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Volumen 38, Nº 2, 2006. Páginas 185-196 Chungara, Revista de Antropología Chilena 1 Museo Etnográfico, Moreno 350, 1091 Buenos Aires. [email protected] Recibido: febrero 2004. Aceptado: agosto 2006. CATEGOREMAS INDÍGENAS Y DESIGNACIONES ARQUEOLÓGICAS EN EL NOROESTE ARGENTINO PREHISPÁNICO INDIGENOUS CATEGOREMS AND ARCHAEOLOGICAL DESIGNATIONS IN PREHISPANIC NORTHWEST ARGENTINA María Cristina Scattolin 1 Las categorías usadas en las clasificaciones arqueológicas, de modo similar a las etnocategorías indígenas, son objeto de represen- taciones mentales por parte de los mismos investigadores. Por eso también pueden ser materia de estudio a investigar, tal como la antropología ha investigado los esquemas conceptuales de los indígenas. Una vigilancia metódica de las clasificaciones arqueoló- gicas podría contribuir a extirpar valoraciones que persisten en la investigación científica. Esta idea se aplica al análisis del primer milenio d.C. en el valle de Santa María del noroeste argentino. Los resultados demuestran que las categorías de análisis en arqueo- logía se imponen por la incorporación incontrolada de esquemas cognitivos indígenas y se emancipan de nuestro dominio por la repetición rutinaria más que por validación científica. Además, confirman que “lo que es cierto del pensamiento salvaje, es cierto de todo pensamiento culto” y ratifican la conveniencia de someter regularmente a revisión las categorías de análisis en arqueología. Palabras claves: clasificaciones arqueológicas, categorías indígenas, noroeste argentino. In a similar way to indigenous ethnocategories, categories used in archaeological classifications are an object of mental representations by researchers. Hence, they can be scrutinized also, just as anthropology has studied native conceptual schemes. A methodical review of archaeological classifications would reduce subjective valuations that persist in scientific research. This idea is applied to the analysis of the first millennium A.D. in the Santa María Valley, Northwest Argentina. The results show that archaeological categories are imposed by the uncontrolled incorporation of indigenous cognitive schemes and become emancipated from our control by routine repetition more than by scientific validation. This work confirms that “what is certain of the savage thought, is certain of all learned thought” and it ratifies the appropriateness of regularly subjecting archaeological categories to review. Key words: Archaeological classifications, indigenous categories, Northwest Argentina. Los primeros esquemas de clasificación de la cultura prehispánica del noroeste argentino, en los Andes del sur, comenzaron tempranamente y abar- caron las definiciones iniciales de estilos cerámi- cos: draconiano, santamariano, etc. Luego, las de- signaciones de áreas culturales y períodos deli- mitaron universos de estudio y permitieron distinguir puntos focales de innovaciones cultura- les o de difusión de ideologías: Valliserrana, Sel- vas Occidentales 1 , Puna, Atacama, Tiahuanaco, Cuzco. Más tarde, los materiales arqueológicos per- mitieron interrogarse acerca de la existencia de una particular estrategia adaptativa y de subsistencia, distinguir “centros de domesticación” y “orígenes de los procesos civilizatorios”, ordenar la relativa complejidad tecnológica y sociopolítica y conocer los procesos de jerarquización social y de integra- ción estatal. Todo este trabajo generó clasificacio- nes arqueológicas, designando períodos, áreas cul- turales, regiones, tipos evolutivos, focos de difu- sión, etc., que han funcionado como categorías. Pero las clasificaciones espaciales, la delimi- tación y la nominación de regiones, costumbres, artes, conductas y poblaciones, no son prácticas llevadas a cabo exclusivamente por antropólogos, geógrafos, arqueólogos o científicos en general. En efecto, en los Andes del sur, los mismos indígenas establecieron distinciones espaciales entre ellos: En la percepción aymara (horizonte inter- medio tardío: siglos XII-XV) del espacio, todo el sector entre Titicaca y Beni perte- necía al Umasuyu, mundo húmedo, vege- tal, oscuro, concebido como “femenino” e “inferior” en la jerarquía dualista, por oposición a la “mitad” occidental, desér- tica, mineral, con luz intensa, el Urcusu- yu, el “lado del cerro”. Esta bipartición del

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185Categoremas indígenas y designaciones arqueológicas en el noroeste…Volumen 38, Nº 2, 2006. Páginas 185-196

Chungara, Revista de Antropología Chilena

1 Museo Etnográfico, Moreno 350, 1091 Buenos Aires. [email protected]

Recibido: febrero 2004. Aceptado: agosto 2006.

CATEGOREMAS INDÍGENAS Y DESIGNACIONESARQUEOLÓGICAS EN EL NOROESTE

ARGENTINO PREHISPÁNICO

INDIGENOUS CATEGOREMS AND ARCHAEOLOGICAL DESIGNATIONSIN PREHISPANIC NORTHWEST ARGENTINA

María Cristina Scattolin1

Las categorías usadas en las clasificaciones arqueológicas, de modo similar a las etnocategorías indígenas, son objeto de represen-taciones mentales por parte de los mismos investigadores. Por eso también pueden ser materia de estudio a investigar, tal como laantropología ha investigado los esquemas conceptuales de los indígenas. Una vigilancia metódica de las clasificaciones arqueoló-gicas podría contribuir a extirpar valoraciones que persisten en la investigación científica. Esta idea se aplica al análisis del primermilenio d.C. en el valle de Santa María del noroeste argentino. Los resultados demuestran que las categorías de análisis en arqueo-logía se imponen por la incorporación incontrolada de esquemas cognitivos indígenas y se emancipan de nuestro dominio por larepetición rutinaria más que por validación científica. Además, confirman que “lo que es cierto del pensamiento salvaje, es ciertode todo pensamiento culto” y ratifican la conveniencia de someter regularmente a revisión las categorías de análisis en arqueología.

Palabras claves: clasificaciones arqueológicas, categorías indígenas, noroeste argentino.

In a similar way to indigenous ethnocategories, categories used in archaeological classifications are an object of mental representationsby researchers. Hence, they can be scrutinized also, just as anthropology has studied native conceptual schemes. A methodical reviewof archaeological classifications would reduce subjective valuations that persist in scientific research. This idea is applied to theanalysis of the first millennium A.D. in the Santa María Valley, Northwest Argentina. The results show that archaeological categoriesare imposed by the uncontrolled incorporation of indigenous cognitive schemes and become emancipated from our control by routinerepetition more than by scientific validation. This work confirms that “what is certain of the savage thought, is certain of all learnedthought” and it ratifies the appropriateness of regularly subjecting archaeological categories to review.

Key words: Archaeological classifications, indigenous categories, Northwest Argentina.

Los primeros esquemas de clasificación de lacultura prehispánica del noroeste argentino, en losAndes del sur, comenzaron tempranamente y abar-caron las definiciones iniciales de estilos cerámi-cos: draconiano, santamariano, etc. Luego, las de-signaciones de áreas culturales y períodos deli-mitaron universos de estudio y permitierondistinguir puntos focales de innovaciones cultura-les o de difusión de ideologías: Valliserrana, Sel-vas Occidentales1, Puna, Atacama, Tiahuanaco,Cuzco. Más tarde, los materiales arqueológicos per-mitieron interrogarse acerca de la existencia de unaparticular estrategia adaptativa y de subsistencia,distinguir “centros de domesticación” y “orígenesde los procesos civilizatorios”, ordenar la relativacomplejidad tecnológica y sociopolítica y conocerlos procesos de jerarquización social y de integra-ción estatal. Todo este trabajo generó clasificacio-nes arqueológicas, designando períodos, áreas cul-

turales, regiones, tipos evolutivos, focos de difu-sión, etc., que han funcionado como categorías.

Pero las clasificaciones espaciales, la delimi-tación y la nominación de regiones, costumbres,artes, conductas y poblaciones, no son prácticasllevadas a cabo exclusivamente por antropólogos,geógrafos, arqueólogos o científicos en general. Enefecto, en los Andes del sur, los mismos indígenasestablecieron distinciones espaciales entre ellos:

En la percepción aymara (horizonte inter-medio tardío: siglos XII-XV) del espacio,todo el sector entre Titicaca y Beni perte-necía al Umasuyu, mundo húmedo, vege-tal, oscuro, concebido como “femenino”e “inferior” en la jerarquía dualista, poroposición a la “mitad” occidental, desér-tica, mineral, con luz intensa, el Urcusu-yu, el “lado del cerro”. Esta bipartición del

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conjunto andino por una y otra parte del“eje acuático” central parece fundarse endistinciones étnicas. Thérèse Bouysse-Cassagne… evoca el desprecio aymarahacia esta humanidad del sector acuáticoy deprimida (valles): urus y puquinas re-chazados por su suciedad, yungas, por suegoísmo. Cuesta abajo, ya se sale de lahumanidad “inferior” para caer en el do-minio de los “salvajes”, los Chunchus pa-recidos a las fieras de las colinas selváti-cas. Entonces, bajo la mirada de lospastores aymaras, la humanidad andina-oriental oscila entre esos dos polos extre-mos: la Cultura (los urcojaque, hombrespor excelencia) y la Naturaleza (animali-dad) (Saignes 1985:ix).

Al referirnos a estas clasificaciones, admiti-mos que en tales visiones y divisiones indígenasdel mundo participa el mito y, en ese sentido, fun-cionan como el “pensamiento mágico” o “salva-je”, es decir, ese saber independiente y comple-mentario “de ese otro sistema que constituirá laciencia” (Lévi-Strauss 1999:30), y, en general, sos-tén de la legitimación de un origen o justificaciónde un orden “natural” de las cosas. Esas categoríasde percepción y pensamiento cargan representacio-nes etnocéntricas que portan valores subjetivos. Lossistemas simbólicos son productos sociales; perono sólo eso: no se limitan a reflejar las relacionessociales, sino que también contribuyen a construir-las. Es decir, no son sólo instrumentos de conoci-miento, pueden funcionar también como instru-mentos de dominación (Bourdieu 1980).

A la vez, en “ese otro sistema que constituyela ciencia”, la tarea de evaluación de los criteriosde las ordenaciones regionales, étnicas, evolutivas,etc., que compete a la antropología, no debe pasarpor alto que en la práctica social tales criterios (porejemplo, un modo de subsistencia o producción,una tecnología, un estilo artístico, un medio am-biente particular) son también

objeto de representaciones mentales, esdecir de actos de percepción y de aprecia-ción, de conocimiento y de reconocimien-to, en los que los agentes invierten susintereses y sus presupuestos, y de repre-sentaciones materiales, en las cosas (em-blemas, banderas, insignias, etc.) o en los

actos, estrategias interesadas de manipu-lación simbólica destinadas a determinarla representación (mental) que los otrospuedan hacerse de esas propiedades y desus portadores. Dicho de otra manera, losrasgos que censan los etnólogos y los so-ciólogos objetivistas desde que son perci-bidos y apreciados como lo son en las prác-ticas, funcionan como signos, emblemaso estigmas (Bourdieu 1980:65).

Es decir, son objeto de valoración, la cual pue-de expresarse en una jerarquía social de dominiosy objetos de estudio más o menos consagrados, máso menos prestigiosos, dentro de la disciplina.

Por otra parte, cuando los primeros investiga-dores de los Andes leyeron los relatos de los cro-nistas, tuvieron que enfrentar objetos que son ellosmismos el producto ya preconstruido de una inter-pretación dominante. Así Thierry Saignes comen-ta que, debido al “efecto, quizás, de este desprecioandino hacia los márgenes orientales, los instru-mentos de estudio son insuficientes” (Saignes1985:xi). Y nota que

la percepción hispánica del piedemonte[oriental] prolonga la visión andina, ay-mara o inca [dominante]”.Por su afán imperialista, el estado inca debecanalizar la violencia hacia el exterior, supretensión totalizadora requiere la incorpo-ración de todos los pueblos, incluso los “re-pelentes” salvajes llaneros… los últimosIncas envían sin cesar ejércitos para atra-vesar las colinas boscosas y reducir a sustemidos ocupantes antis, chunchos, chiri-guanos quienes llenan de espanto a los cro-nistas andinos (Saignes 1985:xi).

Más tarde, según Saignes, “aún los estudioscientíficos posteriores pecan de esa terrible espe-cialización ya evocada: las poblaciones andinas“centrales” tienen una historicidad, mientras quelas poblaciones amazónicas “marginales” son con-denadas a un arcaísmo inmóvil” (Saignes 1985:xiii;para el noroeste argentino, ver Ortiz y Ventura 2003,Ventura 1994). Es decir, que los primeros historia-dores andinos habrían incorporado las representa-ciones indígenas de la geografía cosmológica y lahistoria mítica a sus propios modelos del pasado(Ventura 1994:302).

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Por eso no resulta extraño que, aunque la sín-tesis arqueológica de Palavecino (1948) evitaraplantear analogías etnográficas o históricas direc-tas, igualmente expresaba:

Al hablar de grupo cultural andino entien-do referirme a aquellos yacimientos cuyocontenido representa sin mayores déficitslos rasgos fundamentales del patrimoniocultural andino, en tanto que bajo la de-signación de subandino, según la feliz ex-presión de Cooper, agrupo a aquellos pa-trimonios que en algún sentido capitaldenotan un cierto grado de pobreza res-pecto de aquéllos. Estos últimos puedencorresponder a grupos marginales que seconservaron en una etapa primitiva supe-rada por los representantes típicos, o biena grupos aculturados sólo en parte, o a des-prendimientos viejos del núcleo central yulteriormente depauperados.Al grupo andino típico pertenecen los ya-cimientos de la Puna, los de la quebradade Humahuaca, los de los valles delNoroeste y los del Chaco santiagueño. Losgrupos subandinos forman un extenso cín-gulo que se extiende de Norte a Sur al Estedel área andina, separando del núcleo prin-cipal la vasta área de la llanura santiague-ña. Integran el cíngulo subandino los ya-cimientos de Santa Victoria, exploradospor Márquez Miranda, los de oriente juje-ño excavados por Boman, los de la Can-delaria que fueron dados a conocer porSchreiter, Métraux y Rydén, y los de lassierras de Córdoba estudiados por Outes,Aparicio y Serrano (Palavecino 1948:496)[énfasis mío].

Al analizar este párrafo, hoy resulta difícil esta-blecer cuál es la medida de pobreza/riqueza que setomó en cuenta para determinar que los yacimien-tos chaco-santiagueños eran más ricos en su patri-monio de rasgos andinos que los yacimientos de LaCandelaria y, por consiguiente, unos y otros caye-ran en diferentes lados de la frontera andino/suban-dino, rico/pobre. Esto lleva a recordar la carga devalores que puede estar encerrada en cualquier cla-sificación ya sea “indígena” ya sea “científica”.

Una reflexión sobre el primer milenio d.C. enel valle de Santa María o Yocavil2 (Figura 1), que

estudió hace un tiempo (Scattolin 2000, 2003a y2003b), permite examinar cómo la cultura mate-rial ha sido usada para interpretar el grado relativode desarrollo y complejidad de las poblaciones pre-hispánicas del noroeste argentino. Por tal caminoes posible revisar si el relato resultante incorporade manera impensada como instrumentos de co-nocimiento, es decir, como herramientas metodo-lógicas para la investigación, categorías de percep-ción y pensamiento indígenas, cuando en realidaddebería tomarlas como temas de análisis (Bourdieu1990). En última instancia, propongo considerarque los esquemas, clasificaciones y modelos ar-queológicos puedan ser examinados como clasifi-caciones indígenas a fin de revelar su fundamentoy restarles subjetividad.

Representaciones Simbólicas yCategorías Conceptuales Indígenas

Cuando estudié la iconografía de los recipien-tes cerámicos del primer milenio d.C. de Yocavilen relación con conjuntos vecinos, comprobé queportaban significaciones que integraban nocionesy oposiciones del espacio corporal, el espacio cós-mico y el espacio social, imbricadas con ordena-ciones sexuales. Al analizar las posturas del cuer-po de los individuos masculinos y femeninosrepresentados, buscaba una vía para estudiar lossistemas simbólicos del pasado (Scattolin 2003a).Me referiré a ello brevemente.

Uno de los personajes más populares en el pri-mer milenio d.C. del noroeste argentino, presenteen la cerámica de estilo Aguada de los valles deHualfín y Ambato, es el “guerrero-sacrificador”.Esta figura podría tener múltiples aspectos mani-festados por sus posturas y atributos asociados (Fi-gura 2). Entre sus atributos más característicos estáel de presentarse erguido y de frente, portar armas,hachas y cetros en sus brazos elevados, llevar tro-feos de cráneos o estar cubierto con una máscarafelínica. Raramente aparece con sus rasgos sexua-les fenotípicos, y entonces se representan genita-les masculinos. Pocas veces se ve de espaldas. Selo asocia a la idea de un varón, potencialmenteagresivo, con poderes y saberes sobrenaturales yseculares. Podría representar a un oficiante ritual ochamán-sacerdote, un líder de aspecto violento, elrepresentante terrenal de una deidad solar andina,o más generalmente un individuo de mayor jerar-quía (González 1998; Pérez Gollán 2000).

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Figura 1. Noroeste argentino. El valle de Santa María y alrededores.Northwestern Argentina. Santa María Valley and surrounding areas.

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Figura 2. El guerrero y sus atributos: (a, b y d) valle de Hualfín; (c) Ambato (tomado de González y Baldini 1991).The warrior and his attributes: (a, b and d) Hualfín Valley; (c) Ambato (from González and Baldini 1991).

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El guerrero aparece en una manufactura alfa-rera reconocida como la más lograda en toda lahistoria prehispánica del noroeste argentino. Porlo común se representa bidimensionalmente, enpaneles rectangulares, que se aprecian de frente,incisos o grabados sobre una superficie negra o grispulida. Los recursos estilísticos usados se mues-tran convencionalizados y sugieren participaciónen la misma esfera simbólica de Tiwanaku. Estacerámica porta otro de los protagonistas más reco-nocidos, el jaguar, o uturunco, imagen feroz querepresentaría una deidad de antigua raigambre an-dina (Pérez Gollán 2000). Hay muy escasas repre-sentaciones femeninas en la cerámica Aguada.

Tanto el guerrero como el uturunco contras-tan con los motivos registrados recientemente enlas colecciones de Yocavil (Scattolin 2003b). Unacuarta parte (n=79) de los 310 recipientes del pri-mer milenio analizados comprende vasijas de tipoefigie. La imaginería tiende mayoritariamente a la

figuración de seres humanos y aves. La mitad delos vasos efigie son antropomorfos (n=40, inclu-yendo zooantropomorfos). En general, hay rostrosy cuerpos sin indicación de sexo, pero los únicoscinco casos sexuados que registré exhiben imáge-nes femeninas. Uno de estos vasos representa unamujer que lleva un cántaro en la espalda. Otra mu-jer está sentada y muestra un orificio entre las pier-nas y glúteos abultados apreciables de espaldas(Figura 3 a-d). Son muy populares también las efi-gies de aves con alas aplicadas.

En las vasijas-mujer se da la postura arrodilla-da, o sentada, es decir, una postura dócil. La apre-ciación visual es volumétrica, lateral, frontal y pos-terior donde se alcanzan a ver las nalgas. Además,las mujeres-vasijas aparecen en diferentes manu-facturas, no sólo las más perfectamente confeccio-nadas. Asimismo, ningún recipiente se ha identifi-cado como masculino, ninguna pieza presentó laimagen de “el guerrero-sacrificador” o trofeos de

Figura 3. (a) Mujer llevando un cántaro a la espalda, gris pulido, alt. 10 cm, Quilmes; (b) vasija-mujer, beige pulido, alt. 14,5 cm,Cafayate; (c) vasija-mujer, rojo pulido, alt. 18 cm, Tolombón; (d) vasija-mujer, alt. 11,5 cm, Santa María; (e) monolito con figurade alter-ego, la “mujer-saurio” o “mujer-felino” entre dos plataformas de un asentamiento de Alamito; alt. 100 cm (González yNúñez Regueiro 1960; Núñez Regueiro 1998); (f) monolito fálico, Tafí del Valle, alt. 190 cm (Bruch 1911).(a) Woman carrying a pitcher on her back, polished gray, height: 10 cm, Quilmes; (b) woman-as-container, polished beige,height: 14.5 cm, Cafayate; (c) woman-as-container, polished red, height: 18 cm, Tolombón; (d) woman-as-container, height: 11.5cm, Santa María; (e) freestanding stone pillar with alter-ego representation, “saurian woman” or “feline woman” between twoplatforms at an Alamito site; height: 100 cm (González and Núñez Regueiro 1960; Núñez Regueiro 1998); (f) phallic monolith,Tafí del Valle, height: 190 cm (Bruch 1911).

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cráneos y “el felino” es notable por su escasez yexcepcionalidad.

Aparte de las vasijas, la expresión material dela asignación de estatus y posiciones en el espaciosocial durante el primer milenio se manifiesta tam-bién en el uso de distinciones sexuadas en objetosostensibles ubicados en espacios abiertos, como losmonolitos sexuados de Alamito (González y NúñezRegueiro 1960:143) o de Tafí del Valle, fuera deYocavil (Bruch 1911). Estos monolitos constitu-yen expresiones materiales objetivadas de estrate-gias de inversión simbólica convenientes para au-mentar el capital de reconocimiento de una ciertacategoría social en relación con un orden sexuado.

Estos postes líticos se manifiestan en el espa-cio comunal colectivo de la unidad doméstica, fa-milia, linaje, clan, grupo de parentesco o etnia, yasí contribuyen a instituir los principios que fun-dan las diferencias estatutarias y, a la vez, sexuadasentre segmentos sociales (Figura 3e, f). De modosimilar, las representaciones sexuadas en cerámicade alta calidad, v.g., de estilo Aguada, asociadas aestructuras ceremoniales, sugieren estrategias si-milares a nivel comunitario o supracomunitario.

En este sentido, las ubicaciones de los objetosen un espacio cargado de significaciones –que en-globan oposiciones como arriba/abajo, superior/intermedio/inferior, oeste/este, alto/bajo, cerro/lla-no, celeste/terrestre, recto/curvo, derecha/izquier-da, etc.– podrían haber funcionado como operado-res de distinción entre segmentos sociales talescomo las expresadas por los términos conceptua-les históricamente particulares de hanan/hurin ourco/uma usados en el área andina durante los si-glos XII a XV, pero que podrían tener origen enépocas más remotas (Saignes 1985:ix). Estos con-ceptos, que han sido estudiados como elementosfundamentales del sistema simbólico del área andi-na, operan como en cualquier esquema cognitivo:organizan una visión del mundo, pero a la vez cum-plen, asimismo, funciones políticas, normalmentelegitimando una visión construida desde el puntode vista del grupo dominante (Bourdieu 1990).

Así, la expresión material de los gestos y acti-vidades asociadas a cada sexo en la cultura mate-rial aquí descritas constituyen una forma de obje-tivación que distribuye atributos posturales-espaciales-corporales de fácil, casi directa conno-tación valorativa a cada uno de ellos, lo cual per-mite elaborar distinciones categoriales. Una vez quetales prácticas sexuadas quedaban objetivadas en

las cosas, se daban entonces unas condiciones óp-timas para que ciertas categorías pudieran ser usa-das en estrategias de inversión simbólica encami-nadas a asegurar o mantener la legitimación de ladominación y de su fundamento (Bourdieu 1994).Es decir, que ciertos objetos pueden ser empleadoscomo medios materiales para contribuir a produciry reproducir desigualdades persistentes. Puedenfuncionar como representaciones de mitos, esossaberes sin ciencia, destinados a la justificación olegitimación de un orden natural de las cosas.

En el noroeste argentino la dimensión sexualde la cultura material pudo activarse para proyec-tar la estructura de las relaciones sociales y –juntocon ordenaciones espaciales (anatómicas, corpo-rales, geográficas, topográficas), temporales (an-tepasados remotos y recientes), de parentesco (da-dores y tomadores de mujeres), etc.– estaba adisposición como uno de los clivajes privilegiadospara proyectar la estructura de relaciones sociales,económicas y simbólicas que condujo a la institu-cionalización de jerarquías sociales. El análisis pre-cedente podría considerarse entonces como unaaproximación al sistema de clasificación/categori-zación de aquellas poblaciones y, al mismo tiem-po, a sus sistemas de imposición de un orden. ¿Cuálha sido a su vez el esquema arqueológico usadopara clasificar esas sociedades aldeanas?

El Yocavil del Primer Milenioen las Distribuciones Arqueológicas

En 1948 también Wendell Bennett dio a cono-cer su propuesta de ordenamiento de la arqueolo-gía del noroeste argentino, pero más despojada devaloraciones que la de Palavecino. Bennett dividióel noroeste argentino en cuatro áreas –norte, cen-tro, sur y este– que estaban formuladas sobre labase de distribuciones de estilos cerámicos. Al áreacentro, abarcada por los valles de Santa María, Cal-chaquí, Lerma, parte de la Puna y de las Yungas, leatribuyó los estilos Candelaria y Tafí (Bennett etal. 1948). Consignó, además, que en Yocavil tam-bién estaban representados los estilos definidos mástarde por González (1963) en Hualfín: Ciénaga yAguada. Éstos eran compartidos con el área sur,que Bennett delimitó desde Hualfín hacia el sur.

En 1963 González presentó un mapa culturaldiferente que tuvo gran aceptación. Distinguió unárea valliserrana que incluía los valles Calchaquí yYocavil junto con el de Hualfín y otros hacia el

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sur, constituyendo la región con las culturas másadelantadas y pioneras (González y Pérez 1972:28)a la que más tarde se adicionó la región de Ambato(González 1998). Aparte quedaban las Selvas Oc-cidentales (las Yungas), Humahuaca, la Puna y laregión Chaco-Santiagueña. Organizando los espa-cios jerarquizadamente, González consideraba a laselva como zona periférica desde donde se intro-ducían conflictos desintegradores en la secuenciaprogresiva de evolución (Quiroga 2003). Tal evo-lución habría tenido su punto culminante con eldesarrollo de la cultura Aguada, la que nunca ha-bría sido sobrepasada:

El proceso evolutivo, a nivel continental,prosiguió en la Región Andina Central.Allí los pueblos y culturas alcanzaron elnivel estatal o aún imperial de las socie-dades complejas. Es evidente que este nofue el caso de las culturas del N. O. Ar-gentino, que no superaron en esta fase pre-inca el nivel de desarrollo tecnológico,religioso y socio-político de Aguada… Lasculturas de este período [de 1000 a 1450],no sobrepasaron el grado de complejidadsocio-política que tuvo Aguada (Gonzá-lez 1998:285, 1999:298).

El mapa de González (1963) se combinaba conun cuadro cronológico. A los períodos Tempranoy Medio les asignó, en Calchaquí-Yocavil, la mis-ma sucesión que delimitó en su “secuencia maes-tra” del valle de Hualfín, esto es, Condorhuasi,Ciénaga y Aguada; pero, contrariamente a Bennett,descartó la presencia de los estilos Candelaria-Tafí.Vale decir, González asoció más el valle Yocavil alos desarrollos ocurridos hacia al sur y no tanto aaquellos ocurridos más al norte, al oeste o al este.Desde entonces la idea de que en Santa María-Cal-chaquí deberían esperarse los mismos estilos cerá-micos definidos en la “secuencia maestra” –Cié-naga y Aguada–, parece mantener preponderancia.A esto último se suma el hecho de que las investi-gaciones sobre el primer milenio en Yocavil fue-ron muy discontinuas, lo que contribuyó a que secristalizara una idea que revela una ansiosa expec-tativa por hallar los mismos estilos cerámicos queen Hualfín:

Arqueológicamente, el Valle de SantaMaría es casi desconocido para el Perío-

do Medio o Formativo... En el Valle deSanta María no se encuentran asentamien-tos Aguada importantes ... tampoco hayaglomeraciones grandes de esa cerámicaen superficie. De todos modos algunosfragmentos Aguada se encuentran en mu-chos sitios, pero no hay evidencias de ocu-pación Aguada intensa. ¿Qué hubo enton-ces? ¿Un vacío difícil de imaginar u otrasculturas? (Podestá y de Perrota 1976:46).

Al parecer, no encontrar restos de la culturaAguada resultaba decepcionante y señal decisivade una carencia que había que explicar. Algunosautores han considerado la posibilidad de que losvalles de Santa María y Calchaquí hayan tenidomanifestaciones culturales distintas a las de lasculturas Ciénaga y Aguada. Entre ellos Heredia lle-gó a postular la existencia de una cultura llamadaSan Carlos, que habría sido la contraparte equiva-lente a la cultura Ciénaga de Hualfín, pero su pro-puesta no alcanzó difusión (Heredia et al. 1974 ci-tado en Tarragó y Scattolin 1999). Tarragó sugirióla presencia de una tercera esfera de interacciónentre Aguada e Isla, “donde ocurren produccionescerámicas correspondientes a Candelaria III (Mo-lleyaco, Rupachico y afines)”, la cual involucraríauna parte del valle Yocavil (Tarragó 1984:126,1989:479; Tarragó y Scattolin 1999), pero tampo-co ha tenido mayor aceptación (Tartusi y NúñezRegueiro 2001). Prevalece, en cambio, la idea deque el único foco de desarrollo pionero y progresi-vo está asociado a la expansión del estilo artísticoAguada, el cual seguramente debió difundirse enmúltiples direcciones; últimamente el foco se loubica en el valle de Ambato (González 1998 y 1999;Núñez Regueiro y Tartusi 2002; Pérez Gollán2000). En los últimos años presté atención a estasideas previas y analicé cómo habían sido estudia-dos los personajes de la iconografía durante la tra-yectoria temporal del primer milenio.

Categoremas Indígenasy Categoremas Científicos

A medida que conocimos más del guerrero-sacrificador de la cerámica Aguada, se fue desdi-bujando desde la época de los primeros arqueólo-gos la imagen femenina, reconocida casi exclusi-vamente en el estilo Candelaria (Scattolin 2003a).Más recientemente, como adelantamos, se ha ve-

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nido sosteniendo que las poblaciones de Ambato-Hualfín habrían sido las promotoras del cambioprincipal hacia la jerarquización social en la histo-ria prehispánica del noroeste argentino, y un focode innovaciones sociales, de integración regionaly de difusión de la ideología de la deidad felínica ydel guerrero-sacrificador.

Este interés por la jerarquización social se hadado en los últimos años y es correlativo de unadeclinación del trabajo en el área sur de las Yun-gas. Quizá debido a ello ha habido una gradualampliación de la distribución del estilo Aguada(compárese González 1964: Figura 1 y Núñez Re-gueiro y Tartusi 1993: Figura 1) mientras que elestilo Candelaria ha quedado confinado a la selva,indicando que la desigual información entre áreaspuede afectar nuestra percepción de los procesos,y, además, que puede haber objetos de estudio “con-sagrados” que atraen mayor interés que otros me-nos atendidos.

En cuanto a la imagen femenina, Heredia(1974), el estudioso de la cultura Candelaria, casino resaltó su importancia en este estilo. En cam-bio, Rex González (1977) describe el estilo y laimaginería femenina en base a una mujer-vasija(Figura 3d). Y, sin embargo, las implicancias pro-cesuales, ideológicas o sociológicas de las figurasfemeninas no se han abordado como en el caso delguerrero, incluso contando con datos bioantropo-lógicos sugerentes de esqueletos sexuados (Baffiet al. 1996).

Esta constricción de los estudios en la zonasur de las Yungas ha sido paralela a la falta de in-vestigación, desde los años sesenta, del registro ar-queológico del primer milenio de Yocavil. Reciénahora el estudio de colecciones de Yocavil muestraque las imágenes del guerrero y del felino no fue-ron muy usadas en la alfarería y, por el contrario,muchas de las vasijas de Yocavil comparten, ade-más, atributos con cerámica de las Yungas. Estoindica que durante la segunda parte del primer mi-lenio, entre 500 y 900 d.C., las fuerzas de cambioreflejadas en la cultura material no parecen impri-mir los mismos efectos que se dan más al sur conla difusión de motivos decorativos asociados alestilo Aguada o con el mencionado fenómeno deintegración regional (Scattolin 2003b).

Este panorama reclama estar alerta acerca dela cristalización de conocimientos desigualmenteprofundos y elaborados con herramientas teóricasy metodológicas desarrolladas desigualmente en las

investigaciones de las diferentes partes del noroes-te argentino.

Este proceso se comprueba con el siguientehecho: explícitamente nunca se impugna que, entérminos históricos, la tradición estilística Cande-laria sea contemporánea de la tradición Aguada y,sin embargo, en la práctica educativa y en la narra-tiva arqueológica, y en un sentido evolutivo-pro-cesual, siempre se ha descrito a la “cultura Cande-laria” (y también a la “cultura Tafí”), en primerlugar, junto con otras sociedades aldeanas antiguas,como un precedente de las sociedades jerárquicasy con antelación a la “cultura Aguada”, aunquetodavía no hay estudios que se hayan ocupado deexplorar si hubo o no procesos de jerarquizaciónsocial en los sitios que presentan cerámica de esti-lo Candelaria.

Por otra parte, es notorio que los conjuntos deartefactos de La Candelaria y valle de Tafí seanconocidos por compartir ciertos rasgos estilísticoscomunes y por su cercanía geográfica, aunquesiempre hayan sido tratados como dos culturas di-ferenciadas. Este tratamiento contrasta con aquelque se ha hecho respecto a los conjuntos de arte-factos de Hualfín, Ambato, valle de Catamarca, LaRioja, etc., que comparten también ciertos rasgosestilísticos, pero que han sido considerados comopertenecientes a una única entidad cultural, “Agua-da” (con variantes regionales). Hasta lo que conoz-co no hay estudios que hayan investigado si las di-ferencias entre los conjuntos materiales de LaCandelaria y valle de Tafí son más acusadas quelas diferencias que separan a los conjuntos mate-riales de Hualfín, Ambato, valle de Catamarca, etc.,como para justificar tal dualidad en la considera-ción de los datos. Así que es difícil establecer cuáles la medida de integridad/fragmentación culturalque los arqueólogos del noroeste argentino tomanen cuenta para determinar, por ejemplo, que la “cul-tura Aguada” es una y que las “culturas Candelariay Tafí” son dos. De manera que las razones de estetratamiento dual son inciertas, aunque podría serun subproducto impensado de la historia de las in-vestigaciones que merecería un estudio. Ello su-giere reconsiderar cuál es el grado real de integra-ción/fragmentación así como de complejidad socialque efectivamente afecta a las poblaciones consu-midoras de objetos de estilo Aguada y aquellasconsumidoras de objetos de estilo Candelaria-Tafí.

Por eso, habría que evitar la cristalización orutinización de una serie de ideas y de asociacio-

María Cristina Scattolin194

nes no explicitadas que se deslicen impensadamen-te y que se condensen como esencias para pintarun cuadro de las sociedades aldeanas del noroesteargentino, como la que quedaría expresada en elesquema siguiente:

Andes: masculino: innovación: jerárqui-co: complejo, evolucionado; Aguada: pe-ríodo Medio: integración, Selvas: femeni-no: continuidad: igualitario: primigenio:Candelaria: período Temprano: fragmen-tación

Este esquema resulta curioso al compararlo conel esquema cognitivo aludido al principio y atri-buido al mito aymara (Saignes 1985:ix):

Occidente: masculino: desértico: mineral:luminoso: superior: UrcosuyuOriente: femenino: húmedo: vegetal: os-curo: inferior: Umasuyu

Tal comparación pone de manifiesto que losesquemas de conocimiento empleados dentro dela disciplina se fundan en similares principios derepresentación simbólica que los de las antiguaspoblaciones y, por lo tanto, están predispuestos es-tructuralmente para reproducir e incorporar impen-sadamente en la práctica arqueológica las catego-rías de conocimiento/esquemas míticos y lasubjetividad de las estructuras cognitivas de las po-blaciones indígenas, en vez de tomarlas como ob-jeto de estudio.

Así, algunos de los conceptos y nominacionesque predicamos de las poblaciones del primer mi-lenio –andino, yunga, Aguada, Candelaria, integra-ción, fragmentación, período Medio, período Tem-prano, igualitario, jerárquico, complejo, evolucio-nado, etc.– no están vinculados necesariamente porrelaciones unívocas y estereotipadas3 y podrían noestar apropiadamente validados. Al mismo tiem-po, al ser “percibidos y apreciados como lo son enlas prácticas”, pueden estar sujetos a valoracionessubjetivas que lleven a considerar ciertos temas máso menos visibles y valorables como objetos de es-

tudio4, es decir, pueden funcionar como “represen-taciones mentales” más dependientes de los esque-mas indígenas de pensamiento mágico –en el sen-tido de los indígenas del pasado, y de nosotros,como indígenas contemporáneos– que de investi-gaciones metódicamente controladas. Entiendo,como dice Hobsbawm, que

todos los historiadores, sean cuales seansus objetivos, están comprometidos en elproceso [de invención de tradiciones] entanto que contribuyen, conscientemente ono, a la creación, desmantelamiento y re-estructuración de las imágenes del pasadoque no sólo pertenecen al mundo de la in-vestigación especializada, sino a la esferapública del hombre como ser político.Deberían ser conscientes de esta dimen-sión de sus actividades (Hobsbawm2002:20).

Por eso creo que nuestras clasificaciones ycategorías pueden ser también un objeto de estu-dio que deberíamos investigar, tal como la antro-pología ha investigado los sistemas cognitivos delos indígenas como dispositivos de pensamientosalvaje5. Porque si las clasificaciones arqueológi-cas escapan a la vigilancia metódica, podrían fun-cionar como signos emblemáticos o estigmatiza-dores, es decir valoraciones –“indígenas”, “salva-jes”– que no hagan más que reiterar los puntos devista ya superados que en un momento se sostu-vieron dentro de la disciplina –como los de la épo-ca de Palavecino– o prolongar, como decía Saig-nes, la visión dominante, andina, aymara o inka,que tales pueblos tenían de las poblaciones queintentaban subordinar, instaurando un mito funda-cional o justificando un orden “natural”, es decir,arbitrario, de las cosas.

Agradecimientos: A los revisores anónimos porsus respetuosos comentarios. Espero haber sortea-do en alguna medida mis dificultades para expre-sar mis ideas, que parecen haber confundido a unode ellos.

195Categoremas indígenas y designaciones arqueológicas en el noroeste…

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Notas

1 En la Argentina se denomina Selvas Occidentales oSierras Subandinas a la vertiente oriental andina.

2 Debido a la existencia de distintas versiones en la termino-logía de la cronología arqueológica del noroeste argentino,he preferido referirme a un tramo temporal neutro como eldel primer milenio d.C., a pesar de que uno de los reviso-res anónimos me sugirió que me “acotara a la propuestacronológica de González”, al parecer la de mayor difusiónfuera de la Argentina. La trayectoria temporal de lo quedenomino laxamente como primer milenio d.C. es simul-tánea y paralela del desarrollo del centro urbano de Tiwa-naku durante el período Intermedio Temprano y el Hori-zonte Medio del área Centro Sur andina, términos que, poruna peculiar tradición nacional, en Argentina no se utili-zan. Una parte del primer milenio en el noroeste argentinofue denominada por A. Rex González período Temprano(600 a.C. a 650 d.C.) y otra parte como período Medio(650 a 850 d. C.), que reconoce como jalón la ocurrenciade materiales atribuidos a la “cultura Aguada”. Raffino losdenominó Formativo Inferior y Superior, y también propu-so el término de período Clásico para el estadio más avan-zado del Formativo (Raffino et al. 1982:33; Raffino1994:46). Aparte de Raffino, otros autores considerarontambién como período Formativo el lapso entre 600 a.C. y1.000 d.C. (Núñez Regueiro 1974). En el valle Santa Ma-ría abarca los componentes arqueológicos agroalfareros an-teriores al período Tardío o de los Desarrollos Regionales(900 a 1.450 d.C.) con cerámica de estilo santamariano,recordando que en el contexto argentino, cuando se hablade período Tardío (González 1963), se alude al período In-termedio Tardío del área Central Sur andina. Tampoco uti-lizo el término período de Integración Regional, que se usaal sur del área aquí tratada, particularmente los valles deHualfín, Ambato, Abaucán y La Rioja, para referirse a pro-cesos asociados a la dispersión del estilo Aguada, que sedesarrollan dentro del lapso de 300 a 950 d.C. (Núñez Re-gueiro y Tartusi 1990, 2002; Pérez Gollán 1991, 1994), enrazón de que los restos materiales atribuidos a este estilono están muy representados en el valle de Santa María.

3 Así, por ejemplo, nunca está de más insistir que “Aguada”y “período Medio” no son términos intercambiables, aun-que el uso rutinario o ambiguo de esas dos nociones lleve aconfundirlas o a acoplarlas.

4 Y de paso, más o menos retribuyentes de beneficios sim-bólicos para aquellos que se orientan con buen “sentidopráctico”. Hay, evidentemente, algunos temas de estudioque “pagan más”, es decir, brindan mayores recompen-sas materiales y simbólicas. “La jerarquía de los domi-nios y de los objetos orienta las inversiones intelectualespor mediación de la estructura de las posibilidades (me-dias) de beneficio material y simbólico que ella contribu-ye a definir: el investigador participa siempre de la im-portancia y del valor que es comúnmente atribuido a suobjeto, y hay muy pocas posibilidades de que él no tomeen cuenta [tal valor], consciente o inconscientemente, enla ubicación de sus intereses intelectuales” (Bourdieu1999:148).

5 Las persistencias del “pensamiento mágico” dentro de laarqueología se manifiestan incluso en las recomendacio-nes ofrecidas, hace más de medio siglo, por los autores delsiguiente párrafo, quienes nos recuerdan, en el “lenguajede la magia”, que los tipos cerámicos y, por ende, otrascategorías arqueológicas, son construcciones arbitrarias quevienen a ser tratadas “mágicamente” como unidades empí-ricas “reales”:“Exigencies of language require us to think and talk aboutpottery types as though they had some sort of indepen-dent existence. ‘This sherd is Baytown Plain’. Upon su-fficient repetition of this statement, the concept BaytownPlain takes on a massive solidity. The time comes whenwe are ready to fight for dear old Baytown. What we haveto try to remember is that the statement really means so-mething like this:‘This sherd sufficiently resembles material which for thetime being we have elected to call Baytown Plain’. Fre-quent repetition of this and similar exorcisms we have foundto be extremely salutary during the classificatory activi-ties” (Phillips et al. 1951:66).