Boletin11

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El Papa Pio XI, el 11 de diciembre de 1925, instituyó esta solemnidad que cierra el tiempo ordinario. Su propósito es recordar la soberanía universal de Jesucristo. Es una verdad que siempre la Iglesia ha profesado.

Desde fines del siglo XIX, la Iglesia realizaba los preparativos necesarios para la institución de la fiesta, la cual fue finalmente designada para el último domingo del Año Litúrgico, antes de empezar el Adviento.

En un mundo donde prima la cultura de la muerte y la emergencia de una sociedad hedonista, la festividad anual de Cristo Rey anima una dulce esperanza en los corazones humanos, ya que impulsa a la sociedad a volverse al Salvador.

Durante el anuncio del Reino, Jesús nos muestra lo que éste significa para nosotros como Salvación, Revelación y Reconciliación ante la mentira mortal del pecado que existe en el mundo.

Jesús no es el Rey de un mundo de miedo, mentira y pecado, Él es el Rey del Reino de Dios que trae y al que nos conduce.

Jesucristo mismo confirma con su modo de obrar, que su reino es principalmente espiritual y se refiere a las cosas espirituales. En presencia del gobernador romano manifestó que su reino no era de este mundo.

Cristo-Hombre también tiene el poder sobre todas las cosas humanas y temporales, puesto que el Padre le confió un derecho absolutísimo sobre las cosas creadas, de tal manera que todas están sometidas a su arbitrio. Sin embargo, mientras él vivió sobre la tierra se abstuvo enteramente de ejercitar este poder, despreciando la posesión y el cuidado de las cosas humanas, así también permitió, y sigue permitiendo, que los poseedores de ellas las utilicen.

Cristo es <<el alfa y la omega, el primero y el último, el principio y el fin>> (Ap 22, 13). Como verdadero <<Rey del universo>>, lo gobierna y renueva todo, para poder <<entregar>> al final el mundo al Padre, <<para que Dios sea todo en todos>> (1 Co 15, 28).

Los mártires nos dan ejemplo. Prefirieron morir antes de negar a Jesús. Muchos mártires del siglo XX en México, España, Cuba y otros lugares murieron gritando ¡Viva Cristo Rey!. También en nuestro siglo.

Sabías que…

“No temas, María, que gozas del favor de Dios. Mira, concebirás y darás a luz un hijo, a quien llamará Jesús. Será grande, llevará el título de Hijo del Altísimo; el Señor Dios le dará el trono de David, su padre, para que reine sobre la casa de Jacob por siempre y su reino no tenga fín” Lc 1,30-33

“Cuando el Hijo del Hombre llegue con majestad, acompañado de todos sus ángeles, se sentará en su trono de gloria y todas las naciones serán reunidas en su presencia. Mt 25,31-32a

“Jesús fue llevado ante el gobernador, el cual lo interrogó: -¿Eres tú el rey de los judíos?. Contestó Jesús: -Tú lo has dicho. Mt 27,11 “Le dijo Pilato: -Entonces, ¿tú eres rey? Jesús

contestó: -Tú lo dices. Yo soy rey: para eso he nacido, para eso he venido al mundo, para dar testimonio de la verdad.” Jn 18,37

Cristo viene de la traducción griega del término hebreo “Mesías” que quiere decir “ungido”….El cumple perfectamente la misión divina que esa palabra significa. En Israel eran ungidos en el nombre de Dios los que eran consagrados para una misión que habían recibido de El. …Este debía ser por excelencia el caso del Mesías que Dios enviaría para instaurar definitivamente su Reino. El Mesías debía ser ungido por el Espíritu del Señor a la vez como rey y sacerdote, pero también como profeta. CIC n. 436

Sobre la Roca firme

Coordinación Arquidiocesana de Lima

Noviembre 2012 “JESÚS, REY Y SEÑOR” Año 1 N°11

Boletín Mensual

Alabanza y Adoración a ti, Señor Jesús, Rey de reyes

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Siempre me llamó la atención los relatos que escuchaba sobre los mártires mexicanos, laicos (niños, jóvenes y mayores), religiosos y sacerdotes, de los cuales su SS. Juan Pablo II beatificó a 22 sacerdotes el 22 de Noviembre de 1992. Todos ellos al ser ejecutados morían diciendo: “VIVA CRISTO REY”.

El 12 de septiembre de 1926 se dirigían en tren hacia Zamora, Joaquín de Silva, de 27 años, y Manuel Melgarejo, de 17 años. Vestido de civil iba el General Zamora. Les contó que él también era católico y para ganar su confianza les mostró un crucifijo y otros objetos religiosos. Los dos jóvenes le comentaron de su lucha por la causa de la libertad religiosa. Pero al llegar a destino, Zamora muestra su verdadera faceta y los detiene. Joaquín le dice que a él lo puede matar si quiere, o hacerle lo que fuera, pero pide que liberen al compañero de 17 años. Manuel abraza a Joaquín y le dice: “No, Joaquín, yo quiero morir contigo”. Zamora, buscando la apostasía, les ofrece la libertad a cambio de la retractación de sus creencias. “¡Nunca me retractaré de mis palabras!”,obtuvo como respuesta este triste general. Inmediatamente fueron trasladados a un cuartel y consultado, por telegrama, el inicuo Calles, sobre el destino de ambos jóvenes. La respuesta lacónica del rojo Calles fue: “Fusílelos” Mientras eran conducidos al Panteón, para ser fusilados, comenzaron a rezar el Santo Rosario. “Tiren eso”, ordenó un soldado. La respuesta de estos cristianos de ley no se hizo esperar: “Mientras yo tenga vida, nadie me quitará mi Rosario”. Llegados al cementerio, se les quiso vendar los ojos. Otra lección les dio Joaquín: “No me venden los ojos, pues no soy un criminal. Yo mismo les daré la señal para disparar. Cuando diga ¡Viva Cristo Rey! ¡Viva la Virgen de Guadalupe!, entonces ahí pueden disparar”. Perdonó a sus verdugos, les dijo que pediría

por ellos ante Dios y que su muerte era por Dios, por México y por la defensa de su fe. Joaquín se dirigió a Manuel con estas palabras: “Quítate el sombrero, pues vamos a comparecer ante Dios”. Se volvió a los soldados que sí estaban dispuestos a matar y con voz enérgica gritó: “¡Viva Cristo Rey! ¡Viva la Virgen de Guadalupe!” No pudo terminar la última palabra cuando

cayó su cuerpo acribillado. Manuel cayó desmayado. En el suelo fue fusilado. Por los periódicos, los padres de estos jóvenes mártires, se enteraron de la noticia. Sólo una madre cristiana, reponiéndose del dolor, pudo exclamar:“Oh Dios mío, seis hijos tengo; te los ofrezco todos. Acéptalos, Señor” Y al encontrarse Luis de Silva con el padre de Manuel, éste último lo abraza y lleno de emoción le dice: “Felicitémonos, somos padres de dos mártires”. Daniel González Céspedes Estos testimonios nos enseñan que cuando nuestra fe está arraigada en nuestra vida, podemos darla por defenderla como lo hicieron muchos jóvenes, laicos comprometidos y sacerdotes. Dar la vida en defensa de lo más valioso que tiene el ser humano su fe en Dios.

La historia del mes Recordando……… al Beato Juan Pablo II

1. Este domingo, que concluye el año litúrgico, la Iglesia celebra la solemnidad de nuestro Señor Jesucristo, Rey del universo. Hemos escuchado en el evangelio la pregunta que Poncio Pilato hace a Jesús: "¿Eres tú el rey de los judíos?" (Jn 18, 33). Jesús responde, preguntando a su vez: "¿Dices eso por tu cuenta o te lo han dicho otros de mí?" (Jn 18, 34). Y Pilato replica: "¿Acaso soy yo judío? Tu gente y los sumos sacerdotes te han entregado a mí: ¿qué has hecho?" (Jn 18, 35). En este momento del diálogo, Cristo afirma: "Mi reino no es de este mundo. Si mi reino fuera de este mundo mi guardia habría luchado para que no cayera en manos de los judíos. Pero mi reino no es de aquí" (Jn 18, 36). Ahora todo es claro y transparente. Frente a la acusación de los sacerdotes, Jesús revela que se trata de otro tipo de realeza, una realeza divina y espiritual. Pilato le pide una confirmación: "Conque, ¿tú eres rey?" (Jn 18, 37). Aquí Jesús, excluyendo cualquier interpretación errónea de su dignidad real, indica la verdadera: "Soy rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo; para ser testigo de la verdad. Todo el que es de la verdad, escucha mi voz" (Jn 18, 37). El no es rey como lo entendían los representantes del Sanedrín, pues no aspira a ningún poder político en Israel. Por el contrario, su reino va más allá de los confines de Palestina. Todos los que son de la verdad escuchan su voz (cf. Jn 18 37), y lo reconocen como rey. Este es el ámbito universal del reino de Cristo y su dimensión espiritual. 2. "Para ser testigo de la verdad" (Jn 18, 37). En la lectura tomada del libro del Apocalipsis se dice que Jesucristo es "testigo fiel" (Ap 1, 5). Es testigo fiel, porque revela el misterio de Dios y anuncia el reino ya presente. Es el primer servidor de este reino. "Obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz" (Flp 2, 8), testimoniará el poder del Padre sobre la creación y sobre el mundo. Y el lugar del ejercicio de su realeza es la cruz que abrazó en el Gólgota. Pero su muerte ignominiosa representa una confirmación del anuncio evangélico del reino de Dios. En efecto, a los ojos de sus enemigos esa muerte debía ser la prueba de que todo lo que había dicho y hecho era falso. "Si es el rey de Israel, que baje ahora de la cruz y creeremos en él" (Mt 27 42). No bajó de la cruz, pero, como el buen pastor dio la vida por sus ovejas (cf. Jn 10, 11). Sin embargo, la confirmación de su poder real se produjo poco después, cuando, al tercer día, resucitó de entre los muertos, revelándose como "el primogénito de entre los muertos" (Ap 1, 5). Él, siervo obediente, es rey, porque tiene "las llaves de la muerte y del infierno" (Ap 1, 18). Y, en cuanto vencedor de la muerte, del infierno y de satanás, es "el príncipe de los reyes de la tierra" (Ap 1, 5). En efecto, todas las cosas terrenas están inevitablemente sujetas a la muerte. En cambio, aquel que tiene las llaves de la muerte abre a toda la humanidad las perspectivas de la vida inmortal. Él es el alfa y la omega, el principio y el culmen de toda la creación (cf. Ap 1, 8), de modo que cada generación puede repetir: bendito su reino que llega (cf. Mc 11, 10). Homilía de su Santidad Juan Pablo II en la celebración Eucarística de la Solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo en 1997

¡Viva Cristo Rey!