Batalla de tucuman

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En la mañana del 24 de septiembre de 1812, día del combate, el general Belgrano estuvo orando largo rato ante el altar de la Virgen.

Incluso la tradición cuenta que solicitó la realización de un milagro a través de su intercesión.

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En esos mismos momentos, Pío Tristán, general de las tropas realistas, ordenó la marcha hacia la ciudad.

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En el paraje de Los Pocitos se encontró repentinamente con los campos incendiados por orden del teniente de Dragones La Madrid, natural de la zona, que contaba con la velocidad del fuego avivado por el viento del sur para desordenar la columna española.

Entonces utilizó el viejo camino real del Perú para poner frente a la ciudad a una legua de ésta, en el paraje del Manantial.

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Mientras tanto, y

aprovechando la confusión

provocada por el fuego,

Belgrano había cambiado

su frente hacia el oeste,

contando con una visión

clara de las maniobras de

Tristán, y plantó cara a

éste en un terreno

escabroso y desparejo

llamado el campo de las

Carreras.

La rápida embestida

sobre el flanco de

Tristán apenas dio

tiempo a éste de

reorganizar su frente y

ordenar montar la

artillería.

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La artillería dio inicio al combate. Sin embargo, en medio de este la providencial aparición de una enorme bandada de langostas, que se abatieron sobre los pajonales confundió a los soldados y oscureció la visión, acabando de descomponer el frente.

Las versiones tradicionales refieren que fue tal la confusión sembrada por aquel enjambre de langostas que hizo parecer a los ojos de las fuerzas españoles, un número muy superior de tropas patriotas, lo que habría provocado su retirada en la confusión.

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Tristán intentó retroceder para organizar a su tropa; abandonó su parque. Junto con un grupo de infantería de Manuel Dorrego, recobró 39 carretas cargadas de armas y munición, y la condujo, junto con los cañones que se puedo arrastrar, a la ciudad.

Belgrano, a su vez, desconocedor del resultado, localizo lo que quedaba de la caballería en el campo. Balcarce fue el primero en atreverse a calificar de victoria la situación, juzgando que el campo cubierto de cadáveres y despojos españoles es indicio del resultado, aunque se desconocía por completo el estado de la infantería y de la ciudad.

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Mientras tanto, Tristán evaluaba la pérdida de su munición, de la mayor parte de la artillería y de sus avíos; ordenó a los restos de su tropa, que había perdido más de mil hombres entre muertos y heridos, avanzar sobre la ciudad e intimar su rendición bajo amenaza de incendiarla.

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El español pernoctó fuera, dudando acerca del curso a seguir; por la mañana, encontró a la tropa de Belgrano a sus espaldas, que lo intimó a rendirse. El jefe realista contestó, rechazando la oferta, que "las armas del rey no se rinden". A continuación se replegó con todo su ejército hacia Salta, mientras 600 hombres al mando de Díaz Vélez lo hostigaban

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El 27 de octubre se celebró una misa de acción de gracias; en la procesión que llevaba la estatua de la Virgen de las Mercedes, Belgrano depositó su bastón de mando entre los cordones del ropaje de la imagen, proclamándola en agradecimiento como Generala del Ejército Argentino.

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La victoria consolidó la obra de la Revolución y alejó

momentáneamente el peligro de un verdadero

desastre. Si el ejército patriota se hubiera retirado,

las provincias del norte se hubiesen perdido para

siempre y el enemigo, dueño de un extenso

territorio, habría llegado hasta Córdoba, donde le

hubiera sido más fácil obtener la cooperación de los

realistas de la Banda Oriental y de las tropas

portuguesas del Brasil.

El triunfo tuvo también importantes consecuencias

políticas, por cuanto Belgrano había derrotado al

invasor contrariando las disposiciones del gobierno

y demostrando el acierto de los opositores, cuando

pedían auxilios para remitir al Ejército del Norte. En

Buenos Aires, a los tres días de conocerse la noticia

del combate, el Primer Triunvirato fue derribado por

la Revolución del 8 de octubre.

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También dispuso que los nombres de los

soldados figurasen en el libro de honor de

los respectivos Cabildos de Buenos Aires y

Tucumán. Belgrano fue designado Capitán

General, pero rehusó el ascenso con suma

modestia.

El Segundo Triunvirato concedió a los

integrantes del ejército el uso de un

distintivo con la inscripción:

La Patria a su defensor en Tucumán

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FIN