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LA COMUNICACION

a comunicación implica receptividad al universo, a sus criaturas y a las

situaciones que se presentan.

Para que exista una verdadera comunicación, se necesita fe en la capacidad de evolucionar del ser humano. Sin esa fe en la capacidad de transformación, no se podría emitir ni una sola palabra renovadora.

La comunicación presupone la unión de esfuerzos en busca de la Realidad, de una Verdad mayor. Para que sea fluida, cada ser necesita seguir la huella de su realidad interna, manifestando verdad y honestidad consigo mismo y con el mundo donde vive.

Cuando la persona quiere perfeccionar la comunicación, generalmente se empeña en perfeccionar su lenguaje y expresión, olvidándose de que hace falta, por sobre todo, perfeccionar su capacidad de escuchar. Una comunicación fluida sólo se establece si existe un esfuerzo consciente para escuchar. Nunca se debe escuchar solamente lo que es de interés personal. El egocentrismo es incompatible con la comunicación, pues vuelve al ser incapaz de escuchar al otro.

Para que se profundice la comunicación, hay que saber

ponerse en el lugar de los demás. Así crecen la fraternidad y la compasión.

La comunicación será deficiente si en su transcurso hay dispersión y si se le presta atención a otras cosas.

Una comunicación eficiente no puede ser excesivamente sintética ni compleja.

Antes de transmitir un mensaje, hay que estar seguro de su contenido. Así se evita el descrédito por difundir informaciones contradictorias.

La comunicación trasciende las palabras; se compone también de las actitudes, de los gestos, del tono de voz, de la expresión física, de las opciones y de las metas de los interlocutores.

Se debe organizar el contenido de lo que se transmitirá, y buscar la forma de comunicarlo correctamente.

Cada acción en favor de la buena comunicación es un avance para llegar a la armonía.

Es una comunicación viva, y se debe entrar en detalles sólo cuando sea indispensable.

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LA TOLERANCIA

odríamos definir la tolerancia como la aceptación de la diversidad de opinión, social, étnica,

cultural y religiosa. Es la capacidad de saber escuchar y aceptar a los demás, valorando las distintas formas de entender y posicionarse en la vida, siempre que no atenten contra los derechos fundamentales de la persona...

La tolerancia si es entendida como respeto y consideración hacia la diferencia, como una disposición a admitir en los demás una manera de ser y de obrar distinta a la propia, o como una actitud de aceptación del legítimo pluralismo, es a todas luces una virtud de enorme importancia.

El mundo sueña con la tolerancia desde que es mundo, quizá porque se trata de una conquista que brilla a la vez por su presencia y por su ausencia. Se ha dicho que la tolerancia es fácil de aplaudir, difícil de practicar, y muy difícil de explicar.

Hay una tolerancia propia del que exige sus derechos: La oposición de Gandhi al gobierno británico de la India no es visceral sino tolerante, fruto de una necesaria prudencia. En sus discursos repetirá incansablemente que, “dado que el mal sólo se mantiene por la violencia, es necesario abstenerse de toda violencia”. Y que, “si respondemos con violencia, nuestros futuros líderes se habrán formado en una escuela de terrorismo”. ¿Les suena esto en la actualidad mundial?. Además, “si respondemos ojo por ojo, lo único que conseguiremos será un país de ciegos”.

¿Cuándo se debe tolerar algo? La respuesta genérica es: siempre que, de no hacerlo, se estime que ha de ser peor el remedio que la enfermedad. Se debe permitir un mal cuando se piense que impedirlo provocará un mal mayor o impedirá un bien superior. Ahí entra en juego nuestro discernimiento. Defender una doctrina, una costumbre, un dogma, implica casi siempre no tolerar su incumplimiento. Con este concepto entendemos claramente que la verdad siempre surge desde la individualidad y que las verdades generalistas solo nos llevan a un camino de confusión.

De todas formas, hay dos evidencias claras: que hay que ejercer la tolerancia, y que no todo puede tolerarse. Compaginar ambas evidencias es un arduo problema.

Todos los análisis realizados por filósofos y estudiosos de la materia al respecto a la tolerancia aprecian la dificultad de precisar su núcleo esencial: los límites entre lo tolerable y lo intolerable. De nuevo, y como en casi todos nuestros acontecimientos diarios, debemos beber en la fuente de la sencillez, ella será la encargada de otorgarnos el discernimiento que nos de la inspiración para el obra.

EL RESPETO

ignifica valorar a los demás, acatar su autoridad y considerar su dignidad. El respeto se acoge siempre a

la verdad; no tolera bajo ninguna circunstancia la mentira, y repugna la calumnia y el engaño.

El respeto exige un trato amable y

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cortes; el respeto es la esencia de las relaciones humanas, de la vida en comunidad, del trabajo en equipo, de la vida conyugal, de cualquier relación interpersonal. El respeto es garantía de transparencia.

El respeto crea un ambiente de seguridad y cordialidad; permite la aceptación de las limitaciones ajenas y el reconocimiento de las virtudes de los demás. Evita las ofensas y las ironías; no deja que la violencia se convierta en el medio para imponer criterios. El respeto conoce la autonomía de cada ser humano y acepta complacido el derecho a ser diferente.

El respeto a las personas es una aceptación y valoración positiva del otro por ser persona. Lleva consigo una aceptación incondicional de la persona tal y como es. Es decir, una aceptación sincera de sus cualidades, actitudes y opiniones; una comprensión de sus defectos. En el plano humano, el respeto a las personas implica no considerarse superior a nadie.

Todos sentimos que tenemos el derecho a ser respetados por los demás en nuestro modo de ser, de actuar y de expresarnos. Esto exige de nosotros el deber de respetar igualmente a todas las personas.

El respeto a las cosas es una actividad de valoración de todos los seres animados o inanimados, naturales o elaborados por el hombre, como medios necesarios para la vida y la realización personal de los seres humanos, en diversos niveles. En efecto, el hombre necesita de las cosas para cubrir todas las necesidades vitales, desde las necesidades más primarias y básicas (comida,

vestido, alojamiento) hasta las necesidades más elevadas (desarrollo intelectual, contemplación y creatividad artística, etc.).

En concreto el respeto a las cosas lleva consigo actitudes de:

Admiración y aprecio de la belleza de las cosas y de su utilidad.

Delicadeza en el uso y colaboración en el mantenimiento de las cosas que existen para el servicio y disfrute de todos.

LA CALIDAD

l afán obsesivo por lo cuantitativo se ha convertido en una nota característica de

nuestra época. Todo se mide y se pesa: el dinero, el tiempo, la distancia, las páginas de un libro, los años de una persona, los currículos, los premios... La eficacia, el rendimiento y el éxito son los valores dominantes de nuestra sociedad. Aunque alguna publicidad nos hable del "valor de las ideas", lo que importa en definitiva es casi siempre la "cuenta de resultados".

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Lo cual nos lleva a la utilización abusiva de las personas y de las situaciones, al aprovechamiento constante de los unos por los otros -lo que enrarece y neurotiza el clima de convivencia-, a la mercantilización compulsiva de las relaciones y de la vida en su conjunto. Todo ello va consolidando ese horizonte cuantitativo y pragmatista que nos domina.

Esta exageración unilateral de la cantidad implica una cierta pérdida o degradación de la calidad, porque ambas (cantidad y calidad) son factores no necesariamente excluyentes pero sí correlativos y complementarios. La obsesión por la primera conduce al vacío de la segunda, y ése es un síntoma alarmante que constatamos todos los días.

Es preciso delimitar con cuidado el concepto de calidad, ampliamente manejado con distintas finalidades y connotaciones, y que por eso conviene discernir bien, dada su relativa ambigüedad. Hoy se pide calidad para todos y para todo, se habla de "calidad de vida", "calidad de la educación", etcétera. Precisamente esta última -y las características que se le atribuyen- nos sirve de cautela para nuestro propósito de discernir la calidad. Al concepto de calidad educativa se le reviste habitualmente de las notas de elitismo, competitividad, esfuerzo personal, eficacia y pragmatismo, que no son las más adecuadas -a mi juicio- para definir el concepto auténtico de calidad. Y algo parecido podríamos decir en otros terrenos.

La búsqueda de calidad se encuadra en el horizonte de sentido que orienta nuestra vida y las relaciones humanas y sociales. Un sentido que tiende a la plenitud, a

una progresiva maduración, pero que asume las limitaciones y contradicciones vitales que soportamos. Ese horizonte de sentido tiene que ver también con nuestra capacidad de discernimiento, para ser utilizada como instrumento de reflexión y de análisis en las circunstancias más diversas. Un discernimiento crítico permanente que nos ayuda a caminar con acierto -o al menos con dignidad y con sentido- a lo largo de la vida.

La calidad tiene relación, en alguna medida, con el talento. Existen diversas clases de talento: poético, contemplativo, profético, irónico... El talento no se corresponde exactamente con la fama o el éxito, aunque pueden coincidir. Ni el talento ni la calidad son necesariamente la "excelencia", ni el refinamiento o el elitismo como concepción y práctica de la vida. La sofisticación y la falta de sencillez no adornan precisamente a la calidad, sino más bien al contrario.

LA ARMONIA

a armonía puede ser definida como la conjunción entre el movimiento, el orden, la estabilidad y el equilibrio que

se percibe en un objeto real o imaginario, lo cual estimula al sujeto, produciéndole una agradable sensación de paz, alegría o éxtasis interior.

La naturaleza tiene armonía, es decir posee un ordenamiento que no es estático sino que está en permanente movimiento e interactúan en ella ciertas fuerzas o principios elementales.

La armonía es, en cierta manera,

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Mario Fernando RoseroAnyely Camila Aguirre ErazoGrado: 11-2

sinónimo de equilibrio y estabilidad, pero se diferencia de estos dos términos en el sentido de que abarca más cosas y entre ellas está el hecho de que afecta sensiblemente y benéficamente a nuestro estado de ánimo, a nuestros sentidos y en especial a nuestros sentimientos.

Generalmente el concepto de armonía está íntimamente relacionado con las artes, (el diseño, la pintura, la música, la escultura, etc.) Sin embargo, a la luz de los valores y las virtudes, podemos definir a la armonía como el valor que permite al hombre entrar en un vínculo, en una relación de dar y recibir con todas las cosas que le rodean y con sus semejantes, produciéndose un estado de satisfacción y bienestar (interior y exterior), tanto en si mismo, como en los otros seres con quien éste se relaciona. La toma de conciencia de este valor, su búsqueda y la puesta en práctica en la vida cotidiana, hace que el sujeto incorpore la armonía como virtud, convirtiéndose en una persona armoniosa en su quehacer diario.

Cuando observamos una correspondencia o reciprocidad en el vínculo formado entre dos o más seres o cosas, decimos entonces que hay armonía en sus relaciones.

El carácter armonioso de un individuo consiste en su capacidad de adaptarse activamente a las circunstancias (adaptabilidad); de su flexibilidad al confrontarse con las diferentes maneras de pensar, sentir y actuar de otras personas y su habilidad de expresarse ante los demás, con valores tales como la elocuencia, la amabilidad, el tacto, y la bondad.

Se logra la armonía cuando el sujeto entra en una acción de dar y recibir con un determinado objeto (la palabra objeto no se refiere necesariamente a un objeto material, puede ser otra persona o grupo de personas), pero esta relación por sí misma no es suficiente, es necesario para que haya armonía el reconocimiento de que entre ambos existe un propósito motivador en común que une al sujeto con el objeto; y debe existir también como consecuencia, un resultado que coincida con dicho propósito.