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    En este pas

    La Revista Espaola, 30 de abril de 1833.

    Hay en el lenguaje vulgar frases afortunadas que nacen en buena hora y quese derraman por toda una nacin, as como se propagan hasta los trminosde un estanque las ondas producidas por la cada de una piedra en medio delagua. Muchas de este gnero pudiramos citar, en el vocabulario polticosobre todo; de esta clase son aquellas que, halagando las pasiones de lospartidos, han resonado tan funestamente en nuestros odos en los aos quevan pasados de este siglo, tan fecundo en mutaciones de escena y en cambiode decoraciones. Cae una palabra de los labios de un perorador en unpequeo crculo, y un gran pueblo, ansioso de palabras, la recoge, la pasa deboca en boca, y con la rapidez del golpe elctrico un crecido nmero demquinas vivientes la repite y la consagra, las ms veces sin entenderla, y

    siempre sin calcular que una palabra sola es a veces palanca suficiente alevantar la muchedumbre, inflamar los nimos y causar en las cosas unarevolucin. Estas voces favoritas han slido siempre desaparecer con lascircunstancias que las produjeran. Su destino es, efectivamente, como sonidovago que son, perderse en la lontananza, conforme se apartan de la causaque las hizo nacer. Una frase, empero, sobrevive siempre entre nosotros,cuya existencia es tanto ms difcil de concebir, cuanto que no es de lanaturaleza de esas de que acabamos de hablar; stas sirven en lasrevoluciones a lisonjear a los partidos y a humillar a los cados, objeto que seentiende perfectamente, una vez conocida la generosa condicin del hombre;pero la frase que forma el objeto de este artculo se perpeta entre nosotros,siendo slo un funesto padrn de ignominia para los que la oyen y para los

    mismos que la dicen; as la repiten los vencidos como los vencedores, los queno pueden como los que no quieren extirparla; los propios, en fin, como losextraos.

    En este pas... Esta es la frase que todos repetimos a porfa, frase que sirvede clave para toda clase de explicaciones, cualquiera que sea la cosa que anuestros ojos choque en mal sentido. -Qu quiere usted? -decimos-, en estepas! Cualquier acontecimiento desagradable que nos suceda, creemosexplicarle perfectamente con la frasecilla: Cosas de este pas! que convanidad pronunciamos y sin pudor alguno repetimos.

    Nace esta frase de un atraso reconocido en toda la nacin? No creo quepueda ser ste su origen, porque slo puede conocer la carencia de una cosael que la misma cosa conoce: de donde se infiere que si todos los individuosde un pueblo conociesen su atraso, no estaran realmente atrasados. Es lapereza de imaginacin o de raciocinio, que nos impide investigar la verdaderarazn de cuanto nos sucede, y que se goza en tener una muletilla siempre amano con que responderse a sus propios argumentos, hacindose cada unola ilusin de no creerse cmplice de un mal, cuya responsabilidad descargasobre el estado del pas en general? Esto parece ms ingenioso que cierto.

    Creo entrever la causa verdadera de esta humillante expresin. Cuando sehalla un pas en aquel crtico momento en que se acerca a una transicin, yen que, saliendo de las tinieblas, comienza a brillar a sus ojos un ligeroresplandor, no conoce todava el bien, empero ya conoce el mal, de donde

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    pretende salir para probar cualquiera otra cosa que no sea lo que hastaentonces ha tenido. Sucdele lo que a una joven bella que sale de laadolescencia; no conoce el amor todava ni sus goces; su corazn, sinembargo, o la naturaleza, por mejor decir, le empieza a revelar unanecesidad que pronto ser urgente para ella, y cuyo germen y cuyos mediosde satisfaccin tiene en s misma, si bien los desconoce todava; la vagainquietud de su alma, que busca y ansa, sin saber qu, la atormenta y ladisgusta de su estado actual y del anterior en que viva; y vsela despreciar yromper aquellos mismos sencillos juguetes que formaban poco antes elencanto de su ignorante existencia.

    Este es acaso nuestro estado, y ste, a nuestro entender, el origen de lafatuidad que en nuestra juventud se observa: el medio saber reina entrenosotros; no conocemos el bien, pero sabemos que existe y que podemosllegar a poseerle, si bien sin imaginar an el cmo. Afectamos, pues, hacerascos de lo que tenemos para dar a entender a los que nos oyeron queconocemos cosas mejores, y nos queremos engaar miserablemente unos a

    otros, estando todos en el mismo caso. Este medio saber nos impide gozar delo bueno que realmente tenemos, y aun nuestra ansia de obtenerlo todo deuna vez nos ciega sobre los mismos progresos que vamos insensiblementehaciendo. Estamos en el caso del que, teniendo apetito, desprecia un sabrosoalmuerzo con la esperanza de un suntuoso convite incierto, que se verificar,o no se verificar, ms tarde. Sustituyamos sabiamente a la esperanza demaana el recuerdo de ayer, y veamos si tenemos razn en decir a propsitode todo: Cosas de este Pas!

    Slo con el auxilio de las anteriores reflexiones pude comprender el carcterde don Periquito, ese petulante joven, cuya instruccin est reducida al pocolatn que le quisieron ensear y que l no quiso aprender; cuyos viajes no hanpasado de Carabanchel; que no lee sino en los ojos de sus queridas, loscuales no son ciertamente los libros ms filosficos; que no conoce, en fin,ms ilustracin que la suya, ms hombres que sus amigos, cortados por lamisma tijera que l, ni ms mundo que el saln del Prado, ni ms pas que elsuyo. Este fiel representante de gran parte de nuestra juventud desdeosa desu pas, fue no ha mucho tiempo objeto de una de mis visitas.

    Encontrle en una habitacin mal amueblada y peor dispuesta, como dehombre solo; reinaba en sus muebles y sus ropas, tiradas aqu y all, unespantoso desorden de que hubo de avergonzarse al verme entrar.

    -Este cuarto est hecho una leonera -me dijo-. Qu quiere usted?, en estepas... -y qued muy satisfecho de la excusa que a su natural descuido habaencontrado.

    Empese en que haba de almorzar con l, y no pude resistir a susinstancias: un mal almuerzo mal servido reclamaba indispensablementealgn nuevo achaque, y no tard mucho en decirme:

    -Amigo, en este pas no se puede dar un almuerzo a nadie; hay que recurrir alos platos comunes y al chocolate.

    -Vive Dios-dije yo para m-, que cuando en este pas se tiene un buencocinero y un exquisito servicio y los criados necesarios, se puede almorzar

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    un excelente beefsteak con todos los adherentes de un almuerzo lafourchette; y que en Pars los que pagan ocho o diez reales por unappartement garni, o una mezquina habitacin en una casa de huspedes,como mi amigo don Periquito, no se desayunan con pavos trufados ni conchampagne.

    Mi amigo Periquito es hombre pesado como los hay en todos los pases, y meinst a que pasase el da con l; y yo, que haba empezado ya a estudiarsobre aquella mquina como un anatmico sobre un cadver, aceptinmediatamente.

    Don Periquito es pretendiente, a pesar de su notoria inutilidad. Llevme,pues, de ministerio en ministerio: de dos empleos con los cuales contaba,habase llevado el uno otro candidato que haba tenido ms empeos que l.

    -Cosas de Espaa! -me sali diciendo, al referirme su desgracia.

    -Ciertamente - le respond, sonrindome de su injusticia-, porque en Francia yen Inglaterra no hay intrigas; puede usted estar seguro de que all todos sonunos santos varones, y los hombres no son hombres. El segundo empleo quepretenda haba sido dado a un hombre de ms luces que l.

    -Cosas de Espaa! - me repiti.

    -S, porque en otras partes colocan a los necios- dije yo para m. Llevme enseguida a una librera, despus de haberme confesado que haba publicadoun folleto, llevado del mal ejemplo. Pregunt cuntos ejemplares se habanvendido de su peregrino folleto, y el librero respondi:

    -Ni uno.

    -Lo ve usted, Fgaro? - me dijo-: Lo ve usted? En este pas no se puedeescribir. En Espaa nada se vende; vegetamos en la ignorancia. En Parshubiera vendido diez ediciones.

    -Ciertamente -le contest yo-, porque los hombres como usted venden enPars sus ediciones. En Pars no habr libros malos que no se lean, ni autoresnecios que se mueran de hambre.

    -Desengese usted: en este pas no se lee -prosigui diciendo.-Y usted que de eso se queja, seor don Periquito, usted, qu lee? -lehubiera podido preguntar-. Todos nos quejamos de que no se lee, y ningunoleemos.

    -Lee usted los peridicos? -le pregunt, sin embargo.

    -No, seor; en este pas no se sabe escribir peridicos. Lea usted ese Diariode los Debates, ese Times!

    Es de advertir que don Periquito no sabe francs ni ingls, y que en cuanto aperidicos, buenos o malos, en fin, los hay, y muchos aos no los ha habido.

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    Pasbamos al lado de una obra de esas que hermosean continuamente estepas, y clamaba:

    -Qu basura! En este pas no hay polica. En Pars las casas que se destruyeny reedifican no producen polvo.

    Meti el pie torpemente en un charco.

    -No hay limpieza en Espaa! -exclamaba. En el extranjero no hay lodo.

    Se hablaba de un robo:

    -Ah! Pas de ladrones! -vociferaba indignado. Porque en Londres no se roba;en Londres, donde en la calle acometen los malhechores a la mitad de un dade niebla a los transentes. Nos peda limosna un pobre:

    -En este pas no hay ms que miseria! -exclamaba horripilado. Porque en elextranjero no hay infeliz que no arrastre coche. bamos al teatro, y:

    -Oh qu horror!- deca mi don Periquito con compasin, sin haberlos vistomejores en su vida-Aqu no hay teatros!

    Pasbamos por un caf.

    -No entremos. Qu cafs los de este pas!- gritaba. Se hablaba de viajes:

    -Oh! Dios me libre; en Espaa no se puede viajar! Qu posadas! Qucaminos! Oh infernal comezn de vilipendiar este pas que adelanta y

    progresa de algunos aos a esta parte ms rpidamente que adelantaronesos pases modelos, para llegar al punto de ventaja en que se han puesto!

    Por qu los don Periquitos que todo lo desprecian en el ao 33, no vuelvenlos ojos a mirar atrs, o no preguntan a sus paps acerca del tiempo, que noest tan distante de nosotros, en que no se conoca en la Corte ms botilleraque la de Canosa, ni ms bebida que la leche helada; en que no haba mscaminos en Espaa que el del cielo; en que no existan ms posadas que lasdescritas por Moratn en El s de las nias, con las sillas desvencijadas y lasestampas del Hijo Prdigo, o las malhadadas ventas para caminantesasendereados; en que no corran ms carruajes que las galeras y carromatos

    catalanes; en que los chorizos y polacos repartan a naranjazos los premios altalento dramtico, y llevaba el pblico al teatro la bota y la merienda parapasar a tragos la representacin de las comedias de figurn y dramas deComella; en que no se conoca ms pera que el Marlborough (o Mambruc,como dice el vulgo) cantado a la guitarra; en que no se lea ms peridicoque el Diario de Avisos, y en fin... en que...

    Pero acabemos este artculo, demasiado largo para nuestro propsito: novuelvan a mirar atrs porque habran de poner un trmino a su maledicenciay llamar prodigiosa la casi repentina mudanza que en este pas se haverificado en tan breve espacio.

    Concluyamos, sin embargo, de explicar nuestra idea claramente, mas que alos don Periquitos que nos rodean pese y avergence.

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    Cuando omos a un extranjero que tiene la fortuna de pertenecer a un pasdonde las ventajas de la ilustracin se han hecho conocer con muchaanterioridad que en el nuestro, por causas que no es de nuestra inspeccinexaminar, nada extraamos en su boca, si no es la falta de consideracin yaun de gratitud que reclama la hospitalidad de todo hombre honrado que larecibe; pero cuando omos la expresin despreciativa que hoy merecenuestra stira en bocas de espaoles, y de espaoles, sobre todo, que noconocen ms pas que este mismo suyo, que tan injustamente dilaceran,apenas reconoce nuestra indignacin lmites en que contenerse.

    [En el da es menos que nunca acreedor este pas a nuestro desprecio. Haceaos que el Gobierno, granjendose la gratitud de sus sbditos, comunica amuchos ramos de prosperidad cierto impulso benfico, que ha de completarpor fin algn da la grande obra de nuestra regeneracin.]

    Borremos, pues, de nuestro lenguaje la humillante expresin que no nombraa este pas sino para denigrarle; volvamos los ojos atrs, comparemos y nos

    creeremos felices. Si alguna vez miramos adelante y nos comparamos con elextranjero, sea para prepararnos un porvenir mejor que el presente, y pararivalizar en nuestros adelantos con los de nuestros vecinos: slo en estesentido opondremos nosotros en algunos de nuestros artculos el bien defuera al mal de dentro. Olvidemos, lo repetimos, esa funesta expresin quecontribuye a aumentar la injusta desconfianza que de nuestras propiasfuerzas tenemos. Hagamos ms favor o justicia a nuestro pas, y cremoslecapaz de esfuerzos y felicidades. Cumpla cada espaol con sus deberes debuen patricio, y en vez de alimentar nuestra inaccin con la expresin dedesaliento: Cosas de Espaa! contribuya cada cual a las mejoras posibles.Entonces este pas dejar de ser tan mal tratado de los extranjeros, a cuyodesprecio nada podemos oponer, si de l les damos nosotros mismos elvergonzoso ejemplo.