Baroja, Pio - La Lucha Por La Vida - 02 - Mala Hierba

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    La lucha por la vida II Mala hierba

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    Primera parte

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    IEl taller - La vida de Roberto Hasting - lex Monzn

    Roberto se haba levantado de la cama y, vestido con su traje de calle y sentado a una mesa llena de papeles, escriba.

    El cuarto era una guardilla trastera, baja de techo, con una granventana a un patio. El centro del cuarto lo ocupaban dos estatuas debarro, de un armazn interior de alambre, dos figuras de tamao mayorque el natural, descomunales y estrambticas, que estaban solamenteesbozadas, como si el autor no hubiera querido acabarlas; eran dosgigantes rendidos por el cansancio, los dos de cabeza pequea y rapada,pecho hundido y vientre abultado y largos brazos simiescos. Los dosparecan agobiados por el abatimiento profundo. Frente a la ventana,

    ancha, haba un sof tapizado con una percalina floreada; en las sillas yen el suelo se levantaban estatuas medio envueltas en trapos hmedos;en un ngulo apareca una caja llena de pedazos secos de escayola, y enun rincn, un lebrillo con barro.

    De cuando en cuando, Roberto miraba a un reloj de bolsillo colocadosobre una mesa entre los papeles; se levantaba y daba unos paseos porel cuarto. Por la ventana, en las galeras de la casa de enfrente, se veapasar mujeres desharrapadas y sucias; de la calle suba una barandaensordecedora de gritos de las verduleras y de los vendedores

    ambulantes.A Roberto, sin duda, no le molestaba aquella continua algaraba, y alcabo de poco rato se sentaba y segua escribiendo.

    Mientras tanto, Manuel suba y bajaba las casas de toda la calle enbusca de Roberto Hasting.

    Hallbase Manuel con decisin para intentar seriamente un cambio devida; se senta capaz de tomar una determinacin enrgica y dispuesto aseguirla hasta el fin.

    Su hermana mayor, que acababa de casarse con un bombero, le regal

    unos pantalones rotos de su esposo, una chaqueta vieja y una bufandarada. Adems, aadi a la donacin una gorra de forma y de colorabsurdos, un sombrero hongo anciano y algunos buenos y vagos

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    consejos acerca del trabajo, el cual, como nadie ignora, es el padre detodas las virtudes, como el caballo es el ms noble de todos los animales,

    y la ociosidad, la madre de todos los vicios.Es muy posible, casi seguro, que Manuel hubiese preferido a estos

    buenos y vagos consejos, a esta gorra de forma y color absurdos, a la

    chaqueta vieja, al sombrero anciano, a la bufanda rada y a lospantalones rotos, una pequea cantidad de dinero, ya fuera en cuartos,en plata o en billetes.

    La juventud es as, no tiene norte ni gua; imprevisora siempre,concede ms valor a los bienes materiales que a los espirituales, sincomprender en su ignorancia absoluta que una moneda se gasta, unbillete se cambia, y las dos cosas pueden perderse, y, en cambio, unbuen consejo ni se gasta ni se pierde, ni se reduce a calderilla, y tiene,adems, la ventaja de que, sin cuidarse de l para nada, duraeternamente, sin enmohecimiento ni deterioro. Prefiriese una cosa uotra, hay que confesar que Manuel tuvo que contentarse con lo que ledieron.

    Con el lastre de los buenos consejos y de las malas prendas de vestir,sin vislumbrar ni un cuarto de luz en su camino, Manuel repas en lamemoria la corta lista de sus conocimientos, y pens que, de todos, elnico capaz de favorecerle era Roberto Hasting.

    Penetrado de esta verdad, para l muy importante, se dedic a buscara su amigo. En el cuartel ya le haban perdido de vista haca tiempo;doa Casiana, la de la casa de huspedes, a quien Manuel encontr enla calle, no saba las seas de Roberto, y le indic que quiz elSuperhombre las supiera.

    -Sigue viviendo en su casa de usted?-No; estaba ya harta de que no me pagara. No s dnde vive; pero le

    encontrar en El Mundo, un peridico de la calle de Valverde, que tieneun letrero en el balcn.

    Busc Manuel el peridico de la calle de Valverde y lo encontr enseguida; subi al piso principal de la casa y se detuvo ante una puertacerrada con un cristal en donde haba grabados dos mundos: el antiguo

    y el moderno. No haba timbre ni llamador de campanilla, y Manuel sepuso a repiquetear con los dedos en el cristal, encima precisamente delnuevo mundo, y en esta ocupacin le sorprendi el mismsimoSuperhombre, que llegaba de la calle.

    -Qu haces aqu? -le dijo el periodista, mirndole de arriba abajo-.Quin eres t?

    -Yo soy Manuel, el hijo de la Petra, la de la casa de huspedes, no se

    acuerda usted?-Ah, s!... Y qu quieres?-Quisiera que me dijese usted si sabe en dnde vive don Roberto, que

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    creo que ahora es periodista.-Y quin es don Roberto?-El rubio..., el estudiante amigo de don Telmo.-El nio litri aqul...? Yo qu s!-Ni dnde trabaja tampoco?

    -Creo que da lecciones en la Academia de Fischer.-No s en qu sitio est esa academia.-Me parece que en la plaza de Isabel Segunda -contest el

    Superhombre de un modo displicente, mientras abra la puerta decristales con un llavn y entraba.

    Manuel fue a la academia; aqu, un ordenanza le dijo que Roberto vivaen la calle del Espritu Santo, en el nmero 21 o 23, no saba a puntofijo, en un piso alto, donde haba un estudio de escultor.

    Manuel busc la calle del Espritu Santo; la geografa de esa parte deMadrid le era un tanto desconocida. Tard en dar con la calle, que estabaen aquellas horas animadsima; las verduleras, colocadas en fila a loslados de la calle, anunciaban sus judas y sus tomates a voz en grito; lascriadas pasaban con sus cestas al brazo y sus delantales blancos; loshorteras, recostados en la puerta de la tienda, echaban un prrafo conla cocinera guapa; corran los panaderos entre la gente con la cesta enequilibrio en la cabeza, y el ir y venir de la gente, el gritar de unos y deotros, formaban una baranda ensordecedora y un espectculoabigarrado y pintoresco.

    Manuel, abrindose paso entre el gento y las cestas de tomates,pregunt por Roberto en los nmeros que le indicaron; no le conocan lasporteras, y no tuvo ms remedio que subir hasta los pisos altos yenterarse all.

    Despus de varias ascensiones dio con el estudio del escultor. En elextremo de una escalera sucia y oscura se encontr con un pasillo endonde charlaban unas cuantas viejas.

    -Don Roberto Hasting? Uno que vive en el taller de un es-cultor?-Ser ah, en esa puerta.La entreabri Manuel, se asom y vio a Roberto escribiendo.-Hola! Eres t? -dijo Roberto-. Qu hay?-Pues vena a verle a usted.-A m?-S, seor.-Qu te pasa?-Que me he quedado parado.

    -Cmo parado?-Sin trabajo.-Y tu to?

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    -Oh, ya haca tiempo que no estaba all!-Y cmo ha sido eso?Manuel cont sus cuitas. Luego, viendo que Roberto segua

    escribiendo rpidamente, se call.-Puedes seguir -murmur Hasting-, te oigo mientras escribo; tengo que

    concluir un trabajo para maana y necesito correr, pero te oigo.Manuel, a pesar de la indicacin, no sigui hablando. Mir a los dosgigantones derrengados que ocupaban el centro del taller y quedsorprendido. Roberto, que not el asombro de Manuel, le preguntriendo:

    -Qu te parece eso?-Qu s yo. Da miedo. Qu quieren decir esos hombres? El autor los

    llama Los explotados.. Quiere dar a entender que son los hombres aquienes agota el trabajo. Poco oportuno el asunto para Espaa.

    Roberto sigui escribiendo. Manuel separ la vista de los dos figurones y la dirigi por el cuarto. No tena aspecto de riqueza, ni siquiera decomodidad; Manuel pens que el estudiante no marchaba bien en susasuntos.

    Roberto ech una rpida mirada a su reloj, dej la pluma, se levant ypase por el cuarto. Contrastaba su elegancia con el aspecto miserabledel cuarto.

    -Quin te ha dicho dnde viva? -pregunt.-En una academia.-Y quin te ha indicado la academia?-El Superhombre.-Ah! El divino Langairios... Y dime desde cundo ests sin trabajo?-Desde hace unos das.-Y qu piensas hacer?-Pues estar a lo que salga.-Y si no sale nada?-Creo que algo saldr.Roberto sonri burlonamente.-Qu espaol es eso! Estar a lo que salga. Siempre esperando... Pero,

    en fin, t no tienes la culpa. Oye: si estos das no encuentras sitio dondedormir, qudate aqu.

    -Bueno; muchas gracias. Y la herencia de usted, don Roberto? Cmova?

    -Marchando poco a poco. Antes de un ao me ves rico.-Me alegrar.Ya te dije que me figuraba que haba un enredo de los curas en esta

    cuestin; pues, efectivamente, as es. Don Fermn Nez de Letona, elcura, fund diez capellanas para parientes suyos que llevaran suapellido. Sabiendo esto, pregunt por estas capellanas en el obispado;

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    no saban nada; ped varias veces la partida de bautismo de don Fermna Labraz; me dijeron que all no apareca tal nombre. Para aclarar esteasunto he ido un mes a Labraz.

    -Ha estado usted fuera de Madrid?-S; he gastado mil pesetas. En la situacin que me encuentro, figrate

    lo que representan mil pesetas para m; pero no he tenido ningninconveniente en gastarlas. He ido, como te deca, a Labraz; he visto ellibro de partidas en la iglesia y me he encontrado que hay un salto en ellibro desde el ao mil setecientos cincuenta y nueve al sesenta. Qu esesto?, me dije. Mir, volv a mirar; no haba seal de hoja arrancada: lanumeracin de los folios estaba bien, pero los aos no concordaban, y,sabes lo que pasa? , que una hoja est pegada a otra. Despus fui alseminario de Pamplona, y consegu encontrar una lista de los alumnosque estudiaron a fines del siglo dieciocho, y all est don Fermn, y pone:Nez de Letona, Labraz (lava). De manera que la partida de bautismode don Fermn se encuentra en la hoja pegada.

    -Y por qu no ha hecho usted que la despeguen?-No; quin sabe lo que puede suceder? Podra levantar la caza. El libro

    queda all. Yo he mandado a Londres mi escrito; cuando venga elexhorto, el juzgado nombrar tres peritos, que irn a Labraz, y, ante ellos

    y ante el juez y el notario, se despegar la hoja.Roberto, como siempre que hablaba de su fortuna, iba exaltndose; su

    imaginacin le hacia ver perspectivas admirables de riqueza, de lujo, deviajes maravillosos. En medio de sus entusiasmos y sus ilusionesapareci el hombre prctico; mir al reloj, se calm en un instante y sepuso a escribir de nuevo.

    Manuel se levant.-Qu, te vas? -le dijo Roberto.-S; qu voy a hacer aqu?-Si no tienes que almorzar, toma una peseta. No tengo ms.-Y usted?-Yo como en casa de un discpulo. Oye: si vienes a dormir, advirteselo

    a mi compaero. Estar aqu dentro de un momento. An no se halevantado. Se llama Alejo Monzn, pero le llaman lex.

    -Bueno; s, seor.Almorz Manuel pan y queso y volvi al poco rato al taller. Un hombre

    rechoncho, de barba negra y espesa, cubierto con una blusa blanca, lapipa en la boca, modelaba en plastelina una Venus desnuda.

    -Usted es don Alejo? -le pregunt Manuel.-S, qu hay?

    -Yo soy amigo de don Roberto, y he venido a verle hoy y le he dicho queno tena trabajo ni casa, y l me ha indicado que poda dormir aqu.-Tendrs que acostarte en el sof -dijo el de la blusa blanca-, porque

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    no hay otra cama.-No importa. Estoy acostumbrado.-Qu! T tienes algo que hacer?-Yo, no.-Anda, entonces ponte sobre la tarima. Me servirs de modelo. Sintate

    en esta caja. As. Ahora apoya la cabeza en la mano, como si estuvieraspensando en algo. Bueno. Est bien. La mirada ms alta. Eso es.El escultor se sent, machac de un puetazo la Venus que estaba

    modelando y comenz a levantar otra figura.Manuel se cans pronto de posar, y se lo advirti as a lex, quien le

    dijo que descansara.A media tarde entraron en la guardilla una porcin de muchachos

    amigos del escultor; dos de ellos se pusieron en mangas de camisa ycomenzaron a amontonar barro en una mesa; un melenudo se sent enun sof. Llegaron poco despus otros y comenzaron todos a charlar a vozen grito.

    Hablaron y discutieron una porcin de cosas, de pintura, de escultura,de comedias. Manuel pens que deban de ser personas importantes.

    Haban clasificado al mundo. Tal era admirable; Cual, detestable; H,un genio; B, un imbcil.

    No les gustaban, sin duda, las medias tintas ni los trminos medios;parecan rbitros de la opinin, juzgadores y sentenciadores de todo.

    Al anochecer se prepararon para salir.-T te vas? -pregunt el escultora Manuel-Saldr un momento a cenar.-Bueno; ah tienes la llave. Yo vendr a eso de las doce y llamar.-Est bien.Manuel comi otra racin de pan y queso y dio un paseo por las calles,

    y entrada la noche volvi al taller. Haca fro all arriba, ms fro que enla calle. Se acerc a tientas al sof y se tendi y esper a que viniera elescultor. Cerca de la una llam y le abri Manuel.

    lex vena ceudo. Se meti en su alcoba, encendi una vela y anduvopaseando por el estudio hablando solo.

    -Ese imbcil de Santiuste -le oy murmurar Manuel-, que dice que elno concluir una obra de arte es seal de impotencia. Y me miraba a m!Pero por qu le har yo caso a ese idiota?

    Nadie pudo dar al escultor una contestacin satisfactoria, y siguipaseando por el cuarto, lamentndose en voz alta de la estupidez y de laenvidia de sus compaeros.

    Despus, ya apaciguada su clera, cogi la buja, la acerc al grupo de

    Los explotados y lo mir durante largo tiempo con curiosidad. Vio queManuel no dorma, y le pregunt cndidamente:-Has visto t algo ms colosal que esto?

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    -Es una cosa muy rara -contest Manuel.-S es! -replic lex-. Tiene la rareza de todo lo genial. Yo no s si

    habr alguien en el mundo capaz de hacer esto. Quiz Rodin Hum!...,quin sabe? Dnde te figuras t que pondra yo este grupo?

    -No s.

    -En un desierto. Sobre un pedestal de granito cuadrado, tosco, sinadornos. Qu efectos producira!, eh?-Ya lo creo.El asombro de Manuel lo tom lex por admiracin, y con la buja en

    la mano fue quitando los paos que cubran sus estatuas yensendoselas.

    Eran figuras espantables y monstruosas: viejas encogidas, con lospellejos lacios y los brazos hasta los tobillos; hombres que parecanbuitres, chiquillos jorobados y deformes, unos de cabeza muy grande,otros de cabeza muy chica, cuerpos todos sin proporcin y armona.Manuel sospech si aquella fauna mostruosa sera una broma de lex;pero el escultor hablaba entusiasmado y explicaba por qu sus figurasno tenan la estpida correccin acadmica tan alabada por losimbciles. Todos eran smbolos.

    Despus de mostrar sus obras, lex se sent en una silla.-No me dejan trabajar -exclam con abandono-, y lo siento, no creas

    que por m, sino por el arte. Si Alejo Monzn no triunfa, la escultura enEuropa retrocede cien aos.

    Manuel no poda decir lo contrario, y se ech en el sof a dormir.Al da siguiente, cuando se despert, Roberto estaba ya vestido

    elegantemente y escribiendo en su mesa.-Est usted ya levantado? -le dijo Manuel con asombro.-Hay que madrugar, amigo -contest Roberto-. Yo no soy de los que

    estn a lo que salga. No viene la montaa a m, pues yo voy a la montaa;no hay ms remedio.

    Manuel no entendi bien lo que quera decir Roberto con esto de lamontaa, y desperezndose se levant del sof.

    Anda -le dijo Roberto-, ve por un caf con media tostada.Sali Manuel y volvi en seguida. Desayunaron los dos.-Quiere usted alguna cosa ms? -pregunt Manuel.-No, nada.-No piensa usted volver hasta la noche?-No.-Tantas cosas tiene usted que hacer?-Muchas, ya lo creo. Ahora, despus de traducir invariablemente diez

    pginas, voy a la calle de Serrano a dar una leccin de ingls; de aqutomo el tranva y marcho al final de la calle de Mendizbal, vuelvo alcentro, me meto en la casa editorial y corrijo las pruebas de la

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    traduccin. Salgo a las doce, voy a mi restaurante, corno, tomo caf,escribo mis cartas a Inglaterra, y a las tres estoy en la Academia deFischer. A las cuatro y media voy al colegio protestante. De seis a ochopaseo, a las nueve ceno, a las diez estoy en el peridico, y a las doce, enla cama.

    -Qu barbaridad! Pero, entonces, usted ganar mucho? -dijo Manuel.-De ochenta a noventa duros.-Y vive usted aqu?-Es que t ves los ingresos, pero no los gastos. Tengo que enviar todos

    los meses treinta duros a mi familia para que mi madre y mis doshermanas vayan viviendo. El proceso me lleva mensualmente quince oveinte duros, y con lo dems voy pasando.

    Manuel contempl con admiracin profunda a Roberto.-Pues hijo -exclam Roberto-, para vivir no hay ms remedio. Y es lo

    que debes hacer t: buscar, preguntar, correr, trotar; algo encontrars.Manuel pens que, aunque le hubiesen prometido ser rey, no era capaz

    de desenvolver una actividad semejante; pero se call.Esper a que se levantara el escultor y hablaron los dos largamente de

    las dificultades de la vida.-Mira: por ahora me sirves de modelo -dijo lex-, y ya encontraremos

    alguna combinacin para comer.-Bueno, s, seor; como usted quiera.lex tena crdito en la tahona y en la tienda de ultramarinos, y calcul

    que la alimentacin de Manuel le resultara ms barata que pagar unmodelo. Los dos se decidieron a alimentarse de conservas y pan.

    No era el escultor perezoso, ni mucho menos; pero no tena constanciaen el trabajo ni dominaba su arte; no saba concluir sus figuras, y viendoque al ir a detallarlas los defectos iban apareciendo con ms fuerza, lasdejaba sin terminar. Su orgullo le haca creer despus que el modelarexactamente un brazo o una pierna era una labor indigna y decadente,

    y sus amigos, en quienes se daba la misma impotencia para el trabajo,corroboraban su idea.

    Manuel no se preocupaba de cuestiones artsticas, pero muchas vecespens que las teoras del escultor, ms que convencimientos suyos,parecan pantallas para ocultar sus defectos.

    Haca un retrato o un busto, y se le deca: No se le parece, y lcontestaba: Eso es lo de menos, y en todo pasaba lo mismo.

    Manuel se fue aficionando a las reuniones del estudio por la tarde yescuchaba con atencin lo que decan los amigos de Alex.

    Dos o tres eran escultores, otros pintores y literatos. Ninguno de ellos

    conocido. Pasaban el tiempo correteando de teatro en teatro y de caf encaf, reunindose en cualquier parte para tener el gusto de hablar malde los amigos. Fuera de esta conversacin, en la cual todos concretaban

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    admirablemente, en las dems se divagaba con placidez. Era uncontinuo discutir y proyectar, afirmar hoy, negar maana, que a Manuel,que no tena base alguna de juicio, le despistaba por completo; nocomprenda si hablaban en serio o en broma; les oa cambiar de opinina cada momento y le chocaba cmo uno mismo poda defender cosas tan

    contradictorias.A veces, una alusin embozada, un juicio acerca de ste o del otro,exasperaba a todos los de la reunin de tal manera, que entonces cadapalabra tena un retintn rabioso, y por debajo de las frases ms sencillasse notaba que lata el odio, la envidia y la intencin mortificante yagresiva.

    En medio de aquellos jvenes, casi todos de una mordacidad venenosa,solan acudir al taller dos tipos que permanecan tranquilos eindiferentes en medio del furor de las discusiones. Uno era ya algo viejo,grave, enjuto; se llamaba don Servando Arzubiaga; el otro, de la mismaedad que lex, se apellidaba Santn. Don Servando, aunque literato, notena vanidad literaria, o si la tena, era tan honda, tan subterrnea, queno se le notaba.

    Acuda al taller a distraerse, y fumando cigarrillos sola escuchar losdiversos pareceres de unos y otros, sonriendo a las exageraciones,terciando en la conversacin con alguna palabra conciliadora.

    Bernardo Santn era el ms joven de los contertulios indiferentes, nohablaba; le era muy difcil comprender que por una cuestin puramenteliteraria o artstica pudiesen reir de aquella manera.

    Santn era flaco, tena la cara correcta, la nariz afilada, los ojos tristes,el bigote rubio y la sonrisa inspida. Se pasaba este hombre copiandocuadros en el museo, y cada vez lo haca peor; pero desde que comenza frecuentar el estudio de lex, las pocas aficiones al trabajo las habaperdido por completo.

    Una de sus manas era hablar de t a todo el mundo. A la tercera ocuarta vez de ver a una persona ya la tuteaba.

    Los concilibulos en el estudio de lex se conoce que no bastaban a losbohemios, porque de noche volvan a reunirse en el caf de Lisboa.Manuel, sin ser considerado como uno ,, ellos, era aceptado en lareunin, aunque sin voz ni voto.

    Por lo mismo que no hablaba, se fijaba ms en lo que oa.Eran casi todos ellos de malos instintos y de aviesa intencin. Sentan

    la necesidad de hablar mal unos de otros, de injuriarse, de perjudicarsecon sus maquinaciones y sus perfidias, y al mismo tiempo necesitabanverse y hablarse. Tenan, como las mujeres, el afn de complicar la vida

    con miserias y pequeeces, la necesidad de vivir y desenvolverse en unambiente de murmuraciones y de intrigas.Roberto pasaba por medio de ellos tranquilo, indiferente, sin hacer

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    caso de sus proyectos ni de sus discusiones.Manuel crey comprender que a Roberto le molestaba verle tan metido

    en la vida bohemia, y para congraciarse con l, una maana le acompahasta la casa en donde daba su leccin de ingls. Le cont por el caminoque haba hecho una porcin de gestiones infructuosas para buscar

    trabajo, y le pregunt qu marcha deba seguir en adelante.-Qu? Ya te he dicho varias veces lo que debes hacer -contestRoberto-: buscar, buscar y buscar. Luego, trabajar hasta echar el almapor la boca.

    -Pero si no tengo en dnde!-Siempre hay donde trabajar si se quiere. Pero hay que querer. Saber

    desear con fuerza es lo primero que se debe aprender. T me dirs queno deseas ms que vegetar de cualquier modo; pues ni eso conseguirssi te renes con los que vienen aqu al estudio; adems de vago,concluirs en sinvergenza.

    -Pero ellos?...-Ellos yo no s si han hecho o no indignidades; como comprenders,

    eso a m no me va ni me viene; pero cuando un hombre no puedecomprender nada en serio, cuando no tiene voluntad, ni corazn, nisentimientos altos, ni idea de justicia ni de equidad, es capaz de todo. Siestas gentes tuvieran un talento excepcional, podran ser tiles y hacersu carrera, pero no lo tienen; en cambio, han perdido las nocionesmorales del burgus, los puntales que sostienen la vida del hombrevulgar. Viven como hombres que poseyeran de los genios susenfermedades y sus vicios, pero no su talento ni su corazn; vegetan enuna atmsfera de pequeas intrigas, de mezquindades torpes. Sonincapaces de realizar una cosa. Quiz haya algo de genial, yo no digo queno, en esos monstruos de lex, en esas poesas de Santillana; pero esono basta: hay que ejecutar lo que se ha pensado, lo que se ha sentido, ypara eso se necesita el trabajo diario, constante. Es como un nio quenace, y la comparacin, aunque es vieja, es exacta: la madre le pare condolor, luego le alimenta en su pecho y le cuida hasta que crece y se hacefuerte. Esos quieren hacer de golpe y porrazo una obra hermosa y nohacen ms que hablar y Hablar.

    Roberto se detuvo para tomar aliento, y continu con ms dulzura:-Aun as, ellos tienen la ventaja de estar en la corriente, se conocen

    unos a otros, conocen a los periodistas, y, amigo, la prensa hoy es unafuerza bruta. Pero t no, t no puedes acercarte a la prensa; necesitarassiete u ocho aos de preparacin, de buscar amistades,recomendaciones. Y mientras tanto, de qu comes?

    -No, si yo no quiero ser como ellos. Yo ya s que soy un obrero.- Obrero! Quia! Ojal lo fueras. Hoy no eres ms que un vago, y debeshacerte obrero. Lo que soy yo, lo que somos todos los que trabajamos.

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    Muvete, actvate. Ahora la actividad para ti es un esfuerzo; haz algo;repite lo que hagas, hasta que la actividad para ti sea una costumbre.Convierte tu vida esttica en vida dinmica. No me entiendes? Quierodecirte que tengas voluntad.

    Manuel contempl a Roberto desanimado. Hablaban los dos en

    distinto idioma.

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    IILa seorita Esther Volowitch - Una boda

    Manuel aprendiz de fotgrafo

    A pesar de los consejos de Roberto, Manuel sigui sin buscar ni hacernada til, sirviendo de modelo a lex y de criado a todos los dems quese reunan en el estudio. Algunas veces, al pensar en lasrecomendaciones de Roberto, se indignaba en contra de l.

    Yo ya s -pensaba- que no tengo su arranque, que no soy capaz dehacer lo que hace l. Pero su consejo es una tontera, al menos para m.Me dice: Ten voluntad. Pero si no la tengo? Hazla. Es como si medijesen que tuviera un palmo ms de estatura. No sera mejor que mebuscase un sitio donde trabajar?

    Manuel comenz a sentir odio por Roberto. Esquivaba el encontrarse asolas con l; le daba rabia que en vez de proporcionarle algo, cualquiercosa, saliera del paso con un consejo metafsico imposible de llevar a laprctica.

    Seguan los bohemios su vida desordenada, en su continuo proyectar,cuando hubo en la reunin una baja, la de Santn. Un da falt al caf,al siguiente no apareci por el estudio, y en un par de semanas no se levio el pelo.

    -Dnde andar ese ganso? -se preguntaron todos.

    Nadie lo sabia.Una noche, Varela, uno de los literatos, dijo que haba visto a BernardoSantn paseando por Recoletos con una seorita rubia que parecainglesa.

    -Rediez con los tontos! -exclam uno.-Eso es cosa vieja-repuso otro-. Ya lo dijo Schopenhauer: los fatuos son

    los que tienen ms xito con las mujeres.-De dnde habr sacado esa inglesa?-La inglesa!... Como no haya sido de la ingle! -dijo un jovencito,

    aprendiz de sainetero.-Uf! Se va uno a intoxicar aqu con esos chistes -gritaron varios almismo tiempo.

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    Se pas a hablar de otra cosa. A los tres das de esta conversacinapareci Santn en el caf. Se le obsequi con un recibimientoestrepitoso, haciendo sonar las cucharillas y los platillos. Cuandotermin la ovacin, le preguntaron:

    -Quin es la inglesa?

    -Qu inglesa?-Esa chica rubia con quien te paseas!-Es mi novia; pero no es inglesa. Es polaca. Es una muchacha a la que

    he conocido en el museo. Da lecciones de francs y de ingls.-Y cmo se llama?-Esther.-Buena cosa para invierno -salt el aprendiz de sainetero.-Por qu? -pregunt Bernardo.-Toma, porque una estera abriga mucho las habitaciones.-Eh! Eh! Fuera! Fuera! -gritaron todos.-Gracias! Gracias, amado pueblo! -repiti impertrrito el jovencito.Santn cont cmo haba conocido a la polaca. Todos sentan alguna

    envidia por el xito de Bernardo, y se encargaron de amargarle sutriunfo, insinuando que la polaca poda ser una aventurera, poda tenercincuenta aos, poda haber tenido dos o tres chiquillos con algncarabinero... Bernardo, que comprendi la mala intencin, no volvi apresentarse en el caf.

    Un par de semanas despus, muy temprano an, dorma Manuel en elsof del estudio, y Roberto, segn su costumbre, traduca sus diezpginas, lo que constitua su tarea diaria, cuando se abri la puerta delestudio y apareci Bernardo. Se despert Manuel al ruido de los pasos,pero se hizo el dormido.

    A qu vendr ste?, se pregunt.Bernardo salud a Roberto y se puso a andar a un lado y a otro del

    estudio.-Qu temprano vienes. Pasa algo? -dijo Hasting.-Chico -murmur Santn, detenindose en su paseo-, te tengo que dar

    una noticia muy seria.-Qu hay?-Que me caso.-Que te casas t!-S.-Con quin?-Con quin ha de ser! Con una mujer.-Me lo figuro. Pero t ests loco?

    -Por qu?-Con qu vas a mantener a tu mujer?-Hombre..., algo gano pintando!

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    -Pero qu has de ganar t! No ganas dos perras gordas.-Eso te parece a ti... Adems, mi novia da lecciones.-Y piensas vivir a su costa... Vamos, lo comprendo.-No, no, seor. No pienso vivir a su costa. Voy a poner una fotografa..-Una fotografa! T? Si no sabes hacer retratos!

    -Nada. Yo no s nada, segn t. Pues habr otros ms brutos que yoque hagan retratos. No creo que para ser fotgrafo se necesite ser ungenio.

    -No; pero se necesita saber, y t no sabes.-Ya vers, ya vers cmo s, hombre.-Adems, se necesita dinero.-El dinero lo tengo.-Quin te lo ha dado?-Una persona.-Qu suerte tienes, chico!-Ah vers.-A que le has sacado ese dinero a tu novia?-No.-Bah! No me engaes.-Te digo que no.-Y yo te digo que s. Quin te iba a dar el dinero si no? Una persona

    cualquiera se enterara primero de tus conocimientos fotogrficos, de sihabas trabajado en algn taller; exigira pruebas de tu habilidad. Slouna mujer puede creer as, bajo la palabra de uno.

    -Es una mujer la que me presta el dinero, pero no es mi novia.-Bueno. No me vengas con embustes. No creo que habrs venido a

    contarme unas cuantas bolas.Roberto, que haba dejado de escribir, reanud su tarea.Bernardo no contest y sigui paseando por el cuarto.-Te falta mucho? -pregunt de repente, parndose.-Dos pginas. Si tienes que decirme algo, te escucho.-Pues mira, la cuestin es sta. El dinero, efectivamente, es de mi

    novia. Ella me lo ofreci. Qu podramos hacer con esto?, me dijo. Y am se me ocurri el instalar la fotografa. He alquilado un piso tercero conun taller muy hermoso en la calle de Luchana, y tengo que arreglar lacasa y la galera... Y la verdad, la galera no s cmo arreglarla, porquehay que poner cortinas... Pero no s cmo.

    -Es raro eso en un fotgrafo, hombre! No saber cmo se arregla unagalera.

    -Yo s manejar la mquina.

    -Vamos, t sabes lo que sabe todo el mundo: apuntar, dar al resorte, y lo dems... que lo haga otro.-No; tambin s lo dems.

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    -Sabras reforzar una placa?-SI, ya lo creo que lo sabra.-Cmo?-Cmo?... Pues lo vera en un manual.-Qu fotgrafo! Ests engaando a tu novia de una manera miserable.

    -Ella lo ha querido. Yo no sabr nada, pero ya aprender. Lo que quieroahora es que escribas a estas dos casas de Alemania que traigo aquapuntadas pidiendo catlogos de mquinas y de los dems aparatos defotografa. Adems, quisiera que pasaras por mi casa, porque t, con tutalento, me puedes dar una idea.

    -Me adulas de una manera indecente.-No, es la verdad; t entiendes de esas cosas. Conque irs? -Bueno,

    ir algn da.-S, vete. La verdad, creme, me quiero hacer una persona decente y

    trabajar, para que mi pobre padre pueda vivir en la vejez tranquilo.-Hombre, me parece bien.-Oye otra cosa. Este muchacho que tenis aqu, os sirve? -Por qu?-Porque yo me lo poda llevar a mi casa y all podra aprender el oficio:-Mira, tambin eso me parece bien. Llvatelo.-Querr lex?-Con tal que quiera el chico.-Le hablars?-S, ahora mismo.-Cuento con que escribirs esas cartas?-S.-Bueno; me voy, que tengo que comprar unos cristales. Hblale al

    chico!-Descuida.-Gracias por todo. Y vete por mi casa, eh? Mira que de eso depende

    mi porvenir y el de mi padre.-Ir por all.Bernardo estrech la mano de su amigo con efusin y se fue. Roberto,

    al terminar de escribir, llam:-Manuel.-Qu?-Estabas despierto, eh?-S, seor.-Pues si quieres, ya sabes. Ah tienes un oficio que aprender. -Ir, si le

    parece a usted bien.-Lo que t quieras.

    -Entonces voy ahora mismo.Manuel dej la guardilla de Roberto sin despedirse de lex y se marchen busca de Bernardo Santn a la calle de Luchana. Era el piso tercero,

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    pero con el entresuelo y el principal resultaba quinto. Llam Manuel y leabri un viejo con ojos encarnados, el padre de Bernardo. Le explic a loque iba, y el viejo se encogi de hombros y se fue a la cocina, dondeestaba guisando. Manuel esper a que llegara Bernardo. La casa estabatodava sin muebles; slo haba una mesa y unos cuantos cacharros en

    la cocina y en un cuarto grande dos camas. Lleg Bernardo, almorzaronlos tres y dispuso Santin que el muchacho pidiera una escalera alportero y se dedicase a sujetar y a componer los cristales de la galera.

    Despus de dar estas rdenes, dijo que le esperaban, y se fue. Manuel,el primer da, se lo pas en lo alto de una escalera sujetando los cristalescon listas de plomo y los rotos con tiras de papel.

    Le cost mucho tiempo el arreglar los cristales; despus, Manuelcoloc las cortinas y empapel la galera con papel continuo de colorazulado.

    A la semana o cosa as apareci Roberto con los catlogos. Marc conlpiz las cosas necesarias que se haban de traer, y le dijo a Bernardocmo deba poner el laboratorio; le seal un sitio donde era convenientehacer un tragaluz para poner las placas al sol y sacar las positivas, y leindic otra porcin de cosas. Bernardo se fij en lo que le deca ytransmiti el encargo a Manuel. Bernardo, adems de ser pocointeligente, era un gandul completo. Slo cuando vena su novia a vercmo marchaban los trabajos finga estar atareado.

    Era la novia muy simptica; a Manuel le pareci hasta bonita, a pesarde tener el pelo rojo y las pestaas y las cejas del mismo color. Tena unacarita blanca, algo pecosa; la nariz, sonrosada, respingona; los ojos,claros, y los labios, tambin rojos y tan bonitos que despertaban el deseode besarlos. Era de pequea estatura, pero estaba muy bien formada.Hablaba rozando las erres y convirtiendo las ces en eses.

    Pareca bastante enamorada de Bernardo, lo cual a Manuel le choc.Es que no le conoce, pens.Bernardo, con un convencimiento absoluto de su propia ciencia, la

    explicaba a la muchacha los trabajos que haca, cmo iba a poner ellaboratorio. Lo que oa a Roberto se lo espetaba a su novia con undescaro inaudito. La muchacha lo encontraba todo muy bien; sin duda,se prometa un porvenir risueo.

    Manuel, que comprenda el timo que estaba dando Bernardo, pensabasi no sera una obra de caridad advertirle a la rubia que su novio era unzascandil que no serva para nada; pero quin le meta a l en esto!

    Bernardo se llevaba la gran vida; paseaba, compraba alhajas en lascasas de prstamos, jugaba en el Frontn Central. Si algo haca en casa

    era dar disposiciones contradictorias y embarullarlo todo. Mientrastanto, el padre, indiferente, guisaba en la cocina y se pasaba el da enteromachacando en el almirez o picando en el tajo.

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    Manuel, iba a la cama tan cansado, que se dorma en seguida; perouna noche que no se durmi tan pronto oy en el otro cuarto a Bernardoque deca:

    Voy a mataros.-Le mata? -pregunt la voz del viejo de los ojos encarnados.

    -Espera-replic el hijo-; me has interrumpido.Y volvi a comenzar nuevamente la lectura, porque no se trataba msque de una lectura, hasta llegar otra vez al: Voy a mataros. En las nochessiguientes continu Bernardo leyendo con un tono terrible. Era ste, sinduda, su nico trabajo.

    Bernardo no tena ms preocupacin que su padre; lo dems le eracompletamente indiferente; haba sacado el dinero a su novia y viva conaquel dinero y lo gastaba como si fuera suyo. Cuando llegaron lamquina y los dems artefactos de fotografa de Alemania, al principio seentretuvo en impresionar placas, que revel Roberto; pronto se aburride esto y no hizo nada.

    Era torpe y bruto hasta la exageracin; no haca ms que necedades:abrir la linterna cuando se estaban revelando las placas, confundir losfrascos. Roberto se exasperaba al ver que no pona ningn cuidado.

    Mientras tanto, adelantaban los preparativos de boda. Manuel yBernardo fueron varias maanas al Rastro y compraron fotografas deactrices hechas en Pars por Reutlinger, despegaron de la cartulina elretrato y lo volvieron a pegar en otros cartones con la firma BernardoSantn, fotgrafo, puesta al margen con letras doradas.

    En noviembre se celebr la boda en la iglesia de Chamber. Roberto noquiso asistir; pero el mismo Bernardo fue a buscarle a su casa, y no tuvoms remedio que tomar parte en la fiesta. Despus de la ceremoniafueron a comer a un caf de la glorieta de Bilbao.

    Los comensales eran: dos amigos del padre del novio, uno de ellosmilitar retirado; la patrona en cuya casa viva la novia, con su hija; unprimo de Bernardo, su mujer y Manuel.

    Roberto comenz a hablar con la novia y le pareci muy simptica yagradable; hablaba muy bien el ingls y cambiaron los dos algunasfrases en este idioma.

    Es una lstima que se case con este mastuerzo, pens Roberto.En la comida, uno de los viejos comenz a soltar una porcin de

    indecencias, que hicieron ruborizar a la novia. Bernardo, que bebidemasiado, dio bromas a la mujer de su primo, y lo hizo con la pesadez

    y falta de gracia que le caracterizaba.La vuelta de la boda a la casa, al anochecer, fue melanclica. Bernardo

    se senta valiente y quera hacer graciosidades. Esther hablaba conRoberto de su madre, que haba muerto, de la soledad en que viva.Al llegar al portal se despidieron los invitados de los novios, y al ir a

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    marcharse Roberto, Bernardo se le acerc; con voz apagada y dbil leconfes que tena miedo de quedarse solo con su mujer.

    -Hombre, no seas idiota. Entonces, para qu te has casado?-No saba lo que hacia. Anda, acompame un momento.-Pues vaya una gracia que le hara a tu mujer!

    -S, le eres muy simptico.Roberto contempl con atencin a su amigo, y no le mir la frenteporque no le gustaban las bromas.

    -S, hombre, acompame. Hay otra cosa, adems.-Pues qu hay?-Que no s an nada de fotografa, y quisiera que vinieras una semana

    o dos. Por favor te lo pido!-No puede ser; yo tengo que dar mis lecciones.-Ven, aunque no sea ms que a la hora de comer. Comers con

    nosotros.-Bueno.-Y ahora sube un instante, por favor.-No, ahora no subo -y Roberto dio media vuelta y se fue.En los das posteriores, Roberto fue a casa del recin casado y charl

    un rato con el matrimonio durante la comida.Al tercer da, entre Bernardo y Manuel retrataron a dos criadas que

    aparecieron por la fotografa. Roberto revel los cliss, que porcasualidad salieron bien, y sigui acudiendo a casa de su amigo.

    Bernardo continuaba haciendo la misma vida de antes de casado,dedicndose a pasear y divertirse. A los pocos das no se present a lahora de comer. Tena una falta de sentido moral absoluta; habla notadoque su mujer y Roberto simpatizaban, y pens que ste, por seguiradelante y hacerle el amor a su mujer, trabajara en su lugar. Con tal quesu padre y l viviesen bien, lo dems no le importaba nada.

    Cuando lo comprendi, Roberto se indign.-Pero oye, t -le dijo-. Es que t crees que yo voy a trabajar por ti

    mientras t andas golfeando? Quia, hombre.-Yo no sirvo para estas porqueras de reactivos -replic Bernardo,

    malhumorado-; yo soy un artista.-Lo que t eres es un imbcil, que no sirves para nada.-Bueno, mejor.-Es indigno. Te has casado con esa muchacha para quitarle los pocos

    cuartos que tena. Da asco.-Si ya s yo que t defenders a mi mujer.-No, hombre, yo no la defiendo. Ella ha sido tambin bastante idiota la

    pobre para casarse contigo.-Eso quiere decir que no quieres venir a trabajar?-Claro que no.

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    IIILa Europea y La Benefactora - Una colocacin extraa

    Volvi Manuel al estudio de lex. ste, incomodado con el muchachopor haberse ido del estudio sin despedirse, no quiso que se quedara allde nuevo.

    Preguntaron los bohemios que se reunan en el taller por la vida deBernardo, y se hicieron una porcin de comentarios humorsticos acercade la suerte que el destino reservaba a la cabeza del fotgrafo.

    -De manera que Roberto le revelaba los cliss? -dijo uno.-S.-Le retocaba las placas y la mujer -aadi otro.-Qu sinvergenza es el tal Bernardo!

    -No, es un filsofo de la escuela de Cndido. Ser cornudo y cultivar lahuerta. Es la verdadera felicidad.-Y t qu vas a hacer? -pregunt lex irnicamente a Manuel.-No s; buscar una colocacin.-Hombre, ustedes conocen a un seor don Bonifacio Mingote, que vive

    en el tercer piso de esta casa? -dijo don Servando Arzubiaga, el hombreenjuto e indiferente.

    -No.-Es un agente de colocaciones. No debe de tenerlas muy buenas

    cuando no se ha colocado l. Yo le conozco del peridico; antes erarepresentante de unas aguas minerales, y sola llevar anuncios. Me hablel otro da de que necesitaba un chico.

    Vanle ustedes -replic lex.-T no aspiras a ser grande de Espaa, verdad? -pregunt don

    Servando a Manuel, con una sonrisa entre irnica y bondadosa.-No, ni usted tampoco -dijo desenfadado Manuel.Don Servando se ech a rer.-Si quieres, le veremos a ese Mingote. Vamos ahora mismo?

    -Vamos, si usted quiere.Bajaron al tercero de la casa, llamaron en una puerta y les hicieronpasar a un comedor estrecho. Preguntaron por el agente, y una criada

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    zarrapastrosa les mostr una puerta. Llam don Servando con losnudillos, y al or: Adelante!, que dijeron de dentro, pasaron los dos alinterior del cuarto.

    Un hombre gordo, de bigote grueso y pintado, envuelto en un mantnde mujer, que iba y vena, hablando y accionando con un junquillo en la

    mano derecha, se detuvo, y, abriendo los brazos con grandes extremos yen un tono teatral, exclam:-Oh, mi seor don Servando! Tanto bueno por aqu!Despus mir al techo, y de la misma manera afectada, aadi:-Qu le trae por este cuarto al ilustre escritor, noctmbulo

    empedernido, a horas tan tempranas?Don Servando cont al seor gordo, el propio don Bonifacio Mingote, lo

    que le llevaba por all.En tanto, un hombre feo, con unos brazos de mueco y una cabeza de

    chino, sucio y enfermo, coloc la pluma sobre la oreja y se puso a frotarselas manos con aire de satisfaccin.

    El cuarto era nauseabundo, atestado de anuncios rotos, grandes ypequeos, pegados a la pared; en un rincn haba una cama estrecha ysin hacer; tres sillas destripadas, con la crin al descubierto, y en medio,un brasero cubierto con una alambrera, encima de la cual se secabandos calcetines sucios.

    -Por ahora no puedo asegurar nada dijo el agente de negocios a donServando, despus de or sus explicaciones-, maana lo sabr; perotengo un buen asunto entre manos.

    -Ya ves lo que dice este seor -indic don Servando a Manuel-; maanaven por aqu.

    -T sabes escribir? -pregunt el seor Mingote al muchacho.-S, seor.-Con ortografa?-Algunas palabras quiz no sepa...-A. m me pasa lo mismo. Los hombres verdaderamente grandes

    despreciamos esas cosas verdaderamente pequeas. Ponte a trabajaraqu -y puso una silla al otro lado de la mesa donde escriba el hombreamarillo-. Este trabajo -aadi- ser el pago del servicio que te voy aprestar buscndote una colocacin pistonuda.

    -Seor Mingote -exclam don Servando-, muchas gracias por todo.-Seor don Servando! Siempre a sus rdenes! contest el agente de

    negocios y de colocaciones, revirando uno de los ojos que se le desviaba y haciendo una solemne reverencia.

    Manuel se sent a la mesa, tom la pluma, la moj en el tinteto y

    esper.-Vete poniendo un nombre de stos en cada circular -le dijo Mingote,dndole una lista y un paquete de circulares.

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    La letra del agente era defectuosa y mal hecha, de hombre que apenassabe escribir. La circular pona lo siguiente:

    LA EUROPEAAGENCIA DE NEGOCIOS Y DE COLOCACIONES DE BONIFACIO

    DE MINGOTE.En ella se ofreca a las diversas clases sociales toda clase de artculos,

    de representaciones y de colocaciones.Se compraban a bajo precio medicamentos, carnes, hules, frutas,

    mariscos, coronas fnebres, dentaduras postizas, sombreros de seora;se analizaban esputos y orinas; se buscaban amas de cra garantizadas;se proporcionaban apuntes de asignaturas de derecho, de medicina ycarreras especiales; se ofrecan capitales, prstamos, hipotecas; se

    ponan anuncios monstruosos, sensacionales, emocionantes, y todosestos servicios y muchsimos ms se hacan por una tarifa mnima,ridcula de puro exigua.

    Manuel se puso a copiar con su mejor letra los nombres en lascirculares y en los sobres.

    El seor de Mingote vio la letra de Manuel y, despus de conceder subeneplcito, se emboz en el mantn, dio dos o tres pasos por el cuarto

    y pregunt a su escribiente:-Dnde bamos?-Decamos -contest con su gravedad siniestra el amanuense- que elAns Estrellado Fernndez es la salvacin.-Ah!, s; lo recuerdo.De pronto, el seor Mingote, con voz de trueno, grit:-Qu es el Ans Estrellado Fernndez? Es la salvacin, es la vida, es

    la energa, es la fuerza.Manuel levant la cabeza asombrado y vio al agente de negocios con la

    vista desviada, fija en el techo, que accionaba terriblemente, comoamenazando a alguien con su mano derecha armada del junquillo,mientras el escribiente garrapateaba veloz en el papel.

    -Es un hecho universalmente reconocido por la ciencia -sigui diciendoMingote en tono melodramtico- que la neurastenia, la astenia, laimpotencia, el histerismo y otros muchos desrdenes del sistemanervioso... Qu otras enfermedades cura? -aadi Mingote con su voznatural.

    -El raquitismo, la escrfula, la corea...-Que el raquitismo, la escrfula y otros muchos desrdenes del sistema

    nervioso...-Perdone usted -dijo el amanuense-,creo que el raquitismo no es un

    desorden del sistema nervioso.-Bueno, pues tchelo usted. bamos en el sistema nervioso?

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    me los roba y los pone estropeados en unas cuantas piececitas fnebresque escribe. Y no es eso lo peor. Lee.

    Y Mingote le dio a Manuel un anuncio impreso.Era tambin una circular por el estilo de las de don Bonifacio. Deca

    as:

    LA BENEFACTORAAGENCIA MDICO-FARMACUTICA DE DON PELAYO HUESCA

    Nadie como ella cumple sus compromisos. El Consejo deAdministracin de La Benefactora lo forman los banqueros msacaudalados de Madrid. La Benefactora tiene cuenta corriente con elBanco de Espaa.

    En La Benefactora no hay cuota de entrada.Servicio de abogado, relator, procurador, mdico, farmacutico, partos,

    dietas, entierros, lactancia, etc. Cuota mensual: Una, dos, dos cincuenta,tres, cuatro y cinco pesetas. (Obras son amores y no buenas razones.)

    Director gerente, Pelayo Huesca. Misericordia, 6.Eh? -grit Mingote cuando Manuel concluy de leer-. Qu te parece?

    Est viviendo de La Europea y, plagindome, hace La Benefactora. Entodo es as este hombre: prfido como la onda. Pero, ah!, seor donPelayo, yo le encontrar a usted. Si es usted un murcilago alevoso, yo leclavar en mi puerta; si es usted un miserable galpago, yo le rompersu concha. Ves, hijo mo? Qu se puede esperar de un pas donde nose respeta la propiedad intelectual, no la ms santa, pero s la nicalegtima de todas las propiedades?

    Mingote no ense a Manuel una nota impresa al margen de lacircular. Era una idea de don Pelayo. En ella, la agencia se ofreca paraservicios y averiguaciones ntimas. Esta nota, discretamente redactada,se diriga a los que deseaban conocer una mujer agradable paracompletar su educacin; a los que queran realizar un buen matrimonio;a los que dudaban de su cnyuge, y a otros, a los cuales la agenciaofreca investigaciones confidenciales y profundas por poco precio, yvigilancia de da y de noche, realizando todos estos servicios con unadelicadeza delirante.

    A Mingote no le gustaba confesar que esta idea se le haba escapado al.

    -Ves? No se puede vivir -termin diciendo-. Todos los hombres sonunos canallas. T veo que distingues, y yo te proteger.

    Efectivamente, por la proteccin de Mingote, Manuel pudo comer

    aquella noche.-Maana, cuando vengas aqu -advirti don Bonifacio-, coges unpaquete de circulares y las vas repartiendo casa por casa, sin dejar una.

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    No quiero que las eches por debajo de la puerta. En cada piso llamas ypreguntas. Entiendes?

    -S, seor.-Yo mientras tanto, preparar tu asunto.Al da siguiente, Manuel reparti una porcin de circulares y volvi a

    la hora de comer con el recado hecho.Se encontraba aburrido de esperar, cuando apareci Mingote en elcuarto; se plant delante de Manuel, agit su junquillo en un rpidomolinete, dio un golpe en el brazo al muchacho, se par, se tir a fondo,

    y grit:-Ah, pillo, bandido, infame!-Qu pasa? -dijo, asustado, Manuel.-Qu pasa? Tunante! Qu pasa? Miserable! Que eres el hombre de

    la suerte lisa; que ya tienes un porvenir, que ya tienes un empleo.-De qu? -pregunt el muchacho.-De hijo.-De hijo? No comprendo.Mingote se cuadr, mir al techo, hizo un saludo con el bastn como

    un profesor de esgrima con el florete, y aadi:-Vas a pasar por hijo de toda una baronesa!-Quin, yo?-S. No te podrs quejar, perilln. Desde el arroyo subes a las alturas

    aristocrticas. Hasta titulo puedes llegar a tener.-Pero des verdad?-Tan verdad como que yo soy el hombre de ms talento de toda

    Europa. Conque anda, futuro barn, rscate la mugre, cepllate, quita elbarro a esas alpargatas inmundas que llevas y ven conmigo a casa de labaronesa.

    Manuel qued ofuscado; no comprenda bien de qu se trataba; perono crea que el agente se tomase el trabajo de corretear por las callesnicamente por el gusto de embromarle.

    Estuvo en seguida en disposicin de acompaar a Mingote. Salieronlos dos a la calle Ancha de San Bernardo, bajaron por la de los Reyes ala de la Princesa y siguieron despus por esta calle hasta detenerse enun portal, en donde entraron.

    De aqu pasaron por un corredor a un patio espacioso.Una serie de galeras con filas simtricas de puertas de color de

    chocolate circundaban el patio.Llam Mingote a una de las puertas de la galera del segundo piso.-Quin es? -pregunt desde dentro una voz de mujer.

    -Soy yo -contest Mingote.Voy, voy.Se abri la puerta y apareci una mulata, en chandas, seguida de tres

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    perros de lanas, que ladraron con furia.-Quieto, Len ! Quieto, Morito ! -gritaba la mulata con un tono muy

    lnguido-. Pasen, pasen.Entraron Manuel y Mingote en un cuarto ahogado, con una ventana al

    patio. Las paredes del cuarto, desde cierta altura, se hallaban casi

    cubiertas por ropas de mujer, que formaban como un zcalo de traposalrededor de la habitacin; en la falleba de la ventana colgaba unacamisa descotada, sin mangas, con puntillas y lazos azules marchitos,que mostraba cnicamente un manchn oscuro de sangre.

    -Esperen un momento. La seora est vistindose -advirti la mulata.Al poco tiempo sali de nuevo y les indic que pasaran al gabinete.La baronesa era una seora rubia, vestida con una bata clara; estaba

    sentada en un sof, con gran aspecto de languidez y desolacin.-Otra vez aqu, Mingote?-s, seora, otra vez.-Sintense ustedes.El tabuco era un cuarto estrecho y sin luz, ocupado por muchos ms

    muebles de los que buenamente caban en l. Amontonados en pocotrecho se vean una consola antigua con un reloj de chimenea; unossillones ajados, en los cuales la seda, antes roja, haba quedado violceapor la accin del sol; dos retratos grandes al leo y un espejo biselado,grande, con la luna rajada.

    -Le traigo a usted, baronesa -dijo Mingote-, el chico de que hemoshablado.

    -Es ste?-S.-Yo creo que le conozco a este chico.-S; yo tambin la conozco a usted -dijo Manuel-. Yo estaba en la casa

    de huspedes de la calle de Mesonero Romanos; la patrona se llamabadoa Casiana; mi madre era la criada.

    -Toma. Es verdad. Y tu madre, qu hace? -pregunt la baronesa aManuel.

    -Muri ya.-Es hurfano -salt diciendo Mingote-. Libre como el pjaro en la selva;

    libre para cantar y para morirse de hambre. En esta misma situacinllegu yo a Madrid hace ya bastante tiempo y, es original,verdaderamente extrao, me gustara volver a aquella poca.

    -Y t, cuntos aos tienes? -pregunt la baronesa al muchacho, sinhacer caso de las reflexiones del agente.

    -Dieciocho.

    -Pero oiga usted, Mingote -dijo la baronesa-, el chico no tiene la edadque usted me deca.-Eso es lo de menos. Nadie dir que tiene ms de catorce o quince. El

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    hambre no deja crecer los productos de la naturaleza. Deje usted deregar a un rbol, deje usted de alimentar a un hombre...

    -Y diga usted y la baronesa interrumpi impaciente a Mingote parahablarle en voz baja-, le ha dicho usted para qu es?

    -S; si no, lo habra averiguado en seguida. A un chico de stos, que ha

    rondado por ah, no se le engaa como a un hijo de familia. La miseriaensea mucho, baronesa.-Dgamelo usted a m -repuso la dama-, que cuando pienso en la vida

    que he llevado y en la que llevo ahora, me asombro. Indudablemente,Dios me ha dado una naturaleza privilegiada, porque me acostumbro confacilidad a todo.

    -Usted siempre podr llevar una buena vida si quiere -replic Mingote-.Oh! Si yo hubiera sido mujer, qu carrera!

    La baronesa volvi la cabeza con un gesto de disgusto.-No hablemos de eso.-Tiene usted razn; ya, para qu? Ahora desarrollaremos el nuevo

    plan estratgico. Yo ir preparando las pruebas del estado civil delmuchacho. Usted, quiere quedarse con l?

    -Bueno.-Le puede servir a usted para los recados. Sabe escribir bastante bien.-Nada, nada, que se quede.-Entonces, mi seora baronesa, hasta uno de estos das, en que traer

    los papeles. Seora..., a sus pies.-Ay, qu ceremonioso! Adis, Mingote! Acompale, Manuel.Fueron los dos hasta la puerta. All el agente puso sus dos manos en

    los hombros del muchacho.Adis, hijo mo -le dijo-; que no se te olvide, si alguna vez llegas a ser

    barn de veras, que todo me lo debes a m.-No se me olvidar; descuide usted -contest Manuel.-Te acordars siempre de tu protector?-Siempre.-Conserva, hijo mo, esa piedad filial; un protector como yo es casi

    tanto como un padre; es..., iba a decir, el brazo de la providencia... Mesiento enternecido... Ya no soy joven. Tienes, por casualidad, algunoscuartos?

    -No.-Es un contratiempo molesto y Mingote, despus de hacer un molinete

    con su bastn, sali de la casa.Manuel cerr la puerta y volvi al cuarto de puntillas.-Chucha! Chucha! -grit la baronesa; y al aparecer la mulata que les

    haba abierto la puerta a Mingote y a Manuel, le dijo, sealando a ste,que se hallaba confundido y sin saber qu hacer:-Mira, ste es el chico.

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    -Jes! Jes! -grit la mulata-. Si es un golfo! Pero qu ocurrencia leha dado a la seora de traer este granuja a casa?

    Manuel, ante un ex abrupto as, aunque dicho con la ms melosa y lams lnguida de las pronunciaciones, qued paralizado.

    -Le ests azarando -exclam la baronesa, riendo a carcajadas.

    -Pero su mers est loca -murmur la mulata.-Calla, calla; para qu tanto alborotar? Preprale agua y jabn y quese limpie.

    Sali la mulata, y la baronesa contempl a Manuel atentamente.-De modo que te ha contado ese hombre lo que vienes a hacer aqu?-S, algo me ha dicho.-Y ests conforme?-Yo, si, seora.Vamos, eres un filsofo. Me parece bien; y qu has hecho hasta

    ahora?Manuel cont su vida, fantaseando un poco, y entretuvo a la baronesa

    durante algn tiempo.-Bueno, no cuentes eso a nadie, sabes?..., y vete a lavarte.

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    IVLa baronesa de Aynant, sus perros y su mulata de compaa

    Se prepara una farsa

    Poco trabajo, poca comida y ropa limpia; estas condiciones encontrManuel en casa de la baronesa, condiciones inmejorables.

    Por la maana, la obligacin consista en pasear los perros de labaronesa, y por la tarde, en algunos recados. A veces, los primeros das,experimentaba la nostalgia de la vida bohemia. Unos cuantos tomos denovelones por entregas que le prest la nia Chucha mitigaron su afnde corretear por las calles y le transportaron, en compaa de Fernndez

    y Gonzlez y Trrago y Mateos, a la vida del siglo XVII, con sus caballerosbravucones y damas enamoradas.

    Nia Chucha, habladora sempiterna, cont a Manuel en variosfolletines, la vida de su amita, como llamaba a la baronesa.La baronesa de Aynant, Paquita Figueroa, era una mujer original. Su

    padre, rico seor cubano, la envi a los dieciocho aos, acompaada deuna ta, a que conociera Europa. En el vapor, un joven flamenco, rubio

    y blanco, elegante, con un tipo de Van Dyck, le hizo la corte; lamuchacha le correspondi con todo el entusiasmo de los trpicos, y almes de llegar a Espaa la cubana se llamaba la baronesa de Aynant ymarchaba con su marido a vivir a Amberes.

    Pas la luna de miel, y el flamenco y la cubana se convencieron, alcomenzar la vida tranquila, de que no congeniaban: el flamenco eraentusiasta de la vida tranquila y metdica, de la msica de Beethoven yde las comidas aderezadas con manteca de vaca; a la cubana, en cambio,le entusiasmaba la vida desordenada, el corretear por las calles, el climaseco y ardiente, la msica de Chueca, las comidas ligeras y los guisoteshechos con aceite.

    Estas divergencias de gustos en cosas pequeas, amontonndose,espesndose, llegaron a nublar completamente el amor del barn y de su

    esposa. Esta no poda or con calma las ironas tranquilas y fras que sumarido dedicaba a los boniatos, al aceite y al acento de la gente del Sur.El barn, a su vez, se molestaba oyendo hablar a su mujer con desprecio

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    de las mujeres grasientas que se dedican a atracarse de manteca. Lasupremaca del aceite o de la manteca, enredndose y mezclndose conasuntos ms importantes, tom tales proporciones, que los cnyugesllegaron a un estado de exaltacin y de odio tal, que se separaron; y elbarn qued en Amberes, dedicndose a sus aficiones artsticas y a sus

    tostadas de manteca, y la baronesa vino a Madrid, donde pudoentregarse a la alimentacin frugvora y aceitosa con delicia.En Madrid, la baronesa hizo mil disparates: trat de divorciarse para

    volverse a casar con un aristcrata arruinado; pero cuando tenapresentada su demanda de divorcio, supo que su marido estabagravemente enfermo, y, al saberlo, en seguida abandon Madrid, sepresent en Amberes, cuid al barn, le salv, se enamor otra vez de l

    y tuvieron una nia.En esta segunda poca de su amor los dos cnyuges echaron un velo

    sobre la cuestin capital que los divida; la baronesa y el barn hicieronmutuas concesiones, y la baronesa iba a terminar en una buena damaflamenca cuando qued viuda.

    Volvi a Madrid con su hija, y pronto sus instintos levantiscos sedespertaron; su cuado, tutor y to de la nia le pasaba un tanto al mes,pero esto no le bastaba. Un amigo de su padre, un seor don SergioRedondo, comerciante riqusimo, le ofreci la mano; pero la baronesa nola acept y prefiri la proteccin de aquel seor a ser su mujer. Pronto leenga con cualquiera, y en plena trapisonda vivi durante doce aos.

    En medio de sus prodigalidades, de sus locuras y de sus caprichos, labaronesa tena un fondo moral y apartaba a su hija por completo delmundo en que ella viva; la puso interna en un colegio de monjas, y todoslos meses, el primer dinero que encontraba era para pagar el colegio dela nia. Cuando sta terminase su educacin la llevara a Amberes yvivira con ella, resignndose a ser una seora respetable.

    Nia Chucha grua y se incomodaba con las ocurrencias de su amita,pero terminaba siempre obedecindola.

    Manuel se encontraba en aquella casa en el paraso; no tena nada quehacer, y se pasaba las horas muertas fumando, si haba qu, o paseandopor la Moncloa, acompaado de los tres perros de la baronesa.

    Mientras tanto, Mingote laboraba. El plan de Mingote era explotar adon Sergio Redondo, amigo del padre de la baronesa y antiguo protectorde la dama. sta, con su instinto de mujer enredadora y trapisondista,manifest a su antiguo protector que, de sus relaciones, tenia un hijo;despus, que el hijo habla muerto, y luego, nuevamente, que el hijo viva.

    A todas estas afirmaciones y negaciones acompaaba la dama una

    peticin de dinero, a la cual don Sergio acceda; hasta que al ltimo,escamado, advirti a la baronesa que no crea en la existencia de aquelhijo. La baronesa le acus de ruin y miserable, y don Sergio contest

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    hacindose el sueco y cerrando su caja.Cmo averigu Mingote estos hechos? Indudablemente no fue la

    baronesa la que se los cont; pero l logr averiguarlos, y como suimaginacin era fecunda, se le ocurri proponer a la baronesa el buscarun chico, proveerle de papeles falsos y hacerle pasar por hijo de don

    Sergio.A la baronesa, que no entenda de leyes y crea que el cdigo era unared puesta para cazar a los descamisados, le pareci aquello una jugadaproductiva y excelente. Mingote exigi una participacin en el negocio, yla baronesa le prometi que le dara todo lo que quisiera. Desde aquelmomento Mingote se dio a buscar un chico que reuniera las necesariascondiciones para darle el cambiazo a don Sergio, y cuando encontr aManuel lo llev inmediatamente a casa de la baronesa.

    A la semana de estar all, Manuel tena ya los papeles que leidentificaban como Sergio Figueroa. Entre Mingote, don Pelayo, elescribiente y un amigo de stos llamado Pealar, los falsificaron con unarte exquisito.

    -Y ahora qu hacemos? -pregunt la baronesa.Mingote qued pensativo. Si la baronesa escriba a don Sergio, ste,

    probablemente, ya escamado, poda acoger con duda la especie. Haba,pues, que encontrar un procedimiento indirecto, darle la noticia por otrapersona.

    -Qu le parece a usted si fuera un confesor? -pregunt Mingote.-Un confesor?-S. Un cura que se presentase en casa de don Sergio y le dijese que en

    secreto de confesin le haba usted dicho...-No, no -interrumpi la baronesa-. Y dnde est ese cura?-Irla Pealar disfrazado.-No. Adems, don Sergio sabe que yo soy poco devota.-Un maestro de escuela quiz seria mejor.-Pero piensa usted que va a creer que me confieso con un maestro?-No; el plan vara. El maestro va a ver a don Sergio que le dice que tiene

    un nio en su escuela, un prodigio de talento, pero cuya madre no leatiende. Un da le pregunta al prodigio: Cmo se llaman tus padres,nio?. Y l dice: Yo no tengo padres; mi madrina se llama la baronesade Aynant. Entonces l, el pedagogo, viene a verle a usted, y usted lecontesta que est en una mala situacin y que no puede pagar el colegiodel chico, y que su padre, un seor acaudalado, no quiere ni reconocerlosiquiera. El pedagogo evanglico le pregunta a usted repetidas veces elnombre del padre desnaturalizado; usted no se lo quiere decir, pero al

    ltimo le arranca a usted el nombre de ese ser cruel. El pedagogosublime dice: Yo no puedo permitir el abandono de ese nio, de eseprodigioso nio, de ese extraordinario nio, y toma la determinacin de

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    Pealar y Manuel entraron en un cuarto iluminado por una ventanacon rejas y se sentaron en un sof verde. Enfrente se levantaba unarmario de caoba con libros de comercio y, en medio, una mesa deescribir llena de cajoncitos, y a un lado de sta, una caja de valores conbotones dorados.

    El cuarto trascenda a comerciante implacable; se comprenda queaquella jaula deba de encerrar un pajarraco de mala catadura. Manuelse sinti amilanado. Pealar quiz experiment tambin un momento dedebilidad; pero se creci, se atus el pelo, coloc bien los lentes sobre sunariz y sonri.

    No tard mucho en aparecer don Sergio. Era un viejo alto, de bigoteblanco, con una mirada suspicaz, lanzada al travs de sus antiparras.Vesta levita larga, pantalones claros; en la cabeza llevaba un gorrogriego de terciopelo verde, con una gran borla que le caa hacia un lado.Entr sin saludar, mir con desagrado al hombre y al muchacho, que selevantaron; quiz crey que haba descubierto el objeto de la visita,porque con voz seca, autoritaria y sin invitarlos a que se sentaran,pregunt a Pealar:

    -Qu quera usted, caballero? Era usted el que tena que hablarmede un asunto de familia? Usted?

    Otro cualquiera hubiera sentido ganas de estrangular al viejo. Pealar,no; los casos difciles eran los de su incumbencia, los que a l ms legustaban. Comenz a hablar, sin desconcertarse con las miradasinquisitoriales del comerciante.

    Manuel le escuchaba lleno de admiracin y de espanto. Vea que elcomerciante iba cargndose de clera por momentos. Pealar hablabaimpertrrito.

    l era una pobre alma cautiva, un sentimental, un idealista, oh! ,dedicado a la enseanza de la juventud, de esa juventud en cuyo seno seguardaban los grmenes regeneradores de la patria. l sufra mucho,mucho; haba estado en el hospital; un hombre como l, conocedor delfrancs, del ingls, del alemn, que tocaba el piano; un hombre como l,emparentado con toda la aristocracia del reino de Len; un hombre quesaba ms teologa y teodicea que todos los curas juntos!

    Ah! Esto no lo deca para vanagloriarse; pero l tena derecho a la vida.Gmez Snchez, el ilustre histlogo, le haba dicho:

    -Usted no debe trabajar.-Pero tengo hambre.-Pida usted dinero.Y por eso algunas veces peda.

    Don Sergio, en el colmo del asombro, ante aquel chorro de palabras,no intent interrumpir a Pealar; ste se detuvo, sonri con dulzura,not que la fuerza de la costumbre haba llevado, su discurso al tema

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    constante de por qu pegaba sablazos, y comprendiendo que suelocuencia le arrastraba por un camino extraviado, baj la voz y continuen tono confidencial:

    -Esta vida atrae de tal modo, a pesar de sus impurezas, no es verdad,don Sergio, que no puede uno desprenderse con indiferencia de ella? Y

    eso que yo creo que la muerte es la liberacin, s; yo creo en lainmortalidad del alma, en el dominio absoluto del espritu sobre lamateria. Antes, no, lo confieso -sonriendo ms dulcemente an-; antesera pantesta y conservo no s si de aquella poca cl entusiasmo por lanaturaleza. Oh, el campo! , el campo es mi delicia!; muchas vecesrecuerdo aquellos versos del mantuano:

    A usted le gusta el campo, don Sergio? S le debe gustar, con eltalento que usted tiene.

    La clera de don Sergio, que iba agrandndose con la verbosidadincoherente de Pealar, estall en esta frase corta:

    -El campo me revienta.Pealar qued parado con la boca abierta.-Seor mo, seor mo -aadi el comerciante, levantando la voz

    iracunda-, si usted tiene mucho tiempo que perder, a m no me pasa lopropio.

    -No le he expresado a usted an el motivo de mi visita-dijo Pealar, yse quit los lentes y se prepar a limpiarlos con el pauelo.

    -No, ni hay necesidad; me lo figuro, me lo figuro muy bien. Yo no doylimosnas.

    -Caballero, seor don Sergio -y Pealar se levant con las gafas en lamano y pase por el cuarto su mirada oscura de cegato-,est usted enun profundo error. No vengo a pedir limosna, ni son sos mis hbitos.Nadie podr decirlo; vengo -y se cal los lentes con resolucin- a cumplirun deber sagrado.

    -Concluyamos. Qu deber sagrado es se? Qu! Basta de farsas. Lacharlatanera me revienta.

    -Permtame usted que me siente. Estoy fatigado -murmur Pealar convoz desfallecida- No nos oye nadie?

    Don Sergio le mir como una hiena; Pealar pas por su ancha frenteel pauelo, lleno de agujeros; luego, dirigindose a Manuel, que seguasumido en el mayor estupor, le dijo:

    -Haz el favor, mi querido nio, de salir un momento y esprame.Manuel abri la puerta del despacho y sali al almacn. Esta maniobra

    produjo un movimiento de extraeza en don Sergio.

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    Te, dulcis conjux, te solo in litore secum Te veniente die, te decedente canebat

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    Yo, caballero -dijo Pealar al verse solo con el comerciante-, estoydedicado a la enseanza de la juventud.

    -Que es usted maestro? Lo he odo.-Estaba de pasante en el colegio del Espritu Santo cuando se me

    ocurri establecerme por mi cuenta.

    -Y ha perdido usted el dinero; bueno. Y a m todo eso qu me importa?-grit don Sergio, golpeando la mesa con un libro.-Perdone usted. Entre mis alumnos tengo este muchacho que acaba de

    salir de aqu, y que es un prodigio, un nio de unas facultadesextraordinarias. Al notar la claridad de su inteligencia y la energa de suvoluntad, me interes por l; le pregunt por su familia, y me dijo que notena padre ni madre, y que una seora le haba recogido en su casa.

    -Y a m qu?-Espere usted, don Sergio. Fui a ver a esa seora protectora suya, que

    es una baronesa, y le dije: El muchacho a quien usted protege es dignode las mayores atenciones y de que se haga algo por su educacin. Sumadre no tiene dinero, y su padre, que es rico, no hace nada por l, mecontest la baronesa. Dgame usted quin es su padre y le ir a ver.Es intil -replic-, porque no conseguir usted nada de l; se llama donSergio Redondo.

    Al decir esto, Pealar se levant y contempl con la cabeza erguida adon Sergio, como el ngel exterminador puede mirar a un pobre rprobo.Don Sergio palideci profundamente, sac el pauelo, se frot los labios,carraspe. Se comprenda que estaba turbado.

    Pealar observ al viejo atentamente, y viendo que aminoraba en susarrogancias, se sinti cada vez ms evanglico y ms moral.

    -La baronesa -aadi- me dijo, y perdone la inquebrantable sinceridadma, que era usted un egosta y un hombre sin corazn; yo, a pesar deesto -sonriendo dulcemente y sintindose ya superevanglico ysupermoral-, pens: Mi deber es ir a ver a ese caballero. Por eso hevenido. Ahora usted har lo que su conciencia le dicte. Yo he cumplidocon la ma.

    Despus de este prrafo, Pealar nada tena que decir, y con la sonrisade todo el martirologio en los labios, cogi el sombrero, saludceremoniosamente y se acerc a la puerta.

    -Y ese nio es el que estaba aqu? -pregunt en voz baja y vacilantedon Sergio.

    -El mismo.-Y dnde vive esa mujer, esa baronesa? =-~lam el comerciante.-Yo no puedo decirlo. Se lo preguntar; si ella me lo autoriza, vendr

    con la contestacin.Y Pealar sali del despacho.-Vamos, hijo mo -le dijo a Manuel.

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    Y con altivo y noble continente, con la cabeza erguida, sali de la casa,llevando de la mano a su querido discpulo, a aqul nio portentoso tanpoco apreciado por sus padres.

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    VVida y milagros del seor de Mingote - Comienza la dulce

    explotacin de don Sergio

    Segn los mejores historigrafos madrileos, el conocimiento de labaronesa de Aynant con Bonifacio de Mingote databa de dos aos a lafecha.

    Una de las muchas veces que la baronesa se encontraba en lanecesidad de buscar dinero busc a un prestamista de la calle del Pez.En lugar del prestamista se present su dependiente, el propio Mingote,

    y se arregl el negocio entre los dos. Desde entonces, don Bonifaciofrecuentaba la casa de la baronesa. Quin era don Bonifacio? Cmoera don Bonifacio?

    Hay bmanos que producen una extraordinaria curiosidad. En lahistoria natural del hombre son como esas especies de monotremasentre aves y mamferos, asombro de los zologos. A esta clase de bmanosinteresantes perteneca Mingote.

    Era este Mingote hombre de unos cincuenta aos, bajo, grueso, debigote pintado, con la cara carnosa, la nariz pequea y roja, la bocacnica, las trazas de un agente de la polica o de zurupeto. Vesta de unamanera presuntuosa, le encantaba llevar una cadena gruesa en elchaleco y diamantes falsos, como garbanzos de grandes, en la pechera y

    en los dedos.Mingote haba ejercido todos los oficios que un hombre puede ejercer,no siendo persona decente; prestamista, polica, jefe de clac, zurupeto dela bolsa, agente de quintas, curial, revendedor y gancho...

    Manuel pudo ir conocindolo a fondo. Era maestro en todas las artesdel engao, ingrato, procaz, cobarde con los valientes, valiente con loscobardes, petulante y vanidoso como pocos, amigo de atribuirse lasheroicidades y los mritos ajenos y de repartir entre los dems losdefectos propios.

    Manuel not que la baronesa sola hablar siempre mal de Mingote,cuando se hallaba ausente, y, sin embargo, cuando lo escuchaba lo hacacon gusto; sin duda, al orle, admiraba la sutileza y la finura de las malas

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    artes de aquel pcaro. Al cabo de algn tiempo de orle su charla desvergonzada, repugnaba.La preocupacin de Mingote era ocultar su natural cnico; pero el

    cinismo suyo, por su fuerza de expansin, le sala fuera del alma,apuntaba en sus ojos y en sus labios y flua libremente en sus palabras.

    -Pierden el tiempo los que me insultan -deca tranquilamente-; asinvergenza no me gana nadie.Y tena razn. A veces se daba cuenta del mal efecto producido por

    alguna arlequinada suya, y se esforzaba entonces en presentarse comoun Roldn o un Cid de la correccin; pero al poco rato por entre sucoraza de puntilloso caballero, apareca la garfa del truhn.

    -En cuestiones de honor no admito distingos -deca el hombre cuandose senta hidalgo-; usted me dir: El honor de una martingala. Esverdad. Pero yo tengo esa desgracia: soy caballeresco por temperamento.

    Mingote comulgaba en las ideas anrquico-filantrpico-colectivistas;algunas de sus cartas terminaban poniendo: Salud y Revolucin social,lo cual no era obstculo para que intentase unas veces establecer unacasa de prstamos; otras, una casa de citas o algn otro honradocomercio por el estilo.

    Haba hecho aquel ex prestamista una porcin de ignominias con loscompaeros de la dinamita y del cido pcrico, sacndoles dinero, yapara dar un golpe y para comprar bombas, ya para escribir undiccionario libertario, en donde l, Mingote, desmenuzara con suanlisis formidable, ms formidable que los ms furiosos explosivos,todas las ideas tradicionales de esta estpida sociedad.

    Cuando Mingote hablaba de su diccionario, su desdn por laexistencia, su mirada de iluminado, su melanclica actitud de hombreno comprendido, todo indicaba al genio de las revoluciones.

    En cambio, al contar y especificar sus xitos de agente de anuncios yde negocios, surga el hombre moderno, el struggler for life de laalmoneda y de la casa de prstamos, de la droguera y de la perfumera.

    -Yo -sola decir- hice la almoneda de la Chavito; yo le vend la cuadraal marqus de Sacro-Cerro y el monte a la vizcondesa. Yo he lanzado elcatafortico Pipot, el pectoral de sampaguita salvaje lex, la pastamanicura de Chiper, la cataplasma elctrica de Pirogoff, la harinappsica de Clarckson, la auditina de Well, el corazn artificial de Toms

    y Gil, el emplasto sudorfico de Rocagut, y, sin embargo, se ha hecho elvaco a mi alrededor.

    Mingote supona que Madrid entero se confabulaba contra l para nodejarle prosperar; pero l esperaba el momento bueno en que les dara

    en la cabeza a sus enemigos.Sus mayores ilusiones se basaban en sus minas, que, a pesar de seradmirables, no tena ningn inconveniente en venderlas en lotes de poco

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    dinero. Constantemente llevaba en el bolsillo piedras, envueltas enpapeles de peridico, de sus minas de aqu y de all.

    -sta -y Mingote mostraba un pedrusco- es de las minas del Suspiro del Moro. Qu muestra! Eh? Es admirable verdad? De hierro... casipuro. Noventa y nueve y medio por ciento de hierro mineralizado. Esta

    otra es de calamina. Sesenta y ocho por ciento. Hay medio milln detoneladas.Cuando se le descubra la mentira, no slo no se incomodaba, sino que

    se echaba a rer.La baronesa celebraba con carcajadas los proyectos de Mingote.-Pero si no tiene usted minas, cmo las va usted a vender? -le

    preguntaba.-Ah! , no importa-replicaba Mingote-; se inventan; es lo mismo. En

    seguida que le demos el golpe a don Sergio nos dedicamos a los negocios.Demarcamos una mina; depsito: trescientas, cuatrocientas pesetas, loque sea; llevamos al terreno minerales de otra parte y en seguidahacemos acciones. Sociedad Annima del Coto Prosperidad; capital:siete millones de pesetas; alquilamos una casa, ponemos una hermosaplancha de cobre con letras en la puerta y un criado con una librea azul;cobramos las acciones, y ya est hecho el negocio.

    Crea Mingote en sus fantasas? Ni aun l lo saba cierto; aquelhombre se hallaba desconocido a s mismo. All, dentro de su alma,encerraba la idea de un hado adverso que le impeda prosperar, por serun sinvergenza; porque habilidad tena de sobra; saba como nadierecibir a un acreedor y no pagarle; saba adular y mentir; pero, a pesarde su mentir constante, era crdulo para los embustes ajenos comonadie.

    Crea en las sociedades secretas, en la masonera, en los h .. y en otraporcin de mojigangas por el estilo.

    En el peligro y en las situaciones graves, a pesar de la cobardaextraordinaria del ex prestamista, no le abandonaba nunca su ingenio;el soltar una gracia constitua para l una necesidad y, probablemente,empalado, con la soga al cuello o en las gradas del patbulo, temblandode miedo, hubiera tenido que decir, entre castaeteos de dientes yconvulsiones, alguna cosa chusca.

    Rea con todo aquel a quien no necesitaba por cosas ftiles;vociferaba en los tranvas y teatros con cobradores y acomodadores;levantaba el bastn a los golfos; trataba desdeosamente a todo elmundo; haca proposiciones indecorosas a las mujeres delante de susmaridos o de sus padres, y, a pesar de esto, no reciba ms que raras

    veces las bofetadas o palos que otro cualquiera en su lugar recibiera.Vanidoso y petulante, l mismo se rea de su petulancia. Cambiaba lasonrisa en gesto amenazador; y el gesto amenazador, en sonrisa; a veces

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    senta cierta especie rara y cmica de pudor y se ruborizaba; pero no sedesconcertaba nunca.

    El ex prestamista, a pesar de que su tipo no era nada agradable, teniagrandes xitos con las mujeres. Se dedicaba a la ancianidad. Su tcticaera rapidsima y expedita: a la primera semana ya peda dinero.

    Contaba las queridas a pares, cada una con dos o tres pequeosMingotes. Con ellas, el ex prestamista haba organizado un servicio demendicidad por medio de cartas, y como la agencia produca cada vezmenos, gracias al dinero que traan las mujeres vivan ellas, el granMingote y los pequeos Mingotes. Cuando le preguntaban por aquellasmujeres, el ex prestamista deca que constituan su servidumbre.

    ste era Mingote, el maravilloso y peregrino Mingote, auxiliar ycolaborador de la baronesa de Aynant.

    El mismo da que Manuel y el sublime pedagogo contaron los detallesde la visita a don Sergio, la baronesa y Mingote se pusieron en compaa.La baronesa alquil un gabinete por unos das a una patrona delprincipal.

    -Pero por qu hace usted eso? -le pregunt Mingote-.Cuanto en peor situacin la vea a usted, il vecchio ser ms

    esplndido.-Yo le crea a usted ms listo, Mingote -replic framente la baronesa-.

    Si don Sergio me viera en este cuartucho indecente me dara unalimosna; de otro modo, ya veremos. Adems, djeme usted a m dirigirmis asuntos.

    Mingote call confundido. Indudablemente all tena que aprender.La baronesa arregl el cuarto alquilado con gusto, mand coser y

    planchar una de sus batas y visti a Manuel y hasta le dio polvos dearroz, con gran desesperacin del chico. Todo preparado. Mingoteescribi a don Sergio, il vecchio Cromwell, como le llamaba l, una tarjetacon la firma de Pealar, dndole las seas de la casa.

    La baronesa y Manuel esperaron a que llegara il vecchio. A media tardese oy el ruido de un coche que paraba en al puerta.

    -ste es -dijo la baronesa; mir por las rendijas de la persiana-. S, esl -aadi, y se tendi en el sof y cogi un libro.

    Bien vestida y ataviada, resultaba apetitosa; una jamona rubia debuen ver.

    -Mira: es mejor que te metas en ese otro cuarto -dijo la baronesa aManuel, sealndole una alcoba-; le dir que ests estudiando.

    Manuel, a quien el papel que le designaron no le agradaba, seescabull en la alcoba. Haba entre sta y el gabinete una puerta de

    cristales, con sus correspondientes cortinas. Manuel encontr elobservatorio muy cmodo y se puso a mirar por los visillos; le interesabaver cmo se desenvolva la baronesa y manejaba los hilos de aquella

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    trapisonda, en los cuales poda quedar enredada al menor descuido.Cuando la criada de la casa de huspedes fue a anunciar la visita de

    don Sergio, la baronesa se hallaba ya posesionada de su papel. Il vecchio pas gravemente, salud; la baronesa hizo un gesto de asombro al verle;luego, con un ademn de languidez y de contrariedad, le indic que poda

    sentarse.Il vecchio Cromwell se sent. Manuel pudo observarle con calma.Estaba plido y tena un color calcreo.

    Vaya un pap feo que me he echado, se dijo Manuel.La baronesa y don Sergio comenzaron a hablar en voz baja. No se oa

    lo que hablaban. El calcreo anciano pas la mirada por el cuarto,observ los muebles, indudablemente extraado de ver el gabinete tanelegante.

    Luego sigui hablando con calor; la baronesa le escuchabalnguidamente, sonriendo con cierta amable y bondadosa irona. Manuelpens que no le faltaban al viejo ms que unos cuernecitos y unas patasde cabra para representar, en unin de la baronesa, un grupo que lhaba visto unos das antes en un escaparate de la carrera de San

    Jernimo, cuyo titulo era La ninfa y el stiro. Manuel crey que el viejose iba a arrodillar, y le dieron ganas de gritarle: Fuera, Cromwell .

    Continuaba el viejo hablando de una manera insinuante, cuando sefue animando, y comenz a accionar con violencia.

    -Ese abandono del muchacho es incalificable -deca.-Incalificable!-S, seora.-Pero usted, qu derechos tiene para hablar?-Tengo derechos, s, seora.La baronesa pareci asombrada de aquellas palabras, y replic con

    vaguedades y excusas; luego se indign, y levantndose del sof con ungallardo ademn y tirando el libro al suelo, acus al iracundo Cromwell de todo lo malo que poda ocurrir al nio. l tena la culpa de todo porser un avaro y un miserable.

    Replic a esto el terrible vecchio, en tono brusco, diciendo que para lasmujeres livianas y gastadoras todos los hombres eran avaros.

    -Si usted ha venido aqu -interrumpi la baronesa- a insultar a unamujer porque est sola, no lo consentir.

    Entonces vinieron las explicaciones del calcreo anciano, el sincerarse,el ofrecerse...

    -No necesito de usted para nada -contest la baronesaarrogantemente-. No le he llamado a usted.

    El marrullero vecchio jur y perjur que no haba ido all ms que aofrecerle todo lo que necesitara y a pedir que le dejara costear los gastosde los estudios del muchacho. Tambin deseaba verle un momento.

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    La baronesa se dej convencer; pero advirti al calcreo que el niocreta que sus padres hablan muerto.

    -No, no tenga usted cuidado, Paquita -exclam il vecchio.Llam la baronesa al timbre, y pregunt a la criada con indolencia:-Est en casa Sergio?

    -S, seora.-Dgale usted que venga.Entr Manuel confuso.-Este seor quiere verte -dijo la dama.-Ya s, ya s que eres un estudiante muy aprovechado -murmur il

    vecchio.Manuel levant los ojos con el mayor asombro. Don Sergio dio unos

    golpecitos en la mejilla nada sonrosada del muchacho. Manuel quedmirando al suelo, y se march, al darle la baronesa el permiso para salir.

    -Es muy hurao -dijo la baronesa.-Yo era igual a su edad -repuso don Sergio.La dama sonri maliciosamente. Manuel volvi a la alcoba y sigui

    observando la actitud de los dos; la baronesa se lamentaba de su falta derecursos; Cromwell se defenda como un len. Al terminar la conferencia,el calcreo sac su cartera y dej unos billetes sobre el velador.

    La baronesa le acompa hasta la puerta.-De modo, Paquita, que est usted contenta? -la dijo antes de

    marcharse.-Contentsima!-No siente usted que haya venido a verla?-Ay, don Sergio! Me ha tenido usted muy abandonada. Cuando es

    usted el nico amigo de mi pobre padre!-S, es verdad, Paquita; es verdad -murmur il vecchio, acariciando

    entre las suyas una de las manos regordetas de la baronesa.Y baj las escaleras, detenindose a cada instante para saludar a la

    dama. Jess, qu lata de viejo -murmur ella, dando un portazo-. Manuel,

    Manolito, has estado muy bien! Hecho un hroe. Has visto? Il vecchio Cromwell, como dice Mingote, ha dejado mil pesetas. Maana mismitonos mudamos de casa.

    Al da siguiente, muy de maana, la baronesa y Manuel se echaron ala calle a buscar un cuarto. Despus de mucho corretear y de andar conla cabeza descoyuntada de tanto mirar hacia arriba, encontraron untercer piso en la plaza de Oriente, que a la baronesa le encant. Costabaveinticinco duros al mes.

    -A nia Chucha le va a parecer caro; pero yo lo alquilo -dijo labaronesa.Y llam en el primer piso, donde viva el administrador, y habl con l,

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    y pag la casa por adelantado.El mismo da se hizo la mudanza, y Manuel trajin con entusiasmo,

    llevando trastos de un lado a otro y colocndolos en la nueva casa en elsitio que designaba nia Chucha.

    Como la casa quedaba vaca y la baronesa tenla algunos muebles

    guardados en casa de una amiga cubana, unos das despus fue a verlapara pedrselos. No apareci en todo el da, ni aun a cenar, y volvi a lanoche, muy tarde. Nia Chucha y Manuel la esperaron. Al llegar a casa,vena con los ojos ms brillantes que de ordinario.

    -La coronela no me ha querido dejar venir -murmur-; he cenado en sucasa, y luego he ido con sus chicas a Apolo y me han acompaado hastaaqu mismo.

    No pudo Manuel comprender qu tendra esto de extrao para labaronesa, y se asombr bastante al or contestar a los reproches de niaChucha, balbuceando y rindose a carcajadas de una manerainsustancial. Hubiese jurado Manuel que al salir del comedor labaronesa haba dado un traspis; pero con el sueo no se enter bien, yse abstuvo de comentarios.

    Al da siguiente, poco antes de la hora de comer, estaba nia Chuchaen la calle, cuando llamaron a la puerta. Abri Manuel. Era el calcreo.

    -Hola, estudiante! -dijo-. Y doa Paquita?-En su cuarto -contest Manuel.Llam don Sergio en la puerta c