Arte carolingio I

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ARTE CAROLINGIO Con la abierta práctica de una política iconoclasta a lo largo del segundo tercio del siglo VIII, las relaciones entre el Imperio de Constantinopla y el papado se hicieron cada vez más tensas. Los intereses políticos y militares del Imperio gravitaban progresivamente hacia el este, con lo que la presión lombarda ponía de manifiesto la debilidad del exarcado bizantino de Rávena y, en consecuencia, del propio ducado de Roma. La actividad administrativa y fiscal del Imperio tanto en la Península italiana como en Sicilia, así como la suspensión de la jurisdicción romana sobre la organización eclesiástica de zonas de habla griega como Calabria, Sicilia y el Illyricum, contribuyeron a acentuar las diferencias entre Roma y su hasta entonces brazo secular, el Imperio bizantino. La situación desembocó en la petición de apoyo del papa Gregorio III a Carlos Martel, caudillo franco que había conseguido frenar la presencia musulmana en Europa tras su victoria en Poitiers (732). La petición papal del 739 no tuvo ninguna consecuencia inmediata pero sirvió de precedente a la posterior alianza del papado y la monarquía franca, uno de los hechos capitales de toda la alta Edad media y que, no conviene olvidarlo, tuvo lugar en el marco y en el contexto de la querella iconoclasta. La progresiva consolidación de la alianza franco-papal continuó durante el pontificado de Esteban II, quien coronó como rey de los francos a Pipino III en Ponthion en enero del año 754. El papado parecía seguir dispuesto a jugar sus cartas, aprovechándose de la debilidad bizantina para consolidar su posición y conseguir un aliado militar con el que responder a la conquista lombarda de Rávena, acaecida en el año 751. Las 1

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ARTE CAROLINGIO

Con la abierta práctica de una política iconoclasta a lo largo

del segundo tercio del siglo VIII, las relaciones entre el Imperio

de Constantinopla y el papado se hicieron cada vez más tensas. Los

intereses políticos y militares del Imperio gravitaban

progresivamente hacia el este, con lo que la presión lombarda ponía

de manifiesto la debilidad del exarcado bizantino de Rávena y, en

consecuencia, del propio ducado de Roma. La actividad

administrativa y fiscal del Imperio tanto en la Península italiana

como en Sicilia, así como la suspensión de la jurisdicción romana

sobre la organización eclesiástica de zonas de habla griega como

Calabria, Sicilia y el Illyricum, contribuyeron a acentuar las

diferencias entre Roma y su hasta entonces brazo secular, el

Imperio bizantino. La situación desembocó en la petición de apoyo

del papa Gregorio III a Carlos Martel, caudillo franco que había

conseguido frenar la presencia musulmana en Europa tras su victoria

en Poitiers (732). La petición papal del 739 no tuvo ninguna

consecuencia inmediata pero sirvió de precedente a la posterior

alianza del papado y la monarquía franca, uno de los hechos

capitales de toda la alta Edad media y que, no conviene olvidarlo,

tuvo lugar en el marco y en el contexto de la querella iconoclasta.

La progresiva consolidación de la alianza franco-papal

continuó durante el pontificado de Esteban II, quien coronó como

rey de los francos a Pipino III en Ponthion en enero del año 754.

El papado parecía seguir dispuesto a jugar sus cartas,

aprovechándose de la debilidad bizantina para consolidar su

posición y conseguir un aliado militar con el que responder a la

conquista lombarda de Rávena, acaecida en el año 751. Las

relaciones del papado con la nueva dinastía carolingia -el nuevo

poder fuerte en Europa- se estabilizaron y la famosa Falsa Donación

de Constantino (Constitutum Constantini) empezó a cumplir su

función de instrumento que legitimaba las pretensiones pontificias

sobre gran parte de Italia, impidiendo la continuidad de la

influencia bizantina sobre el Mediterráneo occidental.

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A la muerte de Pipino (768), heredan el reino franco sus hijos

Carlos y Carlomán. El segundo muere en el año 771, justo antes de

que la ruptura entre los hermanos estallara en una abierta

hostilidad. A partir de ese momento se inicia la expansión

carolingia con la proclamación de Carlos como rey de los lombardos

(774) y los bávaros (788). Finalmente, ante la perplejidad de la

emperatriz Irene, madre y regente de Constantino VI, en la navidad

del año 800 el papa León III coronaba como emperador a Carlomagno

en la basílica romana de San Pedro. Una compleja trama político-

religiosa había sido urdida para justificar la aparición de un

nuevo imperio romano de Occidente. En los escritos de los hombres

de la época podemos captar perfectamente cuál era el sentido de

todo el programa ideológico del imperio que el papado y la

monarquía franca habían forjado, ideología que quedaba

plásticamente ilustrada en el Aula Leonina del Palacio romano de

Letrán. La teoría del Estado se fundamentaba en la defensa y

difusión del cristianismo. Cristo había enviado a sus discípulos a

predicar por el mundo su mensaje redentor; San Pedro instituyó al

papa Silvestre y al emperador Constantino como cabeza de la Iglesia

y brazo armado que la defendía; León y Carlomagno, como sus

legítimos herederos, eran los protagonistas del momento. Este

último punto es básico para entender el sentido que la vieja Roma

tuvo para los habitantes de la Europa carolingia. Carlomagno era

aclamado como imperator romanorum y sus súbditos cultos veían en él

al novus Constantinus, considerándolo no su heredero sino a un

nuevo renovador del imperio con sus ideales cristianos.

La nueva seguridad de las fronteras, garantizadas por los

ejércitos francos, aseguraron una saneada economía que permitía

sufragar importantes empeños constructivos. Además, el inicio del

feudalismo supuso una paradójicamente dignificación de la condición

humana, mayor seguridad y estabilidad que se extendieron durante

los reinados de Carlomagno (768-814) y sus sucesores Ludovico Pío

(814-840) y Carlos el Calvo (840-877). Con la ruptura de las

fronteras en el proceso conocido como “las segundas invasiones”, la

institución imperial no desapareció pero se vio incapaz de poner

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orden en sus territorios, acosados por los normandos que remontaban

los ríos asolando ciudades, los magiares empujados por Bizancio

hacia occidente y la renovada presencia musulmana en el

Mediterráneo occidental.

La corte imperial, con el emperador al frente, promovió una

nueva y febril actividad creadora. No sólo eran necesarios

edificios, sino multitud de objetos: joyas, libros, pinturas,

vestiduras, etc. La idea de restauración de una institución como el

Imperio necesitaba de todo un aparato material que la hiciera

creíble. El modelo a imitar obligatoriamente era Roma y por todos

sitios era patente que lo que se estaba viviendo era una Roma

renovata vel restaurata. Los espacios aúlicos o religiosos donde se

celebraban las ceremonias del nuevo imperio, los atuendos y joyas

de los protagonistas, los diplomas de las cancillerías y los libros

de sus escritorios, forman una ingente cultura material que

reproduce más o menos fielmente un esplendor creativo que se creía

definitivamente perdido.

El renacimiento carolingio supuso una restauración de la

cultura grecolatina, fundamentalmente la romana, intentando hacer

realidad el comentario de Modoin d´Autun: Roma volverá a la tierra

en una nueva edad de oro; pero los modelos no fueron elegidos tanto

por un criterio estético-académico como por un sentido restrictivo

de carácter religioso. Como ha demostrado Krautheimer, para los

artistas carolingios los modelos romanos que importaban no eran

tanto los de la Roma del período clásico como los de la época de

Constantino; es más, éstos últimos eran considerados los míticos

paradigmas de la Antigüedad. Un emperador que era considerado el

novus Constantinus y el miles Dei sólo podía entender la cultura

antigua desde la óptica del cristianismo. Sin embargo, al analizar

la obra de los talleres de la Galia merovingia vemos cómo las

técnicas se han empobrecido o, incluso, desaparecido por completo

aunque la capacidad creadora de tradición antigua se conserva, muy

depauperada, en algunos lugares del Mediterráneo latino. Se trata

de un arte que los especialistas han denominado como subantiguo.

Artistas del interior acuden a formarse al crisol mediterráneo o

artistas sureños se establecen en el interior del continente, en

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puntos neurálgicos del imperio, donde los prohombres del Estado

carolingio -abades, obispos y nobles en general- se convierten en

promotores artísticos.

Tradicionalmente la historiografía ha considerado el arte

carolingio como una simple copia de modelos clásicos; sin embargo,

pese a que es indudable que las obras de los artistas carolingios

llegaron a parecerse de tal manera a los originales que los

especialistas no son capaces en algunas ocasiones de discernir si

se trata de una creación del siglo IV o de una copia carolingia,

también tenemos constancia de la existencia de preocupación por la

investigación de las formas en determinados círculos artísticos e

intelectuales. Como muestra podemos citar la carta que Eginardo, el

biógrafo de Carlomagno, dirige a su hijo instándole a investigar

algunos aspectos oscuros de la obra de Vitrubio o la existencia de

la Arqueta de Eginardo, un arco de triunfo romano ilustrando una

idea cristiana cuya forma se corresponde perfectamente con los

ideales de la arquitectura romana pero cuyo proyecto y la teoría

especulativa que la han hecho posible es absolutamente carolingia

al utilizar un módulo cuadrático en lugar del triangular romano.

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