-ma satisfacción de sabernos herederos de una dignidad que vuela por los techos delas escuelas de antes, con sus maestros y maestras enseñándonos que los tiempososcuros se hacen más claros cuando la cultura se transmite en términos de genero-sidad y servicio a los demás. Todo cabe en un libro que nunca -ni cuando era sólo unproyecto de libro anunciado en las bases de una convocatoria de creación literaria-estuvo sujeto a regla alguna que no tuviera que ver, únicamente, con el respeto a lasreglas de la propia creación.

A partir de este momento, todo lo que sigue es suyo, de ustedes. Todo lo que siguees una serie de relatos escritos por gente cercana. Y digo cercana en el sentido másnoble del afecto: por primera vez nos vamos a reconocer no sólo en las calles y en lascasas y en el pueblo de siempre sino en la escritura, en la lectura de esa escritura, enlo que somos como hombres y mujeres y en lo que como hombres y mujeres escribi-mos. Escribimos y leemos juntos. ¡Menudo gozo!

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TERCER CERTAMEN

2011

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EL JURADO

Alfons CerveraPilar Comeche

Vicente GarridoPepa Martínez

Emili PieraJ. Enrique Sánchez

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EL SANTUARIO

Santiago Cabanes Gabarda

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Ucerbas volvió a paladear aquel vino, sabiamente rebajado con agua. Era uno de susmejores negocios. Los edetanos, sus compatriotas, no eran muy aficionados a estabebida, preferían la tradicional cerveza, pero él que tenía tratos con las gentes delmar, se había acostumbrado a su áspero sabor. Ahora poseía más de doscientas ánfo-ras en sus bodegas, listas para ser vendidas, y esto ocupaba la mayor parte de suspensamientos. “Algún día, la nuestra será una tierra de vinos”, profetizaba.

Y la ocasión bien merecía los mejores caldos, pues iba a sellar uno de los acuer-dos comerciales más importantes de su vida. En la habitación contigua se encontra-ba Ahirom, un fenicio de barba apuntada y gorro frigio. Vestía las más lujosas sedasorientales, rara vez vistas en tierras de los edetanos, y portaba numerosos amuletosde oro macizo. Había venido acompañado de varios soldados y ayudantes. Todoindicaba que, pese a su avanzada edad, era un hombre con una gran fortuna. Y habíaaccedido a casarse con su hija menor, llamada Nisunin. Esto era sumamente bene-ficioso para el comercio de Ucerbas, pues sellaría una alianza permanente que lepermitiría enriquecerse y tratar como iguales a los aristócratas y los comerciantesmás ricos de su ciudad. El pecho se le henchía de orgullo ante esta perspectiva, y unaeuforia ambiciosa recorría sus venas.

Ya estaba todo acordado, las copas habían brindado, se había sellado el acuerdomatrimonial y había mandado a un sirviente a buscar a su hija. Le enorgullecíahaberla concebido, con aquella belleza inusual, con aquel porte esbelto y ojos azula-dos más propios de los celtas, con aquellos cabellos arrebujados en rizos enloquece-dores... Era normal que aquel fenicio hubiera perdido la cabeza por ella, y quehubiera accedido a aquel acuerdo matrimonial tan favorable para los intereses deUcerbas. Con aquella alianza todos sus rivales comerciales quedarían desplazados...

Pero el sirviente regresó solo y con el semblante lívido. Evitaba alzar su miradadel suelo, le temblaban las manos y casi tartamudeó al pronunciar lo siguiente:

-Vuestra hija no está, mi señor, se ha escapado...Las siguientes horas fueron atronadoras, toda la casa parecía revuelta... Ahirom,

el fenicio, se marchó enojado y airado, y humilló a su anfitrión al decir que era inca-paz de someter y controlar a su hija. Los sirvientes y los guardianes no descansaban,

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registraban todos los rincones, preguntaban a los viandantes. Finalmente descu-brieron que faltaba un caballo en las cuadras, y que Antorbanen, un liberto, tambiénse había fugado. Entonces Ucerbas lo entendió todo. Últimamente su hija se habíamostrado extraña. Suspiraba, lloraba a escondidas, incluso se apartaba de las cenasanimadas y se consolaba en la terraza contemplando las estrellas. Además, siemprehabía tratado a aquel sirviente con demasiada condescendencia, con complicidad...Aquellas miradas significaban algo... El corazón de Ucerbas dio un vuelco, en unasensación intensa y dolorosa parecida a los celos de un enamorado… Y ahora esemiserable, un mentecato liberto, había robado a su hija...

No cabía otra solución entre los hombres respetables. Debía encontrar a ambos ymatarlos. Conclusión que hoy puede parecernos salvaje y despiadada. Pero debemosentender que para un antiguo el honor actuaba como una carta de presentación, lagente le respetaba en función de si pertenecía a una familia o una institución hono-rable. Una persona podía no obtener un trabajo, o ser rechazada de la vida pública,si carecía de honor. En este aspecto, actuaba como una suerte de currículum vitae.Y si esto era así para el común de las personas, mucho más para un comerciante quepodía ver cuestionada su palabra y su credibilidad, negados los préstamos, engaña-do en el cambio de monedas... Además, estaba el desprecio, los cuchicheos en elmercado, las miradas de desprecio y reprobación… Y una hija díscola e irrespetuosapodía mancillar el honor de toda una familia.

Y esto cegaba a Ucerbas, que subió presto a su caballo. La edad y una vida fácil yregalada habían hecho mella en su cuerpo, pero aún conservaba buena parte delvigor de su juventud. Se hizo acompañar de sus mejores hombres: cuatro aguerridossoldados, temidos por su manejo de la falcata, y dos expertos honderos. Entre ellosse encontraba su fiel amigo y consejero, Nersiadin, un contestano que lucía un lla-mativo parche en el ojo, numerosas cicatrices y varios tatuajes de origen celta.

La comitiva partió presurosa. A Ucerbas le poseía la ira. Siquiera se planteabacómo sería el horrible momento en que ordenaría a sus hombres asesinar a su pro-pia hija. Tan sólo pensaba en la humillación sufrida ante un extranjero, en la rabiapor ver truncados sus planes, en la desobediencia absurda de su hija, en que odiabacon todas sus fuerzas a aquel mísero liberto al que efectivamente deseaba lo peor.Siquiera escuchaba los lamentos de su hija mayor, que había acudido con su esposoal conocer la noticia, y quien con los ojos empañados suplicaba desde la puerta:

- Padre, pensad en lo que hacéis… Es vuestra hija y la amáis…Pronto dejaron atrás la ciudad de Edeta. Por varias personas sabían que los fugi-

tivos habían huido hacia el oeste. Atravesaban ahora fértiles campos cultivados conesmero, y en menos de media hora Ucerbas reconoció la villa donde vivía un aristó-crata amigo suyo, en lo que hoy en día se llama el Castellet de Bernabé. Recordabaaquel lugar en el que había realizado algunas transacciones. Su muro sólido, supuerta imponente que anclaba el hierro de los goznes sobre la piedra tallada, suúnica calle a la que se accedía después de una cuesta empinada. Pero no era la oca-sión de detenerse allí y disfrutar de la hospitalidad de los vecinos, ni de rendir plei-tesía al noble local. Prosiguieron su trote enloquecido.

Ascendían ahora las empinadas montañas al oeste de la ciudad. Conforme lo

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hacían se introducían en una espesura formada por carrascas y robles. Los bosquesque en aquella época cubrían buena parte del continente europeo, tenían poco quever con las superficies forestales actuales. Densos e impenetrables, apenas existíanen ellos caminos y senderos, y en muchas ocasiones era preciso abrirse paso entre lamaleza con la ayuda de una espada, o seguir la trocha creada por algún animal. Lostroncos eran amplios y rugosos, las ramas se agitaban susurrantes, en ocasionesalgún pájaro o alguna alimaña hacían estremecerse la espesura. Las copas frondo-sas de los árboles impedían que se colara entre ellas la luz solar, y el ambiente sepoblaba de sombras y humedades. No era infrecuente tropezar allí con algún bandi-do. Y por primera vez en todo el día, Ucerbas se preocupó por su hija, a la que habíacuidado con esmero desde que era una niña. Pero apartó pronto aquellos pensa-mientos de debilidad. Le había humillado, robado y desobedecido. Pero sobre todola odiaba por haberle arrastrado hasta aquella situación, por haberle desgarrado elcorazón, por haberle obligado a tomar aquella espantosa decisión. No merecía elperdón.

En lo alto de aquellas montañas descubrieron una vista maravillosa, a cuya belle-za cedieron incluso los rudos guerreros. Nersiadin comentó admirado que desde allíse contemplaba la propia Edeta. Y también se apreciaba el llano en el que un día sefundaría la ciudad de Valencia. En aquella época no era más que un cenagal insalu-bre, donde sólo vivían algunos miserables campesinos expuestos a las enfermedadesy a los ataques de los piratas. A los íberos no les gustaban las zonas de costa, proba-blemente más inseguras, y por eso su capital y asentamientos se situaban en el inte-rior.

También encontraron una pequeña hondonada en la que siglos después se funda-ría la villa de Alcublas. En aquella época ya estaba cultivada, y existían algunos case-ríos dispersos, en especial en lo que hoy se denomina el Cerro de los Molinos. Enalgunas montañas cercanas los edetanos habían construido atalayas y fortificacio-nes, que se comunicaban entre sí mediante señales de humo, y defendían su territo-rio de las tribus agrestes y bárbaras del interior de la península. Sin embargo, lamayoría de los lugareños vivían hacia el oeste, en el barranco que hoy conocemoscomo las Torrecillas. Allí había dos pequeños poblados, y hacia allí dirigieron susmonturas los jinetes.

Atravesaron nuevamente algunos de los bosques y campos de cultivo de aquellosparajes, y llegaron al anochecer a una de esas poblaciones. En ellas había algunossoldados que afirmaban haber visto llegar a una pareja de jóvenes fugitivos, peronadie sabía dónde se habían escondido. Así que Ucerbas y sus guerreros buscaronalojamiento, y regaron su descanso con cerveza. Sin embargo, el comerciante nopudo pegar ojo. La única vez que logró conciliar el sueño contempló ríos de sangrey rayos atronadores de tormenta, un mal presagio… El resto del tiempo, cuandoentornaba sus párpados, no podía evitar recordar el rostro de su hija. Sumido en lazozobra abandonó su habitación y decidió pasear en el silencio arrollador de lanoche.

Como el resto de poblados íberos, aquel se situaba sobre una colina, al resguardode los bandidos. Ucerbas trabó amistad con los guardas de la muralla, y se asomó a

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ella. Incluso en la penumbra, la luna llena permitía atisbar la hermosa profundidadde los densos bosques cercanos, su penetrante olor a ozono, e imaginar su verdor…El verde en un paisaje es como el dulce en el paladar, una golosina para los ojos. Sóloeso podía tranquilizar su mente excitada y sus pensamientos precipitados. Y asíesperó el amanecer.

Entonces descendió de la muralla, y tropezó con un extraño joven encapuchado,que arrastraba tras de sí un caballo. No tardó en reconocerle, era Antorbanen, elliberto que había raptado a su hija. Profirió un grito, y el muchacho brincó sobre sumontura y emprendió la huida aterrado. Ucerbas ordenó a los vigilantes que le detu-vieran, pero el fugitivo ya había atravesado la muralla. Allí, en los campos cercanos,el mercader encontró el campamento improvisado donde aquella noche habían des-cansado él y su hija. Y se detuvo unos segundos a contemplar la hoguera extinta, losparcos restos de comida… Imaginó a su hija durmiendo a la intemperie, y fue la pri-mera vez que sintió ternura o compasión hacia ella, sentimiento que le arrastró alrecuerdo de su esposa muerta unos años atrás. Realmente su hija se parecía física-mente a su madre, y también compartían numerosos gestos y expresiones. Pero nose dejó dominar por la nostalgia mucho tiempo. Con un grito llamó a sus guerreros,y se dispusieron a seguir las huellas. Ya sólo era cuestión de tiempo que atraparana los fugitivos.

Al cabo de unas horas, descubrieron que la pareja se había adentrado por unbarranco, por el que en aquella época del año discurría un pequeño torrente.Seguramente se sentían acosados y desesperados, y habían pensado que el aguaborraría sus huellas. Pero no fue así, pues los hombres de Ucerbas eran cazadoresexperimentados, y con el leve susurro de un suspiro eran capaces de encontrar a lapresa. No tardaron en dar con los jóvenes y, cuando el mercader llegó, los teníanarrodillados y maniatados. Ya sólo esperaban la espantosa orden de eliminarlos.

La hija de Ucerbas lloraba desconsolada. “Le amo, padre, piedad, le amo”, sollo-zaba. Pero el comerciante también observaba la mirada expectante de sus guerreros,

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y entendía que no podía echarse atrás o su honor quedaría mancillado para siempre,y perdería el respeto de sus propios hombres. Cuando alzó la mano para dar la fatí-dica orden, se produjo un silencio abismal. Y quizá este hecho permitió que se escu-charan unos cánticos religiosos que provenían de una de las montañas que confor-maban aquel barranco.

Entonces todos alzaron su cabeza, y dirigieron su vista hacia la loma. Era espe-cial, pues una de sus caras parecía cortada a cuchillo en escarpados precipicios.Altiva, orgullosa, mostraba sus entrañas descarnadas, ese corazón de piedra cuyolento palpitar es posible percibir las noches más apacibles y silenciosas. En su cima,los soldados habían construido una atalaya, desde la que se podía observar toda lacomarca. Y a sus faldas, las gentes del lugar se reunían espontáneamente y realiza-ban ofrendas y oraciones, pues en aquella época se pensaba que todos los seres de lanaturaleza, vivos o inertes, poseían un alma a la que había que rendir cuentas. Enaquellas religiones primitivas, que en muchas ocasiones no precisaban ni templos nisacerdotes, era necesario ganarse aquella fuerza, que en ocasiones personificabancomo hadas, faunos, elfos, ninfas y otras criaturas mágicas que merecían el máximorespeto. Y también aquella montaña poseía vida, una energía poderosa. Ucerbas ylos suyos entendieron entonces que se encontraban en un santuario. Años después,interpretó como un augurio acertado el que los dioses hubieran conducido hasta allía los fugitivos.

-¡Deteneos, insensatos! Es impío derramar sangre en un lugar sagrado -bramó elmercader a sus soldados.

Y rompió a llorar, quizá conmovido por las fuertes emociones que había vivido,por el recuerdo de su esposa fallecida, por el temor a los dioses, o por el poderosoespíritu que imperaba en aquel lugar. Y se agachó sollozando, y abrazó a la pareja ybendijo su unión.

Varios siglos después, las gentes del lugar denominaron a aquella montaña laPeña Ramiro.

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Supongo que en la elección del día influye que el jueves es ese día de la semana enel que estás algo cansado del trabajo, en el que la rutina diaria empieza a pesardemasiado, pero en el cual se preludia ya el descanso del fin de semana. Sin dudaeste hecho te proporciona ráfagas de buen humor y te predispone a imaginar, a idearmaneras de recuperar el tiempo perdido de lunes a viernes; por eso me levanto ydesayuno, acompaño a los niños al colegio y luego inicio mi particular ritual.

Regreso a casa, entro en el despacho y me dirijo a la librería con una bolsa en lamano; agarro un libro de los de la segunda fila, de ese estante donde están en espe-ra los libros que he seleccionado antes, como en un peculiar corredor de la muerte.

Luego salgo a grandes pasos y me dirijo por el camino más corto a la calle de laReina, tan llena de vida, con esos edificios tan alegres y populares. Paso por la puer-ta de la papelería, el bar, la notaría con sus geniales forjados de hierro, por enfrentedel Ateneo Marítimo (benditos bingos, ¡qué habría sido de muchos de los ateneos ycasinos culturales si no se hubiese inventado los bingos…!), por enfrente de la parro-quia de Cristo Redentor, y finalmente llego a mi destino.

La Casa de la Reina te impacta cuando la ves, es sobria, elegante, y sobre todomuy diferente. Entras y te encuentras en un ancho pasillo empedrado, cubiertohasta media altura por un zócalo de azulejos y allí, en un lado, se encuentra unapequeña mesa rectangular con un cartel que reza: “biblioteca libre”, y sobre ella unosdiez o doce libros y un cartel que indica que puedes coger uno si quieres.

Al entrar me fijo si hay alguna persona en el vestíbulo, o miro con detalle a quie-nes entran delante de mí o a quienes me cruzo cuando salen. Espero con disimulomirando el tablón de anuncios hasta que nadie me observa y entonces me acerco ala mesa. Normalmente es un momento del que me gusta gozar con cierta intimidad:observo los títulos y el aspecto de las obras y finalmente cojo uno, abro mi bolsa y loguardo, sacando al tiempo mi ejemplar, que coloco en el centro de la mesa pero unpoco hacia la izquierda y hacia la parte de arriba: no sé por qué, pero siempre mefijo primero en los libros que están colocados en ese lugar, así que imagino que es elsitio más visible para el mío, el que lo hace más apetecible. Suelo entretenerme enreorganizar los libros de la mesa con un criterio estético, porque no es lo mismo

ME GUSTA HACERLOCADA JUEVES

José Luis Alcaide Verdés

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poner un libro con tapas de colorines junto a uno marrón que junto a uno rojo, ysuelo hacerlo de forma que todo contribuya a hacer más atractivo mi regalo anóni-mo. A veces pongo el mío bocabajo, para que el observador compulsivo no puedaevitar cogerlo para colocarlo correctamente y que así se vea tentado de leer su títu-lo y ojear su contenido.

Al principio llevaba esos libros que me resultaban muy malos, los que no pudeterminar de leer o los que acabé más por amor propio que por placer. Pero poco apoco fui añadiendo algún libro al que le tenía un cariño especial, o algún libro queesté de acuerdo con mi estado de ánimo, o simplemente como un juego: hoy unanovela policiaca, hoy teatro clásico, hoy un libro de pedagogía, uno de poesía… Así,poco a poco voy reduciendo mi biblioteca, se van quedando los libros más escogidos,mis libros más amados, y aun éstos también los voy llevando, como ofrendas a undios peculiar. Son libros que ya han cumplido su función: unos ser leídos, otros serregalados, otros apagar la curiosidad o las ganas de aprender. Los que cojo nuncame los quedo más de un par de semanas, rara vez los leo, para mí son objetos quehan atrapado momentos de la vida de otras personas y son esos momentos prisione-ros los que me interesan, no el libro en sí.

Me gusta volver a casa con el libro en la mano, pero sin abrirlo. Cruzo el merca-dillo del Cabañal repleto de gente y me entretengo mirando las paradas sin excesi-vo interés, más pendiente de las personas que de las mercancías; me gusta pensarque alguna de esas personas a lo mejor se dirigirá luego a la biblioteca a buscar unode los libros de la mesilla, o que a lo mejor viene al igual que yo de depositar uno desus libros liberados, incluso a veces fantaseo sobre si por su aspecto una persona ala que veo con una bolsa de compras podría ser la anterior propietaria del libro quehe cogido: el aspecto intelectual de esa mujer tan seria le pega o no, o si le pegaríacoger el libro que he dejado hoy.

En casa lo dejo sobre la mesa hasta la noche, y después de cenar, con la tranqui-lidad y el sosiego del final del día, me siento en el sofá con el libro en la mano y loobservo por fuera detenidamente, igual que un filatélico observaría con la lupa unanueva adquisición para su colección: si está muy manoseado es porque se ha leídomucho, ha tenido una vida intensa; si las tapas están bien conservadas puede quesea por todo lo contrario, su utilidad es posible que haya sido pequeña o que hayatenido una función muy concreta o un uso muy limitado; si está amarillento por elpaso del tiempo me dispongo a indagar sobre su fecha de edición; observo si es unaedición barata o una edición buena, porque los libros de ediciones baratas suelen serlibros que se leen, los de ediciones caras no siempre cumplen esa función.

Me gusta leer la contraportada y ojear el índice para ver un poco de qué va, y si esun libro con solapas me leo la mini-biografía del autor y los “Otros libros de la

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Colección”. Si es un libro de estudio me gusta seguir los párrafos subrayados para vercómo sintetizaba su anterior dueño los contenidos: ¿Realmente aprovechó la lectu-ra de ese libro? ¿Aprobó la asignatura? ¿Le gustó el libro o simplemente lo tuvo quesufrir para aprobar? Estos últimos son los libros más inútiles que se leen, los librosque antes se olvidan, libros que luego se abandonan con desdén en un estante hastaque los años o una mudanza los van matando.

Para la semana que viene ya he escogido el libro que voy a llevar. Se trata de un libroeditado por el ayuntamiento de un pequeño pueblo valenciano, un libro que recoge rela-tos breves presentados a un certamen de una asociación cultural local. Como podéis ima-ginar son relatos muy variados, sencillos, escritos la mayoría por gente que no se dedicaa la literatura, pero todos tienen algo de autobiográfico, reflejan los gustos, la forma dever la vida, la forma de relacionarse de sus autores. Está casi nuevo porque se editó estemismo año, y aunque puede que alguna vez en el futuro lo volviese a releer, prefiero quetenga otra vida menos previsible, más azarosa.

Creo que esta semana, después de dejarlo en la mesa, me apostaré en la puertacon disimulo, como si esperase, o en la sala de lectura junto a la ventana del patio, yobservaré durante un rato. A veces me gusta esperar con disimulo para ver si alguiencoge mi libro; otras veces soy más indiscreto y me acerco cuando alguien está miran-do los libros y ojeo alguno, esperando que mi vecina o vecino tome otro: muchasveces actuamos por imitación compulsiva. Observo su elección, y si finalmente se lolleva fantaseo acerca de las razones por las que lo hace, intento asociar su aspecto yel contenido del libro, fantaseo sobre si lo leerá completo o no, sobre si le gustará, silo regalará o lo volverá a traer a la mesa al cabo de unos días.

Los libros más especiales son los que llevan notas manuscritas al margen, y sobretodo los que llevan dedicatorias: ¡lo que permite fantasear una dedicatoria!Dedicatorias sencillas y escuetas, dedicatorias de compromiso, dedicatorias deamor, enigmáticas… ¿Es cierto lo que se pone en una dedicatoria o es sólo unaimpresión que se quiere causar?

“Para Ana con todo mi amor”, firmado “Enric”. Hoy estoy juguetón y me entretengo poniendo una dedicatoria falsa en mi libro.

Probablemente quien lo coja no le prestará mayor atención, pero a lo mejor se dacuenta de que el libro se editó hace apenas tres meses y de que igual de breves queson los relatos fue el amor de Ana por Enric…

Pensaréis que estoy algo trastornado, pero lo cierto es que este juego solitario meproporciona muy buenos ratos, ratos en los que la lectura no es el medio ni es el fin,sino que es sólo un pretexto para el mayor placer con el que cuenta el ser humano,un placer para el que los libros, se lean o no, pueden ser la excusa perfecta, la excu-sa para imaginar.

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Corría el año 1816 en la Baronía de Alcublas.La Cartuja era sombría, fría y despiadada, los monjes rezaban, mandaban y can-

taban latinajos, en su tesón por agradar a Dios, su vida silenciosa y contemplativa,con aquel dormir en dos, convirtieron su infancia en un desangelado desencuentrocon la especie humana.

Nunca supo qué hacía en aquel lugar, pero no recordaba familia alguna, ni nadaparecido a un hogar.

Allí creció y aprendió a silencios, sólo el lenguaje corporal le daba alguna señal deque estaba en el mundo de los vivos, no tenía conversación, ni amigos, sólo unaperra, que vigilaba el patio, le lamía cariñosa aquellas manos.

Fue creciendo encerrado en sí mismo, estorbando siempre y trabajando mucho.Callando y mirando aprendió a leer con un monje escribano a cambio de una

ración de más del vino sobrante de las comidas.Comprendió que el silencio era su gran fortaleza, le aislaba de todos. Los demás

sólo se fijaban en su torpeza, en aquel aspecto de torpe patán que con los años ibaadquiriendo.

Pronto fue a trabajar a la Masía Valero y entre el ganado, las veintidós cahizadasde huerto, la viña, el algarrobar y los olivos, supo que en esta vida se venía a todomenos a descansar.

Parco en palabras, con la piel reseca de tierra, las manos curtidas de sol y campo,de sol y tierra, de sol y hacina.

A ratos, paseaba el monte, rastreaba el monte, observaba el monte, sentía una fas-cinación enorme por aquel paraíso vivo y sonoro, conocía cada senda, cada camino,cada piedra.

Un día, un buitre leonado planeó sobre su cabeza, trazando una majestuosa elip-se invisible en el aire… y entonces se fijó en el cielo…

El cielo, que estaba tan lejos, era su gran misterio, un escenario con tantos acto-

ALMENDRAS DE TERCIOPELO VERDE

Alicia Garrigó i Giralt

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res que le maravillaba de día y de noche, con nubes, con sol, con truenos con tem-pestades… con lluvia y con pedregás estivales.

De noche, cuando titilaban las estrellas, se estremecía, y al observar que la lunaredonda menguaba y crecía, aquellas curvas quietas y vivas, a contraluz, aquellasredondas esferas.

****Ella apareció de la nada, silenciosamente, recogiendo tomillo.Tatareaba una canción, sus descalzos pies se deslizaban entre las piedras como

una bailarina, en un equilibrio sutil.Tatareaba bajito una canción y se movía como una lunita redonda y pequeña

caída del cielo en un día de sol.Aquella voz…Aquella voz que canturreaba era más dulce que toda la miel que las abejas fabri-

caban, su voz era más fresca que toda la lluvia vertida del cielo en una noche demayo.

Sus ojos, pequeños como almendras de terciopelo verde, brillaban, se abrían ycerraban y un gesto nuevo, que llamó sonrisa, se contemplaba en su rostro.

Escondido entre matorrales observó a aquel ser.Y en su cuerpo una extraña reacción le turbó del todo.

****Tomillo.Buscó tomillo, lo tocó, lo olió, lo mordió, su sabor, su olor…Más tomillo, más olor, más recuerdo.Lo mordió suavemente, entornando los ojos…y aparecía en su mente la lunita

redonda.La preciosa descalza.

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La preciosa descalza con voz de agua de lluvia y frescura de mayo.No podía olvidarla, y no la encontró de nuevo. Le dolían las sienes de tanto pensarla.Como una espina cruel se le atravesó en el alma, aquella mujer menuda.

****El tiempo le ayudó a curar el dolor de aquel encuentro, pero mientras tanto,

mientras en el corazón le escocía una sinrazón dolorosa e inquietante, mientras todoel cariño sentido era el de la perrilla que le lamía aquellas manos cuarteadas queparecían de esparto.

Sacó del monte la fuerza terapéutica para sanarse, creyendo que toda substanciase componía de tres partes -espíritu, alma y cuerpo-, se esforzó en encontrar algúnsentido y orden en la naturaleza.

Empezó a experimentar con el tomillo, la planta que le había robado el espíritu,con el fin de que su cuerpo encontrará la paz del alma.

Sus experimentos alquímicos del reino vegetal, tras años de esfuerzos y dedica-ción, dieron sus frutos y consiguió extraer los aceites esenciales de aquella planta.

Las gotas de aquella esencia eran su medicina mágica.Un recuerdo sin olvido en la selva de la comarca.En los inviernos solitarios y fríos, se encerraba en sus aposentos y en un ritual

secreto organizaba una orgía de aromas, con sólo un testigo, aquella perrica flacaque le miraba esperando la vueltecita de noche y la caricia del amo.

Pero de noche, cuando titilaban las estrellas, se estremecía, y al observar que laluna redonda menguaba y crecía, aquellas curvas quietas y vivas, a contraluz, aque-llas redondas esferas… y soñaba… con la preciosa descalza, con voz de agua de llu-via y frescura de mayo.

Y entonces, de sus ojos cansados y adormecidos, resbalaba un rocío humano, unasgotas destiladas desde el corazón, y aquella esencia la recogía con un pétalo de rosa,para mezclarla con el aceite de tomillo de propiedades milagrosas.

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Hoy, repasando viejos escritos, he dado con uno que escribí hace más de un lustro.Al leerlo me ha embargado la nostalgia y de repente mi mente se ha trasladado aaquellas tardes de verano pasadas en una era próxima al garaje de Antonio, de mote,Huevo Duro, en la que sentados en improvisados asientos intercambiábamos confi-dencias, rodeados de un montón de chatarra que poco a poco había acumulado JoséOrero, (Torano), otro singular ciudadano de Alcublas, antitesis de Antonio. Los doseran supervivientes de un mundo que les desbordó, pero que instalados en la peri-feria del mismo lograron acomodarse cada cual a su manera sacándole el máximoprovecho posible. Sirva lo dicho como introducción al escrito que menciono y que acontinuación transcribo tal y como se confeccionó a finales del año 2005.

El año pasado, por estas fechas, descubrí a un personaje curioso en este pueblo.No es que no lo conociese, que lo conocía de toda mi vida, pero había pasado des-apercibido para mí y creo no exagerar si digo que es la persona más inadvertida portodos a pesar de haber desempeñado a lo largo de su vida toda clase de oficios públi-cos. Que recuerde en este momento, fue vigilante, basurero, enterrador, sereno, yentre un oficio y otro se dedicaba a la agricultura trabajando como jornalero enmuchas ocasiones. También trabajó en la repoblación forestal cuando a la dictadu-ra de Franco le dio por este empeño -pero ésta es otra historia que seguramentealgún día tendremos que desarrollar pormenorizadamente y con objetividad paralibrarnos, de una vez por todas, de un pasado que nos atenaza y condiciona por nohaber sabido tratarlo desde la distancia con la tranquilidad y sosiego que merecenlas personas que de una u otra manera la hicieron.

Se da el caso de que Antonio o Huevo Duro, como se le conocía en el pueblo,tenía cuatro años cuando terminó la guerra civil y jugando, al parecer, con un fulmi-nante u otro explosivo que siempre quedan esparcidos cuando termina una guerra,le estalló en las manos, de resultas de este accidente le quedó una mano convertidaen un muñón y donde debería estar el dedo pulgar tenía un pequeño apéndice casisin movimiento que él utilizaba con una maestría sin igual realizando, como quedadicho, toda clase de trabajos del campo. Quien conozca cómo se trabajaba en el

LOS OLVIDADOS

Santiago Cabanes Navarrete

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campo en los años cincuenta, convendrá conmigo que se necesitaban las dos manosy además que éstas fuesen fuertes para ser labrador, (que es como se denominabanlos agricultores de entonces y en consecuencia así rezaba en su carné de identidad).Para quien carezca de este conocimiento, bien porque no lo ha vivido ya que le fal-tan años al haber nacido con posterioridad a la década de los cincuenta, librándoseasí de haber pasado los difíciles años que sufrimos los españoles en el medio rural,o bien porque teniendo años suficientes los han vivido en otro entorno (aunqueseguramente no sería, su situación, mejor que la nuestra dado que en toda Españase tuvo que sufrir mas de tres décadas de carestía sin precedentes), quiero recordar-les, o por lo menos intentarlo, que los trabajos del campo de entonces eran total-mente manuales, siendo las maquinas más sofisticadas con las que podíamos con-tar, el arado romano tirado por un mulo y el trillo. Y cuando tocaba refrescarse trashoras de trabajo sin descanso, nos esperaba en cualquier sombrajo el botijo o la boti-ja, magnifica obra de ingeniería que tenía la virtud (según se decía posteriormenteen ciertos ámbitos del saber popular) de conservar el agua más fresca que el mejorde los frigoríficos, claro está, que por entonces no teníamos la oportunidad de com-probarlo pues, por no tener, no teníamos ni el conocimiento de que estos artefactosexistían. A continuación, y bajando el escalafón, nos encontramos con la azada, elpico, la segur o hacha y la hoz, y también disponíamos del serrucho y el serrón yalguna que otra herramienta de parecida tecnología. El medio de transporte era elcarro, pero no estaba al alcance de todos por lo que se utilizaba mucho el serón,especie de alforjas que se ponían encima de las caballerías y dentro se podía metercestas, cantaros…, aunque para acarrear la mies se utilizaban las amugas, que erandos palos atados entre sí que se ponían encima de la albarda directamente, y en ellosse iban atando los haces de trigo, cebada o cualquier otro cereal.

Cómo cogía la azada, la hoz o manejaba el arado, o cómo se las ingeniaba paraatar los haces tanto para formarlos como para el acarreo, era una cosa que llamabala atención por la soltura adquirida en estos menesteres, según él mismo contaba,reafirmado por José. Todo lo contrario que para expresarse (y esto lo comprobé yo)o comunicar. Esto le resultaba sumamente difícil, o por lo menos esta sensacióndaba en ese tiempo, ya que se mostraba esquivo en todo momento y era raro enta-blar una conversación con él, pues se limitaba a responder a los saludos y si por algu-na circunstancia tenía que decirte algo más extenso lo hacía de forma escueta y pro-curando terminar lo antes posible. Era parco en palabras y desconfiado, caminabacon la cabeza inclinada hacia el suelo pero con la mirada atenta, observando conquién podría encontrarse y procurando evitarlo si éste era su deseo, aunque para ellotuviera que acortar o alargar el paso o incluso dar un rodeo. También elegía las horasen las cuales era más difícil encontrase con alguien. Esta actitud le fue granjeandoa lo largo del tiempo el calificativo de una persona extraña, de trato difícil. Él, sinlugar a dudas, captaba el rechazo que de forma paulatina iba creciendo a su alrede-dor, lo que generaba que se distanciara más y más hasta que en sus últimos tiempos,tras morir su hermana, quedó totalmente solo a pesar de vivir en el centro del pue-blo y rodeado de gente que le conocía desde siempre.

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Por supuesto que yo no era una excepción, y si bien procuraba saludarle de formaafectuosa, no hacía nada por acercarme a él, a pesar de que conocía su situación deaislamiento. Mas, como es cierto y notorio que los caminos de las personas queviven en un mismo entorno se cruzan en algún momento y que sólo te resta estaratento para darte cuenta que encuentras afinidad, así ocurrió aquella tarde en la erade Torano. Que nos encontramos de forma fortuita y que ambos decidimos confiarmutuamente alguna de nuestras inquietudes, y a partir de ese momento nuestrosencuentros se fueron haciendo más frecuentes, y de alguna manera Antonio y yo ini-ciamos una amistad que desafortunadamente duró muy poco, ya que terminó el díacatorce de diciembre del dos mil cuatro, al mismo tiempo que su vida.

Soy una de esas personas que las empresas consideran que a los cincuenta y dosaños no somos aptos para desempeñar el trabajo que hemos realizado a largo denuestra dilatada vida laboral, y un buen día deciden pactar un despido colectivo ymandarte al paro hasta que llega la edad de jubilación. Yo, como otros muchos, deci-dimos acogernos a esta oferta pensando que la otra opción lo único que podría aca-rrearnos era un despido más injusto. Y de esta forma tan sencilla, pasamos a formarparte de los desocupados permanentes hasta que la naturaleza decida que dejemosde serlo para pasar a formar parte de los desaparecidos. Otra lista mucho más exten-sa que la de parados y jubilados juntos y de la que inexcusablemente hemos de for-mar parte todos. Esto me ocurrió (el ingresar en las listas del paro) en el otoño deldos mil tres, así que decidí pasar el verano siguiente en el pueblo.

Tenía y sigo teniendo mucho tiempo libre y lo ocupo de múltiples maneras, y unade mis favoritas es hablar. Pero esto, que a simple vista parece fácil, no lo es tanto enun pueblo con pocos vecinos y máxime si los pocos que hay están muy ocupados, escomo si tuviesen que realizar las tareas de los que faltan en el trabajo, como si deun pueblo más grande se tratase. Así que un día en que deambulaba con la bici porlos alrededores del pueblo me topé de sopetón con una era que en otros tiempos ser-vía para trillar y que en la actualidad es la chatarrería de José Orero -de mote, y enlo sucesivo, Torano-, pues, al contrario que Huevo Duro, Torano se sentía orgullosode su mote y no quería que lo llamasen de otro modo y hacía gala como los buenostoreros de su nombre artístico, coincidente en este caso con su mote. En este puntohay que añadir que afición a los toros la tenía enorme, y no había fiesta en los alre-dedores con suelta de vaquillas en la que Torano no estuviese presente haciendoalarde de su buen estilo con el capote y la muleta, por regla general, al pie de la barrade algún bar. Luego, en la plaza o calle del pueblo con el animal presente, lo másnormal es que corriese como el resto delante del toro en busca de refugio. En nume-rosas ocasiones me contaba sus años gloriosos con el Chulla, aunque después detanto relato, lo único que me quedó claro del Chulla era que procedía de una fami-lia de carniceros de Burjasot. Pero él se perdía por los toros participando en todoslos festejos taurinos que podía, andando de pueblo en pueblo, verano tras verano, enbusca de la fama como otros muchos jóvenes de la época. Estas gestas adquiríanpara Torano una dimensión épica y en consecuencia no podía perderse por nada delmundo estas correrías. Si a esto le añadimos que, al parecer, en alguna ocasión el

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Chulla se vistió de luces, podemos imaginar las emociones que recorrían todo su sercuando lo contaba. Casi puedo asegurar, por la intensidad con que lo vivía, que enesos momentos oía los sonidos de la banda mezclados con las ovaciones del públicoal terminar una faena memorable en cualquiera de nuestras plazas, teniendo comoprotagonistas principales a la cuadrilla del Chulla incluido él, por supuesto.

Ni que decir tiene que Torano se encontraba seleccionando la chatarra, esto es,separando el metal del hierro y éste de aluminio y del plomo, y como se trataba deuna persona habladora, incluso en demasía, le faltó tiempo para decirme, apenas yole saludé, que me parase a charlar diciéndome: “¡eh, ¿dónde vas tan deprisa, sién-tate aquí”, y me mostró una silla de loneta recogida del vertedero, al igual que elinmenso montón de trastos que había acumulado convirtiendo a su vez su garaje yel entorno en otro vertedero. Tenía verdadera obsesión por acumular cosas, comple-jo de Diógenes dicen, él ni sabía nada de Diógenes ni tenía complejo alguno. No selimitaba únicamente a la chatarra, como queda dicho. Torano recogía de todo, escomo si se hubiera propuesto trasladar el vertedero a su era, repasar lo que llevabay devolver al vertedero lo que despreciaba, que por cierto era poco. En esta titánicatarea imposible de concluir pasaba la mayor parte de sus días. El vehículo utilizadonormalmente era su moto y en casos excepcionales, cuando la carga a transportarera muy grande, optaba por sacar su muleta mecánica, pero eso sí, tenía que estarplenamente justificado ya que el ahorro de recursos era una de sus máximas. Comoherramienta utilizada para tal fin, no pasaba del alicate, una llave inglesa vieja y unmartillo. Y una vez dicho esto, tengo que añadir que en la mobilette era capaz detrasladar hasta una lavadora encima de dos o tres somieres de hierro. Cómo lo car-gaba todo es tan complicado de explicar como de hacerlo, pero doy fe de que así eray de que alcanzaba a trasladar en un sólo viaje hasta ochenta kilos de chatarra o,pongamos por caso, un colchón grande de lana o una puerta de hierro. Cosas inve-rosímiles como inverosímil era su moto llena de colgantes, banderines y alguna queotra estampa. A continuación me contaba cómo la gente tira las cosas nuevas a labasura, de lo cual él se alegraba pues de resultas del derroche de los demás se saca-ba algún voltio, (es decir, dinero, ya que de esta forma tan original denominabaTorano tanto a las antiguas pesetas como a los actuales euros).

Estando en estas fue cuando apareció Huevo Duro, como solía hacerlo, de impro-viso, y cuando nos percatamos Torano y yo, lo teníamos junto a nosotros preguntan-do como era su costumbre: “¿Qué se hace?”. A lo que respondimos, saliendo de nues-tro asombro: “Aquí, pasando el rato. ¿Quieres sentarte?”. Entonces, él, diciendo algoque no recuerdo, se sentó y los dos mirábamos cómo clasificaba la chatarra Torano.Mientras hablábamos de cosas sin importancia, no obstante tanto a Torano como amí nos sorprendía que soportara nuestro parloteo durante tanto tiempo y aún más,considerando a nuestro parecer que lo hacía con gusto. En un principio pensé queestaba interesado por la chatarra ya que también él recoge toda la que encuentra, oeso creía yo, hasta que me sacó de dudas al decir que él solamente se dedicaba arecoger metal, aluminio y cobre, que son lo materiales que mejor se pagan, despre-ciando el hierro por su escaso valor y al que consideraba no rentable por la cantidad

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de quilos que tiene que mover para ganarse algo sustancioso, y que bajo ningún con-cepto compartía la aptitud de Torano de recoger todo sin ton ni son. Él separaba cui-dadosamente los metales haciendo paquetes según su composición que luego metíaen sacos para pesarlos meticulosamente antes de venderlos, en esta tarea siempreutilizaba su romana y generalmente no consentía otro medio de peso. En esta ope-ración de venta se hacía acompañar por su hermana, que era la que ajustaba lascuentas sin saltarse ni un céntimo. Siempre acudían con su propio papel y lápiz queluego, por supuesto, se volvían a llevar bien doblado en el bolsillo.

Por esas fechas, verano del dos mil cuatro, ya había muerto su hermana, y su faltala acusó de muchas maneras. Pero la más visible fue que perdió el interés por seguirrecogiendo chatarra, e incluso dejó de vender la que tenía acumulada. Es como sihubiera decidido que ya no necesitaba más recursos para pasar lo que le quedara devida y empezó a ser generoso consigo mismo y con las personas que él quería.Empezó a cuidarse o lo que él consideraba cuidarse. Prácticamente no trabajabanada, pero su estado de salud no era todo lo bueno que sería deseable y nos conta-ba que su estómago no soportaba los alimentos y que apenas tenía ganas de comer.Le hicimos ver que tenía que ir al médico y efectivamente se había hecho visitar, y ledieron cita para hacerse una revisión en el hospital para septiembre, no me acuerdoqué día, pero sí que a mediados de agosto me lo encontré en la calle Altura despuésde varios días sin verlo y me preocupó mucho su estado, y más al contarme que cadavez se le hacía más difícil comer. Me ofrecí a llevarle a Valencia para que ingresarade urgencias, pero se negó en redondo alegando que sería pasajero. Pasaron las fies-tas de agosto, durante las cuales ni me acordé, por supuesto, de Antonio. A finalesde mes nos volvimos a encontrar y ante su estado le repetí que nos fuéramos deurgencias. La respuesta fue la misma: “Total faltan doce días. Tengo la carta de cita-ción. Me estoy cuidando y no creo que deba molestar a nadie.” Recuerdo que le insis-tí y que mi ofrecimiento era sincero, pero siempre me quedará la duda de si debierahaber sido más exigente en mi demanda de llevarlo al hospital. El no insistir más sedebió a que intuía, o mejor, sabía con certeza, que si algo le incomodaba sobrema-nera era molestar o pedir favores, y esta actitud la mantuvo hasta el final y sólo pidiósocorro cuando se vio cercado por una muerte que ya casi le abrazaba una fría nochedel mes de noviembre. Ese día salió, según me contó, arrastrándose a gatas, ya queno podía ponerse en pie, hasta la puerta de un vecino con quien tenía alguna con-fianza pidiendo desesperadamente ayuda. De inmediato, le trasladaron al hospital.

A primeros de septiembre volví a Valencia y mi vida transcurría como de costum-bre, paseos, biblioteca, reuniones con los amigos…, y los fines de semana, en el pueblo.¿Que se me olvidó Antonio? Casi por completo. Mientras estaba en Valencia, total-mente, y cuando deambulaba por el pueblo, pues lo de costumbre. Le preguntaba aTorano, cuando le veía si sabía algo, y él me contestaba sin interés alguno que algunavez lo veía pero que no hacía buena cara y añadía que si era muy raro, que siempre solo,en fin, que procuraba evadirse y cambiar de conversación, cosa que Torano hacía cons-tantemente. En cuatro minutos podía haber hablado de infinidad de cosas sin cohe-rencia alguna pero eso sí, con la eterna pregunta: “¿Y tu que dices?”, cuando la verdad

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es que casi nunca te dejaba decir nada. Lo cierto es que dejó de acudir a la era y quenosotros, tras la pregunta y respuesta de rigor, “¿Has viso a Antonio?”. “No, hace unosdías que no le veo”, nos poníamos a otra cosa. Hay que reconocer que en estas fechaslos días que nos veíamos se habían reducido una quinta parte. En alguna ocasión tuvela tentación de ir a su casa, pero siempre la descarté por respeto a él, no quería poner-lo en el compromiso de decidir si me recibía o no ya que no faltó alguna vez la adver-tencia o recomendación de que en su casa no quería que entrara nadie. Y de hechonunca me invitó, ni siquiera a entrar en su garaje.

Cuando me enteré de que había sido ingresado, me sentí en la obligación dehacerle una visita por lo menos, y así fue como nos reencontramos tras un cortoparéntesis de tres meses, ya que tras la primera visita siguió la segunda y otras a con-tinuación. Fue en estos días cuando descubrí un nuevo Antonio que tenía inquietu-des sociales, al corriente de la lucha de clases, bien informado y conocedor del esta-tus que ocupaba en una sociedad injusta. Él lo expresaba de otra manera pero eramuy consciente de cómo el poder juega con los desfavorecidos utilizando de formaabusiva la fuerza de trabajo que estos aportan para lucrarse sin miramientos. Teníaanécdotas de todo tipo, ya que había trabajado para muchos amos (como él decía).A mí, esa sola palabra me revolvía el higadillo, pero me hizo ver que aun siendo durano es la palabra sino la actitud del que manda el que hace que adquiera un signifi-cado u otro. Lo que ocurre es que venimos de una época muy reciente en la cual elamo lo era hasta tal punto que se apropiaba de la misma persona que dejaba detener voluntad, y sólo de esta forma era considerada una persona de bien.

Como es natural también hablábamos de cuestiones agrícolas, de recolección dehierbas medicinales y de otros muchos temas intranscendentes. Pero, sobre todo, dela evolución de su enfermedad. Del presentimiento que tenia de no superarla y quedía a día se confirmaba. Aunque no queríamos aceptarlo, Antonio perdía paulatina-mente la vitalidad; comer, casi no lo hacía, le costaba un esfuerzo tremendo hacerloy los resultados de las pruebas que le practicaban no auguraban nada bueno. Endefinitiva, las fuerzas le iban dejando y en la misma medida que esto sucedíaaumentaba su interés por desprenderse de sus bienes hasta el punto de que fue sumayor inquietud en los últimos días de su vida. Una persona que vivió en austeridadmáxima, que no gastó ni una sola peseta de forma inútil, en sus últimas horas lodaba todo como si quisiera expiar alguna culpa por lo que había acumulado, y unavez concluido este acto de purificación, de motu propio o inducido, se dejo morir enpaz.

Sirva lo relatado como recuerdo y homenaje a millones de trabajadores y trabaja-doras anónimos que, como Antonio y José, soportaron con decisión indomabletiempos difíciles de incontables dificultades y carencias, agravadas éstas por unainsoportable ausencia de justicia social y que a pesar de todo, haciendo gala de unagran imaginación y sobre todo realizando tremendos esfuerzos a lo largo de susvidas, fueron capaces de superarse dejando atrás uno de los periodos más oscuros denuestra historia, haciendo posible que este país saliera de nuevo adelante situándo-lo en uno de los mejores lugares del mundo.

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La vida es más simple de lo que uno quiera pensar. Paso y vista al frente. Ella nopone obstáculos, nos los ponemos nosotros solitos en la búsqueda incesante de laverdad cuando realmente la tenemos en nuestras narices. Salto y vista al frente. Yacasi estaba. Todos queremos ser más que los demás. La ambición es buena si no espor egoísmo o avaricia, pero queremos una casa más grande o un coche máspotente. O simplemente ganar más dinero. Me paré y me di la vuelta. Impacto.Alegría. Satisfacción. Melancolía. Sensaciones que recorrieron mi cuerpo.Distinguí la torre de la iglesia, centro neurálgico de Alcublas, mi amado pueblo.Me quedé unos minutos observando desde las alturas y luego me senté. Bebí aguaávidamente para calmar la sed acuciante. El sol me daba de lleno. Crucé las pier-nas y cerré los ojos, sintiendo la gélida brisa contrarestada por el sol, sumergién-dome en mis cavilaciones.

- Hola, joven. Vengo a traerle una buena noticia -dijo una voz cascada a misespaldas. Abrí los ojos y me di la vuelta, sorprendido. Había un hombre encorvadocon pinta de ser muy mayor, con una barba canosa tirando a blanca acabada enpunta y apoyado en un bastón que me sonaba bastante.

- Hola… -respondí de forma automática.- Bienvenido seas -me respondió con una sonrisa carente de dientes.Miré a mi alrededor y no veía ningún medio de transporte. ¡Qué extraño! Un

hombre que debía de tener no menos de noventa años no podía subir por unasenda tan empinada como la que yo acababa de subir y con esfuerzo.

- Perdone, decía algo de una buena noticia… -comenté tratando de romper elhielo.

El misterioso anciano sonrió otra vez.- Te decía que traigo buenas noticias para ti -repitió.- ¿Y ha venido hasta aquí solamente para traerme una buena noticia? -pregunté

intrigado.- ¡Claro! -sonrió el hombre.

LA VISIÓN

Javier Albalat Requena

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El anciano me miraba sin dejar de sonreír.- Usted dirá… -le dije, con una media sonrisa, tratando de ser amable.- El final está cerca -me dijo, borrando la sonrisa de su arrugado rostro.- ¿El final de qué? -pregunté, cada vez más intrigado.- ¡Del mundo! -gritó el viejo mientras se agachaba hacia mí abriendo unos ojos

como platos.Reconocí que estaba asustado por un señor de unos noventa años, con una

especie de cayado que me era familiar de haberlo visto en otra parte. Nos queda-mos mirándonos fijamente durante unos segundos para luego recobrar la compos-tura.

El hombre levantó su bastón hacia el horizonte, hacia la Serranía.- Dentro de poco todo este paisaje tan verde y fértil se convertirá en fuego y

muerte -aseguró.- ¿Y eso por qué…? -pregunté atónito.- Porque dentro de muy poco bajará nuestro señor Jesucristo del cielo para cas-

tigar a Lucifer y a todos los seres humanos que hayan predicado o hecho el mal. Loquemará todo y el fuego arderá durante mil años -susurró el viejo con una vozáspera y sibilina que recordaba a una persona agonizando.

- Acabáramos… Con la iglesia hemos topado… -pensé molesto.Posiblemente el hombre se había escapado de algún manicomio o era uno de

esos locos que van predicando la palabra del Señor puerta por puerta.Pero el contexto en el que nos hallábamos no cuadraba. Un hombre muy mayor

en la cima de una montaña, sin ningún viso de algún tipo de transporte, hablándo-me de Jesucristo y de un futuro más bien negro.

Ante mi silencio, el viejo prosiguió:- Cuando hayan pasado mil años, nuestro señor Jesucristo volverá con sus ánge-

les para apagar el fuego eterno y perdonar a las almas arrepentidas. A Lucifer y susadeptos los enviará para siempre a las entrañas del infierno y luego…

- Espere -interrumpí, levantando una mano- Mire, debo advertirle que no meinteresan estas cosas. Si le soy sincero, ni creo en Dios ni en la iglesia.

- Tú crees en Dios -aseveró el viejo con gesto serio, señalándome con un dedocurvo. Este hombre empezaba a ponerme nervioso.

- Tal vez, pero no en la iglesia que usted representa -le espeté ya mosqueado.El hombre rió como un motor que no quiere arrancar.- Esos a los que te refieres son los primeros de la lista -dijo sonriéndome-

Háblame sin miedo y con franqueza -me pidió con otra sonrisa.Titubeé antes de contestar: - Pues… Tengo una relación nefasta con la iglesia. Pienso que no se puede ser

más hipócrita. Predican lo contrario a la palabra del Señor que usted predica. Me

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refiero a que me parece increíble que una institución que predica las sagradasescrituras sea una patraña para engañar y estafar a las personas. Lobos disfrazadosde piel de cordero o, más bien, de ricas telas y terciopelos, con una dieta prohibiti-va, así como anillos y crucifijos de oro fastuosos… Lo siento, pero no es algo con loque esté muy de acuerdo. No es la imagen que desearía ver Jesús, lo que hanhecho con sus doctrinas, sus parábolas y sus enseñanzas. Uno lee la Biblia, censu-rada por la iglesia, y no puede evitar odiar a sus representantes actuales. Se handedicado a amasar enormes fortunas que podrían solucionar de un plumazo lahambruna -dije, finalizando mi argumento con un suspiro.

El viejo me miraba sonriéndome, como si estuviera orgulloso de mí, como unpadre lo estaría de su hijo.

- Acabas de demostrarme que a pesar de tu juventud, eres sabio y sensato -dijo-Y como te he dicho antes, aquellos a los que te refieres serán los primeros en sufrirel castigo divino. Sólo los que muestren verdadero arrepentimiento, serán perdo-nados de sus pecados.

- ¿Pero de qué sirve perdonar si ya se ha hecho todo el daño? -pregunté- Yo losharía sufrir por toda la eternidad.

- ¡Ah! Ahí está la diferencia entre el ser humano y Dios, pues Él es grandiosa-mente misericordioso. Dios nos entregó los diez mandamientos para que los cum-pliéramos, para así ganarnos la eternidad en el cielo… -explicó el anciano.

No pude evitar echarme a reír a carcajada limpia.El viejo me miraba con un rictus serio, apoyando las dos manos sobre su bastón,

como esperando a que terminara de reírme.- Perdone, no lo he podido evitar… Pero de ser esto cierto, el cielo se quedará

vacío y el infierno sufrirá overbooking durante siglos, pues hoy en día el que noes pecador o es tonto de remate o es un puritano que vive pisando huevos -medefendí.

- ¿No has pensado, joven, que quizás estés equivocado, que hay más corazonespuros de lo que puedas imaginar? -preguntó el anciano.

- Perdone señor, pero eso casi es una utopía a día de hoy. Me explico: Desdehace muchos siglos el hombre se mueve por dinero, sexo y drogas. Por lo tanto,entre tanta depravación y una sobredosis de los siete pecados capitales, no se esca-pa ni el tato -le expliqué.

Ante la mirada impasible del viejo, proseguí:- Usted mismo, a lo largo de su larga vida, seguro que lo ha vivido muchas

veces. Hombres y mujeres que acaban seducidos por el ansia de ser más ricos opoderosos, sin importar el precio que cueste o aún peor, segando vidas inocentescon tal de conseguir su objetivo, para al fin y al cabo, después de una relativa cortavida, morir y volver a ser polvo y cenizas… Entonces, ¿qué sentido tiene esto? Sisólo tenemos que vivir y disfrutar de lo que disponemos o lo que se nos ofrece, nimás ni menos. Está bien que evolucionemos en otros sentidos para por ejemplo

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hallar una cura para cualquier enfermedad. Pero no, hallan la cura para un simpleresfriado y las empresas farmacéuticas se llenan los bolsillos. Como ocurrió con lagripe A. ¡No es justo! -me quejé.

El viejo parecía una estatua, así que continué con mi diatriba:- Si es cierto lo que usted dice, entonces deseo que Jesucristo venga cuanto

antes y empiece a limpiar con su fuego toda la porquería, porque estoy muy tristede ver en lo que se ha convertido el mundo, pero me provoca mucha más tristezasaber en lo que se convertirá, pues no hace falta ser muy listo para saber lo queocurrirá. Tan sólo hay que ojear un periódico para darse cuenta de ello. Guerras,corrupción, crímenes, violaciones y una larga lista de cosas deleznables que ocu-rren a diario -dirigí la mirada al horizonte con gesto derrotado- ¿Cómo hemos aca-bado así? Tal vez sea el convencimiento de que no existe ningún Dios que luegonos castigue por nuestros actos, pues, que yo sepa, el Dios del que usted habla tanbien no hace acto de presencia desde hace por lo menos dos mil años, por lo tanto,hemos perdido la fe y cuando digo hemos, me incluyo a mí mismo, lo cual noslleva a pecar pensando que luego no habrá castigo. Si Dios por lo menos noshubiera guiado cual rebaño, otro gallo hubiera cantado…

Se hizo el silencio. Un silencio incómodo pero revelador. Miré al cielo azul comobuscando algo, para luego mirar al viejo ya realmente cabreado, que seguía mirán-dome impertérrito.

- ¡¿Dónde está?! -le espeté- ¡¿Por qué permite Dios que pasen tantas cosashorribles?!

- La culpa es vuestra. Si nuestro señor Jesucristo no hubiera muerto en la cruzgracias a vuestra falta de fe, el mundo sería distinto -dijo con toda la tranquilidaddel mundo el anciano.

- Dios mío… ¡este hombre está loco de remate! -pensé, mirando al hombre.El viejo tenía la desfachatez de culpar al hombre de todos sus males. Increíble. - A ver. ¿Me está diciendo usted que por culpa de unos incrédulos y locos que

acusaron a Jesucristo llevándolo a la cruz hace como unos dos mil años, debemospagar las generaciones venideras durante siglos y siglos? -pregunté, perplejo.

- No fue un castigo. Jesús era un regalo de Dios para la humanidad, pero en vezde agradecerlo, lo despreciasteis. ¡Imagínalo por un momento! ¡Era el hijo deDios! ¡Él lo envió a la tierra para enseñar al hombre la palabra del Señor y no se osocurre otra cosa que crucificarlo! ¡A su propio hijo! Jesús no vino a juzgaros y sinembargo, vosotros lo juzgasteis. Imagínate la tristeza que sintió Dios cuando vioque su propia creación mataba a su propio hijo. Entonces tomó la decisión deabandonar a la humanidad un poco a su aire, pues se sintió enormemente decep-cionado.

- Pero buen hombre, entienda que caminar sobre el agua, resucitar muertos,multiplicar panes y peces o curar enfermedades incurables no era algo muy comúnen aquellos tiempos. La única explicación que se me ocurre es que se asustaron

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tanto que creyeron que aquello solo podía ser obra del maligno… Aunque por otrolado, la explicación quizás sea más sencilla… -dije cavilando.

- ¿Cuál es? -inquirió el viejo.- Aplicando aquello de que la explicación más sencilla suele ser la cierta. Estoy

casi convencido de que no fue otra cosa que envidia. Creo recordar que los sumossacerdotes lo entregaron a Pilatos por la envidia que les corroía por dentro… -expuse.

- ¡Ah! -sonrió el viejo, satisfecho- Ahí le has dado, muchacho, y ahí es donde sedio cuenta de que había creado a un monstruo.

- Pero vamos a ver… Vuelvo a repetir, ¿por qué hemos de pagar por algo queocurrió hace tantísimo tiempo? ¿Qué culpa tiene el hombre que está allá abajocuidando de sus almendros o yo mismo? -pregunté, tratando de aplicar algo decordura a la conversación.

El viejo se encogió de hombros.- Ya está escrito y no se puede hacer nada para cambiarlo. De todas formas, hay

algo en lo que te equivocas. Dios ha hecho breves intervenciones para evitar malesmayores, pero hay cosas que ya estaban predestinadas. Nunca ha abandonado alhombre, ni lo abandonará, pero tienes que entender que han existido otras civili-zaciones que han desaparecido de la faz de la tierra porque el hombre es, comovosotros decís, el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra y estohay que corregirlo de alguna manera, pero Dios no puede intervenir, cuando elDiablo siempre interviene y es cuando el hombre desaparece con la ayuda malignay no la de Dios. Él nunca se cansará de daros oportunidades pues, como he dichoantes, posee una misericordia infinita. Él desea que el hombre se dé cuenta por símismo de sus errores y, ante todo, que renuncie al Diablo de una vez por todaspues sólo así reinarán la armonía y el amor, haciendo de la tierra un paraíso com-parable al cielo. Pero para que eso ocurra, el hombre debe tener fe en sí mismo yen el Señor para cambiar radicalmente su forma de ver la vida y a Dios. Y para queabráis los ojos, Él tendrá que intervenir… -sentenció el viejo, con un dedo apun-tando al cielo.

Desvié entristecido la mirada hacia mi querido pueblo, reflexionando sobre lainformación que había recabado hasta ahora.

Al parecer este viejecito con pinta de abuelito de Heidi parecía tener línea direc-ta con Dios, lo cual acrecentaba mis sospechas de que no estaba muy cuerdo quedigamos. Pero por otro lado, de todo lo que había dicho había cosas que parecíantener su propia lógica, pero posiblemente las había estructurado a su favor. Mipropia lógica sumada a mis conocimientos adquiridos durante mi corta vida, mehacía ver que las cosas eran muy distintas de lo que el viejo trataba de convencer-me. Hablo de lógica racional y documentada, pues conozco las teorías sobre losorígenes del planeta. Por eso no casan las teorías teológicas de Dios creó la tierraen seis días y al séptimo descansó con la teoría del Big Bang. Son dos fundamentostotalmente opuestos, contradictorios a más no poder. Por eso, siempre me he incli-

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nado más por lo que puedo ver y tocar que no por un libro escrito hace casi dosmil años y, además, fuertemente censurado. La ciencia pura y dura versus el falsomisticismo de la Iglesia Santa, Apostólica y Romana.

Aun así, no podía evitar sentir cierta simpatía hacia el viejo, es más, me recor-daba poderosamente a alguien que no precisaba recordar. Lástima que me hallaraante un demente, pues parecía atesorar una gran sabiduría, pero, por desgracia,cuando se llega a una determinada edad, la mente empieza a jugar malas pasadas,como la de creer a pies juntillas que el día del juicio final está cerca. Aires de gran-deza o narcisismo agudo figurarán casi con total seguridad en su expediente psi-quiátrico, pero aún así había algo que me reconcomía por dentro, un desasosiegoque crecía cada vez más.

Levanté la mirada y me llevé la sorpresa de mi vida. ¡El viejo había desapareci-do! Me puse a buscar por todos los lados, pero fue completamente inútil. Caminéunos metros en todas direcciones para encontrarlo, pero se había esfumado.

- Todo esto ha sido una alucinación. -pensé, recordando que había sentido doloral pellizcarme- No puede ser cierto…

Miré hacia el cielo y me di cuenta de que el sol empezaba a ponerse, así queemprendí la vuelta a casa, asustado por lo que había sucedido.

No podía creer que una alucinación se hubiera apoderado de mí, pero no podíaser otra cosa. Pero aun así, mi cabeza seguía dando vueltas a la ficticia conversaciónque acababa de tener con un fantasma, si es que se le podía llamar así. En mi cabezaretumbaban las palabras del viejo como advertencias. Me venía a la cabeza la eternalucha del bien y del mal, de ángeles caídos y de la pugna por el poder. Estaba hechoun lío que me consideraba incapaz de resolver, pues escapaba a mi comprensiónhumana. Tomé la decisión de tratar de olvidarme del asunto y no comentar nada amis allegados para evitar que juzgaran seriamente mi salud mental.

Pero aun así, me era imposible dilucidar un motivo o causa sobre lo que habíaocurrido. Partiendo de la base de que soy muy escéptico en lo que se refiere a fan-tasmas o almas que vagan por ahí o a una hipotética segunda vida después de lamuerte, algo que siempre he rechazado de plano. La ciencia dice que somos un

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conjunto de células que nacen, viven y mueren. Y ya está. Pero el ser humano, a lolargo de su existencia, la ha tergiversado sin parar, tratando de hallar alguna expli-cación a la vida, buscando consuelo cuando alguien muere con el convencimientode que lo volverán a ver en el cielo o en el más allá, vaya usted a saber. La vida estan simple como la muerte. Pero no. Siempre hay alguien que dice que hay unadimensión paralela a la nuestra. No, no y no. Hay que ser prácticos y pragmáticos,o dicho de otra forma: realistas. Pero aun así, había algo que no cuadraba…

Unas horas más tarde, no sin dolor de cabeza, empezamos con los preparativosde las hogueras de San Antón. Era un ambiente gélido que apenas notábamos,pues la ilusión de disponer las aliagas borraba completamente la palabra frío denuestro vocabulario. El hecho de esperar el sonido de las campanas para prenderlas hogueras, para, de alguna forma, purificar nuestras almas, era simplementeemocionante. Luego siempre había algún cohete pululando por ahí, pero ello noimpedía a los vecinos disfrutar de unos minutos de fiesta. Aunque sea tradición, esuna alegría cumplirla, pues así honramos a los que no están y al sentir común deun pueblo.

Después de cenar y de charlar animadamente con los amigos y vecinos, fui a laplaza mayor para presenciar la gran hoguera. Todo un pueblo alrededor, comodesde la antigüedad la familia se sentaba alrededor del fuego. Todo era una fiesta,se percibía en el ambiente la pólvora quemada y el chocolate líquido esperando.Luego una traca y comenzaba el espectáculo. A pesar de mi forma de ser, prácticoy pragmático, hay un trasfondo de romanticismo y de ensoñaciones, algo que mehace mirar el fuego pensativo durante largo rato. De repente, lo que hacía unosminutos había sido la cima de una gran hoguera, se desmoronó, dejando dentro demi campo de visión la fachada de la iglesia junto con el aullido de sorpresa de lospresentes. Algo me llamó la atención. Algo que no quería ver. En la fachada, justoencima de la puerta principal, había una figura que me era familiar. Abrí la bocasorprendido y los ojos se me abrieron como platos. ¡No lo podía creer!

Las lágrimas brotaron de mis ojos sin permiso al mismo tiempo que reía comosi hubiera recordado un viejo chiste, pero con la diferencia de que me lo habíancontado desde el Reino de los Cielos….

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La crónica de la Romería a la Cueva Santa que aparece en los libros y que uno suele contara sus amigos y conocidos, no tiene nada, nada que ver, con lo que sucede en la realidad,sobretodo si además hay QUINTO-A en la familia ese año.

La historia comienza unos días antes, un par de semanas antes, cuando tu madre, enmitad de la comida familiar del domingo, justo en el momento en que los hermanos nosestábamos riendo de las anécdotas de la última excursión, dice con un tono de voz un poqui-to musical eso de:

- ¿Qué prepararemos para comer en la Cueeevaa?Aquí se nos cortó la conversación de forma instantánea, nos pusimos en alerta y nos

miramos con ojos muy abiertos y empezamos a disimular. Intentamos desviar la conversa-ción hacia otros temas, no queríamos ver lo que se avecinaba.

No sirvió de nada. Mi madre, que se hacia la sueca, repitió la frasecita:- Que digo que qué hacemos de comer para la Cueva.Y aquí empezó todo, había opiniones para todos los gustos, unos que si un bocadillo es

suficiente (ése soy yo porque sé lo que pasa), otro que ese día hay que comer empanadillasy comida de fiambrera y además mucho (sobre todo si hay quinto en la casa, no vayan a decirque vaya la merienda que llevaban estos…).

Y después de mucho discutir, se llega a un acuerdo: ¡Habrá comida de fiambrera!¡Cielos, qué horror!, yo sé que comeré bien pero… eso significa que hay que preparar

¡LAS FIAMBRERAS!, pero eso es lo de menos, lo peor es que además hay que añadir todala infraestructura.

Después de varias discusiones, por fin se decidió el almuerzo; consistiría en primer lugaren unas empanadillas para todos (que a esas horas entran muy bien) y para los que vanandando un bocadillo suplementario de jamón y queso, y … el huevo, que hay que comerseel huevo.

Como postre, café y pastas variadas además del tradicional panquemado con chocolate(tengas o no tengas hambre).

Como bebida se sacarían la mistela y el whisky con el café y punto, ya que no hay muchotiempo para el almuerzo.

LA FIAMBRERA

Charo Alcaide Verdés

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Para comer se decidió lo típico: habas, tortilla española, lomo con tomate, albóndigas debacalao, longanizas, más empanadillas, huevos duros, queso, jamón, chorizo y longanizaseca… POR SI ALGUNO SE HABIA QUEDADO CON HAMBRE, YA TE DIGO.

Cuando ya tenemos decidida la primera parte, viene la infraestructura: ¿Qué necesitaremos para pasar un día bueno de romería? Pues está claro, ¿no? Los pla-

tos, cubiertos (tenedores, cuchillos, cucharas de postre), servilletas, vasos de agua y de vino,mantel de tela para la mesa (porque si no la tía Manolita dirá que vaya desmanotada que estu madre), la mesa de pic-nic y sillas y hamacas para todos, la garrafa del agua y la nevera(que no falte la nevera, por favor, pero con hielo), poner refrescos con y sin azúcar, cervezascon y sin alcohol, llevar vino blanco y uno tinto pero que tenga nombre raro y cueste más detres euros (es una ocasión especial y se tiene que aprovechar para quedar bien con el restode familiares).

No nos olvidemos de la bebida para los postres, la bebida estrella de las celebraciones: elcava, y por supuesto el whisky, y un poquito de mistela, brandy…

Y el pan, no se nos vaya a olvidar…

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¡Ah! No hay que poner todo en el mismo bolso, el dulce o sea los pasteles de boniato, elpanquemado, el chocolate y los rollitos de anís y el licor, más el café y azúcares (o sacarina,¡algunos ese día toman sacarina…!), todo en una cesta pero que sea mona, tapadito todocon un mantel a cuadros, no vayan a decir que somos poco aseados.

La comida del mediodía tiene que ir en un bolso y algunas cosas en nevera, tienes quellevar lo que se te ocurra, y eso sí, cuanta más comida en fiambrera, mejor. Mi madre pre-paró tres grandes y hermosas fiambreras, cada una de un color.

Cuando ya tienes la infraestructura controlada, viene el momento de subir la adrenalinaal máximo: tienes que cargar el coche.

Los bolsos de comida los llevaban encima los pasajeros y el perro se quedó en casa, nocabía un alfiler ni en el maletero, ni dentro del coche. Al final dejamos las hamacas.

Y empieza el día, suenan las campanas, el chupinazo (hay que poner la cafeteraal fuego), corriendo a la plaza, salen los quintos, corriendo a Santa Bárbara, despe-dimos a los quintos…

Que por cierto salieron zumbados como si vinieran de los tercios de Flandes por lomenos, qué ímpetu y ¡queeé garbo!, eso sí, aplausos, bendiciones y empieza la caminata,doce maravillosos kilómetros para ir haciendo ganita.

A todo esto, el día amaneció nublado y las previsiones eran fatales, pero como aquí aun-que lluevan ranas la romería dice que sale ¡y sale! ¿eh?, pues nada, todos a los coches y ade-lante, que a las diez reparten los huevos y además hay que salir deprisa a coger sitio, y ade-más hay que tener cuidado no pillemos las caravanas de carros y nos tengamos que tragarel olor a boñigo.

El almuerzo fue tranquilo, no había mucho coche. Hubo quien fue a la Cueva Santa lanoche de antes a coger sitio para la comida (eso es ser previsores, lo demás son tonterías).

Nosotros, la verdad, es que una vez conseguimos encontrar el bolso donde llevábamos elalmuerzo, ya la cosa pintó de otra manera porque frío hacía un rato, así que le dimos al chu-pito de lo primero que pillamos, pues alguien cambió de sitio las botellas de licor y había quesacar el maletero para buscarlas, así que decidimos no ponernos sibaritas.

Terminado el almuerzo, corriendo, corriendo a los coches no sea que lo único que nosquede para aparcar el coche sea el barranco.

Llegamos a la Cueva y efectivamente nos quedó, no el barranco, sino el final del caminoque da a el barranco, en el fin del mundo, pero bueno, ya habíamos llegado, no llovía (toda-vía) y ya empiezan otra vez las prisas: corriendo para ver el cambio de varas, la llegada dela Virgen, los bailes, la misa, dar una vuelta por las paraetas, comprar turrón y peladillas,algún pañuelo, una cerveza en el bar, charlar con fulano y mengano (o sea, dejarse ver, quees lo que hacen la mayoría de los que van a la Cueva Santa, dejarse ver, porque la mayoríani va andando, ni va a misa, ni come en la Cueva si me apuras, o sea de romería tiene…elnombre, es mas bien un día de carga y descarga de energía).

Cuando ya terminaron los esperados pasodobles, el cielo que hasta entonces estaba decolor blanco nuclear, se fue poniendo gris plomizo.

La famosa canción-rogativa “que llueva, que llueva, la Virgen de la Cueva” me vino a la cabe-

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za pero al revés, había que tomar una decisión: aunque no llovía, el cielo amenazaba y mucho,teníamos que decidir si abrir las fiambreras y comer en el barranco, o por el contrario marchar-nos al pueblo y regresar a las cuatro para que el Quinto hiciera el camino de vuelta.

Gran dilema, se hicieron votaciones, NOS QUEDÁBAMOS, mientras no cayera el dilu-vio. Tendríamos los paraguas a mano.

Así que, para no perder el ritmo del día, corriendo nos fuimos a desplegar las mesas ysacar los aperitivos, al tiempo que cientos de coches se batían en retirada hacia el pueblo,incluidos los que habían cogido sitio la noche anterior.

En un momento nos quedamos solos en el camino del barranco, todos los coches des-aparecieron, las caballerías que estaban en lo alto de la montaña, también.

El silencio lo invadió todo. Parecía mentira, hacía un momento todo eran saludos y para-bienes y de repente, la nada y… NOSOTROS.

Para empezar y ahuyentar los malos pensamientos (marcharnos sensatamente), pusi-mos música festiva en el coche, sacamos las cervezas, los aperitivos y empezamos la fiestaantes de tiempo, por si acaso llovía.

Nos reímos tentando la suerte pues comimos con los paraguas casi desplegados.Cumplimos el ritual, pero con tanto trajín no encontrábamos el bolso con las fiam-breras, (hubo quién se apiadó a San Cucufato, luego rectificó y se aclamó a la Virgende la Cueva), apareció, ya lo creo que apareció, y dimos buena cuenta de ello, y entrebocado y bocado, pasodoble, y mi tío Pepe, que es genial, nos puso esa música decha-cha–chá, de esa música que cuando suena le cambia la cara, sonríe y mueve lasmanos con los puños cerrados moviéndolos con un ligero vaivén y siseando la can-ción. Llegado este momento ya sabes que le digas lo que le digas te va a decir que síy entonces llega el momento que dicen ¡SACAR EL CHAMPAN! que empiece lafiesta, el champán no, el cava, pues es igual, lo que sea, y los dulces y lo que hagafalta, tras la primera botella, toda la familia, el quinto, los niños, todos, nos pusimosa bailar y a hacer fotos, era una sensación extraña, solos en el camino, no se oían nilos pájaros, las nubes se estaban levantando y … ¡vaya si se levantaron!

De repente, cuando ya íbamos a tomar la segunda botella de cava, un estruendo nos avisóde que la fiesta llegaba a su fin, corriendo, corriendo para no desentonar con el día, desmon-tamos el campamento y pusimos pies en polvorosa porque el lugar donde estábamos erabarranco y se podía convertir en barrizal.

Nos refugiamos en el bar y esperamos que los quintos ante semejante granizada decidie-ran si regresaban andando o si las inclemencias del tiempo lo impedirían.

Tras varias deliberaciones decidieron volver andando y entonces otra vez corriendo salióla romería, nosotros regresamos en coche, rendidos tuvimos que descargar la intendencia,las sobras y corriendo otra vez para ver llegar la romería, la música, el Cristo, la Virgen, losquintos, las quintas, la gente, total un día agotador, pero eso sí, cumplimos con la tradición,lo que pasa que luego, al día siguiente, nos quedaba la sorpresa, cuando llega la hora decomer y dice mi madre:

- ¿A que no sabéis lo que vamos a comer hoy? Hasta el próximo año, tierra trágame.

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Han pasado más de cincuenta años y, como creo que habrá prescrito el delito, me atrevo aconfesarlo. Son hechos reales de los cuales me arrepiento y avergüenzo, pero repito, sonhechos reales y quiero descargar mi conciencia.

La víctima era morena, con el pelo negro azabache, peinado en una media mele-na, siempre impecablemente cepillado. Guapa era, pero lo que más llamaba la aten-ción era su cuerpo, con unos senos espléndidos y no exhibidos que se adivinaban enun recatado escote.

A sus veintipocos años, la frescura de su cuerpo era evidente. Su modesto vestido de algo-dón, estampado con flor, ciñe una cintura ideal que resalta unas caderas cimbreantes y unasnalgas que dan forma a un trasero tentador, famoso en todo el pueblo.

Cuando pasaba por delante de los viejos que estaban tomando el sol, la miraban con oji-llos maliciosos, y algunos se animaban a piropearla, añorando una juventud pasada, mien-tras dejaban volar su imaginación con pensamientos más o menos eróticos.

Y los mozos, ¿qué hacían los mozos? ¿Es que no había ningún valiente dispuesto a cor-tejarla?

En un pueblo pequeño, donde las habladurías son frecuentes, nadie tenía nada que decirsobre su comportamiento, incluso por discreción lavaba sus prendas más íntimas en casa,para así no mostrarlas en el lavadero de la Cava.

Todo estaba pensado y dispuesto para consumar los hechos; aquella tarde, junto a miamigo, que era el dueño de la casa, habíamos preparado a conciencia el lugar.

La bodega tenía una pequeña ventana sin cristales, como de un palmo, que desde el exte-rior estaba a ras del suelo. Unas gavillas de sarmientos apiladas ocultarían la visión desdefuera y completamente a oscuras sería mucho más fácil ocultarnos. Las paredes de las casasque ya lindaban con los bancales formaban como una especie de callejón, cerrado por unosmatojos de cardenchas que protegían de las posibles miradas indiscretas.

Y allí sucedieron los hechos que tanto habíamos preparado.Era una tarde de verano, y ya anochecía en el pueblo cuando apareció ella.

Deslumbrante, preciosa y confiada. Apenas dobló la esquina hacia las eras, nos pre-

LA CONFESIÓN

José Civera Martínez

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cipitamos a la bodega y allí, agazapados, esperamos unos segundos, que creo nosparecieron horas.

Se situó junto a la ventana y, después de asegurarse lejos de miradas, se subió las faldas.Había llegado el gran momento, tanto tiempo esperado de conocer íntimamente a una

mujer. Se bajó las bragas y se agachó. Teníamos a dos palmos de nuestras narices el tesoromás deseado de todo el pueblo, y el culo más bonito de la comarca.

Pero de pronto, sonó como si fuese un trueno, y unas gotitas nos salpicaron, al retirarnosbruscamente, casi nos vamos al suelo con los sarmientos.

Aquella tarde y a mis nueve años, aprendí que hasta los culos más bonitos también vande diarrea.

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La mañana hacía rato que había comenzado. La posada, con sus puertas abiertas de par enpar, permanecía tranquila y silenciosa. Carreteros, tratantes, vendedores y viajeros estabanya en su faena y sólo las boñigas en la puerta y por la calle delataban su paso por el recinto.El sol, cual descarado invasor, se adentraba hasta mitad del pasillo.

Al final de una empinada escalera, a la izquierda de la entrada, en la cocina, Fina seencontraba preparando el almuerzo cuando unas voces llamaron su atención:

- ¡¡Tía Fina!!, ¡¡tía Fina!!- ¿Quién es? -contestó mientras se secaba las manos con el delantal y abría la puerta de

cristales.- Soy yo.- ¿Túuu?, ¿qué quieres a estas horas?, con la faena que tengo ahora.- Mire, hace más de seis meses que su madre me debe dos reales y ya me ha toreao dos

meses, vamos, que se hace la remolona y no me los quiere pagar, así que me los paga usted ovoy a cobrarlos ahora mismo aunque tenga que ir a Sacañet. Pero luego no diga que le he dadoun disgusto de muerte a la tía Genoveva y que tengo la culpa de todos sus males. Como resul-ta que es su madre siempre la defiende, y a mí esta vez me lo paga...¡vaya que me lo paga!

- Pero qué pesadico que estás últimamente, arrea, que la Macarena te guíe que yo no tedoy ni un chavo y me voy a preparar el almuerzo antes de que vengan los tíos.

En aquel momento una sombra se perfiló en la entrada y el Medio Pollico se quedóhelado:

- ¿Qué haces tú por aquí, perillán?- Nada, a hablar con su mujer de la tía Genoveva.- Vaya conversación que has elegido, ahora que si es a cobrar lo que te debe, o te vas

echando chispas o en el cocido de Frasquito hoy va a haber carne...Sin acabar de escuchar lo que decía el tío Marcial, como alma que lleva el diablo, el Medio

Pollico echó a correr calle Mayor arriba y no paró hasta Santa Bárbara. El tío Marcial era eltío Marcial y muy gracioso, muy gracioso, pero cuando se le torcía el morro... mejor desapa-

EL MEDIO POLLICO

Abel Chiva Mañes

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recer, que ya sabía que la tía Genoveva no era santo de su devoción.Una vez que hubo recuperado el resuello, tranquilo y decidido se encaminó a Sacañet,

dándose ánimos y como aquél que va a conquistar el mundo.En ello estaba cuando a su paso por la Pedrera una voz le pegó un susto que casi se cae

de medio culo:- ¿Adónde vas, Medio Pollico? -, era una vieja maza olvidada en un ribazo.- A Sacañet, a cobrar lo que me debe la tía Genoveva.- ¿Y puedo ir contigo? Aquí siempre sola me aburro mucho.- Pues métete entre mis plumas y arreando, no se nos haga tarde.Reanudó el camino más contento que unas pascuas, mira por dónde ya no estaba solo

para enfrentarse a la tacaña de la tía sacañetera. Y en estas estaba cuando pararon a tomarun poco de agua en la Balsa Silvestre:

- ¿Dónde vais a estas horas y con la solina que cae?- A Sacañet, a cobrarle a la tía Genoveva.- Eso no me lo pierdo. Si quieres, ahora cuando almorcéis un poco, me llevas y así me

paseo un poco de paso, que todo el día aquí aguantando a estas ranas tan pesás...- Pues vamos.Y el agua se metió entre las plumas, y una vez acabado el escaso almuerzo que llevaba

tomaron el sendero para subir hasta las Peñas de Domingo, desde donde ya se notaba el airefresco, donde la agradable sensación de sentir en su media cara secarse el sudor y la proxi-midad de su destino le daban alas pese a ir cargado con sus dos amigos o colaboradores.

Cuando más confiado estaba y le daba la sensación de ir volando, algo en medio del sen-dero le hizo frenar en seco y su pobre medio corazón a punto estuvo de estamparse contrael pino en el que se apoyó para no caerse:

- Hola, ¿dónde la echas a estas horas? -le dijo una zorra que a él le pareció un burro delo grande que era.

Al principio no sabía que decir pero enseguida comprendió, por la expresión de la cara,que la zorra no le iba a hacer ningún mal. Le explicó lo que pretendía, que eran demasiadasveces las que la tía Genoveva le mandaba hacer recaos con promesas de pago que luegonunca llegaba a cumplir, pero que su paciencia se había acabado, escamao como estaba deanteriores veces, la última le había tenido que jurar y perjurar que le daría dos reales, y esos,por lo menos, los quería cobrar aunque fuera lo último que hiciera, ¡¡bastante cachondeo sellevaban los alcublanos con la tomadura de pelo al Medio Pollico!!

La zorra le confesó que sabía su historia ya que era famoso en toda la comarca, pero ellatambién se la tenía jurada porque una vez que se acercó por su casa, al olor de las gallinas,le pegó tal paliza que aunque pudo escapar no fue zorra durante mucho tiempo, y todavíapadecía una pequeña cojera que le hacía más difícil la vida de raposa.

- Mira, zorra, en el camino se me han unido una maza y el agua, si quieres te puedes venirentre mis plumas y vamos a plantar cara a nuestro destino.

Y allá que se metió la zorra y ocultos en el Medio Pollico llegaron todos juntos a Sacañet.

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Era mediodía, hora de hacer la comida, cuando llegaron a la puerta de la casa. Nadie enla calle. Tan sólo a las afueras se oía aullar a un perro protestando por su encierro. Al pasarpor delante de la capilla, antes de torcer a la izquierda, se había santiguao y como los tore-ros le había pedido suerte a San Antón, patrón de los animales, que aunque estuviera enSacañet era el de su pueblo.

- ¡Tía! –gritó, a la vez que tocaba.- ¿Quién va?- Soy yo, el Medio Pollico.- Entra, entra, que estoy con la comida y me dices lo que se te ofrece.Tanta amabilidad no le hizo confiarse, lentamente y mirando a los lados llegó hasta la

cocina y se quedó mirando el perol que tenía en el fuego con agua y verduras, un perol gran-de como si preparara comida para un regimiento.

- Anda, siéntate aquí, chiquilloY aún no había llegado a la sillita, al lado del hogar, cuando lo enganchó del cuello y lo

quería meter en el perol.- ¡¡Agua, sal!! -apenas pudo decir.Y al momento empezó a salir agua, haciendo que todo el contenido del perol se derrama-

ra, apagó el fuego y todos los carbones y palos se esparcieron por la cocina.¡Vaya desastre! La reacción inmediata de la tía Genoveva fue salir corriendo al corral,

casi se cae al abrir la puerta de doble hoja, y en el cociol que había en la salida, bajo de lacanal, sumergir al Medio Pollico:

- ¿No te gusta el agua? ¡Pues toma agua hasta que te hartes!Con el cuello atenazao y bajo del agua, lo único que pudo hacer es mover su única ala y

gritar más con la cabeza que con el pico:- ¡Maza, sal! -y al momento el cociol quedó hecho añicos.Los hechos se sucedían a un ritmo vertiginoso. Todavía con el atontamiento del ahogo y

la inmersión, sin apenas recuperarse, se vio cogido por la pata en volandas yendo a parar enmedio del gallinero.

- Ahora, valiente, ahora vamos a ver cómo te va con las gallinas y mi gallo Lucero, ahorasí que te van a poner como un zaquito a picotazos -le gritaba desde la puerta con el sofocónque llevaba la tía Genoveva.

- ¡Zorra, sal!!Y lo dijo con rabia, con la satisfacción del que se sabe ganador con un golpe definitivo,

con la certeza de que allí se acababa la pelea. Sí, se acababa la batalla igual que la zorra acabócon varias gallinas y salió en dos saltos de la casa llevando al gallo entre los dientes.

La tía Genoveva metió la mano en el bolsillo del delantal y le dio los dos reales que le debía,y nunca más encargó recados a nadie, aquel día aprendió que no hay enemigo pequeño.

El Medio Pollico volvió a Alcublas más contento que unas pascuas y ya nunca, nunca,nadie dejó de pagarle los recados. Él también aprendió una hermosa lección aquel día:

EL RESPETO NI SE COMPRA NI SE REGALA, SE CONSIGUE Y SE GANA.

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Tres meses llevábamos de preparación, y es que en 1966 preparar una salida de SemanaSanta un grupo de diez jovenzuelos no era cosa de un día para otro.

Algunos de nosotros teníamos mochila y lo necesario para estar varios días deautosuficientes fuera de casa, pero lo normal era ir a Altarriba y alquilar lo necesa-rio. Teníamos una tienda de campaña en propiedad para seis personas con suelo delinoplastic. Era alta tecnología que no dejaba entrar el agua en el aposento pues eraun buen aislante, tenía doble techo para protegernos de las inclemencias, frío ocalor, en definitiva, una buena tienda de campaña para aquellos tiempos. Comocuriosidad diré que la conservo como oro en paño, pues es una reliquia con muchashistorias. Alquilamos una tienda e individualmente cada uno lo que le faltaba, casisiempre mochilas y utensilios de cocina.

Ya todos con nuestras mochilas cargadas con la manta, el camping-gas, cubiertos, lin-ternas, machete, cantimplora… Parecía que nos íbamos a la guerra en vez de a la monta-ña a pasar unos días.

En 1966 si veías a un grupo de chavales con esta guisa, solían también ir uniformadosde la OJE, pero nosotros jamás. Para nosotros era una vergüenza que nos pudiesen iden-tificar con este grupo de cachorros de la Falange.

Metimos nuestros bártulos en el maletero de la Chelvana y nos dispusimos a realizarel viaje al lugar de partida de nuestra aventura de Pascua de este año. Todos los años,desde que cumplimos los catorce, solíamos irnos de acampada en esas fechas y este añotocaba bajar de Alcublas a Segorbe pasando por la Cueva Santa y la piscina de Altura queya conocíamos de otra acampada.

Una vez acoplados en los incómodos asientos del autobús que nos llevaría a laSerranía, empezaron las bromas, el jolgorio, y comprobar que José Enrique estaba sen-tado junta a una muchacha de nuestra edad fue suficiente para que sufriese la mayoríade las bromas, más tarde comprobamos que la joven nos acompañaba hasta nuestro des-tino. A la caída de la tarde confiábamos en llegar a Alcublas, pero aquel traqueteo pare-cía el de un carro y no el de un bus, además paraba continuamente y hasta en Casinossubieron a vendernos peladillas, cosa que mis amigos tomaban como parte de la fiestaque nos esperaba, pues cualquier cosa era motivo de jolgorio. Tan sólo yo conocía el tra-

SEMANA SANTA 1966

Miguel Esplugues Yerbes

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yecto, pues para llegar a Canales, pueblo de mi madre y abuelos, tenías que viajar aAlcublas o bien a Andilla para desde allí, caminito San Fernando, llegar a Canales y paraello no había otro medio que la Chelvana.

La explanada de la fuente de la Virgen de la Salud fue nuestro terreno elegido paramontar las tiendas. La tarde empezaba a dar paso a la oscuridad de la noche cuando está-bamos en estos menesteres, cosa que casi siempre nos ocurría pues alargábamos el tiem-po del disfrute y nos cogía el toro montando las tiendas.

Con las tiendas montadas, el bocadillo que nuestras madres nos preparaban para el pri-mer día fue verlo y no verlo. Arranchamos y nos dispusimos a darnos una vuelta por el pue-blo. Esto era siempre lo más peliagudo, pues el sábado de Semana Santa las mozas, alboro-tadas esperando los días de Pascua y además por el grupo de forasteros que habían mon-tado sus tiendas de campaña y de momento estaban en el pueblo, esto se presentaba bien.

Siempre nos tocaba intentar congeniar primero con los chavales, pues no sería el primerpueblo en que nos apedrearon y nos tocó de noche largarnos como pudimos. Pero aquí demomento parecía que todo marchaba bien, pues incluso nos invitaron al baile que había esanoche (previo pago claro). El salón del baile recuerdo que era rectangular y se entraba poruna esquina. En Valencia ya funcionaban las discotecas y al entrar en aquel cuarto nos pare-ció algo familiar, como un guateque, por lo que esperábamos disfrutar con estas mozas queno nos quitaban la mirada de encima cuchicheando Dios sabe qué.

Lo primero que me llamó la atención es que todas las chicas estaban en una pared ylos chicos en la de enfrente. Se miraban pero no se juntaban, ya habían sonado variascanciones y no se movía nadie. Nosotros siempre esperábamos que los de casa empeza-ran para no destacar, pero como tardaban pues nos decidimos. Qué ilusos, pensábamosbailar con aquellas hermosas serranas. Nada de nada, tan solo José Enrique consiguióbailar una vez con la compañera de asiento en la Chelvana, el resto cero patatero. Lasmuchachas sabían que si bailaban con nosotros, los próximos sábados podían tener ven-detta por parte de los mozos, así que con el rabo entre piernas nos fuimos a dormir anuestras tiendas de campaña dentro de nuestra manta y refunfuñando.

Lo de irnos a dormir también es un decir, pues los alcublanos estuvieron de romeríatoda la noche visitando a aquellos muchachos que como los gitanos dormían al raso bajouna manta.

Alguno de nosotros habíamos sido monaguillos, pertenecíamos a la JOC (era la parteizquierdosa de los jóvenes de la Iglesia, otros más sumisos y místicos eran de AcciónCatólica) y por aquellos tiempos solíamos asistir a misa los domingos. Así que, una vezaseados y las tiendas recogidas, después de desayunar nos dirigimos a la puerta de laIglesia para esperar a misa de domingo de resurrección y luego partir camino de la CuevaSanta. Fue el momento que aprovechamos para acercarnos al horno a por el pan y vercómo el tío José María peleaba con aquellos artilugios, poleas y bandejas con las que seayudaba para amasar el pan y cocer luego las barras y rollos a leña. A pesar de intentarconvencerle, nos tocó regresar tras la misa a por el pan que le encargábamos, pues se hor-neaba el pan encargado previamente y metía en los sacos para que cada vecino fuese arecoger el suyo cuando pudiese. Las mochilas contra la pared, las risas y bromas esperan-

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do la partida y nosotros ya nerviosos de que nadie venía a abrir la iglesia faltando quinceminutos para la misa.

Se nos acercó un cura viejo, con sotana descolorida pero con andar seguro y firme,extrañado de vernos en la puerta a esas horas y con tantos trastos, debió pensar para susadentros ¿qué gente sería aquella? Con carácter afable quiso averiguar la causa de nues-tra algarabía y risas. Al contarle el motivo de la espera, fue tal su alegría y sorpresa que seofreció a llevarnos los bártulos hasta la Cueva Santa y así podríamos ir más descansadosy frescos. No necesito decir que aceptamos de muy buen grado y tras él entramos en eltemplo.

Nunca sentí subir la sangre a mi cara, nunca sentí mayor sonrojo que ese día en la homi-lía. Pues no se puso a decir Don Alejandro (pues así se llamaba aquel buen hombre, curaantiguo y a la par agradecido a ese grupo de muchachos que anteponían el ir a misa antesque salir de excursión) todas las bondades que se le ocurrieron… Fuimos puestos de ejem-plo, fuimos utilizados como arma arrojadiza contra los que no van a misa, fuimos… fuimoslos que pasamos la mayor vergüenza de nuestra vida, pues las cuatro ancianas que había enmisa se giraban, nos miraban, comentaban entre ellas y el cura dale que te dale.

Esto fue motivo de comentario y risas durante años, pues una vez en la calle, incluso estasancianas se nos acercaban para decirnos que estábamos locos, ¡Qué necesidad tenéis de irandando a Segorbe! Que dirían hoy si supiesen que hay eventos deportivos que subencorriendo de Puzol a La Pobleta pasando por el prao. Le cargamos el coche a Don Alejandro,le vimos partir y nosotros, más frescos que una rosa a pesar del calor que se barruntaba enel cielo, nos dirigimos hacia la primera meta, la Cueva Santa, que por cierto qué fresco cuan-do bajamos a la cripta tras el calor asfixiante y la sudadera del camino.

Aquello parecía el taller de Debón, artista fallero como pocos, donde yo trabajabaalgunas horas diarias, pues estaban las paredes llenas de brazos, piernas, manos y no sécuantos azulejos y ofrendas por los bienes recibidos así como los milagros otorgados. Laverdad es que hoy, desde la distancia, lo veo como algo lúgubre (constato que hoy es dife-rente), sin poner peros ni críticas a los creyentes en la Cueva Santa.

Por la noche acampamos cerca de la carretera, a unos cuatro quilómetros de la CuevaSanta. Y siguieron los problemas, esta vez no por las visitas nocturnas. Coincidió que enlugar elegido para la acampada había un ciruelo, algo verde, pero un ciruelo y Paco, comohijo de la huerta, nos advirtió, amenazó y se enfadó diciéndonos que no tocásemos unafruta, que respetásemos el trabajo y el esfuerzo del dueño que vendría a recogerla. Así quea dormir y todos quietos. ¡Ay, todos quietos!, por la mañana amaneció la mitad con lacara pintada de mercromina y el pobre ciruelo mas pelao que un plátano a punto decomerlo.

Cuando llegamos a Altura acampamos junto a la piscina, bajo unos pinos, y nos baña-mos. Bueno, se bañaron los más valientes, pues el agua estaba como la nieve de la Belliday con una profundidad no apta para los que no sabíamos nadar, que éramos la mayoría.

Ya, desde aquí, a subir en Segorbe al tren que venía de Teruel y nos dejó en la estaciónde Aragón, que hoy podemos ver en postales. Al llegar a casa ya estábamos preparandola salida de la semana siguiente, Pascua de San Vicente.

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Bastantes siglos antes de cumplirse el primer milenio del calendario cristiano ya existíanLas Alcublas; grupos de viviendas rurales cuyos moradores se dedicaban a las labores agrí-colas dentro del perímetro del actual termino municipal, enmarcado entre los puntos geo-gráficos conocidos hoy como El Codadillo, La Montanera, El Alto y la Peña Ramiro. El indi-cado territorio estaba repartido en aquella época entre cuatro Señores que tenían sus res-pectivos castillos en los indicados puntos.

En el Alto estaba ubicado el Señor de Los Altos y desde allí dominaba las vertientes delas Rochas y los llanos de Liria, y podía divisar el mar en los días de cielo claro y limpio. Enel Castillo del Codadillo vivía el Señor de los Llanos y desde ese lugar dominaba, por unlado, todas las Hoyas Ciberas hasta los confines de la Boragila, de la Masía de Cucalón y delCerro Pedroso y, por el otro, todo el pueblo y las tierras que lo circundan. Este Señor eraextraordinariamente duro y violento y por tal motivo se le apodaba El Cruel. El Castillo dela Montanera era propiedad del Señor de los Vientos, que dominaba todas las tierras querodean, por una parte, el monte Montmayor y, por la otra, el gran llano de la Balsilla. Segúnla leyenda, también dominaba los vientos a su antojo, que usaba para castigar a sus súbdi-tos y a sus enemigos en las batallas. En la Peña Ramiro se levantaba otro gran castillo en elque habitaba Don Ramiro, que era el más sabio de todos los señores, el más justo y el quetrataba con mayor humanidad a sus súbditos, por lo que se le conocía también por el sobre-nombre de El Culto.

Era una época de continuas guerras entre los grandes Señores terratenientes , cuya vora-cidad por acumular más tierras a sus posesiones era insaciable y les mantenía en constan-te lucha. Entre ellos se dividía la población rural que ocupaba aquellas tierras, las trabajabay vivía de sus cosechas y a la que tenían sometida como esclava más que como súbdita y ala que debían proteger y a la que, por el contrario, le exigían como tributo un importanteporcentaje de sus cosechas, cuyo producto destinaban a aumentar el número de sus gue-rreros mercenarios y a la compra de armas. Los pequeños ejércitos, así formados, de quedisponían dichos Señores estaban constantemente hostigando a los Señores de los castillosmas próximos y los agricultores, sus súbditos, ya estaban acostumbrados a trabajar sus tie-rras acompañados del fragor de sus batallas, con la natural zozobra y angustia por los desas-trosos efectos de las mismas sobre sus personas, sus tierras y sus bienes.

Las fuerzas de estos cuatro Señores eran parejas, motivo por el cual se temían unos a otrosy, para poner fin a la más larga y cruel de sus batallas, llegaron a un gran acuerdo por el que se

LA PEÑA RAMIRO Y EL GAVILÁN

Santiago Garrigó Tortajada

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establecieron los limites definitivos de sus respectivos territorios, límites que a partir de su fija-ción se dedicaron a defender a toda costa contra las perturbaciones de sus vecinos.

El tiempo de paz y tranquilidad que siguió al gran acuerdo fue aprovechado por DonRamiro para emprender un largo viaje a caballo, acompañado de un pequeño séquito, conel que llegó a la India, después de haber visitado otros países de Asia. Con este viaje ampliónotablemente sus sabiduría con nuevos conocimientos en todos los ámbitos de la Ciencia,y muy especialmente en el de la Magia, fruto de sus contactos con los grandes Magos de lospaíses orientales que, además de sus conocimientos, le transmitieron grandes poderesmágicos entre los cuales se contaba el poder de encantamiento.

Mientras Don Ramiro se encontraba por territorios muy lejanos a Las Alcublas , losSeñores del Codadillo, Los Altos y La Montanera se dedicaron a hostigar a los súbditos deaquél, robándoles sus cosechas y sus mujeres a la vez que alteraban los límites del territo-rio, cuya superficie iban reduciendo en beneficio de sus respectivas posesiones .

Cuando regresaba Don Ramiro de su viaje, en los lindes de su territorio le salió al encuen-tro una comisión de sus súbditos que le puso en conocimiento del comportamiento de lostres Señores indicados. Las noticias indignaron a Don Ramiro, que prometió hacer justiciainmediatamente y acompañado de los comisionados se dirigió a su territorio.

Cuando llegaron a la cumbre de la Peña Ramiro los acompañantes de Don Ramiro queda-ron sorprendidos y admirados al darse cuenta de que ya no se divisaban los castillos de losotros tres Señores; sólo existían de ellos unas pocas ruinas que indicaban su anterior existen-cia. Al mismo tiempo observaron que tres grandes aves, de anchas alas, sobrevolaban LasAlcublas en dirección al lugar en el que se encontraban y al llegar a presencia de Don Ramirose posaron juntas sobre una gran piedra y a la vez abrieron y cerraron sus grandes alas por tresveces en señal de acatamiento y sumisión a sus poderes. Una de las aves de rapiña era el Señordel Alto convertido en Búho Real, otra el Señor del Codadillo convertido en Halcón y la últi-ma el Señor de la Montanera convertido en gavilán. Don Ramiro, en aquel mismo momento,se transformó él mismo en Águila Real, al tiempo que con grave voz decía así:

“Por los poderes que me han sido concedidos y en castigo de vuestra deslealtad y traiciónos he convertido por encantamiento en aves de rapiña bajo mi mandato e imperio, y os hedestruido vuestros castillos, dispersado vuestras huestes guerreras y desposeído de todosvuestros bienes condenándoos, desde ahora, a sobrevolar pacíficamente los cielos de vues-tros antiguos territorios, que quedan unificados en uno solo bajo mi protección y amparo,para buscar vuestro alimento asignándoos las hendiduras y cortes de la escarpada pared deesta peña para que anidéis y viváis en ellas por los tiempos de los tiempos”.

Concluido el discurso Don Ramiro emprendió camino hacia su castillo, en compañía dela comisión de súbditos quedando todos sorprendidos y obnubilados al observar que elCastillo de Don Ramiro el Culto también había desaparecido sin dejar rastro de su pasadaexistencia. Al mismo tiempo oyeron una voz, que Don Ramiro reconoció como la del GranMago que le había otorgado poderes de encantamiento, que dijo:

“Ramiro, tu también acabas de ser castigado por hacer mal uso de los poderes que te con-ferí, abusando de ellos para saciar tu codicia sobre los territorios de Las Alcublas apropiándo-te de ellos y sometiendo a vasallaje a todas sus gentes. Te retiro los poderes que te otorgué y enlo sucesivo serás el Águila, en la que tú mismo te has convertido, que cuidará del gobierno y

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protección de todas las aves de rapiña que vengan a cobijarse en los recovecos de esta peña”.Así fue como las gentes y los territorios de Las Alcublas recuperaron su libertad y se unie-

ron para administrarse y organizar sus vidas para el logro de un progresivo bienestar, queya no fue jamás perturbado por Señor alguno. Y así, desde aquellos remotísimos tiempos,la Peña Ramiro tomó su actual configuración y ha estado siglos y siglos poblada de aves derapiña, especialmente de gavilanes que los lugareños han visto sobrevolar aquellos contor-nos hasta nuestras fechas.

De esta historia no hay referencias ni noticias escritas en jeroglíficos manuscritos en anti-guos papiros o documentos escritos en pergamino, o en viejos libros conservados en anti-quísimas bibliotecas, ni en lugares ocultos y secretos descubiertos por prestigiosos arqueó-logos o historiadores. La historia la conocí en mi juventud, transmitida de viva voz por unviejísimo gavilán que recogí herido en el barranco de la Peña Ramiro.

De joven iba con mucha frecuencia a visitar ese lugar provisto de una vieja escopeta deun sólo cañón, del calibre 16, que me dejaba el tío Salvador, hijo de la tía Manuela laGermana. En aquellas fechas yo andaba sin un céntimo en el bolsillo y era mi madre la queme facilitaba los fondos para proveerme de cartuchos, que compraba en el estanco del pue-blo regentado por el tío Gabino quien, además de tabaco, proveía a sus clientes de las cosasmás variadas e insólitas .Yo intentaba cazar algún gavilán de los muchos que volaban y seanidaban en la famosa Peña; pero lo único que hacía era gastar cartuchos sin conseguir mipropósito, pues las rapaces tenían una extraordinaria habilidad y astucia para situarse en suvuelo fuera de tiro de mi escopeta. Tantos fueron lo cartuchos que llegué a gastar que mimadre, ya cansada de dispendios, me dijo:

- Se ha acabado el darte dinero para cartuchos. Sólo te daré veinticinco pesetas por gavi-lán que me traigas a casa.

Tal cantidad era justamente lo que valía una caja de cartuchos en aquella época. Mequedé profundamente preocupado, pues por los resultados conseguidos hasta la fecha veíamuy difícil conseguir dinero para la compra de más cartuchos. Con esta preocupación mefui al estanco y hablé con el tío Gabino, que era un gran cazador y un magnífico tirador. Eltío Gabino me escuchó y me dijo: - No te preocupes. Ya te acompañaré yo. Pasa a recogerme mañana por la tarde, a las cuatro.

Así lo hicimos y una vez los dos en la cima de la Peña Ramiro, el tío Gabino logró abatir ungavilán que cayó al fondo del barranco, descendió a buscarlo y me lo entregó herido en un ala;cuando lo cogí me arañaba el brazo fuertemente con sus garras y me picoteaba con su acera-do pico. Yo comencé a acariciarlo pasándole la mano suavemente por su plumaje; él cesó ensus acometidas contra mí y, ante mi asombro y el del tío Gabino, después de fijar sus ojos enlos míos, comenzó a hablarme. En su parlamento se lamentó de que, después de mas de milaños de vida en aquellos riscos, hubiera ido a caer en manos de tan joven e inexperto cazadory seguidamente me contó la historia que aquí ha quedado escrita Quien la lea se la puede creeru opinar que no es creíble; pero en ningún caso discutiré la opinión del incrédulo.

El gavilán no volvió a hablar; sanó a los pocos días de su herida, le abrí la puerta de lajaula en que lo cuidé, y recuperó su libertad volando directamente hacia la Peña Ramiro. Yanunca supe de él; pero estoy seguro de que, sin reconocerlo, alguna vez lo he visto inmóvilen el cielo azul de aquellos parajes, con la alas desplegadas al acecho de alguna presa.

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Nací en un pueblo pequeño y gris de Castilla pero soy más de ciudad que un semá-foro. Mis padres, como tantos miles de familias de aquella España pobre y fran-quista de los sesenta, se vieron obligados a dejar su pueblo y emigrar a la ciudaden busca de pan.

Así crecí, viví y maduré siempre en ciudades, unas más grandes, otras máspequeñas, pero todas llenas de contaminación, de aglomeraciones arquitectónicasy humanas y de ruido, mucho ruido.

Mi contacto con lo rural se limitó a excursiones, fotos, documentales y lo queuna oye.

La vida, como tantos otros, la fui llenando de hermosas y enriquecedoras expe-riencias, pero también de muchas frustraciones, fracasos, miedos, carencias, des-engaños, soledades y vacíos. Pero sobre todo, de ruido, mucho ruido.

A los cuarenta llegué agotada, saturada, desesperanzada, enferma, al límite demis fuerzas.

Un día un amigo me llevó a hacer un recorrido por algunos pueblos de laSerranía del Turia, ya llevaba algunos años en Valencia pero no conocía nada deesa comarca, me quedé en las bulliciosas y conocidas zonas playeras. Fue un amora primera vista, desesperadamente me agarré a ese enamoramiento como a unalancha salvavidas. Busqué algún modesto lugar para vivir por esa zona, tenía quehacerlo, Chelva, Gestalgar, Bugarra, Alcublas, acabé en Chulilla.

Era la primera vez en mi vida que salía a la calle y apenas veía y olía a coches yempecé a respirar.

Que la puerta de mi casa se podía quedar abierta y empecé a tener menosmiedo.

Que los vecinos te saludaban, te ayudaban, te preguntaban y empecé a sentir-me menos sola.

Que la montaña, la naturaleza era lo primero y lo último que veía, comenzaronmis paseo diarios y empecé a sentirme más fuerte.

EL SONIDO DEL SILENCIO

María González González

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Que cada día me bañaba en su río o en el balneario y empecé a sentirme maslimpia.

Que cada noche miraba las estrellas, la luna en sus distintas fases y empecé asentirme parte de algo.

Que cada día era distinto porque distintos eran los colores de cada árbol, decada atardecer, de cada estación del año y empecé a sentir la vida.

La paz, la armonía, la belleza de esta Serranía fueron alimentando, impregnan-do mis desnutridas células. Un día subí a una de sus montañas, me senté en sucima, después de un rato escuché y vi el sonido del silencio como jamás lo habíaoído, visto y sentido. Ese silencio me llevó a escucharme, a verme tan profunda-mente como jamás lo había hecho, ese silencio toco algo en mi alma desconocido,ignorado y comencé a llorar como jamás había llorado, decidí dejarme llorar hastael final, abandonarme en ese llanto tan necesario hasta que mis lágrimas se ago-taran o me agotaran a mí, lloré tanto que por un momento pensé que moriría enese llanto, de tanto dolor no llorado, negado, no expresado.

Pero con la caída del sol paré, nunca había contemplado un atardecer tan lim-pio. En ese instante, en ese silencio externo e interno, contemplé mi vida sin enga-ños, mis fracasos, mis mentiras, mis carencias, mis heridas. Y supe todo lo quetenía que cambiar, eliminar, todo lo que me impedía vivir, no era la primera vezque lo veía pero si la primera que no sentía miedo, que no me ponía excusas, quela verdad de mi vida estaba tan clara como ese atardecer, que el victimismo inútil,innecesario, dañino, daba paso a la responsabilidad. Entonces me prometí que loharía, ya no había más tiempo que perder.

Bajé esa montaña, volví a la ciudad a comenzar esos cambios necesarios. No fuenada fácil, todo lo contrario, los grandes e importantes cambios siempre resultandifíciles y dolorosos para una misma y para los que más quieres, pero cuando unose pone en serio con la vida y mirando en la dirección correcta, parece que eluniverso se alinea y alguna ayuda siempre llega y yo, en aquel lugar, había cogi-do la fuerza y la vida que me faltaban.

Hoy, casi diez años después, la vida sigue siendo difícil pero la coherencia con-migo misma, lo que pienso, lo que digo y lo que hago están en la misma línea, lavida tiene un sentido, una alegría, una fuerza y mis ojos tienen un brillo totalmen-te perdido en aquellos días.

Hoy sigo yendo de vez en cuando a esa Serranía testigo de mi metamorfosis, voya descansar, a disfrutar, a vaciarme de ruidos molestos y llenarme de nuevo deaquel silencio y sobre todo agradecer a la vida la existencia de lugares así.

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DESDE AQUEL DÍA NUNCA MÁS

Enrique Latorre Civera

Era septiembre y mi padre y yo, como casi todos los alcublanos, fuimos a recoger lasalmendras al Navajo Royo.

En aquellas tierras casi todos los años teníamos almendras. Eso era una suerte ya quese helaban muy pocas veces, pues su ubicación y las corrientes de aire hacían que casinunca se helaran.

A pesar de que eran bancales con algo de pendiente, tierra poco frondosa y muy difí-cil de trabajar, guardábamos muy buenos recuerdos de todos los momentos que vivimosen aquellas tierras. Allí teníamos un corral de ganado con una caseta que nos servía paraguarecernos del frío o del calor.

El camino desde el Navajo Royo era bastante complicado ya que hasta pasar la rochaJuliana todo era cuesta arriba, y cuando llovía, el agua se llevaba la tierra y aparecían laspiedras. Recuerdo cómo el carro botaba como una pelota.

A la ida aún se podía recorrer casi todo el camino sentado en el carro, pero la vueltaera otro cantar. Después de estar todo el día trabajando, más de la mitad del caminohabía que hacerlo andando. Pero en esta ocasión no fue así.

Al llegar a la caseta descargamos todos los instrumentos para coger almendras, nuestracomida y la del macho y poco más. Esa noche íbamos de queda, a dormir en la caseta.

Trabajamos un rato y después nos pusimos a almorzar. Sin perder mucho tiempoempezamos la tarea. Era un caluroso día del mes de septiembre. El problema vino cuan-do al cabo de un rato nos quedamos sin agua y tuve que ir a cogerla de unas clochas quehabía en el barranco. De camino tuve la suerte de toparme con unas higueras. En todassus ramas brotaban unos hermosos higos en su punto. Me dediqué a llenar la cantimplo-ra y a llenar también el estómago sin ser consciente de lo que más tarde sucedería.Simplemente, me dejé llevar por mi apetito y por mis ojos. Eso sucedió en varias ocasio-nes, pues hice tres o cuatro viajes a lo largo del día.

Terminamos el día y mi padre hizo la cena. Aún recuerdo aquellos huevos con patatas,hechos en una sartén que estaba por dentro casi tan negra como por fuera, aunque eso sí,estaba limpia. Una vez acabamos de cenar, acomodamos la pajera a modo de cama para

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descansar. Nos esperaba un largo y duro día en el campo. Era necesario coger fuerzas. Cuando intentaba dormir, escuchaba cómo del exterior entraba el canto de las chicha-

rras, pero yo creo que era más fuerte el ruido que venía de mis tripas, pues el agua y lashigas tenían urgencia por salir.

Ahí me veías a mí con el culo al aire a la luz de la luna, parecía que el apretón pasabay volvía a la caseta, y al poco rato otro apretón, y unos pocos más, aquello no tenía pintade parar. Mi padre se asustó y enganchó el carro y el macho como pudo. Con el carro casivacío y con algo de luz de luna, pusimos rumbo a Alcublas. La cuestión era llegar cuantoantes mejor.

Aunque el camino se hizo muy complicado, el macho demostró que no era tan burrocomo parecía. Nunca había tenido tantas ganas de llegar a Alcublas como en aquelmomento, cuando estábamos por el Codadillo y divisé aquel paisaje tan familiar y cerca-no. Al ver las luces del pueblo, vi la luz en medio de aquella angustiosa noche. Desdeaquel día, me juré y perjuré que nunca más comería higos.

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Una vez, leí: “Todo lo que voy a contar puede ser que te cueste creer que sea cierto,pero ni yo mismo lo tengo claro”. Vamos, que el lector decide.

Alcublas, fiestas de agosto de 1980. Como todas las noches, nos hemos reunidopara cenar y después bajar al frontón, lugar donde se celebran las verbenas; lo rode-an con cañizo, pa no colarse, je, je, je,… Por cierto, hoy hay interés ya que vieneTroya, la mejor orquesta de toda la semana. Para colmo, Pami ha encontrado untalonario de bebidas. La noche promete.

La verbena empieza con una colada monumental de quince personas, pero lanoche va muy acelerada: risas, bailes, tragos, culos contoneándose, ¡uf… qué noche!

Al término de la verbena acompañamos a las mozas a casa y al que no se quieraquedar o no pueda seguir. Siempre son pocos, no puedes perderte nada: seguir,seguir… Llegamos a la Salud, culo a tierra, empieza la rondita de litronas y unasrisas, y alguno abrevará en la fuente.

- Ostia, esto se mueve -suelta Xavi. Risas. ¿Sabes dónde estás u qué? Pero las risas no continúan, la tenue luz que sale

del hueco nos deja perplejos. ¿Es verdad lo que vemos o es producto de la fiesta?Deprisa, todo va deprisa. El Capi no se lo piensa, ayudado por la luz que surge delsuelo inicia la bajada de escalones y grita: ¡Es un pasadizo hacia la Peña Ramino yencontrar la cadena! Nadie dice nada, estamos absortos, no puedo describir elmomento.

Cien escalones hemos bajado y con una puerta en los morros nos hemos dado.Abierta la puerta, una pequeña sala con dos pasillos. Capi sigue por el de la izquier-da, la querencia, es normal. El pasillo es de uno cincuenta de alto por sesenta deancho.

Todos en fila y callados, cada vez más asombrados y pensando que no lo podemoscontar: ¿cómo cuentas que los Mostros han descubierto un pasadizo, y por la noche?¡Ni de coña irían sanos! Andar, andar y andar, llevamos demasiado rato andando;llegan los nervios, y todos van para el mismo: Capi, ya las liao, Capi, te has equivo-

EL SECRETO ESTA EN SALUD

Vicente Mañes i Navarro

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cado, siempre igual…, pero el túnel va menguando, entramos como en un embudo,paramos.

- ¿Qué hacemos? -suelta Tito- ¿Seguimos o reculamos? -pero ¡oh sorpresa! - Hay que seguir, la luz desaparece a nuestro paso -dice Bogart, que va el último. Empiezo a caminar, a ir de cuclillas y a reptar, la ostia, una sala enorme aparece

delante de mí. Va, tira, no pares -gritan a mi espalda, el túnel agobia. Alucinados,los ojos de mis amigos, según salen, no se creen lo que ven: una sala enorme, unoshaces de luz que le dan unos brillos especiales a las estalactitas y rocas con miles deformas.

- Heeei!, limpiaos la baba que hay que seguir -dice Gus. - Para, aguanta una peseta, ¿eh?, aguanta. ¿Por dónde seguimos, espabilao? -

suelta Tono.- Por el camino de la derecha, no hay otro, peseta -dice Gus.Empezamos a subir, hay momentos de pequeña escalada hasta el siguiente trozo

de camino, sólo camino, una cuerda floja de cuarenta centímetros, el resto vacío ymás vacío, adiós vértigo, eso sí, yo y alguno más subimos a gatas. Para colmo hay quedar un salto de un metro hasta la explanada donde están las cinco puertas, impul-sado por una aerofagia descomunal he volado hasta la explanada, con el siguientedescojono de todo cristo, y ¡menos mal que eras el último!

Cinco puertas, cinco signos, miramos todos a Tiri. Este se encoje de hombros ydice:

- No tengo ni idea qué significan estos signos.Las cuatro primeras puertas no tienen salida alguna, ni siquiera la luz que hemos

tenido en los túneles anteriores. Al final, la última por la que entramos tiene untúnel, con su clásica luz, que termina en una sala minúscula. Nos sentamos lo másjuntos posible, para quitarnos el frío, estamos cansados, acojonados.

- ¿Y ahora qué? -brrmm, se abre el suelo, caída al vacío, todos volando, ya seacaba todo. Chapuzón. Agua, es agua.

- ¡Seguimos vivos! -decimos conforme vamos saliendo de la poza y nos sentamosa la orilla del río.

- ¡Poporro, busilio, mafisio! -grita Tono. Risas- ¡Va cabrón, sal ya! -le gritamos.Vamos viendo la inmensa sala donde estamos, oscura y más fea que la anterior,desde nuestra posición vemos una pirámide en medio de la nave, con escalones enel lateral, en la cima, que es plana, hay un trono y un atril. Más allá de la pirámidese ve un túnel grande, será la salida.

-Ya está claro, la salida, bueno, pues vale, vamos, tengo sueño, me quiero ir a casaya -dice Xavi.

-Aguanta una peseta, que falta gente, se han ido a abonar el terreno -dice Tono.Empieza a oírse música, se va escuchando mucho mejor, marcha militar y van

cantando, por el túnel empiezan a salir formaciones militares, con antorchas y

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estandartes, éstas a su vez van formando delante de la pirámide.- ¡Qué narices es esto! -Tito y Capi a la vez, en un susurro, no les huele bien lo que

ven. De golpe la música cesa y sólo se oyen los cantos, suenan a gregorianos, se vesalir del túnel una comitiva en la cual van bajo palio un General y el Obispo; el palioes portado por cuatro curas, luego lleva una escolta de monjes con antorchas, a suvez escoltados por soldados escoltando la comitiva.

La guardia se va quedando en las escaleras, los monjes se sitúan rodeando eltrono, los otros dos: el General delante del atril, mientras el Obispo va bendiciendod’qui- p’lla.

- ¡Españoles! -grita el General con voz gutural y cansina, a la vez que su brazoderecho, medio encogido, y su mano medio cerrada, van oscilando de arriba abajo.

- ¡Presentes! -contestan a coro, a la vez que corean su nombre, la cantidad depavos que hay delante.

- ¡Ostia, que estos son el Paco y los flechas! ¡Pero si está muerto y enterrado bajotoneladas de hormigón! -dice Gus.

- Pues vemos visiones.- Pues quien quiera que sea no me gusta -dice Xavi.- Con estos nos toca salir por patas -comenta Tito.- Mientras obraba he entrado en una grieta, tenía la luz que hemos tenido en los

túneles, eso significa algo, podíamos probar y pasamos del espectáculo, y que ven-gan a por nosotros -dice Capi.

- ¿Mientras cagabas? ¿Que has visto una grieta? ¿Otra vez de guía, Capi? -sueltaBogart. Llegan corriendo Pami y Tiri- ¿Habéis visto? ¡La leche! Pues os han oído yviene un grupo hacia aquí, hay que irse, ¿estamos todos?

La tribuna está girada en nuestra dirección, tenemos que salir huyendo, no haymás remedio.

- Vale, estamos todos, seguidme rápido, por aquí -dice Capi. Le seguimos rápido,mirando hacia atrás para ver si nos ven.

- ¡Cuidado, no la chaféis! -dice Capi con una sonrisa de oreja a oreja, mientras nosindica su monumento con la mano derecha y con la izquierda la grieta- Deprisa,deprisa, vale, coño, me parece que están en la zona de río que ocupábamos.

Capi ha pasado el último y ha tirado de unas ramas hacia sí, ¿las ramas cubriránla grieta?

Capi, riéndose, como si tuviera puesta una sordina, nos mira y con un susurro, dice:- Creo que la poná ha servido de algo, no se acercan, pasan de largo. En la pequeña sala, amontonados, asfixiados por el olor proveniente de la escul-

tura de Capi, empezamos a reptar por una pequeña gatera, oscura como la boca dellobo. No puedo saber los metros recorridos, pero aquella sala fue un alivio y con laluz tenue de todo el recorrido te hacia sentir mejor. La siguiente puerta y una esca-lera de caracol.

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Después de comprobar que estamos todos, incluido el escultor que todavía estáriéndose, empezamos a bajar las escaleras de caracol, ciento cincuenta escalones,para ir a parar delante de una puerta de madera con una inscripción “La Cadena deOro”, bajo un gran aldabón con cierta forma masculina.

- Imagínate que te cojan la pelila y te golpeen los guitos -dice Gus, lo coge y gol-pea con fuerza, pom pom pom… risas, pero a la vez un cruce de piernas porque ima-ginamos el dolor que produciría…

La puerta se abre: ¡Ya estáis aquí! ¡Llegáis tarde! ¡Pasad y divertíos! -todo estonos lo dice un armario ropero, uno noventa por uno diez de tío, unicejo, brazostatuados, lleno de colorao. Entramos en un disco-pub: a la izquierda la barra, a laderecha hay un escenario con cinco tíos tocando. La música que suena es rock-ruralcon fusión folk y el estribillo, “Que le corten el raboooo con un serruchooo, que lecorten el raboooo que tiene muchooo”, tiene profundidad, algunos y algunas estánbailando, o mejor dando saltos. Nos acercamos a la barra -es la querencia, como eltoro bravo- Hay un camarero más seco que un fideo, desgarbado, marcando paque-te, careto mala leche y pasa de nosotros,

- ¡Chatos! ¿Qué vais a beber? -dice la camarera, sacando mucho el morrete ydando un pequeño meneo a esas dos enormes tetas, tan enormes que no le hace faltabandeja para traernos las ocho cervezas que hemos pedido; la verdad que si te fijasen algún corro de mozas se van las ganas con el dichoso estribillo: “Que le corten elraboooo que tiene muchoooooooo…”.

Otra ronda. La camata se vuelve a lucir con garbo, esta vez el meneo es más fuer-te y el morrete tiene objetivo. La fiesta se anima, empiezan a tocar algo de rockbueno, nos animamos a bailar -sin alejarse mucho de la querencia.- ¡Uyyyy!, se nosarriman unas señoritas. Bien, la cosa se anima y mucho, y más quien de nosotros seha quedado en la barra intentando encestar cacahuetes en el canalillo de nuestraamada camarera. Con el rabillo del ojo veo cómo mi amigo encesta el cacahuete enel canalillo…

- Vicente, Vicente, despierta, están tus amigos abajo -me grita mi hermano desdela escalera- ¿Que qué pasa?, tus amigos están aquí.

Me pongo el pantalón corto y bajo. Pami, Tito, Toño, Xavi, Bogart, Tiri ,Gus y elCapi, allí están en medio del comedor con una sonrisa en la cara, nerviosos y equi-pados para afrontar otra aventuras.

- ¡Va tío, que se hace tarde! - Dos minutos y bajo, vale. - Sento, acuérdate de la linterna. ¡Ah, te esperamos en la fuente de la Salud! ¡No

tardes! Las aventuras pueden ser fantásticas y las fantasías toda una aventura.

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Hace no muchos años, en París, durante uno de esos viajes que solía realizar porEuropa a causa de mis estudios, quiso el destino que en la cola para subir a la TorreEiffel me encontrara con un alcublano que estaba pasando unos días de vacacionesjunto a un grupo de amigos. Era un hombre bastante mayor que yo, pero con unamente muy lúcida y la palabra ágil. Nos habíamos visto en muchas ocasiones, y trassaludarnos y situar la familia a la que pertenecíamos cada uno con ayuda de losmotes, decidimos quedar más tarde para ir a comer juntos.

Al no tener mucha idea de por dónde íbamos, nos dirigimos al restauranteMoulin Rouge, situado en el Barrio de Pigalle, al pie de Montmartre, lugar de artis-tas y bohemios de todas las partes del mundo. Ya os podéis imaginar le sensación tanespecial que teníamos, dos serranos en el corazón cultural de Europa, casi nada,¡hasta recuerdo el menú que nos dieron! Los dos nos reíamos viendo aquellos pla-tos un tanto sofisticados y pensábamos en una buena paella alcublana, con caraco-les cogidos en el Mojón Blanco y conejo de monte, o en una ollica o un arroz al hornocon bacalao en su cazuela de barro… A los postres, comparando aquellos dulces dedifícil nombre con nuestros congretes y mantecados, decidimos proseguir la conver-sación en una de las terrazas de los Campos Elíseos, y en aquel ambiente cosmopo-lita nos dispusimos a charlar largo y tendido sobre nuestra lejana y amada tierra.

- ¡Mira, como si estuviésemos una tarde de domingo en el café de la tía Batoya,en la plaza del pueblo! -exclamó mi interlocutor.

Y a partir de ese momento comenzó un repaso sobre recuerdos y vivencias, sobre lasdiferencias existentes entre las formas de vida de cuando él vivía en el pueblo, con el tra-bajo tan duro de labrador, y de su posterior traslado a la ciudad, en busca de un futuromejor. Sin darnos cuenta la conversación nos llevó a los años de la Guerra Civil y la pos-guerra, y aquí mi paisano empezó a ponerse un poco sentimental, como queriendo pasarun poco por encima del asunto, pero yo le dije que no pasaba nada, que podíamos hablarsobre cualquier tema, que aquello ya hacía muchos años que había ocurrido y que ya ibasiendo hora de hablarlo como un recuerdo de lo que sucedió, porque se tenía que sabertodo aquello que pasó, era un trozo de nuestra historia.

AL PIE DE MONTMARTRE

Serafín Martínez Marz

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- Tienes razón -me dijo-, por lo menos te lo contaré a ti, pues ni a mi familia se lohe contado nunca, son esas cosas que parece que quieras olvidar, que te gustaría queno hubieran pasado nunca, ni comentarlas te apetece; pero que al final están ahí,guardadas en un rinconcito de tu memoria, sin poder olvidarlas.

Entonces comenzó a relatarme aquello que le había sucedido cuando todavía eracasi un niño en nuestro querido Alcublas.

Era una tarde-noche de otoño como tantas, y también como tantas se encontra-ba con sus amigos en la Fuente de la Cava. Todavía recordaba el juego al que esta-ban jugando sobre el banco de porlan existente en aquel lugar: era el “churro va”. Depronto uno de ellos se dio cuenta de que estaba saliendo una columna de humo delcentro del pueblo:

- ¡Es en la plaza! - dijeron otros- ¡Vamos a ver! -exclamó el más lanzado. Y cosade gente joven que no puede estar quieta y de pueblos tranquilos, donde no suelenproducirse acontecimientos fuera de lo normal, hacia allí que fueron a ver lo queestaba sucediendo.

La mirada de mi interlocutor se iba volviendo más aguda conforme me relatabacómo subieron hasta el pueblo corriendo y cómo llegaron sin aliento hasta la plazadel Cura. Allí encontraron lo que les había llamado la atención: el humo tenía su ori-gen en una hoguera que estaba en medio de la plaza, con cuatro retales y unos tro-zos de madera viejos e inservibles ardiendo; también había algunos curiosos comoellos que contemplaban la escena. Me contó que creía haber visto gentes a las cua-les no conocía de nada, como si fuese la primera vez que estuviesen por el pueblo,porque esto sí que le llamó la atención. Al rato, pasada la novedad del espectáculo,se despidieron como siempre y se marcharon a casa a cenar y a dormir.

Pasaron aquellos largos y difíciles años de guerra, cada uno como buenamentepudo y le dejaron, y acabada la incomprensible contienda, pareciendo que todo ibaa volver a la normalidad, aquellos jóvenes que nada tenían que ver con lo que habíapasado en España, fueron acusados de quemar las imágenes de la iglesia en lahoguera que observaron aquella ya lejana y fatídica noche.

Recordaba con lágrimas en los ojos los días pasados en la cárcel Modelo de Valenciay me explicaba, con todo detalle, lo mal que lo pasó desde que entró en aquel recintocarcelario: los altos muros de piedra, los pasadizos, los módulos y galerías, y por enci-

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ma de todo, el ruido que hizo la reja al cerrarse, un sonido que se le quedó grabado enla cabeza y que nunca pudo olvidar, que aún después de salir en libertad seguía escu-chando en el silencio de la noche al despertarse con un sobresalto.

Tampoco olvidaba la enfermedad que le tocó pasar en la enfermería de la prisióny las largas e interminables noches en las que se acostaba pensando en las faenas decampo que tenía para hacer en el pueblo, ayudando a los suyos, y él metido allí, sinsaber el porqué de aquella traumática situación que le había llevado a dar con sushuesos en aquel duro camastro. Por el día, recuentos y más recuentos en el patio yrealizando algún trabajo manual para la familia, así como escribiendo alguna queotra carta y de esa manera ir pasando el tiempo lo mas entretenido posible, inten-tando no darle más vueltas a la cabeza. Pero lo más triste y doloroso fue ver a unamigo de su mismo pueblo no poder soportar aquello y morir allí dentro, con todauna larga vida que tenía por delante.

Me quedé sin poder articular palabra, pero estábamos tratando de pasar un ratoagradable, así que me armé de valor e intenté llevar la conversación a otro terreno,para así terminar la tertulia un poco más alegres y que tratase de olvidar aquel peno-so recuerdo que le había marcado para toda su vida.

Nos dimos cuenta de que empezaban a encenderse las preciosas farolas quealumbraban aquellos fascinantes paseos de los bulevares parisinos. Sin apenas ente-rarnos, comprendimos que nos habíamos pasado más de tres horas conversando.Nos despedimos dándonos un fuerte abrazo y quedamos emplazados para vernos yseguir charlando otro día no muy lejano y a ser posible no tan lejos de nuestro lugarde residencia.

Tres días más tarde regresé a España. Además de visitar algún museo, la catedralde Notre Dame, dar un paseo en barco por el Sena, o traerme los típicos souvenirsque al final no sirven para nada y molestan por todos los sitios donde los coloques,quién me iba a decir a mí que en aquel viaje, lo más importante que iba a encontrariba a ser una conversación que me traje muy bien guardada en la memoria, elrecuerdo ajeno de unos sucesos que habían pasado hacía más de sesenta años en mipueblo. Porque a mí tampoco me habían contado en mi casa casi nada de lo quehabía sucedido aquellos años: la historia y los recuerdos la habían escrito y los habí-an tenido otros.

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"Regnava en el Regne de València un rei guerrer, diplomàtic,conegut per ser molt bo, bo entre els seus súbdits, que tenia unafilla Leticia que era la princesa pupil·la dels seus ulls”

Leticia era princesa de rancio abolengo que no compartía y entendía poco las normasprotocolarias y tradicionales de su reino.

Era una princesa con suspiros, melancolías y sueños fantásticos, no había ascendido areina, se quedó en princesa, pasados los años ningún príncipe vecino la casó y transfor-mó en reina.

Su figura no era la de la cinturita de abeja, ni bailaba el vals de puntillas con un prín-cipe azul de sangre roja, era una princesa que disfrutaba en zapatillas con chándal, ydelante de un teclado escribía...

El teclado era su gran arma hacia el exterior, donde ganaba sus pequeñas batallas, allísus herramientas eran la amabilidad, cortesía, cariño y sensibilidad con sus internautas.

Pasaba largas temporadas huyendo de los calores de la capital del reino, en un her-moso Castillo, en territorio de la Baronía de las Alcublas, situado en la vertiente sur de lazona montañosa de enlace entre la Sierra Calderona y la Sierra de Andilla, que separabala cuna del Turia del Palancia.

Dicho Castillo estaba protegido por tres gigantes: la Pedrosa, de 878 msnm, LosMolinos, 904 msnm, y La Solana, 1124 msnm. En la parte sur se veía un inmenso montecubierto de pinos, donde la princesa dio sus primero pasos, acompañada por su aya enlas tardes frescas del verano, jugando y pescando gallipatos, anfibios propios del territo-rio donde pasaba sus vacaciones.

En su reino, la dureza, frialdad, funcionalidad de las cosas y las situaciones le obliga-ban a poner su inteligencia a prueba, a decidir y ejecutar planes estratégicos, dejando elcorazón en un rinconcito helado, donde con el frío se anestesiaba de los dolores, varios,que las princesas, también personas de carne y hueso, tienen.

Entre tecla y tecla descubrió a un príncipe imaginario, que entró en su Facebook yella imaginó de pelo rubio y ojos azules.

LA HIJA DEL REY BO BO

Vicente Ortiz Sanz

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Desde la distancia, en sus sueños, lo veía como galán de una estirpe de caballerosextinguidos, de un territorio lejano, enmarcado en las leyes de la antigua caballería: elrespeto, las artes, la poesía, habitaban dentro de un reino fantástico que ella había crea-do en su imaginación, para su internauta.

La distancia era realmente larga y al mismo tiempo, poco a poco, gracias a losgmails.com, fueron fortaleciendo una relación extraña, diferente.

Aquí es donde los planteamientos del protocolo de las casas reales no habían expues-to ni relatado nada, no existía ningún manual que explicara si la mujer del César debíaser buena, mala o internauta.

La princesa no quería dejar el teclado, que tanto le aportaba y reinventaba a diarioaquella situación virtual, sin saber a ciencia cierta a qué jugaba.

Tenía claro que quería cuidar aquella relación, dedicarle un poquito de tiempo, calory mimo, esa ternura que nacía dentro de ella hacia aquel desconocido le sorprendía.

Así que la princesa pensaba, meditaba, se preguntaba a sí misma el porqué de todoaquello, ¿qué sentido tenía?

Temía ser descubierta y condenada, tan sólo por pensar en su galán, por adulterio.Por otro lado pensaba si estaba haciendo daño, las dudas y las teclas se entrelazaban

creando unos escritos que jamás pensó ser capaz de hilvanar, pensar, sentir y explicar.Así que Leticia era buena como su padre el rey bo bo con todo el mundo, se sentía

como caminando entre nubes mágicas en zapatillas, con miedo a caerse del séptimo cielo,o temiendo que la arrojaran desde tan alto a un vacío largo, en caída libre, con un estre-pitoso choque contra el abismo, donde se acabara de romper aquel corazoncito duro y decristal helado.

El cristal es tan duro y tan frágil…Así que con dudas y miedos siguió escribiendo, regalando sentimientos. Compartía las

teclas y los diferentes miedos, pero no quería renunciar a aquel encuentro.Y mientras escribía se dio cuenta:Que la princesa……. mujer, no había existido en mucho tiempo, se había perdido en

una infancia bastante dura, entre las paredes de la ciudad-castillo donde residía. Y mientras escribía se dio cuenta:Que sólo era princesa mujer con el recuerdo de aquel galán que conoció una tarde de

otoño, en una visita relámpago acompañando a su corte imperial al cap y casal a entregar-le un premio al mejor poeta del reino, que otorgaba su padre el Rey, en el impactante edifi-cio de los mercaderes de la Lonja de Valencia, donde su galán se dio a conocer, con unamirada que la dejó helada, cuando ambas se cruzaron y al ser presentados dejó en su manoun papel con su gmail.com, que al leerlo en la soledad de su alcoba y descubrir a su galán,tembló todo su cuerpo, quedó marcada para toda su vida, sólo con la mirada tierna y llenade amor de su internauta, aquel momento jamás podría quedar olvidado.

Sólo le quedaba el consuelo de su imaginación, que con su teclear enviaba sus correos asu escribano mitad periodista mitad poeta, ya descubierto, tan diferente a aquellos noblesque la cortejaban, analfabetos en su mayoría, que sólo le hablaban de banquetes, batallas,

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cacerías… Su galán, periodista de la corte, le escribía líneas llenas de ternura, amor, poesía,relatos de amaneceres espléndidos y bellos que anhelaba algún día disfrutar junto a ella.

Pasados unos años, un día, al despertar, comprendió que su destino no estaba enJérica, acompañada por el Barón de sangre azul que su padre había elegido para bien dela Corona y continuación de la dinastía, un enlace con ese Barón de Jérica en el que ellano tomó arte ni parte.

Sólo le queda a la Princesa Leticia hija del rey bo bo, esperar tiempos mejores dondeella, por ser mujer, pueda ser considerada persona libre, con independencia para elegir aaquél que desee, para formar su nido de amor y ser feliz el resto de sus días.

Sólo le queda pensar que pronto un cambio hacia la izquierda en su país traiga eldivorcio, su igualdad como mujer, abra puertas, ventanas, celosías y pueda gritar que laprincesa, hija del rey bo bo, es libre para correr en busca de su galán, dejando atrás susataduras y poder llegar a ser una mujer feliz junto a su escribano poeta, que ni era rubiode ojos claros ni de sangre azul, tan sólo un escribano periodista que anunciaba las noti-cias de la Corte imperial por todos los pueblos y villas.

Pero como dijo un dramaturgo español, la vida es un sueño y los sueños, sueños son.Seguía tecleando en silencio con su amado, pero la Señera amarilla, roja y morada no

llegaba, las Cortes imperiales, atendiendo la solicitud de los ciudadanos plebeyos, al finaprobaron el divorcio y la princesa hija del rey Bo Bo vio la luz, ella siguió durmiendocon el Barón de Jérica, siendo fiel….. pero sin dar un heredero al rey bobo.

En un acto de valentía se atrevió a rebelarse, contando a su padre su infelicidad a travésde internet, su falta de amor, declarando que como súbdita tenía derecho a ser feliz y dese-aba a otro hombre que no era noble, tan sólo periodista escribano de la Corte imperial.

Su padre el rey Bobo, noble y democrático, no podía permitir que la pupila de sus ojosestuviese sufriendo ese calvario y egoístamente pensó que aquella pareja, bendecida porél, no había dado sus frutos y el reino necesitaba heredero para consolidar la dinastía.

Concedió el titulo de Barón de las Alcublas al escribano-poeta por quien suspiraba suhija, se casaron y fueron felices, comieron perdices de las que revoloteaban por la Solana,tuvieron descendientes que hicieron feliz al rey que era bueno bueno (bo bo), padre de laprincesa Leticia.

Al fin su dinastía podría seguir reinando con la llegada de un joven príncipevarón, fruto del amor del periodista y la princesa, y como dijo Calderón de la Barca,dramaturgo español: ”la vida es un sueño y los sueños, sueños son”, esta es la histo-ria real que sucedió en la Baronía de las Alcublas allá por el año… vaya usted a sabercuándo…

Y como las historias y los acontecimientos se suelen repetir, allá por 2004 unjoven príncipe se volvía a enamorar y casar con una escribana plebeya, titulada enCiencias de la Información, de ese amor nacieron dos joyas para la Corona, lasinfantas Leonor y Sofía, que seguramente harán de pantalla para que la Señera ama-rilla, roja y morada no ondee en el reino de nuestro relato y alguna de las princesasllegará a reinar siendo mujer, sin tener que casarse con ningún varón, y gestionar sureinado con pleno derecho.

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Llevando mi vida nonagenaria, entre la tercera o cuarta generación, vienen comoensueños, años de mi infancia y juventud, entre 1922 y 1933, época en que asistíen el pueblo como alumno, con algunos de los maestros que allí ejercían, y a losque quiero recordar con cariño y estima.

Pienso que tendría unos cinco años cuando, como párvulo, asistí con el maes-tro Don Atanasio García Zapater a la escuela sita en la entonces llamada calleNueva (hoy Av. de Don Victor Albalat, nº 5). Era un edificio antiguo, que debióser, por lo que yo oía, una ermita de una sola planta, con un gran arco de piedraen el techo, y en el que junto a sus paredes había unos bancos de piedra donde sesentaban los alumnos. Por cierto que en el año en que yo nací, 1917, hubo unincendio la noche de Jueves Santo en la Iglesia Parroquial, y al estar cerrada porobras, me bautizaron en dicha ermita que hacía de iglesia.

Posteriormente pasaron unos años en que asistí a la escuela con otros maestrosy maestras a los que de manera breve mencionaré y también aquellos localesdonde ejercieron su magisterio, para recuerdo de alumnos que estén con vida.

Doña Rosa Martínez Torres era soltera y vivía con sus padres y tres hermanos,Anita, Salvador y Juanito; estos dos últimos terminaron aquí sus estudios paramaestros y ya con sus títulos se casaron con dos chicas del pueblo y marcharon aejercer en otros pueblos. La escuela sólo para chicas estaba en un edificio viejo,sito en la calle del Hospital.

Don Vicente Nicolau, casado y con familia, ejercía en una escuela sita en el pri-mer piso del edificio del Ayuntamiento. Voluntariamente, sin cobrar, dio clase devalenciano; además, fue autor de una obrita para niños, representación del Belén,que se representó en el pueblo y durante muchos años por Navidad en valencià.

Don José Cotanda, casado y con familia, su escuela estuvo en la planta baja delAyuntamiento. Por cierto, que yo, después de haber hecho el bachiller y mientrasestaba estudiando para maestro allá por el año 1946, sustituí a Don José en lasclases nocturnas que entonces se hacían para adultos, personas mayores que dese-aban aprender o ampliar conocimientos sobre lectura, escritura y cuentas.

QUERIDOS MAESTROS DEESCUELA EN ALCUBLAS

Manuel Pérez Cubells

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Don Juan Ballester Gozalvo no sé donde daría clases; pienso si hubo algunabaja por jubilación o voluntaria en alguna escuela local.

Doña María Lluch, maestra para niños y niñas infantiles, creo que su escuelafue en la calle Larga (hoy de Don José Albalat), en un piso de edificio antiguo;estando soltera, casó en el pueblo con el veterinario Don Venancio Pacios.

En febrero de 1947, teniendo yo el título de Maestro de Primera Enseñanza, fuioficialmente nombrado para sustituir al maestro Sr. Martínez Valle, que se encon-traba de baja por enfermedad, en la escuela de la calle Larga; creo recordar quesólo estuve tres o cuatro meses.

Hago memoria de comentarios oídos a mis padres y personas mayores del pue-blo, que por los primeros años de 1900 hubo un maestro que dejó huella por suexcelente y magnífica actuación con sus alumnos, durante su larga permanenciaen la educación; se llamaba Don Alejandro Pérez Moya, y los vecinos agradecidosy en su recuerdo dieron su nombre a una calle, conocida en aquellos años por “elPlanillo de Afuera” (hoy calle de San Antonio).

En estos años que estoy mencionando, nuestro pueblo tenía más de dos milvecinos: los maestros permanecían en las escuelas varios años seguidos y comovivían en casas, tenían más relación de convivencia con los alumnos y familiares,asistían a clase entre cuarenta y cincuenta niños y niñas, aunque solían faltar conmucha frecuencia, cuando tenían ocho o más años, por ir a trabajar con suspadres en el campo. Con estas circunstancias y con escasos recursos económicos,los maestros tenían que sacrificarse para atenderles y que sus enseñanzas fueranefectivas y del mejor provecho para su porvenir.

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La mañana en que Serafín cruzó la puerta de la iglesia de San Antón, en Alcublas,sabía que ése no iba a ser un día más en su rutinario trabajo en el pueblo. Serafínera el alguacil desde casi toda su vida y ya se le empezaba a notar el paso del tiem-po, debido a la cojera que arrastraba por el último ataque de ciática. La tía Julieta lohabía despertado a las siete de la mañana muy asustada, para que fuera a la iglesiay viera lo que había sucedido.

La tía Julieta era una solterona muy beata que se encargaba de limpiar la iglesiay hacer algunos mandaos para el ayuntamiento. De esta manera se ganaba un dine-rillo extra que no le venia nada mal.

Serafín era muy aficionado a la lectura fácil de libros de mucha tirada. Cuandoentró en la iglesia y vio la escena, su mente lo transportó al Vaticano, creyéndoseRobert Langdon persiguiendo a los illuminati.

La iglesia todavía olía a cera de la última misa y aun siendo verano un escalofríole recorrió todo el cuerpo. Delante de sus ojos se encontraba el altar con la figura deSan Antón en el mismo centro y la tía Julieta rezando a los pies “Dios te salveMaría…”. En el suelo, un gran charco de sangre casi le hizo perder el equilibrio, yaque ni tan siquiera había desayunado con las prisas, y se había acostado un pocotarde, debido a que estuvo en la verbena de las fiestas hasta bien entrada la madru-gada.

Se repuso de la primera impresión, levantó la vista hacia la imagen de San Antóny los ojos se le abrieron tanto que parecía que en cualquier momento acabaríanrodando por la iglesia. Respiró profundamente y se fue acercando poco a poco.

San Antón tenía un pene colgando de la nariz y en la cabeza del puerco, una cabe-za humana probablemente la del cura, el padre Eliseo.

El padre Eliseo era el cura del pueblo tanto tiempo como Serafín era alguacil. Lagente lo quería por su carácter amable y simpático. Lo único destacable era su afi-ción al jazz. Ese fue el motivo por el cual intentó cambiar el órgano por un saxo, perolas beatas se le echaron encima y tuvo que desistir y resignarse a escucharlo en losdiscos o en algún evento patrocinado por el ayuntamiento.

HAZLO CON CUIDADO, PERO HAZLO

Juan Agustín Pérez Melgar

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La puerta de la iglesia se abrió y entró don Joan, el alcalde. Don Joan (era de ori-gen catalán por eso todo el mundo lo llamaba Joan) era alcalde tanto tiempo comoSerafín era alguacil y el padre Eliseo el cura del pueblo. Es decir, toda la vida.Físicamente era justo lo contrario que Serafín ya que éste era alto y fuerte, con unpelo muy negro y don Joan era bajito, regordete y bastante calvo. Él se declaraba dederechas pero en el pueblo todo el mundo lo quería. Sabía que para que lo votasentenía que tenerlos contentos a todos. Lo que más le gustaba era hacer monumentosde lo más simples, pero luego, en la inauguración, les daba un discursito y todos con-tentos. De esta manera, Alcublas era el pueblo con más monumentos de toda laSerranía. Por ejemplo, si los socialistas querían un monumento para la memoria his-tórica, iba al herrero, miraba lo que tenia y listo. En este caso, una puerta de hierroal lado del cementerio. En el discurso decía que por esa puerta entrarían todos alcielo, los unos y los otros y todos contentos. Si los homosexuales reivindicaban susderechos, iba al herrero, y le servía un armario de hierro en el jardín de la piscina.El que quiera salir del armario ya puede salir. Así, hasta veintidós monumentos.

Serafín informó al alcalde de todo lo acontecido y éste pensó que cuando el casoestuviera resuelto le haría un monumento al cura.

Mientras esperaban a la guardia civil don Joan le preguntó a Serafín si sabía algode María Antonia y Magdalena. Dos hermanas ecuatorianas casadas con ellos dosrespectivamente. El alguacil le dijo que sabía lo mismo que él. Se fueron anoche a lacena de las amas de casa y todavía no habían regresado. Estaba empezando a preo-cuparse.

La puerta de la iglesia se volvió a abrir y apareció el teniente Vicente. Era guardiacivil el mismo tiempo que Serafín era alguacil, don Joan alcalde y el padre Eliseocura del pueblo, es decir, toda la vida. Pero no era un guardia civil corriente, ya quetenía más pluma que un pavo real.

Mientras don Joan ponía al corriente al teniente Vicente de lo ocurrido en el altar,Serafín cogió una escalera oculta tras la imagen de la Virgen de la Cueva Santa y seencaminó decidido con un suave balanceo hacia la de San Antón (su mente estabaen el Vaticano). Cuando empezó a subir la escalera notó un olor dulzón en elambiente, que identifico inmediatamente, al ver a los pies del santo una botella rotade vino tinto Balcón de Valencia (“Qué lastima de vino”, pensó). Su corazón se ace-leró cuando tocó la cabeza del cura, que era una careta de goma puesta en la cabe-za del puerco y la sangre, el vino que goteaba lentamente. Ya se encontraba en el

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último peldaño de la escalera cuando alargó la mano para agarrar el pene que col-gaba de la nariz del santo. Con un poco de asco lo tocó y como por arte de magia elpene empezó a vibrar. Del susto, Serafín perdió el equilibrio y cayó al suelo muycerca de la tía Julieta, que seguía rezando “Dios te salve María…”. El pene dejó devibrar y empezó a reproducir una melodía “la barbacoa, la barbacoa”. El alguacilmaldijo en voz alta: “Me cago en todos sus muertos, es un consolador”.

La música seguía sonando cuando se oyeron unos ruidos en la sacristía. Para sor-presa de todos, en primer lugar salio el cura don Eliseo seguido de María Antonia yMagdalena, todos en pelotas y bailando al son de la música. El baile consistía enlevantar una pierna y con la otra giraban sobre sí mismos.

De la sorpresa, la tía Julieta sufrió una bajada de tensión y cayó al suelo todaespatarrada, con la falda arremangada, dejando a la vista un tanga rojo por el cualsobresalía el bello pubiano. Serafín, que estaba cerca de la mujer debido a la caída,fue el único que pudo leer la leyenda que llevaba escrita en el tanga con letras bri-llantes: “Si me tienes que achuchar, hazlo con cuidado. Pero hazlo”.

El teniente Vicente desenfundó su arma reglamentaria y dijo: “Quieto todo elmundo”, recordando tiempos mejores. Pero ni con el arma en la mano pudo disimu-lar su voz afeminada. Aún así, todos se quedaros quietos.

Cuando estaban todos pensando qué decir o hacer se hizo de día dentro del tem-plo sagrado y una luz les cegó los ojos. En la parte superior de la iglesia aparecióDios. Dios era el creador y ejercía como tal tanto tiempo como Serafín era alguacil,don Joan alcalde, don Eliseo cura y Vicente guardia civil, es decir, toda la vida.

Todos se arrodillaron ante Dios menos la tía Julieta, que seguía desvanecida.Dios se acercó levitando al altar y dijo: “Serafín, Serafín, qué haces arrodillado en lacama, venga, levanta, que la tía Julieta te trae un recado del alcalde”. Serafín se des-pertó sin saber qué estaba ocurriendo. Miró a su mujer con los ojos desorbitados ysalió corriendo con unos calzoncillos de leopardo que le regaló Magdalena el día delos enamorados. Ya en la puerta, la tía Julieta lo miró de arriba a abajo y dijo:“Bonitos calzoncillos. El alcalde quiere verte para ultimar los detalles de la procesiónde la Virgen de la Salud”.

Serafín se quedó con la boca abierta y sus calzoncillos de leopardo, mientras la tíaJulieta se alejaba. Cuando llevaba andados unos pasos, se giró, le guiñó un ojo y selevantó la falda para que Serafín pudiera ver con estupor su tanga rojo con la leyen-da de letras brillantes que decía: “Si me tienes que achuchar…”

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Canela era un perro viejo que perteneció a mi padre antes de venir yo a este mundo.Era uno más de la familia, ambos crecimos juntos y al morir mi padre todavía nosunimos más. Yo era para él su protector y él para mí la sombra alargada de mi padre.

Un día, en hora temprana y luminosa de las que resplandecen bizarras tierraadentro, salimos a recorrer los caminos y veredas que conducen a la escasa huerta,que todavía existe. Canela no cesaba de saltar ribazos y girar varias veces en rededorde los manzanos que encontraba en su camino, ambos acabamos extenuados por loque tomé la decisión de regresar por la carretera de asfalto que conduce al pueblopara que el camino llano y con pendiente a favor aliviara nuestro regreso.

Ahora sé que nunca debí hacerlo. El perro caminaba delante de mí, acostumbra-do a transitar por angostos caminos de caballerías, la pista de pavimento le debióresultar una inmensa llanura, lo que en principio pareció gustarle.

Llegando al pueblo, apenas unos cuatrocientos metros antes, existe una cerradacurva que hizo que lo perdiera de vista por un instante, al momento escuché un fuer-te golpe, un sonido hueco de campana sin badajo, que retumbó en mi cabeza conespanto.

Corrí asustado hacia allí. Orillado en la cuneta, Canela lanzaba quejidos de dolor,no tenía ni la fuerza de un ladrido para maldecir al coche, que a toda velocidad lehabía embestido. Su conductor, al verme, ni siquiera se detuvo, todo lo contrario,todavía aceleró más su marcha.

Con lágrimas en los ojos, sin saber muy bien qué hacer, abracé a mi perro, lo beséy corrí a mi casa confuso y aterrado, llamando a mi madre.

Como pude le conté lo sucedido, mi madre me miró muy afligida, pero se guardócualquier reproche, solo cogió un saco de esparto de los de abono orgánico y ambossalimos a toda la velocidad que nos permitían las temblorosas piernas hasta larevuelta donde quedó Canela.

Llegué primero, el perro seguía inmóvil, pero en sus ojos todavía había vida y sepercibía una mirada de agradecimiento al vernos.

CANELA

Francisco Ponce Serrano

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Mi madre, al tiempo que maldecía a los coches, cogió con sus manos resecas yencallecidas al animal, lo envolvió en el saco y utilizó su delantal a modo de hatillopara sujetarlo mejor. Regresamos al pueblo, en busca de auxilio.

Durante el trayecto yo me esforzaba en ayudar en lo que podía para aliviar la fati-ga de mi madre, que mostraba signos evidentes de cansancio. Descargamos a Canelaen la entrada de la casa del veterinario, donde un cartel deteriorado por el sol quemostraba cabezas de animales desdibujadas, era ahora como una acuarela, borrosa,falta de colorido.

- Llama al timbre, ¡aprisa! -inquirió mi madreDon Rosendo, un hombre de cara seria y ojos impenetrables, se hizo cargo de la

situación y de Canela, lo puso sobre una camilla de blanca y limpia sábana, exami-nó al perro y volviendo la cabeza sólo nos dijo:

-Ya no precisa nada, ha muerto.Rota cualquier esperanza que pudiera anidar todavía en mi corazón, comencé a

llorar desconsoladamente, mi madre se derrumbó sobre la vieja silla que completa-ba el humilde mobiliario de aquella sala de urgencias y me abrazó. Sentí el calor desu vientre, sentí el olor a mi perro, sentí lo injusto de la vida, Canela había sido elcompañero de paseos, en las frías noches de invierno calentaba mis piernas con sucuerpo, sus ladridos avisaban de cualquier ruido o intruso, era todo lo que junto aese pequeño trozo de huerta, que ahora cultivaba mi madre, nos había dejado mipadre.

Le pedimos a Don Rosendo que nos vendiera esa póstuma sábana blanca quehabía sustentado el cuerpo de Canela en su último aliento, se la pagaríamos en unpar de veces.

El veterinario nos ayudó a envolver al perro con ella y sólo dijo:-No preocuparos, os la doy.El sol comenzaba a esconderse tiñendo el cielo de tonos naranjas. Entre dos ami-

gos de mi edad, que enterados del suceso vinieron a ayudarme, con Canela en bra-zos bajamos en silencio por la vereda que esa misma mañana habíamos recorridocamino de la huerta, mi madre detrás, con el rostro color cera y en su mano, unaazada.

En una esquina, al pie de un viejo nogal, bastante deteriorado por los años y losfríos, mi madre hizo un hoyo profundo, y cuando sus manos ya mostraban bambo-llas quizá de la rabia con que clavaba el hierro del azadón en la dura tierra, se sentóen un ribazo, depositamos en el fondo a Canela y lo cubrimos con la tierra extraídaalgo más húmeda por las lagrimas vertidas en cada palada.

Ha pasado un tiempo, pero desde aquel día, en la revuelta de la carretera, cuan-do pasa algún coche, se escuchan unos fuertes ladridos, quizá es la protesta de losperros de este mundo reclamando justicia por los crímenes cometidos en las carre-teras para con todos sus hermanos.

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Este libro, de la serie

ALCUBLAS ESCRIBE, se ha editado para ser distribuido en las fiestas de San Antón 2012

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AyuntAmiento

de AlcublAs