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BATALLA AL BORDE DE UNA CATARATA

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BATALLA AL BORDE

DE UNA CATARATA

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BATALLA AL BORDE

DE UNA CATARATA

{COLECCIÓN DIÁSTOLE}

109 poemas peruanos

Antología a cargo de Eduardo Chirinos

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Primera edición, septiembre 2016

© De los respectivos autores, 2016© Esdrújula Ediciones, 2016

ESDRÚJULA EDICIONESCalle Martín Bohórquez 23. Local 5, 18005 Granada

[email protected]

Edición a cargo de Víctor Miguel Gallardo Barragán y Mariana Lozano Ortiz

Diseño de cubierta: Alfonso Perroraro, a partir de una obra de Pilar Ortiz

Impresión: Ulzama

«Reservados todos los derechos. De conformidad con lo dispuesto en elCódigo Penal vigente del Estado Español, podrán ser castigados con penasde multa y privación de libertad quienes reprodujeren o plagiaren, en todo

o en parte, una obra literaria, artística, o científica, fijada en cualquiertipo de soporte sin la preceptiva autorización.»

Depósito legal: GR 1084-2016ISBN: 978-84-16485-80-2

Impreso en España· Printed in Spain

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Para Inmaculada Lergo Martín

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El abrir y cerrarse de puertas que conducen

al dominio encantado de tu nombre.

CéSAR MORO

Poesía no dice nada:

Poesía se está, callada,

Escuchando su propia voz.

MARtíN ADáN

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P r ó l o g o

Recurriré al título del poemario más célebre de XavierAbril para expresar en dos palabras mi reacción ante la ideade elaborar esta antología: «Difícil trabajo». Esta dificultadque, me apresuro en señalarlo, supo ir de la mano con los pla-ceres de la memoria y la relectura, tiene que ver con unacuestión metodológica que deviene inevitablemente en ideoló-gica: ¿lo que llamamos «poesía peruana» se inicia con loshermosos cantos quechuas, aymaras y amazónicos (que aúnse siguen componiendo)?, ¿o acaso con la conquista y la intro-ducción de una lengua y una tradición que encontrarán en elPerú (y en el resto de Hispanoamérica) una asombrosa conti-nuidad? Y si fuera así, ¿podríamos considerar peruanos apoetas como Diego Dávalos de Figueroa, Fray Diego de Hojedao Juan del Valle Caviedes, que nacieron en España pero escri-bieron su obra en el Perú? En su tesis De lo barroco en el Perú(1938) Martín Adán definió la poesía colonial peruana «comola española alterada en asunto y nomenclatura». Esta defini-ción es pertinente hasta muy avanzada la República: salvoalgunas excepciones, como la de Mariano Melgar, son muypocos los poetas de la independencia que han ingresado a la

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savia que nutre nuestra tradición poética. Lo mismo podríadecirse de nuestro anémico romanticismo e, incluso, de nues-tro modernismo, representado por la figura equívoca de JoséSantos Chocano. No estoy señalando la ausencia de poetas(algunos de ellos notables), sino la ausencia de una tradición.Y por tradición entiendo el conjunto de obras en las cuales sereconoce un poeta para entablar el diálogo que le permita pro-longarla, discutirla e incluso negarla para otorgarle su másradical sentido. Esa tradición se inicia en el Perú con JoséMaría Eguren, César Vallejo y Martín Adán. Con elloscomienza esta antología que termina con poemas de autoresnacidos alrededor de 1960.

Antes de continuar quisiera dejar claro que hablar de tra-diciones poéticas en Hispanoamérica es una limitación cuandono un provincianismo: desde el modernismo, la poesía hispa-noamericana escrita en español obedece a un impulso que norespeta fronteras ni geografías. Sólo la pobreza editorial (o suslimitaciones de circulación) ha impedido que muchos poetas ylectores de nuestros países se sorprendan no sólo del poderosovínculo que los une, sino también, de las particularidades quedistinguen la poesía hispanoamericana de la española: elhecho de que compartamos la misma lengua con la viejaMetrópoli significa muy poco en comparación con la evidenciade que si en España la vanguardia tuvo una duración corta yun final dramático, en Hispanoamérica siguió su rumbo natu-ral hasta desaparecer, dejando su marca en aquellos que notardarían en ser considerados fundadores de su tradición poé-tica: César Vallejo, Jorge Luis Borges, Pablo Neruda, VicenteHuidobro, Oliverio Girondo, Octavio Paz. Para decirlo de otro

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modo: si en España el vanguardismo fue el breve (aunquedecisivo) episodio de una tradición milenaria, en Hispanoa-mérica fue el acta de nacimiento de una tradición cuyoscontados antecedentes provenían del modernismo, en parti-cular de la obra de Rubén Darío.

En el prólogo a La poesía contemporánea del Perú (1946),Sebastián Salazar Bondy dedica tres de las siete páginas aexplicar las razones por las que Manuel González Prada yJosé Santos Chocano no pueden ser considerados fundadoresde nuestra poesía contemporánea, mérito que les correspondepor derecho propio a José María Eguren y a César Vallejo.

Leídas casi setenta años después, las razones de SalazarBondy forman parte del repertorio de lugares comunes sobrela poesía peruana (lo que, bien mirado, es un logro del poeta),pero en su momento fueron provocadoras e incluso subversi-vas: al lector promedio de esa época le costaba digerir el tenuepreciosismo de Eguren y las extremas dislocaciones lingüísti-cas de Vallejo, para no hablar de las tensiones barrocaspropuestas por Martín Adán, pero se sentía cómodo con lassentencias morales de González Prada (que ahora nos gustan)y la trompetería asfixiante de Chocano.

Además de ser altamente notables, las diferencias entretono, estilo y dicción que caracterizan las obras de los tres fun-dadores configuran propuestas radicalmente distintas. Podríadecirse (como ya se ha dicho) que representan tres caminos porlos que ha transitado —y aún transita— la poesía peruana,pero la gran paradoja es que su único punto de convergenciahaya sido la orfandad. Creadas a partir de las carencias másextremas y las dificultades más desmoralizadoras, estas tres

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obras terminaron por usurpar a sus autores convirtiéndolos enleyenda: Vallejo muerto en la miseria en un hospital de París,Eguren empobrecido en una humilde casa del jirónz Quilca,Martín Adán recluido por voluntad propia en el manicomioLarco Herrera. La lección es equívoca: la orfandad, que cubrecomo un manto negro nuestra tradición, no nos enseña que elpoeta deba construirse «como leyenda» (olvidando, en muchoscasos, la obra), sino que las dificultades y carencias son lasherramientas con las que debe lidiar cualquier peruano queacepte la fatalidad de la poesía. Así lo entendieron poetas comoCarlos Germán Belli, un clásico sin clasicismo, Jorge EduardoEielson, un vanguardista sin vanguardia, o Juan GonzaloRose, un romántico sin romanticismo. Podría seguir multipli-cando ejemplos, pero todos negarían en la práctica su meracondición epigonal: los más jóvenes se siguen fortaleciendo consu poder de renovación, con su indiscutible originalidad, consu insistencia en seguir diciéndonos algo. En suma, con sucapacidad de mantenerse de pie en esa batalla al borde de unacatarata a la que la tradición permanentemente los invita.Este difícil trabajo aspira a dar prueba de ello.

EDUARDO CHIRINOS

Missoula, noviembre de 2014

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Batalla al bordede una catarata

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L o s r e y e s r o j o s

Desde la auroracombaten dos reyes rojos,con lanza de oro.

Por verde bosquey en los purpurinos cerrosvibra su ceño.

Falcones reyesbatallan en lejaníasde oro azulinas.

Por la luz cadmio,airadas se ven pequeñassus formas negras.

Viene la nochey firmes combaten foscoslos reyes rojos.

José María Eguren (1874-1942)

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L a n i ñ a d e l a l á m p a r a a z u l

En el pasadizo nebulosocual mágico sueño de Estambul,su perfil presenta destellosola niña de la lámpara azul.

ágil y risueña se insinúa,y su llama seductora brilla,tiembla en su cabello la garúade la playa de la maravilla.

Con voz infantil y melodiosaen fresco aroma de abedul,habla de una vida milagrosala niña de la lámpara azul.

Con cálidos ojos de dulzuray besos de amor matutino,me ofrece la bella criaturaun mágico y celeste camino.

De encantación en un derroche,hiende leda, vaporoso tul;y me guía a través de la nochela niña de la lámpara azul.

José María Eguren (1874-1942)

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E l d i o s c a n s a d o

Plomizo, carminadoy con la barba verde,el ritmo pierde,el dios cansado.

Y va con tristes ojos,por los desiertos rojos,de los beduinosy peregrinos.

Sigue por las obscurasy ciegas capitalesde negros malesy desventuras.

Reinante el día estuoso,camina sin reposotras los inventosy pensamientos.

Continúa, ignoradopor la región atea;y nada creael dios cansado.

José María Eguren (1874-1942)

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E s p e r g e s i a

Yo nací un día que Dios estuvo enfermo.

todos saben que vivo, que soy malo; y no saben del diciembre de ese enero. Pues yo nací un día que Dios estuvo enfermo.

Hay un vacío en mi aire metafísico que nadie ha de palpar: el claustro de un silencio que habló a flor de fuego.

Yo nací un día que Dios estuvo enfermo.

Hermano, escucha, escucha... Bueno. Y que no me vaya sin llevar diciembres, sin dejar eneros. Pues yo nací un día que Dios estuvo enfermo.

César Vallejo (1892-1938)

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todos saben que vivo, que mastico... y no saben por qué en mi verso chirrían, oscuro sinsabor de féretro, luyidos vientos desenroscados de la Esfinge preguntona del Desierto.

todos saben... Y no saben que la Luz es tísica, y la Sombra gorda... Y no saben que el Misterio sintetiza... que él es la joroba musical y triste que a distancia denuncia el paso meridiano de las lindes a las Lindes.

Yo nací un día que Dios estuvo enfermo, grave.

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M e v i e n e , h a y d í a s , u n a g a n a u b é r r i m a , p o l í t i c a …

Me viene, hay días, una gana ubérrima, política,de querer, de besar al cariño en sus dos rostros, y me viene de lejos un querer demostrativo, otro querer amar, de grado o fuerza, al que me odia, al que rasga su papel, al muchachito, a la que llora por el que lloraba, al rey del vino, al esclavo del agua, al que ocultóse en su ira, al que suda, al que pasa, al que sacude su persona en mi alma. Y quiero, por lo tanto, acomodarle al que me habla, su trenza; sus cabellos, al soldado; su luz, al grande; su grandeza, al chico. Quiero planchar directamente un pañuelo al que no puede llorar y, cuando estoy triste o me duele la dicha, remendar a los niños y a los genios.

Quiero ayudar al bueno a ser su poquillo de malo y me urge estar sentado a la diestra del zurdo, y responder al mudo, tratando de serle útil en lo que puedo, y también quiero muchísimo

César Vallejo (1892-1938)

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lavarle al cojo el pie, y ayudarle a dormir al tuerto próximo.

¡Ah querer, éste, el mío, éste, el mundial, interhumano y parroquial, provecto! Me viene a pelo desde el cimiento, desde la ingle pública, y, viniendo de lejos, da ganas de besarle la bufanda al cantor, y al que sufre, besarle en su sartén, al sordo, en su rumor craneano, impávido; al que me da lo que olvidé en mi seno, en su Dante, en su Chaplin, en sus hombros.

Quiero, para terminar, cuando estoy al borde célebre de la violencia o lleno de pecho el corazón, querría ayudar a reír al que sonríe, ponerle un pajarillo al malvado en plena nuca, cuidar a los enfermos enfadándolos, comprarle al vendedor, ayudar a matar al matador —cosa terrible—y quisiera yo ser bueno conmigo en todo.

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P i e d r a n e g r a s o b r e u n a p i e d r a b l a n c a

Me moriré en París con aguacero, un día del cual tengo ya el recuerdo. Me moriré en París —y no me corro— tal vez un jueves, como es hoy, de otoño.

Jueves será, porque hoy, jueves, que proso estos versos, los húmeros me he puesto a la mala y, jamás como hoy, me he vuelto, con todo mi camino, a verme solo.

César Vallejo ha muerto, le pegaban todos sin que él les haga nada; le daban duro con un palo y duro

también con una soga; son testigos los días jueves y los huesos húmeros, la soledad, la lluvia, los caminos...

César Vallejo (1892-1938)