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“Congreso de Las Américas”. Lima, 3, 4 y 5 de agosto de 2006 1 Imaginarios de Género y Opinión Pública: El caso Michelle Bachelet. Análisis de la narratividad que legitimó el arquetipo de “la tercera mujer” en la elección presidencial de Chile. Rubén Dittus B. y Álvaro Elgueta R. Escuela de Periodismo Universidad Católica de la Santísima Concepción Resumen El triunfo de Michelle Bachelet en la última elección presidencial de Chile es el mejor ejemplo de la forma como se ha configurado un imaginario de lo femenino que alcanza nuevos rasgos e impredecibles efectos políticos. Cuando se evalúa su campaña y todas aquellas prácticas significantes que la ubicaron desde un primer momento como favorita en las encuestas de opinión pública, es posible advertir que la marca “Michelle Bachelet” se alimentó de imaginarios sociales que operaban a nivel consciente e inconsciente en el ciudadano medio chileno (tanto hombres como mujeres) como un depósito de puntos de vista, exigencias y expectativas que validaron lo que Gilles Lipovetsky denominó (1999) “la tercera mujer“. Se trata de un arquetipo de lo femenino que se constituye sobre la combinación del avance igualitario y el reconocimiento favorable a las diferencias en los roles de género. El presente trabajo se centra en aquellos elementos que hicieron de la actual Presidenta de Chile un signo con un alto grado de adhesión ciudadana, tomando como base del análisis la narratividad de los medios que le dieron el triunfo, mitificando - como un gran guión imaginario- los beneficios de tener una mujer presidenta. Introducción: El presente artículo pretende buscar puntos de encuentro entre la teoría de los Imaginarios Sociales y la teoría clásica y contemporánea de la Opinión Pública. Asimismo, se vincula con la interpretación del sociólogo francés Gilles Lipovetsky referente al arquetipo de la tercera mujer, para analizar y dar sentido al ascenso de Michelle Bachelet a la Presidencia de Chile a partir de la narratividad emanada desde los medios y alimentada por la Opinión Pública en torno a su figura. Fundamentos de lo imaginario Cada vez que se sitúa un análisis académico en el ámbito de lo imaginario, el o los investigadores deben introducir su trabajo haciendo varias precisiones conceptuales. Lo anterior se debe a que la teoría de los imaginarios sociales se encuentra aún en construcción. A menudo, las comisiones de los congresos académicos o los comités de redacción de revistas especializadas “invitan” a los autores a aclarar dicha terminología, toda vez que el fenómeno de lo imaginario es habitualmente relacionado con lo fantasioso, con lo que no existe y con lo irreal. Es el momento de derrumbar estos mitos. Nuestro primer anclaje teórico abordará el concepto de lo imaginario. Cornelius

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“Congreso de Las Américas”. Lima, 3, 4 y 5 de agosto de 2006 1

Imaginarios de Género y Opinión Pública: El caso Michelle Bachelet.

Análisis de la narratividad que legitimó el arquetipo de “la tercera mujer” en la elección presidencial de Chile.

Rubén Dittus B. y Álvaro Elgueta R. Escuela de Periodismo

Universidad Católica de la Santísima Concepción

Resumen

El triunfo de Michelle Bachelet en la última elección presidencial de Chile es el mejor ejemplo de la forma como se ha configurado un imaginario de lo femenino que alcanza nuevos rasgos e impredecibles efectos políticos. Cuando se evalúa su campaña y todas aquellas prácticas significantes que la ubicaron desde un primer momento como favorita en las encuestas de opinión pública, es posible advertir que la marca “Michelle Bachelet” se alimentó de imaginarios sociales que operaban a nivel consciente e inconsciente en el ciudadano medio chileno (tanto hombres como mujeres) como un depósito de puntos de vista, exigencias y expectativas que validaron lo que Gilles Lipovetsky denominó (1999) “la tercera mujer“. Se trata de un arquetipo de lo femenino que se constituye sobre la combinación del avance igualitario y el reconocimiento favorable a las diferencias en los roles de género. El presente trabajo se centra en aquellos elementos que hicieron de la actual Presidenta de Chile un signo con un alto grado de adhesión ciudadana, tomando como base del análisis la narratividad de los medios que le dieron el triunfo, mitificando -como un gran guión imaginario- los beneficios de tener una mujer presidenta.

Introducción:

El presente artículo pretende buscar puntos de encuentro entre la teoría de los Imaginarios Sociales y la teoría clásica y contemporánea de la Opinión Pública. Asimismo, se vincula

con la interpretación del sociólogo francés Gilles Lipovetsky referente al arquetipo de la

tercera mujer, para analizar y dar sentido al ascenso de Michelle Bachelet a la Presidencia

de Chile a partir de la narratividad emanada desde los medios y alimentada por la Opinión

Pública en torno a su figura.

Fundamentos de lo imaginario

Cada vez que se sitúa un análisis académico en el ámbito de lo imaginario, el o los

investigadores deben introducir su trabajo haciendo varias precisiones conceptuales. Lo

anterior se debe a que la teoría de los imaginarios sociales se encuentra aún en

construcción. A menudo, las comisiones de los congresos académicos o los comités de

redacción de revistas especializadas “invitan” a los autores a aclarar dicha terminología,

toda vez que el fenómeno de lo imaginario es habitualmente relacionado con lo

fantasioso, con lo que no existe y con lo irreal. Es el momento de derrumbar estos mitos.

Nuestro primer anclaje teórico abordará el concepto de lo imaginario. Cornelius

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Castoriadis (1975) lo define como "una creación incesante y esencialmente indeterminada

(social-histórica y psíquica) de figuras/formas/imágenes"1; es decir, es el resultado de una

capacidad psíquica exclusivamente humana que actúa sobre la base de las experiencias

socializantes y socializadoras. Asimismo, el académico e investigador argentino Daniel

Horacio Cabrera (2003) entiende lo imaginario en relación con la imaginación y con la

imagen, de donde resultará que “es capacidad o potencia creativa y creadora del ser

humano (individual y social) y conjunto o formación abierta de representaciones, afectos

y deseos que de ella resultan”.2 Por su parte, y complementando al psicoanalista griego, el

chileno Manuel Antonio Baeza define lo imaginario como “un tipo de pensar abstracto,

relativamente autónomo del terreno de lo concreto, pero que es aplicable a lo no abstracto

o lo concreto, por la vía de las propias construcciones”3.

Lo imaginario se presenta, entonces, como una facultad que cumple funciones claves para

nuestra existencia simbólica: actúa como factor de equilibrio psicosocial, mantiene el

orden social y hace posible las transformaciones a través de la reorganización de lo

significante. La lectura de Castoriadis nos ha permitido comprender la aparente - pero

necesaria - contradicción de lo imaginario: es, a la vez, singular y colectivo. Por un lado,

la sociedad se apodera de la imaginación particular del individuo, pero éste al mismo

tiempo se nutre de aquello que socialmente está permitido imaginar. De esta forma, el ser

humano se ha creado a sí mismo a partir de sus propios imaginarios, los que se encuentran

socialmente establecidos. Se construye socialmente desde la imaginación.

“La sociedad es creación, y creación de sí misma: autocreación. Es surgimiento de una

nueva forma ontológica y de un nuevo nivel y modo de ser. Es casi-totalidad que se

mantiene unida por las instituciones y por las significaciones que las mismas encarnan (…)

Para que existiera Atenas fue necesario que hubiera atenienses y no humanos en general.

Pero los atenienses fueron creados en y por Atenas”4. Asimismo, el sociólogo español Juan

Luis Pintos en su intento por elaborar un modelo de de-construcción de imaginarios

sociales los define como “esquemas socialmente construidos que nos permiten percibir,

explicar e intervenir en lo que cada sistema social diferenciado se tenga por realidad”5. Por

lo tanto, es la relación psíquica a nivel individual y colectivo lo que le da sentido a lo

social. Es la sociedad la que imagina, la que se autoimagina. Pero esa imaginación depende

de prácticas mentales individuales que se relacionan en un tejido psíquico. La realidad no

es sino una red de hechos psíquicos. Estamos rodeados de signos que interpretamos y que

ayudamos a crear intersubjetivamente desde nuestra relación psíquica con el mundo. Y todo

signo es relación, pero una relación mental que se construye desde esquemas primarios de

representación. Los imaginarios sociales actúan, entonces, como matrices de sentido, como

esquemas de representación. Son todas aquellas imágenes y construcciones mentales

colectivas que permiten las representaciones (o signos) y que éstas se organicen en sistemas

de representaciones o discursos asegurando un incuestionable sentido a nuestro entorno

existencial, haciendo tangible lo intangible, situándonos en el tiempo y en el espacio, y

creando realidad desde la intersubjetividad.

La narratividad se configura como un núcleo de capital importancia en la creación e

influencias de imaginario sociales. Todo orden narrativo postula un esquema de percepción

interpretativa. Se trata de una estructura semiósica que está presente en las manifestaciones

cotidianas del ser humano: en una carta de amor romántico, en el lenguaje cinematográfico,

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en la gramática musical de una orquesta, en la propaganda política callejera o en el texto de

una entrevista informativa.

Los imaginarios sociales actúan en dichas narratividades a través de un proceso semiósico

que identifica tres niveles de investidura de sentido6. El primer el nivel está conformado por

lo imaginario. Aquí, los imaginarios sociales tiene una función semejante a la de los lentes

o anteojos, ya que nos permiten percibir a condición de que ellos - como los lentes - no

sean percibidos en la realización del acto de visión7. Actúan como esquemas que permiten

percibir algo como real o como dispositivos de creación de significado. Un segundo nivel

identifica a aquellos textos y representaciones o cualquier cosa capaz de generar lecturas e

interpretaciones. En este “peldaño” del proceso de significación, los imaginarios han dado

lugar a signos fácilmente reconocibles, como el amor romántico representado en una rosa

roja o la paz en una paloma blanca. Estas representaciones se articulan en un tercer nivel,

dominado por sistemas de representación o discursos: repertorios, cuerpos de saberes o

conocimientos, paradigmas culturales, universos simbólicos.

En la articulación de esos tres planos está la clave para comprender el actuar de los

imaginarios y su función significante. Sólo es posible identificar los imaginarios sociales a

través de la materialización discursiva de esos imaginarios en textos concretos: a través de

representaciones efectivas. Uno de esos fenómenos de manifestación espacio-temporal de

sentido, cualquiera sea el soporte significante, es el discurso de género.

Dicho discurso, como cualquier otro, es el resultante de una realidad sociohistórica que lo

condiciona pero que, al mismo tiempo, es condicionada por él. De ese modo, el concepto

de género y todas sus representaciones se encuentran determinadas por imaginarios

sociales. Lo femenino, el rol de la mujer y otros imaginarios que sustentan el discurso de

género interactúan generando nuevas formas de intertextualidad e interdiscursividad. La

semiosis de género actúa, entonces, en tres niveles: primero, a nivel imaginario donde

actúa, en palabras de Jacques Lacan, de manera inconsciente “un saber desconocido”; un

segundo nivel, como representaciones de primer orden (o signos) expresados en símbolos,

emblemas, marcas u otras formas de significación consciente ; y un tercer nivel, como

parte de regímenes de significación en forma de discursos, universos simbólicos y

paradigmas culturales legitimados en las prácticas institucionales oficiales o en los medios

de comunicación de masas.

Tradición clásica y contemporánea de la Opinión Pública

Dicha significación de imaginario tiene evidentes puntos de encuentro con la teoría clásica

y contemporánea de la Opinión Pública. Basta ver a Lippmann (1922) para quien, por

ejemplo, “las imágenes mentales que se hallan dentro de las cabezas de los seres humanos,

las imágenes de sí mismos, de los demás, de sus necesidades, propósitos y relaciones son

sus opiniones públicas”8

Del mismo modo, si aplicamos el esquema de análisis de los imaginarios a la Opinión

Pública igualmente podemos establecer tres niveles semejantes. El primero que se refiere a

la capacidad para producir (homólogo a lo imaginario, es decir, la capacidad para producir

ideas, prejuicios, actitudes, estereotipos, opiniones, creencias, valores, pautas de conducta,

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etc.). Un segundo nivel es la concresión de estas capacidades. En otras palabras son estas

ideas, prejuicios, actitudes, etc., en sí mismas o cualquier otra cosa capaz de generar lecturas e interpretaciones. Y, por último, un tercer nivel es el sistema de representaciones

o discursos; que en el esquema de la Opinión Pública es lo que se dice y discute, ya sea a

nivel individual o colectivo y que es un raro cocktail producto, supuestamente, de la

discusión y el debate público, abierto e informado; tampoco sin dejar de lado el

componente emocional y los prejuicios.

El arquetipo de “la tercera mujer”

El sociólogo y filósofo francés Gilles Lipovetsky acuñó a fines de la década de los

noventa (1999) uno de los conceptos más controversiales en el ámbito de los estudios de

género: la tercera mujer. En el libro del mismo nombre9 describe las características de

aquel arquetipo de lo femenino que se constituye sobre la combinación del avance

igualitario y de continuidad desigualitaria. Es decir, una imagen simbólica que representa

una suerte de reconciliación de las mujeres con el rol tradicional y el reconocimiento de

una positividad en la diferencia de los roles de género. El autor afirma que durante las tres

últimas décadas del siglo XX, de ser esclavas de la procreación y el hogar y objeto de los

caprichos sexuales del esposo, las mujeres se han autopromulgado nuevas formas de ser

en el mundo, superando los tradicionales amarres impuestos por el discurso machista. Lo

anterior, a juicio de Lipovetsky expresa un supremo avance democrático aplicado al

estatus social e identitario de lo femenino10

. Este fenómeno, sin embargo, no significa

necesariamente el fin de los mecanismos de diferenciación social de los sexos. “A medida

que se amplían las exigencias de la libertad y de igualdad, la división social de los sexos

se ve recompuesta, reactualizada bajo nuevos rasgos”11

, dice el autor, de maneras más

imprecisas y menos visibles. Es decir, detrás de este arquetipo se revalida la división

social de los géneros.

A nuestro juicio es preciso reconocer la aparición y el ascenso de estos nuevos

imaginarios, los cuales podrían ser catalogados como ascendentes y dominantes. Sobre

todo al oír hablar a las nuevas generaciones chilenas con discursos relativos a la

tolerancia, la igualdad entre los sexos, la participación, la no discriminación, la no

violencia, entre otros.

Pero, ¿qué plantea exactamente Lipovetsky y cuáles han sido las críticas de que ha sido

objeto? El reconocimiento social del trabajo de las mujeres y su acceso a actividades

históricamente masculinas son el resultado de cambios arquetípicos que son los

antecedentes directos de la denominada tercera mujer. El autor identifica desde los inicios

de la humanidad a la primera mujer o mujer despreciada. Este imaginario social de lo

femenino, con matices y notables excepciones, se sustenta en supremacía de lo masculino

sobre lo femenino. Se trata de un discurso dominante que valoró exclusivamente las

actividades ejecutadas por los hombres, salvando del desprecio sólo el rol de la

maternidad. “Más no por ello la mujer deja de ser otra inferior y subordinada, y sólo la

descendencia que engendra tiene valor. (…) Por lo demás, los ritos que celebran la

función procreadora de las mujeres no desmienten en modo alguno la idea de que la

madre, por ejemplo en Grecia, no es otra cosa que la nodriza de un germen depositado en

su seno; el verdadero agente que trae una vida al mundo es el hombre”12

, recuerda el

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autor. Demás está decir que durante la vigencia de este primer modelo arquetípico de lo

femenino, las mujeres no tienen posibilidad de acceder a las categorías sociales más

elevadas, como las funciones políticas, militares y sacerdotales.13

La historiadora española Amparo Moreno Sardá explica los orígenes de esta dominación

masculina en su crítica al discurso histórico androcéntrico. La autora entiende el

androcentrismo como un discurso dominante que conceptualiza “lo humano” a la medida

del “arquetipo viril”. Es decir, se trataría de una distorsionada forma de ver la realidad que

legitima un modelo imaginario de "lo humano", fraguado en algún momento del pasado y

perpetuado en sus características básicas hasta nuestros días, atribuido a un ser humano de

sexo masculino, adulto y con una voluntad de expansión y, por tanto, de dominio que no

sólo se extiende a las mujeres sino también a aquellos hombres que no responden a ese

arquetipo viril14

.

La sacralización de la mujer sucede a este histórico primer discurso despreciativo. Con la

llegada de la Ilutración se admiran los beneficios de la mujer sobre las artes del buen vivir

doméstico. El imaginario de la esposa-madre-educadora se impone y valora en los

círculos más nobles de Occidente. “Por supuesto, esta idealización desmesurada de la

mujer no invalidaría la realidad de la jerarquía social de los sexos. Las decisiones

importantes siguen siendo cuestión de hombres, la mujer no desempeña papal alguno en la

vida política, debe obediencia al marido, se le niega la independencia económica e

intelectual”15

. Es el reconocimiento colectivo a una segunda mujer, también llamada por

Lipovetsky, mujer exaltada, por el efecto que este imaginario tuvo en el discurso

feminista. En él, las defensoras del género habrían encontrado los argumentos para

enfrentar el dominio del discurso masculino.

En la actualidad -dice el sociólogo francés- un nuevo modelo rige el lugar y el destino

social de la mujer. En los dos modelos anteriores el imaginario femenino se encuentra

absolutamente dependiente del varón, tanto sea para ser diabolizada y despreciada como

para ser adulada o idealizada. La tercera mujer, en cambio, rompe esta lógica de

dependencia. “La primera mujer está sujeta a sí misma; la segunda mujer era una creación

ideal de los hombres; la tercera supone una autocreación femenina”16

.

Las críticas a Lipovetsky comienzan luego de precisar que con la llegada de este nuevo

arquetipo no desaparecen las desigualdades entre ambos sexos, sino más bien se

mantienen esas diferencias por opción del propio género. La mujer ya no quiere parecerse

más al varón. La mujer habría dejado de ser pensada desde la imaginación masculina para

pasar a ser una construcción legítimamente femenina. La construcción del yo femenino

cambia de reflejo. La mujer no se observa en la imagen masculina, sino que por primera

vez en toda su historia, el género femenino es observado con lentes de mujer. La

observación más clara de esto sería, a juicio del autor, en el valor que la sociedad le ha

reconocido a la incorporación de la mujer a roles de mayor importancia institucional.

Existen una serie de razones que respaldarían la tesis del francés y que, en definitiva,

permitieron la llegada de las mujeres a roles que históricamente fueron ocupados por la

máxima expresión del arquetipo viril, y donde el éxito de sus funciones estaría en el

resguardo de su identidad de mujer.

La tercera mujer en la política es abordada por Lipovetsky en un capítulo especial de su

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libro17

. Como el número de mujeres en cargos directivos o políticos es escaso, su

presencia e imagen se tornan más visibles. Ello explica la tendencia de las organizaciones

y sistemas sociales a examinar sigilosamente el desempeño de estas mujeres. Hay un

efecto colectivo que altera su representatividad de número en beneficio de la figuración

pública. El resultado: la creación de imágenes de mujeres que destacan por ser mujeres,

superando la barrera de las competencias personales.

Michelle Bachelet: de lo imaginario a lo simbólico

El discurso de género - más que los votos de las mujeres - se convirtió en el factor

decisivo que le permitió a Michelle Bachelet ganar la última elección presidencial en

Chile. Cuando se evalúan los rasgos de su campaña y todas aquellas prácticas

significantes que la ubicaron desde un primer momento como favorita en las encuestas de

opinión pública, es posible deducir que la marca “Michelle Bachelet” se alimentó de

imaginarios sociales que operaban a nivel consciente e inconsciente en el ciudadano

medio chileno -tanto hombres como mujeres- como un depósito de puntos de vista,

exigencias y expectativas que actuaban favorablemente hacia el significado de tener una

presidenta. Esto alimentó la idea a nivel colectivo que la carrera presidencial, antes de

comenzar, ya estaba ganada. Así, por lo menos, lo expresaron desde un comienzo las

distintas encuestas de opinión.

La Escuela francesa del psicoanálisis representada por Jacques Lacan define al

inconsciente como la suma de los objetos del habla de un sujeto, es decir, las palabras son

el único material del inconsciente, transformando a esta expresión nítidamente freudiana

como algo estructurado desde el lenguaje. Ello explica que la materialidad de Bachelet

estuviera basada por lo que se dijo o se publicó de ella, actuando una combinación de

elementos significantes que construyeron el mito. Para Castoriadis18

, los imaginarios

sociales se constituyen como estados y estructuras mentales inconscientes, o sea, un saber

desconocido, siguiendo a Lacan. Este saber desconocido se transformó en el discurso del

otro que perfiló a la candidata. Asimismo, desde el punto de vista de la Opinión Pública, a

través de los medios, operó el proceso de discusión y debate acerca del personaje en

cuestión. Sin olvidar con ello los factores psicológicos relativos a la identificación, la

cercanía y la emocionalidad.

Lo anterior consolida nuestra tesis de que la candidata ganó primero a nivel inconsciente y

después en las urnas. El resultado de la elección sólo confirmó lo que ya se esperaba.

Quizás, en parte, por la cobertura de horse racing que hicieron los medios durante toda la

campaña.

El denominado factor género influyó tanto en mujeres como varones votantes. Las cifras

hablan por sí mismas. En un país donde la mujer es clave en su régimen electoral -4

millones 321 mil 240 de los votantes chilenos son mujeres, es decir, un 52,7% del total de

electores-, los imaginarios sociales de género afectaron de manera transversal a todo el

universo electoral, generando en la imagen de Bachelet una adhesión que traspasó el

mítico voto duro de género: aquel que dice que las mujeres votan por mujeres. Los datos

demuestran que en el balotaje del 15 de enero pasado, tanto hombres como mujeres en su

mayoría prefirieron a Bachelet, sobre el 53% en ambos casos. Comparativamente, del

total de votos válidamente emitidos de hombres, 53,69% prefirieron a Bachelet, mientras

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que de un total de votos válidamente emitidos de mesas de mujeres éstos corresponden al

53,32%. Una diferencia porcentual mínima, de 0,37% votos a favor de los hombres sobre

las mujeres en su preferencia sobre la candidata, en relación a su propio universo.

Asimismo, se observa que si bien la mayoría de las mujeres votó por Bachelet, ese

porcentaje no permite decir que el electorado femenino dio “el triunfo” a la candidata

oficialista. Entendiendo que este triunfo es simbólico, puesto que - desde la recuperación

de la democracia - en todas las elecciones pasadas las mujeres han votado

mayoritariamente por la derecha. Por ejemplo, en la elección del 1999 el voto femenino

fue capturado mayoritariamente por el representante de la Alianza por Chile, Joaquín

Lavín, quien en ese segmento obtuvo a su favor el 50,58% de los votos. En cambio,

Ricardo Lagos sólo capturó un 45,36% de adhesión entre las mujeres en la primera vuelta

presidencial de aquel año.

¿Cómo se configuró el imaginario que terminó con esta mujer en La Moneda19

? ¿La

evolución de la participación femenina desde 1990 ayudó legitimar el arquetipo de la tercera mujer en la política chilena? Un lento avance de la participación de las mujeres en

cargos de poder se observa en el Congreso, en ministerios, en subsecretarías ministeriales,

en los gobiernos comunales y en las mesa directivas de partidos políticos20

. Durante el

gobierno de Patricio Aylwin, en un gabinete integrado por 19 ministerios, sólo uno de

ellos estuvo encabezado por una mujer, y precisamente aquel que debía ser dirigido por

una ministra: el Servicio Nacional de la Mujer. El segundo gobierno de la Concertación –

el del Presidente Eduardo Frei- puso a tres mujeres en el gabinete. Con Ricardo Lagos,

cinco mujeres fueron ministras de un total de 16 ministerios. Una de ellas era Michelle

Bachelet, primero en la cartera de Salud y luego en Defensa, el cargo que la llevaría a las

primeras planas de los diarios del continente: era la primera mujer en Latinoamérica en

ser la jefa directa de las Fuerzas Armadas de una nación. El mayor cambio en la

participación femenina a nivel ministerial se observó el 11 de marzo de 2006, cuando

igual número de varones y mujeres juraron como miembros del primer gabinete de

Bachelet.

Antes de las elecciones de diciembre pasado, la participación de las mujeres en el

legislativo no era muy distinta, en términos porcentuales, al ejecutivo. Previo a la elección

de Michelle Bachelet la situación es como sigue: de los 38 cargos de la Cámara Alta, sólo

dos mujeres han sido senadoras desde 1990 hasta la penúltima elección, incluyendo el

actual período que rige hasta el 2006 y 2010 (hay que considerar que los senadores en Chile

duran 8 años en sus funciones)21

. En la Cámara de Diputados, de un total de 120

representantes, sólo siete son mujeres en el primer período 1990-1994. El número se eleva a

9, a 14 y a 15 en los tres períodos siguientes hasta el 2006. La elección de diciembre de

2005 no cambia el panorama en los niveles de participación femenina. Para el próximo

período de cuatro años de legislatura en la Cámara Baja, 102 escaños serán ocupados por

hombres (85%) y 18 por mujeres (15%), cifras que no distan mayormente de al

composición por sexo del período 2002-2006, en una relación 12,5% de diputadas y 87,5%

de diputados. Observando las 10 primeras mayorías nacionales, sólo dos corresponden a

mujeres, las que ocupan el primer y noveno lugar, con un 54,35% y 44,25% de la votación

en diputados, respectivamente. En relación a la forma como se distribuyó la votación de

cada sexo en los pactos políticos, se observa que del 100% del electorado de mujeres el

51,64% votó por la Concertación, y del total de los hombres 51,93% se inclinaron por esta

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misma coalición. Comparativamente, los hombres votaron un 0,29% más que las mujeres

por la Concertación. Asimismo, del total de mujeres, el 40,12% votó por la Alianza y del

total de varones el 37,05%. En términos relativos, las mujeres votaron 3,07% más que los

hombres por la coalición opositora.

En el Senado, la reciente votación tampoco arrojó novedades respecto a los períodos

anteriores. Del total de 21 senadores electos(as), sólo 2 corresponden a candidatas. Cada

una de las senadoras electas pertenecen a las dos más grandes coaliciones políticas. En el

caso de la Concertación, la senadora equivale al 8,3% de su total de senadores electos. En

la Alianza, la senadora corresponde al 12,5% del total de senadores electos por dicha

coalición. Al diseñar un ranking de los 10 senadores(as) más votados, sólo una de las dos

senadoras pertenece a este grupo, liderándolo con un 43,66% de la votación. Hay que

considerar, sin embargo, que se trata de la senadora Soledad Alvear, ex ministra del

Gobierno de Ricardo Lagos y competidora de Bachelet al interior de la Concertación como

precandidata presidencial, por lo que el tratamiento y la exposición mediática pudieron

haber influido.

Como se observa, al considerar los datos de las últimas elecciones parlamentarias y la

presidencial en el balotaje, se puede inferir que las mujeres en términos generales han

tenido un lento avance en los cargos políticos, situación que sólo es posible comprender en

su totalidad tras analizar la realidad de las mujeres al interior de los partidos políticos, sus

influencias y redes de poder.

El único rasgo observable de lo dicho por Lipovetsky sobre la tercera mujer en la realidad

política chilena es el alto grado de visibilidad que adquieren, debido a su bajo número. En

otras palabras, es probable que cualquier ministra o diputada brille si no le teme a la

visibilidad que produce el efecto de género. “La infrarrepresentación numérica de las

mujeres engendra una tendencia a retirarse, a desdibujarse; lo que las penaliza no es el

miedo al éxito, sino el miedo a la visibilidad”, señala Lipovetsky.22

Si lo anterior es efectivo, ¿qué hizo que una mujer triunfara en la presidencial de enero? La

respuesta no está en el análisis de las cifras, sino en la narratividad mediática que hizo de

Michelle Bachelet un imaginario social con un alto grado de adhesión ciudadana. En la

forma como operan la Opinión Pública y los Imaginarios Sociales, se observa que sólo la

narratividad emerge como un esquema superestructural textual y como un dispositivo

cognitivo idealizador. La narración de los medios fue el gran espaldarazo para que las

narraciones de la vida cotidiana comenzaran a hacer los suyo, mitificando -como un gran

guión imaginario- los beneficios de una mujer presidenta.

La narratividad colectiva: lo que dijeron los medios

Sobre la narratividad colectiva o lo que dijeron los medios de comunicación (y las

personas) respecto a la candidata Bachelet aclararemos que hemos centrado nuestro análisis

en los contenidos informativos emanados de tres medios escritos de prensa diaria nacional,

entre septiembre de 2005 y enero de 2006. Ello, exclusivamente, a raíz de tener un mejor y

más fácil acceso al soporte de estas informaciones (el papel). No obstante, no hay que

olvidar que la campaña presidencial empezó mucho antes del plazo legal estipulado para

ello y que la radio, la vía pública, el boca a boca y, por sobre todo, las imágenes de

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televisión jugaron un rol fundamental en la estructuración de los imaginarios que llevaron

finalmente a una mujer a la presidencia. Es imposible no mencionar la figura de Bachelet

como Ministra de Salud o de Defensa. En este caso, están en la memoria colectiva las

imágenes de ella subida en un tanque, o bien en un avión de guerra o en la parada militar

del 18 de septiembre junto al presidente Lagos pasando revista a las tropas.

Entre los medios seleccionados para el presente análisis está diario La Nación (propiedad

del Estado y, lógicamente, afín al gobierno de turno); diario La Tercera (del grupo Copesa)

y diario El Mercurio (del clan Edwards), los dos últimos cercanos a la derecha política, o

sea a la opositora Alianza. A ello sumamos 2 reportajes de la Revista Mujer de La Tercera:

un suplemento destinado al público femenino que aparece los domingos.

En el caso de diario La Nación consignaremos que en el periodo de estudio, de un total de

163 artículos, notas, reportajes y entrevistas, 17 corresponden al género de opinión. Todos

ellos favorables a la candidata. De entre los 146 artículos restantes, 22 corresponden a la

categoría en la que se señala que Michelle Bachelet pone plazos, define o manda.

Obviamente, esta es la respuesta de La Nación frente a las críticas de la Oposición de que

la candidata “no manda” o “no tiene bien puestos los pantalones”. Asimismo, 20 notas se

refieren a que Bachelet da, recibe o pide apoyos. En otros 17 escritos se dice que Bachelet

gana las elecciones o bien son resultados de encuestas en los que aparece como ganadora o

con una amplia ventaja la candidata de la Concertación. También, en otros 15 artículos se

muestra una imagen positiva de Bachelet y negativa de Lavín y Piñera, respectivamente. El

resto de temas corresponden a cuestiones del momento, tales como los debates televisados,

la política contingente o temas del comando, entre otros. En este caso es más que evidente

que la cobertura del diario La Nación es favorable a la candidata y que encaja

perfectamente con el modelo de carreras de caballos o horse racing, puesto que el medio

hizo siempre gran hincapié en la cómoda ventaja que gozaba Bachelet por sobre los otros

dos candidatos.

Por su parte, diarios La Tercera y El Mercurio enfrentaron la cobertura de un modo algo

distinto. En La Tercera, de un total de 180 artículos, 29 de ellos eran de opinión;

pudiéndose encontrar juicios tanto a favor como en contra de la candidata. Los 151

artículos restantes, a diferencia de La Nación, no se centraron en los resultados de las

encuestas, puesto que tan sólo 11 de ellos así lo hicieron. En este caso es posible observar

una mayor variedad temática en las notas informativas del mencionado medio: que van

desde asuntos familiares de la candidata (el accidente de tránsito de protagonizado por una

de sus hijas) hasta los contactos reservados entre Bachelet y la Iglesia Católica. No

obstante, de igual forma se puede reconocer que hay importantes coincidencias temáticas

con el medio antes analizado. Por ejemplo, 23 artículos corresponden a que Bachelet da,

pide o recibe apoyos; 15 a que la candidata manda, define o interviene; 10 a situaciones en

que la Oposición saca mejor imagen que Bachelet y 9 en los cuales se señala exactamente

lo contrario, es decir, que Bachelet tiene o goza de mejor imagen que los candidatos de la

Alianza.

Por su parte, diario El Mercurio del total de 207 artículos, columnas, notas y reportajes, 94

son del género de opinión. La mayoría de estos últimos - como es lógico - están en contra

de la candidata, pudiéndose también encontrar algunos escritos (los menos) a favor de ella.

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“Congreso de Las Américas”. Lima, 3, 4 y 5 de agosto de 2006 10

De las 113 notas restantes, 20 tratan sobre cuestiones relativas a la propaganda electoral,

debates, foros, franja televisiva y campaña presidencial; 14 se refieren a que Bachelet pone

plazos, define, manda y refuerza; 14 a que Bachelet da, recibe o pide apoyos y 12 a

situaciones o dichos en donde Bachelet aparece con mejor imagen que la Oposición. Tan

sólo 8 hacen referencia a resultados de sondeos o encuestas que presentan a la candidata

como ganadora. Asimismo, entre la variedad de informaciones publicadas destacan un

sinnúmero de temas tales como el acceso igualitario a las mujeres en la política, la

posibilidad de una segunda vuelta, el cambio de estrategia de la candidata y la relación de

Bachelet con los partidos políticos, entre otros.

Asimismo, en los reportajes de la Revista Mujer de diario La Tercera se invitó a expertos

en publicidad e imagen a pensar y diseñar ficticiamente las campañas de las dos

precandidatas de la Concertación - Bachelet y Alvear - (24 de octubre de 2004). Para los

expertos consultados la cuestión del género no fue una cuestión a discutir, puesto que,

según ellos, ganarle a Joaquín Lavín dependía más de los méritos de las precandidatas que

de su condición de mujeres.

Del mismo modo, el segundo reportaje (15 de mayo de 2005) hace un perfil humano de

Bachelet a partir de sus propios dichos. En este caso, el titular reza. “En nuestro país hay

muchas Michelle”, haciendo ver que la candidata es una mujer más (con la cual las mujeres

se pueden fácilmente identificar) y como todas es una mujer sacrificada que se ajusta al

arquetipo de la tercera mujer acuñado por Lipovetsky.

A modo de conclusión

Como se puede apreciar, un análisis exhaustivo del relato mediático sobre Bachelet

identifica un imaginario que dominó la agenda informativa y que influyó en los resultados

electorales ya mencionados. Es necesario advertir, eso sí, que el fenómeno descrito tiene

muchas otras aristas que la sociosemiótica considera en un estudio de reconstrucción

intertextual. Si entendemos el discurso como “toda manifestación espacio-temporal de

sentido, cualquiera sea su soporte significante”23

, observaremos que todo acto de

producción de sentido le corresponde un momento de reconocimiento o consumo. También

se habla de la polisemia del texto mediático. Los mass media, su formato y contenidos, nos

despiertan muchos significados flotantes. El lector puede escoger algunos e ignorar otros.

Esto no es menor, sobre todo al constatar la gran cantidad de mujeres que el día del triunfo

de Bachelet se “colgaron al cuello” la banda presidencial, comunicando que ese día fueron

ellas las elegidas. Toda producción social de sentido es un proceso, es una cadena de

significación permanente, donde creación y reconocimiento se confunden en una semiosis

infinita. Por ello, en cualquier análisis discursivo se hace imperativa la aplicación de un

corte artificial, algo desde donde partir dicho análisis. Se escoge la huella dejada en el

discurso. En este caso, la huella de la tercera mujer tiene nombre y apellido: Michelle

Bachelet.

1 Castoriadis, Cornelius (1975). La institución imaginaria de la sociedad. Tusquets, Barcelona, 1986,

p. 328. 2 Cabrera, Daniel H. "Lo tecnológico y lo imaginario. Las nuevas tecnologías como creencias y

esperanzas colectivas" Biblos, Buenos Aires, 2006. p. 31

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“Congreso de Las Américas”. Lima, 3, 4 y 5 de agosto de 2006 11

3 Baeza, Manuel Antonio (2004). “Ocho argumentos básicos para la construcción de una teoría

fenomenológica de los imaginarios sociales”. Ponencia presentada en Seminario Imaginarios Sociales II,

Grupo Compostela de Estudio sobre Imaginarios Sociales (G.C.E.I.S.), sede Concepción. Facultad de

Ciencias Sociales, Universidad de Concepción. Disponible en repositorio de documentos en la página oficial

del grupo www.gceis.cl 4 Castoriadis, Cornelius (1997). Hecho y por hacer. Pensar la imaginación. Editorial Universitaria de

Buenos Aires, 1998, pp. 314 -315. 5 Pintos, Juan Luis (2004). Comunicación, construcción de realidad e imaginarios sociales.

Documento de trabajo, Grupo Compostela de Estudios Sobre Imaginarios Sociales, Universidad Santiago de

Compostela. Disponible en www.gceis.org 6 El detalle de esta división semiósica se puede consultar en Gómez, Pedro Arturo (2001). Imaginarios

sociales y análisis semiótico. Una aproximación a la construcción narrativa de la realidad. En “Cuadernos”,

febrero, número 17. Universidad de Jujuy, Facultad de Humanidades y Ciencias Sociales, Secretaría de

Ciencia y Técnica y Estudios Regionales. San Salvador de Jujuy,Argentina, pp. 195-209. 7 La analogía la explica el sociólogo español Juan Luis Pintos como fundamento de su modelo

relevancia-opacidad, que identifica la institucionalización de imaginarios sociales dominantes y dominados. 8 Cfr. Lippmann, Walter (1922). Opinión Pública, Compañía General Fabril Editora, Buenos Aires,

1964. 9 Lipovetsky, Gilles (1999). La tercera mujer. Permanencia y revolución de lo femenino. Anagrama,

Barcelona. 10

Ibid., p.10 11

Ibid., ibidem 12

Ibid., p. 214 13

Una excepción de ello, por ejemplo, la encontramos en algunas sociedades matriarcales polinésicas

e incluso en la Antigua Roma con el papel desempeñado por las vírgenes vestales descritas por Suetonio y

Plutarco en la Roma de los Césares. 14

La tesis de Amparo Moreno se detalla en Dittus, Rubén (2002). “Amparo Moreno y su crítica al

discurso androcéntrico: un ejercicio de de-construcción imaginaria”. Documento de trabajo no publicado.

Programa de Doctorado en Ciencias de la Comunicación. Universidad Autónoma de Barcelona. Se respalda la

idea de que el "arquetipo viril" ha sido objeto de una apropiación imaginaria. De este modo, la retórica del

discurso académico es determinada por un modelo de masculinidad que se sustenta en un sistema de valores

que se presenta como natural. 15

Lipovetsky. Op. Cit., p. 217 16

Ibid., p. 219 17

Se trata del capítulo IV del libro ya citado de Lipovetsky: ¿Hacia una feminización del poder? Parte

1. Mujeres directivas, mujeres políticos, pp. 240-265. 18

Castoriadis, Cornelius (1982) La institución imaginaria de la sociedad. Tusquets, Barcelona, pp.

174-175. 19

La Moneda es el nombre de la casa de gobierno de los presidentes chilenos; así como la Casa Blanca

es a los Estados Unidos o la Moncloa al estado español. 20

Un completo informe sobre la evolución femenina en los últimos 15 años de democracia se

encuentra en la recopilación efectuada por la Fundación Chile 21 sobre “Participación Laboral y Política de

las mujeres en Chile” bajo la dirección de Clarisa Hardy. 21

Cabe mencionar que el Senado chileno se renueva parcialmente cada cuatro años. 22

Lipovetsky. Op. Cit., p. 249. 23

Verón, Eliseo. Discurso, poder, poder del discurso. En “Anais de primeiro colóquio de Semiótica”.

Rio de Janeiro, PUC/Edicoes Loyola, 1980, pp.85.