Breve Repaso Histórico Del Concepto de Melancolía

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BREVE REPASO HISTÓRICO DEL CONCEPTO DE MELANCOLÍA “En otoño hay una melancolía que responde a esa sensación de desaliento que nos envuelve cuando pensamos en la satisfacción de nuestros deseos”. “Diario de un seductor”, Soren Kierkegaard Desde el principio de los tiempos el hombre ha sufrido la tristeza. Y de igual manera, el hombre se ha preguntado: ¿por qué la tristeza? Ha intentado explicarla y ha elaborado diversos modos para concebirla, que han ido variando según las épocas. La tristeza, además de sufrida, ha sido descrita, clasificada, definida, relatada, comprendida y explicada. Ha sido designada con diferentes términos, pena, mal, melancolía, depresión... Sobre ella se ha precipitado el interés de científicos, médicos, filósofos y artistas de todos los tiempos. Ha sido evitada, negada, temida y reverenciada. Entendemos por melancolía, aquella forma de la tristeza que se acompaña de un desinterés general por el mundo, por uno mismo y por la palabra; por una sumisión a la postración, al desánimo, a la extenuación; por una atracción hacia la muerte, a veces con ideas de autoaniquilación y una impotencia para escapar a la seducción del vacío universal. En ocasiones es seccionada por episodios de alegría desmedida, sensación de una libertad sin límites y un amor extraordinario por sí mismo. Vamos a viajar por el tiempo, acercándonos, aunque superficialmente, dado lo quimérico de abarcar su extensión y complejidad, a las diferentes maneras de estimarla en Occidente, y reparemos en cómo se ha ido procediendo con quienes la padecen. Percibiremos que cambia la mirada con que se la juzga y el significado que se le da. I. La época antigua En el antiguo Egipto, durante más de 3.000 años, las depresiones fueron tratadas por los sacerdotes, quienes reconocieron que éstas iban frecuentemente asociadas con la experiencia de una pérdida

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Melancolía

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BREVE REPASO HISTÓRICO DEL CONCEPTO DE MELANCOLÍA

“En otoño hay una melancolía que responde a esa sensación de desaliento que nos envuelve cuando pensamos en la satisfacción de nuestros deseos”. “Diario de un seductor”, Soren Kierkegaard

Desde el principio de los tiempos el hombre ha sufrido la tristeza. Y de igual manera, el hombre se ha preguntado: ¿por qué la tristeza? Ha intentado explicarla y ha elaborado diversos modos para concebirla, que han ido variando según las épocas.

 La tristeza, además de sufrida, ha sido descrita, clasificada, definida, relatada, comprendida y explicada. Ha sido designada con diferentes términos, pena, mal, melancolía, depresión... Sobre ella se ha precipitado el interés de científicos, médicos, filósofos y artistas de todos los tiempos. Ha sido evitada, negada, temida y reverenciada.

 Entendemos por melancolía, aquella forma de la tristeza que se acompaña de un desinterés general por el mundo, por uno mismo y por la palabra; por una sumisión a la postración, al desánimo, a la extenuación; por una atracción hacia la muerte, a veces con ideas de autoaniquilación y una impotencia para escapar a la seducción del vacío universal. En ocasiones es seccionada por episodios de alegría desmedida, sensación de una libertad sin límites y un amor extraordinario por sí mismo.

 Vamos a viajar por el tiempo, acercándonos, aunque superficialmente, dado lo quimérico de abarcar su extensión y complejidad, a las diferentes maneras de estimarla en Occidente, y reparemos en cómo se ha ido procediendo con quienes la padecen. Percibiremos que cambia la mirada con que se la juzga y el significado que se le da.

I. La época antigua

 En el antiguo Egipto, durante más de 3.000 años, las depresiones fueron tratadas por los sacerdotes, quienes reconocieron que éstas iban frecuentemente asociadas con la experiencia de una pérdida psicológica. En el Antiguo Testamento, se describe al Rey Saúl como una persona afecta de episodios depresivos recurrentes.

 En la antigua Grecia, las emociones apenas eran objeto de estudio o de curiosidad. El ser humano era contemplado bajo la dualidad: mundo de los sentimientos/mundo de la razón. Las pasiones eran despreciadas, por restar vigor a la razón, a la que concebían como la única naturaleza humana. El estado melancólico era un desorden que corrompe el buen uso de la razón. En el siglo IV a. C., Hipócrates, médico griego, padre de la medicina, concibe una  teoría condensada en el famoso Cuerpo Hipocrático. Para él, la bilis negra o melagkholia, (palabra griega de la que procede melancolía), sería una sustancia corporal (humor), que, si abunda, sería responsable de los estados melancólicos. Este humor era causante de la inestabilidad de una persona y el impulso curativo de todos los males reposaría en la fuerza de la Naturaleza. En “Las Epidemias” afirma: «si el miedo y la tristeza perseveran mucho tiempo, hay melancolía».

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Contamos, por otro lado, con el testimonio de Aristóteles, quien encontró una aparente contradicción, y que en su “problema XXX” planteaba, en el siglo IV a. C. un interrogante que continúa desvelando a los occidentales: "¿Por qué razón todos aquellos que son excepcionales en filosofía, en la ciencia, el estado, la poesía o las artes son todos ciertamente melancólicos?” Es decir, ese desorden de la razón es fuente de inspiración.

Sorano de Éfeso, otro médico griego, observó en el siglo I a. C. que la melancolía compartía síntomas con un estado de euforia desmedida y que ambos requerían el mismo tratamiento. Así mismo contamos con las interesantes observaciones de Areteo de Capadocia, médico griego, el primero en afirmar (siglo I d. C.) que la manía y la melancolía forman parte de la misma esencia: «algunos pacientes después de estar melancólicos tienen cambios a manía... por eso esta manía es probablemente una variedad del estado melancólico... La manía se expresa como furor, excitación y gran alegría...; el paciente […] tiene delirio, estudia astronomía, filosofía... se siente poderoso e inspirado». "Me parece que la melancolía es el comienzo y una parte de la manía". Galeno, médico griego, 200 d.C. describe la melancolía como una enfermedad crónica, es decir, que perdura toda la vida. 

II.  Edad Media

Durante los largos siglos medievales, la superstición religiosa y el sentido mágico de la vida se adueñan de la civilización occidental. Así, no es de extrañar que prevalezca una interpretación diabólica de la melancolía. Toda concepción vital está ligada a la religión. La melancolía es consecuencia de una pugna con el demonio y este combate convierte al que domina las tentaciones en santo. Los pensamientos pecaminosos incontrolables, desembocan en la acedía. En teología, la acedía, conlleva la pereza del corazón, una desgana para amar y trabajar, y será considerada por mucho tiempo como un pecado capital. El catecismo afirma que "la acedía, o pereza espiritual, llega a rechazar el gozo que viene de Dios y a sentir horror por el bien divino", se trata de “otra tentación a la que abre la puerta la presunción”.

Fuera de la perspectiva religiosa, Avicena, filósofo y médico persa, musulmán, en el s.XI observa: «indudablemente, el material que produce la manía es de la misma naturaleza que el que produce la melancolía».

Más tarde, Santo Tomás de Aquino, en el siglo XIII considera a la acedía como pecado capital, la define como: “tristeza por el bien divino del que goza la caridad”. Y en otro lugar señala que es “una forma de la tristeza que hace al hombre tardo para los actos espirituales que ocasionan fatiga física”. En el siglo XIV, Dante, en el canto XXI del Paraíso, había evocado a Saturno presentándolo como aquel astro que permite la contemplación de la sabiduría, el camino que conduce a lo divino. La astrología medieval había establecido una relación entre los planetas y los humores y será Saturno el planeta ligado a los estados melancólicos. Se considera nefasta la influencia de este planeta, más allá de los temperamentos melancólicos, y se acaba por designar “hijos de Saturno” a todos los seres desgarrados o marginales de la sociedad,  principalmente a los artistas.

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III.  El renacimiento

La época renacentista se va a caracterizar por el rescate de los valores espirituales y de la nobleza del mundo clásico. Se vuelve a hablar de la bilis negra y la concepción de lo melancólico es relacionada con el genio, en convivencia con la creencia en la influencia de Saturno. Éste es el dios romano de la agricultura, de carácter irritable y morboso que devoró a sus propios hijos. Es equiparado a Cronos, titán de la mitología griega, deidad de la cosecha, que castró a su padre, Urano, y a su vez fue derrocado por su hijo Zeus. Los melancólicos eran llamados saturninos.

La melancolía es ligada a la locura divina y dota a la espiritualidad de cierto contenido erótico. El artista puede considerarse a sí mismo un genio, en nombre de la melancolía. El Renacimiento es la "edad de oro de la melancolía".

En 1586 se edita una novedad “Tratado sobre la melancolía”, del médico Timothy Bright, que constituye la primera monografía dedicada a la descripción rigurosa de estos sentimientos, rechazando que la melancolía constituya una “conciencia del pecado”.  En España, nuestro rey Fernando VI es diagnosticado de manía y depresión, y se eliminaba definitivamente el concepto demoníaco de esta afección. Se sigue considerando que la depresión y la manía corresponden a dos versiones de una misma afección.

Erasmo de Rótterdam, en el siglo XVI, emplea a “la Locura”, personificándola,  para realizar el análisis crítico más mordaz y afinado de la sociedad de su época, en su famoso “Elogio de la locura”.

En los siglos XVI y XVII existía ya un consenso generalizado sobre la implicación del cerebro en la desazón mental. Aunque siguen incluyendo la bilis negra en sus teorías, el peso de ésta idea va menguando. En una heterogénea efusión abrazan «a Dios, el diablo, las brujas, las estrellas, la vejez, la desesperanza y la soledad, la malicia, los celos, los abusos del placer,...».

En 1621, la publicación en Inglaterra de “Anatomía de la melancolía”, del pastor y filósofo inglés, Robert Burton, marca el retorno a una concepción médica de la melancolía, pero ya sin bilis, destacando la herencia biológica, la falta de afecto en la infancia y las frustraciones sexuales entre sus causas. Burton identificó la melancolía al patético estado de un sujeto abandonado por Dios. "Si es que hay un infierno en la tierra, debe estar en el corazón del hombre melancólico" Robert Burton.

La teoría de los humores es sustituida por una causalidad existencial. Se prefiere hablar de temperamentos.

El progresivo conocimiento de la anatomía cerebral estimula el deseo de hallar en ella la causa de la melancolía. Thomas Willis, anatomista inglés del XVII, crea la teoría de un ataque cerebral y cierta «discrasia salina» en su explicación. El delirio melancólico sería consecuencia de un desorden del cerebro así como de los espíritus animales que allí se encuentran. Para Willis, la manía y la melancolía podían mutuamente reemplazarse, «al igual que el humo y la llama» [...] «si el

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melancólico empeora puede entrar en furia o manía y desde aquí a menudo termina en una disposición melancólica».

El s. XVII es llamado el siglo de Las Luces, o época de la razón. Con Descartes,  representante por excelencia de la racionalidad, la humanidad comienza a hacer una distinción entre la razón y la sinrazón, lo lógico y lo obtuso, lo positivo y lo negativo, lo que es y lo que no es, y también la cordura y la locura. Los afectados de bilis negra padecerían de ofuscación, de un déficit que les impide acceder a la razón. Se vincula, pues, al melancólico con el campo de la razón.

Comienza a insinuarse como una enfermedad no ya de los sentimientos sino del entendimiento, definida como pérdida de la razón, y el mundo occidental inaugura así un universo de raciocinio puro en el que todo camino diferente queda “fuera”. Así, Descartes, considera que está equivocado aquel que “siendo pobre se cree un rey”. “Pues siendo un mentecato, por parecer discreto y ser tenido por tal, se alaba de que tiene poca memoria, quéjase de melancolías, vive descontento y préciase de mal regido, y es hipócrita, que parece entendido y es mentecato”.  Francisco de Quevedo, siglo XVII

Este camino inaugura el territorio del concepto de enfermedad mental. El ojo clínico, animado por un deseo de definir “lo racional” busca la rareza, lo que está errado o enfermo, lo que no es normal, para después pasar a nominarlo, definirlo y clasificarlo y así poder mantenerlo fuera, para salvar la necesidad de razón. Así comienzan a medrar los hospitales para alienados, los hospicios y otras instituciones que se ocuparían de esta gente como enfermos a tratar, con el fin de que encuentren la razón perdida o nunca encontrada. A todos aquellos que alteraran el orden social se les encierra en el asilo, para proteger a la sociedad razonable de sus actos e influencias. En efecto, en la inclusa se aglomeraban mendigos, delincuentes, ancianos seniles, dementes, furiosos, excéntricos y maniáticos y todo tipo de conducta considerada extravagante. Entre ellos también los melancólicos, o los estados de manía. 

Comienza así la era moderna, con un tipo de subjetividad que separa lo razonable de lo irracional, o interiorismo, o mundo de los sentimientos.

En el siglo XVIII los anatomistas siguen ampliando conocimientos sobre las estructuras nerviosas y cerebrales y proliferan diversas explicaciones de este tipo sobre la melancolía, medicalizándola cada vez más.

En contraposición a esta objetivación de la melancolía, a finales del XVIII, se desarrolla cierta tendencia filantrópica. En Francia se empieza a tratar a los asilados como alienados morales. Se intenta liberar a los enfermos de las cadenas con que eran realmente sujetados en los asilos y se pretende educarlos moralmente, cuidarlos con cariño y bondad, liberándolos de las pasiones que se consideraban en la raíz de su malestar. Su máximo exponente fue Philippe Pinel, un médico que, en 1806, formula que el tratamiento moral consiste en «destruir la idea exclusiva», pues para él, el melancólico es víctima de una idea que él mismo se ha hecho y que le parasita.

IV. El romanticismo del siglo XIX.

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Aparece la burguesía, el ocio. La melancolía pasa a ser un asunto sentimental. Muy lejos está la melancolía como pereza, como pecado. El individuo medita en solitario; en su encuentro con la Naturaleza y en el alejamiento de los demás toma conciencia de sí mismo. Son tiempos para la subjetividad y la pasión romántica.  

Nietzsche proclama la muerte de Dios. Comienza el fin de una concepción existencial avalada por la fe. A partir de ahora la soledad del mundo está garantizada. Ahora, sin Dios, el humano está solo. La actitud melancólica se transforma en una negación trágica del mundo, una verdadera desesperanza metafísica que se expresa con fuerza en la literatura: Baudelaire, Lautréamont, Huysmans. "La melancolía es la alegría de estar triste", Víctor Hugo.

Resurge la figura de Satán y el interés por las pesadillas, la exaltación de la locura, los espectros y un erotismo exacerbado. Ya no se trata de combatir las tentaciones y de conservar la fe, se trata de sufrir la desgracia de la condición humana.

“Cuando el cielo bajo y grávido pesa como una losa

Sobre el gimiente espíritu presa de largos tedios,

Y el horizonte abarcando todo el círculo

Nos depara un día negro más triste que las noches.”

                                   “Spleen”, Charles Baudelaire

El pensador Auguste Comte inaugura una corriente filosófica que afirma que el único conocimiento auténtico es el científico. Todos los objetos de estudio (físicos, psíquicos, sociales, filosóficos) han de ser abordados desde el método científico. Esta tendencia será llamada positivismo y da paso a la era de la ciencia.

En 1879, W. Wundt, pone en marcha el primer laboratorio experimental para explorar algunas funciones psíquicas, inaugurando una nueva ciencia: la psicología.

Desde la medicina, la neurología, se revela como insuficiente para dar cuenta de las enfermedades del alma y surge la figura del psiquiatra. Aparece un entusiasmo por identificar y encuadrar entidades clínicas: los territorios de la histeria, la hipocondría, las monomanías, la lipemanía, la paranoia, etc. Es la era de las grandes clasificaciones psiquiátricas. En nombre de la nueva ciencia se procura borrar del mapa las antiguas concepciones y con ellas la palabra melancolía, que consideraban propia de los poetas y del vulgo. Esquirol habla de la tristemanía, Falret habla de una locura circular y Baillarger de una locura de doble forma. Griessinger concibe la manía como la etapa final de una melancolía gradualmente agravada. Mendel es el primero en definir la “hipomanía” como «leves estados abortivos de manía”. Kahlbaum, introduce el término “ciclotimia”, caracterizada por «episodios tanto de depresión como de excitación pero que no terminaban en “demencia”, como podían hacerlo la manía o melancolía crónicas». También acuñó el término “distimia” para referirse a una variedad crónica de melancolía. Emil Kraepelin, en 1896,

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introdujo el concepto de locura maniaco-depresiva como entidad nosológica distinta de la esquizofrenia y de la paranoia. Muy parecido a la concepción actual.

En los albores del siglo XX, un neurólogo, Sigmund Freud, observa en sus pacientes una dimensión psíquica que ponía en tela de juicio al saber científico. La ciencia sólo quería contemplar los mecanismos observables empíricamente, y Freud, por la vía interpretativa, observa que en todo paciente hay un saber acerca de su producción sintomatológica, y que éste es inconsciente. Descubre que abriendo un espacio a ese saber inconsciente se curan muchas enfermedades del alma, hasta entonces inexplicables. 

"La melancolía no es más que una recordación inconsciente" Gustave Flaubert

V. SIGLO XX

Este siglo se caracteriza por la variedad de acontecimientos y revoluciones sociales, económicas, políticas, intelectuales y culturales. Ha variado mucho y en muy poco tiempo. Las manifestaciones acerca de la melancolía son múltiples y de todo género.

Asistimos al triunfo y al fracaso de grandes utopías políticas y sociales, a guerras mundiales, a la consagración de la democracia como forma de gobierno y del capitalismo como sistema económico y político universal que va determinar un nuevo tipo de sociedad: la sociedad consumista.

El progreso de la tecnología, amplía el espectro de conocimientos científicos. El discurso científico, eclipsa a la superstición religiosa y se espera de él que venga a dar explicaciones objetivas a todo, incluso los misterios aparentemente insondables como el origen de la vida, del lenguaje, la muerte, la conciencia, los confines del universo, etc. En cierto modo los humanos buscan en la ciencia el consuelo y la esperanza que antes encontraba en la religión, si bien desesperan cuando se encuentran que, en muchos aspectos, la ciencia es absolutamente impotente para dar explicación a muchas cosas.

El espíritu moderno, mecido por la ética del bienestar, desprecia la pesadumbre. Está mal visto sufrir, pararse, retirarse, preguntarse. Lo importante es funcionar en el sistema. La melancolía es contemplada como algo disfuncional, algo a eliminar o a paliar, atajándola rápidamente para que el melancólico no estorbe en una sociedad que vende el placer y la felicidad como un objeto necesario, al alcance de todos. Hay que ser feliz o al menos aparentarlo y la vía más rápida para poder funcionar  es el fármaco, que goza de su máxima plenitud, paralelamente al monumental crecimiento económico de las multinacionales farmacéuticas. Es la era del Prozac, dicen. Como paradoja, añadir que nunca ha habido tanta depresión, ansiedad o angustia en toda la historia de la humanidad, según afirman las estadísticas. Aparece la palabra estrés, de la que se abusa, palabra difusa que parece ser la causa de todos los males. La sociedad ofrece una amplia gama de posibilidades para combatir el estrés, mal que parece padecer la mayoría de la gente de finales de siglo.

La melancolía pasa a ser también un objeto de estudio científico. La antigua melancolía pasa a ser denominada por un término científico: psicosis maniaco-depresiva y más tarde trastorno bipolar.

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Surgen las grandes clasificaciones de enfermedades. Basado en el método estadístico, aparecen las sucesivas ediciones del DSM (Manual Diagnóstico y estadístico de los Trastornos Mentales, de la American Psychiatric Association) y la CIE (Clasificación de la Organización Mundial de la Salud). En ellas se da un intento de clasificación y de codificación estandarizada de los diagnósticos psiquiátricos. En estos códigos aparece el término "psicosis maniaco-depresiva" hasta que, en 1980, fue reemplazado por el de Trastorno Bipolar, según estableció el DSM en su versión III.

Con el nuevo término se intentan eliminar connotaciones y estigmas procedentes del espíritu colectivo. El bipolar ya no es despreciado por haber perdido la razón, no ha hecho un pacto con el diablo y no está tachado de vago o pusilánime, de soberbio o vanidoso. Tampoco es considerado un genio y ya no se le destierra porque su locura cause pánico al contagio, sino que goza de servicios médicos públicos, asistencia social, pensiones de incapacidad, y es objeto de todo un proceso de desestigmatización y de reinserción social. Ser bipolar ya no es un pecado, ser bipolar es estar enfermo. El sujeto es eximido de toda responsabilidad sobre su padecimiento y pasa a ser una víctima de una enfermedad que le parasita.

“Aunque pudiera luchar contra un ataque de depresión, ¿en nombre de qué vitalidad me ensañaría con una obsesión que me pertenece, que me precede? Encontrándome bien, escojo el camino que me place; una vez "tocado", ya no soy yo quien decide: es mi mal.” Émile Michel Cioran

Discursos varios se disputan la explicación del trastorno bipolar derivando en un eclecticismo donde las teorías acaban confundiendo las fronteras que las enmarcan.

Es época de esplendor para la neurología, la fisiología y la farmacología. A mediados de siglo se produce un considerable incremento de los conocimientos sobre el funcionamiento cerebral y bioquímico, así como avances farmacológicos para el tratamiento sintomático de las enfermedades mentales: en 1952 aparecen los neurolépticos, en los años 70, el litio empieza a comercializarse para el tratamiento de los trastornos bipolares, aunque ya desde el siglo XIX lo usaban para depresiones y otros menesteres.

Aunque no se hayan encontrado evidencias médicas tangibles se genera la hipótesis de un desarreglo bioquímico cerebral, primario, de posible origen genético, y se afirma que la prueba que lo demuestra se encontrará muy pronto. Esta teoría está muy difundida en nuestros días, quizás por las esperanzas que abre su condición de novedad y por la satisfacción y el sentimiento de poder que están generando en los humanos los avances en todas las ramas de la ciencia y la tecnología. Aunque hay neurobiólogos más pesimistas que consideran que quizás nunca se vaya a encontrar una relación de causalidad directa entre las enfermedades mentales y la biología.

Paralelamente al desarrollo de la psicofarmacología y de las neurociencias se despliegan las teorías  psicológicas, diversas y enmarcadas en abordajes diferentes. Surgen las terapias comportamentales, que desarrollan técnicas para modificar conductas concebidas como desviadas. Aparecen las terapias de corte cognitivista que trabajan los esquemas cognitivos erróneos del individuo, reajustándolos a  una manera más adecuada y práctica de ver la realidad.

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Desde el psicoanálisis, Sigmund Freud aportará algunas reflexiones sobre los mecanismos psíquicos de la psicosis maniaco-depresiva en su obra “Duelo y melancolía” (1920). Dedujo que, al contrario de otras depresiones, el sujeto era incapaz de poner en marcha un duelo del objeto perdido.

“La melancolía es una manera, por tanto, de tener; es la manera de tener no teniendo, de poseer las cosas por el palpitar del tiempo, por su envoltura temporal. Algo así como una posesión de su esencia, puesto que tenemos de ellas lo que nos falta, o sea lo que ellas son estrictamente”. María Zambrano

Jacques Lacan, psiquiatra y psicoanalista francés, abre las puertas a un modo satisfactorio de poder trabajar con las psicosis desde el campo propiamente psíquico. Habla de una estructura psicótica, de un modo de funcionar con mecanismos defensivos propios. Seducido por el estructuralismo, especialmente el de Lévi-Strauss y la lingüística de De Saussure, Lacan viene a afirmar que “el inconsciente está estructurado como un lenguaje”. Se aviva el concepto de sujeto y la escucha al psicótico. Se elaboran notables formulaciones para concebir los mecanismos psíquicos en juego en la estructura psicótica, en concreto los modos de estar un sujeto inmerso en el reino del lenguaje, fundamentales para un intento de tratamiento. 

El siglo se cierra con expectativas y más preguntas que nunca. La naturaleza de la melancolía sigue resultando difusa, aunque goce de más ángulos explicativos que antes. En el mundo científico hay un gran debate sobre la mesa, polarizado en el estudio del melancólico como sujeto cerebral o como sujeto de lenguaje. Hay teorías para explicar el origen del trastorno bipolar, que es como se denomina hoy al antiguo melancólico. Puesto que se han observado determinados patrones de comportamiento bioquímico en el cerebro, se argumenta la hipótesis de una enfermedad de posible origen genético, que determina el desequilibrio de ciertos neurotransmisores (serotonina, noradrenalina, dopamina…), y que sería la causa de los cambios en los estados de ánimo del sujeto. Sin embargo el trastorno bipolar no es una enfermedad física, neuronal, ni cerebral. Es una enfermedad mental. La mente es una dimensión en la que se funde tanto la biología como el lenguaje, materia de la que están hechos los pensamientos y los sentimientos y la vida entera de un ser humano. El lenguaje humano es lo que nos hace diferentes del reino animal. Y en los animales hay neurotransmisores, pero no hay melancolía. Lo orgánico condiciona lo psíquico, pero lo psíquico también condiciona a lo orgánico. Las experiencias vividas en la realidad son continuamente interpretadas por el cerebro y éste es muy plástico, cambia continuamente y las vivencias dejan huella en él, así como patrones de interpretación para vivir y sentir nuevas experiencias. El sujeto bipolar, interpreta el mundo desde una estructura de la personalidad psicótica. Esta estructura se conformaría en los primeros años de vida del sujeto. Entonces ¿qué es anterior, el huevo o la gallina? Un cerebro con el que se nace o un cerebro que se hace. La personalidad bipolar, ¿surge de un cerebro enfermo o el cerebro y sus desarreglos bioquímicos son el reflejo de un modo de funcionar de la mente, del sujeto, de su ser? ¿O quizás ambas cosas suceden a la vez?  

Sumergidos en el tejemaneje entre lo físico y lo psíquico y obligados a razonar en esta dualidad fundadora del pensamiento occidental, cartesiana, parece ser que se nos escapa el misterio, no ya del trastorno bipolar, sino de qué es un ser humano.

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