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Cartografía anterior al Descubrimiento INEGI. Cartografía histórica del encuentro de dos mundos. 1992

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El nuevo continente y los mitos

t irr.fxi Cristóbal ( o- k)n a Ij isb que denomi- nó Sin ViKidar rrujvo el final de una larga aven- tura que en su desarro- llo nn evuvo ae.nu de 7.u/obris > de dudas. EJ

12 de octubre Je I4'.C desembarcó en tierra que creyó asiincj, «a>mpi<>band:>* de oj rca- ñera lo que mucho tiempo antes habíin iscgu rado algunos cartógrafos y marinos- que debido a la esfetiudad de la (ierra era factible llega: a oriente naset^ndo hacia el occidente.

Lsta ruta era mis lar¡^ de lo previs'o, aun- que a cambio de ello resultaba directa y libxe de intrusos y pirata. De cualquier manera, todo parece indicar que Colón nunca aceptó que Sanio Domingo. La F.spañola y demás tierras que pisó formaran pane de un ¿turro conti- nente, innrugiiiado hasta entonen por los ha- hitantes del Viejo Mundo, pues se asegura que ha¿ta tu muerte afirmó que las cierras que ha- bía visitado pertenecían a las Indias y que, por ende, sus habitante, sólo podían ser indios.

T.n cambio, aquellos que acompañaron a Colón y los que siguieron llegando a las islas antillanas impulsados por el afín de aventuras y por La codjda que despenaban los relatos de los marinos y los informes del propio Almiran- te pronto se convencieron de lo contrario. No obstante, las dudas sólo se despejaron por com- pleto cuando se cumplió el periplo de Fernan- do de Magallanes y Sebastián EJcano. quienes comprobaros) que para llegar a la India y de-

mis tierras imíiÍus por el occidente se tendría que criiiur el océano Padhco.

1j gesta de (x)lón ya a historia l'oco im- poru lo que creyera sobre las tierras que habla descubierto y su vinculación con Asia, o que un erior de cálculo lo hubiera impulsado a tea bar su hazaña y que este error se hubiera Ro- lado mas de trece siglos atrás. Si bien se sabe que los vikingos llegaron antes, sus viajes, e in- c¡us« su btcvi- colonización de tierras de Ame tin del Morir, no luvírmn mayor trascenden- cia en la historia de la humanidad, ti obtuvo de arnbat al Asia cru/andi> el Atlituico hate único el viaje de Colón y sobre todo sus conse- cuencia*

L cierto que alpinos historiadores antiguos llegaron a mencionar la existencia de tietras y hasta dr un umuneri'e put los mismos rum- bo!,, pero iiií afirmaciones nunca dejaron de ser catalogadas como mitos o supercherías. Actual- mente existe una reconsideración sobre la vera- cidad de rales dichos, pues los historiadores modernos —la Historia misna, como ciencia, lo es— advierten que lo que se cunóte tomo mítico no debe ser desechado sin más. ya que entre símbolos y metáforas puede estar oculto algún suceso, alguna lejana realidad.

EJ historiador griego Plutarco, que si si ó en- tre Ioj afros 46 y 120. recogió la* aceraciones de antiguos autores en el sentido de que al oc- cidente dd mundo europeo, al otrn lado del Atlántico, se extendía «un gran continente» donde Zeus mantenía a su padre Saturno, el dios del tiempo, como prisionero. No obstante, bastó la referencia a los dioses para descartar por mítica la existencia de esas nenas.

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CARTOGftAJlA ANTE#lo# Al DESCUBMMIEVTO

Cuatrocientos años anres que Plutarco, en el 324 a.C.. el griego Teopompo dio a conocer un relato en el que afirmó que al occidente del Adámico lubla una tierra continental llamada MeírópúU, pero un historiador romano llama- do Eliano, que vivió en el siglo III de nuestra era, alrededor de quinientos o seiscientos años después que Teopompo. recogió dicha narra- ción en su ohra Vana Historió y descalificó lo dicho por el griego, a quien tachó de ser -un insigne arreglador de fibulas-.

la mayoría de los historiadores antiguos, canto griegos como romanos, sólo aceptaban que en el inmenso océano, entre las costas occi- dentales europeas y africanas y las orientales de Asia, había unas cuantas islas. Hoy sabemos que los juiciosos se equivocaron y que los fan- tasiosos acertaron.

No queremos adivinar, aunque a eso condu- ce la falta de datos, la manera en que llegó a la mente de aquellos autores la idea de esa tierra continental, ni tampoco tratar de «ver» detrás de esa nebulosa las costas de otro continente.

Sin embargo, los mitos y leyendas se han convertido en material muy importante para los historiadores actuales.

En todo caso, la Troya de Homero no fue mis que un mito encerrado en un poema hasta finales del siglo pasado, cuando el «loco» Hein- rich Schliemann empezó a levantar la costra que la ocultaba, y en ese momento, silenciadas sus burlas y sus dudas ante la evidencia, los ar- queólogos y los historiadores se pusieron a ca- var. Encontraron así no una, sino nueve ciuda- des. en aquellas tierras bajo el dominio de los turcos, mientras que Schliemann, después de esa hazaña, prosiguió desenterrando mitos.

Ya que hablamos de la Troya de Homero, vale la pena consignar que hoy se da por cieno el viaje de Ulises. Los episodios están narrados por uno o varios poetas, no por historiadores; están llenos de figuras y metáforas; en ellos campea la imaginación creadora y no la lógica escueta de los hechos. A pesar de todo, dicho viaje tuvo lugar y ha sido parcialmente recons- truido, c incluso se han llegado a señalar los

I MNfAMUVDl IW2- Claudio Pío- torneo No india aali '•b x an. < ¿nítido en madera de Johanna Sdwiim mint |»|*l. iluminad» al tempic- BiWiotíC! Apcstdlia Villa- na. Cjud&d dd Vaticano,

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OUTOGRAftA HtSTOttCA DEI ENCUEVTIQ Ut Dt» MlIh'DQS

2. lUMML-NDL 1483. Macrobio No indies ftcib I4J em dc ilamctro. GnWm a naden lobrr pipeL Tomado ct A. L NowkduAW Fee- iimilt Allti.

puntos de las costas atlánticas a «Junde Uliso fue a parar, para luego regresar al Mediterráneo y a su propia casa, tras varios años de amencia.

Naturalmente, ningún historiador se atreve- ría a conjeturar sobre la posibilidad de que ma linos de tiempos remotoso, griegos o no, hu- biesen llegado a extraviarse en el Atlántico. Que, perdido el rumbo, navegaran al occidente hasta tocar tierras desconocidas, despobladas, habitadas tan sólo por el tiempo, y que alguno o algunos de ellos hubiesen logrado regresar.

Si seguimos imaginando un poco más po- dremos Ycr la sorpresa y la incredulidad que los relatos de los que volvieron suscitaron y cómo, poco a poco, con la repetición, las deformacio- nes y luego el paso de los siglos, no pudo que- dar de aquella aventura singular, si por casuali- dad hubiera tenido lugar, más que fragmentos nebulosos, un poco de leyenda y la invocación nostálgica de los mitos.

Se antoja imposible descubrir la verdad que contienen aquellas viejas historias. Los mitos suden llegar hasta nosotros como cantos o cuentos, como ficción o como trozos de gestas poetizadas. Pero no podemos negar que hace

quinientos años Colón llegó a un nuevo conti- nente, como habían dicho que era posible au- tores de aquellos míticos relatos.

Por otra pane, sabemos que. aproximada- mente mil años antes de nuestra era, tarte- sios, fenicios, cartagineses, griegos y cretenses dominaban las arto de la navegación y cruza- ban el Mediterráneo de una a otra orilla. Así como que unos siglos después, entre el VII y el VI a.C.. se efectuaron las primeras travesías his- tóricas en aguas del Atlántico, una por marinos fenicios, organizada por el faraón Ñecos II, que circunnavegó Africa, y la oirá por el griego Co- leos, que, navegando en el Mediterráneo, fue arrastrado por fuertes vientos. Según Heroto- do, este viaje se efectuó antes del año 650 a.C.

También liay noticias de la travesía que rea- lizaron los cartagineses Hannon c Hilmicon, quienes viajaron simultáneamente en sentido opuesto, uno hacia el sur por la costa atlántica de África y el otro hacia el none por el borde europeo que daba al mismo mar. Más tarde, aproximadamente a la mitad del siglo IV a.C., se realizó el viaje de Piteas, quien recorrió las costas atlánticas de Europa hacia el norte y lle- gó a una isla que probablemente fuera la Gran Bretaña.

La cartografía antigua

En relación a estas primeras navegaciones oceánicas de los griegos y a lo que de ellas se sa- be con certeza cabe advertir que los especialis- tas no cuentan con ningún fragmento original de su cartografía y sólo conocen unos pocos datos sobre las más antiguas cartas geográficas, por vagas alusiones de los autores antiguos.

Para registrar y comunicar una parte de las observaciones que hacían sobre el mundo que les rodeaba, los hombres primitivos dibujaron mapas. No son pocos los especialistas que ase- guran que los primeros mapas fueron anterio- res a la escritura. Se conocen pinturas rupestres que representan rutas de cacería; pequeños ma- pas nórdicos labrados en dientes de morsa; ma- pas chinos de aproximadamente 2.800 años a.C.; incisiones cuneiformes sobre tablillas de barro de hace más de cuatro mil años, que sin duda fueron los mapas primitivos de Mesopo- IN

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lamia; antiguos mapas egipcios en pergamino y aquellos otros a los que antes nos referimos: los mapas griegos, cambien en pergamino, del siglo via-C.

Hcrodoto, que vivió en el siglo V ¿G. dio noticias de los primeros mapas del Ecumene he- chos por filósofos jonios. Años mis tarde, Es- : rabón de Amasia, que vivió del año 60 a.C. al 20 de nuestra era y que también se ocupó de los mapas, aseguró que Anaximandro, que vi- vió en el siglo VI a.C. y fue discípulo y coterrá-

neo de Tales de Mileto, realizó el primer mapa, que mis tarde perfeccionó Hcrodoto. además de hacer una descripción del mundo conocido. De este último trabajo se han conservado algu- nos fragmentos, con los que es posible recons- truir la geografía de entonces.

Según Agatcmero, geógrafo del siglo III d.C.. quien dispuso de fuentes que después se per- dieron, el propio Mecateo de Mileto elaboró lo que se considera la segunda carta geográfica. Y según afirma Eustacio, el autor de la tercera

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INDI ANOOSAJtW O COT- -. 1100. Autor ilckiinociJa otaU- 21 i 17 cm. Ma hub y icnipk wbre per- Bndaicx Londra.

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OlíTOClAfU AXTLRit-tt. AL DOU.WHMLMTO

carra fue Demócrico y el de la cuarta hudoxio. Cabe mencionar que Dicearco, quien vivió en el siglo IV a.C.. fue auior de Lu cartas geográfi- cas llamadas de «diafragma», porque la linca axial tic separación que pama de las Columna* de Hercules pasaba por Rodas y llegaba al Asia.

Aquí vale recordar que Sócrates, en el Ft- dún, dejó traslucir la reorla de una tierra esféri- ca sostenida en el centro del mundo por su propio equilibrio. Esta t«>rú y otros elementos pitagóricos que aparecen en los Diálogos plató- nicos, el Ftdón v Gorgias. fueron tomados de Filolao, uno de los primeros discípulos y segui- dores de Pitágoras.

Por lo que toca al impulso casi simultáneo de las ciencias y su repercusión en la cartogra- fía. conviene recordar que quien bautizó a k geografía, Eratóstenes de Cyrcnc (275-105 a.C ), trazó mapas con meridianos y paralelos tan precisos, que su meridiano de 39.6% kiló- metros sólo discrepó un uno por ciento del moderno

Desgraciadamente, el increíble acierto de Eratóstenes no llegó a ser aprovechado, porque un siglo después Posidonio de Apamea redujo inexplicablemente los meridianos a 29.000 ki- lómetros. Eitc error fue adoptado por Claudio Ptolnmeo (100-178 d.C.). quien, a través de su Geografía y de su Almageito, lo transmitió a sus seguidores por mis de trece siglos, entre ellos afganos contemporáneos de Colón, como Pa- blo del Posto Toscanelli.

Por ello, el genovés siempre ruvo en alta es- tima a Toscanelli, pues al creer que el planeta reñía un diámetro menor que el verdadero, cuando se encontró en alta mar tuvo la certeza de que las cierras asiáticas que buscaba aparece- rían frenie i sus ojos, y nunca quiso aceptar que en realidad se había copado con otro conti- nente, puesto que Asia se encontraba mucho más lejos. Así pues, es legítimo pensar que aquel cálculo equivocado quizá influyó en Co- lón para que se embarcara para seguir una ruta que creía menos larga.

Después de Entóstcnts y de su medición del globo terrestre llegamos a los cartógrafos más importantes del mundo antiguo: Marino de Tiro y Claudio Piolo meo. El primero intro- dujo la proyección cónica y los dos usaron coordenadas con valores del grado sexagesimal,

que fueiiin empleadas por primen vez por Hiparen (I d.C).

La carta cuadriculada del Mediterráneo que hilo Marino lue una cana náurka v en ella el Mediterráneo apareció bien proporcionado, sin el alargamiento absurdo que dibujó Ptolomeo. Ijs cartas de Marino se siguieron utilizando en el Mediterráneo durante 1.200 años hasta el si- glo Xlil, cuando en la cartografía se introdujo la red de rumbos y los navegantes empezaron a emplear la brújula o aguja náutica. La vigencia de las cartas de Marino de Tiro se explica, enrre otras cosas, por el uso de la cuadricula que, a falta de indicaciones, permitía tener una idea de la) distancias por el valor de medida de cada cuadricula.

Por lo que respecta a los mapas de Ptolo- meo, hay que decir que tanto el general como los regionales fueron hechos para su utilización en tierra y no en la navegación. Su influencia fue enorme hasta el punto de que uno de los 27 mapas de su Geografía, el Mapamundi, se volvió referencia obligada durante la última etapa de la Edad Media. Su Afín fue traducido al latín en el siglo XV por Emanud Chrysolas v su discípulo jacobus Angelus, qui;n lo terminó en 1410. A partir de esc momento ciruiUron muchas copias, y cabe agregar sobre ese Mas que se han suscitado muchas discusiones por- que no se conocen reproducciones anteriores al siglo XIII.'

De este siglo XJI1 es precisamente el manus- crito llamado Vatflpnb, que se conserva en el monasterio del Monte Athos, lo cual coincide en parte con lo afirmado por Ragrow en el sen- tido de que los escritos de Ptolomeo fueron reunidos en el siglo x o en el XI por un escriba bizantino. No obstante, y de manen contradic- toria, el propio Bagrow asevera que si se estu- dian los nombres tribales de la parte occidental de Rusia que aparecen en ellos se advierte que los mapas fueron hechos en el siglo Kill.

En fin, esta confusión de datos, que en oca- siones resultan paradójicos, se debe a que, co- mo ya dijimos, Ptolomeo fue revalorado por los navegantes y cartógrafos a mediados del medievo, cuando sus trabajos originales hablan desaparecido y por ello tuvieron que ser redes- cubiertos. Pero para calcular la influencia que ejerció sobre cartógrafos y marinos en los úlri-

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OjTncKRA Htrrmii^ del Es< i;t-vr*o D£ Dos Mi ni*»

mos anos de !.i tdaJ Media y las primeros del Remamiento büu consignar que su (Jeoptfia fue imprcij fKir purn-ra ve/ en 14"*5 y que aJ terminar ;! siglo va se rjbun hecho 4? edi- ciones, en lis ciules « divul^jion Ii»j 27 mapas que se le atribuyen. o sea además del mapa gr- nend, die/ mapas de Europa. doce de Aíia y cmifo de Alrica.

\ las ediciones del siglo \M se agregaron los mapas que representaban los nueve» descu- brimientos, \ como ultimo comentario diré- mus que. en el Mapamundi de Ptolomeo, natu- ralmente, no se registro la pane sur de Africa, que atiri no había sido explorada por los euio- peers. Allí el Mediterráneo aparece como un mar cerrado, en la costa sur de Asia no se ve la India y. en cambio, hay una enorme isla llama- da lapfobana. for lo que se relicre aJ Adán- tico. apenas se encuentran las islas Británicas v las (uriana-, en latitudes incorrectas y mal situadas. las ultimas bajo el nombre de Fnr- runatac.

La cariografia medieval

F.s preciso señalar que la cartografía medie- vil conlleva la¿ características de su tiempo: el siriaemm», el aislamiento, el rechazo a toda novedad e incluso cieno retroceso. Sin embar- go, lo que hoy parece anacrónico corresponde a una organización soaal, económica, política y religiosa que, a parxir de la calda de Roma, im- peró durante mis de dir/ siglos.

Los mapas típicos del medievo fueron los F-O. Eran generalmente circulares y en ellos la O representaba al Orbit, la fxumrnt, el mundo conocido que ie dividía en Europa. Asia y Afri- ca, y tenía en el centro a la ciudad de Jcrusalén. Eitu tierras aparecían rodeada» por d océano. Al este, en zonas imprecisas de Asia, estaba el Paraíso Terrenal o el reino del Preste Juan, y del otro lado, al oeste, la Antípoda. Por tu parte, la T se conformaba en su travaafio por los ríos Tanais y Nilo, y en tu línea verdal por el Me-

' San ludo to ¿e Sfnlk Lib™ XIV. diterrínco. af¿6 Estos mapa» se aplican en los escritos de * I*íwpa2. Isidore, de Sevilla (sigjo vil) quien en su obra ' «4° 4 Etimolegía dt Natura Rnwn, ofreció un pano-

rama de la cartografía medieval. Sin embargo, el obispo de Sevilla afirmó que; «Además de es- tas tres panes del orbe hay una cuarta parte más allá del océano, lucia el mediodía, que es desconocida para nosotros debido a los ardores del sol, en cuyos limites se dice fabulosamente que habitan lo; antípodas»/

Existían otros mapas, los de los Beatos, que pertenecían a la tradición de Isidoro de Sevilla y se caracterizaban por mostrar al orbe dividida en tres panes, rodeado por el océano, y can una cuarta parte hipotética, situada en la re- gión austral. Estos mapas eran rectangulares con los ángulos redondeados, hecho que les confería una imagen oval. Había, asimismo, otros mapas de forma elíptica, alguno de los cuales aparecen precisamente en manuscritos de San Isidoro. Los que se conocen son trece, dibujad» entre los siglos X y XJII.

Entre los mapas circulares primeramente ci- tados se cuenta el de Hereford, llamado así porque se encuentra en la localidad de ese nombre en Inglaterra y fue confeccionado alre- dedor de 1300 por Ricardo Haldingham. Re- presenta los límites del Imperio Romano, con algunas modificaciones: Jerusalén aparece en el centro y en la parte superior se ve la figura de Cristo. Además, está ricamente decorado con torres, montañas, ríos y dibujos imagínanos. Otro ejemplar digno de mención es el Mapa- mundi de Macrobio', que data del siglo v y se encuentra entre los manuscritos sobre E( (o- menutrio de Cicerón al sueño de Bapión. Por cierto que en él aparece el mundo dividido en cinco zonas, aunque sólo dos de ellas, las tem- pladas, son habitables en opinión del autor.

Es probable que los mapas de tradición isi- doríana hayan abundado en el medievo, aun- que de pocos de ellos se han conservado origi- nales. Entre ellos, el Mapamundi anglosajón, o Cottoniano', y el mapa del Ecumene de Paulo Osorio, que se conserva en la ciudad de Albi. También se sabe del que hizo el historiador ro- mano Cayo SaJlu5(ius, copiado en el siglo XI; dd que realizó el propio San Isidoro de Sevilla, resguardado en la Biblioteca Vaticana; del Ma- pamundi de RanulIb Higdcn, que se encuentra en d Musco Británico de Londres1, y del tam- bién Mapamundi de Petrus Vcsconte.

En d siglo IX, aires de modernidad invadie- INE

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CA*TOGRAIlA ANTERJOa Al DESCUBRIMIENTO

ion las ciudades-Estado dc Venecia y Pisa y casi inmediatamente las dc Génova y AmaJfí. Los comerciantes y los banqueros, que empezaban a operar, armaron naves y las lanzaron al Medi- terráneo para transportar y vender en puertos extranjeros su aceite, su vino y varios productos elaborados, como vidrios, textiles, artefactos de metal y armas, entre otros. Naturalmente, las naves regresaban con artículos y objetos muy demandados y dc alto precio, entre los que se encontraban sedas, brocados, especias, drogas, perfumes, oro, marfil y piedras preciosas.

Venecia y Génova expandieron sus activida- des al oriente y al norte dc Africa, en donde lle- garon a levantar factorías; pese a lo cual cita era dc esplendor dc las pequeñas repúblicas italia- nas se vio bruscamente detenida en el siglo XI, cuando los barcos piratas musulmanes se adue- ñaron dc aquellos mares. De cualquier manera, el auge que tuvo la navegación durante el pe- riodo más próspero del mercantilismo italiano impulsó la cartografía, que se acercó a las nece- sidades prácticas y se fue alejando dc aquella cerrazón dogmática que la caracterizaba.

1448. And raí BUn cu. No india desk. an dc dii- mcuu. Mimuaiio * linu y temple inhtí pergamino. Biblioteca Ambirau- ni dr MiUn. lula.

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OftTTKAAIlA HeTÓ*JO\ DQ ENOffiNnO D£ DOS Ml'NDOS

7. UVA tif ucaxtwuvu. 1427. (Iniftw Qitui Fif»li gráfica at kpui. 22 i 15,5 an. Minuscmo a tinu 1 temple lobtc pefprnino. B>- Wuxaa dr Nino. Fnncu. Tomado <fc A. L Kctdaluóld Famrmie AtUi

La cartografía musulmana

Mientras en el mundo cristiano la ciencia se estancaba, en el mundo musulmán surgió un movimiento de estudio y difusión de la cultura griega. Hasta esos momentos, en el campo de la cartografía se habían limitado, como los ro- manos, a trazar itinerarios y mapas de comuni- caciones para sus campañas militares. Entre los siglos Vífl y IX, d califa abassí Al-Mahrnum (787-833) hizo traducir unos textos griegos ad- quiridos en Bizancio, entre los cuales se supone que se encontraba la Geografía de Piolomeo. Este monarca encargó a AJ-Juwarizmi la elabo- ración de un estudio donde se recogiese toda la información geográfica conocida de la Tierra. El resultado fue un texto explicativo de un ma- pa del mundo y la elaboración de unas tablas astronómicas que te publicaron posteriormen-

te. Durante el reinado de Al-Hakan II (913- 976) se creó en Córdoba un gran centro de es- tudio de las matemáticas, la astronomía y la geografía, en donde se tradujeron las obras de Orosio y, parcialmente, las de San Isidoro de Sevilla. Midieron un grado del arco de meridia- no con bastante precisión y le dieron al Medi- terráneo su verdadera longitud: 42 grados en lugar de los 62 que, erróneamente, le había asignado Ptolomeo. La labor cartográfica del mundo musulmán culminó en la obra de Al- Idrisi, nacido en 1110, quien abrió el camino para el retorno a la cartografía científica. Idrisi utilizó la observación directa y la toma de datos de campo para confeccionar sus mapas. Al ser- vicio de Roger II de Sicilia, elaboró en 1154 el Libro de Roger, donde se incluyó un mapa de- nominado Tabula Rogenam. Realizó otros tra- bajos cartográficos entre los que destacó una IN

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CA»TOG*ArtA ASTDtiO* Al DESUVMOWILXTT)

obra: Htaea át quien data ttcúrrer la Tierra y Jcrdintt de ia bumani(Lu¿y remo del alma, don- de incluyó un mapa más perfeccionado que el de 1154

Los árabes, que cruzaban como dueños todo el Mediterráneo, lomaron de los chinos una aguja imantada que desde los siglos vn v vin habían empleado en sus navegaciones. Bailak Al-Kilxljaki describidla primitiva brújula de la siguiente manera;

... Los capitanes que navegan por el mar de Siria, cuando la noche es un oscurj que no ven por donde van, toman un vaso lleno de agua, que ponen al abrigo del viento, y meten en él una aguja hundida en un clavijo de madera o en un canutillo en forma de cruz, [inseguida toman una piedra imán lo bastante grande parj ocupar toda la palma de la mano, la acercan al agua imprimiéndole su mano un movimiento de rotación hacia la derecha, de modo que la aguja se mueva sobre su superficie. Retiran su mano súbitamente y la aguja marca con sus dos puntos el Sur y Norte*.»

Esta brújula primitiva o calamita fue perfec- cionada a finales del siglo XIII por navegantes italianos, quienes prescindieron del agua y montaron la aguja de hierro en un eje vertical, sobre una cartulina en la qiic aparecían los 16 ó 32 rumbos del horizonte, bta cartulina fue lla- mada «Rosa de los Vientos*, y señalaba el norte con una flor de lis. Así nació la brújula que co- nocemos. y su nombre, por cierro, se derivó del italiano ibussola», que significa estuche.

Mientras esto sucedía, las naciones euro- peas, ya no sólo las ciudades-Estado italianas, sino también los reinos de A ragú n y Portugal, trataban sin conseguirlo de romper el cerco de l«i piratas cuícos. Con el pretexto de recon- quistar Jerusalén se organizaron las Cruzadas, que a la larga no alcanzaron su propósito.

Pbr su pane, el veneciano Marino Sañudo, en su libro Uber-Secretorum Fideltum Cmciaát 1321, ilustrado con el Mapamundi de l'etnis Vesconte, propuso un plan para abrir nuevas rutas comerciales con rumbo al Asia. Lm vene- cianos Niccolo y Maneo Polo, a quienes siguió más tarde Marcu, el hijo del primera, empren-

dieron un viaje que duró 36 años, de 1260 i 1296. para procurar una alianza con los mo- narcas mongoles y marinos genoveses también iniciaron navegaciones en el Atlántico con el propósito final de llegar lusia la India.

Las carcas náuticas o portulanos

Estas tempranas navegaciones se debieron fun- damentalmente a dos factores: el perfeccio- namiento de la brújula v tos avances en la car- tografía. Dentro de dicha disciplina desapare- cieron las cuadrículas que trjun Ls antigua* carus de navegación y fueron sustituidas por redes de rumbos que irradiaban de uno o de varios centros v que recibieron igualmente el nombre de -Rosa de los Vientos». En estas nuevas tartas, el valor dimensional de la cua- drícula fue sustituido por escalas gráficas linea- les, con divisiones o troncos de 50 millas cada una, y cada tronco a su vei apareció dividido en cinco partes de diez millas cada una.

Tal fue la carta náutica medieval que en el siglo XIV cmpoó a ser llamada portulano, pues éste era inicialmente el nombre de los derrote- ros de navegar medievales, en los que aparccíañ las descripciones náuticas de las costas de ma- nera escrita, pero rio dibujadas.

La primera carta náutica que ha llegado lus- ta nosotros, la Carta Púaua, data de finales del siglo Xlll. Por su cuidada elaboración se deduce que este mapa se inspiró en trabajos anteriores.

Algunos autores señalan a Ramón Uull (ta. 1235-1315) como el padre de las cartas ruiuticas. Ya en el siglo XIII se refiere a las canas como uno de los instrumentos utilizados por los marinos, y en su obra FJ Fénix dt Ltf Mara- villas describe el arte de navegar, las canas y la aplicación a la navegación de la aguja magnéti- ca. Según sus teslimonios, se puede situar el nacimiento de las cartas portulanos o portula- nos entre 1250 y 1275.

Dado que la elaboración de las anas náuti- cas estaba ligada a intereses comerciales, fueron los italianos (Genova y Venecia) y los españoles (Barcelona y Mallorca) los que llevaron a cabo la producción de esta cartografía desde el si-

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(AiTor.iAFu Hirióme* na Em tíektkudl IX» Mijnix»

glo XJ[¡. luljnu-. \ apañóles representaron, so- bre rodo, ¡as costas del Mediterráneo. aunque <r» algunos mapas dibuiaron lis islas Británicas y las del mar del None c in Jusu el Bálti- co. En estas últimas zudas ¡a exactitud hue mu- din iiicinx que en el Mediterráneo.

La representación de las tosías fije, en ¡•ene- ial. muy parecida a la de ta canas actuales; in- cluso se corrign el error ptolcmxcn en la apre- ciación de la longitud «del Mediterráneo gracias 3 la infljcnua del mundo musulmán, que ya le fuhú dado su longitud correcta. F-ítc error vol- vii) .1 j;cncijli7jrsc en el siglo >;vi, mantenién- dose hasta el siglo Will. Un rallo sistemático en estas anas proviene de b udiudón de! norte magnético, dando corno resultado un giro del Mediterránea kt.]>k.;o a. norte geográfico de enue 4 y 0 grados en sentido irivcrwi al dé las agu¡as del rcln|.

Los portulanos otaban elaborados sin icner en cuenta la rsíeritidad de la tierra, por lo que no utilizaban proyecciones cartografías y iu> incluían inJícaunnc* de paralelen y nieridia- nos. Debido a su utilidad para ¡a uauegauón, las canas contenían un sistema de lincas <jue cubrían toda la supetliue ortografiada. Gru- pos de dieciséis o treinta v dos lineas irradiaban desde dos puntos en el ote y el oeste del Medi- terráneo. Con la representación de las rosas de los vientos, éstas lincas nacían de ellas, dando lugar a los rumbos. Li finalidad de las líneas era la de facilitar ta determinación de una de- rrota sobie múltiples puntos repartidos por la

La producción de estas canas procedió, co- mo ya hemos apuntado, de italianos y españo- les, y se supone que ambos partieron de las mismas fuentes. No obstante, los mapas italia- nos iniciaron su decadencia a partir de finales del siglo X.11I, justo cuando los españoles co- menzaron con el desarrollo de la escuela ma- llorquína, que tuvo su múima representación en el Atím Catalán de 1375 atribuido a Abra- ham Croques'.

Se puede hablar de dos estilos claramente diferenciados entre la cartografía náutica repre- sentada por los italianos y por los españoles, aunque existen algunos ejemplos de la influen- cia de unos en otros. Las cartas náuticas italia-

M*P* * "as se elaboraron con fines puramente utilita-

rios. con pocos detalles artísticos y sin ninguna representiüón del territorio interior, ya que es- taban destinadas a ser utilizadas por los mari- nos, por lo cual la mayoría ha desaparecido. Lo que caracteriza a la escuela mallorquína es la existencia de las que. a nivel general, se cono- cen como cartas riáutícos-geográficas, en donde se recogen, además de las informaciones útiles para la navegación, todos los conocimientos geográficos de las zonas representad# que obraban en poder de sus autores. Aparecen en el interior de las tierras representadas detalles alusivos a la hidrografía, orografía, fauna, flora y leyendas explicativas acerca de monarcas, eos lumbres, etc. Estos dos tipos de cartas náuticas coexisten y se encuentran raros ejemplos de estas últimas entre las realizadas en Italia y viceversa.

Entre los italianos podemos citar al ge notes Petrus Vesconte y a Juan de Orignano, así co- mo al veneciano Francisco l'izigano.

Los cartógrafos mis delatados de la escuela mallorquína durante el siglo XIV fueron Angeli- na Dulcen o Dalorto, Abraham Cresques con su famoso Atlas Catalán y Guillermo Soler con sus canas de 1380 y 1385.

F.1 Aiki Catalán significó la culminación de la cartografía náutica-geográfica y fue la expre- sión más acabada de la escuela mallorquína. Los cartógrafos que colaboraron en la elabora- ción de esta obra partieron del saber científico de musulmanes, hebreos y europeos, y consu- maron k ruptura con la tradición cristiana me- dieval iniciada por sus antecesores, aunque se puso de manifiesto la influencia de esta tradi- ción en varios aspectos. El mismo l.resqucs era astrónomo y sostuvo en sus estudios la idea de la esfericidad de la Tierra.

íjc sabe que esta carta fue encargada pof el rey l'alru IV de Aragón para regalársela al in- fante que mis tarde sería Carlos V de I rancia, En ella debían reproducirse todas las partes co- nocidas del mundo. El resultado fue una obra formada por seis hojas de pergamino dobladas.

Las dos primeras contienen texto e ilustra- ciones astronómicas y astrológicas con un no- mograma móvil, primer ejemplo de utilización de estos métodos de cálculo. A esta parte le si- guen otras cuatro hojas con la carta náutica- geográfica, en donde se representa la mayor IN

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Cartografía ASTEJIOII AI DÍSOIBIIIMIEN-TU

8, MAÍAMUNDl 1448 Andrea» Wíl»- prrgcr. No india mola. 38 x 25 cm. Miniuoito a unía y i atiple Ktbtc pergamino. Biblioteca Apoadlici Valí cana. Cudad del Vaticano.

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OjUOGRArtA HlíTOíKl* DH F-NCUENTIO HE IX» Ml'NfW

gin xin. Iraliano-. y apañóles representaron. so- bre code, bs cor.r¿s c!cl Mediterránea aunque en ai},-aiiM mapas dibLijaron las ulas Bndmcas y las coiii-. del mar del None c incluso el Bálti- co. En estas últimas zonas la exacritud fue mu- cho menor que en d Mediterráneo.

La representación d: las cosías fus, en gene- ral. muy parecida a la de ias cartas actuales; ¡ri- el uso x conigjo el error ptolcnuico en la apre- ciación de b longitud del Mediterráneo gracias a la influencia del mundo musulmán, que ya le haba dado íu longitud correcta. Este error vol- vió i generalizarse en el siglo xvr. mantenién- dose hasta el siglo XVill. Un fallo siiicmirioo en cías canas proviene de In uiliución del none magnético, dando como resultado un giro del Mediterráneo respeetn al none geográfico de entre 4 y 9 grados en sentido inverso al de las agujas del reloj.

Los portulanos estaban elaborados sin tener en cuerna la esfericidad de la tierra, por lo que no utilizaban provee ¡.iones cartográficas y no incluían indicaciones de paralelos y meridia- nos. Debido a su usilidad para la navegación, las canas contenían un sistema de lincas que cubrían toda la superficie canu^raímla. Cru- ps de dkxistfs o treinta y dos líneas irradiaban desde dos puntos en el este y el ueste del Medi- terráneo. Con la representación de las rosas de los vientos, ¿siai lincas ñauan de ellas, dando lugar a los rumbos. La finalidad de las líneas era b de facilitar la deierminación de una de- rrota sobre múltiples puncos repartidos prii b

La producción de usías cairas pruccdió, co- mo ya hemos apuntado, de italiano; y españo- les, y se supone que ambos partieron de las misma; fuentes. No obstante, los mapas italia- nos iniciaron su decadencia a partir de finales del siglo Xfll, justo cuando los españoles ci> memron con el desarrollo & la escuda ma- llorquína, que tuvo su máxima representación en el AtLs Guaiáit de 1375 atribuido a Abra- ham Croques".

Se puede hablar de dos estilas claramente diferenciados entre la cartografía náutica «pre- sentada por los julianos y por los españoles, aunque existen algunos ejemplos de la ¡afluen- cia de unos en otros. Las cartas náuticas italia- nas se elaboraran con fines puramente utilita-

rios, con poem details artísticos y sin ninguna representación del territorio interior, ya que es- taban desuñadas a ser utilizadas por los mari- nos, por lo cual la mayoría lia desaparecido. Lo que caracteriza a la escuela mallorquína es h existencia de las que, a nivel general, se cono- cen como cartas náutico s-geográficas, en donde se recogen, además de las informaciones útiles para la navegación, todos los conocimientos geográficos de las zonas representadas que obraban en poder de sus autores. Aparecen en el interior de las tierras representadas detalles alusivos a la hidrografía, orografía, fauna, (lora y leyendas explicativas acerca de monarcas, cos- tumbres. etc. Estos dos tipos de cartas náuticas coexisten y se encuentran raros ejemplos de estas últimas entre las realizadas en Italia y viceversa.

Entre los italianos podemos citar al genoves Peirus Vesconte y a Juan de Carignano, así co- mo al veneciano Francisco Pizigano.

Los cartográfos más destacados de la escuela mallorquína durante el siglo XIV Rieron Angeli- 110 Dulcen o Dalorto. Abraham Crcsques con su famoso Arlas Catalán y Guillermo Soler con sus cartas de 1380 y 1385.

El Aildi Catalán significó la culminación de la cartografía nautico-geugráfica y fue la expre- sión más acabada de la escuela mallorquína. Los cartógrafos que colaboramn en la elabora- ción de esta obra partieron del saber científico de musulmanes, hebreos y europeos, y consu- maron la ruptura con U tradición cristiana me- dieval iniciada por sus antecesores, aunque se puso de manifiesto la influencia de esta tradi- ción en varios aspectos. El mismo Crcsques era astrónomo y sostuvo en sus estudios la idea de la esfericidad de la Tierra.

Se sabe que esta carta fue encargada por el rey Pedro IV de Aragón para regalársela al in- fante que más tarde sería Carlos V de Francia, En ella debían reproducirse todas las partes co- nocidas del mundo. El resultado fue una obra formada por seis hojas de pergamino dobladas.

Las dos primeras contienen texto c ilustra- ciones astronómicas y astrológicas con un no- mograma móvil, primer ejemplo de utilización de estos métodos de cálculo. A esta parte le si- guen otras cuatro hojas con la carta náutica- geográfica, en donde se representa la mayor IN

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Cartografía antojo* ai Dbcxubumientu

8. MATAMUNDt. 1448. Ajidiro pffger. No india aaü. iit «25 an. Minútenlo > tina y tanplc wbre papalino. RiblMevi ApWüu V» aru. Duiiul del Vitiano

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Cartografía Histórica Da tvcuE-vmo ra Dos Mundos

9. mapamundi. 1459. Ffi Mauro. No india aaJi 196 x 19i an. Ma- nuicíim i úau y icmpU wbtt pü Biblioteca Nioii.ui Maiciiru. Vcnc-

pane del mundo conocido en la época. Se in- corpora Asia y se dibuja po; primera vez la rosa de los vientos completa. Esta obra es de una gran belleza y precisión; está enriquecida con gran cantidad de topónimos, representaciones de relieve y abundantes tatos descriptivos to- mados, en su mayor paite, de las narraciones de los viajes de Marco Polo. La delimitación de las costas es prácticamente perfecta.

Durante el siglo XV la cartografía mallorquí- na siguió su evolución, mejorando la calidad y el estilo y reflejando cada vez con mayor exacti-

tud la información geográfica. De este siglo po- demos citar a Maciá de Viladestes. autor de una carta náutica fechada en 1413, y a Gabriel de Valseca, que elaboró cartas para la navega- ción alcanzando gran renombre. Merece desta- carse su caria de 1439 conservada en el Musco Marítimo de Barcelona, con abundante infor- mación continental, toponimia y una gran cali- dad en el trazo. Rosell, Jaume Bertrán y Arnal- do Domenech son también cartógrafos impor- tantes de este siglo.

Existen otros mapas anónimos que, dentro INE

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CARTOGRAFIA ANTOJO* Al D&CUBUMIENTQ

del estilo de la escuela mallorquína, están ads- critos al siglo XV. El mis importante es el Ma- pamundi circular conservado en la Biblioteca Estense de Módena; es el único que, con todas las características de las cartas náuticos-gcográ- ficas, se presenta en esta forma.

El nuevo siglo trajo consigo un cambio en la cartografía con los grandes descubrimientos, pero la escuela mallorquína siguió produciendo obras de mayor o menor importancia durante los siglos XVI y XVII.

Los avances técnicos y la exploración del Atlántico

En posesión de la brújula y con el auxilio de los portulanos, los marinos de finales del me- dievo iniciaron un nuevo procedimiento para navegar llamado «de estima», por medio del cual el piloto de una nave calculaba sobre la carta el punto donde se encontraba, conside- rando solamente, gracias a la brújula, el rumbo que seguía la embarcación y la distancia que había recorrido en 24 horas. Esa distancia se apreciaba «a ojo», y por eso se llamaba «de esti- ma», «al punto» o «punto de fantasía» a didin procedimiento.

La navegación «de estima» fue empleada du- rante todo el siglo XIV, y se tuvo tanta confian- za en ella, que los genoveses de entonces se lan- zaron a buscar las islas perdidas en el sur del Atlántico. Estas «islas perdidas» no eran otras que las Canarias, que Minio describió detalla- damente en d siglo 1 de nuestra era y que des- pués desaparecieron, de tal suerte que durante la Edad Media solamente se las creyó legenda- rias.

En el mapa de Hereford de 1300 puede leerse Forlunatae insulat sex sunt insular Se. brandani (las seis islas de la Fortuna son las is- las de San Brandani)'. Aunque el archipiélago tiene mis de seis islas, es indudable que el ver- sículo se refiere a las Canarias y que recoge la tradición autóctona de San Brondón. En 1154. el geógrafo árabe Al-Idrisi ya mencionado se refirió a las seis islas de Khalidad (Perennes o Eternas) y dijo que, para Ptolomeo, en ellas

comenzaba el cómputo de las longitudes geo-

Veamos cómo se perdió el archipiélago ca- nario. En la obra De imagine miuuh del año 1100, que algunos atribuyeron a Honorato de Autum y oíros a Honorio Indusus, apareció d siguiente párrafo: -En d océano hay una isla llamada Perdida, muy superior a las demás tie- rras por la amenidad y fertilidad de todas sus costas, desconocida para los hombres, que, ha- llada alguna por casualidad, no se lia podido descubrir después de hallada, por lo que se le llama Perdida. Y se cuenta que vino a día Brandano.»

La crónica de Pedro IV de Aragón cuenta cuando el monarca recibió la visita de don Luis de la Cerda, a quien el Papa Clemente VI ««jr-V5"" nombró Príncipe de la Fortuna, lo que era tan- ra como decir morara o soberano de lis ¡«las ira »a» m Canarias. Y en la misma crónica se asienta «... y xw <k EqW*.

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CaxtogiafIa HbtOuca del Enci/ektbo de Dos Mimos

" Lb Cue LI. libre I. apímio XX

10. iUMMUKDL. '■ 1498. Herman Martdku. No indio rvali. 47 i 30 ccnrimcina. Kimucnto i ano y couple íúbtt ppcL Bibiiotca Bri- tánica. Londra. Rrino Unido.

ofrecimos umveniente ayuda para d viaje que se proponía hacer a las islas perdidas..."14

Mientras se redescubrían las Canarias, los marinos venecianos y genovesa continuaban sus viajes de exploración para ensanchar el mundo. En las postrimerías del siglo XIII. en 1291, los hermanos Vivaldi —Valdino y Ugoli- no— zarparon de Genova, cada uno en una ga- lera. para navegar por la costa occidental de Africa hacia el sur. con destino final en la India.

Veinte años después se ignoraba la suerte de los navegantes, pero el autor del Libro del Co- twiámiento... afirmó que una de las galeras naufragó en Amenuán, en el Africa occidental, y que los sobrevivientes llegaron a la ciudad de Graciona. Declaró asimismo no saber nada de la otra nave, aunque mis tarde agregó que en Magdasor (actual Mogadiscio, en la Somalia) supo que un hijo de los Vivaldi, llamado Leo- nis, anduvo en busca de su padre c intentó lle- gar a Gradona, pero no pudo lograrlo porque el emperador se lo prohibió, dado lo largo y peligroso del viaje.

Pocos años después de la aventura de los Vi- valdi, a principios del siglo XIV, salió de Geno- va Lancelote MaloceIJo, que reconoció las illas del archipiélago canario denominadas Fuerte- ventura y preusameiiic Lanzarme, la cual go- bernó durante veinte años, hasta que fue expul- sado por los naturales insurrectos. El Libro del Conoscimiento... consigna que la isla se llamó asi porque sus habitantes «... mataran a un ge- novés que decían Lanzarotc».

Lo cierto es que estas expediciones demos- traron que las carcas que utilizaban los nave- gantes eran crtúncas, al menos en lo referente a los litorales del Atlántico, tanto africano co- mo europeo. Para corregirlas se estableció un centro cartográfico en el litoral portugués, en el cual, después de varios años, se determinó, sin tomar en cuenca el achacamiento de los polos, que los grados ecuatoriales y meridianos tuvie- ran igual valor, o sea. 56.66 millas, en tanto que las canas de Marino de Tiro establecían 56 millas.

En 1341, pocos años después de entrar en

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CARTOGKATlA ANT»(O* At Dbcub*imiento

operación el centro cartográfico portugués, salió de Lisboa hacia las Canarias una expedi- ción comandada por el marino genovés Angc- lino del Teghia de Corbizzi. En la nave iban portugueses, genoveses y mallorquines, ¡uan Boccaccio da Cataldo escribió, en latín, un re- lato del viaje, y al regreso los expedicionarios llevaron consigo a cuatro nativos y diversos productos de las islas.

La cartografía que precedió al descubrimiento

Por esos años se estableció un continuo trá- fico entre Mallorca y las Canarias, y en la carta de Angelino Dulcen, de 1339' . aparecieron por primera vez ¡as islas Lamarorc y Fuerteven- tura del archipiélago, asi como los ¡dotes deno- minados Vesci Marini (focas o lobos de mar).

Además, en la carta se dibujaron al noroeste de estas dos islas otras tres, las üimn' Bnndant siue purllarmi, que individualmente fueron nom- bradas Primaria, Capraria y Canaria, o sea. casi igual i como los romanos llamaban a las Cana- rias antes de su «desaparición»; Plusvalía, Ca- praria y Canaria.

Esta duplicidad obedeció a una confusión de nombres, pues la situación, el tamaño y la disposición de las islas de Sanen Brandani co- rresponde, sin lugar a dudas, a las islas Madei- ra, que hablan sido descubiertas a finales del si- glo xil por los primeros marinos genoveses que se decidieron a explorar el Atlántico.

Vale la pena consignar que en el Atlas Cata- lán de Abraham Croques, realizado en 1375". aparecieron al norte de las Madeira tres islas situadas de sur a norte. Estas islas no existen, pero, en cambio, hacia el oeste se señalaron las Azores, que Abraham Cresques ubicó mal.

II CtOCRAnUSOlI VOKTTUUNG. 1492. Martín Behaim. No india oak 41.9 x 30J an. Grabado en lámina de J. G. Doppdmavet «obre papel Tomado di A. E. Nofdokióíd. hunmilt AtUi

" «EJ nombre italiano de Vera Marini. (jur deugna a la* fix» o loboi marinm. esá en italiano ai b ana de Dulcen (1339) datada en Mallorca, lo que india que dicho nombre debió tet impugno por viajen» iedcaruu. En d Ubn dtl CoHmnminto.... rabeado hacia 1350. te denomina al 11W. hoy llamado de Lobos, con d nombre de Uegimar. alteración de Vari Ma- rini. y en la miatw ptgma r le vuelve a nombra con la de- nominación de Baimann. otn tortita derivada dd mumo nombre inicial (uh. tit, pig. Ml,» PrnrJmn (trttgrJfifn 21 ° AiUi Ctulin Je AMum Crcupta.

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OiTuciurtA Historic» oa Ewrunmo oe Dos Mundos

1492-1500 Atítw dasooixhj» Lull pifia ta Ujuii HO i ?0 cm. Mj- nuxjtio i neu • inopt u>ófc per- tpmina. Bioiiouo NjocoJ ¿r Pain,

" PttudttOa urttpifktt..: 22. " BmaWk 1983.AJfcaJdeasoíua ajfcUKc un pabtdo ¿¿ ligio XVI. que te cootan at b BibUothequc del Ara Deeoosfi, Parit. ta que tptittt d pe Caawn y b isti de Su Bnodun, il none de bi Cuwia. " PH(*JatiatMntpJfitm.-:23. " Mipa 12. "MjpIJ.

Dicho error se aplica pox d procedimiento de navegación a estima que ini|icraba entonces y por la imprecisión de Lis observación» y de loi dalos astronómicos.

Pues bien, cuando en ]427 las Azoro fue- ron descubiertas oficialmente por el pomigues Diego de Silves, los cartógrafos siguieron regis- trando aquellas Azores mal situadas, al oriente de lis verdaderas, y en los mapas de Andreas Bianco de 1448 y de Cristóbal Soügo, éste sin fecha prreiia pero anterior a 1460, aparecieron duplicadas porque todavía no se h¿bia elimina- do a las falsas'.

También en las cartas po miañas aparecen lilis inexistentes, llamadas legendarias por unos y fantásticas por orros. Estas islas imaginarias eran móviles o errantes, y aunque ya Plinto y Seneca hablaban de ellas, fue durante la Edad Media cuando se mencionaron con mayor fre- cuencia. Lis islas de San Brandan también fue- ron consideradas errantes. Debieron su nombre a un monje irlandés llamado Brandán, en latín Brandano y Brandan en castellano. Las prime- ras noticias de ote monje aparecieron en el si- glo X y fueron difundidas por otro monje que posiblemente también fuera irlandés, el cual es- cribió un libro llamado Nai'tgatio Sanai Bran- dam Abba (it''. Según este autor, su biografiado era el abad del monasterio de Clonfeu, en GaJ- way, Irlanda, quien por mana desconocidas se hizo a la mar con catorce monjes que lo siguic-

Dos siglos mis tarde, un arzobispo inglés llamado Benedeit escribió un poema sobre las avenruras marítimas de San Bran din, de acuer- do con el cual los monjes estuvieron siete años en eJ mar, y en ese lapso fueron testigos de los hechos mis cíennos, como el haber desembar- cado en una isla que, cuando hicieron fuego en ella, se movió y dio cales coletazos que los viaje- ro* estuvieron a punto de morir. Se trataba dd pez Gasconia, enorme bestia que dormida parecía una isla.

El nombre de San Bran din, Brandano o Brandani aparece con cierta frecuencia desig- nando unas u otras islas. El mapa de Dulcen de 1339, por ejemplo, contiene la leyenda: /n- suüt Set, Brandani sive fnutiarvm (islas San Brandani de las muchachas) que, repetimos* es una referencia a las islas Madeira-Puerto Santo.

En mapas del siglo siguiente, como el de Beca- rio de 1426, el de Pareto de 1455 y el de Benincasa de 1482 se habla de IrnulU fortu- nate Sancti Brandani al referirse a las Canarias, ral y como ocurre en el mapa de Hereford de 1300".

Además, islas situadas en distintos puntos ostentaban, en un momento dado, d mismo nombre. Así, Dulcen llama Islas de las Mucha- chas a las del grupo Madeira-Puerto Santo; mientras que en una cana resguardada actual- mente en la Biblioteca Nacional de París, de autor desconocido aunque alguien la ha atri- buido a Cristóbal Colón", se llama igual a otras islas que se encuentran en el Golfo de Guinea, cerca de las costas africanas: *bac ¡mu- ILu puelkrum voeari sum sex ubi nusuntur ¡iré nfp>. Todavía en 1507. en el mapa de Waldscc- müller aparece en otra latitud una •insuih 7 íietie pülztlit', o sea, de las siete muchachas o las doncellas, como se traduce del italiano1'

Esta confusión puede considerarse como al- go natural si se piensa en los procedimientos rudimentarios de la navegación y la cartografía. A ello se sumaba la leyenda negra que sobre el Atlántico habían creado los geógrafos y mari- nos árabes desde el siglo XJI, según la cual el octano estaba cubierto de tinieblas, circulado por vientos fonísimos y tempestades y plagado de monstruos. También se afirmaba que exis- tían numerosas islas, unas habitadas y otras desiertas, a las que nadie se atrevía a acercarse.

De cualquier manera, estas ftbulas no fue- ron obstáculo para los marinos portugueses y sobre todo genoveses, que continuaron sus avances por el Atlántico. Entonces reapareció ta figura de Ptolomeo y su Geografía, que, tradu- cida al latín, se volvió autoridad y base de los nuevos mapas.

Con el resurgimiento de Ptolomeo se pre- tendió crear una cartografía científica. Los ma- nuscritos del siglo II de este geógrafo circularon por Europa al mismo tiempo que los últimos portulanos catalanes. El reencuentro con la concepción ptolemiica del Ecumenr eliminó paulatinamente de los nuevos mapas la excesiva decoración, las historias Ibbulosas y los lucres desconocidos o no confirmados.

En algunos mapas de esta época se represen- tó el mundo de Ptolomeo en la pane occiden- IN

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CAUTOGRAFÍA ANTEMO* Al DESCUBSIWEKTO

tal y los relatos de los viajeros venecianos Nico- lo Conti y Marco Polo en la oriental. En 1448 apareció el Mapamundi de Andreas Walspcr- ger", que, entre otros conocimientos geográfi- cos, incluyó >... el lugar de la pimienta y el lu- gar donde se vende la pimienta». Y en 1459, Fra Mauro, a petición del rey de Portugal, con- feccionó un Mapamundi donde aparecieron los más recientes descubrimientos de los navegan- tes de su país". Una copia exacta, dibujada años más tarde por el propio autor, es la que se conoce, pues se ignora el paradero del original. En este mapa circular ya no se colocó a Jerusa- len en el centro del mundo.

Otro cartógrafo de este período de transi- ción entre la Edad Media y el Renacimiento fue Claudio Clavus. Una de las dos obras cono- cidas de este cartógrafo, y que actualmente se encuentra en Nancy, fue realizada en 1427, y en ella aparece Groenlandia dibujada esquemá- ticamente. La otra carta quedó concluida en 1467 y está resguardada en Florencia; en día también se presenta a Groenlandia™.

Naturalmente, los trabajos de Clavus son anteriores al reconocimiento de esa gran región como parte de un continente nuevo o descono- cido. En el Códice Vtdoboneme aparecen algu- nos comentarios del cartógrafo, entre ellos ci de advertir que: «... la península de la isla de Groenlandia se extiende desde una región inac- cesible o desconocida a causa de la nieve»."

Entre los copistas de los manuscritos de h Geografía de Ptolomeo se distingue Henricus Martelluí, cartógrafo alemán cuyas obras se en- cuentran en la Biblioteca Nacional de Florencia y en el Musco Británico de Londres". Entre ellas hay un Mapamundi hecho en los años 1489-1490 que registró los descubrimientos re- cientes del portugués Bartolomé Díaz, quien llegó al punto más austral de Africa y echó por tierra la creencia ptolemaia de que esc conti- nente se extendía hasta el Polo Sur sin que In rodeara el mar. El mapamundi de Martdlus contiene muchos nombre, a lo largo de la costa occidental africana, que se había ido recono- ciendo gracias a los frecuentes viajes de los ma- rinos de Portugal.

Martín Behaim es el autor del globo terrá- queo más antiguo. Evidentemente se basó en el Atlas de Ptolomeo, en los relatos de Marco Po-

lo y en los de otros viajeros, en las travesías de los portugueses y en el mapa de las regiones nórdicas de Europa de la edición de Ptolomeo de 1482. La olera de Behaim es de gran interés para el estudio de los llamados grandes des- cubrimientos. Se considera indudable que su autor conoció a Colón y es probable que con- cordaran los punios de vista de los dos sobre la posibilidad del viaje a la India".

Recordamos que Posidonio de Apimea re- dujo a 29,000 kilómetros la longitud de los meridianos, calculados con gran precisión en 39.690 kilómetros por Eratóuenes de Cyrene. Y también sabemos que Ptolomeo persistió en el error y que lo transmitió a los cartógrafos de fines del medievo hasta el siglo XV.

Recordamos también que entre los cartógra- fos contemporáneos de Colón, seguidores de

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Ptolomto. destacaba I'íoIo del Pozio Tusca- ncll». autor de otro globo terráqueo, que esta- blecía una distancia de 230 grados de longitud geográfica entre la orilla occidental europea del Atlántico y la oriental de Asia y mostrabj ¿ ios continente* europeo y aiiitiu) mucho mayores de lo que eran Lo mismo íucedía en el de Behaim: en ambos globos, el Atlántico aparecía mis estrecho y mis fácil de cruzar.

Es imposible saber lusta qué punto aquel error de cálculo hizo que Colón, tan identifica- do con Toscaneiii, se lanzara al Atlántico, o si

aparentó estar equivocado para hacer, ante liv, ojos de todos, más viable su travesía trai.itlánti- ca. Lo cierto Kic que en el siglo XV se modificó el módulo de las 56,6() millas por oiro más exacto y que. a pesar de ello, el genoves se rehusó a adoptarlo, porque el módulo erróneo establecía un ramaño menor de la Tierra y una disrancia mis corta hasta la India. Gracias, en- tre otra* causis, a este error, el genoves pudo embarcarse en el puerto de Palos, tomar la ruta de Occidente v cruzar el océano hasta topar con la isla que llamó San Salvado;.

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