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77 ARTE, LENGUAJE Y EDUCACIÓN: APUNTES PARA UNA CRÍTICA DE LA RAZÓN PEDAGÓGICA EN EL QUIJOTE JUAN CARLOS GONZÁLEZ FARACO Escribir (crear) es un acto de irreverencia, tanto en lo ético como en lo estilístico. Una verdadera novela nunca es histórica, política o social, en el sentido acadé- mico o formal del término, pues de hecho dejaría de ser novela para convertirse en un testimonio o en un libro de texto, es decir, en algo aburrido. REINALDO ARENAS, Necesidad de libertad, 1986 Como el pedagogo comenzó siendo un esclavo, la escuela no ha podido librarse por completo de esta condición sometida. LUIS SANTULLANO, Antipedagogía, 1938 RESUMEN. El Quijote es uno de los libros más interpretados y también más reveren- ciados de la literatura universal Unas veces, ha sido considerado como un relato de la historia de España o un símbolo nacional. Otras, como un depósito de sabiduría sobre las más diversas materias, y sus personajes, como arquetipos de determinados principios psicológicos, ideológicos o morales. En este artículo se analizan algunos textos que han querido destacar, sobre todo, los contenidos educativos de esta no- vela. Estos textos, publicados entre 1906 y 1929, y en parte vinculados al tercer cen- tenario de la publicación del Quijote, son representativos de algunas de las interpre- taciones que tradicionalmente ha sugerido esta novela. Sin embargo, la perspectiva de este artículo no es principalmente histórica. Trata, en realidad, de estudiar crítica- mente cómo se han construido los discursos pedagógicos sobre una obra que ha venido siendo considerada como lectura canónica desde hace mucho tiempo. Final- mente, y con ocasión de su cuarto centenario, propone una lectura del Quijote libre de preceptos morales, atribuciones simbólicas o reglas académicas: una lectura que recupere las posibilidades educativas de la misma narración novelesca. ABSTRACT. Quixote is one of the most revered and most widely interpreted books in world literature. Sometimes, it has been considered as an historical narrative of Spain or as a national symbol. On other occasions it has been regarded as a depo- sitory of wisdom about the most diverse subjects and its protagonists often have be- en depicted as archetypes of specific psychological, ideological and moral princi- ples. In this present work various texts are analyzed that have sought to emphasize, above all, the educational content of this novel. These texts (published between 1906 and 1929 and in part related to the third centenary of the publication of Qui- xote), are representative of some of the interpretations that traditionally this novel has inspired. Nevertheless, the perspective of this article is not principally historical. It attempts instead to examine critically how pedagogical discourses have been constructed about a work that has been considered canonical for a very long time. Finally, and on the occasion of its fourth centenary, a reading of Quixote is propo- sed that is free of moral precepts, symbolic attributions, and academic norms: a re- ading that would recuperate the educational possibilities of the fictional narrative. Revista de Educación, núm. extraordinario (2004), pp. 77-104. Fecha de entrada: 11-01-2004

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ARTE, LENGUAJE Y EDUCACIÓN: APUNTES PARA UNA CRÍTICADE LA RAZÓN PEDAGÓGICA EN EL QUIJOTE

JUAN CARLOS GONZÁLEZ FARACO

Escribir (crear) es un acto de irreverencia, tanto en lo ético como en lo estilístico.Una verdadera novela nunca es histórica, política o social, en el sentido acadé-mico o formal del término, pues de hecho dejaría de ser novela para convertirseen un testimonio o en un libro de texto, es decir, en algo aburrido.

REINALDO ARENAS, Necesidad de libertad, 1986

Como el pedagogo comenzó siendo un esclavo, la escuela no ha podido librarsepor completo de esta condición sometida.

LUIS SANTULLANO, Antipedagogía, 1938

RESUMEN. El Quijote es uno de los libros más interpretados y también más reveren-ciados de la literatura universal Unas veces, ha sido considerado como un relato dela historia de España o un símbolo nacional. Otras, como un depósito de sabiduríasobre las más diversas materias, y sus personajes, como arquetipos de determinadosprincipios psicológicos, ideológicos o morales. En este artículo se analizan algunostextos que han querido destacar, sobre todo, los contenidos educativos de esta no-vela. Estos textos, publicados entre 1906 y 1929, y en parte vinculados al tercer cen-tenario de la publicación del Quijote, son representativos de algunas de las interpre-taciones que tradicionalmente ha sugerido esta novela. Sin embargo, la perspectivade este artículo no es principalmente histórica. Trata, en realidad, de estudiar crítica-mente cómo se han construido los discursos pedagógicos sobre una obra que havenido siendo considerada como lectura canónica desde hace mucho tiempo. Final-mente, y con ocasión de su cuarto centenario, propone una lectura del Quijote librede preceptos morales, atribuciones simbólicas o reglas académicas: una lectura querecupere las posibilidades educativas de la misma narración novelesca.

ABSTRACT. Quixote is one of the most revered and most widely interpreted books inworld literature. Sometimes, it has been considered as an historical narrative ofSpain or as a national symbol. On other occasions it has been regarded as a depo-sitory of wisdom about the most diverse subjects and its protagonists often have be-en depicted as archetypes of specific psychological, ideological and moral princi-ples. In this present work various texts are analyzed that have sought to emphasize,above all, the educational content of this novel. These texts (published between1906 and 1929 and in part related to the third centenary of the publication of Qui-xote), are representative of some of the interpretations that traditionally this novelhas inspired. Nevertheless, the perspective of this article is not principally historical.It attempts instead to examine critically how pedagogical discourses have beenconstructed about a work that has been considered canonical for a very long time.Finally, and on the occasion of its fourth centenary, a reading of Quixote is propo-sed that is free of moral precepts, symbolic attributions, and academic norms: a re-ading that would recuperate the educational possibilities of the fictional narrative.

Revista de Educación, núm. extraordinario (2004), pp. 77-104.

Fecha de entrada: 11-01-2004

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INTRODUCCIÓN1

Las primeras veces que introduje en elordenador la asociación de palabras «Qui-jote-Educación» obtuve una sola respuestabibliográfica: el opúsculo titulado Comen-tarios sobre las frases de El Quijote que tie-nen relación con la educación y la instruc-ción públicas, publicado en 1906 por D.Antonio Cremades y Bernal. Por las brevesindicaciones de la cita, supuse enseguidaque este libro guardaba alguna relacióncon las celebraciones del tercer centenariodel Quijote. Al poco tiempo, comprobéque mis sospechas eran fundadas. Se trata-ba, efectivamente, de un librito de cuaren-ta páginas que obtuvo, como consta en lacubierta, el primer premio en el CertamenNacional celebrado por la AsociaciónNacional de Maestros públicos de Barcelo-na, para «solemnizar» aquella efeméride.

La combinatoria tecnológica me habíapuesto, sin yo pretenderlo ni haberlo pre-visto, ante un documento «antiguo» y, portanto, ante un estudio histórico inesperado,pero ahora posible. El proyecto que habíapensado acometer, aunque todavía indefi-nido, no iba a moverse en ese terreno. Estehallazgo, fruto de la casualidad, puso encuarentena mi propósito inicial y, tal comoDon Quijote confió a Rocinante la eleccióndel camino a tomar, me dejé llevar yo porla intuición, acaso también por la curiosi-dad, y empecé a tirar de este hilo hasta ver-me literalmente atrapado en una maraña detextos relacionados, de cerca o de lejos,con las celebraciones del año 1905.

No quiero cansar al lector con elrecuento de mis desventuras en un laberin-to del que sólo he podido escapar amedias, y no indemne, tras muchos días ytrabajos, afortunadamente aliviados por la

fascinación que me producía descubrir, trascada lectura, nuevas posibilidades de acer-camiento al personaje, al autor y a la nove-la. Estas emociones, que tanto animan enmomentos de desconsuelo, no son, sinembargo, buenas consejeras para planear,conducir y concluir un artículo que cumplacon los requisitos académicos al uso. Lle-vado por la seducción, más de una vez seva uno por las ramas y no logra enjaretar,como debiera, un argumento acorde, sus-tantivo, bien trenzado. Para salir de esteatolladero, sin arriesgar mi amorosa rela-ción con la novela, había que buscar másque un objetivo (que, no lo olvidemos, vie-ne de objeto), una tonalidad, un tono narra-tivo, que sería el que habría de señalar, sinacotarlo, el terreno en el que se movería eldiscurso. La cita que encabeza este artícu-lo, del escritor cubano Reinaldo Arenas(Necesidad de libertad, 2001, p. 210), tieneprecisamente esa misión tonal –tambiéntonificante–, porque no habrá habido libromás reverenciado e interpretado (quierodecir manoseado) en la literatura universalque esta novela de aventuras, de la queahora se cumplen cuatro siglos.

Sobre reverencias al Quijote hay tantosejemplos disponibles que casi cabría hablarde un culto regular, del que el mismísimoMenéndez Pelayo se quejaba, puesmuchos, decía, habían hecho de esta nove-la una especie de evangelio (Ayala, 1974).En ese culto hay pluralidad de confesiones,aunque en ellas no sobra la ecuanimidad.Cervantófilos los hay de toda condición,lustre y perspectiva, hasta los que practicancierto «fundamentalismo» literario o intelec-tual. Unas veces, las loas han ido a pararprincipalmente a Cervantes; otras a sulibro, El Quijote, y algunas a Don Quijote.A Ortega no le interesaba tanto el persona-

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(1) Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a Luis Gómez Canseco por su valiosa ayuda en la ela-boración de este artículo. Quiero además dedicárselo a Manuel Espinosa del Pino, quien siempre tenía en laboca aquello de...: «La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos,con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar encubre: por la libertad, así como porla honra, se puede y debe aventurar la vida”.

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je como el «quijotismo» del libro y de sucreador (Marías, 1990, p. 85, nota 70),mientras que a Unamuno Cervantes lo traíaal fresco, tanto que escribió su propio Qui-jote (1905), marcando distancias con el ori-ginal (Navarro, 1992, p. 85). Pero si desacralización y ritualidad se trata, lo mássabroso es recordar su furibunda llamadapara liberar la tumba del caballero andante(Storm, 2001) en su conocido artículo «Elsepulcro de Don Quijote» (1906), que, apartir de la segunda edición (1914), yasiempre acompañaría su Vida de Don Qui-jote y Sancho. «Sí, creo que se puede inten-tar la santa cruzada –escribía (1992, p.142)– de ir a rescatar el sepulcro de DonQuijote del poder de los bachilleres, curas,barberos, duques y canónigos que lo tie-nen ocupado. Creo que se puede intentarla santa cruzada de ir a rescatar el sepulcrodel Caballero de la Santa Locura del poderde los hidalgos de la Razón». Dejo para otraocasión los sarcásticos comentarios queesta «romería laica» le inspiró a Luis Cernu-da, aunque animo al lector a que los degus-te.

Como digo, abundan las actitudesreverenciales entre los admiradores delQuijote. Otra, casi tan unamuniana como ladel propio Unamuno, es la de su coetáneoNavarro Ledesma, a quien Rubén Daríodedicara sus «Letanías de Nuestro SeñorDon Quijote» (1905). Con inspiración casibíblica, Navarro Ledesma vislumbra enDon Quijote a ese «Padre común» quehabrá de «liderar la lucha por el renaci-miento nacional». Y así lo invoca: «NuestroPadre y Señor Don Quijote nos dará subendición, y su creador el divino, el Inge-nioso Hidalgo Don Miguel de CervantesSaavedra, nos otorgará el mayor de losdones del Espíritu humano… el don… dela Redentora Alegría» (Storm, 1998, p. 652).Amén. Ésa debe ser la palabra que a Nava-rro Ledesma, uno de los más activos pro-motores del tercer centenario, le hubieragustado oír tras su encendida plegaria enfavor de un coloso, a quien ponía por enci-

ma de filósofos como Kant o Nietzsche, ode santos como Ignacio de Loyola o Teresade Ávila.

Alberto Navarro, en una extensa intro-ducción crítica al libro de Unamuno (1992,pp. 15-130), coincide con la mayoría de losestudiosos en que Cervantes y el Quijoteconcitan durante el siglo XIX una múltipley contradictoria exaltación. Para unos, seráun dechado de virtudes cristianas, al que seconsagran misas, homilías y sufragios. Paraotros, un adelantado a su tiempo, un eras-mista en el páramo de la contrarreforma,demócrata, librepensador y anticlerical.Para todos, Don Quijote será la sublimeencarnación de un ideal. Y su historia, parapoetas románticos como Byron, Schelling oHeine, la más admirable, profunda y dra-mática reflexión sobre la condición huma-na. Desde esta primera apoteosis cervanti-na, el encumbramiento del escritor y sucriatura no ha cesado. Sirva de ejemplo laactual costumbre de celebrar el Día delLibro (que, por supuesto, conmemora elaniversario de la muerte de Cervantes) con«maratones quijotescos» que consisten en lalectura pública de la novela, íntegra y deun tirón, en alguna tribuna principal deMadrid, con la habitual participación depolíticos, gente afamada y cámaras de tele-visión.

Esta especie de «comunión» con «lapalabra cervantina», a pesar de su aire pro-fano, pone de relieve el estilo reverencialque se ha aplicado al Quijote desde casitodas las esquinas ideológicas, y que hadado en concebirlo como icono de culto,sin que ello signifique que sea un libromuy leído y menos aún un libro meditado.Luis Cernuda, en un artículo excepcionalde 1940 sobre Cervantes, que ha poco insi-nuamos y al que volveremos más adelante,se queja de los maléficos efectos de esteéxito:

Toda posición señera es siemprearriesgada, y uno de los riesgos que aca-rrea, y no el menor, es el de la inconsidera-da admiración. Parece como si lo admirable

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de un hombre que ha conseguido destacar-se sobre los demás no fuera su propio y sin-gular valer, sino el hecho de hallarseencumbrado (Cernuda, 1994, p. 669).

Refiriéndose al Quijote, hasta JoséMaría Pemán decía en 1947, con ocasiónde una de tantas conmemoraciones cervan-tinas, que «cuando todos ponen sus manossobre alguien, al cabo de los siglos acabapor no saberse si aquello es una apoteosiso un linchamiento» (Pemán, 1947, p. 27).Llamativa y chocante coincidencia de juicioentre personas tan dispares, aunque, enverdad, sólo aparente y provisional: no haymás que proseguir hasta el final sus res-pectivos discursos. No importa desde quéperspectiva, lo cierto es que Cervantes y elQuijote han venido siendo sumidos y oscu-recidos bajo una espesa hojarasca de lectu-ras inflamadas, tan formales, tan triviales,que más parecen arengas, sermones o plá-ticas pastorales. Condenados al homenajeperpetuo y, últimamente, carne de espectá-culo, autor y personaje se nos han vueltodistantes, siendo tan cercanos; tan rotun-dos, gustando tanto de la ironía; tan bana-les, a pesar de su sutil discreción; tanromos, teniendo tantos perfiles.

Desde luego, no todo ha sido glorifica-ción en la muchedumbre de exámenes aque han sido sometidos Cervantes y el Qui-jote. Hay quienes (sin llegar ni muchomenos a la detracción) aplacan el elogioconsiderando que Cervantes ha alcanzadomucha más resonancia de la que jamás élhubiera imaginado, con una obra pensadacomo simple parodia de los libros de caba-llería. A Juan de Valera, de quien se diceque leyó el Quijote treinta o cuarentaveces, siempre le pareció ante todo unlibro de entretenimiento (Navarro, 1992),escrito por «un ingenio lego», conforme consu tiempo y en absoluto rebelde o precur-sor de la modernidad. Otros, dándole unavuelta de tuerca a esta opinión, adjudican aDon Quijote un cóctel de defectos de losque hay que huir. Ramiro de Maeztu lomira como un viejo cansado, espejo del

cansancio histórico de un pueblo que hasufrido una larga decadencia. Maravall –elprimer Maravall– ve a un reaccionario quesueña con ideales trasnochados (Varela,pp. 342-343). Para Azorín (1998, pp. 157-158), Don Quijote es un loco fantaseador,cuyo bienintencionado esfuerzo resultavano. Para Ramón de Garciasol (1969, p.152), «Don Quijote es aviso y escarmientopara quijotadas inútiles», un antihéroe delque Cervantes se vale para advertirnossobre la esterilidad política de la acciónindividual. Pero en todos ellos, incluso enquienes, con rigor puritano, llegan a supri-mir pasajes que consideran «escabrosos»(Canseco, 1991) o alertan a los jóvenescontra el mal ejemplo de un aventureroindisciplinado que vive sin trabajar (Téllez,1929), incluso en esos casos, observamossin excepción una tendencia al desafuero yla veneración ante Cervantes y su obra.

Antes decía que, además de reveren-ciado, el Quijote es uno de los libros másinterpretados de la literatura universal.Hasta ahora sólo he querido mostrar laactitud, comúnmente devota, de muchoslectores ante el Quijote, sin entrar a consi-derar, al menos en profundidad, las clavesde sus respectivas lecturas. Naturalmente,lo uno está estrechamente relacionado conlo otro. La (pre)disposición afectiva o los(pre)juicios con que nos enfrentamos a untexto capital como el Quijote, antes dehaberlo leído, va a condicionar su lectura,es decir, el modo como vamos a interpre-tarlo. Entiendo aquí «interpretado» comodiseccionado, sea por la razón histórica,por la lógica académica o por ambas almismo tiempo.

La primera ha tendido a convertir alQuijote en un relato de la decadencia o delporvenir de España o en un emblemanacional. La segunda, en un tratado sobrelas más variadas materias, en un pozo desabiduría donde encontrar respuesta a latotalidad de los problemas humanos. Ellibrito del Sr. Cremades y Bernal me brindóla oportunidad de contemplar el resultado

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de una de estas incontables operacionesquirúrgicas: la conversión de la novela enun minitratado pedagógico, mediante laconcienzuda extracción de frases literales,luego comentadas. Nuevos textos me ofre-cieron más ejemplos de este mismo méto-do aplicado con distintas finalidades, loque me permitió profundizar en uno de losefectos del análisis fragmentario de lanovela: podía dar pábulo casi a cualquierinterpretación y a casi cualquier propósitoideológico, político o moral.

Esta constatación es un clamor del queno voy a dar más detalles. Baste, por ahora,reconocerlo. Mi interés se va a centrar espe-cíficamente en las interpretaciones pedagó-gicas del Quijote. Al libro de D. AntonioCremades quiero añadir algunos otros tex-tos publicados entre 1905 y 1929: Siurot,1916 y 1923; Ballesteros Curiel, 1919 yTéllez, 1929. Todos ellos, con uno u otroacento, se sitúan en la estela levantada porlas celebraciones del tercer centenario de laaparición de la primera parte del Quijote.No trato de reconstruir los precedentes, cir-cunstancias y consecuencias históricas deese evento secular, sobre el que Eric Storm(1998 y 2001) y Carlos Gutiérrez (1999),entre otros, han escrito artículos muy suge-rentes. Pero será inevitable contar con esemomento crítico del cervantismo contem-poráneo, en el que se fomenta decidida-mente el culto hacia la figura de Don Qui-jote, como telón de fondo del estudio de lostextos pedagógicos citados. A través deellos contemplaremos, sin duda, el climapolítico de la España de entresiglos y lasprimeras décadas del XX, y también podre-mos detectar las discordantes interpretacio-nes que suscitaba entonces el Quijote.

En este sentido, nuestra indagaciónpuede considerarse histórica, tomando estecalificativo en su versión más típica. Sinembargo, estos textos no van a ser miradosprincipalmente como objetos etnohistóri-cos, sino más bien como traduccionespedagógicas de una obra creativa. Nosinteresa conocer cómo se ejecutan esas tra-

ducciones, o dicho de manera más ampu-losa: cuál es su política de conocimiento.Nótese que no hablamos de versionesadaptadas de la novela, sino de comenta-rios educativos sobre ella, con frecuenteapelación a las citas literales o a la recrea-ción más o menos libre de algunos pasajesseleccionados. Nos gustaría, con esta mira-da, amortiguar la tentación historicista y lle-gar un poco más lejos para tratar de res-ponder a una pregunta más general: ¿quésucede cuando una obra de arte, una nove-la en este caso, se transforma en un objetopedagógico cuyo ineludible fin es transmi-tir esta o aquella idea y persuadir de este oaquel precepto?

Para orientar esta búsqueda, me valgode la posición genealógica que adoptanThomas Popkewitz, Barry Franklin yMiguel Pereyra al distinguir la historia cul-tural de la historia intelectual tradicional.«Para los historiadores culturales –escriben(2003, pp. 9-10)– la historia es el estudio delas formas históricamente construidas derazón que enmarcan, ordenan y disciplinannuestra acción y participación en el mun-do». El lenguaje ocupa un papel central enuna exploración semejante, siempre que seentienda desde una perspectiva diametral-mente opuesta a la que detentan los filólo-gos, con su acostumbrada «soberbia grama-tical», como diría Borges (Larrosa, 2003, p.135). Pensamos en el lenguaje a partir del«giro cultural» (Bonnell y Hunt, 1999) y del«giro lingüístico» acaecidos en la epistemo-logía contemporánea de las ciencias socia-les, es decir, como algo que, según Nóvoa(2003, p. 68), «redefine las subjetividades eidentidades, adscribe reglas y comporta-mientos, configura significados y convic-ciones». Este giro nos ofrece un conjuntode posibilidades tremendamente apeteci-bles para los estudios educativos, y en par-ticular para los análisis históricos y cultura-les. Desde él, se repiensa la historia comouna narración que no es independiente delos hechos, pero tampoco un descriptivoreflejo de ellos.

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Al desprendernos de una mirada dema-siado cronológica y contextual de la histo-ria, la podemos contemplar como un dispu-tado «campo de prácticas culturales»mediante las cuales definimos problemas,conjeturamos sus causas y arbitramos solu-ciones (Popkewitz, Franklin y Pereyra,2003, p. 16), es decir, reconocemos el mun-do y nos reconocemos a nosotros mismosen él, como miembros de un grupo y comosujetos concretos. La historia se vuelve asíhistoria del presente. Y es así como preten-do comprenderla al producir un texto sobreun conjunto de textos de los comienzos delsiglo XX que hablan de otro texto, el Quijo-te, de comienzos del siglo XVII: como unanarración en cuya inacabada construcciónnos vemos finalmente involucrados.

Antes, proponía, como una de las cues-tiones que debía considerar, el significadode estos comentarios pedagógicos en elmarco cultural del tercer centenario y de laEspaña de la Restauración, pero sorteandoen lo posible una visión típicamente histori-cista. En realidad, mi propósito es plantearuna crítica de esos textos dentro de un cur-so narrativo que nos lleva a preguntarnospor el Quijote y sus lecturas pedagógicas acomienzos del siglo XXI, pero también aimaginar otras lecturas educativas posiblespara este tiempo de modernidad tardía que,a mi juicio, habrán de ser preferentementeantipedagógicas. El segundo fragmentoincluido en la cabecera de este trabajo quie-re contribuir, junto al de Reinaldo Arenas, aentonar el texto y orientarlo en esta direc-ción. Ha sido extraído de un artículo (justa-mente titulado «Antipedagogía») publicado–con cierto espíritu «quijotesco»– por LuisSantullano en una Barcelona al borde delasedio (Hora de España, junio de 1938),¡extraña hora para acordarse de Rousseau!Si Arenas hablaba de la irreverencia del actode escribir (por complicidad, podría decirselo mismo del acto de leer), entiendo que«irreverente» en nuestro caso viene a signifi-car «antipedagógico». Veamos a continua-ción en qué sentido.

ENSEÑAR O DELEITAR: FUNDAMENTOSPARA UNA LECTURA ANTIPEDAGÓGICADEL QUIJOTE

Sobre el Quijote pesa como una losa la fra-se de un canónigo (que no del ingeniosohidalgo) a la que se recurre con frecuenciapara justificar su carácter «pedagógico» ydar pie a lecturas con alguna finalidad edu-cativa: «El fin mejor que se pretende en losescritos (…) es enseñar y deleitar junta-mente» (I, 47). Aunque el sentido copulati-vo de esta proposición parece claro (ense-ñar deleitando, deleitar enseñando), hayintérpretes de la obra cervantina que ladeshacen en dos intenciones dispares yyuxtapuestas (ora enseña, ora deleita).Sucede esto, primeramente, como conse-cuencia formal de una lectura académica yanalítica del texto en la que se olvida elrelato novelesco. El fragmento forma partede una larga plática literaria entre el cura yun canónigo, mientras escoltan el carro enque Don Quijote viaja enjaulado. En sudesarrollo se observa que la inicial inquinade ambos contertulios contra los libros decaballería u otras historias de ficción se vapoco a poco atemperando y matizando.Ambos encomian el vasto campo que ofre-cen a la libertad creativa y el aliento quedan a la imaginación. Para el canónigo, eldeleite es hermano de la hermosura y «de laingeniosa invención que tire lo más quefuere posible a la verdad». Sólo «lo más quefuere posible», con toda la modestia. Ni seaferran tanto al realismo como cabía dedu-cir de los inicios de su charla, ni propugnanun sentido exclusivamente apologético omoral para la literatura. No es fácil com-prender cómo, a partir de diálogos comoéste, tan frecuentes en el Quijote, en losque se aprecia una viva dialéctica entre losinterlocutores y una evolución en sus res-pectivas posiciones, alguien puede inter-pretar determinados enunciados comopronunciamientos absolutos, de inequívo-co e inmutable sentido. Que haya quienesprefieran leer dos intenciones yuxtapues-

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tas, separadas o separables (enseña/delei-ta) en la proposición que venimos comen-tando, puede que suceda precisamenteporque otorgan a estos términos un sentidoestable y unívoco. Tal vez estiman que lasburlas, los amoríos desdichados, las enso-ñaciones o las peripecias alocadas que tan-to divierten y menudean en la novela, o tie-nen un valor educativo irrelevante o senci-llamente pueden ser perniciosas para laeducación de los niños. Como sabemos, elempleo del binomio o la antinomia, comoestrategia para la interpretación del Quijo-te, es tan común que ha creado un ramille-te de imágenes dicotómicas mayoritaria-mente aceptadas. A estas cuestiones volve-remos más tarde.

Hay, desde luego, quienes ven en esafrase dos intenciones fundidas, o juntas, talcomo se infiere del texto: enseñar deleitan-do o bien deleitar enseñando (el orden noes semánticamente inocuo), pero, en cual-quier caso, lo que importa es que tantoestos lectores del Quijote, acaso más tex-tuales, como aquellos otros, más dados adescontextualizarlo, advierten en esteenunciado una declaración de intencionali-dad didáctica que pone de relieve el ani-mus docendi de su autor, reflejado princi-palmente en cientos de reflexiones, conse-jos, sentencias y refranes, tras los que cabeintuir toda una filosofía educativa. Frag-mentado en lecciones, el Quijote se trans-forma en un libro de texto cuya lectura,normalmente en versiones infantiles ojuveniles, ha sido más de una vez de obli-gado cumplimiento en las escuelas españo-las. Al serle aplicada la razón pedagógica yser, en consecuencia, repensado comoherramienta para el gobierno del alma, lanovela deviene objeto pedagógico. Comotal trataré de estudiarlo a partir de ahora através de los textos que anteriormente cité,concebidos –ya se dijo también antes–como discursos históricos, pero no pasa-dos, en tanto que modelos culturales deconocimiento. No negaré que este estudiotiene un objetivo «deconstructor», porque

compartimos la idea de que la «pedagogi-zación» de la obra de arte la ensombrece y,en consecuencia, arruina sus posibilidadesverdaderamente educativas.

Para este ejercicio irreverente me hanservido de referencia y orientación teóricaalgunos textos, relacionados o no con elQuijote o Cervantes. Muchos son estudioshistóricos; otros, no. Quisiera destacar, noobstante, unos cuantos. El primero deellos, ya aludido, es un brillante artículo deLuis Cernuda sobre Cervantes (1940), cuyotema central es el Quijote. En segundolugar, el reciente ensayo de Peter SloterdijkNormas para el parque humano (2001),que, como se puede leer en su subtítulo, esuna «respuesta a la Carta sobre el humanis-mo de Martin Heidegger». Además de estosdos textos tan distantes, me han dado pis-tas de grandísimo interés estos otros: loscomentarios de Jorge Larrosa (2003) sobrela traducción a partir del singular texto deBorges «Pierre Ménard, lector del Quijote»,incluido en su obra Ficciones (1971);muchas de las reflexiones de Joan CarlesMèlich sobre la narratividad en su Filosofíade la finitud (2002), y, especialmente, elinteligente ensayo de Julián Marías sobreCervantes y el tema de España (1990).

Quiero empezar esta discusión sobrelas lecturas pedagógicas del Quijote preci-samente de la mano de éste último. Recuer-da y analiza Julián Marías el conocido epi-sodio en el que Don Quijote le arrebata aun barbero una bacía con la que se prote-gía la cabeza de la lluvia y que él confundecon el yelmo de Mambrino. En la escena senos presentan tres personajes cuya relacióncon el objeto de la disputa es diferente: elbarbero huye despavorido tras perder, amanos de aquel caballero estrafalario, unutensilio de su trabajo, temporalmente usa-do como sombrero; Don Quijote cree verun botín fabuloso en aquella bacía (yelmo)reluciente; Sancho observa y avisa de laconfusión a su amo. Por supuesto, el lectorcomún ve en este episodio un ejemplo típi-co de la discontinuidad entre la realidad y

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la fantasía, presente, por demás, a lo largode toda la obra. Aquí, como en otros pasa-jes, se nos muestra una cosa, un hecho,que un personaje (Sancho) reconoce ydefine tal cual es realmente, y que otro(Don Quijote) inventa y narra como cree oimagina que es. Marías, por supuesto,admite que «la cuestión de la realidad y laficción es el sustrato del Quijote» (1990;p. 239), pero rebate que su relación sea tansimple y diáfana. Don Quijote vive unarealidad que no viene de la realidad, nisiquiera de su realidad previa como hidal-go manchego, sino de la ficción de loslibros de caballería. La novela, argumentaMarías, es la realización de una vida yaimaginada y proyectada explícitamente porun sujeto (sólo en la primera salida de DonQuijote hay una cierta indeterminación enel propósito), y no como la vida del comúnde los individuos, que va siendo imaginaday descubierta conforme la van viviendo.

Julián Marías, como digo, relee el epi-sodio del yelmo y pone en cuestión la rup-tura semántica que la mayoría ve en él, pre-guntándose por «quién es el autor de lainterpretación de la bacía como yelmo. Sedirá que Don Quijote –continúa–; no es así,sino el barbero, que la puso en la cabeza.La bacía no está hecha para ponérsela en lacabeza, el barbero la convierte en yelmo, layelmifica. Lo único que Don Quijote añadees la identificación con el que le interesa, elde Mambrino» (Marías, pp. 1990: pp. 241-242). Se me viene a la memoria un dibujode Salvador Dalí en el que un hombre llevacomo sombrero una hogaza de pan. Tam-bién, algunos cuadros de René Magritte enlos que los objetos «reales» ocupan lugareso tiempos inverosímiles: un cielo luminososobre unas casas en la penumbra de lanoche, dos palomas enjauladas en el tron-co de un hombre, un tren saliendo de unachimenea. Según André Breton (1965, p.347), precisamente el escrúpulo figurativo,el aparente realismo de los objetos, le per-mite a Magritte (acaso también a Cervan-tes), pasar de su sentido propio a su sentido

figurado. Encontrar lo maravilloso en locotidiano, casi siempre a través del humor:¿puede haber mejor objetivo para la educa-ción? Cernuda piensa que ése es precisa-mente el más extraordinario descubrimien-to de Cervantes: «… cómo la vida misma,sin intrigas, ni peripecias melodramáticas,la vida de cada día, los caminos cotidianosy sus posadas vulgares, con las gentes quepor ellos cruzan un momento; gentes,caminos, cosas que nadie hasta él supo vercon una mirada tan clara y honda, se des-piertan y entran al fin en la esfera del arte»(Cernuda, 1994, pp. 686-687).

Las complejas relaciones entre realidady ficción son una constante a lo largo de lanovela. Cualquier acontecimiento, pornimio y anodino que sea, depara una opor-tunidad para la fabulación. El lector se veinesperadamente sacudido por un súbitocambio de plano –la ficción entra y sale dela realidad, la realidad entra y sale de la fic-ción– o por la simultaneidad de planos dis-tintos en un mundo en el que casi nada esexactamente lo que parece y todo puedemudarse en cualquier momento. Volviendoal episodio del yelmo, Julián Marías (1990,p. 242) nos recuerda el posterior reencuen-tro de los tres protagonistas del suceso y elcoloquio que entablan sobre un objeto queel barbero sigue llamando bacía –que es loque es–, que Sancho, dudando ya de todo,renombra como «baciyelmo» –ahora leparece que la bacía ha adquirido una natu-raleza ambigua– y que Don Quijote, en sustrece, sigue viendo como yelmo, aunqueahora admite que la realidad de las cosas esinterpretable: «Eso que a ti te parece bacíade barbero, me parece a mí el yelmo deMambrino y a otro le parecerá otra cosa»,dice.

Después de descender a una cavernadonde tiene una revelación onírica y con-templa un mundo de prodigios, Don Qui-jote ve aún más clara la vida humana: «…ahora acabo de conocer que todos los con-tentos de esta vida pasan como sombra ysueño, o se marchitan como flor del cam-

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po» (II, 22). El sueño es un acto de conoci-miento, una percepción más intensa de lascosas, según Heráclito. Tras su supuestairrealidad hay tan sólo una realidad dife-rente. La soga por la que Don Quijote entray sale de la cueva de Montesinos es el hiloque comunica dos mundos diferentes, perocontiguos.

Detengámonos un momento en lospersonajes de la novela. Si se pregunta aalguien por el protagonista, es muy proba-ble que sólo señale a Don Quijote. Pocospondrían en pie de igualdad a Don Quijotey a Sancho, y menos aún (Unamuno, es uncaso ejemplar; Cernuda, también) aceptarí-an que Don Quijote y Sancho son, en reali-dad, caras de un mismo sujeto, «de la mis-ma sustancia espiritual», dice Cernuda,quien, sin embargo, y en las antípodas deUnamuno, los siente enteramente huma-nos y, por tanto, con luces y oscuridades.Luis Cernuda se irrita con quienes los pre-tenden «incluir bajo una denominaciónexclusiva» (Cernuda, 1994, p. 684), unamarca, un rasgo esencial y perenne (idea-lista, realista…) o un temperamento inva-riable.

Ya el poeta sevillano se había referido aMenéndez Pelayo como uno de los induc-tores principales de este entendimiento tanburdo, tomado, sin embargo, como uncanon a partir del cual tendemos a pensaren los personajes de la novela como repre-sentación de modelos ideales más quecomo individuos vivos, y por tanto ambi-guos. A juicio de Cernuda (1994, pp. 677-678), Don Marcelino –recuperando, porcierto, la tesis de Gregorio Mayans, uno delos pioneros del cervantismo (Navarro,1992)– instaura un canon interpretativo,que aún colea, según el cual «gran parte delefecto cómico de Don Quijote estriba en elcontraste entre lo que las cosas son en sí, ylo que parecen en la fantasía del héroe».Aparte del desdén que esta simplificaciónsupone para la finura de espíritu de Cer-vantes («el español más sutil de cuantoshayamos tenido noticia»), Luis Cernuda está

convencido de que, desde entonces,«empieza a deformarse la armoniosa dimen-sión humana de nuestro caballero, convir-tiéndole en campeón de un idealismoabsurdo, el idealismo que consiste práctica-mente, a la inversa del proverbio vulgar, enllamar pan al vino y vino al pan, que tantossecuaces ha tenido entre los españoles».Más claro no se puede decir.

El Quijote es una novela que crece bajoel signo de la amistad, que es una relación,como diría J. Carles Mèlich (2003), basadaen la deferencia, de la que nace la únicaética posible en el mundo contingente, fini-to, de los seres humanos. La figura de DonQuijote sólo empieza a definirse y a crecer–comenta Luis Cernuda (1994, p. 683)–cuando une su destino al de Sancho desdesu segunda salida (I, 7). Caballero y escu-dero no caminan por las planicies manche-gas como una pareja de actores que perso-nifican un guión o encarnan dos categoríasalegóricas, sino como dos amigos que con-versan, cada cual con la mente en su pro-pio ideal, es decir, con su propio lenguajesobre la realidad. En sintonía similar, JuliánMarías (1990, pp. 172-173) afirma que DonQuijote y Sancho mantienen una relaciónlocuente, dialéctica, mediante la que labranuna «unidad inseparable», y van constru-yendo su identidad y recorriendo la vida.Los moralistas y los pedagogos, que la cap-tan más bien como una relación docente,ven en sus diálogos una desigual comuni-cación entre un sabio y un ignorante, entrealguien que enseña y alguien que aprende.Pero su relación, dígase lo que se diga, es,como cualquier vida, una narración com-partida. Sin Sancho, sin su afición al diálo-go, poco o nada sabríamos de Don Quijo-te; él nos lo descubre con toda su vitalidady complejidad, «con esa doble faz de deseoy realidad, de éxtasis y de acción, combi-nando dos estados espirituales aparente-mente contradictorios» (Cernuda, 1994, p.686). También Sancho nace de esta relacióndialéctica y también se nos revela con susparadójicas cualidades: necio y charlatán,

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juicioso y bueno… (Cernuda, 1994, p. 684).De cualquier modo, menos como un pobreestereotipo.

Don Quijote y Sancho no son los úni-cos protagonistas de esta historia; son sólolos principales personajes presentes. Éstaes una novela de ausencias, narrada tam-bién por otros actores invisibles: Dulcineay la caterva de encantadores. Una y otros,sin hacerse nunca evidentes más que en elamor o el delirio de Don Quijote, compar-ten su protagonismo y ayudan a tejer la tra-ma. Dulcinea alimenta la voluntad y eldeseo de su enamorado: le presta un hori-zonte de posibilidades, tal vez inalcanza-bles. Los encantadores hacen viable laalquimia entre la realidad y la ficción,transmutando la vida en una sustanciamóvil, abierta al encantamiento, que tam-bién aviva el deseo. Además, los persona-jes del Quijote no siempre responden a loque de ellos se espera; a veces, contravie-nen abiertamente las costumbres de suépoca. La pastora Marcela es un personajenietzscheano que vive a su aire contra laopinión de todos; no es hija de su tiempo,sólo una mujer libre.

¿Por qué, entonces, se habla de DonQuijote de manera tan rectilínea, por quése le define sin sombra de duda? ¿Cómo esposible interpretar una narración que serige por estas mudanzas, trasiegos y juegosde apariencias como un elemental catálogode principios canónicos o imperativosmorales indiscutibles? Desde luego, esposible. De hecho, es corriente etiquetar asus personajes con categorías distintivas,basadas en una metafísica dualista que usay abusa de oposiciones binarias, antino-mias y otros artilugios clasificadores(Mèlich, 2002, p. 31). Los argumentos dePeter Sloterdijk y de Luis Cernuda nos vana dar la oportunidad de seguir profundi-zando en el cuestionamiento de estas estra-tagemas, que a veces dicen perseguir unfin más o menos educativo.

Sloterdijk considera que el humanismose resume en un acuerdo literario por el

cual se concede a ciertas lecturas un carác-ter canónico. Lo mismo sucede con lanación y el sentimiento nacional. Ciertosautores, ciertos textos seleccionados yacordados por una burguesía letrada sirvie-ron para «fabricar» estas comunidades ima-ginadas que llamamos naciones (Ander-son, 1983). Sin duda, el Quijote ha llegadoa ser una lectura canónica, un sistema derazón (Popkewitz, Franklin y Pereyra,2003) que ha servido para explicar la histo-ria de la nación española y adivinar o pro-yectar su porvenir, acrisolar una identidadnacional, de la que Don Quijote seríaarquetipo, y fijar un plantel normativo parala vida personal y colectiva: una normamoral, una norma filológica, otra literaria,otra política, con profusión de frases lapi-darias (Cervantes, el fénix de los ingenios;el español, la lengua de Cervantes; el Qui-jote, la primera novela moderna, etc.).

Según Sloterdijk, esta fabricación deimaginarios nacionales vivió su esplendorentre la Revolución francesa y el final de laII Guerra Mundial. En el caso español, esteproceso se inicia algo más tardíamente,también se muestra más apocado, y proba-blemente ha permanecido activo por mástiempo (véanse, para mayor detalle, Álva-rez Junco, 1999; Varela, 1999; Boyd, 1999;Storm, 1998 y 2001; Fusi, 2003, entre otros).Su vigencia quizás haya contribuido aintrincar aún más su ya intrincada comple-jidad, en la que influyen los hechos perotambién, y en alto grado, un tropel de dis-cursos históricos que, en muchos casos, seempeñan en encontrar explicaciones totali-zadoras, como las que enarbolaron intelec-tuales de la Generación del 98, regenera-cionistas de variada filiación, ciertos krau-sistas, y, desde luego, autores católicos.

El estudio ya citado de Ramón de Gar-ciasol puede ser ilustrativo de la continui-dad de esa tentación metafísica en la inter-pretación de la novela y el personaje cer-vantino, al que concede categoría totémicade lo español, que, como el toro, se crececon el castigo. La serie de artículos publi-

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cados en el número 74 de la Revista Nacio-nal de Educación (1947), con motivo delaniversario del nacimiento de Cervantes,redunda en esta concepción. El entoncesministro participa en este número con untexto titulado «Símbolos hispánicos delQuijote» (Ibáñez Martín, 1947) y José MaríaPemán, a la sazón presidente de la RealAcademia de la Lengua, que, por cierto,«compara» el Quijote con la Biblia, lo califi-ca en su artículo de «expresión total», «esen-cia genuina» y «rosa de los vientos» deEspaña (Pemán, 1947, pp. 26-27).

Corren tiempos de ardor guerrero y fer-vor nacionalista, pero el estilo y la inten-ción no eran nuevos en el torrente de inter-pretaciones que se había ido configurandodesde finales del siglo XIX, con su puntocrítico en torno al tercer centenario. Lapolarización había sido la tónica. Unasveces, Don Quijote sonaba a faro de lamodernización; otras, a paladín de la tradi-ción católica; unas veces, parecía un locodecadente; otras, un ejemplo de esfuerzogeneroso y gratuito en pos de un ideal.Storm identifica, en ese momento celebra-torio, tres tendencias: la conservadora,representada principalmente por Juan deValera, Menéndez Pelayo y los «menendez-pelayistas» como Bonilla o Julio Cejador; laliberal, de Mariano de Cavia (1903) ydemás promotores del aniversario desdelas páginas de El Imparcial, y la regenera-cionista, en la que cabría incluir, grossomodo y con todas las precauciones, a per-sonalidades tan heterogéneas como Una-muno, Azorín, Ramiro de Maeztu, NavarroLedesma y otros.

No se agotaría aquí la nómina de pers-pectivas que confluyeron en el centenariode 1905. Los anarquistas admiraban enDon Quijote el espíritu de rebeldía y sudesprecio de la propiedad (Calderón, 1905;Gutiérrez, 1999). Su discurso sobre la edaddorada (I, 11) les sonaba a música celestial.En plena Guerra Civil, Don Quijote aúnseguía siendo para ellos un modelo a imi-tar: con su nombre se editaba una revista

anarquista en la Barcelona republicana.Aún hoy, buceando en páginas libertariasde la red, no es difícil hallar textos o refe-rencias que ponderan en este «loco subli-me» su amor por los débiles, su respeto alpueblo y su lucha contra la injusticia (porejemplo, F. Arias Solís en http://www.gran-valparaiso.cl), o su entrega revolucionaria«contra el racionalismo utilitario de la bur-guesía» (H. Saña, en http://www.cnt.es/fal/BICEL).

Naturalmente, en medio de tal desme-sura y polarización interpretativa, presenteen ámbitos tan opuestos, del cadáver de unsujeto mortal se obtiene un símbolo inmor-tal que vale para abonar una determinadarazón histórica (Canavaggio, 2003, pp. 296-297). María Zambrano, comentando a Orte-ga, ha escrito sobre esta «operación» congran perspicacia: «La vida es una novela–escribe–, tenemos que hacernos un argu-mento, ser a la vez el novelista y el novela-do (…). Este argumento, ¿me está entera-mente sugerido por la necesidad o hay enél un aspecto creador mío?, ¿entra en élsólo la circunstancia histórica y lo quehemos llamado el mí o entra el yo?» (Larro-sa y Fenoy, 2003, p. 77). La disolución delsujeto, en nombre de un principio superior,ha producido algunas de las más siniestrastragedias de la edad contemporánea. En un«mundo de atributos sin hombre», advierteMèlich citando a Robert Musil (2002, p.125), el sujeto concreto naufraga y «la fini-tud desaparece, porque las cualidades nonacen ni mueren, sólo los hombres de car-ne y hueso nacen y mueren. Y, por tanto,en un mundo así no hay hombres, ni con-tingencia, ni alegría, ni dolor… Únicamen-te, burocracia, razón fría: artefactos delmal» (Mèlich, 2002, p. 125).

Con Don Quijote convertido en arque-tipo; con la novela convertida en lecturacanónica, su vida y la vida de su creador seesfuman. El desproporcionado poder de larazón histórica es también uno de losmayores dramas contemporáneos. Susefectos están a la vista en los desmanes del

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nacionalismo a lo largo del siglo XX (Fusi,2002). María Zambrano duda, a pesar detodo, de que la vida, el proyecto vital decada individuo, esté regido absolutamentepor la necesidad y que se someta sin más auna razón histórica que no deja alternativaa la posibilidad narrativa del ser humano.Si así fuera, cada proyecto vital estaríaescrupulosamente condicionado por suscircunstancias históricas y todos, sin excep-ción y sin solución, «estaríamos plenamen-te embarcados en la generación a que per-tenecemos» (Larrosa y Fenoy, 2003, pp. 77-78).

Cuando Julián Marías habla de la vidade Cervantes y le aplica el concepto orte-guiano de las «trayectorias», quiere cuestio-nar el historicismo contumaz con que hansido «leídos» escritor y obra. «La vida huma-na –escribe (1990, p. 17)– no es una líneasino más bien una arborescencia, una plu-ralidad de caminos que se inician, sesiguen o no, se interrumpen, se frustran, seabandonan» (1990, p. 17). En la vida deCervantes cuenta, como en cualquier vida,el azar (cuando regresa a España tras unalarga ausencia es secuestrado); como a lamayoría de la gente, los planes se le tuer-cen constantemente (cae preso en dos oca-siones) y cambia de vocación (las armas,las letras) más de una vez. La misma escri-tura del Quijote, plagada de fluctuaciones,saltos en el vacío, equívocos y arrepenti-mientos, refleja exhaustivamente los vaive-nes de la vida de su autor (Canavaggio,2003, p. 287). Cervantes es, claro está, hijode su tiempo (quién no), pero eso no sig-nifica que su vida (cualquier vida) seamonocorde, ni necesariamente espejo fielde su época ni, menos aún, de una identi-dad nacional que (triunfal o decadente;idealista o mezquina, tradicional o rebelde,qué importa) ha cruzado incólume la histo-ria.

Creo que lo que Julián Marías llama la«anomalía generacional» de Cervantescorrobora las dudas de María Zambranosobre las relaciones entre la necesidad y la

libertad en la construcción histórica, y ayu-da a discernir la complejidad de una vidaque, como la de Cervantes, no puedeimpunemente reducirse a un ser exponen-te histórico o instrumento de cualquier sis-tema de razón. Cervantes forma parte deuna generación con la que vive, pero conla que no escribe, puesto que toda su obra,a excepción de La Galatea (1585), la escri-bió en la vejez, entre 1605 (I Parte del Qui-jote) y 1616 (el Persiles fue publicado des-pués de su muerte en 1617). Entre su pri-mera y su segunda obra, pasaron veinteaños sin que escribiera una sola línea, a noser algunas obras de teatro que no llegarona publicarse. Escribe, pues, junto a escrito-res de la generación siguiente a la que poredad le correspondería.

Cervantes es un extraño en su espacioy en su tiempo. También lo fue su criatura,un caballero andante en la España del sigloXVII. Su prolongada ausencia de su tierra(Italia, Lepanto, Italia de nuevo, Argel…),en una era muy distinta a la de la globali-zación mediática actual, lo convierte casualpero efectivamente en un desterrado.Cuando regresa, es un forastero en su tie-rra, por la que peregrinará sin fortuna, niasiento ni rumbo fijo hasta su muerte,como un bohemio (Graña y Graña, 1990,pp. 3-12). Escribe casi toda su obra al mar-gen de su generación, cuando era un viejoy sus coetáneos o habían muerto o se batí-an en retirada. Cervantes es un extrañogeneracional, una figura extemporánea,que gozó en vida de éxito literario, singanar, por ello, notoriedad social, un hom-bre «relativamente marginal», llega a decirde él Julián Marías (1990, p. 62), aunquequizás el concepto de «paria» de HannaArendt, en oposición al de «parvenu», lecuadre aún mejor. A veces se olvida quemuy probablemente la primera idea delQuijote la tuvo Cervantes en la cárcel deSevilla, donde estaba recluido en 1598(Canavaggio, 2003, p. 287).

Creo que también el concepto de MaríaZambrano de la vida como naufragio pue-

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de aplicarse holgada y justamente a la deCervantes: «Cuando se encuentra el yo per-dido ante las circunstancias, ¿cómo resuel-ve salir?, ¿solamente por el conocimientointelectual?, ¿no hay como una especie deinspiración? Una inspiración análoga a lade los artistas que me hace encontrar unafigura, una armonía» (Larrosa y Fenoy,2003, p. 78). Don Quijote es ese hallazgo,esa figura que resulta, no de una determi-nación histórica, no de un proyecto didác-tico para el futuro, no de un ejercicio meta-fórico, sino de un acto poético, de la expre-sión de un yo múltiple y de la búsqueda deesa armonía a la que se refiere la filósofamalagueña. Como Cervantes, Don Quijoteestá sujeto al azar, cambia de plan y senda,deambula y yerra, gana y pierde. Su vida(su identidad inconclusa) se va haciendoconforme avanza la narración, porque lavida es una metamorfosis, en parte elegida,en parte dada, que en la novela tieneexpresión onomástica: Alonso Quijano setransfigura en Don Quijote, y éste, enCaballero de la Triste Figura, Caballero delos Leones y, al fin, pastor Quijótiz, aunquesólo en proyecto. ¿Cómo comprimir en unafórmula magistral, en un compendio esta-ble de atributos universales, a quien cam-bia de nombre y de vida varias veces? ¿Quédiría de tal atrevimiento un consumadoinventor de heterónimos como el poetaportugués Fernando Pessoa?

Hanna Arendt vincula estrechamente laacción humana a la natalidad, porque elnacimiento comporta, para quien nace, lacapacidad de empezar algo nuevo, esdecir, de actuar (Harendt, 1993, p. 23). Hayen la vida de Cervantes un rosario de naci-mientos que le abren sucesivos caminos,en los que va urdiéndose su condiciónhumana activa, distinta a la de cualquierotro. Igual pasa con el hidalgo amigo de lacaza, que un día se levanta como Don Qui-jote, abre la puerta del corral y echa aandar. Y ése no será su único «nacimiento».La condición humana, nos recuerda HannaArendt, nada tiene que ver con la naturale-

za humana. Ésta última nos conduce a unametafísica de palabras totales, en las quequeda en suspenso o sencillamente borra-da la pluralidad propia de la condiciónhumana. Me viene a la memoria la frasecon que arranca Le surmâle, la premonito-ria novela de Alfred Jarry (1902): «L’amourest un acte sans importance, puisqu’onpeut le faire indéfiniment». Pobre pedago-gía la que se empeña en crear sujetos a lamedida de un molde infinitamente repro-ducible.

Uno de estos moldes ha sido largotiempo, en palabras de Peter Sloterdijk(2001), el «fantasma comunitario» sustenta-do por una «sociedad literaria» que se api-ñaba con arrobo ante una serie de lecturascanónicas, es decir, canonizadas. Y añade:«En sustancia, el humanismo burgués noera otra cosa que el pleno poder paraimponer a la juventud los clásicos obligato-rios y para declarar la validez universal delas lecturas nacionales» (2001, p. 27). ElQuijote ha gozado (es un decir) de estacondición canónica. Como de cualquiertexto consagrado, se espera de él unadeterminada capacidad humanizadoracuya meta larvada es el amansamiento, ladomesticación del hombre. Las limitacio-nes actuales de un humanismo literario,como el que analiza Sloterdijk, del queemerge la idea de nación, son evidentes.Aun así me pregunto si sus objetivos «edu-cadores» han cambiado de verdad bajo elvigente imperio de la razón tecnológica.

DON QUIJOTE, ¿PEDAGOGO?: TEXTOS YPRETEXTOS

No conozco ningún texto que se titule así,pero bien podría haberlo, tantas han sidolas virtudes pedagógicas que lectoresminuciosos han advertido en la historia delingenioso hidalgo. Está, que yo sepa, ellibro de Julio Ballesteros Curiel, que llevacomo título Cervantes, Rector de Colegio.Pedagogía del Quijote, publicado por su

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autor en 1919. Como ya anuncié, éste va aser uno de los textos que analizaré siguien-do la dirección apuntada en el apartadoanterior. Todos ellos están, por fecha o portemática, vinculados al clímax cervantinodel tercer centenario, en torno al cual cayóun verdadero alud literario sobre Cervantesy el Quijote. Ya hemos dado cuenta de él.Ahora, nos centraremos estrictamente en laproducción pedagógica, no sin antesenmarcarla en el cervantismo, ese magmainterpretativo que congrega innumerablesestudiosos de la obra de Cervantes.

Ya hemos recurrido, en varias ocasio-nes, a los textos históricos de Eric Storm(1998 y 2001) sobre las celebraciones deltercer centenario. La «teoría de las dosEspañas» es el telón de fondo de unos actosde afirmación nacional en un país en elque la política nacionalizadora del Estadohabía sido débil, si se la compara con lapromovida en Francia o Alemania duranteel último tercio del siglo XIX (Storm, 1998;Boyd, 1999; Álvarez Junco, 2001). Cuandoesta centuria tocaba a su fin, en medio dela crisis de conciencia que produjo eldesastre colonial, se consolida y se expan-de un nacionalismo regeneracionista, doli-do y crítico con el pasado, que insiste convehemencia en la necesaria modernizacióny europeización del país. A pesar de ello,busca en la memoria histórica figurasheroicas, gestas y otras referencias quepuedan servirles de ejemplo y guía. Todorelato nacional necesita inventar tradicio-nes y aclamar símbolos (Hobsbawn y Ran-ger, 1983). Y Don Quijote reunía todas lasvirtudes necesarias para «convertir –comoargüía Carolyn P. Boyd (1999, p. 164)– lamanifiesta decadencia de España en un sig-no de superioridad moral».

Don Quijote, acaso la única figuraindiscutida en una atmósfera políticamenteespesa y enrarecida, podía ser y fue unsímbolo común. En las celebraciones de sucentenario confluyen, como ya señalamossiguiendo a Storm, tres grupos generacio-nales cuyas ideas sobre España diferían

abiertamente. Además de los partidarios deeste nacionalismo liberal, de influenciasregeneracionistas, que veían la obra deCervantes «como una palanca con la quecolocar a España en la vía del progreso»(Gutiérrez, 1999, p. 115), estaban los con-servadores de la generación más vieja, paralos que el Quijote brindaba una lección deprudencia contra aventuras revoluciona-rias. A estos dos grupos habría que añadirotro, muy heterogéneo y activo, literaria-mente hablando: el de los escritores másjóvenes que abjuran de una sociedadmoderna en la que, a su juicio, priman lahipocresía, la mediocridad y la ausencia deideales, los agravios que ya combatieraDon Quijote en su peregrinaje por las tie-rras de España. Para hacerse una idea detantas y tan diversas perspectivas, bastacon repasar el listado de artículos y librosque vieron la luz en 1905 y en años inme-diatamente anteriores y posteriores (Storm,1998 y 2001; Gutiérrez, 1999). La cifra esespectacular, pero también la resonanciaalcanzada por algunos de ellos.

Es claro que, en esos momentos, el cer-vantismo no se agotaba en estas tres ten-dencias «nacionalistas». Carlos M. Gutiérrezpasa revista al periodo 1890-1905 y distin-gue, al menos, dos cervantismos: uno quellama «intrínseco», de carácter academicista,y otro «extrínseco», proclive a instrumenta-lizar la novela con fines ajenos a su condi-ción literaria. Gutiérrez, siguiendo en partea Anthony Close (1978), divide el cervan-tismo extrínseco en tres categorías. En laprimera, la «panegyric school», incluye aaquéllos que encuentran en la obra de Cer-vantes una sabiduría excepcional, casienciclopédica, en diversos campos delconocimiento: derecho, medicina, psicolo-gía, política, arte militar, etc. En esta línease sitúa la opinión de Francisco de Ayala,quien, en un estudio comparado sobreQuevedo y Cervantes (1974), tiene a esteúltimo por ejemplo del hombre culto delRenacimiento. Juan Beneyto, por su parte,en un excelente artículo de sorprendente

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orientación para la fecha y la revista en quese publica (1947), sugiere una lectura eras-mista del humanismo de Cervantes, en laque trata de sopesar sus influencias filosó-ficas medievales, clásicas y renacentistas,con cierto exceso de anotaciones, explica-ble quizás por su afán de defender a Cer-vantes de las reticencias de Juan de Valera,de Fitzmaurice-Kelly y de otros críticossobre la calidad de su formación cultural.Entre tal desmerecimiento, seguramenteinjusto con sólo rememorar las cientos dereferencias cultas que contiene el Quijote,y la omnisciencia que los panegiristas másentusiastas le asignan, puede que quedesitio para el Cervantes verdadero.

Nicolás Díaz de Benjumea (1880) y susepígonos componen la llamada «esotericschool», segunda categoría que Gutiérrez,recogiendo una expresión de Close, inclu-ye en el cervantismo extrínseco. La obse-sión por buscarle un trasfondo de significa-dos ocultos, enigmas y razones extravagan-tes al Quijote guarda relación con el augede lo esotérico en la Europa finisecular,pero es una casi constante hasta hoy mis-mo. La tercera categoría, ampliamente alu-dida a lo largo de este artículo, engloba laslecturas hermenéuticas de carácter simbóli-co, como las de Unamuno, Ortega, Azoríny otros.

A este cervantismo, que a juicio deGutiérrez instrumentaliza y trascendentali-za la obra literaria, debe oponerse un cer-vantismo intrínseco que «aspira a leer laobra desde su propia lógica o, en últimainstancia, desde la lógica de la filologíapositivista académica». Este cervantismo,siempre en opinión de Gutiérrez, no inter-preta la obra, la estudia desde un punto devista histórico-literario, apoyado en análisissociológicos, lexicográficos, biográficos,estéticos a la postre, que en su tiemporepresentaron un verdadero proyecto demodernidad. Valera, el Doctor Thebussen,Menéndez Pelayo, Cejador y RodríguezMarín serían algunos de sus más notablesdefensores.

Puede que Luis Cernuda suscribieraalgunas de estas reflexiones críticas sobrela utilización de Cervantes y su obra confines, digamos, espurios. Se apartaría, encambio, de una clasificación que sobresti-ma la obra literaria como objeto filológicocuyo desentrañamiento debiera ajustarse auna lógica científica objetiva patrimonio deun gremio académico. Pobre Cervantes...,«aherrojado entre eruditos comentadores.(…) ¿Cómo acercarse a él, cómo hablarle,cómo conocerle, por gusto y a solas, sininvestigaciones ni academias? (…). La críti-ca erudita, antes que acercarnos un texto,nos lo separa, y antes que aclararlo, looscurece», escribía (1994, p. 669).

El cervantismo intrínseco, valorado porGutiérrez como proyecto de modernidad,poca familiaridad tiene con el inmanentis-mo amoroso desde el que Cernuda se acer-ca a Cervantes para gozar de una experien-cia poética sin intermediarios, ni reglas,con el ojo en estado salvaje, como tal vezdiría André Breton. Atisbamos en JuliánMarías una actitud parecida, acaso algomás comedida y tolerante con la crítica lite-raria, frente a los efectos que sobre la lec-tura de un libro como el Quijote causa estacostra ineludible de ensayos y comentariosacadémicos (Marías, 1990, p. 260). InclusoLuis Rosales, en un voluminoso ensayosobre La libertad en Cervantes, avisa de lospeligros que acarrean «la vanidad letrada»,«la precisión científica» y hasta «la timidezante la posibilidad del error» a la hora deahondar en «un pensamiento tan juguetóny entreverado (...). La intención cervantinasólo se puede comprender deletreándolasin rigidez y con cautela, porque puedeafirmarse que ningún escritor se ha diverti-do tanto al escribir como Cervantes» (Rosa-les, 1985, p. 53).

En la acometida que Cernuda propinaa la crítica literaria en general y a la cervan-tista en particular, se entrevé su propia cla-sificación del cervantismo, más atenta alpatrón de la crítica que a la personalidad yal enfoque del crítico. Califica de didáctica

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y externa la crítica de eruditos y biógrafos,de los que desconfía tanto como de aqué-llos. Los artistas que escriben, desde unpunto de vista estético, sobre una obra pre-cedente constituyen un tercer grupo críti-co, ante el que Cernuda vuelve a recelar:gracias a su capacidad de sugestión, pue-den crear imágenes poderosas que condi-cionarán decisiva y puede que errónea-mente nuestra visión de una obra artística.La Generación del 98 es el blanco predilec-to de estas acusaciones, porque piensa quesu sesgada percepción de Don Quijote senos ha impuesto como un axioma.

No sé con certeza en qué comparti-mentos de estas dos clasificaciones del cer-vantismo habría que ubicar los comenta-rios pedagógicos sobre el Quijote cuyoanálisis vamos a emprender. Para Gutié-rrez, serían necesariamente «extrínsecos».Para Cernuda, didácticos, y específicamen-te eruditos, aunque, por algunos de susrasgos formales y de su argumento, noandan lejos del estilo cervantista de críticoscomo Unamuno, Azorín o Navarro Ledes-ma. A pesar de su anacronismo, pues fue-ron publicados entre 1906 y 1928, creo queestos textos son suficientemente ilustrati-vos de la gama de discursos con que larazón pedagógica ha afrontado la interpre-tación del Quijote a lo largo del siglo XX.

Según Alberto Navarro (1992), la obrade Cervantes no despierta gran interés enla primera mitad del siglo XVIII. Será Grego-rio Mayans y Siscar quien en 1738 inicie losestudios cervantinos, coincidiendo con lallegada a España desde Francia e Inglaterrade las primeras referencias elogiosas alQuijote, y la aparición de trabajos biográfi-cos pioneros sobre Cervantes. Pero será enla segunda mitad del siglo cuando el inte-rés por Cervantes se disparará. Los ilustra-dos, que van divisando nuevas vías deinterpretación, revalorizan una obra quecomparan con otras que, como la Ilíada,poseen un carácter fundacional, releen lahistoria del ingenioso hidalgo con ojosmenos burlescos, y, en cambio, constatan

en ella un caudal de sabiduría y una prove-chosa lección moral a través de la miradacrítica con que Cervantes escruta su época.La siembra del futuro cervantismo ya estáhecha. Pronto, los románticos elevarán elinterés por el Quijote a verdadera pasión.

Su primer análisis como fábula moral y,en consecuencia, como libro educativo hayque buscarlo a fines del siglo XVIII en lasobras del bachiller Pedro Gatell (v.g., Lamoral del Quijote, 1789-1792), quien ase-gura lo siguiente: «Para todos se puedenextraer leyes o reglas de las más puras, lasmás justas, las más acrisoladas, con unadulzura sin igual corrige los abusos entodas las materias» (Navarro, 1992, p. 41).Éste es el primero de los canales por losque ha venido discurriendo la interpreta-ción pedagógica del Quijote hasta hoy mis-mo: entenderlo como un manual de moralde validez general e intemporal.

El segundo canal interpretativo, encorrespondencia con las lecturas extrínse-cas de carácter hermenéutico de finales delsiglo XIX y primeras décadas del XX, loconcibe como un símbolo egregio de loespañol que puede contribuir a la cons-trucción de la nación y del espíritu nacio-nal (Boyd, 1999, p. 164). También ésta esuna lectura potencialmente pedagógica delQuijote que, como la anterior, plantea unaproyecto educador o reeducador a partirde una reconstrucción de la memoriacolectiva, en la doble dirección en que semueve la memoria: el pasado y el futuro(Mèlich, 2002). Para unos, el Quijote con-tiene un mensaje regenerador; para otros,está enraizado en la tradición católica; paratodos, inscrito en el ser de España. Lanovela se convierte en una crónica históri-ca, en un reflejo novelado de la intrahisto-ria o de la psicohistoria nacional. Como elanterior, este modelo interpretativo contie-ne, además de la tentación doctrinaria en lopolítico, paralelas pretensiones moralizan-tes.

Cabría hablar de un tercer canal, decarácter más específicamente académico,

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que valora al Quijote como recurso didácti-co-escolar tanto por el contenido de suargumento como por su condición de obje-to literario y lingüístico. Esta lectura peda-gógica suele ser la más descriptiva, lamenos penetrante, pero también la másanalítica, dado que suele elegir un foco deinvestigación restringido y seguir una lógi-ca disciplinar convencionalmente científica(como ejemplos: Garrote, 1979 y 1997;Salazar, 1986). Sobran ejemplos para com-probar que estos postulados no garantizan,al menos en la medida en que se declara, nila objetividad, por otro lado imposible anteuna obra de arte, ni la mesura en la admi-ración de una obra destinada a ser, esoparece, irremediablemente venerada. Eneste grupo de lecturas pedagógicas, po-dríamos incluir, además, las adaptacionesescolares que se limitan a buscar la accesi-bilidad al texto y la motivación del lector,expurgando el vocabulario de vocablos dedifícil comprensión, seleccionado pasajescon más acción que reflexión e incorpo-rando ilustraciones descriptivas. Las versio-nes animadas también cabrían en este capí-tulo de adaptaciones pedagógicas. Nocabrían, en cambio, aquellas edicionespara niños o para adultos que con el mayordescaro amputan párrafos y capítulos ente-ros por alguna razón moral, religiosa opolítica (Canseco, 1991). De los textos quevamos a analizar como muestras del dis-curso pedagógico sobre el Quijote, el deJulio Ballesteros (1919) es el que máscabalmente podría representar, aunquesólo en algunos de sus capítulos, este ter-cer canal interpretativo. También alguna delas conferencias que conforman el libro deGuillermo Téllez (Valor del Quijote en laeducación, 1928) pudiera ilustrar estavisión didáctico-académica de la novelacervantina, aunque esta visión quedacamuflada tras un serial ininterrumpido dearrebatos morales y furiosas amonestacio-nes políticas que nos trasladan a una peda-gogía muy conservadora. Por este motivo,cabría emparejar este libro con el de Cre-

mades (1906), un ensayo de cariz neocató-lico en el que más de una vez vemos cita-do a Jaime Balmes. Sin que falten las obli-gadas referencias al simbolismo nacionaldel Quijote, priman más la intencionalidadmoral y el carácter escolar en este libritoque quiere ser un breve tratado de peda-gogía general para la formación de maes-tros. Tales cualidades lo integrarían, dentrode nuestro esquema, en el primer grupo deinterpretaciones pedagógicas del Quijote:estamos, sobre todo, ante un manual devalores educativos cuyo pretexto es unanovela famosa.

Quedan por citar dos últimos textos deun mismo autor, Manuel Siurot, fundadoren 1907 de unas escuelas católicas en Huel-va, siguiendo el ejemplo del Padre Manjónen Granada (Boyd, 1999, pp. 69-70). El pri-mero es una conferencia pronunciada porSiurot en 1916 para conmemorar el tercercentenario de la muerte de Cervantes. Esta-mos ante un acto de exaltación patriótica yno ante una lección pedagógica sobre elQuijote, aunque el conferenciante recuerdaque su inicial impulso fue el de hablarsobre «Cervantes y los niños» y que a éstebien podría calzarle el apelativo de «maes-tro de escuela». El segundo texto de Siurot,publicado en 1923, es un manual de histo-ria para escolares, La emoción de España,planteado como un libro de viajes con per-sonajes infantiles, tal como prescribía elconcurso ministerial para escoger un «Librode la Patria» al que Siurot se había presen-tado en 1921 (Boyd, 1999, pp. 171-173).Tanto este libro de texto como la conferen-cia conmemorativa son ejemplos paradig-máticos de lo que conocemos por nacio-nal-catolicismo y, por tanto, servirían parailustrar nuestro segundo modelo de discur-so pedagógico sobre Cervantes y el Quijo-te.

Nuestro recorrido textual por estosdiferentes discursos debe comenzar, noobstante, por el librito de Antonio Crema-des y Bernal que, aunque titulado Comen-tarios sobre frases del Quijote que tienen

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relación con la educación y la instrucciónpúblicas, es, en realidad, un curso de peda-gogía católica en el que las referencias alQuijote son anecdóticas y hasta obligadaspor la circunstancia. Probablemente ideadopara combatir la «descatolización» que, ajuicio de su prologuista, padecía la escuelaa principios del siglo XX, Cremades elaboraun texto normativo con densa carga doctri-nal en el que la glorificación de Cervantes(un elegido de Dios, espejo del alma espa-ñola) contrasta, de vez en cuando, conciertos juicios críticos hacia su criaturanovelesca. La educación, que debe condu-cir a los niños por el camino recto de laracionalidad, tiene en la imaginación, lossentidos y las pasiones a sus mayores ene-migos. Y por eso se pregunta (pp. 25-26):

¿Qué fue, pues, lo que desequilibró elbuen juicio del Hidalgo Manchego, sino elextraordinario vuelo que tomó su imagina-ción, impulsada por las lecturas fantásticasde los libros de caballerías, que él juzgó desucesos realmente acaecidos?

La moraleja está servida: la instruccióndebe ser un dique de contención de la ima-ginación desatada y sus muchas perversio-nes. La enseñanza de la historia ha de enca-minarse hacia esta misma meta, proporcio-nando a los niños vidas ejemplares dehéroes y santos antes que de personajesfabulosos, como ya el cura aconsejara, sinmayor éxito, a Don Quijote (Suárez Caso,1942). Personajes anodinos, que sacabande quicio a Unamuno por sus mediocresvirtudes, son en el libro de Cremadesmodelos a secundar precisamente por supragmatismo ramplón, como el de la sobri-na, a quien alude expresamente:

Porque esa paz de que habla la sobrinadel Hidalgo Manchego es el equilibriomoral que guardan en el hombre su con-ciencia y su deber, la razón y los apetitos,las pasiones y virtudes, contenido todo ensus justos límites y sin que turbe tan ventu-rosa paz ni las ambiciones ni las envidias,los crímenes ni las concupiscencias ni esasdesenfrenadas pasiones que suelen agitarse

en la vida del mundo, donde la virtud y eldeber naufragan fácilmente (p. 30).

Sin duda, Cremades, que malicia en laimaginación una latente inmoralidad, tratade mostrar afecto, compasivo afecto, porDon Quijote, pero quienes de veras le inte-resan son su creador, Cervantes, por suproverbial sabiduría y acabado españolis-mo, y la obra, el Quijote, reflejo y resumende toda una civilización, la cristiana. Com-pone así un alegato no siempre explícitocontra la columna vertebral del personaje,en quien advierte actitudes vitales pocoadecuadas para la educación de los niños:falta de finalidad en la vida, fantasía y des-mesura en sus juicios. El Quijote, que lesigue pareciendo «una obra eminentemen-te educativa, donde se contiene profundaciencia pedagógica», lo es, pero a costa delvitalismo novelesco de Don Quijote, eincluso de su cándida bonhomía. En másde un párrafo, Cremades lanza críticas ace-radas al estado moral de la España de suépoca, pero se ceba, sobre todo, en lalibertad política y en la libertad de prensa.Tras ellas sólo ve intereses bastardos y des-figuración de la verdad, velada tras bellaspero falaces palabras. Decididamente, Cre-mades se decanta por la enseñanza y nopor el deleite ante el Quijote:

No es la imprenta, ni es tampoco lalitografía, no es el arte ni la belleza relativalo que avaloran un escrito, un periódico oun libro; y creerlo así es exponerse a errar,como erró un entendimiento tan clarocomo el de Don Quijote cuando tenía porcierto cuanto había leído en las historiascaballerescas (p. 24).

Muerta, pues, la novela como ejerciciode fantasía, emerge un catálogo moral que,para muchos como Cremades, servirá depauta lectora de la obra de Cervantes.

En los años que median entre el desas-tre colonial y la dictadura de Primo de Rive-ra, intelectuales y políticos liberales com-partían la convicción de que la reforma dela educación era una de las vías imprescin-dibles para revitalizar, con propuestas a

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veces contradictorias, un sentimiento nacio-nal raquítico y desfallecido, y contribuir a lacreación de un Estado democrático. Basterecordar la creación por aquel entonces(1900) del Ministerio de Instrucción Públicay Bellas Artes, o las reformas liberales aus-piciadas por el Conde de Romanones a pri-meros de siglo, ante las que se alzó unareacción conservadora que, unas veces, semostraba intransigente y ultramontana y,otras, prefería dar una impresión moderni-zadora (de Puelles Benítez, 1991, pp. 232-268; Boyd, 1999, pp. 118-119; Álvarez Jun-co, 2001, pp. 455-457; Escolano, 2002, pp.63-71). «La derecha clerical –afirma CarolynP. Boyd (1999, p. 69)– estaba determinada aevitar que los institucionistas monopoliza-ran el debate pedagógico». La revista de losjesuitas Razón y Fe nació en 1902 comoalternativa al Boletín de la Institución Librede Enseñanza; el Congreso Católico de San-tiago de 1906 se ocupó principalmente derebatir la política secularizadora y centrali-zadora de Romanones y el catolicismosocial se hizo presente en el escenario edu-cativo con iniciativas como las de Manjón(1889) y Pedro Poveda (1910).

Los comentarios de Antonio Cremadesy, en mayor medida aún, los de GuillermoTéllez son manifestaciones de un hondoconservadurismo, airado en ocasiones, quemodela la figura de Don Quijote avivandocon trazo grueso sus virtudes cristianas ydifuminando o censurando cuanto procedede su divorcio con la realidad. En plenadictadura, Téllez, profesor del Colegio deMaría Cristina y de la Normal de Toledo,imparte dos conferencias para festejar otrastantas ferias del libro (1926 y 1927) quebien pueden ser tomadas como uno de losataques más feroces jamás escritos contraDon Quijote, en quien ve incontablesvicios y contados valores pedagógicos.Para empezar, es un loco de atar que debesu vesanía a los libros, un inadaptado, unrebelde y un vagabundo, indisciplinado,ocioso y despilfarrador, compendio dealgunos de los males endémicos de la «raza

española». ¿Cuál es, pues, su valor educati-vo, si es que tiene alguno?: «Como estecarácter rebelde lo pinta muy bien, a mimanera de ver –escribe (p. 19)– esta obraes un ejemplo de una cosa poco ejemplar:el canto al valor y al esfuerzo personalsuperpuesto a la empresa social; es el granvicio de nuestra raza». Ni siquiera en loentretenido del relato, en la peripeciacómica o en la burla ingeniosa encuentraTéllez motivación educativa alguna: elhumor en el Quijote no es, a su entender,más que la prueba de un hondo pesimismotrufado de ironía. No es la primera vez quealguien enjuicia al hidalgo manchego des-de una perspectiva ideológica similar yhalla en él este tipo de contra-ejemplari-dad. Recordemos las críticas de Ramón deGarciasol (1969), algo más piadosas desdeluego que las de Téllez, al individualismode Don Quijote y a la inutilidad de su soli-tario combate. O las de Ramiro de Maeztu(1903), más comprensivas aún, con lamen-tos por un soñador fracasado, del que con-vendría renegar si de veras se quiere unaEspaña liberada y redimida de la decaden-cia y la postración.

Téllez desaconseja abiertamente la lec-tura del Quijote en las escuelas y no entien-de cómo puede ser obligatoria por ley. Laenfermedad mental y afectiva de su prota-gonista y su desordenada vida debieran serrazón más que suficiente para prohibírselaa los niños, salvo que a través del malejemplo de Don Quijote aprendan que notoda lectura es buena. En opinión deTéllez, «esta obra nos ofrece interesantesaportaciones para la psicología y la psico-patología del vicioso lector» (p. 14). Ésta noes, sin embargo, la única causa que hace dela obra cervantina un texto poco pedagógi-co. Su gramática, su vocabulario, muchosde sus episodios, su simbolismo, resultaninadecuados e inaccesibles para la infancia.

Resulta irónico que en la conferenciainaugural de la fiesta del libro de un cole-gio toledano el conferenciante la empren-da a mamporros dialécticos con el Quijote.

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Quizás por eso, un año después, dulcificósus críticas y trató de ofrecer una visiónmás optimista de los valores educativoscontenidos en la obra, añadiendo además,para la publicación de ambas conferencias,un breve apéndice sobre sus aspectosdidácticos. Lo primero se traduce en unaretahíla de valores morales, propios de una«ética hispana», que van de la sobriedad alpatriotismo, pasando por la pureza o lavalentía. Para todos halla de una u otra for-ma asiento o señal en las páginas de lanovela. Como Cremades en sus comenta-rios, Guillermo Téllez redefine el Quijotecomo un catálogo moral que resulta sersimultáneamente una reescritura de la his-toria nacional.

Atención aparte merecen sus conside-raciones sobre el «aspecto didáctico» o«pedagogía del Quijote», aunque, en reali-dad, bajo estas expresiones, vuelve a insis-tir cansinamente en sus juicios moralessobre el personaje e intenta rastrear, denuevo, la norma educativa que pueda con-tener el libro, siguiendo dócilmente lasindicaciones de Menéndez Pelayo en eldiscurso que pronunció en la UniversidadCentral en 1905, donde dijo que

D. Quijote se educa a sí propio y edu-ca a Sancho, y el libro entero es una peda-gogía en acción, la más sorprendente y ori-ginal de las pedagogías; la conquista delideal por un loco y un rústico; la locura,aleccionando y corrigiendo a la prudenciahumana; el sentido común ennoblecidopor su contacto con el ascua viva y sagradadel ideal (p. 53).

Téllez centra su atención en la relaciónde Don Quijote y Sancho. Como su mentor,tampoco él está pensando en una relaciónlocuente y amistosa, sino en una relacióndocente y dual, obviamente pedagógica enel sentido más institucionalizado de estapalabra. Este tratamiento del texto cervanti-no vale como ejemplo-tipo de las lecturasfragmentarias con que muchos profesores yespecialistas, buscando un efecto pedagó-gico, suelen aproximarse a ésta o a cual-

quier otra novela. De inmediato se produceun efecto zoom: las hojas ocultan el bos-que. Al perder de vista la narración en suconjunto, los aficionados a la pedagogía sequedan con lo obviamente educativo, elconsejo. Ciertos capítulos, como aquéllosen los que el caballero ilustra al escuderosobre el buen gobierno de la ínsula, hansido un verdadero maná para los rastreado-res de citas pedagógicas. Algunos, sonsa-cando sugerencias educativas por doquier,han caído en la cuenta de que casi todopuede ser pedagógico en el Quijote(Román Rayo y otros, 1982; Ríos Vicente,2002). Otros se restringen a un campo dis-ciplinar y destilan del texto un breviario debuenos modales, un centón de gramáticacastellana o un decálogo del buen hablar(Prado Aragonés, 1999). La táctica es casisiempre la misma: la desintegración geomé-trica del texto para aplicarle una disciplina.El resultado, también: la reducción semánti-ca de la narración, o dicho de otro modo, lademolición de la creación artística al verseavasallada por una norma disciplinaria.

Técnicamente hablando, los dos textosde Manuel Siurot, nuestro nuevo objeto depesquisa, siguen otras pautas, distintas aéstas, al afrontar la lectura del Quijote. Suautor quiere expresamente distanciarse dela parcialidad de visión y la especializaciónacadémica o gremial en la comprensión deCervantes y su obra. De hecho, ninguno desus dos textos tiene formato de ensayo, nisu fin primordial es el de establecer comen-tarios educativos sobre la obra de Cervan-tes, extrayendo párrafos suficientementeexplícitos. El texto ahora es lo de menos.Apenas cuenta en su materialidad textual.Lo que Siurot busca en el Quijote es unsímbolo que ilumine a España, una naciónelegida por la Providencia para cumplir undestino inmortal. Casi todos los tópicos delnacional-catolicismo más aguerrido estánpresentes en su retórica patriótica, infladade argumentos historicistas.

En su conferencia «La generación delQuijote» (Ateneo de Sevilla, 1916), procede,

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en tono de enardecida arenga, a su particu-lar y vívida retrospección del pasado deEspaña de la mano de Cervantes y el Qui-jote, jugando con artificios casi kafkianos,como el de imaginar al andante caballerorealmente transformado y encarnado en lasgrandes figuras masculinas o femeninas dela historia nacional, en horas de trascen-dencia y riesgo. Don Quijote no es unespañol, ni siquiera un español excepcio-nal. Don Quijote es la esencia eterna y lím-pida de lo español, sin ninguno de suslunares, salvo un idealismo patológico queSiurot achaca no a él sino a la decadencianacional. Como un Cristo, Don Quijotevive en su cuerpo las heridas estigmáticasde su patria y del mundo:

Cide Hamete Benegeli, en una notasapientísima de su crónica, que a mí me hatraducido un mágico prodigioso de la ima-ginación en el alborear de un sueño, diceque si los españoles somos buenos, dignos,verdaderos patriotas; digo más, si todos loshombres de todas las razas son puros, sonbuenos, a Don Quijote se le quitará elramalazo de su locura y se le caerá al suelola lanza de sus descabelladas acometidas.Es decir, que como nosotros lo volvimosloco, en nuestras manos está curarle lalocura. Aun más, como el mundo enterofue quien le puso enfermo, en las manosdel mundo está la medicina que le vuelva lasalud. Yo, con el pensamiento, de rodillasante ti, formidable caballero, te hago voto yjuramento de que seré bueno, puro ypatriota (Siurot, 1916, p. 62).

Salvando las distancias de todo género,es oportuno recordar que el mismo Ortegaen sus Meditaciones (1914), donde «el pro-blema de España» es medular, tambiénsugiere un parecido papel redentor a DonQuijote, «parodia triste de un cristo mássereno y divino»:

Cuando se reúnen unos cuantos espa-ñoles sensibilizados por la miseria ideal desu pasado, la sordidez de su presente y laacre hostilidad de su porvenir, desciendeentre ellos Don Quijote, y el calor fundentede su fisonomía disparatada compagina

aquellos corazones dispersos y los ensartaen un hilo espiritual, los nacionaliza,poniendo tras sus amarguras personales uncomunal dolor étnico (Ortega, 1990, p. 86).

En La emoción de España (1923), asisti-mos a un fervoroso e inquietante crescen-do que culmina en la visión final del viaje«de recreo e instrucción» que realizan comopremio a su excelencia escolar cuatroniños (Juanito Menéndez, Pepe Velázquez,Fernando Cid y Miguel Saavedra), dirigi-dos por un tal Alfonso Lulio. Como ya fue-ra norma entre regeneracionistas de una uotra filiación –algunos de ellos, como Gani-vet, precursores acaso involuntarios delnacional-catolicismo (Boyd, 1999, pp. 162-163)– y noventayochistas, Siurot componeun manual de geografía e historia que tomaa Castilla por corazón fundante de lo espa-ñol. El periplo de los cuatro niños termina,es decir, renace, en una posada manchega,donde se obra un milagro nocturno. Elniño-Cid, velando mientras los otros duer-men, ve caer del cielo una estrella que,acercándose a la tierra, se transmuta enDon Quijote. A renglón seguido, éste avis-ta también otra estrella que cae y se trans-forma en el Cid Campeador, quien ense-guida habla así al hidalgo:

Hermano: la Providencia nos unió estanoche. La Patria nos llama. Las generacio-nes han caído en el cautiverio materialista,y es forzoso plantar en el centro de la vidauna idealidad que levante los corazones;una pincelada de amor; una brasa que,encendida con el soplo de nuestro deseo,sea como la polar invariable del patriotis-mo… (pág. 368).

Don Quijote reniega de su platónicoamor por una mujer y promete luchar des-de entonces por un ideal más real y reali-zable: «¡España, mi Dulcinea!», grita «con laslágrimas en los ojos».

Con este vitalismo antirracionalista quetransparenta su discurso, y que hemosapreciado ya en Unamuno, Siurot abominade la historia positiva, contada a golpe dedato, y yéndose al otro extremo, postula

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una historia emotiva, intrahistórica, psico-lógica, con la que construir retrospectiva-mente el imaginario nacional. Naturalmen-te, Siurot concibe al Quijote como relatofidedigno de algo anteriormente realizadoo vivido: la acción siempre precediendo ala reflexión. Pero no se contenta con sumera sustancia nacional y en una derivaahistórica, es decir, metafísica, afirma launiversalidad de los personajes cervanti-nos, «unidades de orden superior», que«persiguiendo, al través de una trama jugo-sa y un desarrollo literario que es un mila-gro de perfecciones, la altísima enseñanzaque guía a la humanidad por sendas deseguro equilibrio, poniendo a derecha eizquierda del concepto razonable de lavida las inflamaciones simpáticas del Inge-nioso Hidalgo y las campechanas grose-rías del Escudero» (Siurot, 1923, pp. 361-362).

Sin duda, abundan las interpretacionespsicologistas del Quijote, como hemostenido ocasión de observar reiteradamente.Las hay tan superficiales, que todo cuantosucede en la novela lo atribuyen a la locu-ra del personaje, en ocasiones tan peregri-namente que incluso se atreven a dar undiagnóstico psiquiátrico. Hay otras inter-pretaciones, más copiosas, que, sin embar-go, aspiran a explicar su personalidad conmayor profundidad (v.g. Madariaga, 1926).La mayoría opta por una perspectiva psico-trascendental de la que acaba surgiendo loque Ortega llamaba «protoplasma-estilo» delos personajes de una obra artística, unadeterminada actitud vital, una determinadamanera de ser en el mundo (Ortega, 1990,p. 87, nota 74). Desde que Menéndez Pela-yo para referirse al Quijote acuñara unaexpresión como realismo idealista, tanbendecida por el éxito, pocos han conse-guido esquivar la tentación de condensarlas vidas de las criaturas cervantinas enunos cuantos arquetipos psicoideológicosabarcadores. Pocos. Luis Cernuda es unode ellos. Nuestra lectura antipedagógicatambién quiere conseguirlo.

La última obra que quiero poner sobreel tapete como materia de análisis para jus-tificar esta lectura es la del polígrafo galle-go Julio Ballesteros Curiel (de pseudónimoO’Juliel Becuri), publicada en 1919, peropensada originalmente para el tercer cente-nario de 1905. Es, de las analizadas, lamenos doctrinaria. Su objetivo es examinary enaltecer las contribuciones de Cervantesa la Historia universal del pensamientopedagógico, y no repara en medios. Capí-tulos enteros se resumen en prolijos lista-dos de frases cortas que «funcionan» comoconsejos, máximas y aforismos didácticos(así el capítulo III, titulado «Didáctica»), porser el Quijote, a su juicio, un libro «esen-cialmente instructivo y educativo» (Balles-teros, 1919, p. 122). No hay pedagogo con-temporáneo que no tenga alguna deudacon Cervantes. La maña de que se valeBallesteros Curiel para demostrarlo es,cuando menos, pintoresca. Compara textossueltos, muy genéricos, de autores moder-nos con otros del Quijote y, cuando creehaber encontrado alguna similitud, aplicaun «silogismo» y sin mayor indagacióndeduce la influencia y la superioridadpedagógica de Cervantes. Puede afirmarsesin temor a errar que, en opinión de Balles-teros, en el Quijote está contenido el ger-men de toda la pedagogía contemporánea,desde Rousseau hasta sus días.

A diferencia del integrismo católico deCremades y Téllez, que blanden el Quijotecomo un arma moral contra el liberalismo,y Siurot, que cae de hinojos ante el héroeredentor de una España decaída, Balleste-ros prefiere reivindicar al Cervantes sabio,al maestro y al pedagogo. El Quijote, unavez más, pierde su condición de novela y lanarración es literalmente desmontada. Conalgunas de sus piezas, Ballesteros recom-pone un nuevo objeto, ahora enteramentepedagógico, del que se obtendrán benefi-cios formativos y auxilio didáctico para laenseñanza de la gramática y la ortografíaen primaria, literatura en secundaria y len-gua española en la universidad. Guillermo

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Téllez denostaba el uso escolar del Quijote.La demencia de su protagonista podía serinsana para la juventud, su lenguaje arcaicoy su complejidad sintáctica eran inaccesi-bles a la infancia, y su simbolismo escapa-ba a la comprensión de los niños. Balleste-ros, en cambio, sólo encuentra argumentosfavorables para su presencia en las aulas:Cervantes expone los pensamientos másenjundiosos con sencillez y claridad y susconsejos tienen aplicación en la vida. Peroel mayor mérito que le reconoce es sucapacidad de llevar la cultura y el conoci-miento universal a cualquier lector.

Ballesteros idolatra un texto que creeimperecedero, provechoso, popular ybellamente escrito. Pero, sobre todo, loadmira por ser plenamente educativo ensus valores morales y en sus enseñanzassobre cualquier materia, además de adelan-tarse y preludiar toda la ciencia pedagógicamoderna. En su planteamiento lector, losactores del relato, el relato mismo con susdigresiones, vueltas y revueltas, ocupan unhumilde y borroso segundo plano, con loque la objetivación de la obra de arte seconsuma una vez más, convenientementeamordazada, momificada, con la cintapedagógica.

CONVIDADOS A UNA FIESTA: OTRALECTURA POSIBLE DEL QUIJOTE

Llegamos a las playas de Barcelona: finaldel trayecto. Es tiempo de recapitular loandado hasta ahora. Nos enfrentamos a lalectura de un libro sobre el que se acumu-lan abundantes prescripciones lectoras yno poca erudición indigesta, como la califi-ca Luis Cernuda (1994, p. 670). En esemuro medianero que separa escritor y lec-tor nos hemos movido, porque en él hacensu agosto la pedagogía y sus insaciablesdiscursos del deber ser.

Este artículo pretende desafiarlos,plantarles cara con una lectura antipedagó-gica del Quijote, porque parte de la premi-

sa de que, por encima de cualquier preten-sión objetivadora, el Quijote es una narra-ción literaria escrita a salto de mata a lo lar-go de más de quince años por un artista devida asendereada. Una historia de amor yamistad, surcada por sueños y delirios,esperanzas y decepciones, que arde pastode las llamas y queda devastada cuando sele cruza algún fundamentalismo moral opatriótico, o cuando cae en manos del arti-ficio filológico. Elevada a los altares, adora-da y canonizada, pierde su condiciónnarrativa y vital, y acaba disfrazada tras unamuchedumbre de lecturas exteriores, comolas llamaría Borges (Larrosa, 2003, p. 135).Ésta es la suplantación que quiero denun-ciar en complicidad con Pierre Ménard, elpersonaje borgiano que leyó interminable-mente el Quijote tratando de «llegar al Qui-jote» a través de las propias palabras dellibro, sin aplicarles disciplina, ni regla algu-na (Larrosa, 2003, p. 138). Hablamos, pues,de una lectura anticanónica del humanis-mo cervantino que lo inmunice contra lec-turas profesorales, mixtificadoras y doctri-narias. Pues, para que resplandezca la cre-ación artística, debe desaparecer el efectodomesticador del canon, y establecerseuna relación conversacional libre entre tex-to y lector, porque, como afirma Hans G.Gadamer (2000, p. 39), «el lenguaje sólo serealiza plenamente en la conversación».

El procedimiento con que la pedagogíaha solido intervenir en el Quijote (mejorsería decir contra el Quijote) es la exégesis.Los cuatro textos que hemos revisado, sinimportar su orientación ideológica o suestilo formal, son puramente exegéticos,porque plantean una relación idolátricacon la novela de la que nacen comentariosliterales, fragmentarios, proclamacionespúblicas de una palabra revelada. JuliánMarías nos recordaba que el Quijote es unlibro poco leído, leído a trozos, despacha-do, a veces, con unas cuantas estampas sin-téticas y una mixtura de estudios especiali-zados. Gran parte del texto, como la caraoculta de un astro, queda en la penumbra

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y su condición novelada, narrada, se quie-bra en pedazos. «Solamente la lectura inte-grada y continuada –escribe Marías (1990,p. 260)– pone ante nosotros el libro comotal, sin introducir por los menos lo quehabrá que llamar la pérdida del género. Enla novela esto es particularmente importan-te, porque es una representación imagina-tiva de la vida humana, y ésa es sistemáti-ca». Como la exégesis sirve a un fin supe-rior, trascendente, rompe necesariamentecon el acontecimiento cotidiano, con la fla-queza y la contradicción de los personajes,con lo laberíntico del relato, con todoaquello que no confirme el principio canó-nico que la anima y acredita. De ahí que loscomentarios pedagógicos del Quijote pro-pendan a la fractura del texto en meroscatálogos de consejos y sentencias, conparalela mutilación de ciertos pasajes yolvido clamoroso de capítulos completos.Sin embargo, vida y novela tienen la mismasustancia narrativa. Como la vida, tampocola novela surge de la suma de sus ingre-dientes.

El espíritu exegético que suele guiar laslecturas pedagógicas del Quijote le vienequizás de ese origen sometido al que alu-día Santullano (1938), pero más probable-mente de una tendencia pastoral, tambiénoriginaria en la pedagogía escolar (Hunter,1998; Popkewitz, 1998), que la impele aproducir normas de clasificación. En lostextos pedagógicos que hemos tenido oca-sión de revisar, se repiten, como consignasdidácticas, múltiples distinciones y oposi-ciones binarias, tan socorridas tambiénpara la crítica literario-filológica. Ademásde la ruptura narrativa que esta operaciónestructural representa, su efecto más inme-diato es la deshumanización de la novela,pues sus personajes se transforman enmodelos, en autómatas, en funcionarios deun orden político, moral o académico quelos sobrepasa. Si, como asegura Mèlich(2002, p. 150), «la literatura es una defensade lo individual, de lo concreto», este juegode oposiciones metafísicas (pretendida-

mente educativas o didácticas) daña elcorazón mismo de la creación literaria quees, ante todo, el fruto y realización de unaexperiencia intensamente humana, en laque la imaginación juega un papel vital. «Através de la fábula emerge la vida de loshombres, sus íntimos secretos, sus angus-tias, sus antiguas ambiciones. Por los cami-nos de la imaginación cada ser humanoinventa su propia vida y descubre el mun-do», escribe Gabriel Janer (2002, p. 23).

Una obra de arte reducida a objetopedagógico condena la imaginación ennombre de un principio moral indiscutibley trascendental, ante el que desaparece elgozo de la lectura que, como también sue-le decir Gabriel Janer, es otra manera dehablar del deseo. Y éste es una presenciainsistente en el Quijote. No estoy seguro deque la trama dialogada que recorre la nove-la de cabo a rabo sea una relación pedagó-gica que supedita el deseo, como se nosquiere hacer ver comúnmente, a unasmetas ideales o prosaicas. Veo, sobre todo,seres de carne y hueso, de compleja perso-nalidad, que siguen no una sino variasvidas, que sueñan despiertos (Mèlich,2002). En Don Quijote esta pluralidad detrayectorias es palmaria, pero también enSancho y en otros personajes.

No se ha hecho, creo yo, demasiadocaso al hecho de que la novela discurre poruna llanura, que es un espacio homogéneoy sin señales sobresalientes, donde las lige-ras variaciones del relieve resultan decisi-vas. La vida cotidiana semeja, en ciertomodo, una llanura en la que sólo elencuentro con lo maravilloso rompe lamonotonía. En mitad de la calma chichadel mediodía, ante un rebaño de ovejas, osólo con cerrar los ojos sobre un caballo demadera, arranca un viaje de incierto desti-no, se quiebra el orden del discurso orto-gráfico. La locura de Don Quijote es, comoen el acto de enamorarse, el método (esdecir, el camino) que desencadena el acon-tecimiento que anima la narración. La risaes, en complicidad con la locura muchas

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veces, el otro camino que permite el fluidotránsito entre realidad y ficción. Ni unosolo de los textos pedagógicos que hemosvenido analizando concede un papel este-lar, si siquiera importante, a la comicidaddel Quijote. Todo lo más la interpretancomo mecanismo psicológico para sobre-llevar con ironía el feo aspecto de la reali-dad nacional, o como prueba de los efectosbenéficos que Sevilla obró en Cervantes: lacuestión es buscar siempre una explicaciónracional según la cual la razón histórica (oel estereotipo cultural) se impone al sujeto.

Desde estos puntos de vista, la burlano es un bien pedagógico, sino un subpro-ducto literario que circunda el meollomoral o simbólico del texto. Pocas mutila-ciones pueden tener menos justificaciónque la negación de la locura y la burlacomo elementos generadores del relato. Larisa, como dice Cernuda (1994, p. 685), esun don divino que nos acerca a Don Qui-jote. Cuanto más nos reímos de él, más fa-miliar lo sentimos. Cosa rara, porque siem-pre parece que reírse de alguien lo degra-da moralmente. En el Quijote la risa, por elcontrario, es una invitación al encuentrocon el otro, para trabar con él una relaciónamorosa y ética, es decir, a tomar parte enla narración de su vida. Continúa Cernuda:

A través de las flaquezas que reímos enDon Quijote comenzamos a vislumbrar enel maduro hidalgo un alma juvenil, dondearde puro y vivo el fuego del entusiasmoapasionado. No le aburre nada, ni le cansala vida, en todo halla alimento para su mag-nífica curiosidad, a diferencia de aquellasgentes que le rodean y vencen; y por eso lovencen, porque no tienen curiosidad nipasión, y juegan en frío, mientras que DonQuijote pone en todo demasiado. Hay en élalgo de niño y poeta… (Cernuda, 1994, p.666).

La cirugía pedagógica ha rehuido lalectura silenciosa e íntima, también inocen-te, del Quijote para embarcarse en unespectáculo moral, político o filológico, delque resultan personajes, es decir, máscaras,

pero no individuos. La presunta universali-dad de los tipos humanos que quierenencarnar las máscaras es ficticia, pero útilpara la organización catequética del cono-cimiento. Lectores «ingenuos» del Quijotecomo Luis Cernuda y Julián Marías sabenque la inagotabilidad narrativa del Quijoteno viene de representar tal o cual entele-quia intemporal, sino de su humanidadconcreta. A fuerza de humano Don Quijotese vuelve más rico e indefinido, más inso-luble en el reino solemne de las ideas pla-tónicas.

Esta aparente paradoja de la infinitudde lo finito se nutre, entre otras cosas, delhumor, que siempre se mueve, como pezen el agua, en el río de lo ambiguo y de loque puede ser, casi nunca en el terreno delo que debe ser. Sin embargo, la risa, que esun lenguaje tan humano, queda reducida ala anécdota graciosa y la ocurrencia feliz o,peor aún, se ve absolutamente despreciaday por fin desterrada de la mayoría de loscomentarios pedagógicos. Los pedagogosprefieren acudir a un plano educativo tanprimario, y tan aburrido, como el del con-sejo o la reprimenda, porque presientencon algún desasosiego que la risa no retra-ta la realidad, la interpreta libremente; quetampoco acepta dócilmente las regulacio-nes, o que, incluso, las niega. Gabriel Janer(1991), que tantas virtualidades educativasha descubierto en la risa, destaca entreellas precisamente la de mostrar con inteli-gencia la disconformidad con el mundo.Probablemente, Don Quijote no es unrevolucionario, como imaginan algunosanarquistas (el mismo Azorín, cuando loera, lo pensaba), pero sí un outsider quesigue su camino encantado, sin dejarseembaucar por quienes lo incitan, con enga-ños y sermones, a que siga el camino rec-to.

Las lecturas pedagógicas, apegadas asu propio quijote, silencian otros quijotesposibles y callan personajes y sucesos queconsideran fútiles o escasamente educati-vos. Hay tal disparidad entre la experiencia

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de leer el relato de manera pausada y con-tinua de comienzo a fin, sin intermediaciónde expertos, y esta otra de verlo reconver-tido en un objeto pedagógico con tantasausencias, que es muy difícil creer que setrate del mismo relato, del mismo protago-nista y del mismo escritor. Una lectura anti-pedagógica es una invitación a adentrarseen ese mundo ausente y condenado al exi-lio. Es recuperar el deleite del relato des-provisto de palabras, de palabrería. Escomo ser convidados a un banquete ysumergirse en el tiempo total y libérrimo dela fiesta (Velasco, 1982, p. 23), donde aúnqueda lugar para el gozo de lo inefable. En1991, un siglo después, el pintor surrealistaJorge Camacho interpreta, en un lienzopropio, uno de los más complejos y miste-riosos cuadros de Paul Gauguin: De dóndevenimos, a dónde vamos, quiénes somos.Para su remake, Camacho elige otro título,que es su respuesta a esta cadena de inte-rrogantes: El silencio.

En el tercer centenario de la apariciónde su primera parte, el Quijote se vio lite-ralmente zarandeado por la retórica belige-rante de un imaginario nacional roto. Cabepreguntarse a qué zarandeo verbal se veráahora sometido en 2005, cien años des-pués, en la era de la globalización. En unstand de la Feria Internacional del Turismode Madrid (FITUR, Febrero de 2004) sevendían quijotes a un euro para hacerloasequible a cualquiera, casi como uno deesos artículos made in China de los comer-cios de todo a cien. En la red hay decenasde miles de páginas, que son otros tantosescaparates dedicados al Quijote. En algu-nas pueden adquirirse artículos «quijotes-cos» y se ofrecen rutas turísticas que siguenlos pasos de Rocinante.

Quizás estemos asistiendo al nacimien-to de un símbolo regional o local tras unaprolija historia de simbología nacional ymoral trascendente. En unos tiempos enque el discurso se constriñe en eslóganes oimágenes espectaculares, puede que unavez más el Quijote vuelva a caer víctima de

nuevas «fórmulas magistrales», aunque pue-de que esta vez no sean metafísicas, sinocomerciales. Es, desde luego, una necesi-dad que Cervantes y su obra dejen de serleídos con reverencia, pero peor aún seríaque acabaran convertidos en mercancíapara cultura de masas. Creo que fue HenriMichaux quien se negó, mientras pudo, aver sus obras publicadas en ediciones debolsillo, porque no quería ser leído porcualquiera… Para desgracia de Don Quijo-te, la sirena que convoca al espectáculo vaa sonar en cualquier momento.

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