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Volumen 85 enero-diciembre 2012 Madrid (España) ISSN: 0066 6742 CONSEJO SUPERIOR DE INVESTIGACIONES CIENTÍFICAS INSTITUTO DE HISTORIA ARCHIVO ESPAÑOL DE ARQVEOLOGÍA

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Volumen 85 enero-diciembre 2012 Madrid (España) ISSN: 0066 6742

CONSEJO SUPERIOR DE INVESTIGACIONES CIENTÍFICAS

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Volumen 85 enero-diciembre 2012 320 págs. ISSN: 0066 6742

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ARQVEOLOGÍA

Sumario

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ARTÍCULOSMiriam Valdés Guía. La “casa oval” del Areópago y los Medóntidas en el origen de la polis de Atenas. / The “oval house” of the Areopagusand the Medontidas in the origin of the polis of Athens.Giacomo Bardelli y Raimon Graells i Fabregat. Wein, Weib und Gesang. A propósito de tres apliques de bronce arcaicos entre la PenínsulaIbérica y Baleares. / Wein, Weib und Gesang. Three archaic bronze appliques between Iberian Peninsula and Balearic Islands.Joan Sanmartí, David Asensio, María Teresa Miró y Rafael Jornet. El Castellet de Banyoles (Tivissa): Una ciudad ibérica en el curso inferiordel río Ebro. / Castellet de Banyoles (Tivissa): An Iberian city on the lower Ebro valley.José Pérez Ballester. Sobre cerámicas Helenísticas en Iberia / Hispania. Significado y funcionalidad. / Iconography on Hellenistic wares inIberia / Hispania. Meaning and functionality.Javier Rodríguez-Corral. Las imágenes como un modo de acción: las estatuas de guerreros castreños. / Images as a mode of action: Warriorstatues of Castro culture.Luis Benítez de Lugo Enrich, Honorio Javier Álvarez García, Jose Luís Fernández Montoro, Enrique Mata Trujillo, Jaime Moraleda Sierra,Jesús Sánchez Sánchez y Jesús Rodríguez Morales. Estudio arqueológico en la Vía de los Vasos de Vicarello, A Gades Romam, entre lasestaciones de Mariana y Mentesa (Puebla del Príncipe-Villanueva de la Fuente, Ciudad Real). / Archaeological research on Vicarello’sGoblets Way A Gades Romam as it passes through Mariana and Mentesa (Puebla del Príncipe and Villanueva de la Fuente, Ciudad Real,Castilla-La Mancha, Spain).Alejandro Jiménez Hernández e Inmaculada Carrasco Gómez. La Tumba del Elefante de la Necrópolis Romana de Carmona. Una revisiónnecesaria desde la Arqueología de la Arquitectura y la Arqueoastronomía. / The Tomb of the Elephant at the Roman Necropolis of Carmona.A necessary review through the Building Archaeology and Archaeoastronomy.Eugenio Polito. Augustan triumphal iconography and the Cantabrian Wars: Some remarks on round shields and spearheads depicted onmonuments from the Iberian Peninsula and Italy. / Iconografía triunfal augustea y las guerras cántabras: algunas observaciones sobreescudos redondos y puntas de lanza representados en monumentos de la Península Ibérica e Italia.Helena Paula Carvalho. Marcadores da paisagem e intervençao cadastral no território próximo da cidade de Bracara Augusta (HispaniaCiterior Tarraconensis).Landscape markers and cadastral intervention in the territory near Bracara Augusta (Hispania Citerior Tarraconensis).Marcadores de paisaje e intervención catastral en el territorio próximo a Bracara Augusta (Hispania Citerior Tarraconensis).Marta Flórez Santasusanna y Josep M. Palet Martínez. Análisis arqueomorfológico y dinámica territorial en el Vallés Oriental (Barcelona) dela Protohistoria (s. VI-V a.C.) a la alta Edad Media (s. IX-X). / Archaeomorphological analysis and landscape dynamics in eastern Valles(Barcelona) from Protohistory (6th-5th BC) to Early Medieval times (9th-10th).Piero Berni Millet y Juan Moros Díaz. Los sellos in planta pedis de las ánforas olearias béticas Dressel 23 (primera mitad siglo V d.C.). / Thestamps in planta pedis of the Baetic olearias amphorae Dressel 23 (first half fifth century AD).Sarah Dahi Elena y María Concepción Martín Alonso. Un vaso de Terra Sigillata Hispánica Tardía con decoración singular procedentede la Villa Romana de Saelices El Chico (Salamanca, España). / A bowl of Late Hispanic Terra Sigillata with an exceptional decoration,from the site of Saelices El Chico (Salamanca, Spain).Enrique Gutierrez Cuenca, Jose Ángel Hierro Gárate, Joseba Rios Garaizar, Diego Gárate Maidagan, Asier Gómez Olivencia y DiegoArcederillo Alonso. El uso de la cueva de Arlanpe (Bizkaia) en época tardorromana. / Late Roman use of Arlanpe cave (Bizkaia).Tomás Cordero Ruiz e Iñaki Martín Viso. Sobre los usos y la cronología de las pizarras numerales: Reflexiones a partir del caso del yacimientode Valdelobos (Montijo, Badajoz). / Use and chronology of the numeral slates: Some remarks on the case of the archaeological site ofValdelobos (Montijo, Badajoz).Pedro Ángel Fernández Vega, Rafael Bolado del Castillo, Joaquín Callejo Gómez y Lino Mantecón Callejo. Un nuevo término augustal delager Iuliobrigensium. / A new terminus Augustalis of the ager Iuliobrigensium.Manuel Salinas de Frías y Juan José Palao Vicente. Nuevo miliario de Augusto procedente de Fuenteguinaldo (Salamanca). / A new Augustusmilestone from Fuenteguinaldo (Salamanca).Javier Velaza. Una inscripción latina relativa a la fundación de Olite (Navarra). / A Latin inscription related to the foundation of Olite (Navarre).Agnès García-Ventura y Jordi Vidal. El Instituto Ibérico Oriental (1938-1941). Un intento de introducción de los estudios sobre el OrienteAntiguo en España. / The Instituto Ibérico Oriental (1938-1941). An attempt of promoting Ancient Oriental Studies in Spain.RECENSIONES

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Las imágenes como un modo de acción:las estatuas de guerreros castreños

Images as a mode of action: Warrior statuesof Castro culture

Javier Rodríguez-Corral*Universidad de Santiago de Compostela

Archivo Español de Arqueología 2012, 85, págs. 79-100 ISSN: 0066 6742 doi: 10.3989/aespa.085.012.005

RESUMEN

La identidad social es siempre experimentada y represen-tada en contextos específicos. Al tener un carácter procesual,se necesitan puntos materiales específicos de referencia en laforma de paisajes, lugares, artefactos y personas. Centrándo-se en las estatuas de guerreros castreños, este artículo reflexionasobre el papel de estas imágenes y examina la importancia deestas formas materiales como un medio crucial a través delcual la identidad y sociabilidad son creadas, contestadas yresueltas.

SUMMARY

Social identity is always experienced and enacted in spe-cific contexts. Due to its evolving character, specific concre-te material points of reference in the form of landscapes, places,artifacts and people are always required. Focusing on warriorstatues of the Castro culture, this article reflects on the roleof these images and examines the relevance of these materialshapes as an important medium through which issues of identityand sociability are created, contested, and resolved.

PALABRAS CLAVE: Cultura castreña, Edad del Hierro, es-cultura prerromana, agency, iconografía, estética, cuerpo,teoría de la acción, biografía cultural.

KEY WORDS: Castro culture, Late Iron Age, pre-roman sculp-ture, agency, iconography, aesthetics, ancient image, body,theory of action, cultural biography.

1. INTRODUCCIÓN

Uno de los principales problemas de nuestra ma-nera de comprender el mundo material deriva de los

dualismos contemporáneos que gobiernan el discur-so arqueológico: la mente es separada del cuerpo, lacultura de la naturaleza, los sujetos de los objetos ylo metafórico de lo literal. Esta concepción cartesia-na es la responsable de los excesos representaciona-listas en la interpretación arqueológica de las estatuas,haciendo que veamos estas formas materiales comoun reflejo pasivo de ideas preexistentes y, por tanto,un producto secundario de la realidad social de las co-munidades que las construyeron. La consecuenciainmediata, es que no nos hemos preocupado por ellascomo objetos de propio derecho, sino por aquello quesupuestamente se esconde detrás de sus formas ma-teriales. Esto hace que nuestro principal interés seades-cubrir qué idea quieren representar. Sin embar-go, las estatuas no sólo trasmiten un significado, sinoque contribuyen activamente a producir significado,a mantenerlo, a reproducirlo, y a crear las condicio-nes materiales para que puedan funcionar de diferentesformas en diferentes momentos. En este sentido, lasestatuas de guerreros castreños se presentan como unaoportunidad para considerar seriamente el papel quedesempeñan las formas materiales de este tipo en lassociedades pretéritas. Mi propósito es explorar cómoestas imágenes construyen activamente su significa-do en el propio contexto de las formas materiales delcastro y, cómo, en este proceso, su materialidad par-ticipa en la creación y mantenimiento de la identidady la sociabilidad indígena. Superar las teorías que venen el arte un mero esquema de representación, nos per-mite entender estas estatuas como un modo de accióny, por tanto, como imágenes que desempeñan un pa-pel en el marco performativo del castro.

Sin embargo, antes debemos revisar los argumen-tos que, en mi opinión, han situado erróneamente a

* Grupo de Estudio para a Prehistoria do NO Ibérico(GEPN), Dpto. de Historia I. Universidade de Santiago deCompostela. Praza da Universidade 1, 15782 Santiago deCompostela. Quisiera agradecer a Josefa Rey, Xulio Carba-llo, Leonardo Sanjuán, Howard Morphy y Chris Gosden loscomentarios, la documentación y las facilidades que me handado para escribir este artículo.

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estos iconos en un contexto romano, y que han deter-minado en último término su interpretación. Su ads-cripción al siglo I d.C., se debe al hallazgo de variasestatuas con inscripciones, y a la suposición de queestos epígrafes se realizaron al mismo tiempo que lasimágenes, utilizado la datación epigráfica como ter-mini ad quos. Este argumento ha tenido gran pesohistoriográfico desde que Hübner (1871) lo utilizaraa finales del siglo XIX para datar las estatuas en épo-ca julio-claudia y flavia. Así, Sarmento (1933: 207),al defender una cronología romana, afirma que “lasinscripciones grabadas en algunas [estatuas], cierranla puerta a cualquier contestación”. En la década delos 80, ya con las dos nuevas inscripciones de SantaComba y São Julião a su disposición, Silva (1981),Almeida (1982) y Alarcão (1988) reiteran la crono-logía epigráfica, y sostienen que las esculturas deguerrero son consecuencia de la romanización. Mar-tins y Silva no dudan de la coetaneidad entre texto eimagen, sentenciando “que de ningún modo sepuede[n] considerar una añadido anacrónico” (Mar-tins y Silva 1984: 43). Si muchos de estos autoresgeneralizan la fecha epigráfica al conjunto de todaslas estatuas, Tranoy (1988: 224-225), a finales de estadécada, adoptando una posición intermedia, se sirvede las inscripciones para distinguir entre imágenesprerromanas y romanas. En la actualidad, diferentesautores han seguido defendiendo la sincronía de lasmismas, datando las estatuas por criterio epigráficoen la primera mitad del siglo I d.C., fecha que se ajus-taría a mediados de ese siglo para la imagen de SantaComba (Redentor 2008; 2009).

De igual modo, los textos epigráficos también haninfluido decididamente en la interpretación que se hadado de estas imágenes. A partir de las inscripcio-nes de Rubiás y de Meixedo, Hübner consideró quelas estatuas son monumentos funerarios. Esta inter-pretación cala rápidamente en investigadores comoSarmento (1886: 246), Vasconcellos (1896) y Paris(1903: 71) que se suman a la opinión del epigrafistaalemán. De esta manera, a partir 1973, al descubrir-se in situ los pies de un guerrero en una de las en-tradas del castro de Sanfins, se abandona la hipóte-sis que afirma que son monumentos que se colocabansobre las tumba, lo que no ha impedido, que en laactualidad, se siga defendiendo su carácter funerario(Koch, 2003: 82). La interpretación como héroesepónimos divinizados, o divinidades tutelares decarácter votivo u honorífico, planteada desde el des-cubrimiento de los primeros ejemplares por Pereira(1908) y Maluquer (1954), es recuperada entonces porTranoy (1988: 223), Almagro y Lorrio (1989: 418).Para Tranoy, las imágenes prerromanas representan

héroes anónimos o divinidades tutelares, mientras quelas estatuas con inscripción reproducen a jefes rea-les que lucharon probablemente en los cuerpos auxi-liares romanos. En la misma línea, Alarçao (1988;2003: 116) y Silva (2003: 47) ven en estos iconos losretratos de guerreros o príncipes históricos de la elite.Este último, tras analizar los epígrafes, defiende elcarácter honorífico, y asigna a las estatuas una fun-ción heroizada de tutela “conectada con el culto a losJefes y la glorificación de los antepasados típica delas sociedades basadas en los lazos de sangre comola cultura castreña” (Silva 2003: 47). Otros autoresven e ellas el retrato de príncipes o héroes locales quelucharon en las tropas auxiliares romanas y que fueronpremiados por colaborar con Roma (Calo 1994: 685-686; Peña 2003: 175-176).

Calo (1994) que, además de aceptar el criterioepigráfico, utiliza información arqueológica y contex-tual, ha interpretado estas imágenes —y las saunascastreñas— como una expresión del arte provincialromano, inspiradas en el programa escultórico que enesos momentos se erige en la ciudad de Bracara Au-gusta, opinión que comparte con Almeida (1986). Deeste modo, considera que la plástica y las construccio-nes con pedra formosa surgen en época romana (épocajulio-claudia), cuando una clientela provincial deman-da unas estatuas y unos baños acordes a sus gustos,siempre limitados por la técnica y los medios dispo-nibles, pero en último término, inspirados en las es-tatuas o las termas romanas. Las estatuas castreñastendrían así su condición de posibilidad, en primerlugar, en una sociedad sometida a una “fuerte acultu-ración por parte de Roma”; y en segundo lugar, en laestrategia romana que alienta estas estatuas como unelemento más dentro de sus “planes de propaganda yasimilación” de las comunidades castreñas (Calo1994: 806-807, 825-826; 2010: 260-265).

Dejando al margen el concepto de romanizaciónimplícito en estos autores, que ha sido deconstruidoen los últimos años por diferentes autores (Woolf1997; Scott 2003; Gosden, 2004; Hingley 2010), eluso del criterio epigráfico como forma de dataciónplantea serios problemas al ser francamente difícildemostrar que las inscripciones sean un elementooriginal de los guerreros. Igualmente, los datos ar-queológicos esgrimidos para adscribir esta plástica alperiodo romano no son en absoluto concluyentes, apesar de que Calo afirme que “todas aquellas que seencontraron en un proceso de una excavación, encastros excavados o casualmente, pero asociados aalgún material, nos lleva indefectiblemente al I d.C.”(1994: 683). Lo cierto es que, exceptuando los piesde la estatua de Sanfins —que no aportan informa-

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ción cronológica—, no se ha documentado ningunaimagen de guerrero en contextos arqueológicos se-guros que se correspondan con el momento de su usoprimario.

2. EPIGRAFÍA Y RECICLAJE SIMBÓLICO

La sincronía del texto y la imagen, ya puesta enduda por diversos autores desde que se conocen lasestatuas de Meixedo y Rubiás (Paris 1903; Correia1924; Maluquer 1954: 68; Taboada 1965), carece debase argumental sólida (González-Ruibal 2006-2007;Rodríguez-Corral 2009; González-García 2009) y suasunción ha distorsionado y empobrecido nuestracomprensión de las mismas. La negación de la con-vivencia de elementos diacrónicos en un mismo ob-jeto, impide que podemos apreciar como las histo-rias asociadas con las estatuas han cambiado a lo largodel tiempo, reestructurando sus biografías culturales.Aceptar, empero, la diacronía entre el epígrafe y laimagen, nos ofrece una buena oportunidad para re-flexionar sobre la relación que existe entre culturamaterial, identidad y tiempo (Rodríguez-Corral 2010)(Fig. 1).

só que fuese a soportar las inscripciones, lo que ex-plica que fueran ubicados de un modo que ya Paris(1903) calificó de “bizarre”. El propio Tranoy (1981:351; 1988: 223-224) que, como acabamos de ver,asigna al periodo romano las estatuas con epígrafe,considera que en este caso, el texto se habría añadi-do a la imagen prerromana. Si es poco o nada probablela sincronía de los tres textos epigráficos con la ima-gen del guerrero, más extraño resulta aun, que auto-res como Redentor (2008: 198) que defienden la co-etaneidad de la escritura y la escultura, sostengan quelos epígrafes inscritos en diferentes áreas del cuerpoformen parte de un mismo texto, ya que demuestra quehubo que fragmentarlo para buscarle sitio.

En el caso del guerrero de São Julião, Tranoyafirma que existe un campo epigráfico preparado enel escudo, ya que la inscripción aparece más o me-nos ajustada a la superficie del escudo. Sin embar-go, el umbo queda situado entre las dos primeras lí-neas del texto (Fig. 1.3). Asimismo, en mi opinión,que el epígrafe aparezca centrado no demuestra nada:en primer lugar, porque puede ser una consecuenciaderivada del exiguo tamaño del texto y, en segundolugar, porque su posición centrada en el escudo noes un criterio válido para establecer la coetaneidadentre el epígrafe y la imagen. Esta misma caracterís-tica, como ha señalado González-Ruibal (2006-2007),se cumple en una inscripción realizada en época mo-derna en el escudo de una de las estatuas de SantaComba y es indudable que no es coetánea al escudo(Fig. 2). De modo ilustrativo, el epígrafe del otroejemplar de Santa Comba, al ser más extenso que elde São Julião es inscrito forzadamente en la parteinferior del escudo quedando la primera línea parti-da por el umbo (Fig. 1.1).

A la luz de estos tres casos, parece evidente queno existe ninguna pauta preestablecida en el modo deubicar las inscripciones en las estatuas, a diferenciade lo que ocurre con la representación de los elemen-tos iconográficos completamente estandarizados.Pero, si estas evidencias no fueran suficientes paradefender la diacronía entre imagen y texto, bastaañadir un último argumento. En una de las estatuasde Lezenho se ha documentado recientemente hue-llas de otra inscripción (Redentor 2008: 212, n. 8).Aunque su gran deterioro impide lectura alguna, re-sulta enormemente interesante, ya que ésta se super-pone a la decoración de la pieza, siendo por tantoposterior al programa simbólico del icono.

Que actualmente de los treinta y dos guerrerosdocumentados (Calo 2003), solo podamos constatarcinco casos con epígrafe, permite pensar que estamosante la excepción y no la regla, y por tanto, ante casos

Figura 1. Estatuas con inscripciones romanas. 1. Santa Com-ba I; 2. San Paio de Meixedo; 3. São Julião.

Si las estatuas hubiesen sido concebidas comosoporte de la inscripción cabe pensar que se hubiesepreparado un campo epigráfico, pero no parece queesto ocurra. La estatua de Meixedo (Fig. 1.2) cuentacon tres áreas inscritas, una en la zona frontal ocupan-do parte del sago por debajo del escudo, otra en laparte del sago y la pierna derecha, y una tercera, enposición frontolateral, sobre la pierna izquierda. Esevidente que cuando se labró el guerrero no se pen-

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concretos de reutilización, singularización y reciclajesimbólico en momentos posteriores al uso primariode estas estatuas. El añadido epigráfico en un momen-to ulterior de la vida de una escultura o estela no debeconsiderarse algo extraño (Bradley 2002). Este tipode formas materiales, por su tamaño, visibilidad,perdurabilidad y simbolismo, suelen sufrir cambiosde contextos y fuertes procesos de resignificación,acumulando diferentes sentidos y funciones a lo largode su biografía cultural (Gosden y Marshall 1999).Ilustrativo de esto es la cantidad de transformacio-nes, traslados, nuevas ubicaciones y significados queadquieren estas estatuas desde su creación hasta nues-tros días, tal como aparecen recogidos en la obra deCalo (1994).

Con la introducción del hábito epigráfico, la es-critura sirve como un eficaz mecanismo de reciclajesimbólico de objetos del pasado, muy especialmen-te para recontextualizarlos con un sentido funerarioo votivo. Este hecho se constata no sólo en algunasesculturas de verracos del área vetona (Álvarez-San-chís 1999: 215-294, 345-373), sino también en lasestelas y estatuas-menhir del Bronce Final (Fig. 3).La estela de Chillón (Ciudad Real), en época roma-na, fue traslada a una necrópolis y reutilizada comomarcador de una tumba. En la escena original serepresenta a un individuo con una espada y, a su lado,

Figura 2. Guerrero castreño de Santa Comba con inscripciónmoderna de 1612. Ubicado en la plaza de Bastos en la actua-lidad, a finales del XIX se le añadió una cabeza (a partir de Silva,

1984).

Figura 3. Epígrafes romanos sobre monumentos Prehistóricos. 1. Estatua-menhir de Muiño de San Pedro (Verín, Orense); 2. Estelade Chillón (Guadalajara); 3. Estela de Ibahernando (Cáceres) (a partir de García Sanjuán et alii., 2008 y Taboada, 1988-1989).

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a diferente escala, un escudo de tres anillos concén-tricos, un peine y lo que se ha interpretado como unalanza. En el momento de su reutilización a esta es-cena se le añadió un texto que reza:

Procul/us Touto/ni F(ilius) An(norum) XLH(ic)/S(itus) E(st) T(ibi) (Terra) L(evis)

Este epígrafe, al igual que los realizados sobre lascaétras de las imágenes castreñas, respeta las formasy motivos originales del soporte. En este caso, comoocurre con la inscripción del guerrero de Santa Com-ba, el texto se interrumpe por un motivo primario: laspiernas del individuo de la escena original.

Por otro lado, la estela de Ibahernando (Cáceres),en la que se representa un escudo con escotadura enV, una espada y una lanza, también aparece reubicadaen una necrópolis romana y se le añade una inscrip-ción de tres líneas que se superpone a la parte supe-rior del escudo. La trascripción es problemática por-que tiene errores ortográficos, pero todo indica queel texto hace referencia a una persona de filiaciónindígena (García Sanjuán et alii, 2007: 19-120; 2008:7-9; Fernández Ochoa et alii, 1994).

En la misma área donde se documentan las imá-genes de guerreros castreños, se generalizan las lla-madas estatuas-menhir durante el Bronce Final yprincipios de la primera Edad del Hierro. Se trata deun grupo escultórico perfectamente definido, quedebido a su coincidencia geográfica con los iconoscastreños, su forma antropomorfa y la representaciónen su superficie de armas, ha generado un debate apropósito de su relación con las estatuas castreñas(Calo 1994: 779-781). Una de estas piezas, la esta-tua-menhir de Muiño de San Pedro (Verín, Orense),al igual que las estelas de Chillón e Ibahernando, fuereciclada con una función funeraria inscribiéndose ensu anverso el epígrafe:

Latroni/us Celt / iati F(ilius) / H(ic) S(itus) : E(st)

Siguiendo los mismos criterios epigráficos quepara las estatuas castreñas, esta pieza (Taboada 1988)ha sido datada en la mitad del siglo I d.C. (Nodar2004: 217), afirmándose en algún caso que se tratade una estela bifronte romana (Colmenero 1993). Sinembargo, el motivo subrectangular representado ensu reverso, característico de las estatuas-menhir delTámega y el Duero, denuncia con rotundidad su fi-liación a las estatuas-menhir del Bronce Final. Siseguimos a Bettancourt (2005: 75-76), podemos afir-mar que estamos ante una pieza que empezó siendoun menhir fálico, para más tarde, durante el BronceFinal, ser antropomorfizada y convertirse en una es-tatua-menhir que hasta finales de la Edad del Hierro

debió funcionar como marcador de caminos. Es enel siglo I d.C. cuando se le añade un epígrafe y sereutiliza como monumento funerario, cambiando nue-vamente de significado.

La distancia temporal entre la creación de estasestelas o estatuas y sus posteriores vidas es de granimportancia ya que ofrece a estas formas materialesuna oportunidad para ser reevaluadas y, en el proce-so, reintegradas en el mundo de una forma nueva,lejos del polo de producción donde el conocimientodel objeto fue más uniforme (Rodríguez-Corral 2010).De este modo, podemos interpretar la estatua-men-hir de Muiño de San Pedro (González-García 2009)y las estatuas de guerreros castreños con epígrafes delmismo modo que las estelas de Chillón y Ibahernando(García Sanjuán et alii, 2007: 124; 2008: 10): comoobjetos resistencia en el contexto de aculturaciónromana del siglo I d.C. En un momento de ansiedady de reconstitución de identidades en el noroeste pe-ninsular (González-Ruibal 2006-2007), las estelas-menhir y las estatuas castreñas, reutilizadas en el ám-bito funerario, pudieron encapsular ideas del pasado,memoria ancestral, sentido de pertenencia y, por tan-to, una deliberada retro-ideología (Webster 2003;Aldhouse-Green 2004: 25-26).

A los responsables de esta reutilización, indivi-duos indígenas como denuncia la antroponimia, lainscripción les ofrece un poderoso elemento para elrecuerdo (Woolf 1998), haciendo que sus nombrespuedan ser reactualizados a través de su lectura enmomentos venideros. Pero la ejecución del epígrafetambién les sirve como un eficaz mecanismo de apro-piación, singularización y vinculación con un obje-to que filtra temporalidades del pasado, permitiendohacer de este, un pasado no ausente (Domanska2006). En un mismo acto, pasado y presente están enjuego: la reutilización de un objeto pretérito comomonumento funerario que se le añade un epígrafe consu nombre, permite al individuo indígena negociar suidentidad de un modo muy concreto en un contextode discrepancia y reconstitución de la misma.

Con todo, estas estatuas, al alejarse en el tiempode su contexto primario, pierden uniformidad semán-tica y se vuelven más ambivalentes, facilitando nuevossignificados y usos que les permite tomar diferentescaminos biográficos (Kopytoff 1986). Sintomática-mente, a tenor de los epígrafes inscritos en las esta-tuas castreñas, el sentido de su reutilización en épo-ca romana pudo no haber sido exactamente el mismoen todos los casos (Redentor 2009). Asimismo, esposible que desde época flavia, extendida una nue-va identidad romana imperial en el noroeste penin-sular, las estatuas-menhir y las estatuas castreñas, que

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en los primeros momentos del siglo I d.C. habíanservido para sostener una retro-ideología, ya no seannecesarias. Desde este momento, simplemente seamortizan. Así, la estatua-menhir de Chaves —quecomo la de Muiño de San Pedro, había sido previa-mente un menhir fálico— se reutilizan ahora comomaterial de construcción en la obra del Puente deAquae Flaviae (I-II d.C.) (Varela 1997: 270). Por otrolado, en Monte Mozinho, en época flavia y antoni-na, en donde se construyen casas tipo domus y unmonumento bajo arquitectura romana, las estatuas deguerreros ya fragmentadas se amortizan, tal comocertifican los pies de un guerrero, en la construcciónde un enlosado (Almeida 1974: 9).

3. HACIA UN CONTEXTO ARQUEOLÓGICOPRIMARIO

A la luz de lo expuesto en el anterior apartado,si asumimos en primer lugar, la diacronía entre lasinscripciones y los iconos, y en segundo lugar, quelos epígrafes se realizaron en la primera mitad o me-diados del siglo I d.C. (Redentor 2009), tenemos quesituar el uso primario de los guerreros castreños an-tes de la fecha epigráfica, lo que invalida la dataciónpara estos iconos en época julio-claudia como se havenido sosteniendo (Calo 1994; 2007; 2010; Redentor2008).

No conocemos contextos cronológicos y estrati-gráficos seguros que permitan datar con precisión lasestatuas de guerreros, pero mucho menos que animena adscribirlos a época julio-claudia. De hecho, lareiterada aparición de sus fragmentos en contextosmodernos hace que la propia vinculación de algunosejemplares a un asentamiento resulte imposible. Esel caso de las estatuas de San Jorge de Vizela y SanPaio de Meixedo, amortizadas en construccionesmodernas y de las que ni tan siquiera conocemos elcastro de origen.

En otros casos, su vinculación a un castro es fia-ble. Sabemos, por ejemplo, que las estatuas de Le-zenho proceden del Outeiro de Lezenho, ya que enlos pedestales sobre los que fueron colocadas cuan-do se descubrieron, sendas inscripciones especificanque se hallaron en ese lugar en 1785 (Calo 1994:302). Aun así, al no haberse llevado a cabo excava-ción alguna, carecemos de cualquier informacióncontextual que nos permita datar las piezas. Diferentesson los casos de las estatuas de Cendufe y las dos deSanta Comba, que aunque también se vinculan acastros sin excavar, sus fragmentos han sido datadosen el siglo I d.C. por asociación con materiales ro-

manos (Calo 1994). En el primer caso, los fragmen-tos de la estatua se encontraban amortizados en cons-trucciones modernas cercanas al castro y los mate-riales romanos que sirven de índice para su datación:una moneda de época de Nerón y otra de Claudio,fragmentos de columnas, ladrillos y la parte superiorde un ara romana aparecieron en superficie dentro delyacimiento al que se vinculan las piezas. Si este tipode materiales en ninguna caso pueden datar una es-tatua con la que no comparten relación espacial al-guna, menos aún, si tenemos en cuenta que aparecenen superficie, mezclados con otros materiales deépoca visigoda. En el segundo caso, una de las es-tatuas de Santa Comba fue descubierta en la laderadel castro en el transcurso de trabajos agrícolas quetambién sacaron a la luz tégulas y cerámica comúnromana. Al igual que el material recogido en super-ficie, el salido de tareas agrícolas no parece que seafiable para datar una escultura que con seguridad estáfuera de contexto. En todo caso este material estaráindicando el momento de abandono de la esculturay nunca su contexto de uso primario.

Diversos yacimientos a los que se vinculan, o enlos que han aparecido, estatuas de guerreros, comoCastromao, Monte Mozinho, Santo Ovidio de Fafe,São Julião y Sanfins, sí que suministran, aunque demodo desigual, información e indicios cronológicosque permiten, en mi opinión, situar el contexto de usode las estatuas en un horizonte no romanizado duranteel siglo I a.C.

En la parte alta y en el primer recinto inferior deCastromao se documentan los restos más antiguos deocupación. En la plataforma superior y en el nivel decimentación de la muralla se registraron cerámicaAlpiarça, cerámica griega, fíbula de longo travessãosem espira, materiales que junto a las diferentes da-taciones de C14 obtenidas en esta zona, evidencianun momento de habitación que transcurre entre elsiglo VII a.C. y el siglo II a.C. En la plataforma me-dia e inferior, protegida por la muralla, sucesivas re-estructuraciones y superposiciones de estructuras tras-formaron esta zona del caserío a lo largo del tiempo.En uso desde principios de la segunda Edad del Hie-rro pudo haberse prolongado hasta la primera mitaddel siglo I d.C. Sin embargo, esta área no ha sumi-nistrado materiales romanos en las excavaciones deGarcía Rollán (1971). Es en este momento cuando elcastro se deshabita, y exceptuando una pequeña áreaintramuros cerca de donde se ubicaba la entrada delpoblado (Orero 2007; 2008), ahora sus habitantesdescienden a las laderas para vivir fuera de las mu-rallas. Este proceso, que a tenor de una fecha de C14(Orero 2000), podría haberse iniciado en el cambio

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de era, se generaliza desde mediados del siglo I d.C.a las tierras inmediatas al castro, exceptuando la la-dera noroeste. Con el tiempo este nuevo hábitat ex-tramuros terminará ocupando una extensión de 34 ha(García Rollán 1971; Orero 2000). Todo ello revelala paulatina pérdida de importancia de las murallasdesde principios del siglo I d.C.

Los materiales que se documentan en las excava-ciones más recientes de Monte Mozinho (Soeiro2000-01: 107) revelan un hábitat indígena durante lasegunda mitad del siglo I a.C. En época augustamomento de plenitud del castro, se construye la mu-ralla que alberga un espacio planificado de 20 ha endonde abundan las casas de piedra de planta circu-lar. Las jambas y los dinteles de algunas de estas ca-bañas están decorados con sogueados y cordados, yen sus muros se representan esvásticas y espirales.En estos momentos la vida de sus habitantes se rea-liza bajo un modo completamente indígena y prerro-mano, siendo el material foráneo producto de las re-laciones de intercambio con el sur peninsular. Comoen Castromao, a partir de mediados del I d.C. el asen-tamiento pierde sus características castreñas, la po-blación disminuye y el espacio habitado se contrae.En algunas áreas, se arrasan las viejas estructuraspara construir edificios al gusto romano. Se empie-za a habitar fuera de las murallas, y entre finales delsiglo I y principios del II d.C. se edifica en el ex-terior un monumento funerario romano. Las piedrasdecoradas son reutilizadas como material de rellenoya desde época pre-flavia y los pies de un guerre-ro castreño son amortizados en la construcción de unenlosado datado en el siglo III d.C. (Almeida 1974:9, 29).

Otro asentamiento en el que se documenta esta-tuaria es Santo Ovidio (Fafe, Braga), situado en elvalle del Vizela. La fijación humana en esta zona serealiza desde la Fase II (VI-V a.C.- II a.C.) (Silva 1986).Aunque no sabemos el momento exacto de la funda-ción del poblado, Martins (1991) lo sitúa sin lugara dudas en un período anterior al siglo I a.C.; y du-rante este siglo, la fase álgida de crecimiento y trans-formación del poblado. Con todo, la parcialidad delas excavaciones no permite conocer las caracterís-ticas del asentamiento durante la primera mitad delsiglo I a.C. Los materiales más antiguos de los nivelesde relleno del foso y de la primera pavimentación dela calle arrojan una cronología del siglo V-II a.C.,siendo paralelizable, con la fase II A de São Julião.Las fosas se rellenan antes de la mitad del siglo I a.C.y a partir de las dos últimas décadas es cuando en-tra en funcionamiento la plataforma sobre la que seconstruyen la mayor parte de las estructuras de ha-

bitación en esta área del poblado. Los escasos ma-teriales romanos que se asocian a la plataforma—monedas de Augusto (algunas de la serie de la cae-tra), terra sigillata hispánica, y únicamente ánforastipo Haltern 70—, son insuficientes para poder ha-blar de una proceso de aculturación romano y reve-lan un contexto indígena que mantiene contactos conla región romanizada del sur de la Península. La pro-pia investigadora responsable de las excavaciones,asocia la escultura de guerrero al momento álgido deesta plataforma en la segunda mitad del siglo I a.C.(Martins 1991: 106-107).

El castro de São Julião suministra una secuenciade ocupación continuada desde el Bronce Final hastael siglo I d.C., momento en el que se abandona elasentamiento. Los trabajos arqueológicos realizadosen este yacimiento y en el entorno arqueológicodel valle del Cávado permiten situar el gran desa-rrollo de los castros de esta región en la fase III; estoes, entre finales del siglo II a.C. e inicios del sigloI d.C. (Martins 1990: 148). En esta fase, y no du-rante época julio-claudia, es cuando se transforma yse monumentaliza, a través de un proceso similar alque ocurre en los castros de Barbudo, Terroso o Sa-broso —este último abandonado antes del periodo deromanización pero en el que sin embargo se docu-menta piedras decoradas—. En São Julião duranteesta etapa, y con anterioridad a cualquier señal deromanización, se uniformiza la cultura material, selevantan robustas murallas y se reorganizan los es-pacios domésticos. Hasta mediados del siglo I d.C.la cultura material romana documentada en el cas-tro es escasa y en ningún caso responde a contex-tos de romanización sino de relación e intercambiocon las comunidades romanizadas del sur de la Pe-nínsula, como testifica la escasez de ánforas vina-rias a finales del siglo I a.C. y a principios del I d.C.algún fragmento de terra sigillata hispánica, y au-sencia de cerámica común romana —como cabríaesperar que se documentase en un contexto romani-zado— (Martins 1990: 149).

Por último, la información que suministran lasexcavaciones de Sanfins también permite situar lafase álgida de este asentamiento en un momento an-terior al cambio de era, concretamente entre las dosúltimas décadas del siglo II a.C. y finales del sigloI a.C. Durante este período se documenta una ricacultura material constituida por fíbulas de diferentetipología —Sabroso, Santa Luzia, trasmontana olongo travessão sem espira—, un fragmento de tor-ques, y abundantes elementos arquitectónicos deco-rados con trisqueles, trenzados o cordados (Silva1986: 47). Esta fase de ocupación se caracteriza por

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un ambiente indígena —abundante cerámica prerro-mana— en contacto con las redes de intercambio querelacionan a las comunidades del noroeste con el surpeninsular —cerámica campaniense, ánforas, dolia,terra sigillata itálica—, en un contexto de rutas deintercambio que se remonta al comercio púnico —como refrendan cerámicas púnicas del V-III a.C. ha-lladas en el recinto interior del asentamiento (Silva1999a: 25-26)—. Un fragmento de ánfora Dressel 1depositado en el estrato de construcción de la mu-ralla del primer recinto (Silva 1986: 47) data su cons-trucción entre finales del II a.C. y mediados del I

a.C., y por tanto en un momento anterior a Augus-to. Junto a uno de los cortes de la primera muralla,aparece un tesoro monetario formado por 288 dena-rios republicanos cuyas cronologías van desde el 250a.C. hasta el 28 a.C. Este se depositó cuando lamuralla ya se encontraba construida (Paço y Jalhay1955). El lugar del hallazgo y las piezas más moder-nas han permitido plantear que el tesoro fue escon-dido en un contexto de inseguridad como consecuen-cia de las guerras cántabras. Cerca de ahí, junto a lamuralla, se localizaron dos quinarios de Carisius del25 a.C. y 23 a.C. en un área quemada que sus des-cubridores han relacionado con un asalto al castro.Tras este acontecimiento parece que la vida sigue enel castro —como indica alguna moneda imperial—, “pero las murallas no fueron rehechas, ni los es-combros retirados” (Calo 1994: 474). A partir de Au-gusto la vida languidece, a tenor de las escasa terrasigillata hispánica que aparecen en niveles de aban-dono. Con el declive del poblado, sus murallas pier-den valor, la imagen del guerrero que se ubicaba enla entrada al segundo recinto es desmantelada y amediados del siglo I d.C. reubicada junto a dos arasanepígrafas en el interior de una construcción en laparte alta del castro.

En suma, a pesar de que no contamos con infor-mación contextual detallada que nos permita datar conprecisión el contexto de uso primario de las estatuascastreñas —mucho menos el inicio de este—, sin em-bargo, en mi opinión, los datos arqueológicos resul-tan suficientemente reveladores de su naturaleza pre-rromana. En primer lugar, si exceptuamos MonteMozinho, el resto de los asentamientos a los que seles asocia estatuaria están funcionando como míni-mo desde el siglo II a.C. En segundo lugar, el desa-rrollo y expansión de estos castros tiene lugar antesdel cambio de era; en Monte Mozinho esto ocurre entorno al 30-20 a.C., mientras que en Sanfins se cons-tata desde finales del siglo II a.C. En tercer lugar, esteproceso de transformación, reordenación y reestruc-turación de los sistemas defensivos sucede en un

ambiente completamente indígena, sin señales deromanización, y en contacto con las redes de inter-cambio atlánticas con el sur de la Península. Y encuarto lugar, es en el periodo julio-claudio, al que seasignan normalmente los epígrafes, cuando la vidaintramuros en Castromao y Monte Mozinho decae yse habita fuera de las murallas, momento en el queéstas pierden su papel defensivo y su valor simbóli-co; lo que explica que en Sanfins se retire de lamuralla la estatua del guerrero.

Nuestro siguiente paso, por tanto, es volver apensar el posible sentido y papel que estas estatuaspudieron desempeñar durante el siglo I a.C. en uncontexto donde las comunidades castreñas crecen,rehacen sus castros, se llevan a cabo programas demonumentalización de los asentamientos, se inten-sifican sus relaciones de intercambio con otras zonasde la península y, por supuesto, entran en contactocon Roma, presente en la zona desde finales del si-glo II a.C.

4. SIGNIFICADO Y TEATRALIDAD

Como ya anticipe, el problema principal que arras-tran las interpretaciones de estas estatuas es su fuertesentido especular. El interés fundamental pasa pordescubrir qué reflejan o qué significado esconden trasellas —saber si son héroes divinizados, deidades tu-telares, guerreros o príncipes históricos—. Estas in-terpretaciones asumen por tanto una noción de lasimágenes como un reflejo pasivo de la sociedad o delas creencias de estas comunidades. En mi opinión,este hecho se debe al excesivo peso que en arqueo-logía han tenido las aproximaciones iconográfica yepigráfica, que tradicionalmente han obviado losaspectos sinestésicos y performativos de la culturamaterial. Las imágenes de los guerreros castreños nosólo representan algo, sino que actúan, creando rea-lidad social. Como expresión artística son modos deacción específicos (Morphy 2009) que funcionan enun contexto concreto: el colectivo de formas mate-riales del castro que crean las condiciones de posi-bilidad de la sociabilidad indígena. Por tanto, nodebemos preocuparnos tanto por lo que representan,sino preguntarnos qué es lo que construyen; no tan-to indagar qué “son” sino qué “hacen”.

Hablar de “lo social”, y no de sociedad, permi-te evitar la idea tan arraigada en la imaginación ar-queológica de que primero existe la sociedad confor-mada y luego la cultura material como producto deella. Los individuos en sociedad son quienes creanlos objetos, pero también es cierto que los objetos

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crean en gran medida las condiciones de posibilidadde esa sociedad. Lo social no es algo abstracto, sinoque toma cuerpo a través de las formas materiales ylas prácticas humanas. Los procesos de acción huma-na sobre las cosas materiales producen tipos de per-sonas, y externalizan cultura que puede actuar comouna fuerza autónoma que participa en las acciones,elecciones y comprensiones humanas (Miller 2005).Debemos ver la materialidad del castro, por tanto,como aquello que educa, impone o invita en silen-cio a estar en el mundo de un modo concreto y, portanto, que da forma a lo social. Pero también, a tra-vés de la cual se configuran contextos teatrales al-tamente significativos y emocionales (Inimata yCoben 2006). La idea moderna de lazo social, o decontrato social adquirido a través del lenguaje porlos individuos, ha contribuido poderosamente a verlas formas materiales como una consecuencia y nocomo una causa. Sin embargo, lo social no es lo quemantiene unido a una comunidad sino lo que es man-tenido a través de las formas materiales. Los obje-tos y las formas materiales de un castro —entre losque se incluyen los guerreros de piedra— disponende un papel activo en la producción y reproducciónde las sociedades y las relaciones sociales. Como haseñalado Gombrich “es difícil encontrar una palabrapara describir la capacidad que poseen las imágenesen tres dimensiones para introducirse en el mundo delos vivos, para convertirse no en una representaciónde algo sino en individuos de propio derecho” (1999:139). Más que representaciones o portadores de, sonactores, o si se quiere, actantes: agentes no huma-nos que “hacen hacer” (Latour 2001). Si asumimospor tanto una aproximación performativa y sinesté-sica de la materialidad, debemos ver las imágenes deguerreros más que representando aspectos de la so-

ciedad, construyendo la sociabilidad indígena inser-tos en el colectivo material y humano del castro.

Una de las dificultades de interpretar imágenes delpasado es que, debido a que aparentemente sólo re-presentan a algo o a alguien, son tratadas de mododiferente que al resto de artefactos, y por tanto no seles aplican criterios arqueológicos para estudiar susentido. Pero, si nos aproximamos a las imágenescomo artefactos, como objetos funcionales, el con-texto cognitivo y arqueológico puede contribuir con-siderablemente a la interpretación de sus significa-dos (Hamilton 1996: 282). De este modo, si queremosconocer algo más de ellas, saber cómo funcionan másqué lo que representan, debemos volver a ubicar es-tas estatuas en su contexto primario y reconstruir elteatro en el que desempeñaron activamente su papel(Figs. 4 y 5).

Los restos de estatuaria localizados entre lasmurallas o en las laderas de los castros —Roriz (Bra-ga), Santa Comba y Bergazo (Lugo)—, pero sobretodo, como ya adelanté antes, la peana de la estatuaencontrada in situ en Sanfins revela que estas imá-genes se ubicaban en el contexto de las murallas ypresidian las entradas de los castros. Además, laubicación de esta peana muestra que al menos partede estas imágenes se fijaban a las rocas que afloranen los castros (Figs. 4-5). A la luz de este hallazgo,cobra especial relevancia la afirmación que un veci-no del monte del Senhor dos Perdidos trasmite aSarmento cuando este le interroga sobre el guerrerode S. Jorge de Vizela: “es ahí […] en la grieta de unasrocas donde aparecen los ídolos” (Sarmento 1999:313). Parece posible que las piezas de Berganzo,Cendufe y Monte Mozinho, con peanas cónicas comolas de Sanfins, tuvieran esta ubicación. El encaje delas imágenes de guerrero en las peñas, como ha se-

Figura 4. Réplica del guerrero de Sanfins encastrado en laroca (foto: Manuel Gago).

Figura 5. Réplica del guerrero de Sanfins en relación a lamuralla. (foto: Sole Felloza).

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ñalado Schattner, debió crear la sensación de que “lasestatuas, en cierto modo, brotaban de la roca, delpropio paisaje” (2004: 37). A pesar de que el colordel granito de los castros actualmente nos trasmitauna imagen en blanco y negro, las estatuas y las pie-dras decoradas de los castros pudieron estar pintadascomo las paredes de algunas cabañas en los castrosde Troña, Âncora, Monte Mozinho o S. Lorenço (Calo1994: 798; Pena 2001). De ser así, su color y brillodebieron contribuir a su poder actante en el contex-to del castro.

Una vez ubicadas las estatuas en la posición queocuparon originalmente en el castro, debemos pres-tar atención a tres cuestiones: (a) la relación de es-tas imágenes con las formas materiales circundantes,las murallas y puertas; (b) la configuración perfor-mativa o teatral que su ubicación permite, creando untipo de audiencia muy particular; y (c) los objetos ygestos iconográficos materializados en la imagen delguerrero que entran en acción en este teatro.

Las murallas y las entradas al recinto son espa-cios liminales, y por tanto una “zona situada entrepoderosos sistemas de significado” (Turner 1967:93). Un lugar en el que median dos espacios onto-lógicamente diferenciados y se concentra una grancantidad de significados (Parker Pearson y Richards1997). Las murallas se convierten en un “espacio deansiedad” para la comunidad, especialmente notableen sus puntos de ruptura (vanos, entradas), objeto-espacios transicionales que materializan lo que Ba-chelard ha llamado “todo un cosmos de lo entreabier-to” (Bachelard 1994: 222). A partir de la segundaEdad del Hierro, estos espacios se monumentalizan.Las grandes murallas trastocan el sistema percepti-vo de estas comunidades potenciando las metáforasmateriales de posesión y compartimentación del es-pacio. El poblado intramuros queda visualmenteoculto del exterior, y se configura una topografía queobjetiva una comprensión concreta del mundo deafuera, del que a su vez protege. Es desde el castrodesde donde se piensa el mundo; es un espacio cog-nitivo y vivencial el que da sentido a un modo con-creto de poetizar, construir, segmentar y transitar elpaisaje, de estar-en-el-mundo. Así, los elementosmateriales que construyen arquitectónicamente esteespacio colectivo de habitación se convierten en lu-gares necesitados de la práctica del ritual.

La documentación arqueológica sustenta esta ideade modo reiterado a través de la documentaciónde depósitos humanos, de animales y metálicos do-cumentados en relación a las murallas desde losprimeros momentos (González-Ruibal 2006-2007;Rodríguez-Corral 2009: 178-180; Alfayé y Rodrí-

guez-Corral 2009; Alfayé 2007; 2009: 288-294). Enrelación a los depósitos humanos tenemos ejemploscomo la cista con fragmentos craneales en la murallade la acrópolis junto la puerta de Chao Sammartín(Grande de Salime) (VIII a.C.) (Villa 2003); unamandíbula hallada en una capa de cenizas situadadirectamente sobre un nivel del siglo VI-V a.C. de lamuralla de La Campa Torres, en Gijón (Asturias);así como inhumaciones infantiles en dos sectores dela misma muralla, que sus excavadores (Maya yCuesta 2001: 295) relacionan con prácticas ritualesde carácter liminal. Hay que añadir posibles crema-ciones humanas relacionadas con murallas, en lospoblados de Castromao (Celanova) (García Rollán2004: 10), San Millán (Cualedro) (Rodríguez y Fa-riña 1986: 62) y Baroña (A Coruña) (Calo y Soei-ro 1986: 35), que del mismo modo podrían corres-ponder a prácticas rituales ligadas a la protecciónmágica de la muralla, al igual que se documenta enasentamientos celtibéricos y galos (Alfayé 2007). Ensegundo lugar, como en otros contextos de la Europatemplada, diferentes referencias orales aluden alhallazgo de huesos animales en el interior de para-mentos castreños, información confirmada por eldescubrimiento reciente de huesos de caballo den-tro de la muralla del castro de Espiñaredo, en AsPontes (cf. González-Ruibal 2006-2007: 569). Asi-mismo, los dos depósitos de objetos metálicos aso-ciados a las murallas del castro de Saceda (Cuale-dro) podrían tener un carácter ritual dadas sussimilitudes espaciales y morfológicas con otros de-pósitos metálicos del norte de Europa (Hingley2006), y estar destinados a dotar de protección so-brenatural a los paramentos.

Es en la zona de acceso donde las cabezas huma-nas labradas en piedra encuentran su lugar en loscastros. Su representación en diferentes soportes ymateriales constituye uno de los motivos más repe-tidos en el arte de la Europa templada y poseen unaamplia cronología (Rosaldo 1980; Megaw 2003).Aunque cinco ejemplares han aparecido en el tras-curso de excavaciones en castros, su datación es pro-blemática, manejándose una cronología entre el I a.C.(González-Ruibal 2007: 135) y el I d.C. (Calo 1994:720). En el Castro de Barán, dos piezas fueron ha-lladas en una zona de piedras en la parte central delpoblado (Álvarez Núñez 1993); en Monte Mozinho,una cabeza apareció junto a unas peñas con pilas(Calo 1994: 347 y 704); y en San Cibrán de Las(Orense), junto a la puerta de la muralla acropoli-tana, se localizó un bloque granítico en el que esta-ba tallada una cabeza (Calo 1994: 440). Con todo,es el hallazgo de la testa del castro de A Graña (Me-

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lide, A Coruña) el que ofrece una ubicación más claracon una entrada. Esta apareció en el extremo interiordel corredor labrado en la roca que da acceso al po-blado, por lo que debió de estar situada encima dela puerta o empotrada en alguna de las torres (Calo1994; Barciela y Rey 2000: 135-136). Interpretadascomo rostros de difuntos, divinidades o cabezas cor-tadas al enemigo, podrían funcionar como entidadestutelares o imágenes apotropaicas en el contexto delas entradas a los recintos.

De este modo, si los iconos de guerreros se sitúanen relación a las murallas y las puertas, en un espa-cio de especial relevancia liminal, cabe preguntarsecuál es su audiencia. Podríamos destacar tres carac-terísticas del observador de estas imágenes: en pri-mer lugar, se encuentra fuera del castro; en segundolugar, se acerca al castro en dirección a la puerta, alpunto más crítico, en donde, en tanto se pasa de unespacio ontológico a otro, se vuelve un espacio deansiedad; y en tercer lugar, este observador contem-pla en movimiento la estatua, es decir, cambia deposición o punto de vista, se acerca a ella desde le-jos. Frente al movimiento del observador, la lógicamaterial, el hieratismo y la simbología subrayan laposición estática del guerrero. Es aquí donde la en-vergadura de esta estatuaria debe ser tenida en cuenta.La mayoría de estas imágenes superan los dos me-tros de altura, y si atendemos a los 85 centímetrosque mide la cabeza de Ralle, podríamos estar anteestatuas que pudieron haber alcanzado en algún casolos cuatro metros de altura (Fig. 6) (Fernández Car-ballo 2001; Calo 2003: 15; Schattner 2004: 40). Eltamaño no natural acrecentaría su poder actante en

el contexto liminal: en primer lugar porque permiteque las personas que se dirigen hacia la entrada delcastro puedan contemplarlo mientras se aproximan;y en segundo lugar, porque una vez se hallen frentea la imagen, su tamaño, como ha señalado González-Ruibal (2006-2007: 439), enfatizaría los valores y elpoder del guerrero.

El acto de acceso a un asentamiento en la anti-güedad se vincula a dos instituciones: la hospitali-dad y la guerra. La hospitalidad o el hospitium en elmundo antiguo es problemático. El propio términolatino hospitium comparte la raíz latina con hospes(el extranjero) y hostis (el enemigo). Se hace nece-sario por tanto de una institución, una transición querompa con el círculo cerrado del castro capaz deestablecer relaciones de sociabilidad entre los miem-bros de la comunidad y los acogidos en ella (hospi-tes) (Salinas 2006: 121-122). En relación a este es-pacio de tránsito y ansiedad, probablemente estánconectados determinados depósitos documentados enel exterior de las murallas de castros como los deSofán y Castelo de Neiva. En el primer caso, se lo-calizaron en el exterior del asentamiento un conjun-to de puñales (López Cuevillas 1989); y en el segundocaso, en la parte más baja de la ladera del oppidumse encontraron dos cascos montefortinos de broncedecorados —metido uno dentro del otro— y, a me-dio metro de distancia, tres copas de bronce y losrestos de dos sítulas (Almeida 1980). Asimismo, de-pósitos de pequeños objetos como cuentas de collaren la puerta de entrada de castros como el de Sace-da (González-Ruibal 2005: 277) podrían remitir aritos cotidianos de paso.

Figura 6. Comparativa de las dimensiones de las estatuas. 1. Anlló (Cea, Orense); 2. Armeá I (Allariz, Orense); 3. Armeá II (Allariz,Orense); 4. Bergazo (O corgo, Lugo); 5. Capeludos, (Vila Pouca de Aguiar, Vila Real); 6. Cendufe (Arcos de Valdevez, Vianado Castela); 7. Lezenho I (Boticas, Vila Real); 8. Lezenho II (Boticas, Vila Real); 9. Lezenho III o Campos I (Boticas, Vila Real);10. Lezenho IV o Campos II (Boticas, Vila Real); 11. Monte Mozinho (Penafiel, Porto); 12. Ralle (Taboada, Lugo); 13. Río(Vilamarín, Orense); 14. Roriz (Barcelos, Braga); 15. San Jorge de Vizela (Filgueiras, Porto); 16. São Julião (Vila Verde, Bra-ga); 17. San Paio de Meixedo (Viana do Castelo); 18. Sanfins (Paços de Ferreira, Porto); 19. Santa Comba I (Cabeceira de Bas-tos, Braga); 20. Santa Comba II (Cabeceira de Bastos, Braga); 21. Santo Ovídio de Fafe (Fafe, Braga); 22. Vilarelhos (Alfánde-

ga da Fe, Bragança) (a partir de Schattner, 2004: Fig. 9).

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5. ICONOGRAFÍA Y ESTÉTICA

¿Qué le está diciendo entonces la materialidad delguerrero castreño a una audiencia que se acerca a eseespacio de ansiedad? En el contexto de crecienteinestabilidad, jerarquización y confrontación que tienelugar desde finales del siglo II a.C. con la entrada deRoma en la escena del noroeste peninsular, las imá-genes pueden ser una poderosa arma —consiguenreforzar ideas e identidades, funcionar como efica-ces mecanismos de resistencia, sublimar aspectos dela realidad—, y a través de su performatividad, es-tética e iconografía contribuir activamente a la cons-trucción de la sociabilidad del castro.

Diversos autores (Almeida 1974; Calo 1994;Schattner 2004) han señalado la existencia de peque-ños contrastes por ejemplo en el grado de naturalis-mo o movimiento entre las estatuas de guerreros. Enmi opinión el mayor naturalismo en algunos de losiconos no debe ser considerado como algo que es bus-cado conscientemente; del mismo modo que su au-sencia tampoco debe achacarse a una incapacidad enla ejecución. Las causas de esas diferencias puedenresponder a cuestiones de diversa naturaleza —ellugar, el momento, y el artista—. Sin embargo, creoque no se puede sostener que las estatuas sean elproducto de la incapacidad de imitar los modelosromanos bracarenses. Ni tampoco que la falta decontrol técnico del medio (la piedra) pueda suponer,como afirma Calo (1994: 803), que la plástica cas-treña —como producto final— no se corresponda conel ideal estético castreño perseguido. Si dentro delpropio arte provincial romano, entender el provincia-lismo únicamente como un fracaso en la consecucióndel canon clásico, resulta problemático y oscurece laslógicas locales al margen de la metrópoli (Revell2009; Hodos 2010; Hingley 2010), en el caso de unamanifestación que surge en contacto con Roma, peroen un contexto aun sin romanizar, lo resulta aún más.Aunque una cabeza toscamente labrada como la deSan Cibrán de Las pueda resultar imperfecta a los ojosde un observador educado en el canon clásico, notiene que parecérselo a un observador que valore otrascaracterísticas como puede ser la funcionalidad de lapieza (Gell 1998).

De este modo, creo que no podemos pensar es-tas imágenes prerromanas basándonos en un rasgopropio del arte greco-romano como el naturalismo,ya que no tiene que formar parte de la lógica, esté-tica, función e intención de una tradición escultóri-ca como la castreña. Hacerlo supone asumir un me-tarrelato evolutivo, que teleológicamente sitúa laestética romana como ideal universal, y que marca

fases y rasgos por lo que un arte tiene que pasar paramadurar. Debemos asumir simplemente que nos en-contramos ante iconografías alternativas que cons-truyen sociabilidades distintas. Como ha argumentadoNoelke (2003), la plástica puede ser un espacio deresistencia y negociación en contextos de romaniza-ción. Si en este ambiente, el incumplimiento de loscánones clásicos puede constituir un signo de resis-tencia a las normas de representación del poder im-perial, y no solo un reflejo de una romanización par-cial o inacabada (Aldhouse-Green 2003), de modomás evidente podrá suceder en un contexto de trans-formaciones, contacto, negociación y enfrentamien-to, previo al control efectivo del poder imperial ro-mano sobre de la región.

En mi opinión, las imágenes de guerreros son unejemplo de resistencia e independencia, sublimada enel arte, entendido este como “una tecnología especia-lizada para lograr efectos específicos” (Gell 1998).La propia estética de los guerreros que se aleja delnaturalismo romano hacia un hieratismo puede tra-bajar en esta dirección, al mismo tiempo que traba-ja en la construcción de la identidad castreña. Lamaterialidad, a través de una serie de característicascomo la solidez, la fijeza y el tamaño, puede resul-tar, como ya señalamos, crucial en la construcciónsignificativa y performativa de la imagen. Pero igual-mente, el canon estético puede evocar una poderosarealidad social. La simplificación del cuerpo es unpoderoso acto de concentración. Al presentar unaimagen minimalista y estandarizada del guerrero secrea una imagen esencial y reguladora que quiereinfluir de un único modo. Lo que la imagen pierdeen naturalismo o movimiento, lo gana en inmediatezy compresibilidad (Robb 2009: 174), cediendo todoel protagonismo a la iconografía —las armas, los ges-tos y los motivos simbólicos—, clave para la efica-cia de la propia imagen en el espacio teatral queacabamos de describir.

5.1. EL ESCUDO Y SU VALOR SIMBÓLICO

La performatividad del armamento de la esculturaactúa en la construcción y defensa de estas comuni-dades, siendo una de sus características más llama-tivas la posición del escudo o caetra (Fig. 7): el gue-rrero lo sujeta frontalmente a la altura del vientre,mostrándolo al visitante que se acerca a la zona deentrada al castro. Esta posición tan forzada puedeestar relacionada con su papel simbólico en el mun-do antiguo (Quesada 2003): la posesión del escudoseñala la independencia y anuncia la defensa de la

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misma, y funciona como una metáfora material deprotección. Su pérdida, como ha señalado Lincoln(1991: 143) implica la renuncia del grupo vencido alos límites sociales que previamente había manteni-do, lo que responde a una concepción del escudocomo frontera móvil que separa a uno mismo, algrupo y al territorio, del Otro.

Más complicado resulta interpretar el significadode la figura geométrica que se representa en los es-cudos de cinco de los iconos castreños —los ejempla-res de Cendufe, de Armeá, de San Jorge de Vizela ylos dos de Lezenho—. Si asumimos la interpretacióntradicional que ve en él un laberinto, cabe pensar,como ha señalado Quesada (2003), que tal motivopodría ahondar en esta dimensión apotropaica delguerrero. El laberinto, entre sus múltiples significa-dos, está vinculado con la defensa física de un terri-torio o asentamiento a través de su protección mágico-religiosa (Gell 1998). Sin embargo, debemos notar

que lo que se representa en los escudos no es un la-berinto strictu sensu. El dibujo geométrico, que tam-bién figura en las monedas de la caetra y que vuel-ve a aparecer en una metopa de Porta Flaminia(Blanco 1971), podría ser un motivo característico dela segunda mitad del siglo I a.C. Como ha señaladoHöck (2003: 56) “si el motivo es tan típico para elnoroeste, y la pieza descubierta por Blanco en lacapital del imperio tan única, […] sería lógico pen-sar que los romanos hubieran tomado por modelo unmotivo preexistente entre los indígenas del noroeste”,o por lo menos surgido en el contexto del noroeste.

Es posible que el motivo representado en los es-cudos de los guerreros remita a una simbología delcentro o esté plasmando la planta ideal de un asen-tamiento de ese momento. De hecho, podrían estarreferenciando las dos cosas a la vez. El conceptocentro-periferia (unidad-multiplicidad) constituye unade las bases fundamentales del simbolismo arquitec-tónico (Rykwert 1985; Snodgrass 1992: 21-24; Ro-binson 2003). Además, no debemos obviar que enotros contextos se han documentado grabados enpiedra que perecen ser representaciones esquemáti-cas de plantas de asentamientos como hillforts (My-berg 2006) o de estructuras arquitectónicas comocairns (Bradley 2009: 42-43).

Las plantas de asentamientos como Monte Mozin-ho o San Cibrán de Las, en pleno funcionamiento enla segunda mitad del siglo I a.C., muestran un curiosoparecido con los motivos representados en el escu-do. Ambos castros muestran un recinto de carácterritual en la zona central, alrededor del cual se cons-truye el caserío formando un anillo a su alrededor.En segundo lugar, en el caso de San Cibrán de Las,se ha demostrado una estricta planificación de suplanta: primero se marcó la trama del castro y sedelimitaron las parcelas, para luego edificar en ellas.Así “todas las viviendas se disponen en el recintoexterior, alrededor de calles radiales que se comunicancon la rolda inferior y la superior a modo de ejescirculares” (Álvarez González 2007: 30) tal comoaparece representado en el motivo. En tercer lugar,estos castros se construyeron en el marco de un pro-ceso de sinecismo característico del siglo I a.C. (Gon-zález-Ruibal 2006-2007: 338-348), siendo concebi-dos “desde su origen para albergar un gran númerode personas y la superficie interior fue dividida en par-celas similares para cada familia” (Álvarez Gonzá-lez 2007: 31). Alrededor de la acrópolis amuralladadebió entrar a vivir gente de diferentes lugares, pro-bablemente concentrándose por criterios de filiaciónen zonas o barrios del castro. Esta pluralidad pobla-cional encontraría su punto de unidad en el recinto

Figura 7. Estatuas de guerreros decorados (a partir de Silva,1986): A. Campos; B. Lezenho.

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central amurallado, un espacio sagrado no habitado,en el que se documentan diversas inscripciones vo-tivas y en el que en una de sus entradas se ha encon-trado el relieve de una cabeza. Dos movimientos ra-diales se permiten en el dibujo y en la planta delcastro: desde el centro a la circunferencia y desde lacircunferencia al centro. Lo interno avanza hacia loexterno y lo externo hacia lo interno. Desde la uni-dad hacia la multiplicidad y de esta a la unidad.

Las cinco imágenes de guerreros que llevan en elescudo este motivo geométrico podrían remitir amomentos finales del siglo I a.C., y la representaciónde este símbolo, junto a las armas, en las monedasde caetra, podría señalar la nueva realidad. De estemodo, la figura geométrica de la caetra, al apareceren el escudo, señalaría lo que este protege, potencian-do el poder del icono como elemento protector delasentamiento. En San Cibran de Las todavía no se hanencontrado estatuas de guerreros, mientras que enMonte Mozinho aparecieron restos de dos ejempla-res en la propia excavación, conservándose únicamen-te el tronco de uno de ellos. Sintomáticamente, a estaestatua le fue arrancado el escudo, lo que podría es-tar indicando la importancia de este símbolo, y re-mitiendo tal vez a prácticas de desactivación o aactitudes iconoclastas (Fig. 8).

El hecho es que esta estatua, como ha señaladoAlmeida (1974: 28) y Calo (1994: 345), es práctica-mente igual al ejemplar de Cendufe en el que apa-rece el motivo geométrico. Con todo, no contamoscon argumentos más sólidos que los aquí esgrimidospara sostener tal interpretación, por lo que simple-mente debe considerarse una hipótesis más de unarepresentación geométrica de difícil exégesis.

5.2. LAS DIESTRAS: SIGNIFICADO, MATERIALIDAD Y PRAXIS

La mano derecha posee una gran significación enla sociabilidad indígena ya que a través de ella serepresentan los gestos y actos materiales más impor-tantes de estas comunidades. La diestra canaliza lapaz y la guerra. Por un lado, sirve para estrecharlacon otro individuo ya se trate de un acto individualo que atañe a un grupo o a la comunidad. Conella se realiza el gesto material de la fides. Por otrolado, la mano derecha canaliza la guerra. Portado-ra de la espada, es portadora de la violencia y de lacapacidad que el individuo tiene —y por extensiónla comunidad— para defenderse y someter al otro.Ambos aspectos hacen de las diestras una metáfo-ra material sobre la que actuar y con la que actuaren la negociación de la realidad de estas comuni-dades.

Los textos clásicos, la iconografía y el registroarqueológico en relación a las sociedades prerroma-nas de la península Ibérica dan fe de ello. Estascomunidades contaban con un corpus gestual paraconsignar la hospitalidad y la fides. Tal vez el ejem-plo material más claro de las diestras estrechadas(dextrarum iunctio) como índice de la fides (Marco2006) sea la adopción de esa forma por algunastéseras de hospitalidad halladas en la Península, delas que varias llevan texto escrito en lengua celtibé-rica. Es común que en las inscripciones de este tipode téseras aparezca la palabra Car que, interpreta-da según autores como abreviatura de caruo o comonominativo femenino de tema en r, o bien remite ala idea de pacto de hospitalidad o bien es el equi-valente indígena de hospitium (Peralta 2000: 143-144).

Del mismo modo, la mano derecha es la que portael arma y, por tanto, su simbolismo material y me-tafórico se vuelve de gran relevancia en la sociabi-lidad indígena. A través de Estrabón (3, 3, 6) sabe-mos que las comunidades indígenas del noroestecortaban “las manos de los prisioneros y consagra-ban las diestras”. Se trata de una acción muy exten-dida entre las comunidades indígenas de la península

Figura 8. Escultura de guerrero de Monte Mozinho (a partirde Silva, 1986).

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Ibérica durante la Edad del Hierro. La práctica deamputar la mano al enemigo no sólo busca su humi-llación sino que, como señala Sexto Aurelio Victor(De Vir. III, 58), también forma parte de las pruebasde valor. Este autor narra como un padre para deci-dir el futuro marido de su hija pone como prueba asus pretendientes salir del poblado de Numancia yvolver con la mano diestra de alguno de algún ene-migo. Diodoro Sículo (12, 56, 5) nos cuenta como enla batalla de Selinunte en el 409 a.C. mercenariosprocedentes de Iberia llevaban manojos de diestrasatadas en el cinturón, y las cabezas del enemigo cla-vadas en las lanzas. De hecho, Roma adoptó estamedida de los pueblos prerromanos de la Penínsulacomo método para castigarlos y someterlos. Por ejem-plo, Valerio Maximo (2, 17, 11) relata cómo desdelas guarniciones militares de Serviliano se ordenóamputar las diestras a los lusitanos que abrazaron lacausa de Viriato.

La iconografía suministra dos ejemplos del granvalor simbólico de las diestras y el escudo en el con-texto de las poblaciones indígenas de la penínsulaIbérica, analizados recientemente por Alfayé (2004).En la estela de La Vispesa (Tamarite de Litera) (II-I

a.C.) (Fig. 9) se representan las diestras, la caetra yla lanza del vencido. Más arriba se representan losdos cadáveres mutilados que sufren una amputaciónselectiva de la diestra y la cabeza, y un buitre que selanza en picado hacia ellos. En el segundo caso, laestela del Palao en Alcañiz (II-I a.C.) (Fig. 10), senarra un acto vejatorio y deshonroso de negación desepultura a un enemigo por parte del guerrero victo-rioso. El jinete porta lanza y caetra mientras al piedel équido un cadáver es devorado por alimañas. Unavez más aparece representada la amputación de lamano diestra y la pérdida del escudo. Igualmente,Marco (1998: 393-394) ha interpretado parte de laiconografía de la lúnula de Chão de Lamas (Conim-briga) como una escena de degradación y de ampu-tación de las extremidades.

Estas prácticas han sido igualmente confirmadaspor el registro arqueológico en el asentamiento dela Edad del Hierro de La Hoya (Laguardia, Álava).En torno al siglo III a.C. el poblado es asediado eincendiado, y sus habitantes asesinados. Los restosóseos permiten comprobar que la gente del pobla-do fue sometida a prácticas de mutilación, entre lasque se documenta la amputación de las diestras yla cabeza (AA.VV. 1992; Llanos 2005; 2007-2008).En suma, parece evidente que la privación por víaviolenta de estos miembros adquiere la considera-ción de una sinécdoque (Sopeña 2009): la dies-tra como significante de la capacidad social delos individuos los inutiliza como tal si ésta les esamputada.

Figura 9. Estela de La Vispesa (Tamarite de Litera,Huesca). Siglos II-I a.C. (Marco y Baldellou, 1976).

Figura 10. Estela de El Palao (Alcañiz, Teruel). Siglos II-I

a.C. (Marco, 1976).

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6. IMÁGENES EN ACCIÓN Y SIMBOLOGÍAFRACTAL

Si asumimos la importancia del escudo al frentepara crear un espacio diferenciado frente al enemi-go/extranjero, y las diestras como metáforas materia-les de la independencia y capacidad política y militarde los individuos, parece cobrar sentido que los gue-rreros castreños sobre las murallas adopten los dosgestos. La mano diestra siempre agarrando el puñalo espada corta —como ocurre en las estatuas deLezanho, Meixedo, Santo Ovidio de Fafe y una delas de Santa Comba— o portando la espada desen-vainada —en los casos del otro ejemplar de SantaComba o en uno de los de Armeá—, permiten tra-bajar a estos guerreros de piedra como imágenesactivas en la construcción y protección del espacioliminal.

Es en el conjunto performativo constituido porespacios ontológicamente diferenciados y sanciona-dos por las murallas, las puertas, la práctica ritual,y las imágenes en acción dirigidas a un extranjero (entanto su ubicación) y a un enemigo potencial, por suubicación, en donde debemos encontrar las condicio-nes de posibilidad del significado de estos guerreros,que crean la frontera del grupo como agentes apotro-paicos. No es un simple reflejo de una ideología he-roica, sino que se trata de un artefacto activo. Su per-formatividad emana de la incardinación del soporte(piedra), de la acción materializada en él (mostracióndel escudo y la diestra armada), del lugar en el quela imagen se exhibe (la muralla), y de la audienciapara la que está destinada (los individuos que acce-den al recinto desde el exterior), produciendo a ni-vel pre-predicativo la liminalidad del espacio y ac-tivando el poder de la imagen. Así, el significado dela muralla como espacio liminal en la arquitectura delcastro es enfatizado por la presencia del guerrero depiedra, que anuncia visualmente y con antelación estazona de transición, marcando la independencia delcastro y funcionando a su vez como activo elemen-to protector de la comunidad.

A este colectivo de formas materiales —murallas,puertas, guerreros y prácticas rituales— hay que aña-dir por último las saunas castreñas y las piedras condecoración que adornaban dinteles, jambas y corni-sas de las casas. Sabemos que las saunas del árealucense se remontan al menos hasta el siglo IV a.C.,y que las del área bracarense están funcionando du-rante la segunda Edad del Hierro (Villa 2002; 2007;Queiroga 2003; Armada 2001). Por otra parte, diver-sos contextos arqueológicos sitúan en un horizonteprerromano a las piedras con simbología y decora-

ción. En Cividade de Ancora tenemos hexasqueles da-tados a finales del siglo II y principios del siglo I a.C.—en todo caso, anteriores a Augusto— (Silva 1986:63), y en Castromao, trisqueles que se datan en la pri-mera mitad del siglo I a.C. (Coimbra 2009); esta plás-tica también se documenta en castros como Forca(Carballo 1996: 65) y Sabroso (Silva 1986: 31), aban-donados antes de la romanización. Como ha señala-do Carballo (1996), los motivos de la decoración plás-tica remiten sin duda a aquellos característicos de lacerámica prerromana (Rey 1996).

Las saunas son contextos igualmente liminales: enprimer lugar, por su ubicación topográfica (se sitúanen relación a las murallas y las puertas); en segun-do lugar, por su propia arquitectura (a través de unsistema semi-hipogeo con divisiones físicas y mate-riales que crean cambios sinestésicos en las perso-nas); y en tercer lugar, porque en ella se representan—al igual que en las imágenes de guerreros, y en losmuros y vanos de las casas— motivos simbólicos(trisqueles esvásticas, cordados, etc.) que redundanen esta liminalidad, y que parece que nos remite auna concepción fractal del espacio del castro (Fowler2008).

Figura 11. Sauna castreña y pedras formosas decoradas (apartir de Cardozo, 1932 y Queiroga, 2003).

Por un lado, estos símbolos materiales represen-tados en objetos reales como torques o diademas,aparecen también en el cinturón de las estatuas, re-lacionados por algún autor con los cinturones mági-cos de fenicios y púnicos en contacto con el noroestea través de las relaciones de intercambio atlánticas(González-Ruibal 2004: 119). En el segundo lugar,aparecen como un rasgo característico y diferencia-dor en los muros y los vanos de las casas. Ya sea em-potrado en los propios muros o a través de trisquelescalados como los de Castromao. El uso protector ysocial de estos símbolos contra la polución (Gell

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1998), característico de muy diversos contextos, pa-rece ser el desempeñado en los espacios domésticoscastreños (Vesconcelos 1913: 80; Lopéz Cuevillas1989; González-Ruibal 2004; 2006-2007; Rodríguez-Corral 2009; Coimbra 2009). Y en tercer lugar, en laspedras formosas sancionan la práctica ritual dentro dela sauna creando dos espacios bien diferenciados fe-nomenológica y simbólicamente (Fig. 11). El movi-miento dentro de la sauna supone en sí mismo unatransformación sinestésica. Sensaciones corporalesque exigen un tipo de movimiento muy concreto —como introducirse a través del pequeño vano de lapedra formosa— y que llevan al individuo desde laluz a la oscuridad, de lo frio a lo caliente, de lo secoa lo húmedo o viceversa; e incluso cambios a nivel ol-fativo (el sudor y las grasas) y a nivel auditivo (reso-nancias internas) (González-Ruibal 2006-2007: 575;Rodríguez-Corral 2009: 189-193). Ya esté la pedraformosa dividiendo y creando espacios de privación,alteración, o creación sensorial —debates similarespara cuevas, monumentos megalíticos o templos mal-teses, han sido planteados en los trabajos de Lewis-Williams (2003) y Tilley (2007; 2008)—, los símbo-los materiales aparecen justo ahí, en ese momentoliminal donde el ambiente sinestésico del individuomuta y se transfigura.

Otros motivos, como sogueados o SS concatena-das, igualmente decoran la vestimenta de las estatuasde guerreros, las paredes, dinteles y jambas de las ca-sas y las pedras formosas. La decoración funcionacomo un tipo de “tecnología del encantamiento” quehace que su eficacia social no se deba sólo a cues-tiones de naturaleza simbólica sino también cogni-tiva. Este tipo de motivos no pueden ser considera-dos simples ornamentos, si entendemos estos comoalgo sin función. La decoración es esencial a la fun-cionalidad psicológica de los artefactos, de la vesti-menta y de los elementos arquitectónicos y no pue-de ser disociada de sus otras funciones sociales yprácticas. Siguiendo a Gell (1998: 83-84), podemosplantear que el uso de patrones geométricos como losde la puerta de Cividade de Ancora pudieron servircomo dispositivos de protección contra la polución(Gell 1998: 84) (Fig. 12).

De este modo, parece existir una estructura frac-tal de la simbología que construye la sociabilidadindígena del castro. El cuerpo, la casa, el poblado yla pedra formosa muestran una simbología y unosornamentos comunes en sus superficies liminales. Sipartimos de una concepción fractal del espacio ma-terial y social del castro, cabe pensar que todos lossímbolos y decoraciones funcionarían al mismo tiem-po en la construcción social, sinestésica y cognitiva

de lo que es ser castreño, un modo de ser-en-el-mundoprevio a la romanización que estaría funcionando conseguridad desde finales del siglo II a.C. y que a par-tir del cambio de era paulatinamente se fue desacti-vando.

En el siglo I d.C., en castros como Santa Teclao Cividade de Ancora, esta decoración plástica seamortiza como material de construcción, o quedaoculta por nuevas construcciones, lo que indica portanto que pierde su valor cognitivo y simbólico y sufunción apotropaica. Es lógico pensar que si estossímbolos pierden su sentido y función en las pare-des de las casas, del mismo modo dejarán de fun-cionar en los cinturones de los guerreros castreñosy en las pedras formosas. Las murallas dejan de re-pararse, el espacio intramuros se abandona o va per-diendo población, y el caserío se extiende ahorafuera de las murallas como se constata en Castromaoo Monte Mozinho. El espacio performativo y frac-tal que acabamos de reconstruir se desmantela y lasestatuas empiezan a perder su papel. Los iconosguerreros se desactivan, y en algunos casos, en tornoa mediados del siglo I d.C. reciclan sus significadosy usos. Insertos ya en otros colectivos materiales,negocian otras realidades que se añaden como unafase más a su biografía cultural. Será ahora cuandosobre algunas estatuas se añada un epígrafe. Sabe-mos que el guerrero de São Julião se encontró en laescombrera antigua de una excavación de niveles deocupación romana del castro, lo que nos señala elcontexto secundario en el cual la imagen y epígra-fe convivieron. Es ahora, también, en la primeramitad del siglo I d.C., cuando el guerrero del San-fins que se situaba en una de las entradas del cas-tro, se desmantela y se reubica junto a dos aras ane-pígrafas en el interior de una estructura en lo altodel castro.

Figura 12. Decoración y motivos simbólicos en la arquitec-tura doméstica (a partir de González-Ruibal, 2004).

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ARTÍCULOSMiriam Valdés Guía. La “casa oval” del Areópago y los Medóntidas en el origen de la polis de Atenas. / The “oval house” of the Areopagusand the Medontidas in the origin of the polis of Athens.Giacomo Bardelli y Raimon Graells i Fabregat. Wein, Weib und Gesang. A propósito de tres apliques de bronce arcaicos entre la PenínsulaIbérica y Baleares. / Wein, Weib und Gesang. Three archaic bronze appliques between Iberian Peninsula and Balearic Islands.Joan Sanmartí, David Asensio, María Teresa Miró y Rafael Jornet. El Castellet de Banyoles (Tivissa): Una ciudad ibérica en el curso inferiordel río Ebro. / Castellet de Banyoles (Tivissa): An Iberian city on the lower Ebro valley.José Pérez Ballester. Sobre cerámicas Helenísticas en Iberia / Hispania. Significado y funcionalidad. / Iconography on Hellenistic wares inIberia / Hispania. Meaning and functionality.Javier Rodríguez-Corral. Las imágenes como un modo de acción: las estatuas de guerreros castreños. / Images as a mode of action: Warriorstatues of Castro culture.Luis Benítez de Lugo Enrich, Honorio Javier Álvarez García, Jose Luís Fernández Montoro, Enrique Mata Trujillo, Jaime Moraleda Sierra,Jesús Sánchez Sánchez y Jesús Rodríguez Morales. Estudio arqueológico en la Vía de los Vasos de Vicarello, A Gades Romam, entre lasestaciones de Mariana y Mentesa (Puebla del Príncipe-Villanueva de la Fuente, Ciudad Real). / Archaeological research on Vicarello’sGoblets Way A Gades Romam as it passes through Mariana and Mentesa (Puebla del Príncipe and Villanueva de la Fuente, Ciudad Real,Castilla-La Mancha, Spain).Alejandro Jiménez Hernández e Inmaculada Carrasco Gómez. La Tumba del Elefante de la Necrópolis Romana de Carmona. Una revisiónnecesaria desde la Arqueología de la Arquitectura y la Arqueoastronomía. / The Tomb of the Elephant at the Roman Necropolis of Carmona.A necessary review through the Building Archaeology and Archaeoastronomy.Eugenio Polito. Augustan triumphal iconography and the Cantabrian Wars: Some remarks on round shields and spearheads depicted onmonuments from the Iberian Peninsula and Italy. / Iconografía triunfal augustea y las guerras cántabras: algunas observaciones sobreescudos redondos y puntas de lanza representados en monumentos de la Península Ibérica e Italia.Helena Paula Carvalho. Marcadores da paisagem e intervençao cadastral no território próximo da cidade de Bracara Augusta (HispaniaCiterior Tarraconensis).Landscape markers and cadastral intervention in the territory near Bracara Augusta (Hispania Citerior Tarraconensis).Marcadores de paisaje e intervención catastral en el territorio próximo a Bracara Augusta (Hispania Citerior Tarraconensis).Marta Flórez Santasusanna y Josep M. Palet Martínez. Análisis arqueomorfológico y dinámica territorial en el Vallés Oriental (Barcelona) dela Protohistoria (s. VI-V a.C.) a la alta Edad Media (s. IX-X). / Archaeomorphological analysis and landscape dynamics in eastern Valles(Barcelona) from Protohistory (6th-5th BC) to Early Medieval times (9th-10th).Piero Berni Millet y Juan Moros Díaz. Los sellos in planta pedis de las ánforas olearias béticas Dressel 23 (primera mitad siglo V d.C.). / Thestamps in planta pedis of the Baetic olearias amphorae Dressel 23 (first half fifth century AD).Sarah Dahi Elena y María Concepción Martín Alonso. Un vaso de Terra Sigillata Hispánica Tardía con decoración singular procedentede la Villa Romana de Saelices El Chico (Salamanca, España). / A bowl of Late Hispanic Terra Sigillata with an exceptional decoration,from the site of Saelices El Chico (Salamanca, Spain).Enrique Gutierrez Cuenca, Jose Ángel Hierro Gárate, Joseba Rios Garaizar, Diego Gárate Maidagan, Asier Gómez Olivencia y DiegoArcederillo Alonso. El uso de la cueva de Arlanpe (Bizkaia) en época tardorromana. / Late Roman use of Arlanpe cave (Bizkaia).Tomás Cordero Ruiz e Iñaki Martín Viso. Sobre los usos y la cronología de las pizarras numerales: Reflexiones a partir del caso del yacimientode Valdelobos (Montijo, Badajoz). / Use and chronology of the numeral slates: Some remarks on the case of the archaeological site ofValdelobos (Montijo, Badajoz).Pedro Ángel Fernández Vega, Rafael Bolado del Castillo, Joaquín Callejo Gómez y Lino Mantecón Callejo. Un nuevo término augustal delager Iuliobrigensium. / A new terminus Augustalis of the ager Iuliobrigensium.Manuel Salinas de Frías y Juan José Palao Vicente. Nuevo miliario de Augusto procedente de Fuenteguinaldo (Salamanca). / A new Augustusmilestone from Fuenteguinaldo (Salamanca).Javier Velaza. Una inscripción latina relativa a la fundación de Olite (Navarra). / A Latin inscription related to the foundation of Olite (Navarre).Agnès García-Ventura y Jordi Vidal. El Instituto Ibérico Oriental (1938-1941). Un intento de introducción de los estudios sobre el OrienteAntiguo en España. / The Instituto Ibérico Oriental (1938-1941). An attempt of promoting Ancient Oriental Studies in Spain.RECENSIONES