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Traducción de Basilio Losada

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Cuando Joana Carda hizo una raya en el suelo conla vara de negrillo, todos los perros de Cerbère em-pezaron a ladrar, llevando el pánico y el terror a sushabitantes, pues se creía desde los tiempos más anti-guos que, al ladrar allí animales caninos que siem-pre habían sido mudos, estaría pronto a extinguirseel mundo universal. Sobre cómo se había formadola arraigada superstición, o convicción firme, que es,en muchos casos, la expresión alternativa paralela, na-die hoy recuerda nada, aunque, por obra y fortunade aquel conocido juego de oír el cuento y repetirlocon aire nuevo, las abuelas francesas solían distraer asus nietos con la fábula de que, en aquel mismo lu-gar, comuna de Cerbère, departamento de los Piri-neos Orientales, ladró, en eras griegas y mitológicas,un can de tres cabezas que al dicho nombre de Cer-bero respondía si lo llamaba el barquero Caronte, sucontratante. Otra cosa que tampoco se sabe es porqué mutaciones orgánicas habrá pasado el famoso yaltisonante cánido hasta llegar a la mudez históricay comprobada de sus descendientes de una sola ca-beza, degenerados. No obstante, y este punto de lahistoria pocos lo ignoran, sobre todo si pertenecen ala vieja generación, el Cancerbero, que así en nues-

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tra lengua se escribe y debe decirse, guardaba terri-blemente la entrada del infierno, para que de él noosaran salir las almas y, en consecuencia, quizá pormisericordia final de dioses ya moribundos, se calla-ron los perros futuros para toda la restante eterni-dad, a ver si con el silencio se apagaba la memoriade la infernal región. Pero, no pudiendo lo de siem-pre durar siempre, como explícitamente nos ha ense-ñado la edad moderna, bastó que en estos días, acientos de kilómetros de Cerbère, en un lugar dePortugal cuyo nombre más tarde recordaremos, bas-tó que la mujer llamada Joana Carda hiciera una ra-ya en el suelo con la vara de negrillo, para que todoslos perros del más allá saliesen vociferantes a la calle,ellos que, repito, jamás habían ladrado. Si alguien lepreguntara a Joana Carda a qué venía aquella ideasuya de hacer una raya en el suelo con un palo, ges-to más bien de adolescente lunática que de mujercabal, si no había pensado en las consecuencias deun acto que parecía sin sentido, y ésos, recordadlo,son los que mayor peligro comportan, tal vez res-pondiera, No sé qué me ocurrió, estaba la vara en elsuelo, la cogí e hice la raya, Y no se le pasó por lacabeza la idea de que podría ser una varita mágica,Para varita mágica me pareció grande, y siempre heoído decir que las varitas mágicas están hechas de oroy cristal, con un halo de luz y una estrella en la pun-ta, Sabía que la vara era de negrillo, De árboles sépoco, luego me dijeron que negrillo es lo mismoque olmo, ninguno de ellos tiene poderes sobrena-turales, ni cambiándoles el nombre, aunque paraeste caso estoy segura de que el palo de un fósforo

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habría causado el mismo efecto, Por qué dice eso, Loque ha de ser, ha de ser, y tiene mucha fuerza, na-da se le puede resistir, mil veces se lo he oído a lagente mayor, Cree en la fatalidad, Creo en lo quetiene que ocurrir.

En París se rieron mucho de las súplicas delalcalde, que parecía que estaba telefoneando desdeuna perrera a la hora de echarle el almuerzo a losanimales, y sólo ante los ruegos insistentes de un di-putado de la mayoría, nacido y criado en aquellacomuna, por tanto conocedor de las leyendas y rela-tos locales, acabaron por mandar al sur a dos veteri-narios cualificados del Deuxième Bureau, con la es-pecial misión de estudiar el fenómeno insólito ypresentar un informe y propuestas de acción. Entre-tanto, desesperados, a punto de ensordecer, los habi-tantes vagaban por las calles y plazas de la apacibleestación balnearia, ahora estación infernal, sembran-do docenas de bolas de carne envenenadas, métodode simplicidad suprema cuya eficacia ha sido confir-mada por la experiencia en todo tiempo y latitud.En total, sólo murió un perro, pero bastó para quelos supervivientes aprendieran la lección y, en un ins-tante, ladrando y aullando, desaparecieron por loscampos de los alrededores donde, sin motivo que lojustificara, se callaron al poco tiempo. Cuando al finllegaron los veterinarios les fue presentado el tristeMedor, frío, hinchado, tan distinto del feliz animalque acompañaba a la señora en sus compras, y que,por ser ya viejo, solía dormir al sol sin más cuida-dos. Pero como la justicia no ha abandonado aún porcompleto este mundo, decidió Dios, poéticamente,

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que Medor muriera de la albóndiga preparada porsu ama bienamada, la cual, bueno es que se sepa,tenía en el pensamiento una cierta perra de la vecin-dad que no le salía del jardín. El mayor de los vete-rinarios dijo ante el fúnebre despojo, Vamos a hacerla autopsia, y realmente no valía la pena, pues cual-quier habitante de Cerbère podría, si quisiera, tes-timoniar la causa mortis, pero el móvil oculto de laFacultad, como en la jerga del servicio secreto le lla-maban, era proceder, disimuladamente, al examen delas cuerdas vocales de un animal que entre la mudezpor muerte ahora definitiva y el silencio que parecíaser para toda la vida, tuvo unas horas de habla ypudo ser igual al común de los perros. Esfuerzo bal-dío, Medor ni cuerdas tenía. Se quedaron los ciruja-nos asombrados, pero el alcalde dio su opinión, ad-ministrativa y sensata, No es extraño, tantos siglosestuvieron los perros de Cerbère sin ladrar, que seles atrofió el órgano, Y cómo es que, de repente,Eso no lo sé, no soy veterinario, pero nuestras preo-cupaciones se han acabado, los chiens han desapa-recido, allí donde están no se les oye. Medor, des-cuartizado y mal cosido, fue entregado a su llorosaama, como un remordimiento vivo, que es lo que sonlos remordimientos incluso después de muertos. Ca-mino del aeropuerto, donde tomarían el avión paraParís, los veterinarios acordaron pasar por alto, enel informe, el intrigante suceso de las cuerdas voca-les desaparecidas. Y parece que definitivamente, puesaquella misma noche empezó a rondar por Cerbèreun can de tres cabezas, alto como un árbol, pero si-lencioso.

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Por estos mismos días, quizá antes, quizá des-pués de haber trazado Joana Carda su raya en el suelocon la vara de negrillo, andaba un hombre paseandopor la playa, ocurría esto al atardecer, cuando el ru-mor de las olas apenas se oye, breve y contenido co-mo un suspiro sin causa, y ese hombre, que más tardedirá que se llama Joaquim Sassa, iba andando sobrela línea de la marea, que distingue la arena seca de laarena mojada, y de vez en cuando se inclinaba paracoger una concha, una pinza de cangrejo, una hilachade alga verde, no es raro que mate uno el tiempo así,y así lo mataba este paseante solitario. Como no lleva-ba bolsillos ni bolsa para guardar sus hallazgos, devol-vía al agua los restos muertos cuando tenía las manosllenas, al mar lo q,ue al mar pertenece, la tierra que sequede con la tierra. Pero toda regla tiene sus excep-ciones, y una piedra que vio más alejada, fuera del al-cance de la marea, la levantó Joaquim Sassa, y era pe-sada, ancha como un disco, irregular, que si fuera delas otras, manejables, de contorno liso, de esas quecaben holgadas entre el pulgar y el índice, JoaquimSassa la habría tirado rasando el agua llana para verlasaltar, puerilmente feliz con su destreza, y hundirse alfin, perdido ya el impulso, piedra que parecía tener sudestino marcado, reseca al sol, mojada sólo por la llu-via, y hundida ahora en las oscuras profundidades es-perando un millón de años hasta que este mar se eva-pore, o retrocediendo la devuelva a la tierra dondepermanecerá otro millón de años, dando tiempo a quebaje a la playa otro Joaquim Sassa, que sin saberlo re-petirá el gesto y el movimiento, ningún hombre diga,No lo haré, segura y firme no está piedra alguna.

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En los arenales del sur, en esta hora tibia,hay quien se da el último baño, nada, salta como unabola, se hunde en las olas, o reposa quizá bogandosobre un colchón de aire, o, sintiendo en la piel laprimera brisa del atardecer, acomoda el cuerpo pararecibir la caricia última del sol que va a ponerse enel mar dentro de un segundo, el más largo de todos,porque lo miramos y él se deja mirar. Pero aquí, enesta playa del norte donde Joaquim Sassa sostieneen la mano una piedra, tan pesada que ya la mano secansa, el viento sopla frío y el sol está a medias hun-dido, ni gaviotas vuelan sobre las aguas. JoaquimSassa tiró la piedra, pensó que caería allí delante,casi a sus pies, uno tiene la obligación de conocersus propias fuerzas, no había testigos que se pudie-ran reír del frustrado discóbolo, él sí estaba prepara-do para reírse de sí mismo, pero no ocurrió lo queesperaba, la oscura y pesada piedra ascendió en elaire, cayó luego y chocó con el agua de plano, conel choque volvió a subir, en gran vuelo o salto, ybajó de nuevo y subió, hundiéndose luego a lo lejos,si la blancura que acabamos de ver, distante, no essólo la franja de espuma al quebrarse la ola. Cómoes posible, pensó perplejo Joaquim Sassa, cómo yo, detan poca fuerza natural, he lanzado tan lejos una pie-dra tan pesada, al mar que ya está oscureciendo, y nohay nadie para decirme, Muy bien, Joaquim Sassa,soy testigo para el Guinness de los récords, una ha-zaña así no puede ser ignorada, poca suerte, si cuen-to lo ocurrido todos me llamarán mentiroso. Una olamuy alta vino de mar adentro, espumeante y reven-tando, al final la piedra cayó al mar, éste es el efecto

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conocido desde los ríos de la infancia de quien en lainfancia tuvo ríos, la ondulación concéntrica que laspiedras arrojadas causan. Joaquim Sassa corrió playaarriba, y la onda se deshizo en la arena arrastrandoconchas, pinzas de cangrejos, algas verdes, pero tam-bién de las otras, fucos, sanguinas, laminarias. Y unapiedra pequeña, manejable, de esas que caben entreel pulgar y el índice, cuántos años llevaría sin ver laluz del sol.

Acto dificilísimo es el de escribir, respon-sabilidad de las mayores, basta pensar en el trabajoagotador que supone disponer por orden temporallos acontecimientos, primero éste, luego aquél, o, siconviene a las exigencias del efecto buscado, el sucesode hoy colocado antes del episodio de ayer, y otrasno menos arriesgadas acrobacias, el pasado como sihubiera sido ahora, el presente como un continuosin principio ni fin, pero, por mucho que se esfuercenlos autores, hay una habilidad que no pueden exhi-bir, poner por escrito, al mismo tiempo, dos casos enel mismo tiempo acontecidos. Hay quien cree quela dificultad se resuelve dividiendo la hoja en doscolumnas, lado con lado, pero el truco es ingenuo,porque primero se escribió un lado y después el otro,sin olvidar que el lector tendrá que leer primero éstey luego aquél, o viceversa, quienes lo tienen bien sonlos cantantes de ópera, cada uno con sus partes en losconcertantes, tres cuatro cinco seis entre tenores ba-jos sopranos y barítonos, todos cantando palabrasdiferentes, por ejemplo, el cínico escarneciendo, laingenua suplicando, el galán tardo en acudir, al es-pectador lo que le importa es la música, pero el lec-

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tor no es así, lo quiere todo explicado, sílaba por sí-laba y una tras otra, como aquí se muestran. Por eso,habiendo primero hablado de Joaquim Sassa, habla-remos ahora de Pedro Orce, cuando lanzar Joaquimla piedra al mar y levantarse Pedro de la silla fue to-do obra de un instante único, aunque en los relojeshubiera una hora de diferencia, es el resultado de es-tar éste en España y aquél en Portugal.

Sabido es que todo efecto tiene su causa, esésta una verdad universal, pero no es posible evitaralgunos yerros de juicio, o de simple identifica-ción, pues ocurre que consideramos que este efectoproviene de aquella causa cuando en definitiva fueotra, muy fuera del alcance del entendimiento quetenemos y de la ciencia que creemos tener. Por ejem-plo, pareció quedar demostrado que si los perros deCerbère ladraron fue porque Joana Carda hizo unaraya en el suelo con una vara de negrillo, aunquesólo un chiquillo muy crédulo, si queda alguno delos dorados tiempos de la credulidad, o inocente, siel santo nombre de inocencia así puede ser jurado envano, un chiquillo capaz de creer que, cerrando lamano, guardó dentro la luz del sol, sólo ese chiquillocreería que fuesen capaces de ladrar los perros quenunca antes ladraron por razones que son tanto deorden histórico como fisiológico. En estas decenas ydecenas de millares de lugarejos, aldeas, villas y ciu-dades lo que no faltan son personas que jurarían sercausa y causas, tanto del ladrar de los perros como detodo lo que vendrá, porque tropezaron con una puer-ta, o se cortaron una uña, o arrancaron una fruta delárbol, o corrieron una cortina, o encendieron un pi-

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tillo, o murieron, o, no las mismas, nacieron, hipóte-sis éstas, las de muerte y nacimiento, que más difícilesserían de admitir teniendo en cuenta que tendría-mos que ser nosotros quienes las propusiéramos, puesquien nace no viene hablando de la barriga de la ma-dre y quien muere no habla tras haber entrado en labarriga de la tierra. Y de nada sirve añadir que a cual-quiera le sobran razones para juzgarse causa de losefectos todos, estos de los que venimos hablando y máslos que son nuestra parte exclusiva para el funciona-miento del mundo, lo que mucho me gustaría saberes cómo será este mundo cuando ya no haya hombresy los efectos que sólo ellos causan, lo mejor es no pen-sar en tal inmensidad, que da vértigo, ahora bien,bastará que sobrevivan unos animalillos, unos insec-tos, y habrá mundos, el de la hormiga, el de la cigarra,no abrirán cortinas, no se mirarán en un espejo, quémás da eso, al fin y al cabo la única gran verdad esque el mundo no puede morir.

Diría Pedro Orce, si a tanto se atreviera, quela causa de que la tierra temblara fue que golpeócon los pies en el suelo al levantarse de la silla, fuer-te presunción la suya, si no nuestra, que liviana-mente dudamos, si cada hombre deja en el mundoal menos una señal, ésta podría ser la de Pedro Or-ce, por eso dice, Puse los pies en el suelo y la tierraempezó a temblar. Extraordinaria sacudida aquélla,que nadie dio muestras de sentir, e incluso ahora,pasados dos minutos, cuando en la playa se ha re-tirado la ola y Joaquim Sassa se dice a sí mismo, Silo contara me llamarían mentiroso, la tierra vibra co-mo sigue vibrando la cuerda que ya ha dejado de oír-

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se, la siente Pedro Orce en la planta de los pies,sigue sintiéndola cuando sale de la farmacia a la ca-lle, y nadie allí parece haberse enterado, es como estarmirando una estrella y decir, Qué luz tan hermosa,qué estrella tan bonita, y no poder saber que seapagó a la mitad de la frase, y los hijos y los nietosrepetirán las palabras, los pobres, hablan de lo yamuerto y le llaman vivo, no sólo en la ciencia astro-nómica acontece engaño tal. Aquí es lo contrario,todos jurarían que la tierra está firme y sólo Pedro Or-ce aseguraría que tiembla, menos mal que se callóy no salió corriendo despavorido, por otra parte novacilan las paredes, las lámparas colgadas están in-móviles como plomada, y los pájaros en la jaula, quesuelen ser los primeros en dar la alarma, duermentranquilos en la vara, la cabeza bajo el ala, la agujadel sismógrafo trazó y sigue trazando una línea rectahorizontal en el papel milimetrado.

A la mañana siguiente, un hombre atravesa-ba una llanura yerma, de matojos y herbazales ce-nagosos, iba por trochas y senderos bajo los árboles,altos como el nombre que les fue dado, chopos yfresnos, y muchos tamariscos, con su olor africano,ese hombre no podría haber elegido mayor soledady más alzado cielo, y por encima de él, volando conestrépito inaudito, lo acompañaba una bandada de es-torninos, tantos que formaban una nube oscura yenorme, como de tempestad. Cuando se paraba, losestorninos se quedaban volando en círculo o se lan-zaban fragorosos sobre un árbol, desaparecían entrelas ramas y todo el follaje se estremecía, la copa re-sonaba de sones ásperos, violentos, parecía que dentro

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de ella se trabara ferocísima batalla. Volvía a andar Jo-sé Anaiço, éste era su nombre, y los estorninos se al-zaban de repente, todos a un tiempo, vruuuuuuuuuu.Si, no sabiendo quién es este hombre, nos pusiéra-mos a querer adivinarlo, diríamos que tal vez sea unpajarero de oficio o, como la serpiente, tiene poderde encanto y habilidades atractivas, cuando lo ciertoes que José Anaiço está tan incierto como nosotros delas causas de tan alado festival, Qué querrán de míestas creaturas, no nos extrañe la palabra desusada,hace días que las comunes no apetecen.

Venía el caminante de naciente a poniente,cayó así el camino y el paseo, pero por tener que bor-dear un gran pantano viró hacia el sur en curva, a lolargo de la orilla. Es de mañana y ha empezado a pi-car el sol, aunque sopla una brisa fresca y límpidaaún, lástima no poderla guardar en el bolsillo paracuando el sol apriete de verdad. Iba José Anaiço dis-curriendo estos pensamientos, vagos e involuntarioscomo si no le pertenecieran, cuando se dio cuenta deque los estorninos se habían quedado atrás, revolotea-ban más allá, donde el camino da una vuelta paraacompañar la laguna, proceder extraordinario sin du-da, pero en fin, como suele decirse, quien va va, quienestá está, adiós pajarillos. José Anaiço acabó de con-tornear el pantano, casi media hora de camino difícilentre espadañas y cambrones, y volvió al caminoprimero, en la misma dirección en que viniera, deoriente a occidente como el sol, cuando de súbito,vruuuu, aparecieron otra vez los estorninos, dónde sehabrían metido entretanto. Ahora bien, para este ca-so no hay explicación. Si una bandada de estorninos

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acompaña a un hombre en su paseo matinal comoun perro fiel a su dueño, si espera a darle tiempo aque bordee una laguna y luego lo sigue como antesvenía haciendo, no se le pida que diga o que averigüelos motivos, no tienen los pájaros razones sino ins-tintos, tantas veces vagos e involuntarios como si nonos pertenecieran, hablábamos de los instintos perotambién de las razones y de los motivos. Y tampocopreguntemos a José Anaiço quién es y qué hace en lavida, de dónde vino y adónde va, lo que de él hayade saberse, sólo por él se sabrá, y esta discreción, estacontención informativa, deberán valer igualmente pa-ra Joana Carda y su vara de negrillo, Joaquim Sassay la piedra que tiró al mar, Pedro Orce y la silla dedonde se levantó, las vidas no empiezan cuando laspersonas nacen, si así fuese cada día era un día ga-nado, las vidas empiezan más tarde, cuántas vecesdemasiado tarde, sin contar aquellas que apenas ini-ciadas se acaban, por eso gritó el otro, Ah, quién es-cribirá la historia de lo que podría haber sido.

Y ahora esta mujer, María Guavaira le lla-man, extraño nombre aunque no gerundio, que su-bió al desván de la casa y encontró un calcetín viejo,de aquellos antiguos y verdaderos que servían paraguardar dinero y lo hacían tan bien como una cajafuerte, simbólicos peculios, graciosas economías, yhallándolo vacío empezó a deshacerle las mallas, porhacer algo, como quien no tiene nada mejor en queocupar sus manos. Pasó una hora, y otra hora, y ellargo hilo de lana azul no paraba de caer, pero el cal-cetín no parecía disminuir de tamaño, como si nofueran suficientes los cuatro enigmas ya contados, éste

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nos demuestra que, al menos una vez, el contenidopuede ser mayor que el continente. A esta casa si-lenciosa no llega el rumor de las olas del mar, sipasan aves su sombra no oscurece la ventana, perroshabrá, pero no ladran, la tierra, si tembló, no tiem-bla. A los pies de la devanadora el hilo es una mon-taña que va creciendo. María Guavaira no se llamaAriadna, con este hilo no saldremos del laberinto,quizá con él lo que consigamos sea perdernos. El ca-bo, dónde está.

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