'Castrati'_ Venerados Monstruos _ Cultura _ EL MUNDO
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MÚSICA Clásica
'Castrati': Veneradosmonstruos
En el verano de 1770, el compositor y estudioso inglés Charles
Burney llegó a Italia, el paraíso musical de la época, con vistas a
recopilar todos los libros, manuscritos, partituras y testimonios
posibles para su 'Historia de la música', que comenzaría a publicar
seis años después. Había algo que le intrigaba desde que pisó Turín y
que no logró averiguar durante los cuatro meses en los que visitó las
principales ciudades del país: cuál era el origen de la institución de los
'castrati'.
El periplo de Charles Burney puede leerse ahora por primera vez en
español en el volumen de la editorial Acantilado 'Viaje musical por
Francia e Italia en el s. XVIII', traducido por el musicólogo navarro
Ramón Andrés. El inglés planteó la cuestión por primera vez en casa
de la famosa 'improvvisatrice' Maddalena Corelli en Florencia. El
violinista Nardini y el malogrado Thomas Linley, superdotado como su
Llegaron a alcanzar gran celebridad en los siglos XVII y XVIII. Su
peculiar voz -que encarnaba una pureza virginal- sirvió para realzar
las creaciones de los músicos de la época.
P. UNAMUNO
Actualizado: 26/04/2014 05:24 horas 2
violinista Nardini y el malogrado Thomas Linley, superdotado como su
amigo Mozart pero muerto aún más joven que él con apenas 22 años,
intervenían en la conversación, que sin embargo dejó al estudioso
profundamente enojado pues "sólo se expusieron conjeturas, palabras
vagas, citas de libros de segundo orden, nada más".
Por mucho que hayan pasado dos siglos y medio, los orígenes de la
práctica de la castración para obtener voces angelicales, y más
concretamente su reaparición en la Italia del siglo XVI, siguen
envueltos parcialmente en el misterio. Sí fue una costumbre bien
documentada en la antigua Sumeria y en el Imperio Bizantino, donde
los cantantes eunucos fueron una presencia normal hasta la caída de
Constantinopla en 1204.
Poco se sabe de cómo renacieron los 'castrati' tres siglos más tarde.
Sin embargo, fue crucial la prohibición del Papa Pablo IV de que las
mujeres actuaran en los escenarios de la ciudad de Roma, de modo
que los personajes femeninos -con tesituras de soprano, 'mezzo' o
contralto- pasaron a ser encarnados por 'castrati'. Para tal veto se
invocaba el pasaje de la 'I Epístola de San Pablo a los Corintios' en el
que se lee: "Las mujeres cállense en las asambleas, que no les
está permitido tomar la palabra".
El viaje de Burney, que visita en cada ciudad a los más destacados
pensadores, artistas y teóricos de la música, coincide con el
comienzo del declive de esos cantantes que serían el equivalente de
las estrellas del rock de hoy: populares, ricos y a menudo caprichosos
y extravagantes. Por curioso que resulte, levantaban pasiones entre
las mujeres deseosas de mantener romances encendidos y sin
posibilidad de un embarazo indeseado.
A razón de unos 4.000 al año, los niños eran sometidos a tan
aberrante operación, practicada por médicos o barberos, entre los
ocho y los 12 años. Antes de serles extirpado el tejido testicular se les
metía en una bañera de agua caliente y recibían una buena ración de
ron o de opio para aguantar el dolor; a veces se les aplicaba agua
congelada en los genitales y se les oprimía las carótidas para
sumirlos en un estado de semiinconsciencia, todo lo cual explica la
alta tasa de mortalidad de estas intervenciones.
El momento en que sufrían la mutilación resultaba determinante en su
desarrollo físico posterior. Sin el aporte hormonal de la testosterona
los cambios naturales en la laringe se detenían -era lo que se
perseguía-, pero los de otros órganos eran cosa distinta. Si el niño no
había llegado a la pubertad, generalmente crecía con rasgos
femeninos, poco vello, pene infantil y nulo apetito sexual. De hacerse
más tarde la operación, el 'castrato' podía experimentar un desarrollo
normal que incluía la posibilidad de tener erecciones y eyaculaciones
(eso sí, sin espermatozoides).
Sumemos a esto su fama de amantes solícitos, volcados en el placer
de la mujer como el gran Farinelli -el más excelso de los 'castrati'-,
que según una admiradora inglesa anónima mantenía el entusiasmo
"hasta el final", a diferencia de los fanfarrones amantes patrios, y se
entenderá cómo pronto aparecieron canciones y hojas volanderas que
relacionaban la emasculación con una mayor resistencia sexual
debida a su sensación disminuida.
Volviendo a terrenos menos cenagosos, la veneración artística que
despertaban los 'castrati' derivaba de su mágica aunque antinatural
combinación del tono alto propio de un muchacho preadolescente con
la potencia de los pulmones de un adulto. Aquello volvía loco al público
del siglo XVIII, para quien la tesitura de los falsetistas carecía del
carácter etéreo de las voces de los 'castrati'. "Angelical" era el
adjetivo en boca de todos.
Y el más angelical de todos, Farinelli. "Allí por donde pasaba, su arte
era saludado como un milagro", escribe en su diario Burney, que
era saludado como un milagro", escribe en su diario Burney, que
conoce al artista ya retirado en Bolonia y se hace eco de su famoso
duelo de resistencia con un trompetista. Cuando éste se detuvo al
borde del colapso, Farinelli lo miró con una sonrisa y repitió sus
gorjeos agregando nuevas y mayores dificultades. En una de las
pocas ocasiones en que compartieron escenario, Senesino -otro de
los grandes 'castrati'- no puedo evitar abalanzarse sobre él para
abrazarlo cuando terminó de cantar su primera aria.
Farinelli pasó 22 años de su vida en España. Llegó para actuar
ante la reina Isabel de Farnesio, pero fueron tales los prodigios
vocales y la emotividad exhibidos que tuvo que quedarse en la corte
para aliviar de su depresión nerviosa a Felipe V, a quien le cantó
cada noche durante 10 años las mismas cuatro arias, con resultados
satisfactorios.
El protegido de la familia Farina, a la que reconoció con su
sobrenombre -como era la costumbre- Carlo Broschi, era ducho en
el arte de la repetición. Su maestro Porpora le hizo trabajar cinco años
seguidos en una sola hoja que recogía todos los ejemplos posibles de
vocalización, apoyaturas, trinos y gorjeos. Se dice que su extensión
vocal alcanzaba las 3,4 octavas y que su 'messa di voce' era tan
extraordinaria que podía sostener un sonido durante más de un minuto
ampliando y disminuyendo el volumen a voluntad; en un aria escrita
para él por su hermano Riccardo, realizaba vocalizaciones durante un
total de 14 compases con una sola toma de aire.
Y, para colmo de bienes, era un hombre discreto y humilde que
Burney encuentra disfrutando de su fama, su dinero y su colección de
claves, cada uno de los cuales bautizado con el nombre de un gran
pintor. Su preferido lleva la inscripción, en letras de oro, "Rafaello
d'Urbino", maestro "divino" a quien también venera el musicólogo.
Más crápulas que Farinelli resultaron otros 'castrati' célebres de la
época. Caffarelli, su gran rival, era pendenciero, violento y muy amigo
época. Caffarelli, su gran rival, era pendenciero, violento y muy amigo
de meterse entre las faldas de las damas; en una ocasión intentó
apuñalar a un espectador que le había exigido que repitiera una pieza.
Gasparo Pacchiaroti era famoso tanto por sus aventuras amorosas
como por la belleza de su canto, y Luigi Marchesi tenía locas a las
vienesas como Justin Bieber a las adolescentes de hoy en día.
Tenduci, otro gran cantante castrado, se casó y tuvo hijos propios
porque al parecer nació con tres testículos y de niño sólo le habían
inhabilitado dos...
Charles Burney recorre Italia preguntando por el origen de los castrati
y por los lugares donde se practica la traumática ablación. Sabe
obviamente que quien se compromete a practicarla se juega la pena
de muerte, y da cuenta de todos los subterfugios empleados
(accidentes con caballos, enfermedades) para que las familias,
habitualmente las más pobres, accedieran a "la cruel sajadura" de sus
hijos. El otro gran coladero era el consentimiento del propio niño
cantante, como fue el caso de Caffarelli o de il Grassetto.
El tenaz Burney no se da por vencido. Pregunta en Milán dónde se
castra a los niños cantores y le dicen que en Venecia. "En Venecia
me dijeron que en Bolonia, pero en Bolonia lo negaron y señalaron
Florencia, y en Florencia que preguntara en Roma y, ay, en Roma que
fuera a Nápoles", que en efecto era por entonces el mayor
semillero de 'castrati'.
En el Conservatorio de San Onofre de Nápoles encuentra el inglés
a un grupo de 16 de estos cantantes que viven en los pisos
superiores, más caldeados, para mantener a salvo sus delicadas
voces. "Se levantan un par de horas antes del alba y estudian sin
interrupción hasta las ocho de la tarde", afirmación que prueba que sin
trabajo las aptitudes naturales no garantizaban en absoluto el éxito.
En su 'Historia de los castrati', Patrick Barbier escribe que en el XVIII
"se los vinculaba con la figura tradicional del ángel músico y
Dolorosa tortura sin anestesia
Por suerte, los contratenores de hoy consiguen su tono de voz
agudo con un buen entrenamiento de sus cuerdas vocales, pero
hasta el siglo XIX, sobre todo durante el barroco, miles de niños se
sometieron a una castración física en toda regla. Una práctica
aberrante e inconcebible en nuestro tiempo, que no es que
estuviera permitida en aquella época, pero sí se solía encubrir con
supuestos accidentes o enfermedades que la justificaban. Parece
que la extirpación de los testículos se realizaba por isquemia, es
decir, "se anudaba una cuerda (o un material similar) por encima
del testículo y lo comprimían hasta producir necrosis, de forma que
"se los vinculaba con la figura tradicional del ángel músico y
encarnaban a la vez (por su música, mucho más que por sus actos) la
pureza y la virginidad". Según avanzaba el siglo eran más los
escritores y filósofos que, como el propio Burney -gran admirador de
los enciclopedistas franceses-, consideraban aberrante la castración.
Voltaire y Rousseau llamaban "bárbaros" a los padres que la
consentían, y "verdaderos monstruos" a quienes la habían padecido.
Napoleón prohibió su práctica bajo pena de muerte al conquistar
Roma, y la Iglesia permitió al filo de 1800 la vuelta de las mujeres a los
escenarios; Benedicto XIV sentenció que no se podía amputar
ninguna parte del cuerpo excepto en casos médicamente bien
prescritos. La despedida de Giambattista Velluti en 1830 supuso el
fin de los cantantes castrados de la ópera, aunque en el Vaticano y
otras iglesias siguieron actuando hasta su prohibición definitiva en
1902.
La última excepción la representó el mediocre Alessandro
Moreschi, que al parecer pudo demostrar que le había sido
practicada la operación para curarle una hernia inguinal. Por
desgracia, es el único 'castrato' a quien hoy podemos escuchar en
una grabación.
del testículo y lo comprimían hasta producir necrosis, de forma que
éste iba muriendo y desprendiéndose", explica Ignacio Moncada,
jefe de Urología del Hospital La Zarzuela de Madrid. Un proceso muy
doloroso, sobre todo teniendo en cuenta que por aquel entonces "no
existía anestesia (apareció en el siglo XIX) ni antibióticos (del siglo
XX)", recuerda el experto. El dolor podía durar semanas. Con la
castración se suprimían las dos funciones testiculares: la
producción de hormonas masculinas (testosterona) y de
espermatozoides. Al hacerlo antes de la pubertad se detenía el
desarrollo de los caracteres masculinos, como la aparición de vello
en otras partes del cuerpo, y el que más importaba o ansiaban: que
el sonido de la voz se tornara más grave. Poniendo freno al
desarrollo natural de la laringe se mantenía un tono de voz más
parecido al de un niño. "También favorecía alguna mejora en la caja
torácica, por lo que el tono era parecido al de una soprano, pero con
mucha potencia", señala Moncada. No cabe duda de que los
'castrati' emocionaban al público de la época con sus voces, pero
a costa de su salud y de su oportunidad para ser padres. Hoy se
sabe que "las personas con déficit de testosterona a largo plazo
viven menos tiempo y se suelen morir por enfermedad
cardiovascular", apunta Juan Ignacio Martínez-Salamanca,
urólogo del Hospital Universitario Puerta de Hierro (Madrid). La
testosterona no sólo está implicada en el desarrollo sexual
masculino. Esta hormona es necesaria para múltiples funciones del
cuerpo. Su déficit, argumenta Martínez-Salamanca, "merma la
masa muscular, dificulta la capacidad de concentración, influye en
el estado de ánimo, reduce el deseo sexual, potencia la pérdida de
libido y la masa ósea (más riesgo de osteoporosis y fracturas),
empeora el metabolismo de la glucosa, aumenta los cúmulos de
grasa" e incrementa el riesgo cardiovascular. En definitiva, se
forzaba a los niños a sufrir una condición patológica
(hipogonadismo, cuando los testículos o los ovarios producen
pocas o ninguna hormona sexual) que hoy en día tiene tratamiento
farmacológico. En cuanto a su aspecto, además de ser más
afeminado (sin barba y con una silueta más parecida a la de la
mujer), eran más altos. "La testosterona cierra los discos de
crecimiento de los huesos, pero en su ausencia, dicho crecimiento
se prolonga un poco más", puntualiza Esteban Jodar, jefe de
se prolonga un poco más", puntualiza Esteban Jodar, jefe de
Endocrinología del Hospital Universitario Quirón de Madrid. / LAURA
TARDÓN
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