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11 LUIS NIETO DEGREGORI,Asesinato en la Gran Ciudaddel Cuzco, Grupo EditorialNorma, Lima, 2007.22 MANUEL SCORZA, Lasimprecaciones, Lima,Colección Centauro, 1960.33 MARISOL DE LA CADENA,Indigenous mestizos. Thepolitics of race and culture inCuzco, Peru (1919-1991),Duke UP, Durham, 2000;JACQUES GALINIER etANTOINETTE MOLINIÉ, LesNéo-Indiens. Une religion duIIIe millénaire, Odile Jacob,Paris, 2006.44 CORNELIUS DE PAUW,Recherches philosophiquessur les Américains, Dekta,Berlin, 1768, vol. 2, pp. 154-155: “Garcilasso de la Vega,qu’on prend ordinairementpour un Américain, n’étaitqu’un métis... il a produit unouvrage si indigeste, si pito-yable, si foncièrement malraisonné, que trois auteursfrançais qui ont tenté de lerédiger et de le mettre enordre, n’ont pu y réussir.Dans la dernière Histoire desIncas qui a paru à Paris en1744 et qu’on attribue àGarcilasso, on n’a pas con-servé une phrase de l’original”.

etesto al Inca Garcilaso”,exclama, rotundo, LuchoNieto, entrevistado el 21 defebrero de 2007 por el perió-dico limeño La República,con motivo de la recientesalida de su novela Asesi-

nato en la Gran Ciudad del Cuzco.1 Garcilaso, declara elescritor, ha sido manipulado por el Perú criollo “comoemblema de un mestizaje que sólo existe en el discur-so y que se utiliza para acallar los conflictos sociales”.También han colaborado en ello los intelectuales cus-queños “para mistificar el pasado incaico del Cusco”,olvidándose de los miles de años de historia del Perúque transcienden las fronteras y el horizonte temporalde la capital del Incanato.

El desencanto del mestizaje armonioso es un senti-miento comprensible, ya que la mezcla racial, que nopuede ponerse en duda, no logró cubrir la brechasocial que sigue separando hasta hoy a los indígenascampesinos de los cholos urbanos y a éstos de las éli-tes limeñas, que se jactan de su estirpe hispánica. Ya lodecía el poeta Manuel Scorza: “Yo apenas recuerdo unpaís tan pobre, / Que ni en el ocaso da sombra” (‘Patriapobre’), buscando en vano una respuesta a su pregun-ta lancinante: “¿Fuiste torrente para ser pantano?”(Gorrión dulcísimo’).2

Ya sabemos que la desilusión es siempre el reversode toda esperanza utópica. Sin embargo, a pesar de losgolpes sufridos, esa esperanza no ha escarmentado,puesto que la ola neoincásica, analizada con muchaagudeza por Marisol de la Cadena y por JacquesGalinier y Antoinette Molinié, inunda con su verborreay arcaísmos todas las instituciones culturales cuzque-ñas.3 El ubicuo Inca Garcilaso, después de haber sidosucesivamente libertador, socialista, comunista y mes-tizo ejemplar, sirve aún de referencia a los “neo-indios”

del Cuzco en su afán de reconstruir los ritos perdidosde una civilización arcaica, para regocijo de sus com-patriotas y de los turistas. Mistificación del pasado, sinlugar a dudas, no sólo por la “reconstrucción” idealiza-da de una sociedad teocrática y militarista, sino tam-bién por la negación del mestizaje que la “neoindiani-dad” conlleva. Una utopía arcaica, en definitiva, a pesarde cierto toque postmoderno y new age dado por lasélites intelectuales cuzqueñas y el público variopintoque asiste a las ceremonias.

Todo ha sido dicho sobre el Inca Garcilaso o casitodo, y sin embargo lleva mas de cuatro siglos ocupan-do la primera plana, honor que no alcanzó ninguno delos cronistas americanos, ni mucho menos el farragosoGuaman Poma de Ayala, que Luis Nieto me perdone.Claro está que yo no lo he “sufrido” como él, que estu-vo obligado a remachar la historia oficial del Perú y lade su “patria chica”, el Cusco, aunque comparto sudetestación por la retórica patriotera y la ejemplaridadde los próceres y figuras emblemáticas, que me cupie-ron en suerte en la escuela argentina.

Por lo general, Garcilaso de la Vega, hijo de una prin-cesa inca y de un conquistador, nacido en el Cuzco en1539, ha sido visto a lo largo de los siglos con simpatía,con alguna que otra excepción, siendo la mas notable lade Cornelius de Pauw, ensayista de la Ilustración yantiamericanista rabioso, que atribuye el “escaso talen-to” del ilustre peruano a la sangre española que correpor sus venas y precisa que sus Comentarios son tanpesados, tan lamentables y tan mal argumentados, quesus traductores franceses no lograron ordenar el textoy en la edición francesa de 1744 no conservaron unasola frase del original.4 Las opiniones racistas de dePauw, un holandés al servicio de la corte de Prusia, sonbien conocidas. En su intento de demostrar la inferiori-dad física e intelectual de los salvajes americanos, nece-sitaba desprestigiar a los cronistas de los “imperios”,

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Actualidad del Inca GarcilasoCARMEN BERNAND

Carmen Bernand es antropóloga e historiadora,actualmente profesora emérita de la Universidad deParís X (Nanterre) y miembro del InstitutUniversitaire de France. Ha escrito varios libros enfrancés y en español sobre elcampesinado andino, el mestizaje y la esclavitudurbana en América Latina.

El mestizaje como proceso y la figura de su más alto representante, el Inca Garcilaso de la Vega, están hoy des-valorizados por la corriente indigenista (y esencialista) radical, seguida por actores políticos y también por aca-démicos occidentales. Este texto propone rescatar la figura del Inca Garcilaso y mostrar la importancia literariay política de su libro La Florida, insistiendo en la perspectiva descentrada “americanista” del autor, que prefi-gura la de Edward Said en su crítica del orientalismo en relación con el colonialismo.

TThhee mmeessttiizzaajjee ((mmiixxiinngg--rraacceess pprroocceessss)),, wwhhiicchh wwaass hhoolldd aass tthhee ssoolluuttiioonn ooff tthhee mmaannyy ssoocciiaall pprroobblleemmss ooff LLaattiinn AAmmeerriiccaa,,iiss nnooww ccrriittiicciisseedd aanndd uunnddeerrrraatteedd bbyy aa rraaddiiccaall iinnddiiggeennoouuss ccuurrrreenntt,, iinn sseeaarrcchh ooff aa nneeww rreevvoolluuttiioonnaarryy ((aanndd eesssseennttiiaall--iisstt)) llaanngguuaaggee,, aanndd ssuuppppoorrtteedd bbootthh bbyy ppoolliittiicciiaannss aanndd aaccaaddeemmiicc sscchhoollaarrss.. TThhiiss ppaappeerr ffooccuusseess oonn tthhee eemmbblleemmaattiicc ffiigg--uurree ooff tthhee IInnccaa GGaarrcciillaassoo aanndd pprrooppoosseess aa ccrriittiiccaall rreefflleeccttiioonn ooff LLaa FFlloorriiddaa,, uunnddeerrlliinniinngg tthhee ““aammeerriiccaanniisstt”” vviissiioonn ooffGGaarrcciillaassoo,, wwhhiicchh aannnnoouunncceess tthhaatt ooff EEddwwaarrdd SSaaiidd oonn oorriieennttaalliissmm aanndd aammeerriiccaanniissmm..

Palabras clave:- Mestizo- Criollo- Panindianismo- América del Norte- Neoindianidad- Wilderness- Perspectiva incásica

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tachándolos de fantasiosos y de exagerados. El IncaGarcilaso recibió en aquella ocasión unos palos póstu-mos inmerecidos. De Pauw fue prácticamente el únicoque repudió la obra y el autor, hasta las postrimerías delsiglo XX y el auge de las críticas al mestizaje.5

Que les guste o no a los detractores de Garcilaso, locierto es que el imperio incaico, sus reyes, sus leyes ysu organización, descritos en sus Comentarios reales —sean o no ficciones, idealizaciones o exageraciones—,contienen una serie de rasgos que, parafraseando aClaude Lévi-Strauss en su ensayo sobre el totemismo,los vuelven bons à penser (estimulantes para pensar)las utopías políticas, la economía, el multiculturalismo,los mestizajes diversos, el universalismo. De ahí que, alo largo de los siglos, ensayistas y políticos se hayaninspirado en los escritos del mestizo, no para volcarsehacia un pasado definitivamente cancelado, sino paraentender el presente y el futuro. Mi intención es másmodesta. Sin retomar aquí el análisis sobre la influen-cia de Platón, de León Hebreo y el judaísmo bíblico enla obra del cronista peruano,6 me detendré en una obramenos citada, la Florida del Inca, para insistir en suinterés actual, desde el doble punto de vista literario ypolítico. ¡Tarea difícil en esta época “presentista” y tanpoco receptiva a los autores del pasado!

Publicada en Lisboa en 1606, la Florida del Inca, con-trariamente a lo que dicen varios artículos académicos,no es una novela de caballería cuya acción transcurreen América, aunque la épica ocupe un lugar destacado,sino el relato, fascinante, de un fracaso. El texto se basaen la historia de la conquista de la Florida porHernando de Soto, entre 1539 y 1543, a partir de lanarración oral que le hiciera un conquistador viejo yenfermo, Gonzalo Silvestre, que participó en la campa-ña, después de haber pasado varios años en el Perú.Podemos fácilmente imaginar las tertulias cordobesasde estos dos hombres de distinta generación, carcomi-dos por la nostalgia, el uno hablando y el otro apuntan-do y puliendo las anécdotas de su achacoso interlocu-tor. La edad avanzada del amigo le decide a escribir esahistoria, “cresciéndome con el tiempo el desseo, y porotra parte el temor, que si alguno de los dos faltavaperescía nuestro intento, porque, muerto yo, no avía élde tener quién le incitasse y sirviesse de escriviente, y,faltándome él, no sabía yo de quién podría aver la rela-ción que él podía darme”.7 El guerrero y el escritor,mancomunados en esa tarea, encarnan la ambigüedadde las armas y de las letras, puesto que “también seduda cuál destas dos partes de varones famosos debe-mos a la otra, si los guerreadores a los escritores por-que escribieron sus hazañas y las eternizaron parasiempre, o si los de las letras a los de las armas, porqueles dieron tan grandes hechos como los que cada díahacía, para que tuvieran qué escribir toda su vida”(Florida, VII, 8).

Ya sabemos que un hecho no divulgado no existe, yla agudeza del autor recuerda la de Cervantes, su con-temporáneo. Garcilaso no sólo redacta, en un castella-no digno de los escritores más importantes de suépoca, las historias de su amigo, sino que, a pesar deno haber estado jamás en América del Norte, se sientelegitimado en esa tarea por el hecho de ser “america-no” y haber mamado en la leche la singularidad delNuevo Mundo. Nadie mejor que él, “indio” y “criollo”,puede verter en palabras la verdad de aquella expedi-ción. Por “naturaleza”, la suya es una voz autorizada,como lo son esas “other voices” que los historiadores

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55 Como en México, dondela doctrina oficial que ensal-zaba el mestizaje, sufrió apartir de la década de 1990una revisión radical.66 CARMEN BERNAND, L’Incaplatonicien: Garcilaso de laVega, Fayard, Paris, 2006.77 La Florida del Inca (1606),Madrid, Historia 16, 1986,Proemio.

América Latina

estadounidenses han sacado a la luz para evitar el dis-curso sobre el “otro” de la ideología dominante.Doblemente autorizada, puede decirse, porque su con-dición mestiza le permite comprender dos realidadesen sus relaciones recíprocas. Mas aún, la fama perso-nal que puede alcanzar en su empresa de escritorredunda en favor de los suyos, indios, criollos y mesti-zos, considerados por la Compañía de Jesús indignosde transmitir la verdad evangélica. Escribir, como lorepite en todos sus proemios, es demostrar la vanidadde las críticas españolas hacia los hombres del NuevoMundo. Garcilaso se presenta como el portavoz de losque no pueden hablar.

La Florida es un libro controvertido, consideradouna obra de ficción más que una crónica histórica rigu-rosa, a pesar de la opinión del mismo autor, que clamapor la veracidad del texto. Mientras que los cronistasportugueses “serios” que participaron en la expediciónfloridiana se limitan en contar escuetamente la avanza-da de los conquistadores, las emboscadas que les tien-den las tribus indígenas, las múltiples refriegas y lamuerte del adelantado a orillas del Misisipí, Garcilasoconduce al lector a lo largo de un itinerario trágico,desde el desembarco en Tampa hasta el desenlacefinal, manteniendo a lo largo de toda la relación unaexpectativa y un interés que el tiempo no ha limado.Las tropas de Soto penetran tierra adentro por losApalaches hasta Arkansas, pero lo que Soto y sus capi-tanes consideran una “progresión” se transforma rápi-damente en un descenso aterrador, porque en aquelespacio inestable, en aquellos “montes cerrados” salpi-cados de ciénagas y atravesados por ríos inmensos, esmuy fácil desorientarse, y al perder el rumbo los hom-bres pierden también las últimas marcas morales queles quedan. Los miembros descuartizados de los espa-ñoles apresados o muertos cuelgan de los árboles.Acechantes, los indios, invisibles por lo general, seesmeran en extraviarlos, sabiendo que el invierno quese acerca acabará con las ínfulas de los soldados. A laaltura de lo que será mucho más tarde Little Rock, elfrío diezma la tropa y Soto muere de fiebres. Sus hom-bres lo entierran a media noche, furtivamente, temien-do que los indios se enteren y profanen su sepultura.Pero el secreto se difunde y entonces los conquistado-res desentierran al adelantado, cortan un árbol, loahuecan, colocan en esa barca el cadáver y la arrojan alrío. Es el comienzo del fin.

Garcilaso es probablemente el único cronista de laépoca que describe, de manera tan sugerente, el nau-fragio de un proyecto, causado por el acoso de losindios, “que no quieren ser esclavos de los cristianos”,pero también por la naturaleza indómita que los rodea.Las sierras nevadas de los Andes o las orillas delMarañón, descritas en otros textos, difieren de losmontes y ríos europeos por su magnitud. En cambio lawilderness de América del Norte, aparentemente ano-dina, se revela inquietante, unheimlich, hasta conver-tirse en “sepulcro de los españoles”. Es un laberinto sin“realismo mágico”. La Florida es también uno de losraros textos, quizás el único, producido por el descen-tramiento del narrador. La expedición de Soto está con-tada por un nativo del Nuevo Mundo que utiliza con-ceptos y expresiones propios de su tierra de origen, elPerú, para elaborar la versión “acertada” de los hechos.De ahí que insista en su perspectiva personal, la de un“indio peruano”, para traducir la realidad compleja deesa comarca. Las diversas tribus, Creek, Cherokees,

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Chickasaw y Natchez, son descritas en términos “incai-cos”. El cautivo Juan Ortiz huye por el “camino real”como si los pantanales de la Florida estuviesen surca-dos por calzadas empedradas al modo de las del Perú(Florida, II, 6). Los caciques son “curacas”, ya queGarcilaso se resiste a utilizar el término générico deSanto Domingo.8 El cazador de cabelleras llamadoPatofa es un apu, es decir, un personaje eminente en lasociedad incaica (Florida, III, 5). En vez de escribir“varias veces”, emplea expresiones típicamente que-chuas, como “diez y diez veces”, o bien un estilo inte-rrogativo propio de la lengua general del Perú, como“podría ser que estuviese cerca y podría ser que estu-viese lejos” (Florida, III, 12-13). Las canoas que surcanel Misisipí le brindan la ocasión de abrir un incisosobre los puentes, las balsas y los propulsores de losIncas (Florida, VI, 2). Como en el Perú, los indígenasdel norte de América veneran a sus antepasados, y tam-bién al sol y la luna. A falta de oro, buenas son perlas,encontradas a granel en el templo de la Señora deCofachiqui. Se podrían multiplicar los ejemplos de“peruanización” de la Florida y de transformación deesas sociedades de guerreros en pueblos de “policía”,ajenos al “pecado nefando” y la antropofagia. La trans-posición cultural que opera Garcilaso tiende a indicar,sin necesidad de insistir pesadamente, que esos pue-blos del Norte no deberían ser sometidos porque nocometen actos contrarios al derecho natural.9 El filtroincaico le permite destacar las características comunesa todos los indios del Nuevo Mundo, que escapan a lospeninsulares. Allí donde los españoles sólo ven salva-jes, él descubre un ethos colectivo. Esta percepción delnativo del Nuevo Mundo como entidad general no esbanal y precede en varios siglos a la segunda declara-ción de Tiahuanaco (1983), que lanza el movimientopanindígena iniciado varios años antes en Bolivia. Masexplícita, la declaración de Teotihuacan (25-28 de octu-bre de 2000) a favor de la autodeterminación de lospueblos indígenas es extensiva a todos los nativos del“continente Abya Yala” (América, o, para Garcilaso,“Indias”). A comienzos del siglo XVII, la posición deGarcilaso es singular y una manera de subvertir laexpresión hispánica corriente desde el descubrimientode que “visto un indio, visto todos”. El Inca construyeuna América indígena opuesta a la visión de los cronis-tas españoles, porque su perspectiva es el resultado dela tensión, de las mezclas y de los puntos de contactoentre su lengua materna (el quechua), y la lengua deCastilla, la de las letras. En su autobiografía Out ofPlace (Fuera de lugar), Edward Said plantea una dis-yuntiva lingüística y cultural similar: escribir en inglésuna historia vivida en otro idioma, el árabe.10 Para elInca y para Said, la autenticidad sólo puede resultar delconflicto, doloroso pero positivo, entre dos culturas, esdecir de una forma de mestizaje más profundo que lamera fusión racial. Nada mas alejado de esa urgenciaexistencial que las palabras del actual vicepresidentede Bolivia, Álvaro García Linera, pronunciadas el 2 deenero de 2007, exhortando a la guerra cultural para“quitar el alma a los k’haras (mestizos, clases medias,medias altas y empresariales) que reproducen los valo-res de lo occidental”.11 Esta variante andina de proyec-tos polpotianos de funesta memoria, a pesar de ser pro-clamada abiertamente, no parece despertar demasia-das inquietudes en las nuevas generaciones que hanolvidado la tragedia de Camboya o simplemente laignoran.

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88 Florida, II, 10: “Y pues yosoy indio del Perú y no deSanto Domingo ni suscomarcanas se me permitaque yo introduzca algunosvocablos de mi lenguaje enesta mi obra, porque se veaque soy natural de aquellatierra y no de otra”.99 Los actos que justificabanla intervención extranjeraeran, según Vitoria, el cani-balismo, la sodomía y lossacrificios humanos. 1100 Sigo la versión francesa,A contre-voie. Mémoires,trad. par Brigitte Caland etIsabelle Genet, Le Serpent àPlumes, Paris, 2002, pp. 18-19.. Este conflicto es un des-garramiento, “une déchirurefondamentale”.1111 Agradezco a ElizabethBurgos que me haya dado aconocer el texto del discur-so, difundido en www.eforo-bolivia.org.

Actualidad del Inca Garcilaso

CAUDILLOS, RÚSTICOS Y SEÑORES DE LA GUERRA. Perovolvamos a la Florida. En principio, el personaje princi-pal, el “héroe” de esta narración, es el adelantadoHernando de Soto, “gobernador y capitán general delreino de la Florida”, título enfático e irrisorio comodemuestra la lectura del libro. Soto es un caudillo, perolejano, y sólo adquiere humanidad al final de su entra-da, y en la adversidad. Temiendo que sus hombres exi-jan regresar a Cuba —Soto se ha deslizado entre lassombras de la noche para sorprender rumores dedefección— y viendo que su “ejército se deshacía”, eladelantado decide con soberbia obstinación internarsehacia el norte para alejarse de la costa y de la única víade escape que le queda. Curiosamente, aquel conquis-tador que logró tanta fama en el Perú y que no temblóen presencia del Inca Atahualpa, se sume en una pro-funda depresión:

Desde aquel día... nunca mas acertó a hazer cosa que bienle estuviese, ni se cree que la pretendiese, antes, instigadopor el desdén, anduvo de allí en adelante gastando el tiem-po y la vida... caminando... sin orden ni concierto, comohombre aburrido de la vida, deseando se le acabara.

Claro está que ese estado de ánimo tiene consecuen-cias muy graves, ya que “causó que se perdiesen todoslos que con él habían ido a ganar aquella tierra”(Florida, III, 33). En definitiva, y a pesar de su valentía,Soto es un mal caudillo, humano y vulnerable.

El subtítulo, después de mencionar el nombre deHernando de Soto, precisa que la historia es tambiénla de otros heroicos caballeros españoles e indios, queson los verdaderos protagonistas. Entre los españoles,fuera de Gonzalo Silvestre y otros caudillos que nopueden ser considerados hidalgos, los “rústicos” des-empeñan un papel importante, no sólo por el ingenio yla gracia de sus actos, sino porque contribuyen a ladesmitificación de la conquista. Esto puede sorpren-der en un autor que siempre se jactó de sus orígeneslinajudos. Uno de esos rústicos es Juan Ortiz, supervi-viente de la expedición anterior a la Florida (al mandode Pánfilo de Narváez), que había sido esclavizadodurante largos años por un cacique cruel. Las vicisitu-des de ese hombre podrían servir de trama al relato,probablemente porque los lectores se identifican masfácilmente con él, que con el distante y depresivo Soto.Juan Ortiz ha convivido tanto tiempo con los indiosque ya se ha vuelto como ellos, “sin nada que lo dis-tinga”: ser indio, para Garcilaso, es vivir como tal y noel tener tez oscura o rasgos aindiados. Cuando Ortizse topa por casualidad con un soldado de la expediciónde Soto, no sabe qué decir, pues ya no puede expre-sarse en castellano. In extremis balbucea la palabra“Sevilla” y el otro lo reconoce como español. Otro per-sonaje, Juan López Cacho, agotado por la pelea, en elmomento de huir cae muerto de sueño y Silvestre locarga en su caballo, guiándolo por las riendas. Díasmas tarde, apenas recuperado de sus trabajos, unahelada lo deja al borde de la muerte; sus compañeroslo calientan pasándolo por una hoguera y lo atan a sumontura “como se había hecho con el Cid Ruy Díaz,que salió de Valencia muerto y a caballo”. Juan Vego,otro rústico, teje esteras de cáñamo, como lo solíahacerlo en su pueblo, para que los soldados aguantenel frío (Florida, III, 39). Los caudillos visten capas demarta, tomadas a los indios, pieles magníficas que lalluvia y el lodo convierte en estopa. Uno de los capita-

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nes se llama Gómez Suárez de Figueroa, homónimode Garcilaso y mestizo como él —su madre era unaindia de Cuba—, “cuyo ánimo era tan extraño y esqui-vo que nunca jamás quiso recibir nada de nadie”.12 Elcontraste entre la mezquindad del conquistadorCalderón y la generosidad del cacique amigo, Mucozo,es fuerte. Mientras que al primero sólo le importasaber si los hombres, deshechos por las batallas y lasmarchas, han hallado oro, el segundo se preocupa porel estado físico de los hombres. La superioridad, yasea militar o moral, no está en el campo de los espa-ñoles. Los caballos desempeñan un papel de primerplano, al igual, o más, que los que los montan, y el lec-tor comparte el espanto de las bestias espantadas antela corriente del Savannah y del Tennessee. Al final,cuando los supervivientes logran construir una balsapara bogar, río abajo, hasta el mar, al embarcar debenabandonar a los caballos heridos, y los lloran como sifueran sus propios hijos (Florida, VI, 5).

Entre los indios, ya sean amigos u hostiles, los héro-es no faltan. Mucozo, el cacique magnánimo, que salvóde la muerte a Juan Ortiz, puede servir de ejemplo alos soberanos cristianos: “Que los príncipes fieles seesfuercen a le imitar y sobrepujar, si pudieren, no en lainfidelidad, como lo hacen algunos indignos de talnombre, sino en la virtud y grandezas semejantes aque por la mayor alteza de estado que tienen y estánmas obligados” (Florida, II, 4). Alusión apenas veladapara sus contemporáneos, Felipe II o Juan de Austria.Mucozo, hombre corpulento y hermoso, se expresacon “discernimiento y amor”, mientras que el guerreroVitachuco es la encarnación del furor. Este cacique esquizás el personaje más imponente del libro, por suintransigencia y su amor a la libertad. Es también unhombre capaz de dominar los elementos naturales yutilizarlos para sus designios, un chamán cuyas maldi-ciones provocan el desastre final:

Unas veces enviaba a decir que cuando fuesen a su provin-cia, habría de hacer que la tierra se abriese y los tragase atodos. Otras veces, que había de mandar que por do cami-nasen los españoles se juntasen los cerros y los cogiesenen medio y los enterrasen vivos. Otras que pasando losespañoles por un monte de pinos y otros árboles muy altosy gruesos que había en el camino, mandaría que corriesentan recios y furiosos vientos que derribasen los árboles ylos echasen sobre ellos y los ahogasen todos. Otras vecesdecía que había de mandar pasase por la cima de ellos granmultitud de aves con ponzoña en los picos y la dejasen caersobre los españoles para que con ella se pudriesen ycorrompiesen, sin remedio alguno. Otras, que les había deatosigar las aguas, hierbas, árboles y campos y aun el aire,de tal manera que ni hombre ni caballo de los cristianospudiese escapar con la vida porque en ellos escarmentasenlos que adelante tuviesen atrevimiento de ir a su tierra con-tra su voluntad (Florida, II, 21).

Las mujeres, aún siendo personajes subalternos,están presentes bajo distintas formas en el relato, yasean las hijas de caciques o la bella “Señora” deCofachique, “de gran discernimiento y de corazónvaronil”, que entrega (con amor) a Hernando de Sotoun collar de perlas, u otras, anónimas, dóciles o ariscas,como cierta dama de Córdoba, a quien Garcilaso pre-gunta por qué razón las leyes son siempre rigurosascon las mujeres. Esta le contesta que las leyes las hací-an los hombres, “como temerosos de la ofensa, y noellas, que si las mujeres las hubiesen de hacer de otramanera fueran ordenadas” (Florida, III, 34).

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1122 Gómez Suárez deFigueroa fue su nombre debautismo que cambió añosmás tarde por Garcilaso dela Vega, adoptando el nombre de su padre(Florida, II, XI),

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Para Garcilaso, mantener un equilibrio entre losespañoles y los indios es una obligación contraída porsu condición de mestizo. La retórica de los caciques dela Florida puede sorprender como “inauténtica”, peroes un recurso necesario “porque comúnmente son teni-dos por gente simple, sin razón ni entendimiento”. LaFlorida es también un canto a la libertad, porque losindios prefieren morir a ser sometidos. Los españoles,diezmados, se ven forzados a restañarse las heridascon la grasa —el unto— de los cadáveres. “Mi malaventura me trajo a estos desesperaderos”, exclama unveterano de las campañas de Italia (Florida, IV, 423).

Cuando al cabo de muchas zozobras los supervi-vientes logran llegar a México, las aventuras se trans-forman en narración, como sucede en el Quijote. Elvirrey y su corte, así como los habitantes de “esa ciu-dad ilustre” escuchan con fervor los distintos episo-dios contados por los desarrapados, suspendidos delas tribulaciones de Juan Ortiz, maravillados de labelleza y discreción de la Señora de Cofachiqui, ate-rrados por los gritos y los estruendos de la batalla deMauvila, admirados de la furia sin límites deVitachuco, palpitantes ante los innumerables escollosque tienen que sortear los sobrevivientes río abajo, yemocionados hasta las lágrimas por los dos entierrosdel adelantado Hernando de Soto. La identificación delos oyentes con los personajes y las situaciones es posi-ble porque todos ellos escapan al estereotipo. Los caci-ques suelen ser justicieros y los conquistadores, usur-padores; los hidalgos tienen menos nobleza e ingenioque los rústicos, los caballos humanizan a los solda-dos, los elementos desencadenados por Vitachuco sonquizás el castigo de Dios. “Vivir para contarla”, diceGabriel García Márquez, y así es, no sólo en Méxicosino en la campiña cordobesa, desde donde GonzaloSilvestre transmite su experiencia existencial a unhombre de otra generación, intentando preservarla delolvido. Al Inca le habría gustado tener la “facunda his-torial” de César para poder narrar con mas talento lagesta de esos hombres: “No ha sido poca desventura lade estos caballeros que las suyas viniesen a manos deun indio, donde saldrán antes menoscabados y aniqui-lados que escritas como ellos pasaron y merecen”.Suma ironía de esta crónica, disimulada bajo una falsamodestia, que sirve al Inca de absolución...

La sutileza mestiza del Inca, la ambivalencia de lassituaciones que relata, el rechazo de todo triunfalismo,confieren a La Florida una dimensión psicológica, lite-raria y política ausente en toda “metanarrativa” de laconquista. Texto necesario, hoy más que nunca, paratodos los que rechazamos el racismo reparador deinjusticias, como el que figura en el programa contra lasociedad mestiza expuesto por el vicepresidente Álva-ro García Linera “para quitarle el sentido de la vida a laclase media, su sentido de la existencia, haciéndolosmanipulables y sin identidad”. Los hechos pasados ypresentes no pueden explicarse recurriendo al chivoemisario de circunstancia. Por eso creo que aún vale lapena romper lanzas por el Inca Garcilaso de la Vega.

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