Aspectos Criollos - Aspectos Criollos
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1
© Primera Edición: Lima, 1937
© Biblioteca Nacional del Perú
para esta edición. Lima, 1988
Edición publicada bajo el auspicio
del Consejo Nacional de Ciencia y
Tecnología (Concytcc), en apoyo a la
Biblioteca Nacional del Perú.
Carátula: Carlos González
Producción: Índice Editores Asociados S.A.
Grimaldo del Solar 113-A
Miraflores
2
No te inquietes por el verbo, por
las investigaciones sutiles en que
se enerva la fuerza de los artistas
de hoy día. Hablar todos, debes,
pues, usar el lenguaje de todos
Romain Rolland «Juan Cristóbal».
3
Dedico este libro:
A ese grupo de hombres de buena voluntad,
que, desde la Comuna de Chiclayo, luchan
tesoneramente por un futuro mejor.
4
Contenido PRESENTACIÓN ....................................................................................................................... 5
ADVERTENCIA ......................................................................................................................... 8
LA VILLA DE ETEN Y SU CRONICA INTIMA ................................................................. 11
LAS FIESTAS RELIGIOSAS EN LA VILLA DE ETEN ....................................................... 19
EL MUELLE DEL PUERTO .................................................................................................... 26
LA CALETA DE SANTA ROSA Y SU CRONICA SENCILLA ......................................... 32
GENESIS E INMORTALIDAD DE «LA CHONGOYAPANA» ........................................ 41
SEMBLANZA CHOLA ............................................................................................................ 51
EL MITO DEL ARROZAL ...................................................................................................... 57
LOS AGUADORES .................................................................................................................. 62
REQUE Y SU CRONICA INGENUA .................................................................................... 67
5
PRESENTACIÓN
A dos años de su muerte, rendimos homenaje a don José Mejía Baca, gran
escritor, artista de pura cepa y amigo de coraje, con la reedición de este libro,
que publicado en 1937, descubrió con gracia y sentido el paisaje norteño del
Perú, cuyo folklore fermentaba con sabiduría de centurias el alma del cholo,
que como una realidad casi desconocida fue tan bien interpretada a través de
este conjunto de crónicas escritas con firme trazo descriptivo, con sobriedad
ágil y fresca, y sobre todo, como lo destacara don Raúl Porras Barrenechea,
"con el don difícil de la naturalidad".
Al recorrer estas páginas de "Aspectos Criollos", con varias relecturas que
nos obligaban con honor la solicitud y la dedicación siempre entrañables de
don Juan Mejía Baca, para escribir esta presentación, nos encontramos con
esas pinceladas finas que trazan sugestivos escorzos, o con aquellos vigorosos
brochazos de fondo que diferencian con sentimiento sutil un gran paisaje de
variados y complejos matices, donde el hombre se reedita permanentemente
en su ambiente, a veces grato y otras veces hostil, pero que en suma provocan
la reflexión, el descubrimiento y ¿por qué no, también, la iluminación?.
En el interregno de las dos grandes guerras mundiales la investigación
intelectual peruana, en sus más fundamentales líneas, principalmente en la
que se desarrolla en Lima (comprendiendo en ella a brillantes provincianos),
se dirige a variados frentes y a cubrir urgentes vacíos culturales; hay cubrir
muchos espacios, a veces no sospechados, pues hay que crear y reformar la
imagen de una patria que tarda en reconocerse en la búsqueda de ------ que
dignifique la esperanza y recobre el sentido vital de su auténtica------.
En ese gran marco, escribiendo la crónica más que la historia, don José Mejía
Baca testimonia la costa norteña, tomando como su eje el antiguo y no menos
apacible puerto de Eten, donde naciera en 1914 y desde donde va a tratar de
"interpretar, penetrar... la inmensa belleza próxima a hundirse en el pasado",
junto a algunos solitarios esfuerzos, como los de Brünning con sus estudios
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etnológicos sobre los descendientes de muchiks, o los de López Albújar con
sus recios cuentos, como el de los "Caballeros del delito".
Por ello no hay tiempo que perder. No podía haberlo tampoco. Llegado a Lima
en 1931 se dedicó con pasión a la investigación folklórica, como un
observador de adentro, participativo, buscando el soplo de vida interior, no
de la periferie sí del centro; tampoco con la soberbia académica del
provinciano o del exquisito estudioso que maneja con pinzas el humor
popular, sino con ese eterno frágil encanto del alma sensible al calor y el color
del ambiente, enraizando las experiencias de una vida intensa al lado de ese
singular pueblo norteño; no es casual que este libro fuera dedicado a los
"quincheros" aquella "falange anónima" de cholos "juertones" que le
"tendieron los brazos cuando niño y le estrecharon las manos cuando
hombre".
Trabajando en el Instituto Superior de Lingüística y Filología de la
Universidad Nacional Mayor de San Marcos, colaborando allí con don
Hipólito Galante y dirigiendo la revista Sphinx, se dio el tiempo para editar
estos "aspectos" donde entrelaza la nota etnológica y la pincelada histórica
con la más aguda observación social, alentada por una angustia de registro
de lo que queda aún y lo que se va, inexorablemente. Ese es el motor que
alienta toda su vida y lo impulso, a ¡a creación, a la obra fecunda que realizó
como director del suplemento radial de la revista Peruanidad que dirigiera
don Esteban Pavletich, o en numerosos artículos que escribiera en el
Comercio y la Prensa, además otras revistas, o en sus libros como "El
Hombre del Marañón", "El Cholo Ambrosio" y "Cuatro Generaciones",
entre publicados e inéditos.
Su perspicacia va hacia las estructuras mentales que cambian más
lentamente que las económicas y las sociales -recordamos a Soboul- y por ello
complace la reedición de esta obra que bien puede alentar investigaciones de
más fondo -que gozarían del beneplácito del investigador desde la eternidad-
para tratar con urgencia la necesidad de reconstruir nuestra historia,
comprendiendo el valor, la trascendencia y el impacto del significado de las
mentalidades, en un país como el nuestro, pluricultural, pero con unas
ansias de plasmar su identidad integrador a nacional.
Don José Mejía Baca al llevarnos, entre el polvo y la brisa del tiempo, a través
de Eten {"guardián celoso de un emporio de tradiciones, mitos y
7
costumbres"), de su puerto ("a quien los buques temen y fondean lejos"), de
la Caleta Santa Rosa ("donde el pescador combate continuamente contra el
mar para evitar que este tome su propia vida"), de los campos de Reque
(donde la "toma" de agua fue abierta al golpe de campanas y "que jamás se
atrevió volver a cerrarla"), o cuando nos cuenta de las fiestas religiosas o del
mito del arrozal, de la Chongoyapana o los aguadores, entre otros increíbles
personajes o escenarios de ese gran paisaje que es la costa del norte del Perú,
nos señala un camino que recorrer, una historia que hacer, para que el
ingenio del hombre, como en los versos de la marinera, surja "libre y sin
trabas".
Una nota final; importante por su proyección: la familia de don José Mejía
Baca y quienes nos honramos por su amistad, agradecemos profundamente
al Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (CONCYTEC), que con su
valioso programa de apoyo a publicaciones ha hecho posible esta obra escrita
con amor y lealtad al Perú.
Lima, julio de 1988
Félix A. Nakamura H.
8
ADVERTENCIA
"Aspectos Criollos" aparece como una sencilla contribución al
folklore nacional. La mayoría de nuestros escritores miraron siempre
al otro lado del Ande. La pureza racial, el crecido número de
indígenas, el rico pasado pleno de leyendas y saturado de grandeza
y la existencia de problemas aún insolutos, fueron causas
determinantes para que la atención de nuestros artistas se
concentrara en la vasta región andina. Sin embargo, la costa, la
llamada "costa zamba" no careció, en lo absoluto, de bien logrados
intentos en pro de su interpretación. Hacia una labor interpretativa
han de convergir en lo futuro los esfuerzos de nuestros literatos,
porque hay que tener bien presente que la narración escueta y fría
puede ser el camino más cómodo, pero no el mejor. Hay que
interpretar, penetrar, bucear en el alma criolla y entonces se
vislumbrará la inmensa belleza próxima a hundirse en el pasado. Es
indiscutible que, en esta labor interpretativa, si en cuanto a cantidad,
el mestizo y en general el producto híbrido, ocupan lugar preferente,
en cambio en calidad, como hecho real, como personaje cuajado y
completo, como exponente de tipismo, como pureza conservada a
través de los tiempos y como hecho vital, el personaje auténtico es el
CHOLO.
Primitivamente "cholo" fue el muchacho indígena que habitaba en la
costa. Luego "cholo" se le llamó a todo producto híbrido en general y,
más tarde, "cholo" se convierte, para una considerable mayoría, en
vocablo despectivo, empleando al pronunciarlo un ridículo y seudo-
aristocrático desdén. Fundidos algún tiempo después, -cholos,
mestizos y mulatos -, caen bajo el término genérico de "criollos".
Y el criollismo aparece a través de manifestaciones no sólo de carácter
literario, sino también político-social, recorriendo en este último
campo todos los planos en él contenidos.
De esta manera el criollismo eclipsa las manifestaciones pardales de
sus componentes y Lima, con su "viveza criolla" monopoliza en cierta
forma el vocablo, escapando de este monopolio, por ser factor de
sólida consistencia, el zambo y mulato de Malambo. De este modo el
9
cholo como exponente de pureza queda relegado. Tal vez si su sede
hubiera sido la Capital no hubiera tenido tan triste suerte, pero como
quedó en provincias corrió el fatal destino del aislamiento.
El cholo es tímido y nada comunicativo. En cambio, el criollo es
audaz. Dotado de singular viveza, - muy criolla por cierto se
encumbra, penetra en todos los campos y por último, en su carrera
triunfal, llega hasta la alcoba del Virrey Amat y erige su Palacio. De
hecho, pues, adquiere carta de ciudadanía. Motivo de libros enteros
sería la Antología del Criollo en nuestra vida Colonial y republicana.
El resto de la Costa, "la costa zamba", continúa ignorada. No hay nada
que valga la pena de mencionar en la parte norte, salvo estudios
etnológicos de Brunning en la Villa de Eten y la última y valiosa
contribución de Enrique López Albujar en sus famosos "Caballeros
del Delito" pese a que su principal objetivo fue el punto de vista
criminológico.
En la Costa Sur, Abraham Valdelomar, cuya desaparición nunca
dejará de lamentarse, al descender del Ande en "El Camino hacia el
Sol", - cuento maravilloso donde al ir tras el padre de los Incas
desaparece "el último quechua" -, al llegar a la Costa descubre las
excelencias de "El Caballero Carmelo”.
Y hoy, en la hora undécima, aparecen "padres del cholismo",
recargando despiadadamente la ya recargada literatura peruana con
un "ismo" más.
El cholismo no es una escuela literaria ni puede serlo tampoco. El
cholismo es una realidad; es una actitud y una aptitud, con contenido
vital y que tan sólo espera su interpretación; la reivindicación de sus
fueros, de sus fueros en cuanto al punto de vista artístico, porque está
latente, y, en víspera de ser definitivamente pasado, reclama el
derecho a la posteridad. Cualquiera que se titule "padre del cholismo"
se arroga una paternidad imposible. En el campo artístico es padre el
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que crea y la adopción no cabe cuando el adoptado es un elemento
vital y con caracteres de perennidad, pese a su cercana desaparición.
El aspecto cholista presenta el mismo caso que el aspecto gaucho.
Ricardo Güira Id es fué, sin duda alguna, el mejor interpretador del
gauchaje y esto no a fuerza de observar y narrar la vida del gaucho
sino a fuerza de vivir la "vida gaucha". Sin embargo, al celebrado
autor de "Don Segundo Sombra" nunca se le ocurrió llamarse, ni
tampoco lo llamaron, "padre del gauchaje".
El cholo, lo mismo que el gaucho, existe como realidad y no están
siquiera comprendidos entre incógnitas de problemas cuyas
soluciones darían derecho de paternidad al que las hallare. No existe
un problema cholo como no existe un problema gaucho. Existe el
cholo como existe el gaucho. Ambos fundidos en el "no-tiempo",
según feliz expresión de Luis Alberto Sánchez.
El cholo, pues, no espera más que la hora decisiva en que será
incorporado al plano a que tiene derecho. Si "Aspectos Criollos"
contribuye a la obra definitiva, habré logrado mi intento.
J.M.B.
(1937)
11
LA VILLA DE ETEN Y SU CRONICA
INTIMA
Al Dr. Aurelio Miró Quesada Sosa, ─gran viajero que captó la emoción
vital del mundo─,
le ofrezco este trozo ignorado de tierra chola.
A pocos minutos de un puerto cuya importancia comercial es notoria,
existe un pueblo que ofrece ardua resistencia al empuje de la
civilización. Pueblo casi desconocido; guardián celoso de un emporio
de tradiciones, mitos y costumbres, que hablan a la curiosidad de
unos al sentimiento de otros. Tal es la Villa de Eten. Nada le faltó para
ser grande y moderna. Sobre ella la naturaleza volcó toda la bondad
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de su clima; la Divinidad le dignó con un milagro y la vida le dio
ambiciones dio ambiciones con tanta restricción que no sufrió la
tortura del que algo anhela. No pretendo hacer historia. Historia es
cambio incesante, evolución continua. La Villa de Eten, más que una
historia, tiene un cliché único, invariable. Tuvo oportunidades de
ponerse a tono con la época como cuando en 1925 el desborde del río
destruyó la población, pero el cliché perduró y lejos de levantarse de
las ruinas de la inundación, -que parecía una voz de alerta del siglo-,
una villa fresca y lozana, resurgió, lenta y pausadamente, la misma
Villa de antaño, como si cambiar de forma hubiera sido una
inconsecuencia con un pasado cuyo valor siempre ignoraron. Y esta
vez, como en muchas otras, la falta de grandes ambiciones y de
gigantes anhelos, fue suicida. Y el cliché fatal, producto de la
indolencia y la apatía, subsistió. Y el siglo fue vencido.
Muchos años ha, el pueblo se hallaba ubicado cerca de la orilla del
mar. Una fuerte braveza consumó su obra destructora. Sólo
permaneció en pie la Capilla del Milagro, donde según testimonios
de la época, apareció el Hijo de Dios en la Hostia consagrada. Donde
se levantaron frágiles casas, se amontonó la arena; pero la Capilla con
cimientos de voluminosa piedra, permaneció firme. El milagro estaba
hecho. La furia del mar se estrelló contra la casa de Dios y el fanatismo
arrojó sus cimientos más firmes aún que los del Templo invicto. Había
que reconstruir el pueblo fuera del alcance del poderoso elemento,
pero, todos los años, mientras quede un habitante en la Villa de Eten,
piadosa peregrinación visitará la milagrosa Capilla, reviviendo el
hecho y reiterando su admiración a esa fuerza divina que permite que
la sencilla Iglesia desafíe el poder del mar y de la arena.
Hace más de media centuria, un nuevo acontecimiento conmueve a
los sencillos habitantes de la Villa. Sobre unos rieles pasa, -según
expresión de ellos-, un montón de "jierros" grandes que se llaman
"trencite", echando humo por la chimenea. Lo miran con temor. El
"piajeno" es más seguro; se detiene donde uno quiere y va por todas
partes. La máquina disminuye distancias y ahorra tiempo, pero ¿qué
puede importar esto a quien vive al margen del siglo, fuera del
tiempo y del espacio? La estación y la línea férrea están situadas a un
costado del pueblo. Con el tiempo la población se extenderá al otro
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lado de la vía y el ferrocarril pasará por el centro de la ciudad. Cálculo
erróneo. La población crece al lado opuesto de la línea, hacia el
interior. Se diría que huyen del ruido si tuvieran noción del silencio.
Pero no; la Villa no quiere que la máquina le parta el corazón y se
aleja... se aleja como quien huye. La utilización de los servicios de la
máquina está pronta a conseguirse. Inauditos esfuerzos y multitud de
medios puestos en juego a ello convergen. La victoria parece que
llega. A la salida del pueblo un "piajeno" cruza la línea. La máquina
no puede detenerse; el animal queda dividido en cuatro partes. La
victoria se aleja. El recelo aumenta. La máquina es la culpable.
Encontrar nuevos medios de conciliación es empresa vana. Todo
queda confiado al Tiempo.
Y la población crece. La industria de tejidos, de sombreros de paja es
abundante. Los sembríos difíciles. Las tierras rebeldes. Los métodos
de la técnica moderna para hacerlas productivas, son ignorados. En
cambio, en el vecino puerto, se necesitan brazos. El cholo es fuerte.
Los barcos aumentan y la carga lo mismo. El puerto progresa. El cholo
va en busca de trabajo. Hace cuatro viajes diarios. ¿Por qué no se va
a vivir al puerto?; ¡La Villa también tiene su embrujo! En el cabotaje
el cholo trabaja. En la puerta de la casa, sentadas sobre una estera, la
chola y las hijas tejen; el hermano mayor carga leña y en los trenes (el
miedo ha desaparecido; lo que no obtuvo el hombre lo consiguió el
tiempo), los menores irrumpen entre los coches de pasajeros con el
tradicional grito de "que le llevo". Llegadas las seis de la tarde la
máquina trae a los trabajadores. Schumann les hubiera escrito una
Sinfonía. El tejido queda abandonado. El último tren ya pasó y el "que
le llevo" ha terminado. La familia se sienta a comer. Si el marido trajo
del puerto una "sarta de cachemas" que pescó en un momento de ocio,
la comida se retrasa. Pocos momentos después, sobre rústica mesa de
madero, luce un plato criollo: "cachemitas a la brasa". El "poto" de
chicha pasa de mano en mano. El menor de edad también bebe. La
chicha los hace "juertones". La conversación es fofa y cansada para
nosotros, ¡pero ¡qué amena e interesante para ellos!
Oigámosla:
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"La Ambrosia fue donde el señor "gobierno"y consiguió que la
Teodora le pagara la docena de "chalaquites" que le mandó hacer.
Ella no es una "calabascho". Lo que pasó es que murió su "hijite" y
tuvo que atender a las ceremonias. (Tomar chicha, llorar por el
"dijunto" que era bien "güenito"; pagar el nicho; las "medecinas" que
le recetó el "dotor" y los responsos que por su "almite" hizo el señor
"cure"). Ha quedao en pagar y de lo que la han demandao le dio
"chucaque".
El marido que ha escuchado en silencio, interrumpe de pronto:
¿Y de qué murió?
"Diz que lo ojearon, -responde la chola-, y le hicieron la brujería.
Pobrecite, ya por fin lo enterraron. Bastante gente jué al entierro.
Habían contratao varias "lloronas".
El cholo bebe en silencio. El "poto" de chicha vuelve a circular hasta
quedar vacío, para luego ser vuelto a llenar. La conversación ha
terminado.
Son cerca de las ocho de la noche. Las puertas empiezan a cerrarse.
La luz eléctrica sólo existe en contadas casas. El lamparín de kerosene
aún reina. La mayoría de las casas tienen una o dos piezas:
un callejón al que se entra por la sala y lleva a un corral. El "piajeno",
hasta hace poco parado en la puerta, entra al corral. Para llegar a él
hay que pasar por la sala. El "piajeno" entra majestuosamente. Un
tercio de alfalfa tirado en el corralón, desaparece entre los dientes del
animal. Trabajó todo el día. Las astillas de la leña que cargó sobre su
lomo lo han lastimado. No importa. Mañana, a primeras horas,
volverá a llevar leña. En la primera pieza de la vivienda la familia se
acuesta. La habitación con suelo de barro desempeña una triple
función: sala, comedor y dormitorio. Sobre la tosca y primitiva cama,
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- la "barbacoa", - el matrimonio duerme. El niño en la hamaca y el
resto en el suelo sobre sucias y rotas esteras. La noche avanza y la
familia duerme. Es allí, en esta triste y miserable pieza donde los
cholitos, pese a la oscuridad, atisban el acto sexual de sus
progenitores. Es allí donde prematuramente despierta el instinto que
sin el freno de una voluntad fuerte, y más bien ayudado por los
efectos de la chicha, ha de inclinarlo a la rama delictuosa. Es por eso
que en la Villa de Eten, los delitos característicos, están constituidos
por el estupro y la violación. Allí en la pobreza de la habitación no
sólo la familia duerme: también el delito germina.
Al día siguiente el pito de la fábrica del cercano puerto los despierta.
Es hora de levantarse. Todos están en pie. El marido se encamina a la
estación a esperar "la máquina de los trabajadores"; la mujer al
mercado para antes de preparar el almuerzo "yapar" el sombrero; el
hijo mayor a cabalgar sobre el piajeno para después vender la leña y
los menores al tren para llenar los coches con su pregón de "que le
llevo". Después durante el día, la vida transcurre lo mismo: monótona
y cansada.
Hoy la noche se presenta distinta. El gesto de cansancio que
caracteriza al cholo ha desaparecido. Son más de las nueve y las
puertas permanecen abiertas. ¿Qué sucede? Es el santo del marido de
la "chiroca" y los compadres y amigos se preparan a "serenatearlo".
Son cerca de las doce. Los músicos y la comitiva se reúnen y
rompiendo el silencio de las quietas calles, caminan… caminan hasta
detenerse en una casa. Ya están en la puerta de la vivienda del marido
de la "chiroca". La música irrumpe estruendosamente y un coro de
voces destempladas canta versos alusivos al acto. Es la serenata. La
letra es disparatada, pero tal vez sincera. La música y el coro cesan.
La puerta se abre y la gente entra. Principian las felicitaciones y
brindis por los "cumples" que el homenajeado en compañía de su
familia recibe sonriente. Es el pueril, cansado y fatal introito de la
jarana.
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Si observamos la habitación en busca de un indicio revelador de la
próxima fiesta, no lo encontramos. Parece que no hubieran habido
preparativos. En las paredes, sobre tosca repisa, el clásico lamparín
de kerosene. Sujetas con tachuelas algunas imágenes de santos y un
calendario festivo cuya presencia es rigurosa en casi todas las casas.
En un marco de lata que perteneciera a un espejo, se encuentra
colocada la imagen del Señor del Cautivo. Un cabo de ordinaria vela,
ardiendo, cumple el rito de la velación y un ramo huachafoso de
flores de papel o ce-ra, adorna la milagrosa imagen. Sin embargo, el
marido de la "chiroca" fue avisado con la "anticipación de antes" y los
preparativos consistieron en abundante provisión de caballa o carne
salada, mote, pellejito de chancho, etc., elementos éstos
indispensables para el buen "piqueo". En un ángulo de la habitación,
enterrada hasta su parte media, una botija de chicha espera ser
vaciada. El "poto" principia la primera de las mil vueltas que tendrá
que dar mientras dure la jarana. Como con su cruz a cuestas, sin ruido
y sin ceremonias, van directamente a estacionarse en un rincón
oscuro: arpista y arpa.
Las libaciones de estilo han terminado. Casi quiere imponerse el
silencio y una atmósfera pesada invade la habitación. De pronto los
cuerpos se estremecen, los ojos brillan, las manos se mueven
nerviosamente y los rostros reflejan ansiedad. Un tamboreo iniciado
casi imperceptiblemente se hace cada vez más fuerte y entonces un
solo pensamiento se apodera de la concurrencia: ¡LA MARINERA! Sí.
La marinera: expresión genuina del alma del criollaje, refugio único
de penas y alegrías, dolores y placeres. Marinera dueña y señora de
miles de almas que la veneran, porque ella es su vida, su religión, su
reliquia no profanada por la invasión de lo moderno. Quien haya
visto el efecto que la sola introducción de la marinera produce en el
criollo; quien identificándose con él encuentre en la marinera y sólo
en ella, el motivo central de una vida vegetativa, oscura y rutinaria,
cansada y triste, sólo podrá comprender el embrujo de esa música que
propicia la inspiración a seres incapaces de sentir algo fuera de su
marinera. Yo también me he dejado llevar por la emoción. Volvamos.
El tamboreo dura unos segundos y es un tamboreo distinto del de las
17
demás introducciones de las marineras de la costa. Constituye la
característica especial de la marinera etana. Son escalas cortadas que
parecen expresar un imperio-so mandato pues las parejas ya están de
pie. El entusiasmo crece y se lanzan frenéticamente al centro de la
sala, luciendo almidona-dos pañuelos y rostros delirantes. Un coro de
palmas acompaña el maravilloso baile en cada postura, cada paso,
cada gesto, quedan grabados en el espacio como visión soñada, para
luego perderse ante la realidad, dejando un recuerdo de dulce
somnolencia. Requiebros, zapateos, giros veloces, subidas, encogidas,
roces, alejamientos, contorneos. Todo con precisión y ritmo. Ya ahora
el cholo es movimiento y velocidad. El mayor milagro está hecho. Es
el encanto de la marinera. Parejas de veinte años confundidas con las
de ochenta.
La misma elasticidad; la misma resistencia. La misma fiebre los
devora, idéntico entusiasmo los consume. Y es que poseen alma de
bailarines: de bailarines de marinera!
Los de la banda han dejado de tocar. Más que el esfuerzo de manejar
el instrumento, los agotó la emoción. Ellos también han puesto su
alma en la marinera. Pero no importa: la chicha reparará sus fuerzas.
Beben. Y la jarana entra en una nueva faz. Se diría que, en una
categoría superior, si toda ella no fuera sublime. Penosamente, como
quien cumple pesada obligación, en su oscuro rincón, el arpista se
mueve. Se prepara en silencio. Hay que templar una cuerda. Nadie
ha percibido sus movimientos, pero suena una nota y es suficiente.
Todas las miradas se dirigen al rincón y se pasean interrogantes entre
el arpista y el arpa. Miran el frágil instrumento como con sentimiento
religioso y es que el arpa es el símbolo de la marinera. Ambas reflejan
el alma del cholo: son símbolo y expresión. El artista la acaricia antes
de arrancarle sus sentidas notas. Se yergue. Mira a la concurrencia.
Sonríe. Y al movimiento de una mano que rápida se desliza, brotan
melodiosos sonidos que hablan en lenguaje de almas y que como
saetas certeras van a herir lo más hondo del cholo sencillo y
sentimental.
El baile continúa. La fiebre crece. Ya es el delirio!
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Una voz que sale cerca del arpista, canta:
Yo soy el huaquero viejo
que vengo de sacar huacos
de la huaca más arriba
de la huaca más abajo.
Yo tenía una mujer
que se llamaba Teodora
que no dormía con ella
y sonaba la barbacoa.
Una carcajada estalla y un coro de voces canta:
Huaquero, huaquero,
huaquero, al amanecer,
huaquero, huaquero,
huaquero al anochecer.
Coba, coba y coba al amanecer
coba, coba y coba al anochecer.
Coba, coba y coba al amanecer
y a dormir para mañana.
Es el ingenio criollo que principia a manifestarse a través del verso de
la marinera. Verso que surge libre y sin trabas, hablando de esta-dos
de ánimo e impresiones mil que nosotros no llegamos a comprender
en todo su sentido, en toda su belleza, en toda su lisura, en toda su
picardía, porque carecemos de alma de criollo y sólo nos queda
19
pensar que estamos en presencia de un pueblo incomprendido y
sentimental.
Y la jarana, con pequeñas variantes, continúa uno, dos, tres y más
días, porque para el cholo la vida es una sola: invariable y constante,
despreocupada y tranquila. En un rincón de la pieza de suelo de
barro, sobre una estera, envuelto en sucios pañales y junto a un perro
sarnoso y pulguiento, un niño duerme. También en sueños, él baila la
marinera !
Y la hora de partir ha llegado. A la mente acuden multitud de cuadros
que incompletamente pretendo aquí pintar en esta crónica íntima, en
esta crónica sentida que me lleva al convencimiento que ni siendo
todo antenas, se podrán captar las mil y una emociones de este pueblo
ignorado y sencillo.
Estamos en la estación. La máquina sólo se detiene cinco minutos. Lo
último que escucho es el típico pregón de "que le llevo". Nada,
absolutamente nada tienen que llevarme. Esta vez soy yo el que llevo
en lo más íntimo de mi ser, una emoción infinita y dejo allí, en la Villa
de Eten, un pedazo de alma entre esa gente tal vez feliz, dentro de su
infelicidad.
LAS FIESTAS RELIGIOSAS EN LA VILLA
DE ETEN
20
Las festividades religiosas en algunos pueblos del Departamento de
Lambayeque constituyen la síntesis del tipismo. No nos ocuparemos
de la Feria, donde la nota mercantilista de los de afuera resalta
grotescamente y oculta en parte, la manifestación popular de los de
adentro. Es en la simple fiesta religiosa donde se revela en todos sus
aspectos el sentimiento cholo. Y es por eso que lo buscamos en la Villa
de Eten, entre sus sencillos habitantes, sinceramente devotos e
ingenuamente creyentes.
La evolución religiosa en la Villa de Eten ha seguido el compás de su
vida integral, es decir, un ritmo lento y pausado. Es indiscutible que,
en la época colonial, esta región mochica sufre una brusca
transformación religiosa. Ello débase, entre otros motivos, al milagro
que se admite se realizó en la Capilla de la antigua Villa. Otro motivo
fundamental ha sido, con toda evidencia, que al pasar de la religión
indígena a la católica, el cholo no pierde ninguno de los ritos de su
culto anterior. En las fiestas religiosas de ayer, como en las de hoy, la
jarana y sus derivados, forman parte integrante del complicado
mecanismo del culto. Los términos sustanciales de las religiones no
21
han llegado jamás a ellos. Poco importa el sentido metafísico y el
contenido espiritual de tal o cual religión. Es el culto, la forma, la
liturgia, lo que seduce al cholo. Cualquiera religión en la Villa de Eten
hubiera tenido porvenir, siempre y cuando no hubiera alterado
los usos y costumbres. La confirmación de lo aquí expresado la
tenemos en Monsefú, pueblo vecino a la Villa y de similares
costumbres, donde los protestantes han ganado considerable número
de prosélitos.
La religión para el cholo no es un problema espiritual, pero en el culto
religioso, sí hay manifestaciones espirituales; manifestaciones libres
de todo contenido místico, pero sí plenas de aquel innato instinto
fiestero, cuyo más elevado vehículo de realización es la jarana.
La religión en el cholo es pues meramente objetiva. El problema del
más allá le preocupa muy poco. Para el mejor destino del alma de sus
deudos, bastan una misa y un responso. Y he aquí que el cholo al
adoptar la religión cristiana, encuentra un tupido calendario festivo.
Cada fiesta será para él un principio de jarana y como la mayoría, la
inmensa mayoría de los que figuran en el calendario, son santos,
necesariamente el tipo religioso que prosperará en la Villa, será el
devoto.
Es el santo pues el que ocupa lugar preferente en el plano religioso.
Hay algo más. El grado de susceptibilidad del cholo es llevado a
mundos verdaderamente imaginarios. El desaire origina el
"chucaque". Como el cholo con el santo guarda relaciones cordiales,
el hecho de ser Santo no lo pone a salvo de sufrir el "chucaque" si
alguna ofensa se le infiere. De allí que todos los Santos tienen sus
devotos; a todos se les celebra una fiesta y si así no se hiciera el Santo
tendría "chucaque" y tal cosa no puede permitir el primitivo
sentimiento del cholo. Queda así justificada, con un razonamiento,
sui géneris, la abundancia de fiestas religiosas, las crecidas entradas
de la parroquia y el gran consumo de ceras y chicha.
En la conmemoración de la Cena de los Apóstoles se prepara una gran
mesa. En torno de ella se colocan las estatuas de los doce discípulos y
22
en la mano de cada uno se deja una fruta. Sobre la mesa, doce vasos
con agua coloreada, simulan vino. Queda así objetivizado el pasaje de
la Cena.
En casi todas las fiestas, la procesión es parte indispensable.
Desde los preparativos del "anda" que se comienza a engalanar, antes
que principien las novenas, la lata de chicha tiene su lugar en el
Templo y se renueva con constancia y cuidado dignos de mejor
empleo.
En las "vísperas" multitud de gente acude al Templo. Las mujeres
llevan a sus hijos y sentadas en el suelo, lo mismo que los cholos, están
como dormidas. Los mayordomos se sitúan en los alrededores del
"anda" y a la luz mortecina de las velas, se pueden ver rostros que
están muy lejos de expresar el fervor que puede despertar la imagen
sencillamente ataviada. Pero sin embargo tienen que estar presentes,
personajes importantes de una ceremonia cándidamente sincera. La
palabra del sacerdote no llega a ellos. Su lenguaje es diferente; la
oración es íntima y su fe ingenua. Por eso no se traduce en plegaria y
así como el cholo ama a su manera, también es creyente a su modo. Y
allí están en el Templo, sobre el húmedo suelo, con los labios
apretados, los ojos semicerrados, en una atmósfera pesada de cera y
chicha, mientras el sacerdote habla, fustiga, trata de conmover, en
medio de un silencio tan sólo interrumpido por el ladrido de un perro
o el llanto de una criatura. Y así permanecen en una dulce
inconciencia todo el
tiempo que el sacerdote emplea en su práctica religiosa. Antes de
abandonar el Templo se encaminan al sitio donde se encuentra
colocada el "anda" y a la vez que adoran la imagen, le dejan una vela.
Luego salen del Templo con la misma pesadez que entraron, sin
ninguna emoción que los conturbe. Nada, absolutamente nada de lo
que sus ojos vieron, ha alterado esa tranquilidad cholista. De allí se
dirigen a sus casas o a la casa del mayordomo de la fiesta, y es allí
donde la verdadera transformación se opera, donde el alma del cholo
se revela en los compases de la marinera y en el delirio de la jarana.
Esa jarana es en honor del Santo y el santo ha de mirar complacido la
23
alegría de sus devotos, porque la fiesta religiosa no es un pretexto
para la jarana sino que ésta es parte integrante de la fiesta religiosa.
La banda de músicos ha sido contratada. En las calles por donde
pasará la procesión, - generalmente en las esquinas o delante de las
casas de los mayordomos -, se levantan las típicas "posas" o altares
portátiles. Son casetas que ocupan todo el ancho de la calle y llegan a
la altura de los techos. Su área es cuadrada; no tienen puerta y en el
arco que sirve de entrada, se colocan extravagantes y huachafosos
adornos, predominando una gran variedad de colores chillones.
La caseta está hecha de madera y de crudo algunas veces. En el fondo,
sobre una mesa que sirve de improvisado altar, cubierta con un
mantel donde todavía puede verse revelador vestigio de alguna
mancha de chicha, se coloca la imagen del santo venerado por el
dueño de la "posa". Porque es de advertir que en cada fiesta
participan una gran cantidad de santos. Delante de la imagen, en el
suelo o en el altar, algunos rústicos candelabros cuyas velas siempre
se renuevan y un platillo para las limosnas.
En el resto de la calle, entre posa y posa, multitud de arcos de carrizos,
cubiertos con papeles de colores y ramas de árboles. Colgadas del
arco, diversas clases de frutas y en la parte céntrica superior, una nube
toscamente confeccionada, en cuyo punto medio se encuentran
escritas con rudos caracteres las más disparatadas "décimas" y que
según creencia, el santo leerá al pasar por ellos. Estos arcos
interrumpen el tráfico y sólo la vereda queda libre. Por ella pasa el
"piajeno".
La víspera, la banda de músicos recorre las calles. Junto con ellas se
hace la exhibición del "castillo" que será quemado esa misma noche.
Terminada la práctica religiosa, el anda es extraída del Templo y
colocada en el atrio. Es imprescindible que "vea" el castillo que en su
honor se quemará esa noche, porque según propia declaración del
cholo, el santo "gusta de los fuegos".
El día de la misa solemne, de la "misa de fiesta", la chola se ha
engalanado. Con las mantas de seda, medallones de oro colgados del
cuello y sujetos por negra y gruesa cinta, inmensos aretes y alguna
que otra con botas negras de charol que aunque no están lustradas,
24
contrasta su brillo con el sucio del rededor del capúz que
arrastrándolo por el suelo, forma una cinta de tierra y suciedad. Los
cholos también se han puesto su pantalón azul, sus camisas blancas y
su pañuelo negro a modo de corbata. Gruesos y ordinarios zapatos
amarillo subido sin lustre de ninguna clase y que parecen más bien
silicios, por el modo raro que emplean al caminar.
Al principiar la misa, a cada uno de los concurrentes se le entrega una
cera que la conservan encendida durante todo el tiempo que dura la
misa. Y es cosa de advertir que al terminar el oficio religioso, los
monaguillos se encargan de recoger la parte de la cera que aún no se
ha consumido y que reunidas tienen un apreciable equivalente en
metálico.
En el momento de la elevación de la Hostia, una rueda de cohetes
atruena en la puerta de la Iglesia. Ni los niños lloran ni los perros
ladran. Están familiarizados con el estampido del cohete.
Al terminar la Misa, la procesión sale lentamente del Templo.
Delante de ella y como guiando el recorrido, irrumpe la "danza de los
diablicos". Esta danza interesante y de la que se ha ocupado con
bastante acuciosidad López Albujar en los "Caballeros del Delito" en
la parte referente a Piura, ha perdido aquí, en la Villa de Eten, todo
aquello que tuvo de genuina y pura manifestación del sentimiento
artístico popular. Disfrazados de animales, más que de diablicos,
ofrecen un aspecto de degeneración completa. A golpe de cajón y al
son de la chirimía, ejecutan movimientos toscos y vulgares, sin ritmo
de ninguna clase. Aquellos saltos y brincos no son más que
consecuencia de la natural pérdida del equilibrio originada por la
embriaguez. Algo más. Penetran en cualquier casa y en las talegas
que llevan consigo guardan todo lo que encuentran a la mano; sin
moderación de ninguna clase sino al contrario, dando pábulo a ese
instinto rateril, bastante desarrollado en una gran cantidad de cholos.
Desde la salida de la procesión los cohetes son ininterrumpidos. Es
un tipo curioso el quemador de cohetes. En estado de completa
embriaguez, con un trozo de leña encendido y el atado de cohetes
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debajo del brazo, va lanzándolos con una frialdad mecánica, rodeado
de cholitos que están pendientes del sitio donde va a caer el carrizo a
su regreso del espacio. Los de la banda acompañan con una música
monótona que sigue más que su ritmo propio, el tambaleo de los
músicos ya en estado de embriaguez.
En cada "posa" se detiene la procesión. Allí no sólo se cumple el rito
religioso, sino que también se bebe y se baila la marinera. Así pa-san
todo el día visitando "posas" hasta entradas horas de la noche en que
la procesión ingresa el Templo. Luego la comitiva se dirige a casa de
los mayordomos y la jarana entra en todo su apogeo. Al día siguiente
la fiesta no ha terminado. El anda no ha sido "desvestida", pero ya
nadie acude al Templo. En las "posas" y en las casas la fiesta continúa.
Dentro de ocho días volverán al Templo y asistirán a la fiesta de "la
octava".
Nuevo motivo es "la octava" para que se repitan algunos cuadros del
día de fiesta, aunque ya en menor grado porque hace ocho días que
la chicha atrofia los sentidos de esa gente y les origina un cansancio
singular y un agotamiento marcado del que se repondrán... ¿cuán-
do? Cuando tengan que celebrar una nueva festividad !
26
EL MUELLE DEL PUERTO
ENVIO
A la memoria de Don Manuel el «guinchero».
A esa falange anónima de cholos fuertes,
que me tendieron los brazos cuando niño
y me estrecharon las manos cuando hombre.
A todos ellos envío este pedazo de mi alma,
desde un Puerto cualquiera de la Vida.
J.M.B.
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Como un brazo largo, muy largo, salido rabiosamente de las entrañas
de la tierra misma como para realizar una unión imposible, así es el
muelle de mi puerto. Pudo ser el castillo de la fachada monumental
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rascacielo con sus grandes compuertas que serían ventanas, pero se
cansó y quiso tenderse. Pudo ser inmensa escalera para ascender al
infinito, pero prefirió incrustarse en el abismo de las aguas verdes. Y
fue muelle. Un muelle muy largo y muy ancho, como para que se
cansen los viajeros y correteen los cholitos. Porque el muelle de mi
puerto es muy cholista. Carece de la vanidosa comodidad de los
terminales y los barcos no guardan con él esa familiaridad
momentánea, como en los grandes puertos. Los buques le temen y
fondean lejos. Nada de cercanías. Todo a la distancia. Nada de
contactos pegajosos. Aislamiento y soledad.
Hace muchos años, poderosa Empresa capitalista rompió la quietud
de los barrancos, partió el corazón de la tierra y por la herida recién
abierta, rauda pasó la locomotora. Grandes fierros; simétricos y
numerosos durmientes; vías paralelas y el muelle quedó hecho.
De vez en cuando el mar se embravecía, - furioso tal vez por la
usurpación de sus dominios -, y entonces el muelle abría sus grandes
compuertas y las olas encrespadas, lo bañaban sin hacerle daño. Y el
muelle solo, completamente solo con sus compuertas abiertas, que
parecían grandes bocas en estruendosas y eternas carcajadas, apenas
si tenía leves estremecimientos. Se hubiera dicho que de tanto reírse
de la inútil furia de las aguas.
Sobre el muelle se instalaron todos los implementos propios para las
tareas del cabotaje; pero nada de esto le dio prestancia ni le restó
brillo. Todo aquello es extraño a la belleza del muelle. Ni los carros
abandonados, ni las grúas, ni la carga amontonada, ni su misma
glorieta. - tosca y oportunista -, lo han embellecido. Los viajeros son
fugaces visitantes que nunca lo pasean, porque por el muelle de mi
puerto no todos saben caminar. Allí el calzado no cumple su función:
no facilita, sino que dificulta el andar. De la glorieta-oficina suben a
los coches y después de breve recorrido llegan al puerto. El muelle
quedó bajo las ruedas de convoy y nadie ha reparado en él, porque el
viajero de hoy lleva mucha prisa, y, cuando no, los efectos del mareo
en un mar agitado, le impiden reparar en la belleza de mi muelle. Pero
en cambio hay alguien que es del muelle y para el muelle: es el cholo
29
lanchero, cargador y pescador. También es de los cholitos. Después
de sacar lombrices en las peñas que utilizan como "carnada" y las
depositan en tarritos de lata, es de ver, después del mediodía, una
caravana de cholitos descalzos, con sus sombreros de paja, sin saco,
que se encaminan al muelle por los barrancos, o burlando la
vigilancia del cobrador del tren, encaramados en los carros de carga.
Llevan al brazo su canastita y en él su cordelillo prolijamente
enrollado y en cuya extremidad se encuentra un par de anzuelos
expertamente adheridos. Luego en un costado del muelle,
desenvuelven una cantidad de cordelillo matemáticamente
calculada; colocan la canasta a su lado, se sientan con medio cuerpo
hacia el vacío y con un movimiento de brazo, muy peculiar y muy
diestro, arrojan el anzuelo que al caer al mar, con el plomo que lleva,
va hasta cierta profundidad. Allí están sin barandas que protejan ni
muros que resguarden, hasta que un débil tirón del cordelillo les
anuncia que el pez ya es suyo. Inmediatamente y con rapidez
asombrosa recogen el cordel, en cuyo extremo, definitivamente
aprisionado, un pez hace inútiles piruetas para recuperar su libertad.
Al llegar a sus manos con experta maniobra le trozan la boca y lo
depositan en la canastilla. Y así permanecen dos y tres horas, hasta
que a eso de las cinco, utilizando los mismos medios que emplearon
al venir, regresan al puerto y en las calles se escucha típico pregón:
"mojarillas a veinte la sarta". Y cuando terminan la venta, se dirigen a
su casa con el fruto de su trabajo y pericia. Cuando esté más crecido
entrará de "canchador" y luego... señor del muelle: lanchero y
cargador.
En el muelle de mi puerto, hay algo del cholo que no puede entrar.
Sobre el árido y elevado barranco, atado a un poste de la línea
telefónica contemplando maravilloso panorama que no comprende,
está el piajeno esperando la vuelta del pescador, para transportar las
redes cargadas hasta la misma ciudad. Al muelle del puerto el piajeno
no puede ir, porque lo mismo que el "señor", sobre los durmientes
separados no sabe caminar.
Muy temprano, al sonar el "pito de las siete", las cuadrillas se
encaminan al trabajo. Con su costalillo al hombro, donde
30
resguardada de los rigores del invierno, va preciada botella de chicha,
con un andar confiado y gracioso, los lancheros se dirigen al muelle
y en la mañana fresca y entre los elevados barrancos, aquel desfile
parece procesión de sacerdotes del trabajo y la alegría, porque en
medio de aquella caravana, gruesa y socarrona voz que vibra en el
"cañón del muelle", entona con esa picardía tan cholista:
Catalina tiene un gallo
amarrado en su corral...
Y sin mirar atrás, como avisados por señales invisibles, se apartan de
la vía del tren, replegándose a las sinuosas paredes del barranco. Pero
no es el tren el que viene. ¿Sabéis qué es?... Es el "carrito de los
trabajadores", el carrito de la cuadrilla de reparaciones que por más
que haga varios viajes no se cansa de rodar. Y cuando tal sucede, se
prende como cholito palomilla de la parte trasera de algún vagón y
con andar acelerado, muy poco usual, llega en cinco minutos al lugar
donde sus hombres lo abandonan, para al día siguiente volverlo a
utilizar.
A poco de llegar al muelle principian las faenas del rudo trabajar. Los
lancheros descienden rápidos al remolcador que raudo parte en busca
de los lanchones, y al llegar a ellos los abordan con gestos de galantes
piratas. Luego son remolcados hasta el costado del muelle y la carga
empieza a llenar su vientre. "Vira", "Aguanta", "Arrea", lenguaje
lacónico que interpreta los combinados movimientos del guinchero y
del patrón de la lancha. El mar agitado contadas veces interrumpe
esta hermosa tarea y cuando la braveza imprime a la lancha
movimientos alterados, entonces parece coquetuela e indecisa dama
que vacila en recibir y abrir los brazos a los sacos de carga, que como
galanes constantes, tambaleándose en el espacio, esperan el momento
preciso para caer de sorpresa en su seno, burlando el quimboso ritmo
de la lancha.
Así pasan los días cargando y descargando con singular pericia que
les ha creado la fama de ser "los mejores lancheros del litoral".
31
A la puesta del sol se dirigen al fondeadero a dejar los lanchones;
lanchones que en la noche servirán de hogar a los pájaros marinos
que ya principian a llegar y dejarán al día siguiente, cuando partan,
muy temprano, como pajarera señal de gratitud, alcalinas substancias
en los bordes del lanchón.
Después, en el muelle de mi puerto, todo es único y familiar.
Don Manuel, - el "guincheno" -, ya difunto y que de tanto ver partir
se fue definitivamente; el "cholo Vivanco" con su inmenso cuerpo y
su hercúlea fortaleza; el "chivo" el del remolcador, siempre riendo,
aunque lo amenace el mar y todo ese conjunto de héroes
desconocidos, forjadores anónimos de un puerto de verdadera
importancia comercial y que allí mueren y envejecen sintiendo la
injusticia de los hombres y las acechanzas del mar.
Hoy no regresan silbando. No resuena su carcajada fuerte y franca,
en los barrancos del camino. La alegría de la vida y del trabajo ha sido
empañada por esa nota trágica, tan vulgar y tan celosa de la felicidad
ajena. Un cable se rompió y dejó caer la carga homicida sobre los
hombros de quien se disponía a llevarla suavemente. Todo se ha
convertido en tristeza. Sus movimientos son vacilantes y dudosos. La
carga es una traidora. Se sentía importante por su peso y al ver que
los brazos de los cholos la levantaban sin esfuerzo, los hirió a
mansalva. Con la inconsciencia de las cosas muertas!
Uno menos! Uno menos de la heroica cuadrilla de lancheros. Ahora
los patrones confeccionarán de cuatro tablas viejas un cajón para el
cadáver, y a sus deudos les entregarán unas cuantas monedas; ni la
milésima parte de las monedas que el esfuerzo de ese cholo, les
rindió. Y es que el cadáver de ese cholo ya no levantará cargas;
preferible es que haya muerto porque lisiado o inválido, hubiera sido
una carga para ellos.
jTriste destino el de los cholos del muelle de mi puerto! Sólo el muelle
ha temblado levemente y en los rostros de los compañeros se percibe
claramente un rictus de amargura mal disimulado. Al día siguiente
32
no escucharán la voz camaraderil y el muelle tampoco sentirá las
pisadas amigas.
Algunos días más tarde nuevas mañanas vendrán y el muelle seguirá
tranquilo, siempre muy largo y ancho, como para que se cansen los
viajeros y correteen los cholitos.
LA CALETA DE SANTA ROSA Y SU
CRONICA SENCILLA
33
Un pesado camino de arena que parece interminable. Y cuando nada
anuncia la proximidad de la llegada, surgen, como escondidas detrás
de una loma, tres o cuatro manzanas de casas. De caña y totora unas;
de madera pintada de colores chillones, otras. Es la Caleta de Santa
Rosa. Averiguar cómo y cuándo se formó y por qué lleva el nombre
de la mística limeña, corresponde al acucioso buscador del dato
histórico. Esa labor pesada del urgador de papeles, está reñida con
nuestro propósito. No pretendemos restarle su importancia; es sólo
cuestión de actitudes. Nosotros buscamos a través del habitante
santarroseño, la emoción vital del cholo; del cholo como exponente
de tipismo; del cholo que antes que pescador es cholo, es decir,
personificación del alma criolla.
El cholo de Santa Rosa es de una capacidad emocional en mucho
superior al de Eten y Monsefú. El tejido de sombreros es un trabajo
mecánico y, cuando la calidad de éste sobrepasa al corriente, exige
solamente un mayor cuidado, una mayor atención. En cuanto al cholo
34
campesino, en la chacra no interviene más que la bondad de la tierra
y un porcentaje de trabajo muscular. No está sujeto, en forma
terminante, a las alternativas de la abundancia o escasez del agua,
porque sus sembríos de ínfima categoría le han evitado esas
inquietudes.
El cholo pescador se presenta diferente. Siente la emoción de las
empresas arriesgadas. En pequeños botes, en "caballitos de totora" y
entre inmensidades de agua, vive tanto los peligros de las bravezas,
cuanto la bonanza de las mansedumbres. Esta lucha diaria, constante,
ininterrumpida, ha contribuido a darle, además de una mayor
fortaleza física, un sólido temple.
El cholo campesino no ama la tierra con la intensidad que el
santarroseño ama el mar. Y esto es exacto, porque para arrancarle los
frutos a la tierra no es menester la lucha; en cambio para obtener la
pesca, hay que combatir. La una es entrega; la otra es conquista.
Rutina y pasividad la primera; la segunda cambio continuo, actividad
febril, combate decisivo, no sólo para arrancar el pescado al mar, sino
para evitar que el mar tome la vida del pescador. Además, las
cosechas del campesino son en casi su totalidad, destinadas a la venta:
constituyen su negocio. La pesca, en su mayor cantidad, es para
subsistir: constituye su vida. De allí que el espíritu mercantilista en el
santarroseño aparece en casos aislados.
El santarroseño ha conservado su primitiva pureza, sólo que algunos
elementos que forman parte integrante de la vida del cholo, han
sufrido variaciones debido a su diferente actividad cotidiana.
Así, la botija de chicha no toma el carácter de necesaria; está sustituida
por la chicha embotellada. La guitarra y el arpa han conservado toda
su prestancia y dignidad. El "piajeno" no ha perdido su condición de
imprescindible. La "carne salada" y el "pellejito de chancho" han sido
relegados a segundo término, ante la primacía del "toyo", el "robalo",
la "cachema", la "chita", etc., que constituyen los elementos
primordiales del "piqueo" santarroseño. Sobre estos platos criollos
destácase en forma relevante el famoso "chilcano" cuyas benéficas
propiedades han sido llevadas hasta el máximun de la exageración.
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"Levanta muertos" es el calificativo mayor que habla de la bondad del
alimento.
Entramos a las angostas callejas de arena y después de breve
recorrido, llegamos a una bajada que conduce a la playa. Todas las
playas son hermosas. La de Santa Rosa es típica. Dos palos verticales
incrustados en la arena y un travesaño, sirven de soporte al clásico
"caballito". El remo está en la vivienda. ¿Por qué? ¿Desconfianza,
temor a que se pierda? Posiblemente no. Es tan pequeña la población
y de tanta importancia el remo, que cualquiera lo reconocería si fuese
hurtado. Como el carpintero no deja el martillo en la obra, sabiendo
que en el depósito segura llave cuidará del él, así el pescador no
abandona el remo. Allí en la vivienda, tirado en el suelo, aunque sirva
de estorbo, el remo tiene cabida.
Hacia el lado de Eten, alineados, los botes esperan ser lanzados al
mar. Allí, varados en la playa, desempeñan singular papel. Las
cholitas lo utilizan como cuarto de baño. Un par de negros ojos
asoman al nivel del costado del bote y al observar nuestra presencia
un instintivo pudor las hace esconderse. Parece que estuvieran
jugando y sin embargo están desvistiéndose. Rápidas y siempre
avizoras, intranquilas siempre de que ojos indiscretos se posen en
ellas. Algunos cholitos hacen acrobacias en las amarras, mientras que
otros se entretienen en la persecución del "carretero". Este animalillo,
con celeridad asombrosa, abre profundas cavidades en la arena
húmeda y en ellas se defiende del desnudo pie del perseguidor, ávido
de aplastarlo. Esta tenaz persecución no sólo es una de las grandes
distracciones del pequeño sino vivo y valioso ejemplo que sabrá
utilizar más tarde: defensa y rapidez.
Luego de un rato de juego, semi-desnudos, se lanzan al mar. Las
faculta-des del nadador han nacido con ellos. Ya poseen diminutos
caballitos de totora. Estos continuos ejercicios de remo y natación han
36
de constituir, muy pronto, preciadas condiciones para el buen
pescador.
Es realmente admirable cómo esa gente sencilla no se cansa de un
monótono paisaje marino, cuyas dos únicas formas cambiantes son la
marea "alta" y la marea "baja". Después, un mar de agua en la par-te
delantera y un mar de arena en la parte posterior. Y sin embargo esos
ojos velados, somnolientos, allá lejos, muy lejos, en un horizonte
infinito, parece que descubrieran siempre cosas nuevas, mundos de
lejanías y quién sabe qué otras cosas inexpresables, que más bien que
mirarlas, las intuyen. No ven en el mar un motivo romántico, ni una
variada y rica policromía en las puestas del sol. Hay una íntima unión
entre el espíritu del cholo y esa inmensidad fría. ¡Quién sabe qué
contemplarán! Tal vez alguna voz ancestral los hace meditar en la
cuna verde donde se acuesta el sol.
¡Miste-rio! Uno de los tantos misterios del alma hermética e
insondable del cholo, que se trasmite a través de generaciones
enteras, sin que disminuya su intensidad y sin que se atisbe alguna
claridad reveladora.
La vida de esta buena gente es una epopeya a la naturaleza; es un
canto a la vida, un canto muy dulce y muy puro, del que nuestras
almas acostumbradas al ruido de la época mecánica y materialista, no
llegan a percibir ni siquiera el eco perdido de una sola nota que brotó
con mayor intensidad. Santa Rosa, limitada por mar y arena en sus
cuatro puntos cardinales, es un mundo hermoso y pintoresco.
Y subiendo la loma, estamos nuevamente en las arenosas callejuelas.
Tropezamos con una simpática y modesta maestra de escuela.
Conversamos un momento y luego nos pregunta:
- Han venido a divertirse, ¿verdad?
Ya vamos a contestar, cuando de súbito recordamos la frase de López
Albujar: "el sentimiento de la estimación artística no es cosa que ha
llegado todavía al alma de las buenas gentes de provincia".
Nuestra respuesta es afirmativa.
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Lo único que buscan los visitantes de Santa Rosa es una buena jarana
como remate de alguna fiesta que tuvieron en el lugar de su
procedencia. A continuarla llegan para terminar con el famoso
"chilcano" que restablecerá, en parte, sus energías. El "levanta
muertos" reafirma su prestigio.
La simpática maestra, antes de retirarse, nos habla del proyecto de un
parque para Santa Rosa y con tal objeto nos coloca en la solapa un
pequeño y ovalado cartón, en cuyo centro se lee: "Obolo pro-parque
de Santa Rosa". Le entregamos algunas monedas. Hemos contribuido
al progreso. No lleva alcancía y sin embargo hoy el parque es
una realidad.
Son las cinco de la tarde. Nuevamente en la playa, nos acercamos a
un pescador que examina las amarras de un bote y en rápida ojeada,
efectúa la inspección. A la pregunta que le dirigimos responde que
saldrán a la una o dos de la mañana para aprovechar la marea.
Atraído por el deseo de experimentar la emoción de la pesca, solicito
se acepte nuestra compañía. El cholo no se inmuta; voltea ligeramente
la cabeza y nos mira. No sabemos si esa mirada fue de conmiseración
o desprecio. Lo cierto es que ya íbamos a reiterar nuestro pedido,
cuando entre seco y amable, nos contesta:
- En la pesca, todos trabajan.
La respuesta nos ha sorprendido: "en la pesca todos trabajan", es
decir, no queremos brazos inútiles, no deseamos estorbos,
rechazamos el elemento pasivo. La pesca es acción donde cada uno
tiene su papel: un papel de vida o muerte. El ávido de aventuras
folletinescas, está demás. Y la frase, para nosotros, va adquiriendo
cada vez mayor grandeza, mayor significación: "EN LA PESCA
TODOS TRABAJAN".
Estas rápidas reflexiones no nos han dado tiempo para reparar en que
el cholo ya se ha ido.
Al buscarlo con la mirada sólo divisamos unas fornidas espaldas
desapareciendo entre las calles. No sé porque nos parece la silueta de
un gigante, de un coloso: coloso y gigante hasta en sus respuestas!
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Con las características de obsesión, un nuevo deseo se apodera de mí:
contemplar el momento emocional de la partida. Manifiesto a mi
amigo las firmes intenciones de quedarme. Alega en contra de ellas
la incomodidad de la estada. Yo le respondo con la frase del
Emperador: "Bien vale París una misa".
Tomamos un ligero piqueo que anteladamente mandamos preparar
en casa de uno de los tripulantes del bote. Esta noche saldrá, por
primera vez, un mocetón de unos 18 años. Lo observamos
detenidamente. Es todo un pescador: sus brazos han adquirido la
dureza del remo y sus nervios la tensión de las amarras. Por más que
nos esforzamos en querer descubrir síntomas de intranquilidad en él
o en sus familiares, no lo conseguimos. Esperamos también alguna
pequeña fiesta; algo así como celebrando el "debut" del joven
pescador. Todo en vano. Para ellos la próxima salida no tiene ninguna
trascendencia. El cholo no demuestra ni temor ni alegría. Grandes
emociones lo agitan, pero las vive íntimamente. De allí esa
impasibilidad, esa calma cholista, que nosotros inútilmente tratamos
de sondear; y es también en ese momento que adquirimos claro
sentido de que si nuestro mundo es creador, el de ellos es puro.
Y la hora se acerca. Estamos en la playa.
Las siluetas de los cholos parecen sombras familiarizadas con la
noche, pues sus movimientos son precisos y nada vacilantes. En la
despedida ni lloros ni abrazos. Rostros serenos, impasibles,
imperturbables. A nosotros nos sorprende; quisiéramos gritarles:
"¡Imbéciles! ¡Desnaturalizados! ¿Acaso no dejan hijos,
madres, mujeres, hermanas, novias? ¿Saben si podrán regresar con
vida?"
Pero luego reflexionamos y nos damos cuenta, clara cuenta, que todos
esos adjetivos deben revocarse en nosotros mismos; en los eternos
devotos de la mascarada, en los fieles esclavos de la forma y del
aspaviento, en los hombres civilizados pero sin fe, en los siempre
desconfiados, en los siempre vacilantes, en los indecisos y en los
amantes voluptuosos y corrompidos de esa comodidad muelle, de
esa superflua seguridad de que nos rodeamos, no en hechos heroicos,
sino en los actos más pueriles de la vida.
39
Ellos no han entrado al mar con la incertidumbre y vacilación del que
va a la lucha. Van con la seguridad del que ya es vencedor. Esa
confianza en sí mismo, esa fe, esa alma de cholo pescador, es la que
ha hecho desaparecer las dramáticas despedidas que preceden a la
pesca. Esa fortaleza de ánimo ha sido transmitida a la chola. De allí
que ella no viva las prolongadas angustias que sólo terminarían con
el regreso. Ella no se pregunta: ¿volverá? Sabe demasiado que vendrá.
Con pobre o abundante pesca, pero vendrá! Que por peligros mil
atravesará en las horas de su ruda tarea, que la pesca puede ser poco
fructífera, que el bote puede averiarse y los remos romperse, tampoco
lo ignora. Pero cuando tal cosa suceda, piernas y brazos serán dos
pares de potentes remos que unidos a invencible voluntad lo
conducirán a segura playa.
El bote empujado hasta la orilla del mar, al ser tocado por las primeras
olas parece que quisiera abalanzarse sobre ellas. Ya el agua cubre
medio cuerpo del cholo. Los remos y el timón han entrado en
funciones. Un movimiento rápido y todos están en el bote. Aunque el
mar no está sereno el bote se desliza y cada vez que fuerte ola lo
levanta, parece un coloso no dirigido por timón y remos, sino por un
alma que es fuerza, que es energía: es el alma del cholo, alma de
pescador; "alma de proa" diría el poeta.
El hombre casi primitivo, en frágiles botes e insignificantes caballitos,
venciendo al elemento. Mientras que a cien metros de la playa un
trozo de casco del "Limari" desde hace cerca de un cuarto de siglo
vive una agonía que parece ser eterna. Con su insolencia férrea se
acercó a los dominios donde el caballito es rey y sobre un banco de
arena, fuertemente aprisionado, proclama su derrota. En tanto que en
la seca arena, recostado sobre unos palos y como de pie, la pequeña
cavidad del "caballito" parece una carcajada compasiva y retadora a
la vez.
Son las ocho de la mañana.
Hemos amanecido tirados sobre la arena, adormecidos por el rumor
del mar, tratando con impaciencia de adivinar, lo que la distancia, las
sombras de la noche y la respuesta del cholo, nos ha privado de ver.
Creemos distinguir, allá mar afuera, olas gigantescas que en estrecho
40
abrazo pretenden ahogar esas vidas fuertes. Redes tendidas
aprisionando miles de peces y el gesto del pescador que al lanzarlas
parece que quisiera encerrar el infinito. Pero inútil. Por más esfuerzo
que hacemos por identificarnos con el cholo, no podemos. Nosotros
somos los peces aprisionados por miles de redes y que al sacarnos
fuera de nuestro elemento, hacemos la postrer pirueta, aun sabiendo
que innecesaria. Ellos sí son los verdaderamente libres. Ellos en sus
caballitos y en sus botes, los verdaderos triunfadores. Nosotros
¡pobres náufragos del "Limari" de la civilización!
Imposible seguir meditando. Las ideas en nuestro cerebro están más
agitadas que el mar. Cuánto diéramos por poseer un momento, uno
sólo, la impasibilidad del cholo, la serenidad del pescador. No
esperamos el regreso. ¡Será el regreso de los Conquistadores! Ya no
pensamos en la posibilidad de un accidente. Respirando una
atmósfera de fe y confianza, nos repetimos maquinalmente: "ELLOS
VOLVERAN CON POBRE O ABUNDANTE PESCA, PERO
VOLVERAN".
A pie, nos dirigimos por la playa camino a Pimentel. Como a una
cuadra las olas majestuosas y bellas se levantan. Cada vez que
revientan dando muestra de su poder, una voz desconocida nos dice
al oído: "Esas son el cholo"; y cuando llegan a la playa sin fuerzas,
arrastrándose, moribundas, escuchamos la misma voz desconocida
que exclama: "Esas son ustedes". Aceleramos el paso. Tenemos
necesidad de huir, pero ellas nos persiguen. A veces juguetonas, a
veces amenazadoras, hermosas siempre.
Antes de doblar una saliente roca, volvemos la mirada. Lo último que
divisamos es el "Limarí" que en su eterna agonía, parece que no
implora: "Sálvenme; soy de vosotros".
Ya tenemos a la vista los modernos chalets de Pimentel. La escolta
interminable de las olas nos ha acompañado hasta dejarnos en la
civilización: en las redes que aprisionan!
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GENESIS E INMORTALIDAD DE «LA
CHONGOYAPANA»
«Crea es dar muerte a la Muerte»
Romain Rolland. «Juan Cristóbal»
ACLARACION NECESARIA
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Los personajes de "La Chongoyapana" no son ficticios. Uno de ellos
aún vive. A poco de haber publicado en "El Comercio" el elogio de
"La Chongoyapana", su autor y personaje central, Dn. Arturo Schutt
y Saco, hizo algunas aclaraciones en "El País" de Chiclayo, respecto al
origen de este canto que él llama "fiero, pero bello en su pasión".
Hoy la evocamos tal como la sentimos, tal como la queremos. El
escenario no ha variado; el fondo tampoco. Hemos procurado
permanecer fieles a los pocos datos que el autor nos proporciona;
pero en el detalle, en la anécdota, la imaginación y la fantasía,
pudieron más que la verdad histórica. Y que es que "La
Chongoyapana" no pertenece al tiempo. Canto que expresa un
sentimiento íntimo y hermoso, que se renueva diariamente desde
hace cerca de media centuria.
El autor de "La Chongoyapana" lamenta en su crónica, la alteración
de la letra original. Lamento vano, Dn. Arturo. En "La
Chongoyapana" que nació inmortal, no sólo expresó Ud. su propio
dolor. Interpretó, tal vez sin saberlo, el dolor de miles de amantes, el
dolor del pueblo sentimental, de ese pueblo tan nuestro, que no sabe
de las palabras, pero que sí se estremece y tiembla de emoción con los
acordes de una melodía. Por eso la inmensa multitud de corazones
angustiados, encontró la más perfecta expresión de su sentimiento
puro, en los acordes de "La Chongoyapana". Desde entonces fue
expresión del alma criolla. Por eso alteraron la letra, pero la música
permaneció invariable, porque nuestro pueblo no sabe de las
palabras, pero sí del sentimiento hecho música. "La Chongoyapana"
ya no pertenece al autor; pertenece al pueblo, a la posteridad.
J.M.B.
(1937)
INVITACION
¡Hagamos alto, canelita fina!
43
Descansemos un rato sobre las piedras del "Racarumi" y
refugiémonos en el recuerdo, que en el peregrinar del sentimiento, a
veces sirve de pascana.
Cuando la noche aclare, asistiremos al idilio de noctivaga y romántica
pareja, que aquí vive hace treinta años.
¿Escuchas esa música tan triste y tan lejana?
- Es el rasgueo de nostálgica guitarra que canta los amores de "La
Chongoyapana".
1900. Son las seis de la tarde. Cansados, sudorosos, con la cabeza
inclinada, los pies descalzos y sus palanas al hombro, los campesinos
regresan de la chacra. Al morir el día, aquel silencioso desfile parece
procesión de sombras que dejaron el alma en el surco. Nada altera
aquella quietud pueblerina donde los cuadros se repiten con una
monotonía desesperante. De vez en cuando el grito de algún resero o
el galope de brioso corcel, rompe estrepitosamente el silencio. Las
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sombras caen pesadamente sobre el pueblo. Hacia el interior, se
divisa interminable cadena de cerros, entre los que se yergue altivo
en su negra arrogancia, el cerro del "Racarumi".
Los faroles han sido encendidos y en la tosca ventana de una vieja
casa, donde trepadora planta oculta la herrumbre de los hierros, ojos
femeninos se embriagan de soledad.
Son cerca de la siete. Firmes y seguros pasos resuenan en las solitarias
calles. Joven y sentimental maestro se dirige a la ventana donde la
amada espera desde hace algunos instantes. Pocos momentos
después, los labios se juntan, los cuerpos se estrechan y las almas
hablan. Algún transeúnte que va camino de la pulpería, pone corlo y
desagradable intervalo al idilio ventanero. Por lo demás, el
enrejado no es un obstáculo y las plantas trepadoras ¿que podrán
decir si en sus ramas también la savia corre? Minutos supremos en
que el alma está suspendida y una atmósfera de amor invade
lentamente la quietud del poblado.
Así pasan los días con sus tardes ansiadas y sus noches de ensueño
sin que nada turbe la felicidad de los jóvenes amantes. Sin embargo,
hay un peligro, muy cercano y muy temido, del que aún no tienen
clara conciencia, pero sí lo intuyen, lo presienten; ella lo lleva en lo
íntimo de su ser, en la nostalgia andina; él lo lleva en su sangre, sangre
costeña, sangre del trópico convencida de lo precaria de la dicha.
Ambos saben que un día no lejano chocará el Ande con el llano, saben
demasiado bien que hay frío en las punas y fuego en las llanuras. Y a
medida que sienten cercano el momento fatal, más estrechan, más se
juntan, más se abrazan.
Hoy la ventana está cerrada. El espera. Pasan los minutos, pasan las
horas y... ¡la ventana no se abre! Siente de cerca la hora temida y le
parece recordar, aunque muy vagamente, que hace pocas noches su
amada iba a decirle algo, pero como estaba tan hermosa él no quiso
oír. Ahora le pesaba y resuelto a saberlo se encaminó a la puerta de la
casa. Al llegar a ella se detuvo y pensó qué disculpa daría. Conforme
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las iba encontrando le parecían pueriles, torpes, tontas, y buscaba una
nueva para arrojarla en seguida. Así transcurrieron varios minutos
hasta que se convenció que al entrar a la casa de la amada lo único
que podría decir era: "¿Por qué no has abierto la ventana?" Y seguro
de la debilidad de sus fuerzas se dirigió a su casa. Los pasos cansados
e inciertos resonaban tristemente en la soledad de la noche. Las luces
se apagaron; los gallos cantaron. Era la una.
Al llegar a su modesto dormitorio, tirándose sobre la cama, exclamó:
- Mañana lo sabré.
Y así, sin desvestirse, pasó toda la noche. No dormía: soñaba!
Alegres y fuertes los campesinos se dirigen a la chacra. El Sol ha
estado durmiendo detrás del "Racarumi".
Agotado, casi sin fuerzas, el joven maestro va camino de la Escuela.
Hoy no ha castigado a nadie. Los recreos se prolongaron más del
tiempo reglamentario. Las explicaciones fueron vagas y difusas.
En la tarde, antes de abandonar la Escuela, maquinalmente, como era
su costumbre, cerró las ventanas y al hacerlo sintió que el corazón se
le rompía. Pero fue sólo un instante y engañándose a sí mismo,
exclamó en voz alta: "La de mi amada estará hoy abierta". Y salió a la
calle.
Ni apuró el paso ni sentía gran prisa por llegar. Miró su reloj: eran
cerca de las siete. Esperó unos minutos mirando la ventana con
infinita tristeza, le dijo como reprochándola: "Ya sabía que hoy
tampoco te abrirían".
Al llegar a su habitación encontró debajo de la puerta una esquela.
Reconoció la letra y leyó: "No puedo verte en la ventana. Mis padres
me llevarán pronto a Lima. Nos veremos el domingo en el
"Racarumi".
Dejó caer el papel sobre la mesa y se tendió en la cama. Aquel hombre
vigoroso y fuerte, lloraba!
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Y llegó el domingo. A las cuatro de la tarde en el cerro del "Racarumi"
y entre las grietas de la "piedra rajada", los amantes se miran. No
hablan. ¿Para qué? Lo que hace pocos días ansiaba que su amada le
dijera, ya hoy no lo ignoraba, y se daba perfecta cuenta que desde
hacía mucho tiempo lo sabía; desde que pensando en el futuro, veía
que lo único que podía ofrecer era amor y sueños; y era esto
casualmente lo único que los padres de su amada no deseaban, ni
solicitaban. ¡Amor y sueños! ¡Bien poca cosa para aquellos que no
saben amar ni soñar!
Fuertemente abrazados los amantes se han sumido en una dulce
somnolencia, esperando que la realidad los despierte.
De pronto se estremecen. No están solos. Una música viene de muy
lejos; un rasgueo de guitarra en que parece que las notas van rodando
de piedra en piedra, por la cuesta del "Racarumi". Una voz varonil,
canta:
Acaso para quererte
te llevé a un lugar estrecho
qué puñal te puse al pecho
qué amenaza te hice yo.
Luego el rasgueo de la guitarra sigue quebrando la soledad. La
voz está más cerca:
A veces quiero arrojarme
a los filos de un cuchillo
porque el cuchillo es alivio
para el hombre en su martirio.
¿Qué canto es ese? interrogó ella.
- Es el triste norteño, es el gemido de la costa; es la pasión cholista que
es río que se desborda.
- Y hacia dónde va?
- A estrellarse contra la frialdad serrana que es roca que detiene.
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La música interrumpe el diálogo y el cantor continúa:
Me quisiste, yo te quise;
me olvidaste y te olvidé;
tú buscaste otro dueño,
yo sin buscar lo encontré.
Ella, que está de pie mirando hacia la cumbre del "Racarumi", divisa
a adolescente cantor, que está completamente solo, con su guitarra en
la mano.
- No hay nadie con él -, exclama ella. ¿Quién será la dueña que
encontró?
- Su misma imaginación -, responde el amante. Es el dulce engaño; es
la tristeza hecha música; es el sentimiento cholo; es el orgullo de
varón herido.
- ¿Y por qué viene al "Racarumi" a cantar su pena?
- Porque tal vez ella era del Ande; tal vez aquí su idilio floreció y el
frío andino le dio muerte, lo marchitó. Por eso el trata de revivirlo y
viene a cantarlo a este cerro, sin saber que a él nada le importa; no le
interesa todo aquello que tendrá su fin: ¡es inclemente y eterno!
- Vámonos exclamó ella. El camino es pesado y las piedras son duras.
- Son las piedras del "Racarumi" -, respondió el.
Y juntos, cogidos del brazo, emprendieron el camino de regreso.
Antes de separarse, él le preguntó:
- ¿Nos volveremos a ver?
- Sí. El domingo próximo.
- ¿Dónde?
- En el cerro del "Racarumi".
A mitad de semana, al entrar en su habitación, el joven maestro
encontró debajo de su puerta, una esquela que decía: "No nos
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volveremos a ver. Mis padres han adelantado el viaje. Nos vamos
mañana".
El día del viaje, oculto detrás de un árbol, la vio partir. ¡Cuan hermosa
estaba! Y vio que aquella belleza se perdía entre el polvo del camino.
Y caminando lentamente hacia su casa, exclamó: "Esto es el final".
A las siete de la noche pasó por la ventana. Estaba abierta, pero ella,
la bien amada, estaba lejos. Después todo permanecía idéntico: las
mismas plantas trepadoras, ocultando la herrumbre de los hierros. La
contempló un instante y lloró.
Es domingo. Hace un mes que la amada partió. Un hombre se
encamina hacia el "Racarumi". Va solo, completamente solo,
apresurado, mirando a todos los lados, como quien acude a
misteriosa cita. Al llegar a la "piedra rajada", se detiene bruscamente.
Luego sonríe y se tiende sobre las piedras. Allí está ella, la visión
amada: el "Racarumi" la ha conservado. Oye la misma voz del joven
adolescente que canta el triste norteño y entonces comprende la
crueldad del "Racarumi", cómo este cerro gris, indiferente, atrae a los
amantes abandonados y se deleita escuchando esas melodías que
cantan las horas del ayer; horas en que la amada estaba allí, entre sus
brazos, horas en que la sentía, la tocaba, la oía respirar, y no las de
hoy en que la imagen amada apenas es una visión de aquelarre, una
sombra que se esfuma, y que la mente afiebrada del amante la va
formando poco a poco y quiere tocarla, sentirla, palparla.
Así en sus sueños, el joven maestro tendió los brazos al ser invisible
con que soñaba y se abrazó a una piedra. Al despertar sintió frío;
sintió la dureza de la piedra y recordó sus palabras; "Son las piedras
del "Racarumi". Y levantándose pesadamente, emprendió el regreso.
En la penumbra de su habitación, se torturaba la mente. Hablaba en
voz alta; increpaba a alguien que sólo él veía. Hoy te he llamado, -
gritaba -; te he llamado y no has venido. No podrás vivir solamente
del recuerdo como lo hago yo. Tú eres débil. Entregarás tu belleza a
alguien que la cuide; no la vas a dejar marchitarse. Ni te importa
tampoco que yo sufra. Allá reirás con otros sin acordarte de mí.
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Y excitado, fuera de sí, se precipita hacia el retrato de ella y al ver que
está sonriente, le grita con todas las fuerzas de que es capaz: "COMO
LAS PIEDRAS DEL "RACARUMI" ES DURA TU ALMA".
Se deja caer sobre la cama y una pena infinita y pura, se infiltra en su
ser. Se levanta, abre la ventana y una ráfaga creadora invade la
habitación. Maquinalmente se dirige hacia una silla. Se sienta.
Delante de él hay una mesa y en la mesa, blanca cuartilla de papel,
invita a la mano del hombre, a la mano del creador. Toma una pluma
y con firmes caracteres, escribe en la parte superior: "LA
CHONGOYAPANA".
La noche está callada.
El creador se estremece. ¿Qué son las palabras?, -exclama.
¿Qué se han hecho las palabras de ella? Volaron... volaron con ella.
Yo te haré eterna; te haré música; llorarás cuando oigas este canto
"fiero" y cuando te sienta llorar, cuando sienta que tu pecho va a
estallar en mil pedazos, me diré: ¡NO IMPORTA!
Y sin conocer los secretos del pentagrama, entre un maremagnum de
notas nerviosas y viriles, va sacando una a una, hasta que suena el
rasgueo y luego ese canto inmortal, ese canto inmenso, feliz
amalgama de la insolencia costeña y de la tristeza andina: "LA
CHONCOYAPANA"
Hace algún tiempo que te enamoro,
Chongoyapaña;
pero mi llanto, ni mis suspiros
tu pecho ablandan.
Como las piedras del RACARUMI
es dura tu alma,
para este pobre que te ha venido
siguiendo, ingrata....
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Sé que tus ojos abrasadores
miran con ansias,
al venturoso que te desdeña
y a quien tú amas.
Pero ¡no importa! Yo también tengo
quien me idolatre,
quien por mí pena, por mí suspira
y aún vierte lágrimas....
Tiene ojos verdes, cabellos rubios
y tez de nácar.
Y sonrisas son las canciones
de la Esperanza.
Con que así mira no me desdeñes,
niña simpática;
porque aburrido tal vez me ahorque
de tu ventana.
Y entonces el vulgo diría al verte,
cuando pasares;
Ahí va la niña de faz de cielo
cuyo amor mata.
Dolor que busca salida en el poema; alma atormentada que busca
refugio en la música; ruego que se convierte en queja; queja que se
troca en orgullo; orgullo de macho que encuentra seguro asilo en su
misma imaginación, en su mismo terruño.
Así nació "La Chongoyapana": canto hermoso y viril que expresa el
sentimiento de todo un pueblo; orgulloso reto lanzado a la eternidad
del "Racarumi".
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Canto inmenso; canto fuerte; angustia infinita; sentimiento íntimo, yo
te he evocado en las mismas piedras del "Racarumi" y he visto en las
grietas de la piedra rajada, jirones de almas que aún viven, sombras
que se levantan en la noche solitaria, cuando invisible guitarra, deja
oír los inmortales acordes de "LA CHONGOYAPANA".
SEMBLANZA CHOLA
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La gran variedad de figuras criollas; las diversas formas de
manifestación del sentimiento popular y la multitud de intérpretes,
que con marcados relieves han surgido en determinadas épocas, ha
dado lugar a que prevalezca un grave error: la diferencia que se
establece entre los cholos de los pueblos del departamento de
Lambayeque. Así han tratado de hacer distingos entre el etano y el
santarroseño; entre el monsefuano y el chiclayano y recano. Es
evidente que ciertas características hacen pensar en diferencias, pero
no es menos evidente que éstas provienen y están rigurosamente
condicionadas por sus actividades en la lucha por la vida.
El cholo de Eten, tejedor de sombreros y sembrador de verduras.
53
El de Monsefú, si bien campesino, presenta mayor analogía con el
recano; sembrador de caña y fabricante de miel en el clásico trapiche;
además es frutero y florista. El santarroseño esencialmente pescador.
La zona de Lambayeque corresponde al mestizaje y el valle de Zaña
al zambo. El de Ferreñafe, chacarero, pendenciero, aguardientoso, lo
mismo que el de las Haciendas donde ya el serrano alcanza un fuerte
porcentaje.
Casi todos ellos poseen ciertas características del indígena, aunque en
grado menor: desconfiados, mentirosos e incumplidos. Este proceso
evolutivo constituido por el relajamiento de ciertas virtudes morales,
posiblemente tenga la misma causa que en el indio. El profesor Luis
E. Valcárcel, que los conoce bien, dice que "el indio en sus relaciones
con blancos y mestizos, como mimetismo, presentase mendaz e
hipócrita". Y añade: es su sola defensa. La durísima vida sobrellevada
le enseñó con qué armas combatir a sus opresores".
Si miramos al cholo a través de sus manifestaciones criollas, pese a las
diferencias que hemos anotado, veremos que todos ellos son EL
CHOLO: personaje típico, único y auténtico, real y verdadero.
Indolente y poco trabajador en la Villa; hosco y receloso en Santa
Rosa; mercantilista y jugador de "maraca" y "pinta" en Monsefú;
arriero y borriquero en Mórrope; chacarero en los pueblos del norte,
especialmente en Lambayeque; bebedor de yonque, pirotécnico,
pendenciero y gallero en Ferreñafe. Pero todo esto no importa. Todos
son EL CHOLO: chichero, jaranista, bailarín de marineras y tonderos;
cantor, arpista y guitarrero; fiestero, devoto, mayordomo, politiquero
y capitulero algunas veces.
Es de advertir que el cholo en estado de pureza ya no existe; pero,
entre todos ellos, puede hacerse el intento de elaborar el cholo-tipo,
tal como fue hasta ayer, tal como pasará a la leyenda, cuando se
convierta en pasado de una manera definitiva. Vamos a tratar de
seguir los pasos del cholo desde que nace. Y esto tenemos que hacerlo
en la Villa de Eten, el pueblo más completo y menos contaminado.
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En una casa cualquiera cuyas comodidades hemos visto al tratar de
la Villa de Eten, una chola va a tener un hijo. No se ha tomado
ninguna medida ni preparativo alguno hubo, para recibir al niño. En
la "barbacoa", - entre mantas mugrientas y sábanas sucias, el niño
acaba de nacer. Ninguna mano experta ayudó a la madre. El niño ha
nacido como nace un animal cualquiera. No recibe ninguna clase de
atenciones ni cuidados. A los dos o tres días, el niño ya está tendido
en la hamaca. Cuando succiona el seno materno, la madre está
muchas veces embriagada. Así ha sido recibido el nuevo niño. En un
desamparo y descuido tal, que perdurará en todas las fases de su
crecimiento.
El niño tiene cuatro años. La madre tiene que salir a la calle.
No hay con quien dejarlo y es demasiado pesado para que lo carguen
sobre las espaldas. El niño se queda solo. En casos mejores al cuidado
de sus hermanitos que cuando más le llevan dos años de edad; o la
madre se acerca donde la vecina y le dice: "Comadrite, a ver si de
momentites que pueda le echa una ojeada a mi hijite". Y el niño quedó
solo llevándose a la boca cuanta inmundicia encuentra a su paso y
revolcándose en el suelo con algún perro sarnoso y pulguiento. La
soledad, el abandono, el aislamiento, la entrega a su propia suerte,
van instalándose en lo íntimo del pequeño.
De cinco o seis años el niño da los primeros pasos de la marinera, bebe
los primeros sorbos de chicha, contempla a sus padres embriagados,
escucha un lenguaje rudo y soez, va adquiriendo conciencia delo poco
que él significa para los suyos; ya sabe musitar el Avemaría y sus
manos, imperfectamente, hacen el signo de la cruz. Ya el niño desde
esa edad empieza a servir: es el recadero, el de los mandados. Cuando
el niño dio perfecta cuenta de algún recado que se le confió, los padres
se sienten orgullosos.
El niño llega a los diez años sin haber tenido infancia. Un cholo a los
diez años ya es un hombre. Perfectamente dibujados están en él todos
los rasgos del cholo. Sucio, con la mirada baja, serio, instintivamente
mañoso y pícaro. Y esto es exacto porque la picardía del cholo no sólo
se manifiesta en el verso de la marinera: llevan en sí un instinto rateril:
adquirir lo que desean con el menor esfuerzo posible. Hay algo más:
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ya el cholo ha adquirido una relativa independencia. Desde el
momento en que gana algún dinero llevando recados o cargando
paquetes, se despierta en él la codicia de ganar más; pero como todo
lo que sabe hacer es llevar recados y cargar paquetes y como en esto
último no le pagan más y el bulto pesa, opta por los recados que le
rinden más utilidad: de este modo el pequeño alcahuete está
formado. En esta triste profesión, el cholo pone su precio, porque
como los que lo utilizan no saben escribir, el encargo tiene que ser
verbal y confían en que el cholito ponga todo su ingenio y toda su
gracia en sustitución de lo que, en el papel escrito, pudo ser frase
galante y apasionada.
Pasados los diez años la vida del cholo ya se define. O se dedica al
tejido de sombreros; a la chacra si sus padres tienen un terrenito, o al
carguío de leña o de bultos.
Durante la adolescencia no tiene distracciones de ninguna clase y en
lo que a la parte instructiva se refiere, apenas si ha aprendido a
dibujar su firma. Ya toma chicha como un mayor de edad; ya es galán
enamorado y experto; ya es bailarín de marinera; ya es un CHOLO.
Desde que tenía ocho años, la madre le enseñó a mentir. Cuando
llegaban a cobrar los arriendos de la casa o a reclamar la entrega de
sombreros que le habían mandado hacer, ella se escondió en su
propia casa o en la de alguna comadre y el cholito fue el encargado
de dar la disculpa; porque el cholo antes que nada posee un inmenso
bagaje de disculpas; las inventa con facilidad asombrosa y no vacila
en dar por muerto a alguno de sus familiares, cuando para conseguir
algo cree necesario explotar la piedad de los demás.
Como todos duermen en la misma habitación, el cholito, desde
temprana edad, se da cuenta del acto sexual y el instinto se despierta
en él prematuramente. A este despertar contribuye en no pequeña
parte, su constitución robusta, los efectos estimulantes de la chicha;
su misma vida que les hace ver que ya desde que trabajan son unos
hombres; la facilidad de la chola para la entrega y el placer bestial,
animal, que experimentan en el contacto de los cuerpos.
El cholo también ha visto algo más: ha visto como su madre ha
burlado más de una vez la acechanza de los cobradores; ha visto como
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el cumplimiento de una obligación le preocupa muy poco. Todas
estas cosas van forjando al futuro incumplido, al futuro mentiroso,
máximo si a ello se agrega que el pequeño siente su superioridad de
ingenio, su facilidad para buscar la excusa su viveza para tramar el
engaño.
Generalmente en las chacras o en los caminos, el encuentro con
alguna cholita que va sola, desborda el instinto sexual y allí donde
todo convida a la creación, el delito de la violación se consuma.
Guiado por su instinto salvaje, por su sangre fuerte, por la
voluptuosidad del placer, por su orgullo de macho, el cholo, después
de breve lucha, vence a la chola y en el borde del camino o en el surco
de la chacra, la naturaleza crea; ella guardará el secreto y él la más
dulce sensación de su vida.
Otro aspecto del cholo es su gran pasión por el litigio judicial. Hay en
este afán de litigar un placer morboso fácilmente explicable. Es muy
posible que el cholo en ciertas épocas, sienta secreto deseos de vivir
la vida de los que ellos llaman "los blancos". En lo íntimo de su ser y
quizás por un temor inconfeso, queda como manifestación
subconsciente, un hecho real: su posición en el plano social. Esto los
lleva a pensar que no son ciudadanos, porque no son iguales a los
demás. Por eso cuando litigian su afán no consiste en el hecho en sí
de que la cosa discutida les pertenezca. Todo su orgullo lo cifran en
que la LEY les ha reconocido sus derechos; en que la LEY los ampara;
hay además el gran placer de GANAR. Y esto es cierto porque no de
otra manera habría casos en que el honorario del abogado es cuatro
veces más del valor de la cosa en litigio. No les importa gastar. Cueste
lo que cueste, empeñando el alma y el cuerpo, haciendo promesas que
no se cumplen, ellos consiguen el dinero, porque ya vendrá el gran
placer: GANAR EL PLEITO. De aquí también que el rabulerismo
encuentre un campo fértil y productivo.
Y hecha esta semblanza bastante incompleta, cabe preguntar ¿cómo
es posible que el cholo, si desde que nace vive en condiciones
desfavorables, al llegar a su madurez, tanga manifestaciones tan
grandes como la marinera? Instinto y nada más que instinto. Nacen
57
bailarines de marinera, nacen arpistas y bebedores de chicha. La
picardía, la lisura, el ingenio criollo, lo llevan en la sangre. Viene
trasmitiéndose desde muchas generaciones atrás y por eso en la
marinera expresan todo aquello que son capaces de sentir: placer o
dolor; vida o muerte.
EL MITO DEL ARROZAL
A mis tíos Víctor F. y Adriano J. Baca, forjados en el surco, y a quienes, en
estrecho abrazo con sus peones, he visto luchar heroicamente contra la
inclemencia del tiempo y la veleidad de la suerte.
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Al despuntar el alba, silenciosa cuadrilla de campesinos al mando de
su capataz, se dirige al trabajo, sobre bien enfrenado corcel, el patrón
va pensativo. Todavía se percibe el olor a tierra mojada y sin embargo
hace un año que la tierra descansa. Se va a principiar la nueva chacra.
Inmensa cantidad de hierbas serán arrancadas y la tierra quedará
limpia para que la nueva semilla fructifique. Los campesinos se
colocan en los extremos de la chacra y van avanzando hacia el centro,
hasta encontrarse. El "chaleo" ha empezado y desde este momento el
alma del patrón queda suspendida. Ha tirado los dados al azar,
representado por la caprichosa voluntad de los elementos, le dirá
dentro de algunos meses si la suerte le ha sido fiel. El chacarero juega
su vida en una sementera donde todo tendrá que ser preciso y
matemático; donde los adelantos del agua, como los atrasos, son
igualmente perjudiciales, y donde la atmósfera, la tierra, todas,
absolutamente todas esas fuerzas ciegas que se mueven al azar sin
importarles el destino de los hombres, serán las que decidan la vida
de quien en esos momentos emprende un combate desigual con la
naturaleza.
Sin embargo, allí envejecen, allí mueren. Y es que la tierra tiene su
embrujo. Cuando no haya semilla; cuando los esfuerzos estén
agotados, las esperanzas frustradas, el alma rota, el surco les servirá
de fosa y la palana de piadoso caminante, los cubrirá de tierra. Allí
dormirán eternamente, en la tierra que en la vida tanto amaron.
¿Por qué no abandonan una sementera tan ingrata y despiadada?
Basta contemplar ese mar verde que es la chacra y ese monumento
que es la Era, para vislumbrar un mito: el mito del arrozal.
Por ese mito se aventuran a contingencias mil; arriesgan el alma y el
cuerpo; sufren angustias horrendas, viven dudas atormentadoras. Y,
sin embargo: Miradlo! Allí está el patrón sobre bien enfrenado corcel,
contemplando en mudo éxtasis la espiga ingrata. Y es que la espiga
despierta voluptuosidad de fémina. Es tan frágil, tan mimosa;
necesita tantos cuidados y tantas ternuras: cuidados y ternuras de
chacarero. Sí, de chacarero. Porque éste no es otra cosa que el
representante perfecto de la armonía entre el corazón zozobrante ante
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los peligros de la sequía y el cerebro dirigente en las faenas de la
tierra. Naturaleza virgen, tal vez salvaje, pero al fin naturaleza,
hermosa y viril, pura y creadora.
La primera fase de la nueva chacra ha comenzado. Están "chaleando".
El patrón eleva hacia el cielo su tez bronceada. ¿Le implora? Tal vez.
Pero más seguro es que busque un cauce al caudaloso río de
pensamientos que se agitan en su cerebro y oscilan, como pesados y
lacerantes péndulos, entre la bonanza del tiempo y el negro horizonte
de las sequías.
Desde este instante la angustia ha tomado posesión de su ser y no lo
abandonará hasta que no le paguen el justo precio de su sangre, es
decir, de su arroz.
Las aceradas púas del arado hieren las entrañas de la tierra y a la vez
que abren profundos surcos, van sacando a la superficie las riquezas
que la tierra, con bastante avaricia, ha guardado en su seno. La clásica
yunta sometida al yugo, ha sido sustituida por el tractor. Se nota el
cambio. El olor a kerosene vicia la atmósfera de pureza de la
naturaleza fecunda. Los surcos están hechos y las bordeaduras
principian. La tierra vencida, en las frescas heridas abiertas por el
arado, recibe la semilla de manos de robustos campesinos. Luego la
van cubriendo con el respeto religioso con que se entierra a un muerto
que se sabe resucitará más tarde. Después viene el riego. Al abrirse
las compuertas el agua escapa por los canales en desesperada carrera
hacia su libertad. A medida que avanza menos cantidad de agua es la
que escapa. La tierra la bebe con avidez y cuando el líquido elemento
llega al otro extremo de la chacra, encuentra el dique de la
bordeadura. Entonces comprende lo inútil de su fuga y queda
tranquila, en apacible quietud. La tierra sigue haciendo bajar el nivel
del agua que se ha estancado. Pequeñas hierbas que han crecido como
buscando protección en la naciente espiga del arroz, perecen bajo la
fuerza del agua. Sin embargo, hay algunas insolentes, atrevidas,
náufragas de aquel riachuelo. Pero no vivirán mucho tiempo. Ya
viene el deshierbo, una nueva defensa de la chacra. Aquella espiga
principesca del arroz no permite que nadie germine a su lado. Ella
sola ha de ser la que luzca su belleza. Vasallos tiene en demasía: todos
los que la sembraron. Y allí está, miradla: recta, esbelta, cuajada.
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Hermosa y arrogante; pero también bastante efímera esa hermosura
y esa arrogancia. Ya viene la hoz. Las manos que contribuyeron a su
vida tienen derecho a quitársela. La trozan y forman con ella un
monumento: la Era. Es allí donde se columbra el mito: el mito del
arrozal.
Más tarde los fríos dientes de la trilladora la triturarán. La faena ha
terminado. ¡La tierra descansa! ¡La Naturaleza duerme! ¡El cuadro es
perfecto!
Ha comenzado la nueva chacra. Pero este año todo anuncia que la
lucha será titánica, que esta vez el duelo es a muerte.
Las primeras tareas se han desarrollado normalmente. Una nube de
tristeza vela el bronceado rostro del patrón. En cambio, en el cielo, ni
una nube. Todo es calma. El patrón dirige la mirada hacia los Andes.
La respuesta no llega. Los días pasan. En la noche, negros
presentimientos torturan la mente. Algún rayo de esperanza se
desvanece rápidamente. Por la hacienda han pasado algunos
caminantes que vienen de la Sierra. El patrón les interroga:
- ¿Está lloviendo en el interior?
- Nada, señor, responden los viajeros. No hay agua ni para el "ganao".
No pregunta nada más. Aquella respuesta es la confirmación de lo
que su instinto le avisó.
A las nueve de la noche no hay una sola luz en el caserío de la
hacienda. Todo es tinieblas. ¿Duermen? No. Todos comprenden la
tragedia. Detrás de la ventana de la casa-hacienda los ojos del patrón
contemplan el cielo estrellado.
¡Cielo estrellado! Calma en la tierra. Sólo en el alma del patrón rugen
tempestades.
A las doce de la noche un corcel se detiene en la puerta de la casa.
- Patrón -, grita el jinete. Acaba de aumentar un poco el agua.
- Toca la campana, responde el patrón. Que salgan todos los
regadores.
La campana suena lúgubremente en el silencio de la noche.
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En el interior de las casas, levantándose a toda prisa, los peones
exclaman:
- Ya está viniendo el agua.
Pocos momentos después, procesión nocturna, con débiles linternas
en la mano, se dirige a la chacra. Encabezando aquel desfile el patrón
va pensativo.
Envueltos en la sombra de la noche, cuerpos encorvados trabajan
febrilmente en la tarea del riego. Esta vez la tarea no es en silencio.
Voces de reconocimiento suplen a la claridad del día.
- Tú, Tomás, grita el patrón. Corre donde el guardián del rastrojo del
lado del cerro y ve si pueden desviar un poco de agua.
- Patrón, exclama un peón. Se ha roto la bordeadura y la chacra se
inunda.
El patrón corre sorteando los peligros del camino y con la palana en
la mano. A la vez que da órdenes, arroja cantidades de tierra para
reforzar la bordeadura rota.
A la luz de las linternas, los rostros sudorosos y los cuerpos
encorvados, parecen fantasmas de mundos desconocidos.
Al despuntar el alba, cansados, tristes, contrastando con la belleza del
despertar del día, los campesinos regresan a sus casas.
¿El patrón regresa con ellos? No. Allí quedó en el mar verde
esperando ansiosamente que venga más agua.
Y el agua que vino anoche, ¿no bastó para saciar la sed de la tierra?
No. Agua se necesita para calmar el ardor de su vientre fecundado.
La tierra principia a agitarse. Las entrañas le arden. Las semillas son
de fuego. La superficie principia a cuartearse. El ganado huye. Los
cauces están secos y los abrevaderos también. Los pastos no crecen.
Las peonadas están inquietas; ellos también sufren; también aman la
espiga. Todos tienen sed y el agua no llega.
Todos claman: AGUA. Una nube pasa velozmente, como avanzada
de un ejército que no llega.
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En el colmo de la desesperación, el patrón increpa a la tierra:
- ¡DAME FRUTOS!
La tierra le muestra su faz destrozada, las espigas débiles,
encorvadas, y suplicante, sin alientos, responde con la frase del
Calvario: "SED TENGO".
Todo es inútil. Aquellos campesinos se mueven como sombras:
sombras del arrozal. El alma del patrón queda rota. Las espigas no
han cuajado. Toda una vida de tesón, trabajo y energía, destruida por
el azar. Todo es tristeza. Tristeza en la tierra y tristeza en el alma. Las
cosechas se han perdido y sin embargo oíd a los que están lejos: "los
chacareros se enriquecen".
Y el año siguiente, ¿Qué harán? Ya viene el paludismo; la ruina
económica; las fiebres. Los jinetes del Apocalipsis cabalgan muy
cercanos. Las peonadas siempre necesitarán comer. ¿Sembrarán
nuevamente arroz? Sí. Volverán a sembrar arroz hasta que su vida
caiga trozada como la espiga por la hoz. ¿Y por qué luchar contra el
Destino? Porque jamás rehúyen la lucha y cuando su voluntad
flaquea y va a caer vencida, no tienen más que contemplar la Era, el
mito: el mito del arrozal.
LOS AGUADORES
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Rodando por las adoquinadas calles y sorteando los baches del
camino, viene la carreta del aguador.
- ¿Qué hacen las gentes estacionadas en las puertas de sus casas?
¿Acaso esperan a algún hemofílico príncipe que en lujoso automóvil
pasea por las calles?
No es nada de eso. Es simplemente que allí viene la carreta de los
aguadores. Y allí está en la parte delantera, en incómoda postura, con
las riendas en la mano, el esperado, el ansiado, el "aguador".
La carreta está quieta. Echándose un costal al hombro, la pequeña
pipa es levantada y con la cabeza inclinada, el aguador la lleva hasta
el interior de una casa. Allí las grandes vasijas están listas para recibir
el agua. Como pequeña y fugaz cascada el agua sale de pipa y cuando
nada queda en su interior, el aguador la levanta nuevamente y la
deposita en la carreta. Antes de salir recibió unas monedas que las
guardó en una bolsa de cuero que lleva adherida al grueso cinturón
que ciñe su cintura. Y así repite esta operación hasta que la carreta ha
quedado vacía y la bolsa llena. Luego de un salto se encarama sobre
la carreta; coloca las piernas sobre los tiradores y levantando el látigo
que no llega a caer, pues el macho ya ha emprendido la marcha, el
aguador silbando y muy alegre se dirige a los tanques donde volverá
a llenar las pipas. Y en esta tarea lo han encontrado las seis de la tarde.
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Terminada su faena diaria, la carreta descansa en la puerta de su casa
o en el "Corralón de las Carretas". El macho o muía, fiel compañero
de trabajo, recibe por todo salario, unos tercios de alfalfa y es llevado
a un corral donde queda en libertad hasta el día siguiente a las seis de
la mañana.
El aguador ha entrado en una chichería y no bebe solamente chicha.
Como buen mestizo, aunque con alma de cholo, alterna el
aguardiente con la chicha, tratando quizás de demostrar cierta
imparcialidad en la lucha que estas dos bebidas sostienen por el
predominio.
Hoy, que negras sombras envuelven al criollaje, la figura del aguador
adquiere marcados relieves, pues, dentro de poco, desaparecerá
definitivamente. Y es una figura importantísima.
El aguador impuso la ley de su fuerza al gendarme, a la autoridad y
al público. Conocedores de lo trascendental de su misión, más de una
vez fue menester el ruego, para obtener una o dos pipas de agua. Es
cosa corriente ver en Chiclayo, que las familias, sin distinción social,
aposten a uno de sus miembros en la puerta de su casa, para que sirva
de perspicaz vigía y dé la voz de alerta cuando divise al aguador.
Entonces saldrá alguna dama e implorará, rogará, y cuando vea que
sus esperanzas se van frustrando, concluirá por decir: "Por favor,
aunque sea una sola pipa". Pero ni esto surte efecto muchas veces. El
aguador sonríe y se siente orgulloso de verse rogado, pues sabe
perfectamente bien, que fuera de ese momento preciso, la dama que
ahora ruega, más tarde lo despreciará. Y satisfecho de su poder, se
encarama sobre la carreta y con simbólico silbido, le anuncia a la
bestia mular, que ha llegado la hora de proseguir su camino y los
ruegos y las súplicas, a él, hombre macho, no lo convencen.
El vigía volverá a su puesto de observación y esperará que pase otro,
que sea quizás más asequible y no tan "antipático" como el anterior.
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No hay nadie que escape a la voluntad insolente y caprichosa de los
aguadores. Son tan necesarios, tan útiles, que no queda otra cosa que
someterse a su tiranía.
Motivo de toda clase de preocupaciones ha sido el aguador. El
ingenio criollo dijo su palabra. Cuando triunfó la moda de usar el pelo
corto y encontraban alguna mujer que todavía llevaba "moño", la
gente decía: "Ve esa mujer con una tapa de pipa en la cabeza". Y es
muy posible que esto animara a muchas conservadoras damas, a
ceder a la nueva moda, porque había que tener presente, que la tapa
de pipa pertenece a los aguadores.
El ingenio criollo no se detuvo allí. Era necesario que aquellos
personajes pasaran a la posteridad. El vehículo no es ahora una
carreta. Es el tondero. El ruido de la carreta sería sustituido por el
bordoneo de la guitarra y en la figura del aguador, el costal al
hombro, se trocaría en capa dieciochesca. La figura romántica se iba
formando. Faltaba solamente sustituir la brusquedad e insolencia
natural del aguador, con la fina atención, la frase galante. Y como
muchas veces hasta varios días se hacían esperar, se hacían rogar,
ahora ellos llegarían a sentar guardia en la casa de la amada,
dispuestos a que cualquier palabra fuera una orden. Y así nació el
tondero: el tondero de los Aguadores:
Cuatro son los aguadores
si mamita, si señora,
que madrugan muy temprano,
si mamita, si señora,
sabiendo que el agua dulce,
si mamita, si señora,
en ayunas hace daño,
si mamita, si señora,
en ayunas hace daño.
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Y con la desaparición de los aguadores se pierde lo único de típico
que conservaba Chiclayo, pues hoy, hasta la mejor picantería se llama
"Luces de Buenos Aires". Y en cambio la figura del aguador
desaparece entre las tuberías. El agua vendrá a los hogares
silenciosamente. Ya no habrán inquietudes de espera y dócil y sumisa
acudirá al simple movimiento de una llave. El agua de ayer obedecía
a su dueño y señor: el aguador, que también era su romance y su
cantor. Se le llamaba suplicante, como a niña mimada, y la pipa con
el líquido elemento, se sentía sobre los hombros del aguador,
enamorada criatura en brazos del amante.
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REQUE Y SU CRONICA INGENUA
Al Dr. Jorge Basadre, quien posiblemente le sonreirá ante la lisura y
picardía de estos cholos que son tan nuestros.
En un ángulo solitario y entre dos hoscos y huraños caminos que
desaniman al viajero, se halla ubicado el distrito de Reque: el pueblo
típicamente ahistórico. Hubo época en que pretendieron integrarlo al
plano de la Historia y brindáronle brillante oportunidad para que
escribiera su página definitiva. Pero Reque sonrió, y, con suma
modestia, ofreció singular tributo: sus cañaverales y sus alfalfares, sus
frutas y sus verduras, sus yuntas y sus trapiches. Como el obsequio
fue tan insignificante y la contribución tan pequeña, la página quedó
en blanco, y, más tarde, la mano del Tiempo se encargó de
desglosarla. En esta ocasión, como en muchas otras, Reque también
sonrió y contempló, tierna y dulcemente, su vida tranquila y
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reposada, sus campos cultivados, sus arroyuelos silenciosos y su ciclo
eternamente despejado.
Hace muchos años, numerosos caminantes buscan un lugar donde
hacer un alto definitivo a su ya largo peregrinar. Y aunque saben que
la llanura está cercana, muchos van quedando en el camino,
seducidos por una tierra feraz y agotados por el cansancio de tanto y
tanto caminar. Y así fueron levantando una choza aquí y una choza
más allá, de modo que los que llegaron a la llanura fueron muy pocos;
tal vez un grupo de valientes decididos a llegar hasta el final. Y al
mismo tiempo que los primeros surcos se abrían y las primeras
semillas se desparramaban, surgía, como nacido de noble semilla un
pueblo de sencillos campesinos que trabajaban con esfuerzo y con
tesón para transformar la inmensa llanura en un mar de sementeras
que les proporcionara una existencia mejor.
A poco de haberse establecido, el agua principia a escasear. Un cholo
que viene de muy lejos, sudoroso, cansado, trae la fatal noticia: "Allá
arriba, los señores han cerrado la "toma" y no dejan pasar el agua". Se
efectúan reuniones, se eligen delegados, se destacan comisiones.
Todo inútil. Los señores que han perdido las esperanzas de establecer
el latifundismo en el naciente valle, han resuelto quitarle el agua.
Vencer con el derecho de los poderosos. El grito del pueblo no llegó
a los oídos de los "sin piedad".
Pero en las noches más lóbregas hay relámpagos que iluminan.
Camino del pueblo, jinete en hermosa cabalgadura, envuelto en fino
poncho y defendido de los rigores del sol por inmenso sombrero de
paja, va don Manongo Baca. Antes de llegar al pueblo ha salido un
campesino a su encuentro y le ha dicho: "Don Manongo: los de arriba
han cerrado la "toma" y nuestras cosechas se pierden".
Apenas se ha detenido, y, casi sin escuchar la frase, Dn. Manongo
continúa su camino.
Más adelante otro campesino le sale al encuentro y le dice:
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- Don Manongo: nos ha quitado el agua y nuestros animales se
mueren.
Don Manongo, casi sin hacerle caso, continúa su camino.
Ha entrado al pueblo y observa inusitado movimiento. Varios se
acercan para hablarle, pero él ya tiene una resolución y sin
escucharlos les da una orden: 'Toquen las campanas". Y continúa su
camino.
Las campanas tocan angustiosamente e inmensa multitud se
encuentra en la puerta de una casa. De pie, en el corredor, con la
carabina en la mano, don Manongo exclama: "HAN CERRADO LA
"TOMA". VAMOS A ABRIRLA".
Y sin perder un instante, monta en su brioso corcel, y sale del pueblo
seguido de una multitud llena de fe en la figura de aquel hombre.
Después de dos horas de camino han llegado a la "Toma". Un capataz
con veinte hombres armados, son los guardianes.
Don Manongo se separa del grupo y avanza, sin desmontarse, donde
el capataz. Sin mediar palabra, de labios de don Manongo ha salido
una orden:
- "ABRA ESA TOMA".
- Señor, responde el capataz, la ley ampara nuestros derechos.
Don Manongo le contesta:
- "ABRA ESA TOMA O LA ABRO YO".
El capataz voltea a ver a su gente. Todos a su vez vuelven la mirada
hacia don Manongo y tropiezan con dos ojos firmes e imperiosos. El
capataz hace una seña a su gente y se retiran de la "toma".
Antes de que partan, don Manongo, grita:
- Eh, tú, capataz, dile a tu patrón que para nosotros el agua es ley de
vida y que cuidado con que se atrevan a cerrar la "toma".
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Don Manongo se desmonta y asestando fuertes culatazos a los
candados, los rompe en mil pedazos. Luego abre la "toma" y el agua
frenética se precipita a calmar el ardor del valle sediento.
Un grito sale de los corazones de esa gente que en silencio ha
contemplado el lacónico cambio de palabras de don Manongo con el
capataz; grito de gratitud eterna hacia aquel hombre que ya se ha
separado de ellos y se encamina a otro pueblo. Y desde entonces, la
"toma" que abrió don Manongo Baca, nadie se ha atrevido a cerrarla.
Y la silueta robusta de aquel caballero andante, adquiere mayores
relieves hoy que ha penetrado, heroicamente, en el mundo de la
leyenda.
Esto nos ha relatado un viejo recano, y, al hablarnos, gruesas lágrimas
asomaron a sus ojos. ¡Cómo no será de grande el cariño y vivo el
recuerdo, cuando en los ojos de un cholo, han asomado indiscretas
lágrimas!
Como para aliviar su emoción y aumentar su nostalgia, el viejo
recano, sigue hablándonos de los tiempo idos. Y nos cuenta:
"Antes habían unas huertas bonitas; nuestros hijos son más flojos que
nosotros y hoy las tienen algo abandonadas. En esas huertas se
"armaban" las grandes jaranas. Aún recuerdo el baile del
"Algarrobito" en que las parejas se decían ¡qué de cosas!"
Y la faz del cholo se ilumina y continúa:
"Con guitarra, con arpa y con cajón, principiaba el baile. Y nosotros le
decíamos a unas cholitas de buenas caderas:
Qué de pericotitos
tiene tu cuarto.
Deja la puerta abierta
- chinita –
yo seré el gato.
Tienes unos ojitos
de picaporte
que cada vez que me miran
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- chinita –
me das un golpe.
Y a otros cholos "cobardones", continúa el viejo, de esos que no eran
gallos de "tapada", les decíamos para que le "entraran" a la chola:
Arrímate cobarde
donde esa niña.
Y hazla una guiñadita
con la rodilla.
Y cuando la chola se nos ponía un poco "chúcara" y trabajo nos
costaba "amansarla", le decíamos, ya bien "mamaditos":
Dame un besito china,
pero con lengua.
Lo que si te encargo:
no me la muerdas,
no me la muerdas.
Y el cholo nos contaba, feliz y contento, de aquellos tiempos pretéritos
en que la vida era hermosa y nada turbaba aquella tranquilidad
recana, aquel ritmo lento y pausado, como el andar de sus yuntas y el
girar de sus trapiches. Aquellos tiempos puros en que la vida florecía
y la naturaleza era madre pródiga para sus bien amados hijos. Esa
naturaleza recana, tan fecunda y tan hermosa, que tal vez no fue
mucha exageración cuando le cantaron:
Veinte y cinco limones
carga una rama;
y amanece con cincuenta
por la mañana.
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“Aspectos Criollos”
De Don José Mejía Baca
se terminó de imprimir en los talleres
de la imprenta DESA S.A. en
el mes de Agosto de 1988.
La composición del texto
estuvo a cargo de SEPSA
y los montajes de Alberto Vicente Nívin.
Este libro fue producido y supervisado por
INDICE EDITORES ASOCIADOS S.A.
Grimaldo del Solar 113-A, Miraflores
Teléfono 467475
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