Cabral sobre Larrea, Vigilia de un sueño-completa
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Vigilia de un sueño
JUAN LARREA:
APUNTES SOBRE SU RESIDENCIA EN CÓRDOBA, ARGENTINA
(1956-1980)
Eugenia Cabral
Rincón 139, PB, Dto. D. Córdoba (capital), Argentina.
CP 5000Tel. fijo: (0351) 4281527
2012
___________________________________
A la memoria de Daniel Chirom.
Agradezco especialmente su apoyo y gentileza a
Vicente Luy Larrea, Juan Carlos González,
Armando Zárate, Diego Tatián, Benito Del Pliego,
Víctor Redondo y Rodolfo Alonso.
“¡Dar a luz a un muerto! Quiere imaginarse cosa más espantosa.
Estar preñado de la muerte. Así está la humanidad, que lleva la muerte
en el alma. He aquí el misterio del Hijo asesinado
en las entrañas por su mismo Padre, por la constitución esencial del Padre,
que se ve obligado a darle muerte. Pero aquí interviene el misterio nuevamente.
Un muerto ha sido dado a luz. La luz ha sido hecha sobre un muerto.
He aquí la nueva materia generatoria. El futuro hijo tendrá
más cantidad de luz. El muerto ha sido preñado por la luz.
Su hijo tendrá una vida menos efímera, un equilibrio superior,
hasta que en generaciones sucesivas se llegue a la identidad,
al equilibrio perfecto dentro de otra vida que no es nuestra actual vida”.
(Juan Larrea, de Orbe)
ALGUNAS ANÉCDOTAS ACERCA DE ESTA EDICIÓN
VIGILIA DE UN SUEÑO es un volumen que fui preparando con material
recogido desde 1994 hasta la fecha sobre el poeta español Juan Larrea, en relación
con hechos ocurridos durante su residencia en Córdoba, Argentina, entre 1956 –año
de su llegada- y 1980, el año de su deceso. En 1994 redacté un cuestionario con la
intención de requerir datos bio-bibliográficos a personas de su entorno, pero quedó
archivado después de las respuestas prestadas por el músico Osvaldo Villar hasta el
año 2001, cuando lo apliqué al resto de las entrevistas, hasta completar doce, en
2003.
La dedicatoria póstuma a Daniel Chirom, amigo poeta de Buenos Aires, se
debe a que él era un lector admirativo de su obra y coleccionista de ediciones
referidas a Larrea. Publicó una reproducción de mi artículo “Córdoba y su Versión
Celeste”, aparecido en La Voz del Interior, en Octubre de 1995, en su revista de
poesía El Jabalí, Nº 10, 1994. En Agosto de 2008, me comentó que estaba
preparando un número donde publicaría otro de mis artículos, pero no llegó a
hacerlo, pues falleció ese mismo año a la joven edad de cincuenta y tres años.
La sugerencia de realizar esta recopilación de escritos fue de Consuelo Barral,
viuda del escultor Carlos Barral, español de origen, como Larrea, vinculado con él y
también residente -hasta su fallecimiento- en Córdoba. Con este trabajo, pareciera
que aquel título de la revista madrileña Pre Textos: “Al amor de Larrea”,
parafraseando otro del poeta español referido a César Vallejo (“Al amor de Vallejo”),
tiende a cumplirse de modos inesperados, sorpresivos o inhabituales, pero cumplirse
al fin, sorteando las dificultades.
EN 1991 CONOCÍ EN CASA DE UN AMIGO al poeta Vicente Luy Larrea, nieto
del escritor español Juan Larrea. El contacto con Vicente Luy se produjo cuando yo
comenzaba a publicar una revista literaria: Imagin Era. Efímera, como la mayor
parte de las publicaciones culturales independientes. Apareció hasta 1993,
coincidiendo con el año en que me aceptaron por primera vez una colaboración en el
suplemento literario del matutino La Voz del Interior. El artículo, a página entera, era
una reseña sobre la poesía de Córdoba durante la década de 1970, tema espinoso por
el costado político y también por la dificultad para reunir el material de investigación
a causa de esas mismas circunstancias políticas. Los militares habían censurado y
hasta incinerado, con impecable clasicismo inquisitorial, pilas de publicaciones a
manos de la Comandancia del Tercer Cuerpo de Ejército. La nota despertó simpatía
entre los sobrevivientes de aquel período porque, además, contenía una información
bastante completa sobre el tema. Sin embargo, no conseguí que me aceptaran otros
artículos por un tiempo. Por otra parte, desde 1992, asistía a unos seminarios que
dictaba el Dr. Gerardo García sobre psicoanálisis, que originaron la fundación de la
actual Escuela Freudiana de Córdoba. En 1995, la Escuela ya organizaba ciclos de
extensión cultural y en uno de ellos, dedicado al Surrealismo, fui invitada a disertar
sobre algún tema relativo a esta corriente. Aproveché la ocasión para presentar un
trabajo que venía elaborando sobre la poesía de Larrea, a partir del material
bibliográfico que me ofreció Vicente y deslumbrada por la poesía de Larrea, que no
había leído hasta entonces.
Al acto organizado por la Escuela Freudiana en la Biblioteca Córdoba
concurrió, precisamente, el director del suplemento cultural del diario, Juan Carlos
González. Cuando los participantes terminamos de leer nuestras ponencias,
“Juanchi” González se acercó a saludarme y me preguntó si podía escribir una nota
para publicarla en el suplemento de ese mismo jueves, basada en la ponencia que
había leído (era martes por la noche). Y que la extensión del texto debía tener sesenta
líneas de tipografía (el que yo había escrito era de ciento veinte). Al día siguiente
habría huelga general, de modo que enviarían a buscar el texto en un vehículo del
diario antes del mediodía, pues no iba a funcionar el transporte público. Pero antes
debía llamar –a las diez de la mañana- por cualquier nueva indicación que fuere
preciso hacerme.
Cuando llamé, el director me pidió que redujera mi artículo a cuarenta líneas,
por razones de espacio. Lo interesante era que aún sólo tenía mi vieja máquina de
escribir... y está de más explicar los pormenores de un apurón literario sin el auxilio
de la informática. Pero lo logré. No podía perder la oportunidad de difundir un breve
ensayo que venía decantando y ajustando a medida que leía y releía Versión Celeste y
algunos textos críticos sobre Larrea. Juanchi González rescató en aquella misma
edición una nota que le había acercado Javier Zugarrondo, un poeta, traductor y
ensayista vasco residente en Córdoba, y ambas aparecieron aquel jueves 17 de
Agosto de 1995.
En adelante, con el apoyo de otros escritores (Vicente Luy, el primero) intenté
impulsar la recuperación del recuerdo de la presencia de Juan Larrea en Córdoba y
en Buenos Aires, su actividad cultural y académica, la altísima calidad de su poesía y
el reconocimiento internacional de que goza en todo. Tres notas más publiqué en La
Voz del Interior sobre el poeta bilbaíno y, en 1998, se organizó en el Centro Cultural
España-Córdoba, dirigido por el poeta Daniel Salzano, un ciclo en su homenaje.
DURANTE 2002 Y 2003, realicé entrevistas a personas que lo habían tratado en
diferentes circunstancias, buscando formarme una idea aproximada de la atmósfera
en que debió moverse Larrea y del aura que lo había rodeado. La mayor parte, si no
todos los entrevistados durante la recensión biográfica, me transmitieron una gran
ternura hacia el recuerdo del bilbaíno, por encima de las contradicciones que fueran
capaces de señalar en él. Y quien dice ternura nombra una forma particular del amor,
esa forma que algunos de ellos expresaron con un “¡Este don Juan!”, moviendo la
cabeza y riendo como ante travesuras de muchacho. Y acaso fue realmente así, acaso
Juan Larrea fue un muchacho angelical hasta sus últimos días en que, transido de
dolor físico y soledad, porfiaba en escribir teorías sobre las que había estado
pensando recientemente, según me contó María Eugenia Courtade, una artista
plástica y escritora.
En su diario intelectual, Orbe, había dado cuenta de su esperanza acerca de la
condición humana:
“Actualmente las esencias vitales están repartidas. La materia no
corresponde al espíritu. Existe una disociación. Hace siglos que llevamos un muerto
dentro, que es necesario expulsar, pero como no es posible, la naturaleza se ve en la
obligación de nutrirse de su cadáver, de transformar su medio de nutrición y su
medio de reproducción, transformando la carroña en esencias vitales. Lo mismo que
el estómago del hombre. Pero la humanidad se digiere a sí misma, se transmuta. Es
como el gusano encerrado dentro del capullo que es sostenido por fuerzas místicas y
que transforma su materia en materia nueva”. 1
MUCHAS VECES (y no lo diré por modestia), durante la redacción de mis
trabajos y hasta durante la lectura de la obra larreana, he sentido que la obra y,
especialmente, la poesía de Larrea -como se dice vulgarmente- “me quedaba
grande”. Hoy no dudo de que así es: la admiración sigue sobrepasando los límites de
mi juicio crítico... pero tampoco puedo evitar hablar de ella. Es demasiado hermosa
para poder callar lo que me provoca. Necesito, como el enamorado medieval, dar a
conocer las virtudes de lo que me cautiva. O, mejor, para referirme a la advertencia
de Benito Del Pliego:
“Como demuestran claramente las contribuciones de otros dos eminentes
estudiosos —Robert Gurney y, en menor medida, David Bary— es fácil sucumbir a la
perspectiva poética y reemplazar la crítica y el comentario de la obra de Larrea por
la justificación y el elogio y, de esta manera, reforzar la figura ficticia en que Juan
Larrea se transmutó y las metáforas mediante las que entendió el mundo.
Parafraseando a nuestro autor podríamos decir que algunos prefieren soñar a
interpretar el sueño.”2
1 LARREA, JUAN. Orbe. Edición de Pere Gimferrer. Seix Barral, Biblioteca breve. Barcelona, España. 1990. p. 78.2 La obra ensayística de Juan Larrea y los fundamentos de la modernidad artística. Tesis Doctoral de José Benito del Pliego, dirigida por Teodosio Fernández. 2002. Universidad Autónoma de Madrid, Departamento de Filología Española. P.
Si bien con “perspectiva poética” se refiere el Dr. Del Pliego a la sustancia de
la obra ensayística de Larrea, he tomado esa frase porque en mí cumple un
significado lato y unilateral: a mí sí me fascina su poesía casi con exclusividad, en
gran parte porque soy una lectora casi monopolista de poesía (y, en segundo lugar, de
teatro). La pasión con que leo poesía no es comparable al placer que me producen la
narrativa o el ensayo filosófico. No me queda alternativa, pues, salvo comportarme
parcialmente.
Es difícil para mí comprender las razones de Larrea para abandonar la
escritura de poemas por la de ensayos, sobre todo, tratándose de un escritor tan
radical en su aprehensión de la función poética del lenguaje. Sólo él podía decir
ciertas cosas de cierta manera.
Sin embargo, también es no sólo aceptable sino admirable su decisión, tanto
por razones éticas como literarias. Esa conciencia del borde donde la literatura deja
paso a la política (y, por qué no, a la lisa y llana propaganda), aun si estuviese
revestida de otros géneros del poder, como la religión o la pedagogía, es la más
saludable que pueda encontrarse. Por algo, la escisión entre Pablo Neruda y Juan
Larrea era inevitable, de la manera en que Aristóteles entiende que son inevitables las
confrontaciones que conducen al desenlace trágico: porque hay posturas de los seres
humanos que son irreconciliables.
Otra de las razones de mi aproximación a Larrea es el compartir la afinidad
con la poesía de César Vallejo. Claro que, a diferencia de él, acepto plenamente la
adscripción de Vallejo al marxismo, postura que Larrea rechazaba por infinidad de
causas. Ahora bien, durante la década de los noventas, en la Argentina el
20-21.
neoliberalismo vino acompañado de los modelos posmodernistas en la literatura, más
proclives a admitir un marxismo lavado, matizado y esquematizado como el de
Neruda, que el radicalismo poético y vital de un Vallejo. Es más, su lectura fue
soslayándose en cantidad mientras que la del chileno mantuvo su caudal de lectores
bastante parecido, pese a la caída del muro de Berlín. Probablemente también
porque, en América, Neruda suena familiar, trae aromas domésticos, a diferencia de
Vallejo, universal en su rebelión aunque sea más profundamente telúrico que Neruda.
Pero en el neoliberalismo eso no importa, todo lo que sepa a rebelión genuina es
demasiado “bold” (pesado o grueso, en tipografía) y la moda de los ochentas y
noventas era “light”.
Córdoba no se sustrajo a esa influencia destinada a sobrenadar apenas en lo
superficial, nuevo motivo para expulsar de la memoria cultural la obra larreana, salvo
en los exiguos círculos que lo habían tratado y en los pocos nuevos adeptos que supe
conseguir, entre ellos, Bernardo Massoia, joven estudioso de la obra vallejiana.
LA ISLA DE ITACA Y SU ANVERSO
ARGENTINO
DEBO ADMITIR QUE LA INTENCIÓN de este librito es reivindicativa y
testimonial, ya no de la obra literaria, bastante estudiada y valorada por eminentes
autores, sino de su persona, pese a no haberlo tratado (valga la redundancia)
personalmente. Coexisten varias razones para que eso no ocurriera; en primer lugar,
mi edad, pues cuando ingresé teniendo diecinueve años a la Facultad de Filosofía y
Letras, en 1974, me inscribí en la Escuela de Ciencias de la Educación. Vale decir, no
mantenía contacto ni aun con los profesores que podían frecuentarlo dentro del
ámbito académico.
Por otra parte, a esa edad sólo me consideraba una lectora de poesía, aunque
no poseía un caudal de erudición suficiente en la materia; si bien me complacía
buscar lecturas no convencionales (no las escolares, ni las de vidriera de librería),
tampoco tenía medios de acceder a una información muy amplia sobre autores ni me
guiaba un ansia enfática de investigación. Sencillamente, lo que caía en mis manos lo
leía y releía, aprendía poemas de memoria, ensalzaba la figura de los poetas como a
seres extraordinarios. Es que, casi azarosamente, quien me había transmitido el
interés por este género literario fue uno de los mejores poetas de mi tierra, Romilio
Ribero3. Pero él no me había hablado de Larrea, ni me había acercado su libro. Claro
que Romilio era un ser que producía hechos disparatados, a veces, con motivo de
nimiedades, y así no puede saberse qué habrá pasado, pero lo conocía, pues hay una
fotografía donde están reunidos en un evento social.4
Lo cierto es que en 1974 la situación social y política de la Argentina iba
tornándose cada vez más densa, especialmente por la persecución del gobierno
peronista hacia quienes habían sido sus aliados para acceder al poder (los
“Montoneros”), los cuales respondían a esa persecución -que utilizaba los propios
resortes del Estado para aplicarla- con la intervención armada, y comenzaban a
desgajarse del movimiento gremial y social con el que habían estado ligados antes de
la asunción del Justicialismo en 1973.
El ambiente en la Facultad de Filosofía y Letras (así denominada entonces)
era tenso; los grupos políticos de izquierda en desacuerdo con el accionar guerrillero
eran tenidos por entidades “anticuadas”, por marxistas obsoletos incapaces de
comprender las nuevas estrategias revolucionarias. Los trabajadores organizados en
3 Romilio Ribero es autor, entre otros títulos, de Tema del Deslindado y Libro de bodas, plantas y amuletos, reeditados a partir de los ochentas por Alción Editora, de Córdoba.4 La fotografía está inserta en Algunos apuntes de artes plásticas y museología de Córdoba, de Víctor Manuel Infante. Edición privada, Córdoba, Diciembre de 2007. Página 13.
gremios que habían primero resistido y luego liquidado a la dictadura de los
generales Onganía, Levingston y Lanusse, sólo eran tomados como fuente de
reclutamiento para el nuevo y excluyente método de la intervención armada, con
pequeños grupos que producían hechos de violencia descollante (el llamado
“foquismo” de cuño guevarista).
En lo cultural, Montoneros, como descendiente reprobado del peronismo
tradicional, proponía cuando mucho el populismo pero, en la práctica, descuidaba
todo debate adjetivándolo de “gorila” (o sea, anti-popular). El “guevarismo”
(seguidores del Che Guevara), en cambio, incluía un menú más vario, pero siempre
dentro de lo testimonial, del llamado “compromiso” literario y artístico. El mismo
psicoanálisis freudiano, enseñado en la Facultad por algunos profesores eruditos y
amplios en sus criterios, podía llegar a caer bajo las categorías sociológicas
descalificadoras por parte de la ideología “guerrillerista” o “foquista”.
EN SUMA, las probabilidades de que por esos años alguien se interesara -
siquiera para oponerse- por un autor como Larrea eran prácticamente nulas. Algunos
profesores que enseñaban todavía en la Escuela de Letras (según averigüé después) y
que supuestamente habían gozado del privilegio de tenerlo por colega (a fines de los
cincuentas o a comienzos de los sesentas) habían adherido a posturas decididamente
reaccionarias, provocando rechazo incluso en quienes no abrazaban posturas
marxistas de ningún matiz.
Y, por sobre todo, los estudiantes andábamos a un ritmo inusitadamente
apurado para aquella época emergente de la bonanza material de las décadas
anteriores, pero ya en decadencia económica. Había que aprovechar cada minuto,
pues nadie estaba seguro de qué rumbo iba a seguir la conflictiva Argentina. Si bien
habían ocurrido hechos represivos durante toda la etapa anterior, su recrudecimiento
era evidente; las nubes oscuras posadas en el horizonte no auguraban tiempos de paz;
ello, para quienes se mantenían a distancia de la política, mas, para quienes
andábamos preocupados por el destino de nuestra nación y por los pobres de nuestra
patria, la actividad dirigida a impedir la cuestionable polarización “guerrilla-
terrorismo de Estado” era prioritaria.
En la segunda mitad del año ‘74, tras la muerte del General Perón, asume la
presidencia de la nación su esposa, María Isabel Martínez, acompañada con el
maldito personaje llamado José López Rega, y la cacería se desató. Si los hechos
violentos cometidos por la guerrilla iban dirigidos a quienes ésta señalaba como
“enemigos del pueblo”, y sólo escasamente podía llegar a asesinar a un civil
inocente, el terrorismo de Estado que implementó la dupla gubernamental no
respetaba límites. Si no encontraban al hijo, mataban al padre, a la madre, o
viceversa; si la consecución de un objetivo represivo suponía el asesinato de una
familia entera, eso no era obstáculo, anticipando el método de la sangrienta dictadura
de Videla, Massera y Agosti. Tampoco era inconveniente que la víctima estuviera en
desacuerdo con los métodos guerrilleros, era suficiente con que se demostrara
progresista, o de izquierda, o marxista, o anarquista; en 1975 fueron victimados
militantes del Partido Radical, del Partido Comunista, de Política Obrera; además, la
lista incluía a los “degenerados” (término tomado del nazismo) donde se podía
englobar a prostitutas (en una sola noche, en la pequeña ciudad de Mendoza, fueron
asesinadas diez prostitutas por un grupo para-policial) y hasta adeptos a credos
religiosos orientales (los locales de Hare Krishna en Rosario y en Buenos Aires
fueron ametrallados por comandos de la Alianza Anticomunista Argentina). El
antisemitismo era un ingrediente complementario y agravante, dado que muchos de
los integrantes de los grupos para-policiales provenían de las antiguas agrupaciones
“nacionalistas”, término que designaba al catolicismo ultra-derechista.
Córdoba resultó una de las provincias más castigadas por el terrorismo de
Estado (10.000 del total de 30.000 “desaparecidos”). La dictadura militar se
encabalgó sobre una estructura represiva previamente montada y aceitada, sólo
cambió de manos la dirección de la actividad criminal. Un caso que le tocó de cerca a
Larrea fue el del Dr. Ceferino Garzón Maceda, uno de los protagonistas de la
Reforma Estudiantil de 1918; la persecución a su hijo, el abogado Lucio Garzón
Maceda, derivó en el incendio de la casa del líder reformista y, con ella, de la
maravillosa biblioteca donde probablemente hoy podríamos encontrar valiosos
testimonios de la amistad entre ambos intelectuales.
A fines de 1975 ya no había escapatoria posible, excepto ingeniárselas para
huir del país. El contexto del terror, el caos y la inestabilidad económica no era
favorable a la preocupación por la obra de un anciano poeta español, que tampoco se
hallaba en las listas de perseguidos -como muchos profesores y decanos
universitarios “progresistas”-. Y si Larrea no fue perseguido por el terrorismo de
Estado, ello responde a la misma razón por la cual tampoco lo fueron otros exiliados
de la guerra civil española radicados en el país: porque no habiendo ejercido en
fechas recientes una actividad considerada “subversiva” no era cuestión de echarse
en contra al gobierno de España sin argumentos –“represivamente”- sólidos. Tanto el
gobierno de Isabel Perón-López Rega como la junta militar serían terroristas, pero no
impolíticos. No olvidemos que, contemporáneamente a estos acontecimientos, en
España y en Portugal comenzaba una era distinta de aquella de los totalitarismos
iniciada en la Segunda Guerra Mundial.
La condena de Larrea fue la soledad, de eso nadie podía salvarlo. Pero don
Juan Larrea, como lo recuerda María Eugenia Courtade y lo atestigua su testamento
literario, Veredicto, sabía desde mucho antes que su sino era ése: “represento el papel
de gran predicador en el desierto”.5
COMO DIJE, DESDE NIÑA soy una lectora enamorada de poesía, y por
enamoramiento entiendo lo que nos hace olvidar del mundo circundante mientras
permanecemos en la contemplación de lo amado. En eso, desde la Edad Media hasta
hoy no ha cambiado mucho la cuestión. Y es una pasión de las que no piden
disculpas a terceros ni aguardan reconocimiento por su dedicación. Por lo tanto, no
puedo aducir otra razón de mi acercamiento a Larrea que la belleza de sus poemas.
Él es el culpable de mi enamoramiento, un vocablo que no tiene la menor cabida
como parámetro para la crítica literaria pero sí ha dado origen a millones de páginas
literarias y a cientos de estudios psicoanalíticos. El enamoramiento es una de esas
sustancias que no se terminan de explicar aunque nadie dude de que existan, como el
espacio sideral, como el tiempo. Me consuela, en este desconsuelo que es el
enamoramiento, saber que lo produce una causa válida y ésta es la que expresa José
Bergamín -con categoría de incontestable-, en su “Prólogo” a Trilce, de César
5 Larrea: «Epistolario inédito de Juan Larrea a Vittorio Bodini. (Para la historia y edición de Versión celeste)
[I]» (estudio introductorio, edición y notas de Laura Dolfi), Boletín de la Fundación Federico García Lorca
18, diciembre 1995, págs. 131-132.
Vallejo: “poesía tan directa y tan pura que puede aplicársele aquella opinión de
Debussy sobre un trozo de Bach: ‘que no sabe uno cómo ponerse ni lo que hacer
para sentirse digno de escucharla’.”
A ello agreguemos la preferencia por los textos de Vallejo (ninguna poesía,
antes de Versión celeste, me había transportado tanto como la suya) y que, al mismo
tiempo, con ningún poeta tuve tantas diferencias como con Pablo Neruda, aunque
unas hayan sido similares y otras de diferente cariz que las sostenidas con él por
Larrea. Si me condujera con el método teleológico larreano descrito por Benito Del
Pliego, acaso debería imaginar en estas coincidencias alguna cifra oculta de mi
destino. Algo que me llevaba hasta allí, quizás aquel “laberinto múltiple de pasos/
que mis días tejieron desde un día/ de la niñez” que traza Borges, en su Poema
conjetural. Pero carezco de sensibilidad o de inclinación para ver ese tipo de señales
en los acontecimientos, priorizo leer ciertos sucesos con los indicadores de la
sociología, del psicoanálisis o de la historia y, por lo general, me guío por conceptos
marxistas, quizás no siempre, aunque nadie puede afirmar que observa una ortodoxia
tan perfecta que jamás se aparte de los postulados de una determinada epistemología,
y, además, probablemente ello tampoco fuera recomendable.
POR ÚLTIMO, HABIENDO RESPIRADO desde la cuna la atmósfera de esta ciudad,
sé de sus disneas cuando se trata de respirar aires nuevos. En el ámbito cultural
tampoco se ve de buen tono adoptar novedades sencillamente. Con primacía, se
excluye a los outsider recalcitrantes, esa es la norma y ésa, la atmósfera. Hasta que
suceden movimientos sociales que arrasan desde los cimientos con el status quo.
Bruscamente. Reciamente. Así se gestaron tanto la Reforma Universitaria de 1918
como el “Cordobazo” de 1969, movimientos de repercusión internacional,
especialmente en Latinoamérica. Entonces el saber científico –liberado de prejuicios-
investiga nuevas disciplinas o teorías, las metodologías de estudio se modernizan, los
valores morales y estéticos se revisan. Son vientos huracanados que barren por toda
una etapa con la indolencia de sus habitantes, son heroicas ceremonias de potlatch.
Pero, mientras tanto, campea la benemérita circunspección para con la exclusión o,
en casos graves, el sordo agravio. Sólo unos pocos se sostienen en medio de la nada,
del olvido, de la indiferencia. Uno de ellos parece haber sido, según los testimonios,
Juan Larrea.
ES POR ESE APEGO A LOS PROPIOS IDEALES -que hoy se denominan,
penosamente, “utopías”-, y a pesar de todas las distancias, que va mi homenaje al
hombre y al poeta que honró mi tierra con su presencia. Sé que todo homenaje
póstumo es tardío, que le falta la sal del presente, de la alegría celebrante y que ésta
cede su papel a la conmemoración. También corresponde expresarle, entonces, mis
disculpas a nombre de la incomprensión que hayan podido tener algunos coterráneos
míos para con él.
La literatura se salva por el fenómeno de la transmisión del discurso, cuya
devolución a veces germina –paradójica- en surcos donde presuntamente no había
semilla implantada. Lo digo por mí, que no mantuve contacto personal con Larrea,
que no sostengo un discurso ideológico ni político similar al suyo, que hasta podría
polemizar con su concepto de “lo americano” y que, por sobre todo, nunca le habría
recomendado instalarse en ciudad tan lábil en cuanto a modas literarias y culturales,
como lo es Córdoba. Muy diferente de la inamovible Itaca cuya apetencia de retorno
guía el viaje de Odiseo.
A Juan Larrea, el poeta Osvaldo Pol, S. J., lo nombra como águila: si era ese
ave, hartas desolaciones habrá vivido en mi bella tierra, de montañas donde no vuela
el cóndor andino sino uno pequeño al cual llamamos “condorito”. Yo sólo puedo
dedicarle estas aproximaciones a su obra –inigualable y prístina- y a su vida,
innegablemente poética.
MÁS ALLÁ
DESDE EL ÁBSIDE DE LA CATEDRAL DE CHARTRES desciende un ave, las
tijeras de sus alas recortan el cielo azul y las ramas de los árboles para abrirse paso.
Un hombre delgado, de acento extranjero, se aparta del grupo que está conversando
en el jardín detrás del ábside y el ave llegada de lo alto se aproxima a él, se queda
quieta y permite que la mire a los ojos. Es una tórtola. El hombre es un poeta
español, Juan Larrea, que está residiendo en Paris. Lleva el animalito consigo hasta
su casa y su esposa, Marguerite, comienza a alimentar a la tórtola de sus propios
labios. Marguerite está embarazada. Corre 1929.
Larrea ha abandonado la trágica España natal, el Bilbao de su origen (donde
nació un 13 de Marzo de 1895) y la Madrid de su primera juventud. Allí quedaron
algunos amigos y todos sus parientes. Después, su amigo Pablo Picasso congelará en
1937 las escenas culminantes de la tragedia española en Guernica, las roturas del
dolor hispano estarán ahí. Según se dice, fue la Junta de Cultura Española en el exilio
-de la que Larrea formaba parte- quien le encargó a Picasso aquel cuadro que debía
representar el holocausto español. Posteriormente, también dejará atrás Europa para
ir en pos de América, el continente que ya había visitado en uno de los puntos
prominentes de su antigua cultura: la fortaleza de Macchu Picchu.
LA TÓRTOLA, un día, emprende el vuelo hacia algún sitio sin despedirse de
Juan ni de Guite y no regresa. Después, toda España arderá en el ensayo liquidador
previo a la Segunda Guerra Mundial y el poeta proseguirá la ruta del Almirante
Colón. Acaso también de la colomba, de la tórtola. Hacia la tierra de José Martí, de
Rubén Darío, de César Vallejo, quien ya habrá muerto en París.
En la costa de La Coruña hay un cabo, el Finis Terre, considerado el punto
más occidental de Europa, donde se había tomado una fotografía, que ilustra la tapa
de La Poesía de Juan Larrea, de Robert Gurney; el terrón indicaba a los antiguos
marinos el límite más allá del cual habrían de aventurarse en territorios extraños. Él
sostiene que desde allí se debe partir en un segundo intento civilizador, esta vez, para
toda la humanidad.
América. Nuevo Mundo. Acaso vuelva a reunirse con la tórtola.
ARRIBADO A TIERRA AMERICANA, sucesivamente residirá en Méjico (1939) y
Nueva York (1949). En México trabaja junto a otros exiliados españoles en la revista
España Peregrina, escribe sobre la poesía de César Vallejo. Profetiza, razona, grita
en la tormenta. En Nueva York, investiga simbolismos místicos, la familia se desune,
el dinero merma. De pronto es llamado desde un país austral, la Argentina, para
dictar clases en una de las universidades de origen colonial en el Río de la Plata:
Córdoba, antaño “de la Nueva Andalucía”, ciudad capital de la provincia del mismo
nombre. Claustros académicos de cuño jesuítico -luego advenidos a la cultura
positivista- y productores, en 1918, de un movimiento de repercusión continental
denominado Reforma Universitaria. Es 1956.
Antes de la colonización española, en las proximidades de Córdoba estuvo
marcado el último hito del Camino Real del Imperio Incaico; más allá, comenzaba el
Sur de los Ranqueles, de los Pampas y de otras naciones aborígenes -exterminadas en
su mayoría durante las postrimerías del siglo diecinueve por el ejército liberal-, la
llanura húmeda previa a la extensa agonía de las mesetas patagónicas. La ciudad
capital de Córdoba quedó ubicada entre el maíz incaico del Noroeste y el trigo
pampeano, a orillas del río que los aborígenes nombraban Suquía. Hacia el Oeste de
la provincia, de Norte a Sur, las montañas de formación secundaria, los bosques y los
valles, los lagos naturales.
Diezmados en sus tierras de origen, muchos habitantes de las culturas de las
deshermanadas regiones argentinas fueron concurriendo –en distintas medidas,
maneras, tiempos- hacia la urbe del centro geográfico del país, hacia su
mediterraneidad ajena a las fluencias marítimas del puerto de Buenos Aires, y
conformando industrias, artes, ciencias e idearios, a menudo disidentes con los de la
capital. Nuestra ciudad se había presentado intuitivamente ante los ojos de Larrea
similar a la Atienza española en un aspecto:
“Casi me atrevo a asegurar que como tantos y tantos pueblos españoles,
como Trujillo al Perú, Córdoba a la Argentina (...) emigró en el siglo español de las
emigraciones”. 6
Algo así como ciudades expatriadas de la propia tierra.
JUAN LARREA LLEGA A UN PAÍS que acaba de derrocar al gobierno del
General Perón, aquel nacionalismo defensor de las condiciones económicas de los
trabajadores pero en perpetua controversia con la intelectualidad independiente -
6 Larrea, Juan. Atienza, en Ángulos de Visión, edición de Cristóbal Serra. Marginales, Tusquets Editores. Barcelona, España. 1979. Página 27.
además de sostenerla con la iglesia católica, con la oligarquía terrateniente, con los
políticos conservadores que atraen a las clases medias-. Y Córdoba ha sido un ámbito
precursor del sangriento derrocamiento de Perón por medio de la denominada
Revolución Libertadora. Es una de las dos provincias industriales del interior del
país, la otra es Santa Fe, de actividad portuaria fluvial y eminentemente inmigratoria
en su composición poblacional. Santa Fe y su capital, Rosario, es tierra de “gringos”,
de inmigrantes europeos y judíos, sin tanto peso barroco de arquitectura colonial. En
Córdoba, los claustros que enumeraba Deodoro Roca7 en cierta medida prosiguen
respirando en medio del ritmo fabril.
Larrea arriba a Córdoba hacia fines de julio de 1956, procedente de New
York. El 9 de junio, se había producido el levantamiento cívico militar peronista
conducido por el general Juan José Valle -leal al general Juan Domingo Perón-. El
general Valle, pese a todos los reclamos en su defensa, es fusilado por orden del
general Pedro Eugenio Aramburu, presidente de facto, y de su vicepresidente, Isaac
Francisco Rojas. El acto represivo consuma también los fusilamientos de civiles
leales en el basural de José León Suárez, provincia de Buenos Aires (junio de 1956),
hecho que dio materia a la primera novela-documental periodístico escrita en la
Argentina, Operación masacre, por Rodolfo Walsh.8
Vale decir, la violencia criminal de un golpe militar estaba en el aire,
impregnándolo, en los días de su asentamiento en tierras cordobesas. Luego, nuevos
sucesos de similares características signarán los años de la residencia de Larrea en
Córdoba, hasta el fin de su vida: en 1962, el enfrentamiento militar entre “azules y
colorados” que, tras el derrocamiento del presidente electo Arturo Frondizi y la
7 Deodoro Roca fue uno de los principales impulsores de la Reforma Universitaria en Córdoba, en 1918.8 WALSH, RODOLFO. Operación masacre, libro de “ficción periodística” o novela testimonio, que se adelanta nueve años a la que es considerada iniciadora del género, vale decir, A sangre fría de Truman Capote, se publicó en Ediciones Sigla, dirigida por Marcelo Sánchez Sorondo. Buenos Aires, 1957.
asunción del civil José María Guido, culmina con bombardeos y enfrentamientos
armados; en 1966, el derrocamiento del presidente electo Arturo Humberto Illia por
el general Onganía -el mismo que había derrotado a la fracción “colorada”
(anticomunista) en el ’62-, gobierno militar que continuó con los generales
Levingston y Lanusse sucesivamente, hasta el llamado a elecciones generales de
1973, donde vuelve a triunfar ampliamente el peronismo.
LA NUEVA ETAPA DE LA SOCIEDAD ARGENTINA POS-PERONISMO, a partir de
fines de 1955, conservaba en términos generales el progreso industrial y social,
admitiendo con avidez a los creadores y pensadores originales, ya fueren nacionales
o extranjeros. La biblioteca de la Universidad de Córdoba comienza a registrar y
almacenar desde 1956 la obra de pensadores que, durante el régimen peronista, eran
excluidos de las lecturas. El desarrollismo, que es liberal, procura seducir a los
intelectuales ofreciéndoles garantías de libre expresión.
Se trataba de punto sensible para las capas medias de la población. Hasta
mediados de la década del cincuenta, Jorge Luis Borges y el grupo de escritores que
promovía la revista Sur –por dar un ejemplo- sólo habían sido observados en su
dimensión sociológica por la cultura oficial; en consecuencia, Julio Cortázar se había
exiliado en Paris y, desde Córdoba, Agustín Oscar Larrauri9 -quien fuera promotor en
los años cuarenta de un movimiento de traductores, escritores e intelectuales en
nuestra ciudad- había elegido para exiliarse la misma capital que el autor de Rayuela.
9 Agustín Oscar Larrauri tradujo al español Un Golpe de Dados, de Stéphane Mallarmé, y lo editó en la colección la Mano Abierta, de Editorial Mediterránea.
Es decir, los argentinos habían ido a buscar su más allá en Europa y Larrea
venía a su encuentro en Argentina. Los poetas surrealistas de Buenos Aires celebran
su llegada, pues habían publicado sus textos en la revista Poesía Buenos Aires,
dirigida por Raúl Gustavo Aguirre, donde escribían –entre otros- Rodolfo Alonso,
Enrique Molina, Aldo Pellegrini, Edgar Bailey, Alejandra Pizarnik10, que
representarían posteriormente algunos de los nombres más destacados de la literatura
argentina.
ACASO FUE LA TÓRTOLA quien, invisible, condujo a Larrea hacia esta ciudad
de Córdoba que, en ese periodo, poseía una oferta de cierto acopio libresco aunque
no comparable a la que había gozado durante su estadía en New York. Precisamente,
en la entrevista concedida a Rafael Pineda para el suplemento “Papel Literario”, de
El Nacional, de Caracas (1954), había consignado la falta de disponibilidad
bibliográfica en las instituciones culturales de Hispanoamérica:
“Hay que tener posibilidades materiales, laboratorios, bibliotecas. Entonces
la gente de Lima, Caracas, México, se darán cuenta de lo que está pasando
culturalmente en el mundo. Esa gente no puede internarse en el mundo cultural
como un todo, a no ser que se expatríen. Yo para mí tengo que uno de los grandes
problemas de Hispano-América es su carencia de instrumentos culturales. Es preciso
que un gran traumatismo despierte a la gente. Creo que eso se aproxima”.11
10 En el número 19-20 (otoño-invierno de 1955) de "Poesía Buenos Aires" se publicaron sus poemas "Algunas veces como lágrimas" y "Ribera en que comienzan las conjeturas". En el número 8 (invierno de 1952), con el título de "Presupuesto vital", se había publicado el fragmento de un manifiesto aparecido en la revista "Favorables París Poema", que JL codirigió en
París con César Vallejo. 11 Larrea, Juan. Epistolario. Cartas a David Bary. 1953-1978. Edición de Juan Manuel Díaz de Guereñu. Publicaciones de la Residencia de Estudiantes. Madrid, España. 2004. Página 42.
LARREA EN PERSONA
EN SU CASA DEL BARRIO JARDÍN ESPINOSA, en la calle 6, número 1925, “un
profesor de la Universidad de Córdoba, español, de origen vasco, está encerrado en
su biblioteca realizando febril y continuamente lo único que un escritor desea hacer
por siempre: leer, escribir y volver a leer” (…) “Afuera, transcurren en la Argentina
las arduas postrimerías de la década del setenta. El poeta ya conoce largamente el
hedor de la destrucción, la sangre y el exilio. Lo conoce desde la Guerra Civil
Española”12, junto a su pueblo y a los colegas con quienes inicia la diáspora desde
Paris. Corre 1979.
Es aquel Juan Larrea que había llegado para establecerse –probablemente-
por sólo unos años, culminando el exilio que lo condujera hacia América y se había
integrado al plantel de profesores de la Facultad de Filosofía y Letras, cuando ésta
funcionaba todavía en una bella casona en pleno centro urbano, en la primera cuadra
de la avenida General Paz. Esta ubicación corresponde a algunos testimonios y otros
afirman que fue directamente al Pabellón España, ocupado por la Escuela de
Historia, en la Ciudad Universitaria. En su legajo académico consta, aparte de su
nombre completo: Juan Ramón Larrea Celayeta, su nacionalidad: “mexicano”. Una
marca evidente del exilio forzado, aunque se aclara que su país de origen es España.
12 Cabral, Eugenia. “Una rosa de color azul”, en revista La Grieta y el sótano, Nº 10, Septiembre, 1997. pág. 50. Córdoba, Argentina.
Muchos exiliados lo habían precedido en su circunstancia en nuestra tierra: El
escultor Carlos Barral, arribado en épocas muy anteriores, radicado en forma estable
y asimilado a la sociedad cordobesa -al punto de que sus esculturas forman
actualmente parte de la decoración de espacios públicos-; el músico Manuel de Falla
(cuya casa fue convertida en museo tras su fallecimiento), que residió en Alta Gracia,
una localidad cercana a la capital; Alfredo Cahn, filósofo, cuya residencia se
mantiene en El Diquecito, a 35 kilómetros de la capital; Víctor Massuh, decano de la
Facultad de Filosofía y Letras, quien lo había convocado a sus aulas; Herbert Diëhl
(músico). Claro que podría extenderse la nómina por simple estadística demográfica,
dado que gran parte de la población de la ciudad es de origen migratorio, ya después
de la Primera o de la Segunda Guerra Mundial.
El prestigio que lo precedía internacionalmente abarcaba desde su obra
poética y sus análisis de las artes plásticas del siglo XX, hasta su ferviente actividad
en favor de los artistas exiliados de España e, incluso, actividades inusuales en un
poeta: “... en 1929... una serie de sucesos le llevó a acumular, como por azar, la más
completa colección de arte inca”. 13 La Colección J. L., presentada por el antropólogo
Paul Rivet en Paris, fue donada por Larrea al pueblo de la República Española, según
sus concepciones históricas acerca de Viejo y Nuevo Mundo.
POCOS AÑOS DESPUÉS de su asentamiento en Córdoba, se produce la
desgracia del fallecimiento de su hija Lucienne, junto con el esposo, Gilbert Joan
Luy, en un accidente aéreo. Larrea había quedado al cuidado de su nieto, Vicente Luy
13 La poesía de Juan Larrea, por Robert E. Gurney, Servicio editorial, Universidad del País Vasco, 1985.
Larrea, y del entrañable bagaje de recuerdos de los artistas que compartieron con él
experiencias históricas: Juan Gris, Jacques Lipchitz, Pablo Picasso, Vicente
Huidobro, César Vallejo, Gerardo Diego, Luis Buñuel. Esas piezas permanecieron en
la casa de Jardín Espinosa hasta su fallecimiento.
El 23 de febrero de 1963, le confesaba a David Bary, en una carta:
“Mis bastantes papeles debieran haber quedado en manos de mi hija, cuya
experiencia multidimensional estaba y está coentrañada a la mía propia. Ella debía
administrarlos según las circunstancias y su mejor saber. Hablábamos de la
posibilidad de depositarlos en mi Instituto del Nuevo Mundo de esta Universidad,
siempre que todo anduviera por el buen camino, pero con la desaparición de mi hija
y el modo como se desenvuelven las cosas por estos lugares, no sé ahora qué es lo
que haré.”14
EN LA ÉPOCA DE SU LLEGADA, durante el preámbulo de los años ‘60, se fue
vinculando al medio académico de modo personal, intelectual y profesional, y así
prosiguió a pesar de la desdicha de la pérdida de Lucienne.
Corrían años duros y, a la vez, divertidos. Ante las propias narices autoritarias
de los militares golpistas los jóvenes se dedican a vestirse como beats, ganando las
calles y los bares con pantalones ajustados y camisas de colores chillones. En las
galerías de arte se exhiben obras del Pop Art, la clase obrera se organiza con
independencia de los partidos tradicionales, la Universidad Tecnológica recepta a los
trabajadores –a diferencia de la Universidad Nacional, todavía reservada a la clase
14 Juan Larrea. Epistolario. Cartas a David Bary. 1953-1978. Edición de Juan Manuel Díaz de Guereño. Publicaciones de la Residencia de Estudiantes. Madrid, España. 2004. página 62.
media, no en sus estatutos, pero sí en las consecuencias fácticas de su estructuración.
Las grandes escuelas secundarias del Estado nacional imparten una educación de
exigente nivel y moderna pedagogía. El ingreso salarial que proveen las importantes
fábricas metal-mecánicas permite un alto consumo de objetos muebles e inmuebles y,
al mismo tiempo, un gesto democrático en las relaciones entre las clases sociales.
Córdoba se ha vuelto una ciudad de movilidad social -como Rosario y Buenos Aires,
en contraste con las ciudades del Noroeste, donde las antiguas oligarquías
terratenientes no sólo poseen los medios de producción y el control de la economía,
sino que imponen su impronta casi medieval a la cultura y a todo tipo de relaciones
sociales. Muchos jóvenes norteños emigran hacia Córdoba, ciudad de las
oportunidades pero sin el vértigo de Buenos Aires, la metrópolis. Las bellas
serranías, bajas y acogedoras, donde pasar un fin de semana junto a la Naturaleza, se
alzan muy cerca de la capital. El clima es tan benéfico y constante que los enfermos
de tuberculosis eran enviados allí –desde fines del siglo diecinueve- por los
especialistas para curarse, hasta existen hospitales especializados en esa enfermedad.
Es una provincia de la que nadie quiere irse, salvo que lo haga en busca de
posibilidades directamente consagratorias, ya a Buenos Aires, a Europa o a Estados
Unidos.
DESDE EL PROPIO INICIO de su convocatoria académica, Larrea esclarece su
postura en una carta al decano Massuh, desde New York, fechada el 3 de febrero de
1956, que consta en su legajo académico:
“mi especialidad (…) se relaciona a mi entender muy íntimamente con lo que
constituye la esencia de la Universidad, es decir, con la conciencia profunda de la
cultura. (…) (acorde) el concepto de Universidad que se sustente (…) si con un
criterio estatalmente burocrático se la comprende a ésta como oficina de
capacitaciones profesionales y académicas, según suele ser frecuente en nuestro
mundo, mis ideas y aun mi persona se han de ver en ella como en morada ajena.
Pero si en cambio la Universidad no se limita a tales funciones, sino que aspira a
convertirse en un laboratorio creador donde se viva la conciencia de la cultura a lo
que den sus profundidades, como se ha pensado y se piensa en algunos sitios, me
parece que entonces sí pudiera yo desempeñar en ella un servicio interesante”. (…)
“Entiendo que la conciencia cultural del mundo vive hoy una crisis de
transformación tocante, por lo universal de su naturaleza, a todas las caras y niveles
de lo humano”.
Esta carta es un testimonio esencial para comprender el carácter de ciertas
disidencias posteriores de Larrea con el contexto académico de la Facultad en su
nivel burocrático. Su visión humanista estaba a contratara de la normativa y los usos
de estos claustros, aspecto que se detecta en algunas discusiones del Consejo
Directivo, por ejemplo, cada vez que Larrea proponía alguna nueva actividad.
En la Escuela de Filosofía, despliega tareas docentes, editoriales, de
investigación y de extensión universitaria. Entre otras contribuciones intelectuales,
funda el Instituto del Nuevo Mundo –de estudios americanistas-, pronuncia junto a
Herbert Read una conferencia en la Bienal de Arte Internacional promovida por la
planta fabril Kayser: Pintura y nueva cultura; además, colaboran con él alumnos de
relevante desarrollo posterior en la literatura como Alfredo J. Paiva, Gustavo Roldán
y Armando Zárate, con quienes edita César Vallejo o Hispanoamérica en la cruz de
su razón; edita durante trece años la revista Aula Vallejo, publica el libro Corona
Incaica. Pero, pese a su larga residencia en nuestra ciudad, terminó por ocurrir lo que
todos sabemos: la soledad y su correspondiente aislamiento.
LARREA HA ANCLADO, EN LA ARGENTINA, a más de ochocientos kilómetros
de la costa marítima, lejos de cualquier Finis Terre. Durante los años que reside en
Córdoba enseña, predica, aúlla como los ángeles bíblicos acerca de la poesía de
Vallejo y calla acerca de la propia por trece años, hasta 1969. Además, el dolor ha
hecho presa de su corazón desde que Lucienne, su hija, está ausente de la existencia
terrenal y quizás, mediante un misterioso vuelo, haya regresado con aquella tórtola
que acompañó a su madre durante la gestación. Su pequeño nieto vaga entre los
anaqueles de la biblioteca y las obras de arte europeo.
Los estudiantes no han entendido sus teorías culturales y políticas. Tampoco
hacen distinción entre la calidad de sus razonamientos y los resultados pragmáticos y
políticos que éstos pudieren aportar. Lo cuestionan, lo aguijonean con sarcasmos
propios de torpes muchachos que, como dice Nadège en Los Amantes Taciturnos, de
Michel Tournier, confundían “la toma del poder con la toma de la palabra”. Pero el
poeta Larrea ya no es muchacho, ni puede excusar diplomáticamente a los que no
saben lo que hacen.
La Facultad de Filosofía y Humanidades tampoco es una isla en el contexto
nacional e internacional –como lo demuestran los medios informativos de la época-,
capaz de permanecer impoluta en medio de las polarizaciones que propuso el
desarrollo de la Segunda Guerra Mundial, pero tampoco de las que propuso la
posguerra, donde el modelo democrático de los Estados Unidos cobra relevancia y en
la Argentina es sostenido por el desarrollismo, movimiento político que llegó incluso
a gobernar por los años del establecimiento de Larrea en nuestra ciudad. No obstante,
la izquierda en cierta medida equipara a toda postura anti-marxista –por caso- de
cualquier español con alguna especie de simpatía por el franquismo u otro
totalitarismo de derecha. Primer error. Larrea había puesto por escrito, además de
demostrado con sus acciones políticas (al formar parte de “la España peregrina”) que
no era franquista; el problema es que tampoco adhería al marxismo, pues era
cristiano de convicción, tal como lo explicita en variados párrafos de sus ensayos y
de Orbe. Su fe procede de las predicciones del Apocalipsis, es Juan de Patmos el
profeta que lo guía. Así lo afirma –entre otros textos- en Teleología de la cultura, la
ponencia que se ve precisado a presentar ante el Consejo universitario.
Durante septiembre de 1962 toma trascendencia pública la polémica con un
consejero que, según entiende Larrea, es al mismo tiempo secretario de cultura del
Partido Comunista local. Las páginas del diario Córdoba recogen el entredicho, que
es de fuertes calificativos y conceptos. Entre otros, Larrea imputa a H. N. S. -quien
firma la nota que da pie a la polémica- por trasladar a territorio argentino el conflicto
soviético-norteamericano denominado “guerra fría”. Es que tales eran los módulos de
las polémicas habituales (incluso después, en los setentas) en el ámbito académico: el
marco era internacionalista, siendo determinado no sólo por los hechos históricos
concretos sino por la influencia de la teoría marxista a la que, en general, adscribían
los intelectuales universitarios.
En otro aspecto, es impresionante, al consultar las ediciones de ese diario en
las fechas de la polémica, observar el contexto político del debate: el enfrentamiento
de las facciones militares entre “azules y colorados” (ya comentado), llena las
páginas con fotografías de aviones bombardeando objetivos, marchas de soldados,
noticias de operativos, declaraciones de toda índole de los protagonistas, informes de
los movimientos políticos de los militares involucrados... El contenido periodístico
da la sensación de un país en guerra o a punto de entrar en ella, aunque en realidad se
trate de una severa crisis interna militar.
Entre esa maraña de contradicciones tan “a lo argentino”, habría que atenerse
nuevamente a “la conjetura de cuño borgeano”15: el que ayer fuera prócer deja de
serlo, como Francisco Narciso de Laprida. “Lo que Larrea quizás no ve” es que no
hay odio (como en los perseguidores de Laprida, “los bárbaros” que rotula Borges),
sino por el contrario “una forma de aprecio por parte de algunos jóvenes militantes
que se sienten (o sueñan) herederos de aquellos republicanos españoles, un tanto
abstractos ya en su lejanía”,16 tanto en el tiempo como en el espacio. Algunos de esos
insignes republicanos habían pasado a su turno por Córdoba dejando una impronta
indeleble, tal el caso de Rafael Alberti y de León Felipe, por invitación de los
inmigrantes españoles, pero también con el apoyo de acreditadas figuras como
Deodoro Roca, aunque la ultra derecha se opusiera activamente.
Ellos –los estudiantes- probablemente esperaban (y vuelvo a la conjetura pero
basándome en mi experiencia, años más tarde, en la misma Facultad) tener ante ellos
a un representante del socialismo, del comunismo, del anarquismo o del trotskismo
español: nunca a un mero republicano, acaso un demócrata que, y esto es lo notable,
15 CABRAL, EUGENIA. “Una rosa de color azul”, en revista La Grieta y el sótano, Nº 10, Septiembre, 1997. pág. 50. Córdoba, Argentina16 Op. Cit.
preanunciaba tempranamente la España post franquista, defensora de las
instituciones de la república democrático-burguesa a carta cabal. Y Larrea –por su
parte- jamás se hubiera imaginado por entonces que algunos de sus más virulentos
detractores, tras un breve periodo, romperían con el comunismo de la III
Internacional para terminar volcándose... a la defensa de las instituciones
democrático burguesas, a carta cabal, preanunciando la Argentina post dictadura
militar.
Agreguemos a ello un detalle más general, más bien digamos antropológico-
cultural, y es que el público literario de Córdoba, o mejor dicho, ese tipo de público
no militante pero sí simpatizante genérico de algún ideario, había acumulado una
tradición en eso de desdeñar a los escritores por causa de sus ideas políticas, según
los vientos que corrieran en cada oportunidad. Así, por ejemplo, la visita de Rubén
Darío en 1901 fue un rotundo fracaso de público dado que el poeta había expresado
su adhesión a un régimen dictatorial. Literalmente los cordobeses lo ignoraron; en
cambio, durante su paso por el famoso hotel Edén en La Falda, en las serranías, un
grupo de personalidades porteñas le estampó su firma en el libro de visitas.
LO CIERTO ES QUE, por muy revolucionarios que fuesen aquellos estudiantes,
es obvio que sufrían de temor a lo desconocido. “Y un poeta es siempre un ser
desconocido o, peor aun, es ‘lo’ desconocido”17. La única explicación coherente de la
brusquedad en el trato hacia el eximio huésped de la Universidad, por parte de
algunos militantes marxistas, es que no pudieron medir la grandeza de Larrea porque
17 Op. Cit.
excedía en aquel momento las fronteras de sus horizontes políticos y de sus travesías
mundanas. La culpa puede expiarse, pero el error, según nos enseña la tragedia, es
irreparable.
HE EJEMPLIFICADO EL DESDÉN que el público literario de Córdoba podía
infligir a un escritor con el que estableciera distancias políticas, con el caso de Rubén
Dario. Ello sería posiblemente una virtud democrática si sólo se aplicara a aquellos
autores que defendiesen a regímenes dictatoriales derechistas. Pero, ¿qué entendemos
por ello si, por otra parte, acogió a Pablo Neruda cuando éste defendía el
totalitarismo de Stalin?
Me parece que con respecto al público lector la barrera la situó –en un
sentido- el propio Larrea (seguramente sin advertirlo), al privilegiar la difusión de
sus ideas por sobre la de sus textos poéticos. En el terreno conceptual, la polémica
iba a endurecerse como puede hacerlo en nuestra ciudad: hasta la división tajante.
Rasgo que no han borrado las múltiples y diversas experiencias políticas desde las
contiendas entre federales y unitarios, por lo menos, hasta el presente. En cambio, a
difusión de su producción poética le habría aportado seguras adhesiones aunque, por
otro costado, hallara opositores ideológicos. Él, a diferencia de Darío, contaba con la
preferencia de ser residente. Ventaja que, al mismo tiempo, contrarrestaba su
categoría académica, fuertemente valorada por la población en general pero
igualmente resistida por los escritores que coqueteaban con el “compromiso”, el
engagement de intelectuales y artistas, no así por aquellos realmente comprometidos
políticamente.
DESDE LA ROSA AZUL DE LA EXCEPCIÓN, A UNA POESÍA EN “VERSIÓN CELESTE”
LA EDICIÓN DE VERSIÓN CELESTE, compilación de su poesía publicada por
Editorial Barral, escrita en el período 1919-1932, coincide con el año 1970 y es la
que circuló entre los lectores argentinos. Algunos poemas que originariamente habían
sido concebidos en francés fueron traducidos por Luis Felipe Vivanco, Carlos Barral,
Gerardo Diego y el propio autor.
“El año 1970 contenía el cero representativo de un cambio de etapa en casi
todo el continente americano, signado por el recrudecimiento de los conflictos
sociales”18 que sofocarían prontamente las respectivas dictaduras militares de varios
países: Chile, Uruguay, Argentina, Guatemala, El Salvador... Un baño de sangre a lo
largo y ancho de ese continente al que Larrea señala como “nuevo mundo”, en su
polémico ensayo sobre el Surrealismo y en Teleología de la cultura. Ese “teleo” que
significa más allá.
CÓRDOBA, AÚN ENVUELTA EN LA LLAMARADA del alzamiento denominado
“Cordobazo”, de mayo de 1969, había centrado el debate en las reivindicaciones
político-sociales. Y entonces, en medio de “aquel paisaje de operarios industriales
vestidos con over-all, barbas a lo Che Guevara, neumáticos incendiados, fábricas y
aulas ocupadas, se deshojaron sobre los lectores las inefables páginas de su Versión
Celeste. Precediéndolas, en el mismo mayo de 1969 de la rebelión popular en nuestra
ciudad, había aparecido en Torino, Italia, la edición trilingüe de la casa Einaudi,
Versione Celeste”19, vertida al italiano y prologada por Vittorio Bodini, conservando
en francés y en español los poemas concebidos originalmente en sendos idiomas.
Pero Córdoba, este fragmento del “nuevo mundo” pregonado por Larrea, esta
“patria mítica y mística”20, no podrá sustraerse a la fatalidad de la conjunción
sistematizada entre la etapa histórica argentina y el destino (en el sentido trágico
griego) del poeta bilbaíno. La lectura de su obra, así como la de muchos otros
autores, había sido suplantada por el debate político coyuntural, la diatriba en medio
de la asamblea, la redacción del volante, el pronunciamiento urgente, la solicitada
puntual. Acaso era demasiado pedir a los lectores tamaño desdoblamiento entre la
18 Cabral, Eugenia. La Voz del Interior, Jueves 17 de Agosto de 1995.
19 Op. Cit.20 Op. Cit.
ardiente realidad y la atmósfera metafísica de los libros de Juan Larrea, libros que,
por la exigua distribución editorial que aqueja sempiternamente a Córdoba (hoy en
día apenas si ha transpuesto algunas limitaciones), se hallaban prácticamente
confinados al claustro universitario.
Resurgimiento y olvido.
A ESTA ETAPA DE LA VIDA DE LARREA EN CÓRDOBA, Benito Del Pliego la
denomina correctamente de un “renacimiento del poeta”, atendiendo al renovado
interés por su obra y a la edición de ésta, en especial, el volumen de poesía. No
obstante, sería preciso acotar que ese resurgimiento del aprecio y la atención de
editores y críticos hacia la obra larreana se produce -casi exclusivamente- fuera de su
lugar de residencia.
Dice Javier Rodríguez Marcos, en nota aparecida en el suplemento “Babelia”,
del diario El País, de Madrid: “Que ese poemario se publicara antes en Italia que en
España -donde apareció en 1970, con traducciones de, entre otros, Carlos Barral- es
un ejemplo más de la suerte editorial de un poeta que buscó distanciarse de sí mismo
escribiendo sus versos en otra lengua y que siempre quiso vivir al margen de toda
oficialidad, incluida la de la literatura.” 21 Éste me parece un comentario muy cercano
a lo que estoy tratando de dar a entender por más allá, en la obra y en la visión
filosófica (¿o poética?) de Larrea.
En Córdoba, como se puede corroborar por los datos recogidos en las
entrevistas que realicé, se iba produciendo la contrapartida: el inicio del olvido.
Débase a los crudos hechos reales que superaban la capacidad de atención de los
habitantes, o débase a formaciones culturales en estratos más profundos e intangibles
21 RODRÍGUEZ MARCOS, JAVIER. “El místico de la generación del 27”, en diario El País, Madrid. 17/02/2009.
que aquellos que se presentan a simple vista, lo cierto es que muy pocos admiradores
permanecen cercanos al autor.
Y Larrea, también, se va sumergiendo en el aislamiento, actitud nada
sorprendente en quien -a sus años- ya estaría saturado de la visión de enfrentamientos
sociales y hasta bélicos. Cualquier ser humano aguarda para su ancianidad un respiro
en las demandas acuciantes de la vida cotidiana, pero no le sería dado encontrarlo
aquí, pues la circulación de dinero era escasa (por el caos económico de la última
etapa del gobierno peronista), la planificación de actividades culturales era casi
imposible por la falta de medios y por las disidencias internas en las instituciones y,
sobre todo, porque la sociedad en su conjunto tenía una preocupación monolítica: la
suerte de la clase trabajadora, vale decir, si se podrían mantener las fuentes de trabajo
entre la dura crisis política y la aguda crisis económica. Y por clase trabajadora
entiendo al conjunto de los asalariados, desde los profesores universitarios hasta los
empleados gastronómicos, por ejemplo. Nadie sabía qué futuro le esperaba. La
incertidumbre era atroz.
PÁRRAFO APARTE MERECE, no obstante, la situación académica de Larrea
cuyo transcurso podría íntegramente calificarse, cuando menos, de precaria. Desde el
propio inicio, su contratación perentoria (por dos años) lo coloca al borde de la
desocupación. Bianualmente debe justificar ante los organismos académicos no ya la
necesidad intelectual del dictado de sus seminarios, sino la coherencia de su tarea
con los programas y objetivos de la facultad, la pertinencia de sus investigaciones, el
cumplimiento de sus obligaciones docentes, la adecuación de sus beneficios
salariales y sociales, todo ello para ameritar un nuevo periodo de contratación. Su
legajo está plagado de dichos requerimientos por parte de las autoridades y –
simultáneamente- de reclamaciones a nombre de Larrea (aunque cierto es que
algunas situaciones alcanzan a otros profesores, ellos, de origen local) por diversos
compromisos incumplidos.
En una nota sin fecha que figura en su legajo con número de folio 88 (a
continuación de una nota solicitando datos sobre su actuación académica, foliada ésta
como 87), mecanografiada pero con firma autógrafa, que se titula “Horarios”, da
cuenta de ellos con abierta ironía:
“Tengo el agrado de informar a este respecto que, salvo las horas de sueño y
de trato familiar, dedico a las actividades expuestas los siete días de la semana
enteros, incluidas por lo general las vacaciones.
De otro lado, me hago presente en los locales de la Universidad todas las
tardes, de lunes a viernes, a partir de las 15.30 horas. Lo cual no es obstáculo para
que también acuda, conforme lo exigen los trabajos mencionados, a alguna hora de la
mañana.
Juan Larrea”
A mediados de 1978 se le concede la cesación de servicios a los fines de que
tramite su jubilación, vale decir, a los veintidós años de servicio, pero habiendo
superado largamente la edad exigida (ya que había ingresado en su labor con más de
sesenta años) para recibir ese beneficio, pues –según la ley- no se computa el
ejercicio en instituciones universitarias del extranjero. En definitiva, papeleo
mediante, apenas un año habrá alcanzado a gozar de ese beneficio profesional.
FINIS TERRE Y NUEVO MUNDO
PARA ABORDAR el Nuevo Mundo americano, en la visión larreana es preciso
transponer el Finisterre que, geográficamente, “se trata de ese cabo en la costa de La
Coruña, abrupto y peñascoso, indicador del punto más occidental desde el cual se
podía partir hacia América”22. El primer poema de Versión Celeste, “Evasión”, cierra
así: “Finisterre la soledad del abismo”.
22 Cabral, Eugenia. La Voz del Interior, Jueves 17 de Agosto de 1995.
En el mundo antiguo se denominaba “mar tenebroso” a aquel que se abría
transponiendo el Finisterre. Analógicamente, la soledad única del poeta está también
ante un fin de la tierra y ante un mar tenebroso que deberá sortear para ir más allá,
en pos del nuevo mundo de la producción literaria. Pero “en algún punto de la
palabra se regresa al sitio generador del misterio que, en Juan Larrea, es su versión
celeste de la poesía, acorde a cuya interpretación ‘El hombre es la más bella
conquista del aire’ (de En la niebla.)”.23 Vale decir, para Larrea el hombre es un
viajero, un trashumante, un itinerante. De tal delicada y profunda respiración
planetaria exhala su preceptiva teleológica, más rotundamente –me parece- que de
ningún otro análisis.
Si bien la noción de transposición en el espacio y en el tiempo es frecuente en
los escritores, en Larrea es permanente. Además de la obertura que es “Evasión”, la
segunda sección de Versión Celeste se titula “Ailleurs” (“Más allá”), y el último
poema del libro, “Sans limites” (“Sin límites”.) El deseo de atravesar los límites del
espacio y del tiempo -del cuerpo, en definitiva- es en sus textos un tópico
reincidente. Porque fue un místico cuyo ideal discursivo era la profecía, donde la
sinécdoque es más habitual que la metáfora, como lo es en la poesía. Porque a su
sangre le incomodaba la estrechez del odre de la piel humana.
Sus viajes, sintetizados en el nombre de Peer Gynt en “Evasión”, tendrían
concreciones de hecho a lo largo de su vida. No obstante, su más prolongada estancia
fuera de su país natal es la que lo retiene en la Argentina, en Córdoba. Enclave del
nuevo mundo donde creyó ver una tierra prometida. Ni aun cuando es invitado a
España en 1977, año en que la situación material misma –tanto de la Argentina como
la suya personal- podría haberlo inducido a regresar allí, el poeta accede a ese canto
23Op. Cit.
de sirena. Admite de buen grado la edición y difusión de sus obras, pero su existencia
prosigue ligada a este terruño hasta el final.
EN LAS CONCEPCIONES TELEOLÓGICAS de Larrea la concreción de la utopía
del “nuevo mundo” se ve ineluctable, independiente de la voluntad individual o del
poderío de nadie para cumplirse, ya que es el designio de Dios para la historia
humana. Por lo tanto, él mismo en su momento ha entregado sus poemas a ese
destino irreversible y los ha llamado a silencio, a ocultamiento verbal. Ha dejado su
canción a la “dama” a quien servía (al decir de Bodini), como Dante a Beatriz, cuyo
nombre el poeta no reveló hasta la muerte de la amada. Desde entonces, el género
que privilegia en su producción es el ensayo, aunque el silencio se interrumpa en
1969, por la publicación de Versión Celeste en Italia.
Después, con motivo de la edición en España, en carta dirigida a Luis Felipe
Vivanco le comenta a éste que “el término Versión poseía (...) una triple referencia
justificativa: la de ‘traducción’ o modo celeste en entender la realidad; la de ‘vuelta’
o giro sobre sí mismo en un cambio de postura hacia el ser humano en nuestros días
de universalidad; y la resonancia etimológica que lo adecua a un libro de ‘versos’.” 24
Ese “modo celeste” es el que sitúa su obra poética en el terreno anegado de
anhelos de las denominadas utopías, las cuales, según la opinión actualmente en
boga, representan a ideologías perimidas, desterradas del discurso social vigente. Y,
antes que del discurso, principalmente de la acción. Utopías que, en su caso, eran
distintas de las que reivindicaba buena parte del plantel de profesores de la Facultad
24 Vivanco, L. F.: “Juan Larrea y su ‘Versión celeste’ ”, en Versión Celeste, Barral Editores, Barcelona, 1970.
de Filosofía y Letras y, ni qué explicar, del estudiantado. Lo que es necesario
observar en esa opinión es que se vuelve posible afirmar que una idea ha rebasado la
mera formulación teórica verbal y pasado a formar parte de una cultura cuando su
perfume, o su aroma, o su fetidez, impregnan la vida cotidiana e influyen en los
valores morales y en las formas del arte. En otras palabras, la idea puede trascender
más allá de su enunciación sólo cuando haya arraigado en la experiencia colectiva,
aunque haya sido derrotada en la arena política (entendiendo aquí por política
simplemente el universo de la polis). La relación que intento establecer es con la obra
ensayística de Juan Larrea.
Larrea valora su obra ensayística –gran parte de la cual la escribe durante su
residencia en Córdoba- como continuidad de su labor poética, no pondera ninguna
distancia cualitativa entre esos dos géneros literarios, o formas del discurso, o como
prefiera denominárselos. Al respecto es notable que Orbe, aquel volumen que
concibió como “diario espiritual”, fue escrito entre 1926 y 1932, vale decir, antes de
terminar la etapa de producción poética.
¿Podrá hablarse de una transición fijada en los textos de Orbe? El “diario” es
un tipo de producción textual particular que, al mismo tiempo, permite incluir
cualquier forma discursiva en su conformación: la epístola, la oración, el poema, la
narración, la crónica, el aguafuerte, el ensayo, el panfleto, el artículo periodístico y
hasta formas más técnicas como la receta culinaria o la estadística. Es un texto
maleable que nos permite probar nuevas opciones textuales y bien puede ser útil en
un proceso de transición, donde debamos desarraigarnos de un ejercicio de escritura
para instalarnos en uno nuevo. Para un escritor, mudar de género literario es
significativo, no se trata de meros hábitos mentales de tipo técnico y rítmico. Se trata
de mudas interiores que pueden referir a un cambio en el modo de concebir el propio
lugar que se ocupa en la vida.
En algunos escritores el cultivo de un género discursivo no excluye el de
otros, pero en Larrea no fue así. Cuando inicia un nuevo periodo en su vida, a medida
que va procesando transformaciones interiores va soslayando la escritura de sus
poemas definitivamente para terminar instalado de lleno en una nueva forma, el
ensayo, el que más intensamente desarrollará en Córdoba. Este género es el que ha
teorizado Benito Del Pliego en su tesis doctoral y no pretendo agregar nada a su
trabajo, que me ha parecido excelente.
Ahora bien, como las metamorfosis del ejercicio verbal no pueden ser
forjadas taxativamente, sino de modo progresivo y parcial, Larrea lo sabe y señala
ese empalme diciendo que “derivó hacia otros rumbos no menos poéticos en
realidad, aunque sí más objetiva y concretamente culturales”25. En otras palabras, va
en busca de una relación más directa con la realidad. Realidad que para un español
de la década del treinta era, cuando menos, inquietante. Precisamente, en Orbe,
Larrea escribía (alrededor de 1930), reflexionando sobre la situación mundial
después de la Primera Guerra:
“España por su parte empieza a dar señales de intranquilidad y a querer
salir de su letargo, último refugio católico.
Una vez que la luz sea hecha, que confluya a un solo momento del tiempo la
madurez de todas las razas, la rectitud del pensamiento, las fuerzas psíquicas, la
conductibilidad de los pueblos, vendrá la chispa que de un golpe incendiará la
humanidad.” 26
25 Larrea, Juan. “Prólogo” en Versión Celeste, Barral Editores, Barcelona, 1970.
26 Orbe, Prólogo, selección y notas de Pere Gimferrer. Seix Barral, Biblioteca Breve, Barcelona. 1990. P. 23.
En sus escritos, el postulado del “nuevo mundo” destella como un diamante
en la oscuridad. Quizás era esa la chispa cuyo estallido preanunciaba o presentía y
que, andando los años, situará en tierras americanas como “nuevo-mundo”-en-el-
Nuevo-Mundo, alumbrado por la luz de la paloma, vale decir, del Colombus o Colón,
que representa al Espíritu Santo. De lo que podemos estar seguros es que en esta
tierra situada en ese nuevo mundo, donde se asentó, la simbología que analiza Larrea
corría el riesgo de ser comprendida sólo en la acotada medida en que remitía a
símbolos formales del catolicismo, credo mayoritario por esa época de la población
vernácula. Lo contradictorio es que Larrea no era un adepto al catolicismo sino un
crítico de las instituciones de esa iglesia. Un punto más de crisis en su circunstancia
argentina, una grieta más para sumergirlo en la soledad.
PARA LLEGAR A UNA UTOPÍA -e incluso a la nada o al vacío- es preciso
planificar el viaje, trazar un derrotero y proponerse un destino. El recorrido
propuesto por Larrea contempla un punto de partida (Finisterre) y uno de llegada
(Nuevo Mundo), planos complementarios de observación del panorama, elección de
hitos del camino según su valor simbólico y definición de las condiciones de la
hazaña. La única previsión excluida es la frustración, seguida del obligado regreso.
Como místico, no admite retorno: el nuevo mundo hacia el cual afirmaba dirigirse
está profetizado en el Apocalipsis de Juan de Patmos y es irrecusable.
Geográficamente, Larrea terminó sus días en un punto del Nuevo Mundo pos
colombino, en la América del Sur: Córdoba, Argentina. Un emplazamiento
mediterráneo, sin salida al mar. Un destierro en el secano si se compara con las
costas del Atlántico que lo separaba de su España natal. En ese sitio apostó a que
vería realizadas las premisas de su teleología de la cultura, la prosa estatal de su
república ideal. No hace falta explicar que nada de ello vio cumplirse en Argentina
pues, instalado bajo una dictadura militar de cuño sangriento pero con cariz
democrático (la “Revolución libertadora”), sobrevienen cambios de gobiernos y
sublevaciones militares hasta que un nuevo golpe militar derroca a Arturo Illia
(presidente electo) en 1966, e instaura una dictadura violenta (1966-1973, Onganía-
Levingstone-Lanusse) derrocada a su vez por movimientos populares, a la que sigue
un gobierno constitucional muy conflictivo, que desemboca en la infausta dictadura
militar impuesta en 1976. Y Larrea fallece el 9 de Julio de 1980.
Estas fueron las férreas condiciones en las que debió emprender su labor
académica y literaria, con el condimento de ser extranjero. No es desdeñable que
desde fines de la década del ’60 algunas de las mejores voces literarias que dio la
provincia (Carlos Giordano, Héctor Bianciotti, por ejemplo) o pinceles (Carlos
Alonso) debieron exiliarse y hasta sufrieron la represión en carne propia. Ellos
debieron emprender su destino más allá de las fronteras argentinas.
EL DISCRETO ENAMORADO
EN SU INTRODUZIONE a la edición trilingüe de Versione Celeste, Vittorio
Bodini examina:
“Juan Larrea es un caso de sin igual discreción, de dedicación secreta y
esquiva a la Musa similar, al menos, a aquel respeto supersticioso y delicado que
tenían los caballeros errantes por la confrontación con la dama a quien servían, sin
revelar el nombre ni traicionar el secreto en algún gesto, para que así el ojo o el oído
indiscreto carecieran del nefasto poder de profanar y anular aquel íntimo altar.” 27
Cuando Bodini lo nombra –con exactitud- “caso sin igual de discreción, de
dedicación secreta y esquiva a la Musa”, suena a que está fundando un epíteto para
denominarlo, más que clasificarlo con una frase adjetiva. Y quien dice epíteto dice
héroe literario. En el autor de Versión Celeste, su heroísmo estaría caracterizado por
su reserva, su sensatez en el empleo de la palabra. Ese “respeto supersticioso y
delicado”, esa distancia entre su identidad personal y la del texto poético es tal, que
lo lleva a determinar la cesación definitiva de la escritura de poemas a los trece años
de haber comenzado a frecuentarla. Los escribe desde 1919 hasta 1932. Pero, a
contracorriente de la petulancia que es en sí misma sostener una opinión por mi
parte, las razones que adujo Larrea para cesar de escribir poesía son otras:
“Presumo que el fin de mi concepto de poesía es llegado. Que la poesía era
para mí una válvula de escape, un medio consolador, una sublimación de lo que no
encontraba en el mundo. Hoy he llegado a la identificación de la vida con la
poesía.”28
La identidad que invoca es la propia del misticismo, donde no hay quiebre
entre el hombre y el ideal, el yo y la divinidad:
“Porque la poesía es asimismo un elemento de tránsito de la época filosófica,
síntoma del desequilibrio de la evolución del espíritu humano hacia su madurez. 27 Bodini, Vittorio. De “Introduzione”, en Versione Celeste, de Juan Larrea. Casa editrice Einaudi. Torino, Italia, 1969.28
LARREA, JUAN. De “Fin de mi poesía”, en Orbe. Edición de Pere Gimferrer. Seix Barral, Biblioteca breve. Barcelona, España. 1990. p. 29-32.
Gracias a ella el lenguaje ha llegado a sus últimas consecuencias, se ha disgregado,
siendo un efecto o concomitancia de la disgregación de la condición humana en
todas sus fases. Considerando las obras poéticas desde los tiempos más apartados
de nuestra historia hasta hoy, se ve desarrollarse el complejo universal, las sucesivas
apariencias del yo en sus crecimientos continuos, el flujo y reflujo de los
sentimientos íntimos de la colectividad. Hoy quebrada, desmenuzada, como el
hombre, deja a la desnudez su almendra. Este subjetivismo feroz que en los últimos
tiempos ha adoptado, ¿qué es sino el síntoma de la cerrazón en sí mismo del hombre
en su crisis mística de crecimiento?”29
Robert E. Gurney distingue, en La poesía de Juan Larrea30, tres etapas en su
trayectoria poética: 1919, inicio en el Ultraísmo, junto con Gerardo Diego; 1919 a
1926, etapa creacionista junto con Vicente Huidobro; 1926 a 1932, etapa de
contenido esencialmente místico, en que se separa de Huidobro. Después vendrán los
ensayos, la docencia, la investigación. Pero la poesía quedará restringida a su lugar
genuino en el lenguaje: la excepción. Porque es como una rosa de color azul, es un
artificio excepcional.
ESA CONTENCIÓN DE LA CORRIENTE VERBAL, ese voto de silencio al que
alude Bodini es lo que, en definitiva, sitúa la poesía de Larrea por fuera de los
totalitarismos y fundamentalismos, y aun de su misticismo aplicado a una visión
histórica”.31 Esa pausa en lo decible es la declaración de los límites de la inteligencia
29 Ídem anterior.30 Gurney, Robert. La Poesía de Juan Larrea. Servicio editorial, universidad del País Vasco. 1985.31 CABRAL, EUGENIA. “Una rosa de color azul”, en revista La Grieta y el sótano, Nº 10, Septiembre, 1997. pág. 51. Córdoba, Argentina
humana, de su insuficiencia. La renuncia a la posesión de una verdad como valor
absoluto. En el arte y la literatura, lo antidemocrático es la pretensión de situar a
estos discursos en el lugar de la respuesta, en vez del sitio donde ellos mismos se han
situado, que es el de la pregunta.
Antonio Gamoneda expresó, en una conferencia ofrecida en Córdoba
recientemente, referida a temas generales de la lengua y la literatura, que la poesía es
“una dialéctica entre inocencia y conocimiento”. El punto de articulación, la correa
dialéctica, sería esta interrogación a la que aludo. Sólo que el conocimiento, en
poesía, no deviene una “respuesta” en su acepción sintáctica ni, menos aun, en su
categoría semántica ni, por cierto, en su intención jurídica y política.
Dentro de la sociedad (si comparásemos al conjunto de ésta con un texto
dialogado) es el Estado quien ocupa el lugar de la respuesta, razón suficiente para
que los aparatos de represión y control de la población se hallen entre sus resortes,
tanto como la obligación de garantizar la satisfacción de las necesidades materiales y
culturales de esa sociedad. En cambio, la literatura y, particularmente, la poesía, dista
de las necesidades materiales y también del control social; no es su función
responder a nadie (y habitualmente no lo hace) mediante el texto poético, sino
interrogar e interrogarse, no necesariamente bajo formas sintácticas (el verso o el
versículo, por ejemplo) sino en cuanto a su actitud como hablante. Su máximo
contraste con la estructura del Estado y de las religiones lo constituye su pluralidad
verbal, frente a la unicidad que imponen aquellos.
Los Estados poseen una sola “ley fundamental” o Constitución –cuando son
republicanos o con otro tipo de democracia-, o un conjunto de leyes dictadas
arbitrariamente por una tiranía. En suma, un solo “libro” y éste, en prosa. Las
religiones y, principalmente, las monoteístas, se articulan en torno a una sola verdad
y un solo libro cuya lengua, incluso si es escrita en versículos u otras formas
poéticas, pertenece a la prosa, al discurso prosístico, porque su finalidad es el
mensaje cifrado en ella, no la belleza de su lenguaje ni el enigma que interroga. Sin
embargo, a pesar de su univocidad, no necesariamente los libros religiosos inducen a
la prohibición o persecución de otros credos, pero sí obligan a sus seguidores
clausurando en ellos toda interrogación y toda actitud interrogativa. Nadie más
claramente lo asienta que los protestantes evangélicos, quienes proclaman: “Sola fe,
sola letra.”
Jorge Luis Borges, aun cuando se valiera de las formas narrativas –vale decir,
con la sintaxis de la prosa-, conservó constantemente el lugar de la poesía e
imaginaba “el Paraíso bajo la especie de una biblioteca”. La biblioteca, con su
indeterminada variedad de preguntas y de respuestas que, en síntesis, conforman la
serie infinita de interrogantes cuya solución es siempre parcial, provisoria, inestable,
representa la antítesis de las religiones y del Estado. Una biblioteca puede ser la
alegoría del universo, o su cartografía, pero no su teogonía, dado que cada
explicación, cada genealogía, sólo es útil para proseguir buscando un origen, para
cuestionar. Son los escritores y artistas –en tanto que sujetos encarnados, finitos,
ligados al tiempo y al espacio- quienes pueden tomar una postura particular, optar
por una respuesta, y es legítimo que lo hagan. Sin embargo, aun en aquellos
escritores “engagés”, comprometidos, es factible distinguir entre el compromiso
expresado mediante los temas de su elección y el vínculo profundo con una
determinada sociedad, capaz de teñir sus palabras con manchas de infancia.
Aquellos escritores que respetan el divorcio inherente a su épica de sus
elegías o de sus odas interiores, no fuerzan a la lírica a subordinarse a la prosa en la
acepción semántica, discursiva, de ésta (no en la puramente sintáctica). En otras
palabras, su creación literaria va más allá, excede los manuales de la política y hasta
los libros sagrados.
BIEN SE COMPRENDE que entre la enseñanza impartida por Larrea en la
Universidad de Córdoba y sus estudiantes -imbuidos por los aparatos de cultura y
propaganda del Partido Comunista o, en su defecto, por el movimiento peronista,
segregacionistas ambos de la independencia intelectual- surgiera la escisión que no
habría aparecido de haberse el poeta circunscrito a la divulgación y análisis de textos
literarios, incluso de los propios. El conflicto de ideas iba a devenir inexorable,
aunque ello no justifique que se lo haya aislado y olvidado, porque esto ya no
responde a los accidentes de la historia ni de la lingüística sino que se remonta a
comportamientos deliberados de los sujetos. Por ello recordemos el dato de que la
única publicación de la poesía larreana ocurrió en Buenos Aires, no en la Córdoba
que eligió. Y el gesto provino de algunos de los mejores poetas argentinos de la
época. Hasta el presente, incluso, como en el caso del recientemente fallecido Daniel
Chirom, los poetas que he encontrado que se precian de haberlo leído y de tener sus
libros pertenecen allí. Me refiero a Rodolfo Alonso, a Víctor Redondo y a Graciela
Maturo.
TÍTULO Y NOMBRE
“ILIMITADO ES EL NÚMERO DE LAS RIMAS SECRETAS.”32, dice Juan Larrea
en Orbe. Pues bien, estas “rimas”, estos paralelismos, estas recurrencias parciales y
voluntarias pueden ser entendidas como isotopías –que, técnicamente, eso es la rima
de los versos- pero del pensamiento, de lo secreto en cuanto es invisible. Recurso
infaltable, la isotopía, al momento de registrar relaciones de equivalencia sonora y/ o
semántica en el poema.
Y refiriéndose a Orbe dice Benito Del Pliego: “Los temas parecen estar
tomados de forma azarosa, las circunstancias constituyen una mera coartada
intelectual.”33 Acuerdo, sólo “parecen” pues, a pesar de su ligazón con las
vanguardias poéticas del siglo veinte, en sus escritos en prosa Larrea nada dejaba
librado al acaso, ni a la libre asociación de imágenes surrealista, ni al stream of
consciousness (el fluir de la conciencia propuesto por Joyce en su monólogo de
Molly Bloom). Hay, más bien, una voluntad alegórica que surge de su pensamiento
religioso, de su obsesiva y sistemática búsqueda de simbolismos místicos que
cuajarán en obras como Teleología de la cultura. Y ¿cuándo comienza a proceder
específicamente así? Pues, sobre todo, cuando decide dejar de escribir poemas (1932)
para dedicarse a la prosa y en especial al ensayo.
Esta introducción viene al caso en una construcción poética de Larrea que
deseo analizar, por acotada que sea. Se trata de un conjunto vario de recursos
poéticos concentrados que, probablemente, podrían registrarse en el título del único
libro de poemas publicado por Juan Larrea, Versión Celeste, editado por primera vez
32 Larrea, Juan. Orbe. Pág. 38.33 Del Pliego, Benito. Pág. 87.
en 1969 –como ya se indicó-, cuando el poeta estaba completa e históricamente
volcado a la prosa, con un pensamiento especulativo en toda la línea, pero que era
considerada por el autor la verdadera poesía.
Con este análisis, me arriesgaré a parecer “larreana” en mi manera de
observar este objeto verbal que es el título de ese libro, una manera cercana a la
“sincronicidad” propuesta por Carl Jung, de la que Larrea ofrece numerosos casos a
lo largo de Orbe, sucesos “a-causales”, convergencias anacrónicas. Pero como el
“larreano” era Larrea, como quien creía con fervor en estas coincidencias reveladoras
era él, lo que hice, en realidad, es explorar la hipótesis de una aplicación de su modo
de pensamiento a una construcción verbal.
Vayamos al caso. Conocida es su extensa tarea investigadora, editorial,
académica y ensayística acerca del poeta peruano César Vallejo. Compañeros en el
arte y en el afecto, también, pues la valoración que tenía por Vallejo era moral, no
tan sólo artística. Su despliegue verbal atinente al autor de Trilce fue oceánico.
Muchas horas, trabajos y actos de su vida se los dedicó. Ese es el dato objetivo que
me induce a pensar que no desbarro, como usaba decir Larrea, al concebir que el
juego de isotopías que creo haber descubierto en la frase que da título a su libro sea
real. Y no tan sólo real sino, quizás, preconcebido intencionalmente, para homenajear
una vez más y con su mismísimo único volumen de poemas a César Vallejo.
Según esta intuición que sigo, “Versión Celeste” podría ser, siguiendo las
reglas de juego de las coincidencias o conjunciones larreanas, una especie de
anagrama irregular, no exacto, de “César Vallejo”, sin nombrar a este último.
Para leerlo así, es preciso tomar “Versión Celeste” y “César Vallejo” como
dos frases paralelas formando una isotopía especular (aunque el segundo término no
esté presente en el enunciado) y, al mismo tiempo, separar tanto el título del libro
como el nombre del poeta en dos segmentos, representados por los dos términos
respectivos.
Reducido a un esquema, es el siguiente:
1. Versión / C e leste
2. C é sar / Vallejo
El paralelismo en cruz propiamente dicho está dado en la primera sílaba del
adjetivo, en el título, y del nombre propio, es decir, la cualidad individual –a la
manera de un adjetivo-, por la sílaba “Ce” y por la “V” con que se inician sustantivo
y apellido respectivamente.
Así vemos que, mientras en (1) no hay ninguna vocal “a”, en (2) hay dos, una
al final del nombre y otra al inicio del apellido, formando estas últimas una especie
de centro sonoro, de vértice de triángulo. Entre primer y segundo término habría una
forma habitual de armonía antitética, de equilibrio de opuestos: nada – dos, abierto –
cerrado.
Luego encontramos: en (1) cuatro vocales “e”; en (2), dos vocales “e”, como
si fuera una división exacta.
En (1) hay una “i” en el sustantivo, fonema que en español puede equivaler a
una de las “l” del apellido, vale decir, del nombre, del sustantivo. Aquí las
equivalencias quedan colocadas en cruz.
La otra “l” está en (1) en Celeste y la (2) en Vallejo; esta vez, hay
alineamiento en el segundo segmento.
También en (1) hay una “r” y en (2) otra “r”, ambas alineadas en el primer
vocablo, el primer segmento.
En (1) sólo hay una “o”, al igual que en (2), pero en cruz: (1) en primer
vocablo), (2) en segundo vocablo.
En cuanto al sonido “j”, de Vallejo, se puede asimilar –aunque no con
exactitud, sólo con sugerencia- al “s” de Celeste, equivalencia alineada en el segundo
segmento.
Todo este juego de sonidos es el tipo de imágenes en espejo, vale decir, una
inversa de la otra, propias de los recursos poéticos compensatorios o de los
anagramas. Que las coincidencias no sean exactas a la manera de la composición
clásica, no desdice la probabilidad de que el anagrama secreto, las “rimas secretas”
se hayan concebido desde la estética vanguardista, donde la recreación de géneros y
temas era un procedimiento programático.
Por cierto, no fue esa la razón que Juan Larrea arguyó para justificar el título
ante la inminencia de la edición que aparecería. Como ya he citado, lo que hizo fue
comentarle a Luis Felipe Vivanco en una carta que “el término Versión poseía (...)
una triple referencia justificativa: la de ‘traducción’ o modo celeste en entender la
realidad; la de ‘vuelta’ o giro sobre sí mismo en un cambio de postura hacia el ser
humano en nuestros días de universalidad; y la resonancia etimológica que lo adecua
a un libro de ‘versos’.” 34
34 Vivanco, L. F.: “Juan Larrea y su ‘Versión celeste’ ”, en Versión Celeste, Barral Editores, Barcelona, 1970.
GUERNICA O EL ESPLENDOR DE LA VERDAD
“La música, la pintura y la guerra –dice un viejo
refrán español- por de fuera. ¿Por fuera de qué?
Se diría que de sí mismas. Engañosamente, como la imagen
que nos mira desde el espejo. Si la Pintura es un reflejo de la vida,
la Música ¿es su eco? Y la Guerra, esa mala retórica de la muerte,
¿qué será sino una imagen espantosa de sí misma,
una acción que se enmascara de pasión
para verificarse mortalmente, un infierno vivo?”
De “La música, la pintura y la guerra”, en La corteza de la letra, de José Bergamín,
Editorial Losada., col. Biblioteca contemporánea, Bs. As., 1957)
A FINES DE 2007 pude acceder, en el Museo Provincial de Artes Plásticas
“Evita”, instalado en el antiguo Palacio Ferreyra, a contemplar dos grabados de
Pablo Picasso, los cuales, según los datos que había recabado, fueron donados
originalmente por Juan Larrea a la colección del Museo Caraffa (también provincial).
El dato lo había obtenido durante la serie de entrevistas que realicé acerca de la
estadía de Larrea en Córdoba. Sin embargo, parece haber sido inexacto.
Al respecto explica Víctor Manuel Infante, director en su oportunidad de
algunos de los museos más importantes de Córdoba:
“Nuestro Museo Provincial de Bellas Artes ‘Emilio A. Caraffa’ atesora dos
grabados (aguafuerte y aguatinta) firmados, planchas que integraban la carpeta Sueño
y Mentira de Franco y que fueron la iniciación de Guernica, ‘la obra más famosa del
siglo XX… (…) En los primeros días de enero de 1937, el gobierno de la república
española encargaba a Pablo Picasso la realización de un mural, para el pabellón de
España en la Exposición Mundial de Paris. Pocos días después, el 8, Picasso proyecta
unos grabados con la idea de venderlos como tarjetas postales a favor del ejército
popular de la República, idea que no se concreta al fin. El mismo día 8, comienza
una segunda plancha, que continúa al día siguiente, 9, fechas que figuran en la obra.
Las dos planchas de cobre son terminadas el 9 de junio. Sin fraccionarlas en
dieciocho postales son impresas en dos grandes hojas, con el aditamento de una
tercera constituida por el facsímil de un texto manuscrito del mismo pintor, como
prefacio. En una carpeta con rótulo, también dibujado por Picasso, fue editada y
distribuida por Juan Larrea, el notable pensador y poeta… (…) Don Juan Larrea
publica el libro Guernica, una cuidada y pulcra edición donde analiza morosamente
una a una las 18 parcelas de estos grabados… (…)
Al finalizar la Guerra Civil Española, el 1º de abril de 1939, la embajada de la
República en Buenos Aires distribuyó sus pertenencias recibiendo Córdoba esas dos
obras, que venían en dos modestos marcos plateados.
Siempre recordamos la muestra ‘Los Picasso en Córdoba’, que organizó el
joven pintor Antonio Seguí en el sótano de la librería Paideia por alrededores de
1960 y, por supuesto, cedimos los del Museo. Roberto Viola facilitó dos ‘stencil’ que
trajo de Paris y también los Picasso de Larrea, la pajarita de papel que le hizo a la
hijita de don Juan.
En 1962, el 20 de julio invitamos a don Juan Larrea a una conferencia sobre
‘Pintura y nueva cultura’, clausurando la Primera Bienal Americana de Arte, en el
Museo Caraffa, oportunidad en que Larrea, viendo los grabados, nos prometió
donarnos la copia faltante, ya que de ella tenía una copia suelta. Fue deseo que no
llegó a dar, traspapelada en sus carpetas.
Don Juan Larrea vino a morir en Córdoba, el 9 de Julio de 1980, en una
sencilla clínica de calle Santa Rosa.”35
La información obtenida verbalmente en varias entrevistas es modificada por
este testimonio escrito de Infante. Sin embargo, confirma otros que había escuchado
con respecto a los collage que Picasso había realizado para Lucienne, sólo que
Armando Zárate al consultarlo (después de la entrevista formal, en una específica
sobre este detalle) me habló de un caballito, no de una pajarita, y de que se trataba de
un collage. En cuanto a que los Picasso que Larrea poseía en su colección eran
varios, se trata de un dato que escuché reiteradamente pero nadie indicó los títulos ni
el tipo de obras (técnicas, medidas u otras características).
1936 HABÍA MARCADO EL INICIO de la Guerra Civil Española y del éxodo de
muchos intelectuales y artistas españoles hacia Paris. Pero el exilio de Larrea en
Francia –como sabemos- era previo a la contienda española, él ya había optado
35 1. VICTOR MANUEL INFANTE. Algunos apuntes de artes plásticas y museología de Córdoba. Edición `privada, ejemplar Nº 127. Córdoba. Diciembre de 2007. Página 34.
geográfica y lingüísticamente por la cultura francesa escribiendo sus propios poemas
en esa lengua, además de residir en Paris. Los artistas y poetas inmigrantes de habla
española allí eran varios, entre ellos los más ligados a Larrea: el chileno Vicente
Huidobro y el peruano César Vallejo. Luego vendría la formación de la Junta
Española de Cultura, esa especie de embajada en el exilio, donde actuaban a nombre
del gobierno republicano –además de Larrea y otros- José Bergamín y Pablo Picasso.
Como casquillos de bala desperdigados desde su tierra perpetúan en su exilio
el fragor de la lucha por la libertad republicana, esforzándose en enviar ayuda
económica a los compatriotas. Entre los diversos métodos para recaudación de
fondos, estuvo posiblemente la venta de esos grabados de Picasso, cuyas planchas
mantienen las imágenes divididas por unas líneas de corte o, probablemente, no, pero
es un detalle subalterno. Lo cierto es que esos grabados eran distribuidos para
difundir la solidaridad con los republicanos españoles. Su título en español, Sueño y
Mentira de Franco, tiene en francés una sonoridad realmente poética: Songe et
Mensonge de Franco.
Esos grabados son los que tenía ante mis ojos y, ya sea que la copia fuera la
donada por Larrea o, como testifica el profesor Infante, reconociera otra procedencia,
la emanación simbólica era larreana, era la de la “España peregrina”, que tantos
exiliados nos legó a Córdoba, y hasta nombres mayúsculos como Manuel de Falla y
Rafael Alberti, además de Juan Larrea. Como muchos sabrán, Alberti residió un
tiempo en la localidad de Totoral, al norte de nuestra provincia, y allí escribió una
serie de poemas cuyos originales se conservan en una colección privada.
EL ESPLENDOR DE LA VERDAD
CON RESPECTO A LA PINTURA Guernica me ocurre que el único contacto con
su imagen lo he tenido por medio de reproducciones gráficas, algunas excelentes,
pero sólo eso: reproducciones, que nunca lograrán satisfacer la cualidad vital de la
obra original. En una reproducción no se puede apreciar verazmente el aspecto de la
materia con que está pintada la obra, el grosor y la densidad de la capa de óleo, la
huella del trazo que hizo la mano, la transformación de los tonos bajo una luz u otra,
la pátina que le va imprimiendo el paso de los años, cómo se ve el cuadro observado
desde un metro o desde tres de distancia… Sé que mirar una reproducción es
insuficiente para la correcta apreciación de una obra y, no obstante, es también la
medida de la movilidad que la tecnología ha prestado a la cultura desde la llamada
“reproductividad de la obra de arte en la era técnica”, al decir de Benjamin.
Mediante la tecnología para reproducción de imágenes (fotografía, cine,
televisión, fotocopia, Internet, disco compacto, DVD) comenzamos a recibir
representaciones más o menos imprecisas de los objetos -naturales o construidos-.
Las vemos en libros, catálogos, folletos, carteles publicitarios, películas.
Actualmente nos nutrimos de copias, de reproducciones, de impresiones desleídas o
deformadas, por mucho que se haya perfeccionado su calidad gráfica con la
tecnología digital y la informática. Y, por cierto, nada suplanta el contacto directo de
nuestros órganos sensoriales con un objeto material. Sin embargo, quién diría que no
ha visto y admirado la belleza de tal actriz cinematográfica, o quién se substrae a
mirar un video sobre sitios geográficos inalcanzables para quien no sea alpinista o
buzo submarino.
HABRÉ TENIDO CATORCE AÑOS la primera vez que vi una reproducción del
Guernica y quedé impactada por el cuadro. Entonces no podía entender qué me
sucedía; ahora tampoco lo entiendo a fondo pero me he ido aproximando al
sentimiento épico de Picasso, al desgarro de la conciencia frente a la destrucción. Los
argentinos de mi generación tuvimos nuestros “Guernicas”, sólo que casi ninguno
sucedió a la luz del día sino en oscuros cuartos de comisarías y cuarteles. Pero la
disección y fragmentación de los seres se cumplió aquí también. Los cuerpos fueron
separados de otros cuerpos, divididos los cuerpos de sus almas, de sus nombres, y los
órganos separados de otros órganos. Literal y metafóricamente.
Después del bombardeo sobre aquella población vasca vinieron los campos
de concentración hitlerianos, las prisiones estalinistas, las bombas nucleares en
Oriente, los misiles y el fósforo blanco en Medio Oriente. Todo ello en el transcurso
del siglo con mayor desarrollo humanístico, científico y tecnológico de la historia
humana: el siglo veinte. Y ello prosigue en el presente siglo veintiuno. La barbarie
regresando con armadura civilizada. La rotura, el estallido, los añicos. Y, ¿después
de esto, qué?
Después de esto, el recurso inmediato de un artista o de un poeta es hacer una
obra artística o una literaria. Al concebir su Guernica, Picasso está sintetizando y a la
vez profetizando el aluvión destructivo que recorrería todo el siglo pasado y se
continúa en el presente, no importa cuán avanzadas estén la ciencia o la tecnología.
Es obvio que el presente de la humanidad se ve rajado por una triste paradoja:
dispone de todos los medios y el saber necesarios para hacer de la Tierra un planeta
positivamente habitable, mas somete su tolerancia a pruebas de indecible rudeza. Y
la productividad humana va en camino de la desertización y la infertilidad, al igual
que la tierra. Lo que produce la industria no alcanza siquiera a llenar los estómagos
del conjunto de los seres humanos, menos aun a curar sus enfermedades o destituir su
ignorancia. Es decir, si comparásemos los objetos de consumo que produce la
industria con fragmentos, veríamos que éstos se dispersan, se dislocan, se acumulan
en ciertas rinconeras y ralean en los llanos, sin llegar a conformar un todo articulado
que satisfaga necesidades o complemente faltantes.
Las artes plásticas, en cambio, proceden con el mismo método que la
versificación -la cual procede a su vez como la lengua- tomando los fonemas, es
decir, las unidades de sentido y de sonido -los cuales existen por separado-, para
articularlos en un código integrador, en un texto. Se dirá que la imagen pictórica
difiere del signo lingüístico -con la calidad arbitraria que le concede Sausssure- pues
en ella no existe el sonido (ni otro elemento equivalente) y lo que registra es la figura
(más o menos abstracta), una entidad próxima a la mimesis, vale decir, no al signo
sino al símbolo; es cierto, pero estoy sentando una analogía de procedimiento,
teniendo en cuenta las diferencias entre los objetos que producen el artista plástico y
el poeta.
La imagen visual no dispone de la arbitrariedad que posee el signo lingüístico
(lo que denominamos usualmente palabra), como nos enseñara Ferdinand de
Saussure. En la lengua, cada sonido significa lo que los hablantes convienen que
signifique: aunque el sonido “mano” en español sea distinto del sonido “hand” en
inglés, ambos indican el mismo órgano del cuerpo humano. En cambio, en las artes
plásticas una mano sólo puede ser representada por una mano, porque el significante
alude únicamente al propio objeto representado, al significado: la mano, aunque ésta
pueda remitir a tal o cual concepto general y diferido, a una referencia simbólica, o
aunque su figura esté representada por un objeto de forma similar, no idéntica. En la
figura no existe el desdoblamiento propio del signo lingüístico (significante/
significado), la distancia entre el objeto y su representación es mínima
cualitativamente.
Por lo tanto, este desarrollo acerca de la operación en que se produce un
acercamiento entre la literatura y la plástica sólo se refiere a la articulación de
unidades menores, de fragmentos, definidos cada uno de ellos como diferentes, en un
objeto mayor. En la literatura dará por resultado el poema y las otras formas del
discurso literario: narración y drama –para nombrar géneros clásicos-. En la plástica
las formas de los objetos, los trazos, las masas de materia, la composición del
espacio, etcétera, se vincularán hasta ir configurando el objeto mayor, el cuadro, la
escultura, la instalación.
Ahora bien, ¿cuál es la argamasa que liga los ladrillos; cuáles, los eslabones
que forman la cadena; cuál, el caldo donde hierve el puchero? En la literatura como
discurso artístico (que no siempre lo es) y en la plástica en tanto disciplina artística
resulta, creo, siempre el mismo: la verdad o, mejor expresado con aquella antigua
fórmula platónica, “el esplendor de la verdad”.
Recurrir a Platón para señalar un concepto de Estética, de Belleza, un Arte
Poética, podrá sonar anacrónico o academicista, pero no importa cómo suene sino
escarbar en su vigencia. Sobre todo si, al menos para mí misma, al fin entiendo en
ínfima parte la causa del impacto que sufrí al contemplar las imágenes del Guernica,
siendo apenas una adolescente. Era ese esplendor de la verdad el que alumbraba
desde los escombros producidos por un bombardeo. Ésa era la belleza que Picasso
había logrado desde una estética nueva en su momento: el Cubismo. Y cuando
hablamos de Estética hablamos de formas de vida.
PUES AQUÍ VOY A ABRIR OTRA DIGRESIÓN: ¿De qué estoy hablando, qué cosa
estoy denominando al hablar de Estética? Pues a la relación entre la forma de un
objeto de arte y los valores fundamentales de la sociedad en que éste se produce. El
ejemplo de Grecia es adecuado y disponible. El arte clásico griego tomaba los
conceptos de proporción, armonía y claridad, con su correlato en una sociedad cuyo
valor era la democracia (representativa) ejercida en las instituciones políticas y
extendida sobre los modos de relación entre las clases sociales, mas también entre los
sexos, entre adultos y menores, en el culto religioso, la enseñanza, el uso de recursos
naturales, los roles dentro del ejército, en fin, el conjunto de la sociedad. Sus obras
literarias y plásticas, que han perdurado a través de los siglos, iban destinadas a
transmitir esos valores.
Más cercano a nuestro tiempo hallamos otro ejemplo: las Vanguardias del
siglo veinte. Un siglo donde en Occidente las masas de trabajadores asalariados y las
nuevas técnicas nacidas con la industrialización dominan el escenario, paralelamente
a la extensión mundial de los conflictos bélicos. Libertad formal y relación entre arte
y vida son los valores vanguardistas primordiales, que conducen a la toma de
posición política, mas también a la utilización de las nuevas técnicas productivas y
reproductivas.
Tomemos dos corrientes: Surrealismo y Bauhäus. El Surrealismo establece la
relación arte-vida por medio de la teoría de la “libre asociación de imágenes”,
proveniente del psicoanálisis, y de la teoría social del marxismo. La Bauhäus se
instituye como escuela de diseño industrial, entendiéndolo a éste como arte en sí
mismo. El Surrealismo se rehúsa a formar parte de academias ni salones exclusivos y
arma eventos públicos de notoriedad; la Bauhäus entiende que los objetos de uso
cotidiano (muebles, utensilios de cocina, automóviles, arquitectura edilicia) deben
guardar relación con los nuevos modos de vida urbana.
Ambos movimientos admiten como expresiones de arte la fotografía, la
cinematografía. Y ambas corrientes -Surrealismo y Bauhäus- producen objetos que el
público de su época, tras un escandalizado rechazo inicial, pronto recibe con
familiaridad porque esas formas que traen sus objetos artísticos se vinculan con los
valores predominantes en la sociedad y, por tanto, con las formas de vida del sujeto
en estos tiempos. En este proceso instauran y configuran una Estética, vale decir, una
correspondencia entre formas externas y valores éticos, sociales, políticos u otros
valores humanos.
Dice Aldo Pellegrini: “…hay que destacar, como primera conclusión, que en
el arte moderno no existe decadencia sino simplemente cambio. Ese cambio es
evidentemente muy acelerado, pero esta aceleración no puede asombrarnos, porque
es paralela a la de la ciencia y la técnica modernas, a la del estilo mismo de vida.”36
La de Pellegrini es otra forma de definir la Estética. Por el contrario, la
Cosmética de un objeto artístico es su forma explícita y sensible: se ve, se oye, se
toca, se lee. No es la mera superficie seductora e hipócrita, es la apariencia que debe
asumir para exponer su esencia. En algún caso, puede que lo único que se haya
tomado para manufacturar un objeto artístico sea la Cosmética emanada de una
Estética, sin coherencia con ningún valor esencial. Algo que ocurre, por ejemplo, con
las modas “retro”, con los seguidores tardíos de una escuela o con la aplicación
comercial de las imágenes. Entonces sí, tendremos sólo un adorno, un maquillaje
facial.
Leemos nuevamente a Pellegrini, en el mismo libro: “…mucho arte llamado
moderno padece una extraordinaria debilidad constitucional; es una debilidad bien
vestida, agradable, y por lo tanto más vacía. Pero eso no debe preocuparnos, esa
debilidad forma siempre el trasfondo de las grandes épocas de arte.” (Página 37) Y
también afirma: “…hay un índice infalible: cuando los detentadores del poder no
ofrecen ninguna resistencia a un arte que pareciera renovador, quiere decir que su
fundamento es falso, pues los detentadores del poder raramente se equivocan, y sólo
pueden aceptar un arte vacío o anodino. Un arte realmente nuevo es siempre
revolucionario y aniquilador para lo viejo.” (Páginas 36-37)
36 Pellegrini, Aldo. De “Sobre la decadencia del arte contemporáneo”, en Para contribuir a la confusión general, editorial Leviatán. Buenos Aires, 1968. Pág. 39.
AHORA, VUELVO LA MIRADA sobre la fragmentación de la imagen en
Guernica: ¿es un modo de vida en nuestra época? Entiendo que sí. Y no sólo por la
destrucción bélica sino por otra suerte de particiones causadas por las condiciones
generales de la vida sobre el planeta, en este periodo de la historia, de guerras y de
revoluciones en todos los campos. La afirmación de Larrea acerca del Guernica me
suena entonces en toda su exactitud: “...se caracteriza por no ser una pintura.”37, pese
a que él, específicamente, se refiera a la factura artística.
Pero hasta aquí sólo he hablado de mi relación con el cuadro de Picasso pues,
arriesgándome a cierta petulancia humanista, lo que he buscado es reflejar la
experiencia de millones de seres humanos que, al igual que yo, no han visto
personalmente el Guernica y, no obstante, lo identifican con todas esas cosas: la
fragmentación de la realidad y de la imagen de la realidad, relacionado esto con la
emergencia de nuevas estéticas en el siglo veinte. Miles de millones de personas que
no sólo no tuvimos ese placer sino, mucho menos… el de ver nacer esa prodigiosa
obra, tal como le fue dado a Juan Larrea. En consecuencia, él fue uno de los testigos
privilegiados del arte del siglo pasado. Un elegido, tal como Dora Maar y Christian
Zervos, observadores también ellos del proceso de creación del Guernica.
Fue por ello, acaso, que al exhibir de manera permanente el Palacio Ferreyra
esos grabados de Picasso, progenitores o germinales del Guernica, y poder
contemplarlos directamente, la épica y la mística de Larrea se patentizaron ante mí.
Sentí que los dos, Picasso y Larrea, eran emisarios de una Estética que parece rebasar
y fracturar ya no meramente las barrancas que flanquean nuestro Suquía sino las
riberas de un tiempo apocalíptico, un tiempo de revelaciones que cada uno formuló
37 “Una plenitud de ausencias”, en Videncia del Guernica., de Guernica. Pablo Picasso, textos de Juan Larrea. Cuadernos para el diálogo, Madrid. 1977. Página 29.
según las interpretara, pero ambos navegando en un río ancho, caudaloso, arrollador:
la corriente que se vierte desde las Vanguardias nacidas entre el fragor de las
trincheras de la Primera y de la Segunda Guerra mundial. El sueño y la vigilia del
arte frente al destino de la humanidad.
Y así no pude evitar -con impudor o mezquindad- la tentación de proclamarlo
en este pequeño homenaje a Juan Larrea, el poeta que soñó despierto un nuevo
mundo en el Nuevo Mundo.
VIGILIA DE UN SUEÑO
JUAN LARREA Y LOS SURREALISTAS
EL FENÓMENO DE LAS DENOMINADAS “VANGUARDIAS ARTÍSTICAS” del
siglo XX -al que adscribió Juan Larrea-, albergó en su seno diferenciaciones de
orden político y estético. Su apariencia evidente de ruptura con las estéticas
decimonónicas no enrasa a una corriente estrictamente con otra. La pregunta que
surge dentro de mí es si, a la luz de las visiones sincretistas, fatalistas, negadoras
del enfrentamiento trágico, que impregnaron las postrimerías de la pasada centuria
e influyen el comienzo de la presente, los términos de aquellos debates pueden
hoy ser tildados de anacrónicos, y guardarse en el museo de la historia del arte
occidental, o si están habilitados para sostenerse en otro contexto conservando su
valor. De haber perimido, pasarían a engrosar en su correspondiente archivo el
tomo de los debates que lo precedieron.
En lo que atañe al debate de Larrea con el Surrealismo, tengamos en
cuenta el señalamiento de Jorge Fondebrider –en adhesión a un análisis de Jorge
Luis Borges- acerca de un rasgo que perfila la actividad de “Los escritores
franceses –y los poetas franceses, en particular- (quienes) se distinguen claramente
de los de otras nacionalidades por su deseo de teorizar sobre lo que escriben.” 38
Esto, en cierta manera, es una característica que legitima el debate sobre sus
posturas.
En cuanto a Larrea mismo, cuya polémica con el Surrealismo se
desarrolla en varios registros, su origen hispano en una sociedad cuyo paisaje
social aún contenía escenas y escenarios propios de las deprimentes descripciones
de Antonio Machado o Federico García Lorca, apremió su deseo de estímulo y
oxígeno y lo fue a buscar en el estilo y la cultura francesa de aquellos estridentes
años.
ENTRE VIEJO Y NUEVO MUNDO
38 FONDEBRIDER, JORGE. “Prólogo necesario”, en Poesía Francesa Contemporánea. 1940-1997, pág. 7. Editorial Libros de Tierra Firme, Buenos Aires, Argentina, 1997.
EL PERÍODO DE ENTREGUERRAS en Europa (incluido ese anticipo de la
Segunda que fue la Guerra Civil Española), que es la etapa de producción poética
en Larrea (1919-1932), exacerbó los sueños humanistas de la juventud literaria y
artística de la época. De arrastre, a muchos escritores latinoamericanos y
estadounidenses les provocó un interés por sus cuestionamientos y respuestas en
grado, quizás, comparable al suscitado por el ideario de la Revolución Francesa de
1789. Expuesta sin ejemplos, la afirmación huele exagerada. Pues bien, no tanto:
incluso en mi provincia argentina, el poeta Marcelo Luis Masola estuvo
procurando formar parte de las Brigadas Internacionales y otros lo lograron, según
se dice, pero no poseo datos precisos. (Sí he podido constatar –como ya expuse- el
paso de Rafael Alberti y de León Felipe, convocados por la solidaridad con la
República Española.)
Larrea, preocupado por el destino de España pero también del orbe
entero, se guió por el vector inverso: desde su Europa hacia América, periplo
asumido inicialmente en aquella estadía en Perú, en 1919, que le abrió los ojos a
nuestras riquezas antropológicas y culturales y los pulmones a nuestros aires.
Ligado desde sus comienzos al chileno Vicente Huidobro, posteriormente
recalaría en América del Sur, con todo y obra hasta el fin de sus días, dedicándole
esfuerzos intelectuales y morales a la obra de César Vallejo, analizando y
valorizando la de Rubén Darío y la de José Martí. Por fin, su concepción acerca
del “viejo y nuevo mundo” lo llevó a postular las premisas de la que denominó
“Teleología de la cultura”.
“CAMBIAR LA VIDA”
EL SURREALISMO RECONOCIÓ entre sus abuelos iconoclastas a los
“poetas malditos” del siglo XIX, a la figura romántica de Gérard de Nerval y, en
lengua inglesa, a la poética de Edgar Allan Poe. Pero el cambio impulsado por los
surrealistas atendía en particular a los mecanismos articulatorios entre la literatura
y la vida, que -con énfasis radical- cesaron de concebir a modo de maquinarias
independientes que produjeran efectos -y obedecieran a causas- disímiles. Dice
Fondebrider en el mismo trabajo que cité:
“Esta presentación de la poesía como la objetivación ardiente de la vida,
esta obsesión por lo vital muchas veces reñida con lo estrictamente retórico es tal
vez una de las claves del enorme predominio del surrealismo sobre otras formas
de expresión artística.” 39
Pero Larrea, al referirse a la génesis del grupo surrealista, retoma
palabras del propio Breton:
“Trátase de un grupo generacional de amigos –‘jóvenes que la guerra de
1914 había arrancado a todas sus aspiraciones para precipitarlos a una cloaca
de mugre, de estulticia y de fango’ (Breton, “Entretiens”, pág. 21)-, que desea
emprender algo subversivamente importante en el campo de ‘l’esprit moderne’
pero no sabe todavía qué.” 40
La imagen histórica que componen estas palabras es la de los ideales del
Romanticismo hundiéndose en la abyección de las trincheras de la primera
39 FONDEBRIDER, JORGE. Op. Cit., pág. 9.40
LARREA, JUAN. César Vallejo frente a André Breton. Pág. 21. Dirección de Publicaciones, Universidad Nacional de Córdoba. Córdoba, Argentina, 1969.
conflagración mundial, colgados de las mangas de los representantes surrealistas.
Larrea verá la cuestión también de este modo – que en parte ya cité-:
“...en el surrealismo parece concentrarse el espíritu de la época que se
extiende desde la Revolución Francesa hasta nuestros días. Vésele surgir con
admirable puntualidad, a su hora exacta: luego que el cubismo, pretendiendo
romper la imagen de la realidad, ha destrozado el espejo. Por entre sus añicos,
como una sangre fantasmal azogada y fría, se desliza esa sustancia de
ultramundo que estimula el apetito en el cerebro de Occidente. Asociado con ese
más allá del espejo brota el movimiento surrealista. Y brota cuando el
infantilismo terrible de Dada, cuando sus risotadas de inmensas lunas rotas hacen
inevitable una reacción.” 41
Las negritas en el párrafo antecedente son de mi cosecha y enfatizan no
sólo esa topología de ausencia presente en los textos larreanos, sino la idea de que
la fragmentación alcanza a la mirada del lector y no exclusivamente al objeto que
es mirado. Quizás, por aquello que recomendaba César Vallejo: “Confianza en el
anteojo/ no en el ojo”.
La historia interna de las “vanguardias” principales relatada por Larrea
coincide en el último punto con la que expone el poeta y crítico argentino Aldo
Pellegrini, partícipe de la revista Poesía Buenos Aires -que publicó poemas de
Larrea-:
“El dadaísmo significó una ruptura absoluta con las normas vigentes, en
grado tal, que no sólo llegó a negar el arte y la literatura del pasado, sino que
41 LARREA, JUAN. “El surrealismo entre Viejo y Nuevo mundo”, en Ángulos de Visión, pág. 235. Edición de Cristóbal
Serra, Editorial Tusquets, colección Marginales. Barcelona, España, 1979.
cuestionó la esencia y la razón fundamental de todo arte, afirmando la caducidad
esencial de toda forma de expresión artística.” 42
JUAN LARREA PARECE ESTIMAR AL SURREALISMO más que en carácter de
movimiento de ruptura, como tributario al cauce fluyente del Romanticismo y
consecutivo de las quiebras producidas por Dadaísmo y Cubismo. Sus duras
invectivas contra este movimiento están expuestas –especialmente- en El
surrealismo entre Viejo y Nuevo mundo y las que personalmente sostenía contra
André Breton, en César Vallejo frente a André Breton (publicado por la UNC, en
1969). Su reprobación se dirige tanto hacia las concepciones que considera ateas y
anticristianas de la corriente surrealista, como a las que evalúa de inconsistencia
ética de sus integrantes:
“No deja de ser gravemente sintomático el hecho de que constituyendo
en teoría una brigada de desesperados que ha recogido sobre sí la herencia de los
artistas malditos, no haya enviado sus huestes al hospital, al manicomio o al
cementerio (...) de haber transitado por lugares de verdadero peligro (...)
hubieran sido más amados de los dioses.” 43
El párrafo desnuda, antes bien, aquella genuina convicción mística
pormenorizada por Robert Gurney en su estudio La poesía de Juan Larrea.44 No
extraña entonces que el autor de Versión celeste rescate a Antonin Artaud por su
índole de transparencia y delirio quien, a su turno, había expresado sus propias
42 PELLEGRINI, ALDO. Citado en “Prólogo necesario” de Poesía Francesa Contemporánea. 1940-1997, Selección,
Traducción y Notas por Jorge Fondebrider, pág. 8. Editorial Libros de Tierra Firme, Bs. As., Argentina, 1997.43
LARREA, JUAN. “El surrealismo entre Viejo y Nuevo mundo”, en Ángulos de visión, pág. 239. Edición de C. Serra, Editorial Tusquets, col. Marginales. Barcelona, España, 1979.44
GURNEY, ROBERT. La Poesía de Juan Larrea, Capítulo 6. Servicio Editorial de la Universidad del País Vasco, España. 1985.
discrepancias en Le bluff surréaliste. A esa coherencia inquebrantable, angélica,
requerida del poeta por Larrea, la percibe omitida del movimiento surrealista. Su
atención posa la mirada en la forma, en la “preponderancia de la literatura sobre el
problema palpitante y sustancial, ocurre que uno de los más positivos logros
prácticos del surrealismo (...) es el estilo.” 45
Precisamente, Breton, durante una conferencia pronunciada en Praga
en 1935, había señalado: “El mayor peligro que quizás amenace en la actualidad al
Surrealismo es que, a favor de su difusión mundial, bruscamente muy rápida,
habiendo hecho fortuna a pesar nuestro más rápidamente la palabra que la idea…”
(…) “sería deseable que estableciésemos una línea muy precisa de demarcación
entre lo que es surrealista en su esencia y lo que busca, con fines publicitarios o
de otra clase, hacerse pasar por tal.”46
Pero el requerimiento de solidez ética planteado por Larrea supera esa
preocupación de Breton por la veracidad, va hasta el límite de requerir el sacrificio
-en el ara psiquiátrica o el predio mortuorio- y se decepciona frente al resultado
apenas “práctico” de un quehacer: “el estilo”. En Orbe había analizado:
“El lenguaje empleado por los surrealistas tiende a ser un lenguaje
directo, es decir, a ser la expresión inmediata de un estado de espíritu personal
correspondiente a cierto estado colectivo. Pero no puede ser directo porque este
estado personal se manifiesta en imágenes, es un estado como el de sueño con toda
clase de manifestaciones simbólicas. Así pues siendo un lenguaje directo es, como el
de la pintura, simbólico. Ese estado es de disgregación, de ausencia de la unidad,
involuntario. (…) El surrealismo tiende a la manifestación de la voluntad
45 LARREA, JUAN. “El surrealismo entre Viejo y Nuevo mundo”, en Ángulos de visión, pág. 240-241. Edición de C.
Serra, Editorial Tusquets, col. Marginales. Barcelona, España. 1979.46 BRETON, ANDRÉ. Documentos políticos del surrealismo. Editorial Fundamentos. Madrid, 1973. Pág. 12.
involuntaria, de lo que obra en su inconsciente, de lo que no pertenece en cierto
modo a su individualidad. Pero la contradicción que no deja manifestarse, la
represión verdadera es que lo hace voluntariamente, que no abandona su voluntad.”.
47
Desde la crítica al fenómeno literario -en el que reconoce un origen
proveniente de la postura política de los surrealistas-, Larrea vuelve sobre su actitud
esencial respecto del lenguaje: la profecía. Vuelve a ser el Juan aullador de las
visiones místicas:
“Carece naturalmente de toda calidad directamente profética.
Únicamente puede predecir su misma muerte y cuanto en ella está significado, la
ineficacia de sus deseos de ser todo, de imponer su tiniebla que huye de la luz. De
ahí su tendencia desesperada, demoníaca, insistente en la negación de lo que
consideran belleza. De ahí su tendencia a la destrucción, a la revolución como
representantes que son del polo negativo. Y no se dan cuenta que de este modo sirven
a lo que se niegan a conocer. Que así es necesario para salvar lo que debe ser
salvado. Como es necesaria la burguesía que atacan que, como ellos, sirve”. 48
Es en calidad de visionario que define su época, califica a los profetas
anteriores a él mismo y lanza el anatema sobre aquellos en quienes huele falsos
profetas:
“Época de bajada a los infiernos nuestra época. Todos los detritos tienen
que salir a la luz del sol, tienen que ser oxigenados, purificados, redimidos. Todo
tiene que ser exteriorizado hacia el conocimiento llamado a digerir y transmutar los
47 LARREA, JUAN. “Feb./7/1932”, en Orbe, edición de Pere Gimferrer, p. 94. Seix Barral, Biblioteca Breve. Barcelona,
España. 1990.48
LARREA, JUAN. Op. Cit. P. 95.
residuos de voluntad perdurables para formar la voluntad nueva de la unidad nueva.
Todo se ha dado cita en un nuevo punto del tiempo.
Gerardo de Nerval hizo su bajada a los infiernos, su bajada profética e
involuntaria. Rimbaud en un semi-estado de voluntad hizo como que bajaba
profetizando la futura y general bajada. Pero él no pudo bajar. Lautréamont se lanzó
al vacío. Los surrealistas cayeron dentro. He aquí el arte convertido en síntoma, con
una existencia eficaz”. 49
La demanda de Larrea termina por rebasar los objetivos integradores
de literatura y vida proclamados por el Surrealismo en su Manifiesto, para respirar
en el deseo de la entrega a unos dioses que tutelan la ética del creador humano, del
poeta, ese mero constructor de maquinarias para producir discursos. Ciertamente,
una estética que no se informe y transforme en relación estrecha con una ética es
muy probable que devenga sólo una “cosmética”, un orden externo, una
arquitectura de fachada. Pero también es comprobable que todo ser humano es un
manojo de falencias, contradicciones y precariedades, un patético Albatros como
el descrito por Baudelaire en su gran poema, trastabillando en la cubierta de un
barco (presumiblemente, un Barco ebrio) a quien no le es dado constituirse en ser
absoluto, salvo en la muerte.
49 LARREA, JUAN. Op. Cit. P. 95.
PARADÓJICAMENTE, Larrea inició su escritura literaria ligado al ultraísmo
español y después al creacionismo de Vicente Huidobro, pero Vicente Bodini, en
el prólogo a Versione celeste, lo ubica en el sitial de “surrealista hasta la punta de
los cabellos, padre no reconocido del surrealismo en España.” 50
La paradoja se simplifica –en parte- cuando Larrea explicita:
“...del movimiento he utilizado sólo aquellas tendencias que me eran
afines, pero no me comprometí más que eso. Yo también anhelaba transferirme a
otra realidad, mas de un modo diferente.” 51
Precisamente, el anhelo de “otra realidad”, de ese “Ailleurs”,52 es el
punto donde se anudan los lazos, los “quipus” (lazos, en quechua) de las
vanguardias: ¿cómo atravesar la frontera de la incongruente e insensata realidad –
en su acepción corriente-? ¿Cómo transponer el borde de las fangosas trincheras
bélicas que se erizaron a lo largo y a lo ancho del orbe durante el siglo XX?
¿Cómo transferirse a un orden válido, al mismo tiempo racional y poético: A
través del arte, de la política, del misticismo apocalíptico? Nuestro poeta bilbaíno,
en Teleología de la cultura, se sirve del hito geográfico y simbólico del Finisterre
español para indicar el rumbo que llevaría a la redención de la humanidad
occidental: la ruta de Colón, la conducente al Nuevo Mundo donde brilla la
estrella poética de César Vallejo. Señala:
“...el solar de América Hispana, la clave triangular de su firmamento:
Bolívar, Martí, Darío, el político, el apóstol, el poeta...” 53
50 BODINI, VITTORIO. “Introduzione”, en Versione celeste, pág. 10. Casa Editorial Einaudi. Torino, Italia. 1969.
51 LARREA, JUAN. “Introduzione”, en Versione celeste, edición trilingüe, por V. Bodini. Editorial Einaudi, Torino,
Italia. 1969.52
LARREA, JUAN. “Ailleurs:”, segunda sección de Versión Celeste. Barral Editores. Barcelona, España. 1970.53
LARREA, JUAN. “Teleología de la cultura”, en Ángulos de Visión, pág. 37-68. Edición de Cristóbal Serra. Editorial Tusquets, col. Marginales. Barcelona, España. 1979.
Las vinculaciones del Surrealismo con el Marxismo, en cuya propuesta
algunos de sus miembros (Breton, Éluard, Aragon) vieron el método para
“cambiar la vida” fueron resistidas por Larrea, quien no adhería a la visión
materialista de la Historia. Su credo político fue la causa republicana de España y
de Occidente en general, que defendió con fervor y solidaridad aun hacia aquellos
con quienes no compartía la postura ideológica, como Picasso. Su ideario político
y su horizonte poético evolucionaron hacia un espíritu de profecía fundado en el
Apocalipsis del Apóstol Juan, que lo inspiró a emplazar en América la Tierra
Prometida.
LAS VANGUARDIAS LITERARIAS EN CÓRDOBA
En la sección que he titulado “Más allá” describí someramente las líneas
político-culturales hegemónicas en la Argentina y en Córdoba, durante el periodo
de mayor productividad -efectiva y potencial- de Larrea en su desempeño
académico y literario, y éstas no condecían ni lejanamente con su pensamiento.
Agreguemos al desacuerdo histórico que, tampoco, las elecciones literarias en
Córdoba se asimilaban siquiera a las posturas de los surrealistas franceses, a
diferencia de, por ejemplo, la revista Poesía Buenos Aires. Vale decir, la distancia
era anchurosa entre Larrea y la literatura que se producía en el medio local.
En Córdoba sólo existieron vanguardias en el alcance político del
término, pero el culto por las “vanguardias artísticas” encontró un seno más tibio
en las artes plásticas (e incluso en el teatro) que en la literatura. Por ese motivo se
realizaron y con gran éxito las Bienales de Arte Kaiser que he recordado, pero
ningún evento de tipo literario que les correspondiese en su magnitud, ningún
grupo de producción textual más o menos estable que pudiere adjetivarse
propiamente de “vanguardista”. Este fenómeno, según los rastreos a que he
podido acceder en los textos de aquellos años (aunque acepte que pudiere haber
textos a los que no haya accedido), no podría fundamentarse lacónicamente –
como puede hacerse con otras manifestaciones en este medio- en la ausencia de
promoción estatal o el desinterés de una industria editorial –por otro lado, casi
inexistente-. Las líneas estéticas primordiales admitidas por los autores de esa
época se inscriben en el neo romanticismo, en la “poesía de la tierra” gestada en el
Noroeste argentino, en el simbolismo, el realismo socialista, un modernismo
tardío a lo Rubén Darío o a lo Lugones, pero pocos apostaban por el
vanguardismo. No obstante, el más notable entre éstos fue Enrique Luis Revol, tan
cercano a Larrea y, en parte, Emilio Sosa López, también cercano a él.
La tendencia realista en Córdoba se remarcará a partir de la década del
setenta. Existieron casos aislados de grupos prácticamente provisorios pues, los
más arriesgados y productivos, que fueron Agustín Oscar Larrauri y su grupo a
comienzos de la década del cuarenta, se disolvieron con la partida de Larrauri,
pudiendo considerarse vanguardista –en el sentido de los movimientos europeos
que señalamos- únicamente a Revol y a José Viñals, pero éste no compartió con él
su actuación académica y era mucho más joven que la generación de Larrea. Algo
similar podría decirse de Armando Zárate, su colaborador desde los primeros
tiempos, quien partió a México y, a seguido, a Vermont, de manera definitiva.
La exploración estética se desarrollaba con fuerza en Buenos Aires,
impulsada por varios y disímiles grupos, entre ellos, el de Poesía Buenos Aires y
el de la revista Sur, pero Larrea prefirió mantener distancia con ellos, pese a sus
requerimientos.
CREO QUE, PESE A LA EVALUACIÓN DE LARREA, podemos convenir en
que la polémica interna de las “vanguardias” no se restringía a tácticas formales o
a instrumentaciones de estilo, a las que concebían más bien como hoy decimos: en
el plano de la recepción, buscando el impacto en el público para remover sus
conciencias y sus cuerpos (ellos le llamaban épater le bourgeois). Las
discrepancias de fondo eran éticas y políticas, en suma, esenciales; disenso que
podría ejemplificarse con las polémicas entre Breton y los adeptos al partido
Comunista. Larrea sostuvo una polémica local con éstos, aunque desde un ángulo
diferente al de Breton; pero parece que la estrechez de las respuestas del PC era
advertida por ambos. No por azar Larrea detecta al linaje surrealista como
entroncado al Romanticismo. El Surrealismo investigaba acerca de los vasos
comunicantes entre sueño y realidad, literatura y vida, individuo y sociedad,
presente e historia y de cómo en el poeta encarnan esas magnitudes; en otros
términos, cuál es su responsabilidad en este mundo y cuál su posibilidad de
“cambiar la vida”.
En ese caldo biótico, el desgajamiento, la separación de un miembro, las
divisiones grupales, eran frutos previsibles de la polémica. Líneas demarcatorio/
vinculantes que no fueron pulverizadas en el curso del siglo veinte; me atrevo a
decir que, por el contrario, los hechos de toda índole acaecidos en esa etapa –
impresionantes y hasta desplazados de la escala humana, aunque hoy, quizás,
superados por otros peores- sólo ratificaron las angustias de los genuinos
creadores. Y para disimular esa angustia, para bañarla de eufemismo, a lo largo del
siglo pasado (y sobre todo en sus estertores) hubo teorías que postularon anular de
plano toda cualidad de frontera ideológica, política o cultural. Presuntamente, para
estas fórmulas posmodernistas la perfección consistiría en no reconocer campos
gravitatorios específicos, aplicando este valor tanto a categorías que comprenden
el reino de la palabra y de los objetos manufacturados como el terreno del
mismísimo cuerpo humano. Especialmente, ese tipo de teorías hicieron efectivo su
trabajo de borramiento mediante las declaraciones verbales. Algunos discursos
llegaron a instaurar el eufemismo respecto de fenómenos ciertos, con bastante
eficacia como para velar límites de diferenciación y disipar superficialmente la
angustia, al punto de que ya no apareciese como productivo llamar a las cosas por
su denominación fidedigna. Al resultado práctico de esa dilución de fronteras
ideológicas –pero también económicas en su fuente- se lo denominó globalización
y ha sido tan ampliamente examinado que no es preciso abundar aquí. Sus
alcances: la guerra, la discriminación y otras lindezas.
CON RESPECTO A LA PRODUCCIÓN LITERARIA EN CÓRDOBA desde el fin
de la dictadura militar en 1983, ahora hay que decir que el posmodernismo –junto
a estéticas como el neo barroco- sí ha calado hondamente aquí, tal como lo
hicieron el estructuralismo y el lacanismo. Tampoco se ha desarraigado la
preferencia por la poesía de Neruda que -aparte de ser muy difundida y no casi
ignota como la de Larrea, y por ello dispone de un público lector programado por
las editoriales- encuentra sus defensores literarios y políticos todavía en nuestros
días. Neruda sigue representando el marxismo conveniente, potable, al contrario
del desaforado o extraño que es Vallejo. Y el vanguardismo, en general, es
consumo de lectores especializados aun en los claustros universitarios, un dato
que probablemente no sea exclusivo de Córdoba, pero vale la pena apuntarse. En
ese contexto, revalorizar la obra y la figura de Larrea encuentra obstáculos
culturales que no son leves de afrontar.
Ahora, volviendo sobre estas evanescencias posmodernistas, es útil
recordar que la poesía y las demás artes ejercitan la curiosidad, cuya meta no
puede ser eufemística. Aquella disputa entre las corrientes vanguardistas y entre
sus representantes mismos -que hoy suena dramática o patética por su virulencia
altisonante, en el diorama de una época tapizada por los “neos” y los
ecumenismos- extrajo su sabor y su motivo de la conciencia de surgimiento de
nuevas formas de arte y de vida humana. La empresa de aquellas propuestas de
vanguardia (y particularmente del Surrealismo) era superar el maniqueísmo
objetivo de esa resistente cultura a la occidental que articula sanidad y
enfermedad, razón y locura, existencia y muerte, guerra y paz, trabajo y creación,
pero sólo en las palabras que hombrean sus teorías, mientras -por el otro costado-
sostiene esos hiatos en el orden real.
Sin embargo, para vincular, previo hay que desbrozar los términos, no
intentar disimularlos. Las vanguardias y -en un anaquel particular, pero integrado-
Juan Larrea lo sabían, y por ello pusieron al descubierto los ingredientes, la sangre
y los sueños, quizás a sabiendas también de lo que afirma Sófocles en Edipo Rey:
“... pues si la noche algo no acaba viene el día detrás a terminarlo”.54
NOTICIA BIO-BIBLIOGRÁFICA
Juan Larrea nació en Bilbao, País Vasco, España, el 13 de Marzo de 1895, en la calle
Henao, número 2, hoy indicada con una placa recordatoria. Tenía siete hermanos. A los
cuatro años fue separado de su madre natural y enviado con su tía Micaela, a Madrid, quien
fue su madre de crianza. A la edad de siete años es llevado nuevamente a su hogar paterno.
En 1905 es inscripto en la escuela de Miranda del Ebro, como alumno interno. Allí frecuenta
la lengua y la poesía francesa. A los doce años escribe sus primeros poemas, “des vers
spontanés”.
Estudia Letras en la Universidad de Deusto, entre 1911 y 1915. Allí conoce al poeta Gerardo
Diego.
Se traslada a Madrid, en Septiembre de 1916, en espera de los exámenes de oposición para
entrar al Archivo Histórico Nacional. Permanece hasta Septiembre de 1918, sin resultados.
Regresa a Bilbao; durante el resto del año escribe poemas y cuentos, hasta Septiembre de
1919, cuando entra a trabajar en Larrea y Kaifer.
Comienza a escribir poesía en 1919. Se inicia como ultraísta y prosigue como creacionista.
Publica sólo en pequeñas revistas literarias como Grecia (Sevilla), Cervantes (Madrid) y
Carmen (Santander / Gijón).
Conoce personalmente a Vicente Huidobro, en Diciembre de 1921, en el Ateneo de Madrid.
Viaja con su familia a Italia en el verano de 1922. Ese mismo año fallece su padre.
54 SÓFOCLES. Edipo. “Teatro selecto”, estudio preliminar de Jorge Lafforgue. Centro Editor de América Latina. 1978.
Fallece su tía Micaela el 10 de julio de 1925. En 1926 se instala en Paris; publica junto a
César Vallejo la revista Favorables Paris Poema, de la que salieron dos números.
En 1929 contrae matrimonio y parte a los Andes del Perú. Su hija, Lucienne, nace allí. A
fines de 1931 abandona Perú y regresa a Paris. En el Cuzco reúne providencialmente una
colección incaica excepcional que luego es presentada en el Palacio del Trocadero, Paris, por
Paul Rivet.
1932 es el año de su decisión de abandonar la escritura de poemas. Se dedicará al género del
ensayo y a la docencia.
Oscuro dominio, poemas en prosa, se publica en Alcancía, México, en 1934.
Comparte con Pablo Picasso, en 1937, en Paris, los días de la creación de una obra destinada
al pabellón español en la Exposición Internacional de ese año, cuyo resultado será Guernica.
Se traslada a México en 1939 donde funda la revista España Peregrina, con la Junta de
Cultura Española, conformada entre otros por José Bergamín y León Felipe.
Desde 1942 hasta 1949 fue secretario de Cuadernos Americanos, cuyo director era Jesús
Silva Herzog.
Parte con sus hijos, en 1949, a Nueva York, con becas de Guggenheim y Bollingen
Foundation. Investiga temas de simbología mística.
En el número 19-20 (otoño-invierno de 1955) de Poesía Buenos Aires se publicaron sus
poemas "Algunas veces como lágrimas" y "Ribera en que comienzan las conjeturas". En el
número 8 (invierno de 1952), con el título de "Presupuesto vital", se había publicado el
fragmento de un manifiesto aparecido en la revista Favorables París Poema, que JL
codirigió en París con César Vallejo.
En 1956 llega a Córdoba, Argentina, con cargo docente en la Escuela de Filosofía en la
Universidad Nacional de Córdoba.
Publica César Vallejo o Hispanoamérica en la Cruz de su Razón, sobre una conferencia
dictada en el acto de conmemoración de la muerte de Vallejo. En la preparación de la edición
contó con el apoyo de Alfredo J. Paiva, Armando E. Zárate y Gustavo Roldán. Universidad
Nacional de Córdoba, Publicaciones del C. E .F Y L., 1957.
En 1959 funda en la Facultad de Filosofía y Humanidades el Instituto del Nuevo Mundo. El
mismo año organiza el “Simposio Internacional sobre César Vallejo”.
Publica Corona Incaica. Publicaciones de la Universidad Nacional de Córdoba, 1960.
Comienza a editarse en 1961 la revista Aula Vallejo, de la que aparecerán trece números hasta
1974.
Fallecen su hija, Lucienne, y su yerno en un accidente de aviación, en 1961.
Pronuncia la conferencia sobre “Pintura y Nueva cultura” junto con Herbert Read, cuyo tema
fue “En los confines de la Pintura”, en la Primera Bienal de Arte Kaiser de 1962.
Publica Pintura actual, en colaboración con Herbert Read, basado en las conferencias
anteriormente citadas. Publicaciones de la Facultad de Filosofía y Humanidades, UNC, 1964.
En 1965 se publica en Los Sesenta, de Méjico, su ensayo Teleología de la Cultura.
En 1966 es nombrado Profesor investigador y director del “Centro de documentación e
investigación sobre César Vallejo”, en la Facultad de Filosofía y Humanidades, UNC.
Del surrealismo a Macchu Picchu es editado, en 1967, por Joaquín Mortiz, de Méjico. En el
mismo año organiza las “Conferencias Vallejianas Internacionales sobre ‘El humanismo de
César Vallejo’ ”.
Edita César Vallejo frente a André Breton. Dirección de publicaciones, Universidad Nacional
de Córdoba. 1969.
En 1969 aparece la edición de su obra poética por la casa Einaudi (Torino, Italia) en versión
trilingue: español, francés y traducción al italiano de Vittorio Bodini, con el título de Versione
Celeste.
En 1970, la insistencia de Gerardo Diego fructifica y logra que aparezca Versión Celeste en
edición bilingüe español- francés, editada por Carlos Barral, Barcelona, España. En este año
pronuncia la conferencia “César Vallejo, héroe y mártir indohispano”, en la Exposición Bio-
Biblio- Iconográfica del poeta peruano, realizada en Montevideo, Uruguay.
Publica Intensidad del canto errante. Facultad de Filosofía y Humanidades, Universidad
Nacional de Córdoba, colección Cuarto Centenario, 1972.
La Biblioteca Nacional de Montevideo, Uruguay, edita César Vallejo, Héroe y Mártir
Indohispano, en 1973.
En 1974 es nombrado Profesor Honoris Causa en la Universidad Nacional Mayor de San
Marcos, Lima (Perú). Editorial Júcar, de Madrid, publica Razón de ser.
En 1977, aparecen la edición facsimilar de la revista España Peregrina, con el apoyo de
Alejandro Finisterre, en Méjico, y la de Pablo Picasso: Guernica, en Cuadernos del Diálogo,
Madrid. Con motivo de la presentación de esta última regresa a España por única vez después
de la Guerra Civil.
En 1978 publica Poesía completa–Edición Crítica, con la obra de César Vallejo, en Editorial
Barral, Barcelona.
En 1979 aparece Ángulos de visión, edición preparada por Cristóbal Serra, en Tusquets,
colección Marginales, Barcelona.
Ilegible hijo de flauta, guión cinematográfico, es publicado en los números 39 del
mes de Febrero y 40, del mes de Marzo (en este último con una nota de Juan Larrea titulada
“Complementos circunstanciales”), en la revista Vuelta, de Méjico, dirigida por Octavio Paz. En la
revista Pre-Textos, de Valencia, se publica “Al amor de Vallejo”.
Juan Larrea fallece en Córdoba, Argentina, el 9 de Julio de 1980.
OBRAS DE JUAN LARREA EDITADAS POR LA UNIVERSIDAD
NACIONAL DE CÓRDOBA.
1. (s/fecha) Formación histórica del cristianismo a la luz de los
descubrimientos recientes. Facultad de Filosofía y Humanidades. Instituto del
Nuevo Mundo.
2. 1958, Julio. César Vallejo o Hispanoamérica en la Cruz de su Razón. Centro
de Estudios de Filosofía y Humanidades. Ensayo cronológico, juicios y
testimonios y sección de notas compuestos y preparados por Alfredo J. Paiva,
Armando E. Zárate y Gustavo A. Roldán.
3. 1960. Corona incaica.
4. 196…? El sentido de América en el proceso histórico teleológico de la
cultura. Facultad de Filosofía y Humanidades. Instituto del Nuevo Mundo.
5. 1961- 1974. Revista Aula Vallejo. Trece números. En existencia: no. 1
(1961), no. 2-4 (1962), no. 5-7 (1963-1965), no. 8-10 (1968-1971).
6. 1964. Pintura actual. Herbert Read: En los confines de la pintura – Juan
Larrea: Pintura y nueva cultura. Texto de las conferencias dictadas en
ocasión de la Primera Bienal de Arte Kayser, en Córdoba, 1962.
7. 1969. César Vallejo frente a André Breton. Imprenta de la UNC.
8. 1972. Intensidad del canto errante. Facultad de Filosofía y Humanidades.
Colección Cuarto Centenario.
RESUMEN DEL LEGAJO ACADÉMICO DE JUAN LARREA
EN LA UNIVERSIDAD NACIONAL DE CÓRDOBA
El legajo del poeta Juan Larrea como profesor de la Facultad de Filosofía y Humanidades de la
Universidad Nacional de Córdoba puede leerse como un simple documento burocrático, o puede
tomarse como una bitácora bastante acertada y puntual de su periplo personal y cultural en
nuestra ciudad.
En ese carácter ofrezco a los lectores el siguiente resumen.
1. Con fecha 8 de Enero de 1969, se registra una ficha del Instituto Nacional de
Previsión Social del Ministerio de Bienestar Social, destinada a jubilaciones y
pensiones civiles, expedida por la Facultad de Filosofía y Humanidades como
organismo nacional, donde figura el número de legajo: 3085. El nombre registrado es
Juan Ramón Leandro Larrea Celayeta, de nacionalidad mexicana, cuyo país de
origen era España, nacido el 13 de Marzo de 1895, con Cédula de identidad Nº
488.314, expedida por la policía de Córdoba, y pasaporte número 5860, procedente
de México. Su domicilio es calle 6, número 1925, de barrio Jardín Espinosa. En sus
datos familiares, figura que era casado con Marguerite Aubry (nacida el 10 de Julio
de 1908), con quien había contraído matrimonio el 11 de Julio de 1929, de quien se
hallaba separado y no la tenía a su cargo. Quien sí se consigna a su cargo es Vicente
Federico Luy Larrea (nacido el 3 de Mayo de 1961), nieto, huérfano de padre y
madre. En sus datos curriculares se consigna que es profesor dedicado a tareas de
investigación. Además, constan los nombres de sus padres: Francisco Larrea y Felisa
Celayeta, ambos fallecidos.
Al dorso de la fotocopia a la que accedí, se lee su foja de servicios desde 1956 hasta
1975, razón que da cuenta de que aparezca el nefasto Ministerio de Bienestar Social,
a cuya cabeza se ubicaba como titular el oscuro personaje político llamado José
López Rega, aquel que organizó y comandó la tristemente célebre Alianza
Anticomunista Argentina (AAA). También se registra allí su función como
investigador y director del Centro de Documentación Vallejiana.
2. A seguido de la ficha, hay un certificado expedido en Febrero de 1958, por el
decano de la Facultad de Filosofía y Humanidades, doctor Jaime Culleré, para ser
presentado ante la Dirección Nacional de Migraciones-División Radicaciones
definitivas, donde informa que el salario percibido por el dictado del “Seminario de
Teleología de Cultura” alcanza a 8.000 m$n (ocho mil pesos moneda nacional)
mensuales, equivalentes de manera aproximada a unos 2.400 dólares, ya que la
equivalencia entre peso y dólar era en Enero de ese año de 1 a 0,3725 y alcanzó una
suba a 0, 710 en Diciembre.
3. Los siguientes documentos se refieren en especial a informes de las autoridades
académicas sobre haberes percibidos y solicitudes de aumentos y reajustes por parte
de varios profesores de la facultad, entre los que firman insignes nombres como los
de Antonio Serrano y Alberto Rex González (arqueólogos), Alfredo Cahn (filósofo),
Noé Jitrik (lingüista). Los documentos se extienden en fechas como 1959, 1961,
1963, 1964, y así sucesivamente hasta 1969, año en que se interrumpen hasta
aparecer los datos de 1978 y 1979. Estos últimos están firmados por Daniel Pautasso,
quien figura como Secretario de Supervisión y Administración de la Facultad, cuyos
servicios habían comenzado durante el periodo final del gobierno peronista, bajo la
presidencia de María Isabel Martínez acompañada por el infame López Rega. Desde
esa época, Pautasso –siendo “secretario académico”- era conocido por exhibirse
impunemente dentro de los edificios de la Facultad portando armas de fuego, debajo
de su abrigo, el cual desabrochaba descaradamente delante de cualquier persona que
le cuestionase sus acciones persecutorias. Durante aquella dictadura, su cargo
ascendió bajo la intervención militar en dicha universidad.
4. Con respecto al año de su llegada, 1956, hay una resolución del 29 de junio
firmada por el Rector interventor Dr. Jorge A. Núñez, atinente a la contratación de
Juan Larrea para dictar un “Seminario de historia”, contratado por dos años desde el
1 de agosto de 56, con honorarios de $ m/n 8.000 (ocho mil pesos moneda nacional),
gastos de pasaje New York-Córdoba y materiales. En el curso de ese año, puede
leerse la reveladora carta de Larrea a Víctor Massuh, decano de la Facultad de
Filosofía y Humanidades –quien lo contacta para ofrecerle el contrato-, fechada el 3
de febrero, donde puntualiza las condiciones pedagógicas en que desea desarrollar su
tarea académica, sin las cuales “(sus) ideas y aun (su) persona se han de ver en ella
como en morada ajena” (el subrayado es mío).
5. Instituto del Nuevo Mundo
El 25 de febrero de 1959, se propone al Honorable Consejo Directivo de la facultad
la creación del Instituto del Nuevo Mundo. En otro documento, sin fecha, con
número de expediente 149/59, se consigna: Larrea, Juan: “Creación Instituto del
Nuevo Mundo”. Allí, el
H. C. Directivo resuelve la creación de ese instituto pero no le asigna nuevas
erogaciones, sino que lo acepta como extensión de la cátedra “Teleología de la
cultura” y con igual retribución. Está sin firma y es un manuscrito con sello.
La transcripción de la sesión del HCD donde se trató la creación del Instituto del
Nuevo Mundo está matizada de argumentos tales como “esto del Instituto es más
indeterminado que la propia cátedra”, o que el Instituto se convertiría en
“dependencia de una cátedra que no entra en ningún plan actual de la Facultad”, a los
cuales se oponen otros motivos para aceptarla. Pero el argumento del decano,
Adelmo Montenegro, es definitorio: “con esto no le damos nada, sólo le imponemos
una tarea”.
El 29 de mayo de 1959, se emite la Resolución de Consejo Directivo que aprueba la
creación del Instituto del Nuevo Mundo. El 22 de diciembre de 1964, siendo decano
el Dr. Alfredo Poviña, se da a conocer la Resolución del HCD del 7 de diciembre del
correspondiente año dando por concluida la existencia del Instituto del Nuevo
Mundo y ordenando la liquidación de sus bienes. El día 11 de ese mes, el HCD había
resuelto que los seminarios dictados por Larrea “no constituyen de por sí materia o
cátedra obligada en las distintas escuelas o carreras de esta Facultad y por tanto
imprescindibles para la formación del estudiante (…) que los mismos no han
despertado en el ámbito universitario el interés necesario que justifique la renovación
de su contrato (…) (y que) concluyendo su contrato (…) ha concluido igualmente la
existencia del citado Instituto”.
En la memoria de actividades del Instituto del Nuevo Mundo durante 1963, el 18 de
diciembre se consigna la publicación de los números 2, 3 y 4 de Aula Vallejo.
Asimismo, la “conferencia pronunciada por Sir Herbert Read al recibir el grado de
profesor honoris causa de nuestra Universidad titulada En los Límites de la Pintura y
la publicación de (…) Pintura y Nueva Cultura (pronunciada) en el Museo de Bellas
Artes (…) al clausurarse la Primera Bienal Americana de Arte”.
6. Con fecha 23 de febrero de 1959, se presentó el proyecto de Simposium acerca de
“César Vallejo, poeta trascendental de Hispano América. Su vida, su obra, su
significado”, que se celebraría entre el 12 y el 15 de agosto de aquel año.
7. Centro de Documentación César Vallejo.
El 6 de agosto de 1965, el HCD emite una resolución según la cual Larrea “debe
proseguir y completar las investigaciones que ha venido realizando en esta Facultad,
centradas principalmente en la indagación del ser y destino de América” (…) “Que…
para cumplir con las recomendaciones del simposium sobre César Vallejo, reunido
en Córdoba del 12 al 15 de agosto de 1959, organice un centro especializado de
documentación e investigación sobre el poeta mencionado y confíe su dirección al
Profesor Larrea por el papel que le cupo en las tareas de aquél y por sus trabajos
sobre el tema” (…) “que llevará su nombre”. A fin de cumplir dichas tareas, vuelve a
designarlo por dos años, sin prórroga, como profesor titular ordinario.
Con fecha 2 de noviembre de 1966, hay una copia de los Estatutos y reglamento del
Centro de Documentación e Investigación “César Vallejo”.
El 4 de julio de 1966, el Consejo Superior UNC autoriza contratar a Larrea como
director del “Centro de documentación e investigación César Vallejo” por dos años,
improrrogable, asignándole $ 34.000 mensuales.
Probablemente, el dato más destacado respecto de las actividades del centro sea el
documento (20-7-1967) suscripto por los participantes en las “Conferencias
vallejianas” sobre su compromiso de “establecer y mantener, en sus respectivas
universidades, filiales de Aula Vallejo, como organismos encargados de coordinar e
impulsar el estudio, la investigación y publicación de los trabajos, documentación e
iconografía del gran poeta, así como la organización periódica de conferencias y
reuniones internacionales, comprometiéndose a cooperar de toda forma a la noble
tarea desarrollada con tanto fervor y dedicación por el profesor Juan Larrea, a quien
quieren rendir homenaje de gratitud y reconocimiento”. Firman: C. Llanos, Jorge
Puccinelli, Alejandro Rosa Risco, Washington Delgado, André Coyné, James
Higgins, Ramiro de Casasbellas, Uruguay González Poggi.
8. Siendo decano Adelmo Montenegro, el 29 de diciembre de 1960 el HCD resuelve
“dar estado público” a manifestaciones de consejeros Larrea, Tanodi, Malanca de
Rodríguez Rojas, Magali Andrés, Delia Marengo, Nicolás de la Fuente y Elsa de
Marchi para “rectificar declaración de CEFYL aparecida en diarios locales”. No he
podido ubicar los archivos de diarios correspondientes a la fecha; sí, del diario
Córdoba, pero de 1962 con respecto a una polémica similar.
9. Una curiosidad es la nota de Larrea (20-11-1962) informándole a la secretaria de
la Facultad de Filosofía y Humanidades acerca de la “pérdida de sus títulos
académicos a poco de llegar a Córdoba”.
10. Fechado solamente “abril-1962”, hay un informe sobre actividades académicas
de Juan Larrea emitido por la secretaría FFYH al director del departamento de
historia, Dr. Ceferino Garzón Maceda. A éste le sigue una nota de Garzón Maceda
(3-5-1962) a secretaría FFYH recomendando renovación contrato Larrea.
Recordemos que, según el relato verbal de su hijo, el Dr. Lucio Garzón Maceda, se
hicieron amigos entrañables, hasta que Ceferino fue asesinado por la dictadura
iniciada en 1976 y su estudio profesional incendiado, perdiéndose la biblioteca.
ENTREVISTAS
Las tres primeras personas, O. Villar, L. Perrén de Velasco y O. Pol,
contestaron un cuestionario por escrito. El resto fueron entrevistas que realicé
personalmente, grabador de por medio, durante 2002, 2003 y 2010.
Cuestionario:
1. ¿En qué fecha y circunstancias conoció usted al poeta Juan Larrea?
2. ¿Qué tipo de relación predominó entre ustedes: creativa, académico-institucional o
afectiva?
3. ¿Podría sintetizar su percepción de la personalidad del poeta?
4. ¿Participó junto a él en la gestación de actividades artísticas o académicas?
5. ¿Recuerda algún hecho en especial, digno de retratar la característica de las
relaciones de Larrea con el ámbito cultural, político, arquitectónico, u otro, de
nuestra ciudad?
6. ¿En qué medida considera usted que fueron valoradas la obra literaria y la calidad
humana de Larrea?
7. ¿Cuáles eran, a su entender, las personas más allegadas y preocupadas por la
difusión de la obra de este poeta?
8. Del total de la producción literaria de Larrea ¿cuál o cuáles son los títulos cuya
lectura ha apreciado particularmente?
9. ¿A qué causas atribuiría que, en Córdoba, la lectura de la obra larreana –
especialmente la poética – perdiera vigencia progresivamente?
Respuestas vertidas por el músico Osvaldo Villar, en 1994.
A Osvaldo Villar lo ubiqué por teléfono pero no me fue posible hablar directamente
con él, debido a sus problemas de salud, según me dijo su esposa. Las respuestas por
escrito me fueron entregadas por su esposa e hija, en un bar céntrico. Ambas fueron
muy amables conmigo y me transmitieron el agradecimiento de Villar por
acordarme de él y de Larrea. El músico falleció en 2004.
1. A poco tiempo de llegar a Córdoba lo conocí por medio de Sosa López (*). En esa
época vivía en el Cerro de las Rosas. (*)
2. Me unía una relación afectiva.
3. Esencialmente mística.
4. Sí, para un concierto de música española hizo la traducción de una de las obras (*).
5. Gran conversador, uno podía estar horas escuchándolo. Inolvidables fueron las
charlas que compartimos con el profesor Gurney, que se hizo muy amigo mío.
6. Muy estimado entre los poetas.
7. Emilio Sosa López, Luis Waysman, Obarrio, la Sra. de Varela y yo.
8. De todas sus obras prefiero Versión Celeste y todo el trabajo sobre César Vallejo.
9. A la falta de conocimiento y difusión de su obra poética.
(*) Se refiere al poeta Emilio Sosa López, ya fallecido.
(*)Cerro de las Rosas es el barrio residencial donde vivió Larrea en los primeros años de su permanencia en Córdoba,; luego se
mudó a otro residencial, Jardín Espinosa, casa que ya fue vendida a otro propietario.
(*) Ese concierto fue, al parecer, el homenaje a Manuel de Falla realizado en la casa-museo del músico, en Alta Gracia,
provincia de Córdoba.
Respuestas vertidas por Lila Perrén de Velasco,
profesora en letras (Universidad Católica de Córdoba) y escritora, (Abril 2002.)
1. No recuerdo exactamente la fecha en que conocí a Larrea. Quizá el motivo fue una
invitación que le hicimos para que mantuviera un diálogo con nuestros alumnos del
Instituto Católico del Profesorado. Accedió cordialmente, sin conocernos y, cuando
estábamos en el trayecto, nos preguntó si lo estábamos raptando pues no tenía idea
del lugar hacia el que lo llevábamos. A partir de entonces mantuvimos una relación
fluida.
2. Difícil de precisar el tipo de relación. Diría que académico-afectiva. Lo visitaba
rigurosamente al menos el día de su cumpleaños. Hablábamos de los poetas del siglo
XX (no sólo los de la “España Peregrina”), especialmente de León Felipe y de
Gerardo Diego, con quien mantuve también una larga amistad. Me mostraba sus
cartas y contaba anécdotas con una nostálgica alegría.
3. Un hombre sin resentimientos a pesar de lo padecido (también en Córdoba que, al
principio, lo recibió como madre y luego lo trató como madrastra). Hacía un culto de
la amistad y agradecía el menor de los gestos.
4 y 5. No tengo respuestas.
6. Cuando llegó a Córdoba realmente revolucionó el ambiente de la Facultad de
Filosofía. El Instituto del Nuevo Mundo, el Aula Vallejo, el Simposio celebrado en
1959, fueron hitos que hicieron de Larrea una figura señera y convocante.
7. Personas más allegadas (según mi conocimiento): Emilio Sosa López y, en otro
orden, el Padre Osvaldo Pol, SJ, quien lo atendió hasta el final. Quizás la relación se
debió no sólo a la condición de poeta del Padre Pol sino al hecho de ser jesuita.
Larrea tenía un hermano sacerdote de la Compañía de Jesús.
8. Además de Versión Celeste, Rendición de Espíritu (Introducción a un mundo
nuevo) y Teleología de la cultura. Estas lecturas dieron origen a diversos trabajos
sobre su obra. Por ejemplo: Juan Larrea o la España Peregrina en Córdoba,
presentado al Coloquio Internacional de Literatura General y Comparada (Buenos
Aires, Universidad Católica Argentina, 1985); César Vallejo, paradigma de la
neomundanidad, en la interpretación de Juan Larrea, presentado en las Terceras
Jornadas Nacionales de Literatura Comparada (Agosto, 1996); El Descubrimiento en
el sueño de un poeta español, publicado en revista Criterio, 2083-2084, Buenos
Aires, Diciembre de 1992.
9. Creo que la obra poética de Larrea no fue nunca suficientemente valorada. Sí su
pensamiento en los primeros tiempos de su permanencia en Córdoba. Luego los
exiliados españoles dejaron de ser “noticia”, superados por otros acontecimientos
más próximos y urgentes que herían la realidad de nuestro país y de América. Los
jóvenes se volcaron hacia nombres más recientes, más inmediatos, que proponían
pautas revolucionarias y nuevos caminos. No advirtieron acaso de qué manera el
pensamiento de Larrea podía transferirse al cambio de circunstancias.
Respuestas vertidas por el poeta Osvaldo Pol, S. J. (Abril, 2002)
1. Lo conocí personalmente en 1972 (quizá en el mes de Marzo), cuando fue tomada
la fotografía que aparece en el libro de Robert Gurney. Fui con la poeta Sofía Maffei
(de Buenos Aires, de paso hacia Chilecito, quien lo conocía desde hace mucho) y con
los músicos Osvaldo Villar y Manuel Posada (que lo visitaban con frecuencia).
2. Quizás afectiva. Me mostró de entrada gran simpatía, acaso porque yo había
conocido a su hermano mayor, también jesuita, que vivió y enseñó en el Seminario
de Villa Devoto, en Buenos Aires y ya había fallecido, y a su sobrino, José Luis
Martínez Larrea, que había ingresado en la Compañía de Jesús poco antes que yo y
ya la había dejado. Digo afectiva de la relación, aunque no era ése el nivel en que él
se entretuviese más de un instante, para ir enseguida a sus temas y preocupaciones
intelectuales o a sus recuerdos de poetas y artistas ilustres con los que en su larga e
intensa vida había tratado y a los que siempre –como en todo- evaluaba con suma
libertad. Recuerdo haberlo visitado otras veces en su casa de Jardín Espinosa y
siempre brevemente. Seguramente anoticiado por Maestro Vidal lo visité una vez
estando internado en el Hospital Privado, creo que por unas transfusiones, y
conversamos sobre su vida espiritual, no del todo “ortodoxa”: aunque ignaciano por
vasco, demasiado exilio, anti-franquismo, republicanismo, surrealismo... como para
ortodoxias católicas. Por cierto, nada anticatólico.
3. Muy vasco: “muy suyo”. Intelectual apasionado. Pocas grandes ideas a donde todo
lo demás confluía, de donde todas las escalas de valoraciones partían. Quizás porque
lo traté en sus últimos años, los de la sabiduría y la síntesis. Una memoria inagotable,
recogiendo una cultura muy vasta y bien estructurada, buen testigo de esa etapa del
Arte y la Poesía de la primera mitad del siglo XX, español-francés-inglés-americano,
y de registros que suponían la Historia, lo bíblico, la historia de los mitos y religiones
precolombinas y orientales. Autosuficiente. De natural distinción y mucho mundo.
Muy libre. El alma como saliéndosele del cuerpo, del aquí y ahora del cual
prescindía bastante. Sensible. Y para mi prosaísmo, acaso, siempre bordeando la
iluminación y lo “celeste”. Creo que amó mucho, soñó mucho, sufrió mucho... pero
nada doblegó la conciencia de ser profeta de algo muy grande que estaba adviniendo
y que él debía anunciar... necesitaba tiempo, trabajar más... No sé si en su obra eso se
puede rastrear suficientemente.
4. No.
5. No sé evaluar todo lo que significó Aula Vallejo, sus clases, sus conferencias, el
influjo de sus diálogos y correspondencia con los intelectuales de aquí y del mundo.
Sí sé que el que viviera en nuestra Córdoba, delante de muchos, nos daba lustre. Pero
tenía, cuando lo conocí, mucho de águila solitaria, que todos admiraban o huían, sin
interlocutores en su vuelo.
6. Algo va contestado al final de 5. Tenía el prestigio de ser uno de los “del 27”, de
ser tan cercano a Vallejo, de haber conocido a todos aquellos poetazos, a Neruda,
Picasso, Gris... a todos. Cuando volvió de su viaje triunfal a España, con su Versión
Celeste de Barral, los homenajes que se le tributaron casi como a un sobreviviente,
creo que muchos lo valoraron más. Pero yo lo recuerdo más bien solo y al margen.
7. Conocí en varios viajes a Córdoba a Finisterre, que se ocupaba de él como
“albacea” y creo que con buenas intenciones. Los prólogos a Versión Celeste por
Gerardo Diego y por Felipe Vivanco, son muy autorizados. El artículo de Lila Perrén
de Velasco en Criterio, 26/12/92 me aclaró muchos aspectos. Los artículos de Luis
Waysman, de Obarrio, de Elizabeth Azcona Cranwell, Emilio Sosa López. Sé que lo
trataron mucho Delia Marengo de Caminotti, Yolanda Dethou de Robino.
8. Creo que ni su obra –ni la de nadie- tuviese en Córdoba demasiada vigencia nunca.
Contó con algunos lectores atentos, otros muchos circunstanciales; muchos sabían de
él, el personaje, no de su obra. Siempre interesará a investigadores, historiadores, de
nuestra provinciana cultura y ocupará algún espacio en la ensayística española.
Estimo que queda mucho por estudiar en su obra, sobre todo la ensayística.
Respuestas vertidas por la profesora en letras Ángela González Zarini
quien, además, es escritora y artista plástica. Su testimonio se remite a un
episodio en particular, que me pareció interesante. Ángela cuenta:
“En el año 1969, la Universidad Nacional de Córdoba puso en el aire (por Canal 10
de televisión) un programa cultural y me tocó colaborar como coordinadora en el
área de literatura. En esa oportunidad entrevisté a Juan Larrea con el fin de
interesarlo en la participación en nuestro programa, Teorema, pero la idea de aparecer
en cámara fue rechazada de inmediato. El perfil bajo que había elegido le hacía ver
claramente que el espacio televisivo no era el adecuado para su personalidad; no
obstante, su amabilidad me hizo sentir muy bien a pesar de que advertí una actitud
distante, como de alguien que está en la vida sólo por una determinación del destino
y no por una opción personal. Recuerdo su pequeño despacho, en un lugar de la
Facultad de Filosofía y Humanidades, casi recoleto, apartado del tráfago
universitario, que era el Centro Vallejiano (*), y su pequeña figura, quizás vestida de
gris, tan calmo, tan sin estridencias, tan acorde con alguien que sólo tiene una intensa
vida interior.
Sólo lo vi en esa oportunidad, por lo cual creo que no puedo decir que lo conocí, sino
que tengo una imagen y la idea de un ámbito donde el poeta eligió pasar muchas
horas de su vida”.
Aclaro que a Ángela le había provisto del texto de la encuesta pero sabiendo que únicamente
relataría este pasaje. Al preguntarle acerca del motivo que la indujo a acercarse a Larrea y pedirle
que precisara si fue llevada sólo de un prestigio asentado en el campo literario de Córdoba, su
primera respuesta fue que eso “era obvio”, que no veía razón de puntualizarlo. Al reiterarle la
necesidad de indagar acerca de la repercusión de la presencia del poeta, por ejemplo, si el deseo de
incluirlo en el programa era por admiración hacia su obra, me respondió que aquí nadie había leído
la obra de Larrea, pero que se sabía de su importancia entre los poetas españoles. Finalmente,
accedió a responder a la siguiente pregunta:
¿ En razón de qué datos llegaste hasta Larrea?
Ángela: -Le solicité la entrevista debido al prestigio que le precedía y que era
conocido en el medio.
(*) Respecto a la denominación “Centro vallejiano”, supongo que se refiere, seguramente, al Instituto del Nuevo
Mundo, que debe haber sido llamado así corrientemente en función de los estudios sobre César Vallejo.
Entrevista realizada al matrimonio Magda y Christian Sorenson.
El Sr. Sorenson fue ejecutivo (encargado de relaciones públicas) de las
industrias Kayser, que organizó en Córdoba las Bienales de Arte, en una de las
cuales (1962) Larrea pronunció la conferencia Pintura y nueva cultura, en compañía
del crítico de arte Herbert Read.
Magda fue alumna de Larrea en la Escuela de Filosofía de la Facultad de
Filosofía y Humanidades (UNC), en la materia “Filosofía de la historia”.
El matrimonio Sorenson residía en Villa Allende, a 45 minutos de viaje de la
capital de Córdoba. Fui recibida con la mayor sencillez y amabilidad imaginables.
Luego de darme a conocer más ampliamente de lo que les había explicado por
teléfono, me expresaron su alegría por la circunstancia de que alguien en Córdoba
se ocupara nuevamente de Larrea. Fue una hermosa reunión, a la que debí asistir
sin el grabador, que se había descompuesto con el fatal oportunismo que suelen
tener los aparatos, pero pude tomar nota de todo, pues –salvo los primeros minutos-
recordaron con fruición y paciencia todo lo narrado.
Al comienzo hablaron apresuradamente, dándome a conocer datos casi en
forma simultánea; luego fueron hablando más pausadamente, aunque siempre con
cierto desorden, pues iban yendo y viniendo en sus recuerdos. La primera pregunta
en realidad parte de ellos, referida a “si sé algo acerca de Vincent Luy” (pronuncian
el nombre en francés.) Me dicen que les gustaría verlo.
La pregunta acerca de cómo conocieron al poeta no fue necesaria, ellos
mismos la introdujeron.
Magda: -Conocimos a Larrea en 1958, cuando vivía en su casa del Cerro de las
Rosas, que alquilaba; nosotros éramos vecinos. Los sábados por la tarde la suya era
una especie de “casa abierta” donde nos reuníamos; entre los visitantes más asiduos
estaban Enrique Luis Revol (*) y Magali Andrés, que era su adjunta en la cátedra de
Filosofía de la Historia, materia opcional de la carrera, y discípula suya.
Christian: -En esa época Larrea era muy prestigioso, luego lo combatieron, pero
hasta el ’66 o ’67 aún no era así.
Magda: -El té de los sábados proseguía con whisky y más tarde algún guiso
preparado por Lucienne.
Christian: -Con Larrea aprendí algo respecto del whisky: que no debía tomárselo con
agua sino con soda, para que las burbujas hagan que el efecto suba más rápido.
Magda: -Sabíamos que teníamos entre nosotros a un ser de lujo. Era una buena época
de la Universidad; se formó una escuela piloto en Filosofía, fundada por Victor
Massuh, cuyo decano era Raggio. En realidad nadie era muy amigo de Larrea,
porque percibíamos una distancia generacional e intelectual. Conocí también a León
Felipe, a Jiménez de Azúa, a Rafael Alberti y a su esposa; sabíamos que tenerlo a
Larrea presente significaba la existencia de un “gap” (brecha).
Christian: -Lucienne vivía entonces en el Cerro (*), con Larrea, luego conoció a Luy
y se casaron. Cuando cayó el avión en San Pablo, mi esposa (se refiere a Magda) se
quedó con Larrea. Vicente estaba en la casa, con él.
Larrea tenía también un hijo que vivía en Méjico, que había sufrido un accidente en
su automóvil; lo chocaron desde atrás y se fracturó la columna, por lo que siempre
tuvo problemas...
Tenía un grabado de Picasso que lo vendió a un coleccionista en Paris; eso fue
después de la muerte de Lucienne. Él fue quien escribió el primer libro sobre el
Guernica.
Les pregunto si recuerdan su reacción frente a la muerte de la hija:
Magda: -Para mí fue terrible, yo quería mucho a Lucienne. Para Larrea fue terrible,
se le vino el mundo abajo. Lucienne era su seguidora, su herencia; ella fue la que se
vino a vivir con su papá, tenían una relación muy de tú a tú.
¿Recuerdan algún gesto en particular de parte de Larrea?:
Magda: -Su reacción fue parca, como buen español; era como si se preguntara qué le
estaba indicando el cielo con la pérdida de Lucienne.
Christian: -La relación de Lucienne con Larrea era especial.
Magda: -Larrea decía que era el Espíritu Santo quien había engendrado a Lucienne
pues, cuando su madre estaba embarazada de ella, una paloma vino a comer una
miga de pan de los labios de la madre. Desde aquel día, contaba que todas las
mañanas una paloma había venido a comer de los labios la miga de pan que
Marguerite le ofrecía.
¿Recuerdan cómo se enteró Larrea del accidente?:
Magda: -Creo que nosotros fuimos a darle la noticia. Magali y yo nos quedamos esa
noche en su casa, Christian viajó a San Pablo para hacer los trámites del caso.
Magali estaba casada con Luis Varela, los dos podrían hablarte de él, pero no
sabemos dónde están.
Vuelvo sobre el tema de la muerte de Lucienne:
Magda: -Lucienne tenía cosas... como infantiles. Un gran pelo largo, muy española,
muy linda, alta, delgada... A partir de su muerte (Magda se toca el pecho, como en un
gesto de angustia), Larrea estaba sumamente preocupado por Vicente, y comenzó a
cuidarse meticulosamente la salud.
Christian: -Él se recluyó; también ya habían comenzado los problemas arbitrarios,
desagradables para él, en el ámbito universitario. Eran épocas de filiación o
exclusión.
Magda:-Larrea era de una convicción opuesta al marxismo, su concepto era
teleológico.
Christian: -Dejó de ir a la universidad. Estaba muy sentido por todo.
Magda: -Lo cercaban... Lo de Lucienne fue demoledor pero se mantuvo en pie, tenía
un sentido del deber y del cariño. Decía: “Tengo que vivir hasta que Vincent entre en
la vida”, él lo crió, su relación era de padre e hijo.
Christian: -Después, cuando compró la casa del barrio Jardín Espinosa, se apartó,
pasaba muchas horas en su biblioteca. Por la mañana escuchaba noticias, luego
contestaba el correo y después trabajaba en su biblioteca; a eso de las seis o siete de
la tarde sí podía recibir a alguien, tomar un whisky... Claro, cuando no iba a la
Universidad.
¿Cuál fue el papel de Larrea en la Bienal de Arte, además de la conferencia que pronunció?
Christian: -Le consultábamos muchas cosas. Cuando vino Herbert Read, Larrea dio
una reunión en su casa. Córdoba le gustaba; al casarse Lucienne con un suizo, tuvo
miedo de tener que abandonar la Argentina, creía que la Universidad de Córdoba era
su lugar. Luego vinieron las complicaciones en el sentido material, económico.
En nuestros viajes nos ha pasado en varios lugares del mundo que nos digan: “Ah,
Córdoba, la ciudad donde vivió Juan Larrea...”.
En los tiempos de su residencia en el Cerro de las Rosas, ¿lo visitaba el escritor y profesor
Emilio Sosa López? :
Christian: -No, Sosa López comenzó a visitarlo allá por el 62 o 63. A quien Larrea
quería mucho era a Revol, por su comportamiento “surrealista”.
Christian se ríe
¿Cómo era la relación de Larrea con los demás escritores?:
Casi al unísono, ambos me contestan que “muy cordial”, luego comentan:
Magda: -Jamás hablaba en contra de nadie. Acerca de Neruda sólo nos dijo una vez
que “el gran poeta Neruda era el intimista, el de Residencia en la Tierra, que luego el
político era menos interesante”.
Christian: -Larrea acompañó hasta sus últimos días a Vallejo...
Magda: -Tenía personalmente un amor sin límites por Vallejo.
Christian: -A veces nos leía cartas de Vallejo; para él era algo cotidiano.
Magda: -Sí, buscaba cartas también de los republicanos españoles, o de grandes
escritores y decía: “Me dijo...”.
Christian: -Éramos conscientes de que estábamos frente a un grande, pero era tan
accesible, tan coherente con los principios republicanos, y también aquel ambiente de
los años ’60...
Magda: -Era un antifascista español, no se lo puede entender de otro modo.
Christian: -Sí, eso era. Y también era muy discutidor.
Magda: -Tenía ironía, también.
Christian: -Incluso sé que con algunos figurones del éxodo español sostenía
discusiones. Larrea no quería volver a España.
¿Cómo es el recuerdo que guardan de su persona? :
Magda: -Lo recuerdo muy sonriente. Sus ironías y picardías acerca de gentes,
circunstancias, hablaba un español gracioso, era divertido. No así sus clases, que eran
magistrales. A veces nos preguntaba: “¿Son pesadas?” Claro, tenían un tono
apocalíptico. En realidad era un gran profesor, pero para un grupo más chico del que
tenía. A mí misma, me ofreció ser su ayudante alumna, pero las connotaciones que yo
entonces consideraba “religiosas” de su pensamiento me hicieron no aceptar.
Era una persona muy organizada. Parecía atendido por Lucienne pero en realidad era
él quien estaba atento a Lucienne. Ella tenía la casa muy ordenada y limpia; lo que
era de plata se veía como plata, reluciente, por ejemplo; pero si a Lucienne se le
rompía una media de seda, no sabía dónde debía ir a comprar otras. Era raro, uno no
podía entender cómo llevaba la casa y, a la vez, estaba como en el aire.
Christian: -Después de la muerte de Lucienne comenzó a preocuparse por cumplir de
la mejor manera lo de criar a Vincent, como un verdadero padre. Era muy
enternecedor. Tomaba medicación para mantener su salud en buen estado: “Pues
mira, me han dado estas pastillas para la salud, lo que más me importa es que son
para la memoria”.
Era un hombre muy informado. Escuchaba una hora y media de informativo
internacional (entonces existían las agencias informativas, como Reuter, etcétera) y
leía diariamente el periódico. Sacaba conclusiones, diríamos, geopolíticas. Opinaba
con sus propios conceptos, no como hoy, desde “la interna”.
Christian levanta el índice derecho y adelanta su cabeza, como imitando un gesto de Larrea:.
“Mire usted...”, decía.
Tenía una radio transoceánica, marca Zenith, creo. Estaba tan actualizado que yo, que
era encargado de las comunicaciones dentro de la empresa, a veces le consultaba.
Eso es algo que no suele coincidir corrientemente con la mentalidad de un místico.
Es que él estaba interesado en el “cambio”, como concepto, que era un concepto muy
de la posguerra. Era un gran conocedor de Teilhard de Chardin, creo que también se
carteaba con él.
Magda: Cuando pensaba sus ojos se movían mucho, pensaba mientras hablaba.
Contaba que un día, parado en el Finisterre, se dio cuenta de que debía venir a
América.
Atardece ya. Me despido del encantador matrimonio prometiéndoles que si
las entrevistan se publican, se lo voy a comunicar.
(*): El Sr. Sorenson se refiere al barrio residencial Cerro de las Rosas.
Entrevista realizada a la doctora María Luisa Cresta de Leguizamón,
profesora emérita de la Escuela de Letras de la Facultad de Filosofía y
Humanidades (Universidad Nacional de Córdoba). Especialista en Literatura
infanto-juvenil, publicó libros sobre el tema en nuestro país y el extranjero, fue
docente en varias ciudades de Argentina, en Méjico y Estados Unidos (estos son sólo
algunos datos de su extenso currículum.) Familiarmente, en nuestro medio todos le
llamaban “Malicha” Leguizamón y falleció en 2008; su esposo, Carlos Leguizamón,
también fue un acreditado profesor.
La primera pregunta se relacionó con las circunstancias de su aproximación a Larrea.
Malicha: -Colaboré siempre con él, no eligiendo el lugar desde donde lo hacía sino
donde él me pusiera. Los otros elegían el lugar, yo no.
El recuerdo que guardo de Larrea es óptimo. No era una persona que fuera fácil ni de
acceder ni de continuar una amistad; había que entenderlo, respetarlo, había que estar
de acuerdo con lo que le pedía a uno. Porque si él se acercaba a uno de nosotros era
porque sabía a quién se acercaba. Ahí hay que diferenciar entre la gente que especuló
con la relación con él y los que no especulamos. Yo considero que mi relación con
Larrea fue muy sincera, muy franca; no tuvo ningún altibajo, ninguna palabra de
discusión. Tanto lo que él decía como lo que yo agregaba estaba en un plano
enriquecedor, no destructivo. Sobre todo no discutíamos inútilmente, como a veces
ocurre.
¿En qué fecha –aproximadamente- lo conoció? :
Malicha: -Desde que llegó a Córdoba. Estuve buscando entre mis papeles pero
cuando me dejaron fuera de la Universidad (*) me “saquearon”, esa es la palabra,
todas mis pertenencias, todo lo que estaba allí “desapareció”. (*) Todo el material de
trabajo que había utilizado con Larrea me lo sacaron; en ese momento dirigía yo
dirigía el Instituto de Literatura Argentina en la Facultad. Diría que fui vulnerada en
mis pertenencias. Cuando me reintegraron y recompusieron mi nombramiento, me
encontré con que me devolvían el Instituto con la cuarta parte del material y que mis
papeles personales se destacaban por no existir. En aquella época, cuando no se
conocía aquí el sistema de fotocopias, dejábamos toda la documentación, así que
perdí toda la documentación del Instituto de Larrea y toda mi documentación de
becaria de la OEA (estuve dos años en Méjico), sólo tenía un anaquel vacío. Pero la
memoria me ayuda.
¿Se relacionaron a través de Aula Vallejo? :
Malicha: -Nos relacionamos, en primer lugar, a través de la presencia de él. La
presencia de Larrea significó mucho; algunos de nosotros conocíamos antecedentes
de los movimientos que habían ocasionado las discusiones sobre Vallejo, también las
discusiones en el Perú sobre Vallejo. Porque existían discusiones acerca de quién “se
adueñaba” de ese personaje tan singular que fue César Vallejo. Larrea tenía mucho
material y había tenido una relación muy fuerte con la gente que se ocupaba de
Vallejo. Todo eso lo fue trayendo a Córdoba poco a poco. Inauguró el Instituto con
ese material inicial y todos fuimos enriqueciéndolo como pudimos. Mi relación con
él era muy cordial y de respeto mutuo; bueno, yo lo admiraba y él me respetaba por
mi tarea. Me sentía muy cómoda, nunca tuve un problema, eso es importante de
destacar.
El Aula Vallejo era una institución dentro de otra institución; tenía vida propia, tenía
autoridades. Larrea era el “dueño” de Aula Vallejo y todos sentíamos la necesidad
personal de enriquecer el caudal que él había reunido y al que permanentemente
estaba agregándole testimonios y relaciones con gente de afuera de Córdoba, creando
un movimiento muy importante que se formó alrededor de la cátedra que era Aula
Vallejo.
Sé que don Juan no era una persona fácil de tratar y de mantenerse en el mismo plano
de relación por mucho tiempo, pero creo que el respeto que le tenía y la admiración
por la tarea que se había impuesto hizo que nunca encontrara motivo para oponerme
a él. Pero sé que era un poco “difícil” y que otras personas, que querían ser dueños
también de Aula Vallejo, sí se oponían. El “dueño” de Aula Vallejo era Larrea, el que
no lo aceptara así era sospechoso de estar ambicionando ocupar su cargo.
¿Hay algo de su carácter que recuerde particularmente? :
Malicha: -Creo que era un hombre muy inteligente, muy sensible. Un gran poeta.
También tenía la marca que da el exilio durante tanto tiempo; era un español
exiliado. Y los exiliados tienen generalmente una veta que no todo el mundo tolera,
que no todo el mundo la comprende. Creo que Don Juan en algunos casos se portaba
como un exiliado. Había que “olvidarse de él” cuando se ponía así. Más adelante yo
también fui una exiliada. A su vez tenía un empeño en lo que estaba realizando
alrededor de Vallejo y concitaba nuestra atención tanto, que lo que podía funcionar
en contra de ese empeño perdía valor y lo que cobraba valor era su tarea. Era lo que
nos permitía a los colaboradores ir enriqueciendo esa bibliografía que él juntaba,
penosamente a veces. Creo que era una tarea ciclópea de la que casi no quedan
testimonios, casi no queda la producción de esa época.
En 1975, cuando usted debió retirarse, ¿aún estaba Larrea en la Facultad? :
Malicha: -No, ya no estaba. Por los años ’70 a ’72 ya empieza a sufrir un acoso y a
dejarse de lado su tarea, a no tenérsela en cuenta. Quienes estábamos a su lado
siempre fuimos fieles a su tarea, lo comprendimos, lo apoyamos cuanto pudimos.
Hacíamos lo que nos pedía y más de lo que nos pedía. Yo no tenía un cargo oficial,
era su colaboradora permanente; en los encuentros se me asignaba una tarea y
también fui expositora en esos encuentros. Allí venía gente de Perú, de Méjico,
argentinos que estaban fuera del país. Aquellos encuentros organizados por Aula
Vallejo tenían fama en todo el país. En ellos se discutía no sólo la obra de Vallejo
sino todo el movimiento de la época de este autor.
¿Cómo recuerda personalmente a Larrea? :
Malicha: -En primer lugar, un hombre que vivió exiliado mucho tiempo, que tuvo un
problema familiar, que tuvo la desgracia de perder a su hija y a su yerno en un
accidente de aviación, que tuvo que criar a su nieto y que tuvo que soportar miles de
circunstancias a favor y en contra de lo que él hacía. Recuerdo una vez que en la
Facultad hubo una reunión con gente de la Universidad de Mendoza y una de las
expositoras se ocupó de él, pero no quiso ir a escucharla, porque ya sabía qué decían
de él y de su poesía. Era muy individualista. De manera que la relación se mantenía
con él a fuerza de tolerancia, de que cada uno tolerase al otro. Eso es fácil, es fácil,
siempre que uno no se ponga en actitud de querer ser el dueño de la verdad, no es
difícil aceptar al otro y seguir conviviendo. Porque era mucho lo que él nos daba y
también era mucho lo que recogía de nosotros. Esto... creo que es la primera vez que
lo voy a decir: las dedicatorias de los libros que él me regalaba hablaban mucho de
mi preocupación por los temas que también a él le preocupaban. Hispanoamérica,
por ejemplo.
Él era así (enfatiza Malicha), había que respetarlo, admirarlo y ayudarlo en la tarea
que hacía. No podemos anteponer el carácter de una persona a lo que está haciendo,
si su carácter no daña su tarea.
¿Recuerda alguna actitud especial en él tras el fallecimiento de su hija? :
Malicha: -Un gran dolor, una gran pena, una gran aflicción por tener ese chico al
lado y cómo criarlo de la mejor manera. Claro, las relaciones con Juan Larrea eran
muy personales, muy individuales; yo no sabía lo que charlaba con Sosa López o con
Revol, porque ellos eran lo suficientemente mentirosos como para dar la versión que
a ellos les interesaba. Tampoco a mí me interesaba saber en qué andaban con Larrea,
sé que hubo enojos. Imagino que don Juan habrá sacado a relucir su origen vasco
(Malicha se ríe). Esa parte no afectaba mi relación con él, y lamento no ser muy
inclinada a los chismes así que no los he recogido…
Malicha se queda pensando, luego agrega:
-Si queremos hacer una síntesis de la proyección de Larrea en Córdoba, diría que fue
un período de su vida de una dedicación realmente ejemplar al tema, que lo celaba y
lo cuidaba como si fuera un hijo. No permitía que se lo manoseara al “tema Vallejo”,
de manera que todo lo que venía a afectar ese orden de cosas que trataba de mantener
me imagino que habrá suscitado controversias, discusiones. Vi cómo se iban alejando
personas que al principio estaban muy cerca de él, que aparentemente lo seguían en
todo y de pronto se separaban y se colocaban en la postura inversa. No quiero dar
nombres porque no es correcto, pero se sabe.
Indudablemente, desde que llegó a Córdoba con fines de estudio y en la persecución,
dicho en términos de elegantes, de la poesía de Vallejo, mostró un interés y un celo
(enfatiza Malicha) por ser él quien recogiera todas las manifestaciones; a través suyo
conocimos a personalidades muy importantes. Por ejemplo, argentinos como Saúl
Yurkievich, que vino a uno de los congresos que hizo. Discutió con Don Juan
públicamente y ambos supieron defender su posición, sin llegar a una separación.
También André Coiné, francés, radicado en Méjico, vino a hablar sobre Vallejo y
figuras muy ilustres del Perú. Esto es un rasgo muy destacable en la acción de
Larrea: no hacía lo que muchos cuando organizan un congreso, que acaparan a los
invitados y no les permiten relacionarse con otra gente. Al contrario, don Juan
procuró que sus visitas se relacionaran con quien quisieran, con las personas que
pudieran conversar con ellos a la misma altura, con la misma inquietud y preguntarse
mutuamente. Eso me ha quedado como... grabado, como fijo, de la personalidad de
Juan Larrea. No se portaba como un egoísta. Porque es común el egoísmo; aparece el
“dueño” del congreso y trata de no compartir, pero Larrea compartía. Eso sí, había
que ir con humildad, no con soberbia; algunos de mis colegas creían saberlo todo y
no se acercaban nunca. Otros nos sentíamos honrados de conversar con esa gente y
con el mismo Larrea, en un plano casi de igualdad. Por supuesto que casi todos
éramos académicos o profesores titulares de la Universidad, pero creo que son
perfiles que es necesario señalar.
Le aclaro que, precisamente, el interés de la entrevista es hacia personas que lo hayan tratado
personalmente, de cerca.
Malicha: -Había personas que se hacían invitar a tomar el té. Yo nunca fui a “esos
té”.
¿Mantenían la relación dentro de la Facultad? :
Malicha: -Sí... sí. Mi marido también era muy “adicto” a Larrea y se relacionaba con
todo respeto hacia él, con toda devoción... “Devoción” quizás sea una palabra
exagerada, lo que quiero decir es: acompañándolo en todo lo que proponía y en cómo
organizaba las cosas. Si había venido y se había propuesto realizar una tarea de
profundización y organización de los materiales sobre Vallejo... ¡ése era el objetivo!
Había que ayudarlo en lo que él creía que podíamos ayudarlo.
Volviendo al día en que le entregaron su cesantía en el puesto, me pareció entender que
precisamente usted había estado en el local del Aula Vallejo:
Malicha: -Había agregado un material más, porque ya lo que se podía yo lo
fotocopiaba. Claro, he hecho un ejercicio de la memoria muy particular, he tratado de
olvidarme de esas desventuras. Pero Larrea estuvo incluso mientras nos iban echando
a todos nosotros. A él le deshicieron después el Aula Vallejo y desaparecieron las
cosas, lamentablemente. Lo que guardo son libros que él me había dedicado. Fue un
período que nos afectó negativamente a todos.
Antes de que pasaran todas esas cosas estuve viviendo en Méjico dos años, becada
por la OEA. Al año fue mi marido a visitarme y... lo nombraron decano de una
Facultad; por entonces vivía allí la esposa de Larrea, no la conocí, me la quisieron
presentar pero dije “no, no vale la pena”. Tenía una casa de modas, algo así.
Malicha agrega, volviendo a su tema:
-Él fundó, con Aula Vallejo, una institución como pocas veces se ha dado en la
historia de la literatura.
Le pregunto por colaboradores como Gustavo Roldán, Alfredo Paiva y Armando Zárate:
Malicha: -Concurrían a las clases de Larrea, porque de vez en cuando don Juan
organizaba un curso sobre un tema y éramos varios los que asistíamos, sin distinción
de ser profesores o alumnos. Eso me parecía muy interesante de la institución que
había creado, donde sacando la vanidad tradicional que hay en la división entre
docentes y alumnos, nos juntábamos todos. Lo escuchábamos y luego discutíamos.
Solía ir Carlos Giordano55, que era profesor adjunto de una cátedra, nosotros éramos
alumnos.
¿Era muy democrático, entonces? :
Malicha: -Sí, sí. La apertura de Aula Vallejo al público fue muy generosa en el
sentido de que no había distinción de categorías intelectuales; Don Juan convocaba a
todo aquél que quisiera saber de la poesía de Vallejo...
55 Carlos Giordano fue un poeta y profesor de literatura italiana que también, por la persecución de la dictadura militar, debió luego exiliarse en Italia, donde falleció en 2005.
¿Hubo algún libro de Larrea que le interesara particularmente? :
Malicha: -Todos los libros de Larrea me interesaron, porque eran muy importantes y
muy diferentes a la vez, nunca se repitió. En su poesía era una cosa y después
estaban sus comentarios, sus teorías desarrolladas.
Víctor Massuh (*) estuvo muy relacionado con su venida a la Argentina. Discutimos
mucho antes de su llegada sobre qué marco ofrecerle. Durante sus primeras charlas,
Massuh asistía.
¿Asistía mucha gente a esas primeras charlas? :
Malicha: -No, porque el alumnado no estaba preparado para algo así.
Malicha, que ya es anciana, muestra signos de fatiga ya, de manera que decido
terminar la entrevista.
(*) María Luisa Cresta fue uno de los docentes expulsados de la UNC a fines de 1975, durante el
gobierno derechista de María Isabel Martínez de Perón y López Rega, que no volvieron hasta pasada la dictadura
del Proceso Militar.
(*) La expresión “desapareció”, suena a una inconsciente asimilación a la situación de uno de sus hijos,
Ramiro, secuestrado por la dictadura militar.
Entrevista realizada a Armando Zárate,
poeta y ensayista. Es profesor emérito de literatura hispanoamericana
en la universidad de Vermont (Estados Unidos).
¿En qué oportunidad conoció usted a Juan Larrea? :
Armando: -Larrea llega tras la caída de Perón en 1955; en Córdoba se vivía ya otra
vida política, otra vida institucional. Se produce, por ejemplo, un auge de revistas
literarias, los estudiantes podían consultar libros que habían estado prohibidos
durante la dictadura de Perón, en que las cátedras de Filosofía comenzaban con los
presocráticos y terminaban con la patrística o alguno de los clérigos filósofos, pero
no se llegaba a Kant ni a Descartes, había una censura en todas las universidades
argentinas. Al caer Perón, se nombran nuevos profesores. Unos diez meses después
de la caída el Centro de Estudiantes de la universidad comienza a tener importancia;
hasta entonces estaba prohibido también, porque durante el peronismo la
representación de los estudiantes no estaba en manos de la Federación Universitaria
sino de la CGT (*). Todo esto produce una alegría nueva en nosotros y es
precisamente el momento en que arriba Larrea a Córdoba.
Invitado por el Decano, Victor Massuh, vino a dictar las clases de “Teleología de la
cultura” porque no había una materia precisa para él, que se negaba a dar una materia
como Historia de la literatura medieval, o de la poesía española, o de la poesía
moderna. Pidió una mayor libertad para dar sus clases. No hay que olvidarse de que
venía de los Estados Unidos, donde se le habían acabado las becas acordadas por
Guggenheim; dos veces accedió a la beca, que era puramente de investigación;
cuando estaba en México había acreditado que era hombre de estudios y que había
hecho proyectos para lograrlas. A él le convenía salir de México en aquel entonces,
pues ya había participado en Cuadernos Americanos y había comenzado a llevarse
un poquito mal con Silva Herzog, de quien era el secretario, porque esos engranajes
no funcionaban bien. Silva Herzog venía de una orientación marxista, con lo que a
Larrea no le resultaba fácil congeniar. Se llevaron bien durante un tiempo pues lo que
Larrea traía era un nuevo pensamiento revolucionario desde el punto de vista
espiritual; no del materialismo dialéctico, pero sí del espiritualista y poético. Cuando
empezó a ver difícil la situación en México, porque en Cuadernos Americanos
comenzaron a ponerle trabas en la elección de autores, decidió irse y consiguió esta
beca para radicarse en New York y asistir a la Biblioteca de esa ciudad, que es
formidable.
Allí escribió tres libros que, cuando llegó a Córdoba, ya estaban publicados:
Rendición de espíritu, La espada de la paloma y Razón de ser. A nadie se nos
ocurría, de todos los cordobeses que estábamos ahí, una visión como ésta de la
poesía, de la religión, del marxismo, distinto de nuestro mundo local. Para la
Facultad de Filosofía y Letras fue una renovación. Le recuerdo que no sólo llegó
Larrea; también otra gente de importancia; muchos profesores fueron contratados
nuevamente, como Revol, que también venía de Estados Unidos. O Emilio Sosa
López que, si bien no tenía título de profesor aún, se consideraba mucho su
importancia; Malicha Leguizamón, el filósofo Alfredo Cahn, el arqueólogo Rex
González, Carlos Fantini, que era profesor de Sociología. Es decir, había una
renovación de una riqueza increíble, luego de haber estado en un ambiente donde si
no había diez monjas en la clase la cátedra no era considerable. Lo cierto es que las
monjas, que aún asistían a la facultad cuando llegó Larrea, se retiraron.
En el curso de Teleología de la cultura, donde en un principio había mucha asistencia
de alumnos, terminamos Luis Mario Schneider, Yolanda Dethou y yo. Fuimos los
tres a quienes nos regaló un libro al finalizar; todo el otro mundo clerical desapareció
de la clase. En ese tiempo yo fui elegido Consejero Estudiantil, por la Federación
Universitaria, junto a Carlos Giordano (que ahora está en Italia) y a Nilda Palacios.
Todavía era decano Massuh, después fue elegido Adelmo Montenegro; estamos
hablando de 1956, 57, 58 y 59.
Larrea hizo su presentación con una conferencia sobre César Vallejo, a la que fue
invitado por la Federación Universitaria, en la que estábamos con Alfredo Paiva,
Gustavo Roldán y otra gente. Se hizo un proyecto grande y asistieron cerca de
noventa personas en el Aula Magna de la Facultad, que entonces estaba en la calle
General Paz 33. Había que subir unas escaleras; Larrea iba siempre acompañado de
Lucienne y, a veces, también del esposo de ella. Cuando llegó Larrea, Lucienne era
soltera, pero luego se casó con este Luy, un suizo, que tenía negocios en New York.
Luy abandonó sus negocios para seguir a Lucienne, que era la mejor discípula de
Larrea, por eso asistía a todas sus clases, a veces acompañada de su marido. Pero, en
un momento dado, Larrea les pidió que no asistieran más. Había entrado un grupo de
estudiantes que lo cuestionaba desde el punto de vista del marxismo y le ponía trabas
en su clase. Esto no ocurrió en el primer año de su llegada sino al año siguiente,
cuando se dieron cuenta del tipo de ideas que tenía Larrea e incluso se lo comparó
con un jesuita, se decía que tenía mentalidad jesuítica... que yo sepa, nunca estuvo en
un seminario jesuita. A mí no me hubiera importado que lo fuera, los jesuitas son la
orden católica más inteligente y hasta se podría decir que fueron rebeldes, herejes;
Loyola fue considerado hereje y debió exilarse en Paris. Pero la verdad es que no era
un jesuita, era un poeta que tenía ideas espiritualistas y estas ideas sobre la teleología
de la cultura, mezcladas con el cristianismo, la Biblia y los grandes poetas modernos,
desde Mallarmé hasta nuestros días.
¿Cómo fue esto de que le pidió a Lucienne y a su esposo que no asistieran más al curso? :
Armando: -Y... el clima polémico y político que se producía lo hacía ponerse en una
situación muy embarazosa, reñida con el respeto a un profesor, de parte de
estudiantes que ni siquiera se inscribían en las clases. Él, como profesor, tendría que
haberles dicho que si no estaban inscriptos en sus clases debían retirarse; pero Larrea
no era de esas personas, porque también le gustaba polemizar. Creo que estos
estudiantes, al cuestionarlo tanto sobre su ideología, lo ayudaban a pensar, en cierta
manera. Larrea escribía todas sus clases y las leía; en cada clase llevaba escritas ocho
o diez páginas, que constituían el futuro libro.
Este libro…
(Armando me muestra una edición de Teleología de la Cultura, publicada en Los Sesenta, de
México, que acaba de extraer de su biblioteca)
…lo publicó después de haberlo escrito para las clases. Nosotros... había un grupo
que se quedaba mudo en las clases, porque se lo cuestionaba en cosas ridículas, a él
no le interesaba ese tipo de cuestionamiento marxista, se lo cuestionaba para hacerle
daño. En fin, todos éramos muy jóvenes y queríamos tener la verdad en la vida
universitaria. Quizás yo hubiera seguido el mismo camino que los otros de no haber
obtenido la beca por antecedentes y oposición en Facultad de Filosofía y Letras,
comparable en dinero a la beca de la OEA; además, era profesor del Colegio
Monserrat. También daba una clase ad honorem con un amigo de Larrea, Luis
Waysman, profesor de Historia del Arte. En el Monserrat daba Historia de América,
lo que estaba emparentado con el pensamiento de Larrea.
Lo cierto es que antes de que sucediera todo esto, dio su famosa conferencia “César
Vallejo o Hispanoamérica en la Cruz de su Razón”. Eso de “la cruz de su razón” le
molestaba muchísimo a un sector de la Federación Universitaria, no a todos. Había
quienes íbamos a escucharlo como poeta, íbamos a escuchar la palabra de alguien
que nos traía un mundo nuevo. Recuerdo haber llevado una vez algo que le gustaba
mucho a Larrea: Las fuerzas extrañas, de Leopoldo Lugones; como a él le interesaba
ese mundo adivinatorio y se metía en ese mundo simbólico, de seres extraños, de
experimentaciones poéticas desconocidas, antes de entrar a una clase le dije: “Mire lo
que estoy leyendo, Don Juan”. Él se alegró mucho, dijo: “Sí, lo conozco muy bien”.
No sólo había leído a Lugones, también a Güiraldes.
Decidimos hacer un libro basado en su conferencia, que sirvió de Introducción, y
agregar todas las notas a su conferencia. Para eso fuimos durante varios días a su
casa; yo iba casi todos los días allí para tomar notas, pero el más avezado era Paiva,
era mayor que yo y que Roldán y tenía mucho conocimiento literario. Paiva había
sido bibliotecario de la Facultad de Filosofía y Letras, cuando la biblioteca estaba en
el actual Edificio Stabio, en época anterior a la caída de Perón; luego fui y quise
consultar libros pero el bibliotecario me dijo que no, que lo que yo buscaba figuraba
en el catálogo pero eran textos censurados. De modo que nuestra juventud había
tenido muy poca ocasión de leer a autores como Juan Jacobo Rousseau, hasta
Mariano Moreno estaba prohibido. ¡Era una cosa terrible!... Cuando llega Larrea
viene a traer la libertad total en la interpretación simbólica de la poesía. Digamos la
verdad: ¿Cuál era la mayor ambición de nuestros poetas de entonces? Escribir
sonetos, porque sólo conocían la literatura del siglo XVI. Larrea introduce una
renovación para muchos, pero luego se fue desfigurando todo; algunos de los mismos
que fueron sus discípulos se fueron alejando y ya no lo defendían.
Volviendo a aquella conferencia, me deslumbró porque trajo un mundo distinto.
César Vallejo era un personaje al que él amaba como si fuera Cristo. No hay que
olvidar que Larrea decía en broma que él era Juan, el discípulo amado, y que Vallejo
era Jesucristo. No debemos dejar de lado el aspecto crístico de César Vallejo, hasta se
decía que tenía su mismo rostro, o la cara de Beethoven; eso decía Georgette Vallejo,
que por eso se había enamorado de él. Larrea conocía toda la vida de Vallejo y lo
había ayudado económicamente, porque él era una persona de dinero, sus padres
tenían negocios e industrias en Bilbao, y él vivía en Paris, muchas veces con el
dinero que le enviaba una tía… o la madre. Fue un hombre que vivió muy bien y se
comunicó muy bien, por ejemplo con Picasso. Picasso, que le regaló dos esbozos del
Guernica. Larrea vio durante todos los días cómo trabajaba Picasso: con papelitos,
sectores del Guernica están hechos con papelitos pegados con goma. Larrea después
escribe Guernica, que es un estudio simbólico de la obra, totalmente original y
formidable. Está traducido al inglés pero lo escribió en español. Dicen que a Picasso
le hacía sonreír la interpretación de Larrea pero le gustaba, estaba de acuerdo. Como
dije, Picasso le regala dos dibujos preparativos del Guernica; entonces, Larrea era el
secretario de una institución en defensa de la República española en Paris. Picasso
cuenta que Larrea aún no lo conocía, que se paró frente a una ventana a mirar la
numeración de la calle. La legación o como se llamara, quedaba en un segundo o
tercer piso, y Larrea vio a un individuo que lo estaba mirando desde la calle, era
Picasso. Ésas eran las cosas de Larrea. Picasso donó obras para la República, se
hicieron amigos, al igual que con Lipchitz, con Juan Gris. Era más amigo de Gris que
de Picasso y muchas de las cosas que aprendió eran de Juan Gris.
Bueno, en un momento de necesidad, en Méjico, Larrea vende uno de los esbozos
por cinco mil dólares. No hay que olvidarse que Larrea tenía entonces mujer, aunque
la mujer tenía en Méjico un negocio de antigüedades. Pero Larrea vivía dedicado a
escribir, fundaron Cuadernos Americanos con Emilio Prados y otros; fundaron
también la editorial Séneca
(Zárate se levanta a sacar de un estante dos ejemplares de ediciones Séneca.)
Yo di clases en el Colegio “Luis Vives”, donde en la biblioteca tenían todos los libros
de esta editorial. Eran de los republicanos españoles radicados en Méjico después de
la caída de la República. Larrea escribió un prólogo al libro de Emilio Prados, Jardín
cerrado. Hay una anécdota que ya le conté a usted, en que yo portaba una carta de
Larrea para él, cuando me fui becado a Méjico. Prados vivía en la calle Lerna, en el
último piso de una torre, y los hijos adoptivos le llevaban de comer, porque él ya no
se levantaba, no quería caminar, pero conmigo caminó. El día que lo fui a ver
llevándole la carta, toqué la puerta y cuando me senté, me dijo: “Le voy a confesar
una cosa: creía que era Juan el que llegaba”. Me vi con Emilio Prados varias veces,
salíamos juntos; tenía ciertas locuras como que si caía un papel del cielo él decía que
se lo había enviado un avión mandado por Jesucristo. Era el último gran poeta
místico, no hay otro poeta del siglo veinte –que yo haya leído- de ese misticismo
poético, rayano en la locura como buen místico. Le llevaban los platos de comida y
él los dejaba ahí, sin probarlos, y de eso murió. Y esas locuras místicas de ver
anuncios en el cielo...
¿Larrea apreciaba mucho a Prados? :
Armando: -Sí, creo que era el amigo más íntimo que tenía, un poco por el carácter de
Larrea, que era muy suave en su trato y tenía una sensibilidad especial para las
personas que lo querían. Tenía una condición: la gente que lo quería lo sentía de
verdad, o si no lo odiaban, pero por una cuestión ideológica. A veces pensaba: ¿cómo
es posible que a un poeta de este talento, de estas publicaciones, le hagan esto? Había
que respetarlo, pero en ese momento no se cuestionaba el problema del sentimiento
poético, sino la ideología. Yo iba a sus clases aunque algunas de sus posturas no me
interesaban, y aún no me interesan, pero lo leo porque quiero escuchar su palabra.
Cuando lo leo estoy escuchándolo como poeta, prefiero leerlo como poeta. Yo no
escribo sobre el Apocalipsis, ni sobre San Juan de la Cruz, ni Prisciliano, ni Santiago
o esas teorías que él tenía. Lo bueno de escucharlo hablar de estas cosas era que uno
iba y buscaba otras lecturas; si él hablaba del Apocalipsis, yo buscaba qué decían
Nietzche o Schopenhauer sobre el tema. Uno iba formándose una cultura alrededor
de Larrea sin darse cuenta. Quienes lo cuestionaban no pensaban así, lo hacían para
fastidiarlo ideológicamente.
Volviendo a los regalos que le hizo Picasso, cuando nació Lucienne, con sus manos
le hizo un caballito con un carrito que lo tiraba y luego, adentro le dibujó otro
caballito, con unos ojos muy lindos. Larrea lo tenía en un cuadro como éste
(Zárate señala un marco con vidrio que recubre un dibujo)
en la sala.
He estado hojeando un volumen editado por Séneca, cuyo listado de títulos, al final, permanece
intonso. Por fin, le pregunto a Armando: ¿En Séneca trabajaba con Emilio Prados? :
Armando: -Sí, en la colección El Clavo Ardiente. Fíjese, Octavio Paz editaba una
revista titulada El hijo pródigo, posiblemente tomándolo de El regreso del hijo
pródigo, de André Gide. Larrea me señaló esa revista y un ejemplar de España
peregrina y parecían la misma; Larrea me lo mostró con bastante fastidio (enfatiza
Zárate), porque Octavio Paz le había plagiado el formato. Me decía: “¡Ah! ¿Usted
quiere que hablemos de Octavio Paz? Bueno, mire...”. Ahora, cuando Larrea ya
estaba al borde de la muerte...
(Zárate abre una digresión) Pues yo estuve ahí unos tres o cuatro días antes de que
muriera y desgraciadamente me tuve que volver, pero antes di sangre para él; murió
en una clínica de la calle Santa Rosa, entre General Paz y Tucumán56, creo que estaba
ahí, no sé si ya está...
Armando vuelve al tema que había interrumpido.
Bueno, sin embargo, aunque a Larrea le molestaba lo que había hecho Octavio Paz,
de alguna forma se alegró cuando recibió una carta de Paz pidiéndole que por favor
le enviara los textos de Ilegible hijo de flauta, que los publicó en forma completa en
dos números: el treinta y nueve y el cuarenta de Vuelta. Posiblemente, Octavio Paz se
olvidó de Larrea mientras vivía en Méjico, también eran muy jóvenes. Paz estuvo en
España mandado por su gobierno, junto a otro poeta, al Congreso a favor de la
República que se celebró en Madrid y en Valencia, de modo que las ideas
republicanas de Larrea las conocía bien. Se ve que nunca hubo buena comunicación
entre ellos y, a raíz de eso, parece que Octavio Paz tuvo un gesto antes de morir
Larrea y le pidió el texto de esa película que no pudo filmar Buñuel. Ya sabemos que
Larrea nunca estuvo de acuerdo con Buñuel, que por razones comerciales, o no sé,
quería hacerle cambios a los textos y Larrea se negó, le devolvió el cheque que le
envió Buñuel. Porque Larrea era así, inflexible en ciertos aspectos de su poesía, de su
trabajo, era inflexible (enfatiza Zárate). Recuerdo que me decía siempre: “El que
escribe mal se destruye”. Creía que había que tratar de escribir bien, porque si no con
el tiempo resulta en la destrucción de uno mismo. Por eso era tan cuidadoso en su
prosa. Larrea tenía una gran capacidad espontánea para escribir pero corregía letra
por letra su trabajo, era un hombre que trabajaba muchas horas, todo el día, nunca
56 Son calles ubicadas en pleno centro de la ciudad de Córdoba.
salía de su casa, siempre estaba encerrado. Una sola vez lo vi fuera de su casa, un día
que estaba regando el patio cuando vivía en barrio Jardín Espinosa.
Volviendo a los esbozos de Picasso, Larrea tuvo que vender el segundo porque la
Universidad de Córdoba no le pagaba los sueldos de profesor. Para hacerlo renunciar,
le dieron un cuartito en Ciudad Universitaria. Me dijo un día: “Venga, le voy a
mostrar dónde trabajo”, para mostrarme la miseria del cuartito. No tenía más de dos
metros de largo por tres cincuenta de ancho; ahí tenía el archivo de César Vallejo.
Querían arrinconarlo a tal punto para que renunciara. Entonces él vendió ese esbozo
en Francia, le mandaron un cheque por cincuenta mil dólares. Él sobrevivía porque
tenía la casa, la propiedad que había sido de su hija y su yerno, aunque la herencia
quedó para su nieto. Recuerdo ver al chico correteando y Larrea se volvía loco
porque no lo dejaba escribir, entonces puso una niñera porque Vicente era muy
inquieto. ¿Usted sabe por qué le llamaron Vicente?
-Sí, por Vicente Huidobro, que fue el padrino de su boda...
Armando: -De la primera... Bueno, fue la primera y la única. Porque él quiso casarse
con una chica, que era muy buena moza, profesora de la Facultad. No sólo era una
belleza de persona sino de mujer, Magali Varela. Su esposo o pareja era Varela;
cuando se instaló la Kaiser aquí, ellos vivían en Venezuela y Varela vino contratado.
El matrimonio o la pareja, no sé, andaba mal y ella era secretaria de Larrea. Larrea le
planteó a Lucienne que se iba a casar con Magali, pero parece que la hija se opuso.
No sé, unos dicen que la hija y otros que los amigos. La cosa es que esa relación no
alcanzó la felicidad.
Yo creo que él tendría que haberse casado con ella, porque era una mujer íntegra en
cuanto a la obra de Larrea, lo seguía y era su ayudante, le ayudaba a corregir los
exámenes, porque el curso de Teleología de la Cultura era muy libre. Pensándolo
bien ahora, me dejaba llevar por la inspiración de sus simbologías pero no hacía yo
un estudio analítico de la teleología de la cultura. Esas eran las cosas que él
inspiraba, ese sentimiento poético que difería del estudio literario.
Bueno, volviendo al tema del Picasso, tuvo que venderlo porque le hacían la vida
imposible...
¿Esto era en los años sesentas? :
Armando: -No, fue después de los setentas, setenta y dos o setenta y tres. Estuve en
Méjico seis años sin volver a la Argentina, volví en el sesenta y siete, cuando ya
estaba en la universidad de California, así que tenía el dinero para hacerlo. Él se
alegró muchísimo de vernos nuevamente y me contaba cosas de sus experiencias
adivinatorias. Por ejemplo, lo que le ocurrió con los caballos de carreras en Paris,
porque dio la casualidad de que en Córdoba se fue a vivir a una casa que quedaba
muy cerca del hipódromo. Él había soñado un número y no lo jugó, esto me lo contó
personalmente en su casa, pero el caballo ganó y él había apostado sin saberlo. Creo
que estas cosas eran su influencia del surrealismo, a pesar de que rescataba a unos
poetas surrealistas y a otros no. A Breton no lo estimaba, pero sí a Paul Éluard;
conocí a Éluard porque él comenzó a mencionarlo.
Un día que fui a visitarlo me dijo: “Mire la revista que acabo de recibir”. Era Poesía
Buenos Aires. Yo no conocía a Raúl Gustavo Aguirre pero él me conectó, me dio su
dirección y ahí lo conocí y también a Rodolfo Alonso. Poesía Buenos Aires publicó
muchos poemas de Larrea, aunque no lo vinieron a ver. Era muy bien mirado en
Buenos Aires, sobre todo porque hacía una poesía cerca de la de Aguirre y de todo el
grupo.
Lo cierto es que fue lastimoso eso de tener que vender los esbozos porque le habían
suspendido el sueldo. En el año setenta y seis o setenta y siete no cobraba ningún tipo
de sueldo; le habían permitido que continuara en su oficina pero no le pagaban.
También quería vender uno de los dos Lipfchitz que tenía. Le había pedido a
Lipfchitz que le hiciera un busto de Vallejo para donarlo a la Universidad de
Córdoba, cosa que nunca se logró porque se opusieron, me contó que uno era para
dejar testimonio de Vallejo en Córdoba. Lipchiftz hizo dos, que desaparecieron
porque se los llevó Obarrio, su albacea.
(Zárate se levanta a buscar un libro del autor nombrado y me lo muestra)
Aquí está: Juan Larrea y el mito del Nuevo Mundo. Obarrio era un muchacho
encantador a quien Larrea conocía y yo lo conocí también, en Buenos Aires. Usted
jamás hubiera pensado que iba a hacer lo que hizo: fue un día con un camión a barrio
Jardín Espinosa, se presentó como el albacea (luego que murió Larrea) y se llevó
todo, hasta la biblioteca. Se llevó todo a Buenos Aires; los bustos de Lipfchitz, la
colección de Cuadernos Americanos que Larrea seguía recibiendo, el caballito de
Picasso y los cuadros de Picasso con los que Larrea hizo una exposición en Córdoba.
Obarrio se llevó todo. Creo que Larrea jamás pensó que haría eso, porque todo le
correspondía a su nieto. Al menos hubiera llevado las cosas para salvarlas y después
devolverlas. Claro, todos los bienes de Larrea pasaban por su firma.
Larrea tuvo muchos conflictos de tipo judicial. Le quisieron quitar la casa, en la
Facultad se lo acusaba de multitud de causas. Entre otras, se lo acusó hasta de incesto
con su hija.
¿Fue una acusación oficial o en corrillos?
Armando: -Hubo un juicio académico para expulsarlo de la Universidad, tiene que
haber sido en el año sesenta y ocho o sesenta y nueve, yo no estaba en Córdoba. Me
enteré de ello a través de un tío de mi mujer.
Es extraño, en esa fecha la hija ya había fallecido...
Armando: -Sí, pero el litigio había durado como tres o cuatro años. También tuvo un
litigio con Georgette Vallejo, que lo acusó de utilizar la obra de Vallejo sin pagar los
derechos de autor. Este libro…
Zárate señala César Vallejo o Hispanoamérica en la cruz de su razón.
…lleva una antología realizada con los poemas que se trataron en la conferencia.
Georgette Vallejo lo acusó de usar la obra de su marido sin su autorización previa.
Tuve que escribirle una carta diciéndole que como la elección la habíamos hecho
nosotros, el juicio debía hacérselo a la Federación Universitaria de Córdoba. Ahí se
acabó el asunto, ¿qué estudiante le iba a pagar ni un peso? Larrea se defendió y
escribió sobre eso en un número de Aula Vallejo, donde me menciona en este tema.
Así es que tuvo varios conflictos y, al final, Obarrio se llevó todo lo suyo.
¿Recuerda en esa última visita, en la que debió darle sangre a Larrea, quiénes lo acompañaban?
:
Armando: -Nadie. Obarrio estuvo un día. Estaban el nieto con un grupo de amigos
sentados en la cama al frente de la del abuelo, dormían en la habitación de la clínica
y se alternaban para cuidarlo. Eran los amigos fieles del nieto que pasaban la noche
junto al lecho de Larrea, que tenía una enfermedad muy grave y le habían colocado
un aparato extra-natura... yo no pregunté qué enfermedad tenía.
Cuando llegué estaba necesitando de sangre, pero estaba solo, estaba muriéndose
solo. Se había dejado la barba muy larga, como apóstol o... barba nazarena, aunque a
él le habría gustado la palabra “apóstol”, el apóstol preferido de Cristo era Juan. Me
decía (y no es con vanidad que lo digo): “Usted es la ‘a’ y la ‘z’, el Alfa y el Omega”.
Se conmovía en esos momentos en que alguien lo iba a ver a la clínica. Sosa López
no creo que haya ido porque estaba un poquito distanciado de él. Había escrito un
artículo para publicarlo en el diario La Nación; se lo presentó a Larrea y le pidió su
visto bueno. Pero Larrea le dijo que no, que ese artículo no debía publicarse porque
“usted no está interpretando fielmente mis ideas”. Es que Sosa López ponía énfasis
en su poesía, pero él renunciaba a su poesía y deseaba que pusieran énfasis en su
Teleología de la cultura, en sus ideas acerca del Espíritu, del advenimiento del
Espíritu para América y que América iba a tener un renacimiento extraordinario. Un
poco al estilo Rodó, utopía que no vemos cumplida. Era su mística del Continente
Nuevo. También de León Pinelo57, uno de dos hermanos que vivieron y tomaron
clases en Córdoba; cuando expulsaron a los jesuitas escribió en España El Paraíso en
el Nuevo Mundo. Gente como esa venía aquí por el prestigio de la Universidad.
¿Recuerda la reacción de Larrea ante la muerte de la hija? :
Armando: -Yo no estaba aquí, pero pienso que debe de haber sufrido mucho, porque
Lucienne era una especie de discípulo de sus ideas, aunque ella nunca hablaba. Sólo
de vez en cuando intervenía. Porque no hay que olvidar que Larrea tenía otro hijo, un
fotógrafo que vive en New York. Sus hijos crecieron y fueron a la escuela en New
York, pero Larrea vivía solo; salió de Méjico después del abandono de su mujer, que
era francesa y encontró una nueva pareja de su misma nacionalidad. Vivía muy unido 57 Antonio de León Pinelo arribó al Río de la Plata en 1604, con su familia. Se estableció en Córdoba y luego regresó a España, donde realizó estudios y escribió obras sobre las Indias occidentales que había recorrido.
a sus hijos, pero no hablaba de su hijo. Creo que hasta hoy el modus vivendi suyo es
la fotografía y Larrea, sonriendo, decía: “Mi hijo es fotógrafo”. También tomó con
una sonrisa cuando se le presentó en Córdoba una hija natural, que le llegó de
Madrid. Él tuvo una hija con una muchacha cuyo nombre está por ahí, y se lo escribe
a su gran amigo, Gerardo Diego. Con Diego eran amigos del alma, a pesar de sus
diferencias ideológicas, pero eran amigos de verdad. Apareció esa hija, Maruja,
nacida de esa relación con una mujer a la que no había vuelto a ver. La mujer se casó
con otro hombre, que crió a la chica como su hija, pero la niña creció sabiendo que
su padre estaba en la Argentina y decidió buscarlo. No era difícil encontrarlo, los
poetas españoles, por ejemplo, sabían dónde ubicarlo. La hija estuvo dos veces en
Córdoba y quiso que le reconociera su nombre, él aceptó. Contaba que le dijo:
“Ahora te vas a hacer Maruja Larrea”. Y así figura, y se volvió a España contenta y
feliz porque su padre la había reconocido. Porque Larrea era así: inflexible en ciertas
cosas, pero en lo que se refería a lealtad, a moral, a ética, era infaltable.
Esta aparición de su segunda hija ¿fue después de la muerte de Lucienne? :
Armando: -Sí. Y se reía contento. “Tengo una hija”, decía. Me contaba: “¿Sabe quién
me vino a visitar? Una hija que vive en España”. Como yo venía cada nueve meses a
la Argentina, me contaba la historia de su vida durante ese tiempo. Yo llegaba a su
casa temprano, como usted vino ahora, a las tres o cuatro de la tarde y me quedaba
hasta la noche. Tomábamos unos whiskys, la muchacha servía unas cositas para
comer y nos quedábamos conversando durante horas. Divagábamos sobre poesía,
sobre autores, volvía sobre sus temas...
Larrea era una persona tan sutil que cuando le mostraba algún poema mío, él
señalaba los errores apenas con un lápiz, sin resaltar demasiado la corrección.
Entrevista realizada a Carlos Culleré,
escritor y traductor de UNESCO en Paris. Actualmente reside en Córdoba. El señor
Culleré, quien me fue presentado por el artista plástico Enrique Garaycochea
(colaborador suyo en la revista Igitur, en los años sesentas), ya fallecido, respondió
primero el cuestionario por escrito y, posteriormente, completamos algunos puntos
de la entrevista en forma personal.
¿Cuándo conociste al poeta Juan Larrea?
Carlos: -Lo traté hacia fines de 1973 y durante 1974. Ya conocía la obra de Larrea y
en Europa (en Paris y Madrid, particularmente) había hablado con varios escritores a
ese respecto.
Fui a visitarlo a su casa acompañado del fotógrafo Ricardo Block para llevar a cabo
una entrevista que fue publicada ulteriormente en la revista El urogallo, de Madrid,
en Diciembre de 1974. En esa época había muerto mi padre, yo estaba en un
momento de confusión, seguramente no recuerdo detalles.
Luego lo visité en varias ocasiones hasta que regresé a Francia. Nos mostraba
ediciones originales, por ejemplo, pero no de una manera engolada sino con
sobriedad. Era muy discreto, con una actitud elegante. Un caballero español.
¿Qué tipo de relación establecieron durante ese tiempo?
Carlos.: -Diría que de maestro-discípulo pero en un plano informal y muy cordial.
¿Cómo es el recuerdo de la personalidad de Larrea que guardas?
Carlos: -Lo recuerdo plácido, muy sereno. Con mucho humor. Esa expresión de la
foto (se refiere a la que se tomaron juntos), ése era don Juan. Cordial, sumamente
lúcido. Era un poeta mayor y un pensador notable. Hombre de ideal y de ideales, de
disposición generosa, tolerante y trato afable, cálido… Con firmes convicciones pero
sin dogmatismos: la personificación misma de la hidalguía en su mejor expresión.
¿Participaste en aquellos tiempos en la gestación de alguna actividad junto a Larrea?
Carlos: -No.
¿Recuerdas algún detalle o anécdota suya, que pudiera develar el carácter de sus relaciones con
el ámbito cultural de Córdoba?
Carlos: -No, debido evidentemente a la irregularidad y brevedad de la frecuentación,
como he señalado antes. Lo que se presenta a la memoria es, por consiguiente, lo
más obvio: su cátedra, Aula Vallejo.
¿Te parece que se lo valoró debidamente en nuestro medio?
Carlos: -Creo que existió desde muy temprano una valoración muy positiva, si bien
no generalizada. Con el tiempo fue decantando hacia una estimación cada vez más
acentuada y trascendiendo ya el solo círculo de los directamente interesados (es
decir, medios académicos, ambientes literarios, etc.) aunque sin llegar a alcanzar una
difusión mayoritaria que la índole misma de su obra, por lo demás, vuelve, quizá no
imposible, sí muy improbable. En efecto, dejando de lado la ensayística de Larrea –
por sus temas y tratamiento poco accesibles al lector común- su poesía misma exige
una cierta especialización, que por fuerza la circunscribe a un núcleo de iniciados (en
sentido amplio.) Se puede inferir que acaso llegue a ocurrir con Larrea lo mismo que
con Góngora, Nerval, Blake o Mallarmé –para citar sólo estos-, poetas siempre
traídos y llevados pero en realidad muy poco leídos.
Al preguntarle acerca de las personas allegadas al poeta, Culleré simplemente responde que
desconoce esa cuestión.
Respecto de las obras cuya lectura le son más apreciadas contestó:
Carlos: -Sus ensayos: Rendición de Espíritu, Uno y Dos. Es aquella edición de
Cuadernos Americanos, México, 1943.
Nota: Respecto de la vigencia de la obra de Larrea, Culleré respondió que no podía evaluar el grado de
vigencia efectiva, pero creía haber respondido parcialmente sobre ese aspecto al referirse a su valoración.
Entrevista realizada a la artista plástica Selva Gallegos. Julio, 2002.
Selva expuso en Argentina y Europa, residió en Paris; luego fue directora de la
Escuela Provincial de Bellas Artes “Dr. José Figueroa Alcorta”.
¿Cómo fue tu acercamiento a Juan Larrea? :
Selva: -Allá por los años 1958, 1959, nosotros (se refiere a un grupo de jóvenes
artistas) leíamos mucho a Federico García Lorca; Ana María Pelegrin ponía sus
espectáculos con esos textos mientras en España estaba prohibido. Es decir, era como
una forma de resistencia contra la opresión, contra las tiranías y todo lo que
significara pérdida de libertades. Por sobre todas las cosas Larrea era otro mito, un
referente que había sido amigo de Picasso, ¡que había sido amigo de Picasso!
(enfatiza Selva).
Saber que vivía en Córdoba el hombre que había escrito el libro sobre Picasso, tomar
ese libro gordo con ilustraciones en blanco y negro era más o menos como tomar la
Biblia para nosotros, que éramos chicos de quince o dieciséis años. Habíamos leído
ese libro y vengo a enterarme de que vivía en Córdoba y, además, era amigo de mi
suegro, Adelmo Montenegro, por entonces decano de la Facultad de Filosofía y
Humanidades, y que Larrea trabajaba en esa Facultad. Tenía quince años cuando lo
conocí. Entré a Bellas Artes, luego me casé con el hijo de Adelmo, tuve un hijo, y
Juan Larrea se juntaba siempre con Adelmo. Quien me mostró el libro sobre Picasso
fue mi suegro.
Otra cosa importante, pero no puedo recordar si fue en el año ’66 o en el ’62, es que
vino Herbert Read, y paró en casa de Larrea. No sé si comió o paró, pero estuvo ahí.
Todo esto te lo cuento desde el alimento que fue para el imago de una estudiante de
artes. Piensa en “ese” Herbert Read que había escrito sobre educación por el arte y
sobre arte, Poesía y anarquismo, que es un libro maravilloso para los jóvenes, yo se
los daría a leer en la secundaria, claro, tendríamos que tener otra mentalidad, pero es
un libro para ser leído en esos años. Vino y dio sus conferencias en el Pabellón
Argentina (*)
¿Supiste del fallecimiento de Lucienne? :
Selva: - Sí, avisaron a casa de mi suegro que había caído el avión. Todo el tiempo
sonaban los teléfonos a causa del accidente, la gente llamaba, preguntaba. Recuerdo
que de ahí en más quedó en casa de mi suegro lo de no viajar nunca juntos en avión,
quedarse uno de los dos con los hijos. Adelmo decía “¡Qué macana, cómo se van los
dos!”
Mi marido y yo, que ya teníamos el bebé, lloramos mucho porque nos dábamos
cuenta de que ese otro niño se había quedado sin padres. Fue trágico.
Selva lagrimea y se estremece al evocar el momento.
Pasó el tiempo y el niño quedó al cuidado de Magali Varela, que era vecina…
Se recompone y prosigue evocando.
Larrea fue un referente en todo sentido. Hasta por su forma de vivir. Él era austero,
tenía una ética, tenía como valor a la amistad... era como que había un sabio en
Córdoba, ¡y un sabio vivo!
Selva se ríe emotivamente.
Y tenía todas las cualidades del hombre estudioso. Y un peso, algo que vos si lo veías
lo admirabas, sentías que estabas con un ser diferente, pero no por esnob, sino porque
tenía su centro ubicado en otros valores. Además, era un sobreviviente de la Guerra
Civil Española. Cuando cae la República Española e incluso la producción editorial,
los escritores se repartieron entre los dos países que tenían más trayectoria, entre
Méjico, donde se arma el Fondo de Cultura Económica, y Buenos Aires. Se forman
esos dos polos de la actividad editorial en América Latina porque España había
sucumbido. Por ahí se me mezclan las historias de Alfredo Cahn y su mujer (*), que
vivían aquí, en Río Ceballos (*), y que también fue un exiliado, con la de Larrea.
También fue muy amigo Larrea del escultor Barral y de su mujer, Consuelo. Cuando
volvió la democracia a España, el pobre Barral fue allá y, de la emoción, muere en
una estación de trenes. Sí, sí, así fue la muerte de Barral. Tenía un hijo que se
llamaba Lope, y a mí me encantaba que se llamara así por Lope de Vega.
Selva se ríe.
Era una poesía, ¿no? Nosotros quisimos ponerle Pablo a mi hijo, por Pablo Picasso y
por el libro que había hecho Larrea, mi suegro se enojó y nos hizo llamarle Claudio.
Vuelve a reírse, recordando.
“Claudio” es más clásico...
Selva: - Clásico, sí. Ya voy a hablar con María Inés, mi cuñada, hija de Adelmo, para
que nos cuente otras cosas. Claro, Monserrat (*) murió, Culleré (*), Fulgueira, que
era un abogado, eran todos “gallegos”, por eso se reunían. Pero han muerto todos.
Se reunían los viernes a comer en casa de Adelmo.
Pero Consuelo Barral vive...
Selva: -Ella sí, porque era muy joven cuando se casó.
También creo que fue Larrea quien tendió el vínculo para que Adelmo lo conociera a
Joaquín Rodrigo, el autor del Concierto de Aranjuez...
Selva abre una digresión.
A veces se contaban historias sobre cómo habían hecho para salir de España. Alfredo
Cahn, por ejemplo, que había ido a formar parte de las Brigadas Internacionales, era
suizo alemán. Como fue Christopher Claudel, que escribió un libro (basado en el cual
hice mi tesis en la Escuela de Artes); lo tuve en edición de Siglo XXI. Lo había
escrito antes de 1936, yo pesqué una publicación del año 1970 y era totalmente
vigente. Habían pasado cuarenta y pico de años y el autor no sé si tendría treinta
cuando habrá muerto en España, ¿qué terrible, no?, que haya muerto ahí, que se haya
perdido, porque ese libro era genial. Hablaba sobre el pensamiento y la creatividad
del artista, del mundo de conocimiento que se construye a través del arte y la ciencia,
pues hacía un paralelo. Pero decía que el científico debía poseer una sensibilidad y
una intuición similar a la del artista. Los republicanos españoles estaban interesados
en la creatividad y la educación, tanto que una cosa que despertó escándalo en los
reaccionarios fueron las escuelas para ambos sexos.
Retoma la evocación específica de Larrea.
Me parece que Larrea fue también quien relacionó a mi suegro con Manuel de Falla,
que estaba en Alta Gracia (*). El único que pudo hacerle un reportaje fue Adelmo
Montenegro, porque Falla no daba reportajes, y recibía a la gente un solo día, creo
que los jueves. Adelmo fue varias semanas hasta que le dijo: “Yo lo voy a traicionar,
porque soy periodista”. Falla le autorizó a publicar las charlas.
¡Qué lindo esto, me pone contenta que alguien quiera rescatar la memoria de una
persona tan valiosa!
Claro, te conté que esto es para rescatar aspectos biográficos de su vida...
Selva: -Yo sabía lo que había sido la guerra civil en España porque mi abuelo, a pesar
de ser monárquico, recibía a los anarquistas exiliados en su casa. Llegó a tener treinta
y cinco anarquistas refugiados, que se hicieron todos imprenteros, para ellos el libro
era conocimiento, cultura. Se instalaban imprentas en el sur de la provincia o
entraban a trabajar en imprentas aquí.
Selva ha mencionado, tanteando en el recuerdo, a Magali Varela, entonces le pregunto:
-¿Recuerdas cómo era Magali Varela físicamente? :
Selva: -Sí, era una mujer de tez clara, muy elegante, muy dama, parecía una
centroeuropea, creo que los ojos eran claros.
De la hija de Larrea recuerdo la foto que estaba en la biblioteca de mi suegro.
Después que él murió no sé dónde habrá ido a parar.
Notas:
(*): Pabellón Argentina es donde se realizan los mayores eventos culturales en la Ciudad Universitaria de
la Universidad Nacional de Córdoba.
(*): Alfredo Cahn: Profesor de Filosofía en la Universidad de Córdoba, por la misma época de la llegada
de Larrea.
(*): Río Ceballos: localidad serrana cerca de Córdoba, capital, donde actualmente reside también Selva.
(*) Se refiere al poeta Santiago Monserrat, de Córdoba.
(*) Lo dice por Jaime Culleré, padre de Carlos.
(*): Alta Gracia: pequeña ciudad a unos 30 kilómetros hacia el Sur de Córdoba, donde también vivió, de
niño, Ernesto “Che” Guevara con su familia.
Entrevista realizada a Gustavo Roldán,
colaborador de Larrea en César Vallejo o Hispanoamérica en la cruz de su razón. Es
uno de los más conocidos escritores argentinos de literatura infantil, varias veces
premiado y con numerosas ediciones. Este encuentro lo sostuvimos en la ciudad de
Buenos Aires, el 2 de Agosto de 2002.
¿En qué circunstancia conoció usted a Juan Larrea? :
Gustavo: -Cuando un día apareció un señor en Córdoba, del cual nadie había oído
hablar, y allí nos enteramos por la información que circuló en torno de la conferencia
que iba a dar sobre César Vallejo, de que era un famoso poeta español, no conocido
en Córdoba, como tantas otras cosas que no conocíamos en esa época.
¿Cuándo tiene que haber sido esto? ¿Cincuenta y seis?
Sí, llega en el año cincuenta y seis.
Gustavo: -Dio algunas charlas sobre César Vallejo, también poeta muy desconocido.
Tanto lo era que no se podía conseguir ninguno de sus libros de poesía. La única
edición que había, creo que en Losada, estaba totalmente agotada hacía muchísimo
tiempo y a los pocos que habíamos tenido acceso a alguno de sus libros nos
interesaba mucho. Algunos éramos admiradores de Vallejo, pero de ninguna manera
se podía considerar un poeta conocido con cierta amplitud. Por cierto, en la facultad
no se lo estudiaba. Larrea lo hizo conocer, lo divulgó y en cierto modo lo volvió a
poner en el lugar que le correspondía. Él estaba como con una obsesión por hablar de
Vallejo y lo consiguió; en Córdoba y en una zona más amplia, en Argentina se vuelve
a hablar de César Vallejo. Por eso en el libro que armamos con charlas, datos
biográficos y poemas que conseguimos -medio tramposamente- pudimos publicar
una pequeña antología. La editorial nos autorizó a publicar media docena de poemas,
pero no nos alcanzaba. No es que tuviésemos ganas ni Larrea ni los que
colaborábamos de robarle a la editorial; pero dijimos: “No nos queda más remedio”:
En este país, las cosas son así, eran así y siguen siendo así. Pensamos: “¿Cuándo va a
aparecer otra publicación de Vallejo para que la gente pueda leerlo?” Después de
muchos trámites y papeleo nos dieron autorización a la media docena de poemas.
Jóvenes, estudiantes y no muy respetuosos de esas leyes que nos parecían tan
absurdas, dijimos: “Total, no nos van a meter presos”. Entonces nos fuimos
calentando la cabeza, especialmente con Paiva (*) -quien en realidad trabajaba más
que yo- y decíamos: “Pongamos también este otro, y agreguemos éste, y
conversemos con Larrea para ver si le parecen bien a él los materiales que estamos
eligiendo...”. Al final, salieron un montón de poemas. Creo que hicimos muy bien.
Naturalmente, no pasó nada, nadie nos hizo un juicio, nadie nos metió presos y
logramos difundir por lo menos varios poemas y no media docena, que era muy
poco.
Gustavo hace una pausa, cavilando.
¿Qué significaba la presencia de este hombre? Lo que más recuerdo y más me
interesa decir de Juan Larrea, de este desconocido poeta del que después nos
enteramos que era famoso pero allí, en la facultad, era desconocido... si era
desconocido Vallejo, con mucha más razón Larrea porque, además, después, cuando
los años fueron pasando, nunca se ocupó de difundir su poesía. Se ve que la tenía
como una cosa propia, cerrada, su preocupación iba por otro lado, no en preocuparse
por hacer un poco de ruido alrededor de él, de su propia creación, para nada,
absolutamente para nada. Sí con Vallejo, dedicaba su vida a Vallejo…
Hace una pausa y luego prosigue:
Un momento muy oscuro de la Argentina. Salíamos de un largo proceso, creo que
salíamos de la sartén para caer en el fuego. De la peor época del peronismo para caer
en la Revolución Libertadora y no fue ni lo viejo ni lo nuevo demasiado bueno que
digamos. Fundamentalmente era una situación oscura, con una facultad atrasada,
primitiva, llena de monjas y curas. Después se transformó, en ese momento se estaba
empezando a transformar, a producirse cambios, a irse alguna gente y a venir alguna
gente con un poco más de dos dedos de frente. Pero hasta allí había una oscuridad
completa. Dentro de esa reconstrucción que se estaba intentando con otro espíritu,
apareció Juan Larrea. Creó un aire distinto, un aire serio, responsable, de un
pensador, de un crítico, de un hombre... sabio, que sabía muchas cosas y lo
demostraba permanentemente en las conversaciones cotidianas, con el cual uno podía
no estar de acuerdo en ninguna de las cosas que decía, pero era sabio. Era
enriquecedor escucharlo, al margen de que uno podía no compartir su ideología. Yo,
por ejemplo, no la compartía.
Servía escucharlo. Estábamos en un mundo tan chato, tan sin luces, que cada palabra
de Larrea iluminaba cosas. Ayudaba a entender, a mirar de otra manera, a dudar de
ciertas cosas, a pensar, a recomponer y a comenzar a inquietarse por cualquier otro
problema que a uno le pudiera interesar. Creo que, para mí y para mucha gente, eso
fue lo fundamental de la presencia de Larrea: escuchar. Porque era un “gallego” que
venía y decía cosas que nos dejaba inquietos a los jóvenes que estábamos cerca de él,
cansados de la chatura que reinaba y siguió reinando hasta el día de hoy. Pensábamos
“Ya van a cambiar las cosas”, pero no, hubo un caso, dos casos... y se encargaron
rápidamente de suprimirlos porque molestaban... Aparecieron profesores y cátedras
nuevas que trajeron otra visión de la literatura, otra selección de contenidos en sus
programas, pero en dosis pequeñas y periódicamente los echaban, porque
incomodaban.
Gustavo da vueltas en sus recuerdos, en silencio.
Juan Larrea, no sé por qué cosa medio mágica, o por sus méritos, se ganó un lugar de
privilegio entre quienes lo seguían y los que no lo seguían. Había un respeto hacia la
persona, la figura de este señor que se fue acercando a la facultad y logró crear su
propia cátedra, su propio lugar, su centro de investigaciones, hasta que en algún
momento no sé por qué cosas (porque en este país siempre pasan “cosas”), Larrea fue
encerrándose en sus trabajos, en sus propias especulaciones, en el desarrollo de su
pensamiento, lo que me parece correctísimo pues era lo que a él le importaba.
Entonces se produce un conflicto, uno se acuerda a veces más de los conflictos que
de las cosas buenas, porque queríamos que Larrea dictara algún curso, algún
seminario, algunas clases, conferencias, charlas, nos hacía falta esa palabra
inteligente sobre la poesía, sobre autores o lo que a él se le ocurriese, porque se
estaban estudiando tonteras sobre la poesía española. Y Larrea no quería saber nada.
Se ve que estaba cansado del público, de los estudiantes o no sé qué…
Gustavo sonríe comprensivamente.
…y prefería seguir allí encerrado, en su pequeño lugar de trabajo. Por eso le decía
antes que él buscó un poco separarse, corrió un poco a la gente... Lo que pasa es que
a veces no hay acuerdo entre lo que quiere el estudiante y lo que desea el maestro.
Nosotros ansiábamos que el maestro nos diera un cursillo, un seminario, algo, pero él
no tenía ganas. Él, de alguna manera, era una especie de iluminado y, a lo mejor, no
confiaba en quienes no fueran sus seguidores fieles. Lo que creo que esperábamos
todos era oír una palabra seria, profunda, sabia, que sabía de cosas que no
escuchábamos de otros miembros de esa facultad, ellos sólo daban una repetición de
lo que decían los manuales...
Gustavo permanece en silencio, buscando en su memoria.
¿Qué lo separó también a Larrea? Su postura era netamente mística. Él vino (eso es
lo que él mismo decía) a Córdoba, en ese momento, porque había ciertas fuerzas
nuevas, distintas, donde un nuevo mundo se empezaba a producir. Todo un
pensamiento anti-peronista…
Gustavo se ríe
…para ponerlo en términos concretos. Habíamos terminado con una dictadura, un
mal momento en la Argentina, lo que no quiere decir que necesariamente cayéramos
en uno bueno, sólo habíamos terminado con uno malo.
Gustavo se ríe nuevamente.
Él veía que histórica, geográficamente, este era un punto perfecto donde se
concentraba una suma de fuerzas que coincidían en el tiempo, en la historia, en las
situaciones políticas y mostraban ese “nuevo mundo” que comenzaba a funcionar de
otra manera y el lugar era Córdoba, donde se había hecho la “revolución libertadora”.
¿Vivías en Córdoba en esa época?
Sí, pero era muy chiquita en edad...
Gustavo: -“Eso” era un producto fuertemente cordobés, con su eje fundamental allí.
Entonces estaba marcando que era Córdoba el lugar elegido, era el centro... bueno, a
todo cordobés lo tentaría (yo no soy cordobés, aclaro) (*) que le digan que es el
centro del mundo…
Gustavo lo dice entre irónico y risueño.
... y el centro de la historia que se iba a gestar, un nuevo mundo para todo el mundo.
De alguna manera, con un profeta que se llamaba Juan Larrea, ehh... Esas son las
interpretaciones contrarias que se pueden hacer respecto de don Juan. De repente en
ese juego con el que se entusiasmaba ciegamente, en el que creía ciegamente don
Juan...
Gustavo abre una digresión.
Porque él era “don” Juan, nosotros éramos unos chicos y él ya era un señor, famoso,
inteligente, sabio... Insisto en esto: sabio aun para los que no estábamos de acuerdo
con lo que estaba diciendo, que es una muestra de sabiduría muy grande. Es fácil
llamarle sabio a aquel con quien comparto mi pensamiento, pero a aquel a quien no
sigo en su pensamiento y, sin embargo, debo llamarlo sabio, ¡a la flauta!... debe ser
bastante más sabio todavía para producir esa cosa entre la gente. Correspondía a la
concepción de Larrea que hubiera gente joven, que hubiera sangre nueva que pudiera
tomar esas banderas que él esgrimía para crear ese “nuevo mundo”.
Eso había sido en el cincuenta y seis, cincuenta y siete, cincuenta y ocho, en los
primeros años en que estuvo, pero después siguió estando muchísimos años más y la
verdad es que el “nuevo mundo” no aparecía. Ni apareció. Al contrario, vamos yendo
hacia atrás, no hacia un nuevo mundo. Yo me abrí de ese pequeño grupo que lo
seguía y sabía que él proseguía allí, siempre encerrado en su Instituto, investigando,
estudiando, escribiendo, pero ya no sé qué cosas. Ahí, lástima que Paiva ya no esté,
Paiva sabe mucho de eso, bah, (irónico) dejó de saberlas también. Fue una cosa muy
fuerte, pero se perdió. Los últimos tiempos que estuve allá, hasta el setenta y cinco,
ya los estudiantes no sabían que ahí al lado, en el edificio donde uno iba a clase, ahí
arriba había un señor que estaba encerrado en una oficina trabajando. Se ignoraba su
presencia.
Soy una de las que no supo que estaba...
Gustavo: -Nadie sabía que estaba esa persona allí, era inexistente, inexistente... Me
doy cuenta de que, a pesar del respeto que tenía por la figura de Larrea... no haber
comprendido, no haber comprendido, fui uno de los que iba a exigirle al Consejo de
la facultad que Larrea dictara una cátedra, un cursillo, una serie de charlas, que
continuara con sus investigaciones pero que diera algo, que saliera, pero no, no quiso
saber nada. Yo no lo vi más, durante años no lo volví a ver. Sabía que estaba allí, me
contaba entre los pocos que sabíamos que había un señor en unos pequeños
escritorios escribiendo, investigando, pero el resto de los que iban a clases ignoraban
que estaba Juan Larrea. Ya se sabía que era un poeta famoso, en el setenta y pico ya
todo el mundo conocía quién era, pero dentro de la facultad se ignoraba que estuviese
presente.
Había dejado algo muy importante. Yo era, soy, un admirador a muerte de César
Vallejo, para mí fue fundamental hacer el trabajo junto a Paiva de leer, elegir, discutir
sobre los poemas. Nos llevó a meternos en por qué este poema sí, éste no, dentro de
la selección obligada que debía ser limitada. Queríamos publicar todo, todo. Pero
nuestra capacidad de robo era limitada, llegaba a infringir las leyes hasta cierto punto
y no nos animábamos a más. En realidad tampoco nos hubieran dicho nada, los que
nos prohibían estaban aquí en Buenos Aires. La prohibición regía sobre una edición
“pirata”, pero este era un libro de tirada reducida, no era comercial, no iba a competir
con Editorial Losada, pero son principios editoriales duros, cerrados. Muchos
después lo reeditaron a Vallejo y creo que en parte se debió a nuestro trabajo, porque
movilizó muchas actividades. Después de la edición de Larrea, aparecieron uno y
otro y otro trabajo sobre Vallejo, investigadores que comenzaron a acordarse y
redescubrirlo o a descubrirlo, a publicar notas en revistas, en diarios o libros...
¿Sólo en Córdoba o también en otros lugares? :
Gustavo: -En el país, bueno, léase “el país” como Buenos Aires... Hubo una difusión
que fue altamente positiva, si no, seguiría hasta el día de hoy siendo un poeta oscuro,
perdido. Y de vuelta, en estos períodos de cosas que van y que vuelven del sistema de
las editoriales en que vivimos, hoy, creo que otra vez Vallejo es un desconocido.
Creo que haría falta otra caída de un Juan Larrea que venga y nos cuente que hay un
poeta americano –que debiéramos conocer más nosotros que los españoles-, con
ciertos méritos, con ciertas bellezas e inteligencias. Al margen también de acordar o
no con las interpretaciones, las lecturas de Vallejo que hacía Juan Larrea eran de una
capacidad de ver el mundo, de ver el futuro. Yo veía otro Vallejo, nunca vi “ese”
Vallejo. “Me moriré en Paris con aguacero”... tomaba esa frase como dato que estaba
anunciando dónde iba a morirse, cómo... También con cada una de las cosas que
decían los poemas de Vallejo: “Jueves será”, etcétera, le iban marcando cómo sería el
futuro. No sé si será cierto o no, pero era inteligente, como todo lo que planteaba
Larrea. No veía lo que él decía, creo que casi todos los poetas son como los adivinos.
Los adivinos, los horóscopos, predicen lo que va a pasar: va a morir el Papa, va a
morir el presidente de los Estados Unidos, va a haber una guerra en el Cercano o en
el Lejano Oriente, va a caer un dictador, y siempre se muere un Papa, se muere un
Presidente y cae un dictador. Si no pasa eso, hay otro adivino que dijo: “no va a
morir el papa”, “no va a haber una guerra entre países latinoamericanos”. Ése le
acertó. Alguno le acierta. Vallejo decía esas fórmulas pero yo no creo en la capacidad
de adivinación del futuro. No importa, todo lo demás sí servía y repito: hoy haría
falta otro Juan Larrea que nos haga acordarnos de Vallejo. Ya no están sus libros en
las vidrieras, ya no son leídos ni estudiados. Siempre hay alguna frase, alguna cita
que aparece en algún libro, queda poco y nada más que eso, a tal punto se ha
reducido la presencia literaria de Vallejo, nuevamente lo hemos olvidado. Y no sólo a
Vallejo. Más aun en este mundo “globalizado”, las editoriales se dedican a publicar
lo que se vende mucho, y lo que se vende mucho no es la poesía sino otro tipo de
literatura que es de venta, además, inmediata. Vallejo no ocupa ese lugar. No va a
tener una venta masiva, no va a ser el próximo best seller (Roldán lo dice con cierta
ironía), ni se va a hacer una reedición de sus poesías completas. Entonces, como no
va a ser así, “¿para qué lo vamos a reeditar? Dejémoslo ahí, tranquilo”.
Periódicamente habría que traer un Juan Larrea para Vallejo y para tantos otros
poetas. No es el único olvidado. Además, siempre trae cola; tras de hablar de uno se
moviliza la conversación sobre otro poeta.
Pero todo se apagó después; cuando él un poco abandonó al público y se encerró en
su trabajo, en su pensamiento, quedó frenado un gran esfuerzo que había creado un
espíritu distinto.
Gustavo enfatiza con su tono de voz la importancia.
Había ayudado a que mucha gente comenzara a estudiar de otra manera, a creer que
(insisto: sin estar de acuerdo con el pensamiento de Larrea) había que leer los libros
de otra manera, más seria y profunda, no como estaban diciendo por allí en la
facultad, con formalidades como contar adjetivos y relevar rimas, u otros análisis
según las épocas, que es por lo que habrás pasado vos, seguramente...
Sí...
Gustavo: -Cada vez que hay tiranías, en el “Proceso”, por ejemplo, hay que
neutralizar todo.
Lástima la pérdida, el olvido de Vallejo. Creo que Larrea estaba convencido de lo que
decíamos en un comienzo: Córdoba, el momento histórico, el lugar geográfico, en
esta ciudad, en este lugar, después de la caída del peronismo, era el lugar donde iba a
generarse un mundo nuevo. Él lo creía... si después... bueno, no importa. Y ese
mundo nuevo estaba aquí y el vocero que venía a descubrir cuáles eran los ejes de
esta realidad era él, naturalmente. Supongo haber llegado a la conclusión de que no
había tanto nuevo mundo por aquí, que era una repetición de las mismas cosas que
nuestra historia en el siglo entero viene reproduciendo, año tras año o década tras
década, y que ése sí fue un momento de cambios muy grandes. Él lo habrá visto bien,
en Córdoba hubo un cambio muy grande pero no era un cambio, era una
modificación y no por tratarse de un nuevo mundo. Hay modificaciones históricas,
creación de fuentes de trabajo, una ciudad que se industrializa. La Córdoba timorata,
la “Córdoba de las campanas” (*), la Córdoba llena de curas y monjas que era una
característica muy fuerte hasta entonces, comenzó a llenarse de otra gente.
Empezaron a verse en el centro de la ciudad otras caras y moviéndose de otra forma.
Vos nombraste a Kayser, fue uno de los fenómenos de cambio. Una ciudad que se
industrializa trae mucha gente con otras características y que no es respetuosa de esta
Córdoba tradicionalista, de esta Córdoba llena de clubs sociales, llena de Jockey’s
Club. Llena de tradiciones, infames tradiciones, ¿eh?
En ese tiempo, en que llega Larrea, a media cuadra de la facultad, que estaba en
General Paz 120, estaba el Club Social. Ancha vereda, al atardecer los señores del
Club Social sacaban todos los sillones y mesas y la ocupaban íntegramente para
sentarse a tomar el vermouth. La gente que pasaba tenía que bajar y pasar por la calle
porque no se podía transitar por la acera. Eso era un símbolo de poder de la Córdoba
tradicional. Esa era gente “respetable”, eran gente del Club Social y, si yo quería
pasar por General Paz, la avenida fundamental, debía bajarme. Como estábamos a
cincuenta metros de la facultad, era lógico que nos tocase pasar por esa cuadra y
tener que cruzar por allí. Joven y caprichoso, pero también creo que con derecho y
con razón, yo cruzaba por la vereda, en medio de las mesas.
Gustavo se ríe con ganas.
¡Con incomodidad, pero paso por la vereda porque tengo derecho a cruzar por mi
lugar, que no es de esos viejos ridículos, retrógrados, carcamanes!... Y pasaba. ¡Las
ganas de embromar que tiene uno de muchacho, nada más!..
Ésa era la Córdoba de aquel momento. Pero comienza a convertirse en una ciudad
industrial y trae muchos miles, miles y miles de obreros, gente no respetuosa de esa
“Córdoba de las campanas” y modifica la imagen de la ciudad. Mucha gente de
afuera, y cuando son muchos los que recorren las calles el aspecto cambia. Además,
se moderniza, se construyen edificios, se derrumban viejísimos edificios que estaban
en pleno centro. Vos no habrás llegado a conocerlo, pero ese lugar tan hermoso en la
parte de atrás de la catedral, eran todos negocios, pequeñísimos negocitos, oscuros,
medio tenebrosos, de compra de oro o venta de cosas... oscuras. Todas –lo
descubrimos cuando fueron derrumbados para hacer plazas o nuevas obras- eran
construcciones hechas de barro. Tenían la fachada revocada, entonces uno veía una
casita muy fea, muy vieja y muy pobre, pero pensaba que era de material; no, no,
todo era de barro y paja disimulado con un frente revocado.
Efectivamente, Larrea tenía razón en que se producía un cambio enorme, inmenso de
la ciudad, que dejó de ser ese lugar donde había que ir a misa todos los domingos, de
grandes procesiones, y se iniciaron luchas estudiantiles, protestas obreras. Tomó otro
tono, de ciudad moderna. Me imagino que Juan Larrea habrá visto todo eso que sí,
eran cambios, pero también se estaban produciendo naturalmente en el mundo, había
nuevas tecnologías y formas de organizar una ciudad, donde la aparición de grandes
fábricas (eran muy grandes las fábricas de automóviles que se instalaron) crea no
sólo la fuente de trabajo y trae el personal que trabaja, sino la inmensa cantidad de
industrias subsidiarias que inundaron Córdoba. Hubo una ampliación de la ciudad en
superficie y en cantidad de habitantes, con un movimiento de dinero muy relevante.
Fue una época de riqueza, donde ciertos criterios... Tal vez haya tenido gran valor
que hubiera gente como Luis Varela para que en instituciones como una fábrica
hubiera una Bienal de Arte, hoy las fábricas no hacen bienales de arte ni nada que se
parezca.
Gustavo vuelve a sus recuerdos.
Hay otro hombre que debe saber mucho de Larrea, un gran fotógrafo y novelista...
¿Cómo es el nombre? ... Miel de avispa, una novela bellísima... ¡José Viñals! Muy
desconocido. En la Argentina es un nombre que no sé por qué... bueno, sí sé por qué.
¡Hay tantos buenos escritores que no son famosos en la Argentina!... Miel de avispa,
bellísima obra, José Viñals. Ser fotógrafo era su trabajo, como es en este país: se es
uno para poder comer todos los días, ese “vicio” de los argentinos de querer comer
todos los días, y otro que tiene sus vocaciones secretas. Él era de los que estaban bien
cerca de Larrea. Viñals era amigo de Magali Andrés y de Varela.
¿Recuerda usted algo de aquel hecho desgraciado del accidente sufrido por la hija de Larrea?
Gustavo: -Muy poco, pero sí, recuerdo. La presencia de la hija era vital en la casa de
Larrea. Fui muchas veces a su casa, donde conversaba, hablaba, para aquel grupo de
gente que gustaba de escucharlo. Y la hija era un centro. Bellísima muchacha, muy
hermosa, servía un exquisito té para los cuatro o cinco o media docena de personas
que íbamos, con algunos “scons” o bocaditos. Y estaba como al margen, pero el eje
que manejaba la vida de Larrea era la hija. Creo que él era un hombre impedido por
naturaleza para sobrevivir en este mundo sin tener quién le alcanzara una taza de té,
quién le dijera qué le convenía almorzar. Su hija estaba absolutamente en todo, él
estaba... como afuera. No sé si en la intimidad sería realmente así, pero la imagen
que presentaban durante horas de estar en su casa era que para él los problemas de la
vida cotidiana, donde la gente necesita cenar, dormir... esas cosas nunca eran
nombradas. Estaban permanentemente siendo resueltas...
Gustavo busca las palabras.
…un minuto antes de que él tuviera ganas de tomar el té, ahí estaba listo, preparado
por la hija que era una admiradora del pensamiento de su padre, muy respetuosa y
que lo servía con una fidelidad total. Creo que la pérdida pudo haberlo sumido en un
mundo que se desmoronó. Estoy interpretando, no sé si todo esto es cierto, pero ésa
era la imagen que daba, de dependencia. Como cuando uno es chico y la mamá le
dice a uno “Ya está lista la leche” y le va resolviendo todo, el chico no tiene que
pensar en los problemas. Un príncipe debe hacer lo mismo.
Se ríe, divertido.
A mí me toca distinto, tengo que pensar yo mismo si tengo ganas de tomar un café,
poner el agua y hacérmelo. Nadie piensa por mí y me lo trae justo un minuto antes de
que a mí se me ocurra porque ya sabe que se me va a ocurrir, que es hora de que me
ocurra y el baño esté listo, la comida esté lista y todo esté en orden. Todo ello daba la
impresión de ser resuelto por la hija y don Juan lo tomaba de una forma natural, lo
aceptaba, gozaba de esos beneficios.
En esa época yo no estuve muy en contacto con él, pero lo vi a veces y lo vi como
apagado, como quien sufre una pérdida muy injusta, muy cruel, una de esas muertes
absurdas que le tocan al que no le debe tocar. Con su edad, una persona tan joven, tan
bella, tan llena de encantos, tan inteligente, que desaparezca... Pienso que para él
tiene que haber sido un golpe realmente fuerte, porque para él era también el bastón
en que se apoyaba, tenía un respaldo en que se apoyaba. Aun casada estaba,
seguramente con menos dependencia, pero estaba. Y después dejó de estar. Es como
si eso lo hubiese... supongo, tengo que suponer porque es naturalmente así... llevado
a intentar todo de nuevo.
Hay algo que de alguna manera ya ha respondido, pero igual se lo pregunto: ¿Usted cree que
influyó como poeta en otros escritores de Córdoba u otro lugar del país? :
Gustavo: -No sé, no sé, pero creería que no, en función de lo que le dije hace un rato
respecto de que no circulaban las poesías de Larrea. Comúnmente, un escritor (si no
le publican sus obras) “panfletea” sus poemas en un recital, entre los amigos, en una
conferencia, en una entrevista, habla de ese tema. Juan Larrea no se hacía esa
propaganda que nos hacemos siempre los escritores, que mientras más se conozcan
mis poemas voy a estar más contento (se ríe), y en función de eso poder lograr
alguna influencia sobre otros escritores. Como él no hacía eso sus poesías siguen
siendo desconocidas. Si uno sale a la calle hoy y pregunta... no a la calle sino a los
centros de estudio, a las universidades, quién es Juan Larrea, el noventa y nueve por
ciento le va a contestar que no lo sabe, porque no aprendió quién era. Todo argentino
sabe quién es García Lorca, todos los argentinos sabemos quién es Machado, pero los
conocimientos se nos acaban cuando es alguien que no se ha divulgado. Nunca se
divulgó, nunca fue un poeta con un mundo que girara alrededor de su poesía. Si el
interesado no lo hace, nadie lo hace por él. Y él no lo hizo.
Bueno, espero que le hayan servido mis recuerdos...
(*): Se refiere al profesor Alfredo Paiva, ya fallecido.
(*): Roldán nació en la provincia de Chaco (Argentina).
(*): Título de un libro de poemas del cordobés Arturo Capdevila, de gran popularidad y buena factura
formal.
Entrevista realizada a María Eugenia Courtade,
profesora de letras. Pintora, amiga de Vicente Luy.
¿Cómo conociste a Juan Larrea? :
Eugenia: -En el último tramo de su vida.
¿Recuerdas qué personas lo rodeaban en esa época? :
Eugenia: -Obarrio, bueno, él estuvo en los últimos días. Después, una gente que tenía
que ver con el nieto de Furt, algo así, gente de Buenos Aires, tenían una estancia en
Luján y una gran biblioteca. Fuimos con Vicente, después que murió el abuelo, a
cenar con ellos en una casa a la salida de Carlos Paz (*). No sé qué pasó con Obarrio
y Vicente, pero hubo un alejamiento también. El músico Osvaldo Villar estuvo en
todo el transcurso de la muerte, en el hospital. Yo, desde afuera, también estaba por
parte de Vicente. Él tenía cierta rivalidad con los adultos. Constituíamos un grupo de
adolescentes de diecisiete o dieciocho años que los adultos consideraban locos y a
nosotros nos repugnaban los adultos.
¿A qué edad lo conociste? :
Eugenia: -Creo que a los dieciséis. Comencé a visitar a Vicente en la casa de Jardín
Espinosa. Larrea estaba ahí, almorzábamos, pero siempre estaba en su biblioteca,
escribiendo, revisando papeles. Hasta el último momento, estaba con cuatro sondas
por todos los huecos del cuerpo y creo que pidió una Biblia, pero no para rezar, sino
para buscar un dato. Seguía pensando y quería levantarse para seguir trabajando,
tenía proyectos para concretar. A último momento. Tenía la lengua seca, decía que
tenía la lengua como cartón porque no podía tomar agua, lo hidrataban con sondas y
eso era lo que más le molestaba, la falta de humedad en el cuerpo. Todo el tiempo
quería sacarse las sondas e irse. Nos turnábamos con Vicente para agarrarle la mano
y que no hiciera movimientos bruscos, estábamos toda la noche tomándole la mano,
el brazo. Y tratando de consolarlo, bah, de acompañarlo. Él estaba mal, era una
enfermedad muy molesta. Estábamos en una habitación con dos camas, la suya y otra
al lado. Y nosotros hacíamos vida de adolescentes, comíamos sándwichs, tomábamos
Coca Cola, charlábamos, todos tirados en la cama, sólo que uno siempre estaba del
lado de él tomándole el brazo para que no se quitara la sonda. Así que era una
conversación constante, ida y venida de amigos, “escenitas”, porque yo con Vicente
tenía siempre una historia muy emocional, muy afectuosa pero agitada. Yo dejaba de
ir a la facultad para quedarme ahí, así que estaba siempre nerviosa pero sin ninguna
conciencia de estarlo. Cuando alguien venía a hacer el relevo -“alguien” que debía
ser la enfermera, porque no había nadie más, los adultos llegaban, miraban y se iban
porque en cierta forma eran expulsados por nuestra presencia-... entonces, cuando
llegaba una enfermera a cuidarlo íbamos a un restaurant a comer, a comprar
hamburguesas, cosas así.
Recuerdo que un amigo común que teníamos con Vicente, Gabriel Ávila, que vive en
Estados Unidos, músico, de nuestra edad (diecisiete años) le preguntó una vez: “¿Y
usted, abuelo, es feliz?” ¡Yo me quería morir...! Larrea estaba lleno de sondas, al
borde de la muerte, y este delirante le pregunta eso. No sé qué le contestó. A mí me
pareció terrible, una afrenta. Primero porque yo consideraba que la felicidad era algo
cursi, “mersa” y preguntarle a un moribundo si era feliz...
¿Cuál fue la enfermedad de Larrea? :
Eugenia: -Tenía un cáncer en el estómago o los intestinos, no sé. Fue muy
traumático. Él quería que lo cremaran.
¿Y fue cremado? :
Eugenia: -Sí. Estuvimos ahí desde Mayo hasta el 9 de Julio, en que se murió. Ese día
yo me había ido porque me habían invitado a almorzar en Villa Allende, cuando
volví ya había muerto y a la noche (creo que ya lo habían cremado) llegó el tío de
Vicente desde Buenos Aires, un Larrea también, sobrino del abuelo. Nos fuimos a
cenar y después Vicente volvió a la casa y al Servicio Militar, era un trauma tener
que volver, se sentía encarcelado, era terrible. Seguí visitándolo en el cuartel, en San
José de la Dormida (*) y él estaba cada vez peor, cada vez más deprimido. El tío o
algunos amigos consiguieron influencias y lo sacaron. Había salido del Servicio con
licencia por la enfermedad del abuelo. Recuerdo que el abuelo estaba negando
siempre su enfermedad. De alguna forma se hacía ver en el Hospital Privado y creo
que allí lo diagnosticaron, pero negaba la gravedad de su enfermedad. Quería
trabajar, no sé qué libro estaba escribiendo, e incluso manejaba el auto, una R4, hasta
poco antes de caer en la internación. Lo más terrible fue que le hicieron un ano
contra-natura y había que ocultarle eso, no sé si al final se enteró. Lo más raro fue
estar con un enfermo de ochenta y cinco años y nosotros en una vida completamente
activa en su propia habitación. Alterados, no teníamos ninguna contención, éramos
todos medio huérfanos, yo tenía mi madre pero hacía lo que quería. Dormíamos de
día, estábamos de noche ahí, nos turnábamos con Vicente; yo iba dos horas a mi casa,
una hora a la facultad...
Y los chicos que estaban, ¿tenían noción de quién era Larrea? :
Eugenia: -Más o menos. Yo lo sabía porque estudiaba Letras. Además, teníamos una
admiración por todo lo que había en su casa, que era bellísimo. Las pinturas, las
cartas, los libros…
¿Aquellas cartas de poetas europeos, por ejemplo? :
Eugenia: -Sí, había de todo en manos de Vicente y uno más o menos participaba.
Todo eso es lo que se supone que se ha perdido...
Eugenia: -Han robado, entraron a robar. Poco tiempo después (creo que Vicente
estaba en el Servicio Militar) la casa quedó medio a merced de una gente que vivía
allí, creo que unos amigos...
María Eugenia aclara:
…amigos en ese plan de gente de dieciocho o veinte, que nadie cuida nada, y no sé si
en ese momento o después, cuando quedó la casa sola, entraron a robar e incluso
robaron las cenizas de los padres de Vicente, que estaban en dos cofres. Parece que
fue un robo selectivo, hecho por gente que sabía. Y luego yo me alejé. Empezaron los
problemas con una tía, que se llevó muchas cosas.
¿Qué recuerdo tienes de la imagen de Larrea? :
Eugenia: -Creo que estaba en una etapa de introversión. He ido a almorzar, a pasar la
tarde a la casa, él estaba metido en la biblioteca y, durante el almuerzo, emitía unas
diez frases y volvía a su trabajo. Con Vicente nada más hablaba.
¿Ustedes lo veían como deprimido? :
Eugenia: -No, no. Concentrado en sus cosas. Incluso tenía una actitud de entereza, de
fortaleza hasta en el dolor. Nada de tristeza. Yo no podía interpretar demasiado qué le
pasaba, era una situación extrema. Imaginate, estar con varias sondas por todos lados
y tratando de no morirte. Nosotros estábamos en una actitud de entrega a la poesía,
Vicente decía que había que entregarse, que había que jugarse, yo ni sabía por qué
me tenía que jugar pero lo seguía. Y me torturaba con exigencias, era una especie de
agitador de una misión, de la misión poética. Muy fuerte. Tenía marcada la cuestión
mesiánica (creo que le venía del abuelo) con relación a la poesía, al destino de
América... Era difícil seguirlo. Él después elaboró ese material, se hizo más humano,
más flexible, pero creo que ese carácter inflexible, dominado por las ideas, por “lo
que hay que hacer”, que nunca se sabe bien qué es pero es algo que va más allá del
interés personal y de la importancia personal, creo que tenía que ver con su abuelo.
En esa época publicamos Le Bab. En Noviembre del ochenta, Vicente reunió a dos o
tres poetas, entre los que me contaba, y dibujantes, como Cristina Ávila. Le Bab salió
como una especie de manifiesto anónimo. Tenía ese espíritu de crítica, de llamado a
otra vida, a un paso evolutivo. Fue una etapa muy especial, muy intensa, de muchos
nervios, de mucho amor. Eso tenía relación directa con Larrea porque leíamos mucho
a Vallejo. Para mí fue fantástico, una de las épocas más intensas de mi vida. A mí me
costó cuidarlo a Larrea y seguirlo a Vicente, la amistad de mi familia paterna, la
comunicación con mi padre –que murió al año luego-. No había sido una buena
comunicación, pero de todas maneras... Estaba de novia y corté... Fueron muchas
cosas que se movieron. El problema es que, en la vida cotidiana, ese asunto
mesiánico no tenía solución. Yo quedaba pateando en el aire, porque era una energía
que poseía él, Vicente, y cualquiera podía ser excluido en un segundo, los vínculos
no tenían importancia, lo importante siempre estaba más allá, en el espíritu. Eso
generaba angustia. Además, creíamos que había que vivir en la angustia y en el dolor,
era una especie de principio.
¿Eran unos jóvenes románticos? :
Eugenia: -¡Claro! Por ejemplo, entonces estaba leyendo a Roberto Arlt, Los
lanzallamas, que es para suicidarse. Si uno está a punto de suicidarse, lo hace. Ahora
no me interesa leerlo, a pesar de que las condiciones vitales (no las mías) han
empeorado. Realmente hoy digo ¡qué camino tan tortuoso! No sé si era la idea, el
concepto, pero sí el espíritu que se había generado, algo de tanta exigencia, tanta
dureza.
¿En aquel momento tenían conciencia de que algo de la influencia de Larrea iba en eso? :
Eugenia: -Sí, es decir, leíamos sus lecturas. Y Versión Celeste.
María Eugenia recita de memoria:
“Os compadezco, mis herederos, los que heredéis la herencia de mis manos, de mis
pies, y a ti, al que heredéis mi corazón, os tengo en verdad compasión”.
En el momento en que los dice, no puedo recordar si los versos son de Larrea, no los tengo
presentes.
No sé si eso está en Versión Celeste, pero es suyo. Ese es el espíritu. Ahora creo que
yo no entendía mucho y que estaba movida por el amor a la poesía, a la vida nada
más, pero no se me ocurría una solución concreta para nada. Por ejemplo, yo hacía la
Facultad, en Letras, y Letras era una mierda; desde mi posición social me parecía que
debía seguir allí hasta terminar y poder trabajar con un título. Vicente decía: “No, si
es una mierda tenés que salir de ahí”. A mí no me daba el cuero para salir, porque no
se me ocurría adónde ir si salía.
Lo que nos llegaba era lo que Larrea había dejado en Vicente y las obras, sabíamos
que había venido a hacer algo muy importante, algo a lo que le había entregado su
destino, cosas de la cuestión con Neruda, que ya había pasado pero era un tema, no
desde él, sino desde Vicente. Él no hablaba, estaba muy dolorido. Quería irse a la
casa, consultar libros, estaba pensando, no sé cómo puede funcionar el cerebro de
alguien al que le duele todo.
Y cuando almorzaban en su casa, antes de que enfermara, ¿cuál era el tono de las frases con
Vicente, eran frases cotidianas? :
Eugenia: -Sí, del tipo “Qué ricas milanesas”. Tenían una empleada que cocinaba
bien. Era una vida agradable, la casa era bellísima, vos la conociste. Estaba
organizada en esa época. La biblioteca estaba perfecta, nunca más volvió a estar así;
se fue desarmando poco a poco. Era una vida agradable, que se vivía desde la poesía.
Yo la vivía a través de Vicente. La primera vez que fui, lo primero que hizo fue sacar
Una temporada en el infierno, Poemas humanos... Eran la poesía y el football en esa
casa.
¿El football? :
Eugenia: -Vicente era fanático del football, jugaba. Y el rock. Era rock and roll,
poesía y football. Larrea no tenía problemas. Escuchábamos a Spinetta...
No le molestaban los jóvenes...
Eugenia: -No, Vicente dejó la escuela, no le dijo nada.
¿Dejó la escuela?...
Eugenia: -Si le hubiéramos molestado se habría manifestado mientras él estaba
enfermo y estábamos allí, los pesados, todo el tiempo. Imaginate la cama del
acompañante, con seis o siete chicos, o dos, durmiendo, comiendo golosinas,
hamburguesas... Cuando se puso grave, el cuarto de al lado estaba desocupado así
que nos permitían ir a dormir.
De la gente que estuvo en el final, ¿te acuerdas de alguien? :
Eugenia: -¡Es que no hubo nadie! El tío, Villar, iban, daban una mirada y se volvían.
Estábamos nosotros. Se sentirían expulsados... Después que murió lo vi al tío, fuimos
a cenar, eso fue todo.
¿Y en el sepelio?...
Eugenia: -No hubo sepelio, creo que lo llevaron desde la Clínica Mayo a cremar.
Estuvo todo el 9 de Julio allí, creo que lo legal es dejarlos veinticuatro horas. En el
diario no sé si salió, pero fue una cosa totalmente anónima. El que manejaba todo era
Vicente y él estaba trastornado porque se sentía muy mal por estar haciendo el
Servicio Militar, y que el abuelo se muriera... Una soledad absoluta. Después se fue a
vivir con los Hermida, que habían sido una de las familias que lo “adoptaron”, de
chico.
¿Cómo “que lo adoptaron”?...
Eugenia: -Si, vivió con tres familias distintas cuando era chico, pero el abuelo
siempre lo sacaba y se lo traía. Interrumpía esas etapas. No se adaptó, pero cuando
vivió con su amiga Magali, parece que sí la quiso mucho. Tampoco el abuelo dejó
que desarrollara esa relación. Los Hermida aparecieron con influencias para que
pudiera salir del Servicio Militar. De ahí no sé más.
¿Crees que en definitiva te dejó alguna influencia Larrea? :
Eugenia: -Creo que fue a partir de conocer a Vicente que se definió que yo estudiara
Letras. En el ochenta y dos conocí a un peruano, me puse de novia, pero desde la
idea de que él podía conocer algo más sobre Vallejo. Fuimos a vivir a Perú, pero
resulta que no encontré nada que tuviera que ver con Larrea y muy poco con Vallejo.
Vivir en el Perú fue una experiencia de las sombras, de mi oscuridad y de la
oscuridad, fue lo opuesto a la liberación. A lo mejor fue un tránsito por las sombras
para después pasar a otra cosa, pero fue una iniciación muy fuerte y negativa.
Después de eso entendí que el camino de la angustia no me llevaba a ningún lado. Y
algo se iluminó.
Mi vida estuvo signada por el encuentro con Vicente y con Larrea. A temprana edad.
Cuando conocí a Vicente sentí que ese día había cambiado mi vida, era un hito.
Después no pude resolverlo desde lo racional, desde la identidad. Hicimos Le Bab
pero toda esa efervescencia se acabó cuando se fue, por la crisis que le produjo la
muerte del abuelo, la disgregación de su realidad familiar. Le Bab eran un grupo de
artistas que estaban más allá del arte, la crítica era al arte por el arte, al arte pagado
de sí mismo, por eso había que renegar de la noción de autoría e ir con fines más
elevados, espirituales. En lo vital encontré una prolongación de la locura, era renegar
de todo. Como fue durante la Dictadura, no había otra cosa, la otra cosa había que
inventarla y nosotros estábamos en la crítica. Era la resistencia, pero nada más que
resistencia con relación a la Dictadura y a la manipulación.
¿Podían hacer otra cosa chicos tan jóvenes? :
Eugenia: -Estábamos en una soledad absoluta. Cuando conocí a Larrea él ya
empezaba a sentirse mal. Era la caída de un mundo. Siempre en la vida hay épocas
de intensidad, donde se da todo junto, o nada. Nosotros heredamos, como grupo, su
desinterés absoluto por las vanidades del mundo. Y estábamos en una edad de
formación, donde existe el narcisismo. Pero la idea era ir en contra del narcisismo,
abolirlo. Era muy desestructurante, de ahí venía la sensación de no saber de dónde
agarrarse. Teníamos la noción de pertenecer a un grupo de elegidos, pero era en lo
interno; en lo externo nos veían como a un grupo de loquitos. De hecho, algunos
miembros del grupo cayeron en la locura.
María Eugenia se ríe.
No fue algo vivido en su incandescencia, sino en la agonía de la idea, en la agonía
del espíritu de la idea, en la agonía del grupo; ya todo estaba muriéndose, ya todo
estaba derrotado. ¿Qué nos quedaba? El rock, la resistencia, la locura, la angustia,
para sentirnos vivos. Porque lo otro que se ofrecía era la estructura dictatorial, la
mentira. La poesía sirvió para no morirnos del todo, para que una generación no
estuviera completamente muerta.
(*) Carlos Paz es una ciudad turística a unos cuarenta kilómetros de la capital de Córdoba.
(*) San José de la Dormida es una localidad al Sur de la provincia de Córdoba, donde existe un cuartel
donde, hasta que se suprimió, muchos soldados realizaban el servicio militar obligatorio.
Entrevista realizada a Jorge Schneider,
fotógrafo profesional, artista audiovisual, inventor tecnológico. Nacido en Córdoba,
en 1914.
Solicité esta entrevista a Schneider porque cierta vez me había comentado la
pequeña anécdota que narra. Es conocido por su excelencia técnica en el retrato y
en la fotografía de obras de arte. Fue testigo presencial de la denominada
“Revolución libertadora”, en 1955, que derrocó el gobierno del General Perón; en
la ocasión tomó fotos que fueron publicadas en la revista Times por gestión de un
amigo suyo, quien ocultó su nombre presumiblemente por motivos de seguridad. Su
edad y disminución visual ya no le permiten trabajar profesionalmente.
¿En qué circunstancias conociste a Juan Larrea? :
Jorge: - Llegó un día a mi estudio con su hija para tomarle un retrato. Ella iba muy
arregladita, muy bien peinadita de peluquería, todo perfectamente presentable. Le
hice algunos retratos en esa forma y luego que terminé la sesión se me ocurrió
despeinarla un poco y dejarle los cabellos sueltos, que los tenía muy lindos y largos y
enmarcaban mejor su rostro. Entonces le hice otras fotos con ese nuevo planteo.
Cuando vieron las muestras, Larrea, muy complacido, encargó de todas y,
particularmente, ampliaciones de las que estaba con el cabello suelto. Es decir, la
segunda serie de fotografías. Fue así que lo conocí. Se retiraron muy conformes y al
cabo de unos meses, cuando tuvo la desgracia el señor Larrea de perder a su hija,
vino por mi estudio para ver si yo tenía los negativos y se los podía dar.
Efectivamente, los encontré, se los di y se retiró. Ahí terminó mi vinculación con él.
Si yo hubiera sabido quién era Larrea hubiera podido tomarle un buen retrato, lo
habría invitado para fotografiarlo.
¿Recuerdas cómo era él físicamente, o su hija? :
Jorge: - Muy poco. Tenía el aspecto de un individuo cultivado. A veces, uno, en el
rostro, en la forma de actuar, se da cuenta cuándo una persona es culta o es un patán.
Yo capté inmediatamente el nivel de este hombre sin saber quién era ni su currículo.
No tenía noticias.
¿Y cuándo supiste quién era? :
Jorge: - Un tiempo después que él vino a buscar los negativos lo supe, no sé por qué
circunstancias, vine a enterarme... A ver, había un arquitecto cordobés... ¿cómo se
llamaba? ... que era muy amigo de ellos...
¿Habrá sido Waysman?:
Jorge: - No... uno que estuvo también en Estados Unidos, y en Venezuela... Ay, no
me puedo acordar, che, pero ahí vine a enterarme de que era un intelectual.
¿Sería Varela? :
Jorge: -¡Varela! Los Varela, precisamente. Ellos lo conocían y me hicieron una
semblanza del nivel intelectual de este hombre.
¿Dónde estaba ubicado tu estudio? :
Jorge: - En la Avenida Colón, número 25, al lado del diario La Voz del Interior, en un
primer piso. En ese momento decían que era el mejor estudio de Córdoba, pero…
(Schneider pronuncia el resto de la frase riéndose, con su habitual bonhomía)
…comercialmente fue un fracaso, como es lógico con todo lo que llega a tener cierto
nivel de excelencia, según decían los que lo elogiaban, ¿no?
¿Es decir que, cuando Larrea llegó ese día a pedirte los negativos, vos ya sabías lo que había
pasado, quién era?
Jorge: -Sí.
¿Recuerdas algún otro detalle de Lucienne, de la hija?
Jorge: - En una serie de fotos que había en el estudio, cuando finalmente lo tuve que
cerrar porque el edificio se vendió, en la colección que quedaba, seguramente estaba
incluida alguna de las muestras de los retratos que le tomé a la hija. Pero todo eso se
perdió. Después transferí el estudio a otra persona y no volví a tener noticias de
Larrea.
Cuando llegó al estudio a pedirte los negativos, ¿él mismo te contó algo, por ejemplo cuál era el
motivo por el que quería recuperarlos? :
Jorge: - Sí, me dijo que había fallecido su hija y por eso buscaba los negativos.
Seguramente para conservar no sólo las copias sino los originales.
Después supe que el piloto que había manejado ese avión era un “inglés” (*); parece
que la caja negra registró que cuando la cosa ya estaba perdida el piloto dijo algo
como “¡Ay, qué macana!”. Una cosa así.
¿Recuerdas el nombre o el apellido, algo más de aquel piloto? :
Jorge: - Era de esos ingleses que acostumbraban a reunirse con otros los domingos,
en un templo evangélico en el boulevard Willwrigt, en barrio General Paz. Yo solía ir
con amigos ingleses porque se servía té con masas, hacíamos vida social con las
chicas y las madres nos miraban como posibles candidatos. Y nosotros ni la más
remota intención de ser candidatos ni de fe religiosa, íbamos porque era divertido.
Schneider se ríe de su confesión.
¿Recuerdas, cuando te pidió los negativos, que lo hiciera de alguna forma particular? :
Jorge: - No, no. Con mucho comedimiento, con mucho respeto, como la persona que
era, eso sí, eso se traducía inmediatamente, casi...
(no entiendo la palabra que ha dicho)
¿Cómo dijiste? :
Jorge: - Casi afectivo.
“Casi afectivo” (pronuncio la frase un tanto lentamente) :
Jorge: - Claro, porque yo con su hija había hecho algo más que lo que él pensaba
obtener.
¿Y no recuerdas la fisonomía de ellos? :
Jorge: - Bueno, fisonómicamente... él tenía un aspecto de fijosdalgo español, lo que
uno entiende por la figura, el rostro, el empaque, la forma de hablar de la persona que
se sabe que está culturalmente y socialmente bien ubicado. Eso trasciende y yo lo
percibí. De ahí que me di cuenta rápido de su cultura, su lenguaje... aun siendo breve
la relación, en una negociación de fotógrafo a cliente, lo advertí: era un fijosdalgo
español.
¿Y el rostro de ella, cómo era? :
Jorge: - El rostro de ella era ovalado, tirando a dolicocéfalo, un rostro suave, más bien
delicado, los ojos eran oscuros, no me acuerdo del color, porque no me fijé, y el pelo lacio y
largo. Se lo habían acomodado muy bien, muy “a la onda” de ese momento, al cabello,
recogido, que por cierto le quedaba bien, pero yo le di otra posibilidad soltándole el cabello y
dándole unos manotones...
Schneider termina sonriendo melancólico y tierno.
(*) Lo más probable es que Schneider se refiera a un descendiente de ingleses, así como él es hijo de alemán
Entrevista realizada a NOÉ JITRIK, profesor universitario
y crítico literario y a su esposa,
la novelista TUNUNA MERCADO. Noviembre de 2009.
He contactado con Noé sólo mediante Internet, a partir de una amiga en común. Sin embargo, su
amabilidad me permite entrevistarlo personalmente en su departamento en Buenos Aires en lugar de
responder el cuestionario por correo electrónico. Las paredes cubiertas de estanterías y otros
muebles también con libros hablan de su pasión por la lectura.
Al principio, Jitrik me pide que exponga cuál es el tenor del trabajo que estoy realizando a propósito
de la residencia en Córdoba del poeta Juan Larrea. Cuando termino de exponer, Noé comienza a
hablar de motu proprio.
Noé: Me parece que a Larrea hay que considerarlo, en buena medida, como parte de
la presencia española en la Argentina, después de la guerra civil española. No
olvidemos el paso de Rafael Alberti, de García Lorca, con estadías mucho más
breves que la de Larrea y, sin embargo, de ellos se guardan testimonios históricos,
pero de Larrea, no.
En esos años cincuentas, sesentas, era importante la influencia de Guillermo de
Torre, de Gómez de la Serna. Y Larrea estaba tratando de formar un polo, por decirlo
así, unívoco, en torno a la exaltación de César Vallejo.
Mi recuerdo de la facultad de Filosofía anda por 1962, cuando el decano era Prieto.
Si tuviera que utilizar un término para definir la atmósfera que se vivía, ése es:
“brillo”. Se lo veía, por ejemplo, en la relación que se establecía entre estudiantes y
profesores. A diferencia de eso, Larrea era un solitario, él se apartaba un poco.
Pero luego el “onganiato”58 acabó con todo. Se produjo una diáspora en la que
partieron docentes como Zelma Agüero, Elda Díaz. Asumió como rector Jorge
Orgaz.
Al principio, Tununa, que se ha ubicado frente a una PC en la entrada de la salita, sólo escucha. En
cierto momento, Noé la señala y comenta: “A ella le interesa este tema tanto como a mí”. Tununa se
levanta de su asiento y viene a una silla en la salita contigua, donde estamos sentados.
Tununa: Me interesa esta conversación porque hay coincidencias que parecen
increíbles. Anoche encontramos estos ejemplares del diario Córdoba, de 1962, con
notas sobre la polémica que Larrea sostuvo con un consejero estudiantil. Y hoy viene
usted a hablar de la estadía de Larrea en Córdoba.
Tununa me acerca las páginas ocres por la vejez de dos suplementos dominicales del diario Córdoba,
muy bien conservadas.
El recuerdo que tengo de la época de Larrea es sobre todo personal. Yo era una
estudiante y estaba atónita al ver aquella aula llena de gente cuando se realizó el
coloquio sobre Vallejo.59
58 Jitrik se refiere al gobierno de facto del general Onganía, instaurado en 1966, destituyendo al presidente electo Arturo Humberto Illia.59 Se refiere a …. 1959.
Noé: Vinieron escritores y críticos muy importantes, como Saúl Yurkievich, que
había publicado su libro sobre Vallejo. Pero se desarrollaron diferentes posturas,
algunas contradictorias, sobre Vallejo, y Larrea no aceptaba.
Tununa: También hay que tener en cuenta que la muerte de Luciente, su hija, lo
liquidó moralmente.
Noé: Me parece que él en parte debía sentir la incomodidad del exiliado, me temo
que no toleró bien la necesidad de entender códigos extraños, que le produjeron una
cierta sofocación. A veces exponía discursos contra las posiciones del PC que, aquí,
todavía eran palabra guiadora, por ejemplo. No olvidemos que era la etapa de la
“guerra fría” entre Estados Unidos y Rusia.
Tununa: Larrea daba una versión de Vallejo muy distinta de las otras. En la respuesta
que da aquí, en el Córdoba, de Vallejo dice “místico” y explica por qué, pero la
interpretación del PC era muy cuadrada, al atribuirle a Vallejo simplemente por sus
poemas contra la guerra civil española o a favor de la república, que era comunista.
Como España, aparta de mí este cáliz… Ahora uno tiene otra visión, no
necesariamente por escribir así Vallejo tenía que ser comunista.
Ahora uno tiene otra concepción, pero entonces era una lucha fuerte. En la nota, se le
critica a Larrea que no se lo ve en la foto del funeral de Vallejo y que quien está
diciendo el discurso es Louis Aragon. Es una cosa chistosa.
Además, en aquel momento Larrea defendía mucho a Georgette, la mujer de Vallejo.
Noé: Larrea tenía la hipótesis de que Vallejo era el profeta del nuevo mundo, ese era
el punto. Por eso existía aquel grupo en la facultad que mantenía una relación
distante con él, no sé por qué, pero después esa postura varió hacia una parecida a la
de Larrea con respecto a capitalismo y comunismo.
Pero Larrea mantuvo una actitud soberbia. Esa referencia que hay en la nota a la
“guerra fría”, eso era superficial.
Según entiendo, la postura de Larrea lo llevó a que ante algún sector se lo confundiera con el
catolicismo.
Noé: Claro, pero él no tenía ese origen. En cambio, Luis Enrique Revol, Emilio Sosa
López, eran gente de otro origen.
Entrevista realizada a MARÍA MARGARITA (”MAGALI”)
ANDRÉS BRESSON, en Buenos Aires, Febrero de 2010.
Magali es doctora en Ciencias de la Educación y como tal se ha desempeñado
largos años en Naciones Unidas, recorriendo cuarenta países.
Fue secretaria del Instituto del Nuevo Mundo fundado por Juan Larrea en la
Escuela de Filosofía de la Facultad de Filosofía y Humanidades (UNC).
Formó parte de los organizadores del Simposio sobre César Vallejo realizado en esa
Facultad en 1959 y de la participación en la Bienal de Arte Kayser, en 1962.
Reside en Buenos Aires, donde me recibió.
Hace un día espléndido de sol pero no muy caluroso, pese a que estamos en pleno verano. Es que la
semana anterior hubo una serie de tormentas muy fuertes de lluvia y viento, que bajaron la
temperatura más de lo normal. Es una suerte, porque eso aliviana el trajín en esta gran ciudad.
Magali me recibe en el living de su casa, de cuyas paredes cuelgan cuadros de grandes pintores
argentinos y se abre un balcón cuya vista alcanza la orilla opuesta del Plata, el Uruguay. Es una mujer
serena, bella en su edad aproximadamente octogenaria. Como es la primera vez que nos tratamos, le
entrego un ejemplar de cada uno de los dos últimos títulos que he publicado, mi currículum impreso y
una copia del texto de Vigilia de un Sueño. También le comento el objetivo general de mi libro.
Es Magali quien comienza a recordar a Juan Larrea:
Magalí: …Larrea era una persona muy especial. Tenía una lógica poética lo que
hablaba y su lenguaje era muy distinguido. Quizás, si le hubiera dado un toque más
esotérico a lo que decía habría sido más sencillo aceptarlo. Él decía que es la cultura
lo que habla y que las frases se van armando con relación a ese paradigma.
(Magali expresa su pensamiento tan fluidamente que me cuesta retener sus palabras y
apuntarlas.)
¿Usted estuvo con Juan Larrea desde su llegada a Córdoba?
Magalí: No, a Larrea ya lo había conocido en Nueva York. Lucienne por entonces
trabajaba en una librería. La casa de los Larrea quedaba cerca de la universidad de
Columbia.
(Nos sentamos en un amplio sillón, pero no me ofrece nada de beber y a cambio me invita a que,
apenas llegue una persona que espera, nos crucemos hasta el bar La Biela, que está frente a su casa.
Seguimos conversando.)
Magalí: Yo había salido de la Argentina en 1949, hacia Venezuela. Antes de ese
viaje, había conocido a León Felipe a su paso por Córdoba. Fue él quien me dio a
leer La Espada de la Paloma. León Felipe se había presentado en la Biblioteca
“Alberdi”, en un acto donde concurrió muchísimo público, pero también en medio de
manifestaciones de grupos de la derecha contrarios a su presencia porque eran
contrarios a la República Española.
Yo estaba casada en primeras nupcias con José Luzuriaga, hijo de uno de los
inmigrantes españoles en la Argentina que más se destacaba por su apoyo a la
República española y el apoyo a los exiliados.
Ese año, Rómulo Gallegos, que había sido presidente de Venezuela, ya se había
exiliado y ya gobernaba una junta militar. Junto con mi hermana nos hicimos cargo
de la atención de una librería universitaria, “La Cruz del Sur”, donde había un grupo
que conocía la obra de Larrea. José, mi esposo, era dibujante en la empresa estatal
PDVSA.
Desde Venezuela nos fuimos a México, pero allí tampoco pude conocer a Juan
Larrea, aunque León Felipe nos había dicho que quizás pudiéramos encontrarlo.
Y desde México fui a New York, donde conocí a Larrea. Ya trabajaba para Naciones
Unidas.
Mi próximo destino fue Israel, donde estuve con Waldo Frank, Germán Arciniegas,
Alfredo Palacios. También leí la Biblia en una edición bilingüe, inglés-hebreo. Y
cuando estaba allá llegó Luis Varela Calvo, un periodista que iba a trabajar sobre el
tema del canal de Suez. También entrevistó a Martin Buber, que nos dijo “Vuelvan a
su país, allá ustedes enseñan, en cambio, aquí van a luchar”.
Con Luis nos casamos pero por nuestra condición de extranjeros debimos hacerlo en
Nicosia, la capital de Chipre.
Cuando regresamos a la Argentina, nos instalamos en Córdoba, en el barrio Cerro de
las Rosas. En esa época las casas daban al cielo abierto, a arboledas de aguaribay y
otras especies nativas.
¿Fue entonces cuando ocurrió la muerte de Lucienne y su esposo?
Magalí: Sí. Luego Larrea se fue a vivir a Jardín Espinosa, otro barrio. Luis y yo
fuimos a vivir con él a su casa y a cuidar de Vicente. Era una casa enorme, con
catorce habitaciones, donde yo atendía de todo: las cinco mucamas, las compras. Un
día Larrea me dijo “Usted aprendió de todo”. Pero es que ni Larrea ni Varela se
ocupaban de nada que fuera doméstico. De todas maneras, Larrea terminó por
separarme de su nieto Vicente cuando era muy chiquito. Aún yo estaba casada con
Varela.
Pero usted también era su secretaria, participó del Simposio sobre César Vallejo, de la Bienal
Kayser…
Magalí: Luis era gerente de relaciones públicas de Industrias Kayser, por eso pudo
organizar la Primera Bienal de Arte. Y lo invitamos a Herbert Read. Recuerdo que le
pregunté a Read por qué había aceptado concurrir y él me respondió: “Hay una
palabra que significa todo: ‘Destiny’, Magali”. Le hablé de César Vallejo pero Read
no lo conocía, así que después lo leyó y siempre comentaba ese hecho en Estados
Unidos.
(Por fin la persona que Magali Andrés esperaba ha llegado y dejado su encargo, de manera que
podemos partir hacia La Biela.)
¿Qué piensa de la obra de Larrea?
Magalí: Se hace difícil aceptar lo que él dice como verdadero porque los hechos
concretos ocurren en su imaginación. Es que él estaba metido en la cultura, que es
como la tierra. Allí encontraba el pedazo de cerámica que le permitía armar el objeto.
Hay que leerlo con la imaginación. Yo creo en el subconsciente, en lo que crea, no en
lo psicoanalítico, porque adopté el zen. Por eso también creo en la poesía de Larrea,
en la mente silenciosa, sin juicios de valor. A nivel poético no hay juicios de valor.
Larrea sí formaba muchos juicios, pero con un gran sustento cultural. ¿Cómo puedo
saber si la paloma que se posó en su hombro no quiso decir algo? Al menos a él le
dijo algo.
¿Usted cree que en Córdoba se lo apreciaba adecuadamente?
Magalí: La sociedad de Córdoba sencillamente lo ignoraba, nunca lo invitaban a dar
conferencias, ni a lecturas públicas. El rector de la Universidad, Jorge Orgaz, sí
concurría al seminario que dictaba Larrea, porque él también había conocido a César
Vallejo.
¿Tuvo algún problema con otros profesores?
Magalí: Bueno, sí, Larrea fue a denunciar a Enrique Luis Revol ante el Consejo
Directivo de la Facultad de Filosofía, porque Revol decía “que se acostaba con sus
alumnas”. Larrea considero que ese dicho deshonraba a las alumnas y logró que lo
sancionaran.
¿Y qué otras personas estaban realmente en condiciones de apreciar su pensamiento?
Magalí: En cierta manera, Héctor Schmucler, él era marxista y por tanto también
tenía un concepto finalista de la Historia, por eso asistía a su seminario. Y
actualmente Oscar Del Barco (lo fui a visitar a Córdoba) ha adoptado el pensamiento
místico, es zen, como yo. Ahora quizás pudiera entender más a Larrea.
¿Cuándo dejó a frecuentar a Larrea?
Magalí: En 1974 partí a Europa trabajando para Naciones Unidas. Allí conocí a Juan
Gelman. Luego todo fue tan duro. Tengo cinco alumnos de Córdoba que están
muertos.
(La alusión a la dictadura militar es tan evidente que no hago el menor comentario.
Nos despedimos en la puerta de su casa)
Obras de Juan Larrea editadas por la Universidad Nacional de Córdoba.
9. (s/fecha) Formación histórica del cristianismo a la luz de los descubrimientos recientes.
Facultad de Filosofía y Humanidades. Instituto del Nuevo Mundo.
10. 1958, Julio. César Vallejo o Hispanoamérica en la Cruz de su Razón. Universidad Nacional
de Córdoba. Centro de Estudios de Filosofía y Humanidades. Ensayo cronológico, juicios y
testimonios y sección de notas compuestos y preparados por Alfredo J. Paiva, Armando E.
Zárate y Gustavo A. Roldán.
11. 1960. Corona incaica. Universidad Nacional de Córdoba.
12. 196…? El sentido de América en el proceso histórico teleológico de la cultura. Facultad de
Filosofía y Humanidades. Instituto del Nuevo Mundo.
13. 1961- 1974. Revista Aula Vallejo. Trece números. En existencia: no. 1 (1961), no. 2-4
(1962), no. 5-7 (1963-1965), no. 8-10 (1968-1971).
14. 1964. Pintura actual. Herbert Read: En los confines de la pintura – Juan Larrea: Pintura y
nueva cultura. Texto de las conferencias dictadas en ocasión de la Primera Bienal de Arte
Kayser, en Córdoba, 1962.
15. 1969. César Vallejo frente a André Breton. Imprenta de la UNC.
16. 1972. Intensidad del canto errante. Facultad de Filosofía y Humanidades. Colección Cuarto
Centenario.
Actividades del Instituto del Nuevo Mundo, fundado en la Facultad de Filosofía y Letras por
Juan Larrea, en 1959.
1. Simposio internacional sobre César Vallejo. 1959.
2. Nombrado Profesor investigador y Director del “Centro de Documentación e investigación
César Vallejo”. 1966.
3. Organiza las Conferencias Vallejianas Internacionales sobre “El humanismo de César
Vallejo”. 1967.
4. Nombrado Profesor Honoris Causa por la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, Lima,
Perú. 1974.
Conferencias pronunciadas durante su residencia en Córdoba.
1. “Pintura y nueva cultura”. Desarrollada en 1962, junto a Herbert Read, en ocasión de la
Primera Bienal de Arte Kayser, en Córdoba.
2. “Teleología de la cultura”. Desarrollada en 1965, a raíz de cuestionamientos a su labor
académica presentados por consejeros estudiantiles. Larrea cita los fundamentos de tales
controversias: “...que las investigaciones y estudios a que me hallo entregado intensivamente
desde hace varias décadas carecen de interés, y como dícenme que se levantan objeciones
al método en ellos planteado...”. El contenido de esta conferencia fue recogido en Ángulos
de visión. Edición de Cristóbal Serra Juan Larrea, Colección Marginales, Tusquets Editores,
Barcelona, 1979, página 37, además de su edición por Los Sesenta, en Méjico.
3. “César Vallejo: héroe y mártir indohispano”. Desarrollada en 1970, durante la Exposición Bio-
Biblio-Icononográfica de César Vallejo, en Montevideo, Uruguay.
VIGILIA DE UN SUEÑO. JUAN LARREA: APUNTES SOBRE SU RESIDENCIA EN CÓRDOBA, ARGENTINA (1956-1980)
ÍNDICE
ALGUNAS ANÉCDOTAS ACERCA DE ESTA EDICIÓN.
LA ISLA DE ITACA Y SU ANVERSO ARGENTINO.
MÁS ALLÁ.LARREA EN PERSONA
DESDE LA ROSA AZUL DE LA EXCEPCIÓN, A UNA POESÍA EN “VERSIÓN CELESTE”. Resurgimiento y olvido.FINIS TERRE Y NUEVO MUNDO.EL DISCRETO ENAMORADO.
TÍTULO Y NOMBRE.
GUERNICA O EL ESPLENDOR DE LA VERDAD.EL ESPLENDOR DE LA VERDAD.
VIGILIA DE UN SUEÑO.JUAN LARREA Y LOS SURREALISTAS: ¿UN DEBATE ACTUALIZABLE?ENTRE VIEJO Y NUEVO MUNDO.“CAMBIAR LA VIDA”.“OTRA REALIDAD”.LAS VANGUARDIAS LITERARIAS EN CÓRDOBA.“FIJAR EL SUEÑO Y CONOCER SU SECRETO”.
NOTICIA BIO-BIBLIOGRÁFICA
OBRAS DE JUAN LARREA EDITADAS POR LA UNC.
RESUMEN DEL LEGAJO ACADÉMICO
ENTREVISTAS
Osvaldo Villar.Lila Perrén de Velasco.Osvaldo Pol, S. J.Ángela González ZariniMagda y Christian SorensonMaría Luisa (“Malicha”) Cresta de LeguizamónArmando ZárateCarlos CulleréSelva GallegosGustavo RoldánMaría Eugenia CourtadeJorge SchneiderNoé Jitrik y Tununa MercadoMaría Margarita (“Magalí”) Andrés Bresson