Apuntes de El Libro Del Sentido Común Sano y Enfermo

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APUNTES DE EL LIBRO DEL SENTIDO COMÚN SANO Y ENFERMO (1964), DE FRANZ ROSENZWEIG ‒ Es interesante que diga: «El tú no está situado al comienzo de una relación» (11). Parece que salidos del tiempo de la hermandad (de la común escuela del sano sentido común), en el mundo de situaciones-pensamientos, el tú es inauténtico nombrar al prójimo. ‒ «El sano sentido común está desacreditado entre los filósofos» (13). El sano sentido común sólo sirve o bien para comprar un cuarto de libra de queso o para determinar si un acusado ha cometido un robo, o para pedir a una mujer en matrimonio; no nos da para responder qué sea «propiamente» el queso, el delito o la mujer. Lo segundo lo puede responder el filósofo (¿qué es el ser?, la pregunta esencial de la filosofía según nuestro último gran filósofo): ¿O no es la sola filosofía la primera que, asombrada, se detiene justo ahí por donde el sano sentido común, sin parar mientes, pasa de largo? Y aunque por lo demás la filosofía no le aventajara en nada, ya este solo asombrarse le daría a ella esa primacía que para sí reclama. Pues el sano sentido común, dicen, no se asombra. (13) El ataque (Primero)

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APUNTES DE EL LIBRO DEL SENTIDO COMÚN SANO Y ENFERMO (1964), DE FRANZ

ROSENZWEIG

‒ Es interesante que diga: «El tú no está situado al comienzo de una relación» (11).

Parece que salidos del tiempo de la hermandad (de la común escuela del sano sentido

común), en el mundo de situaciones-pensamientos, el tú es inauténtico nombrar al

prójimo.

‒ «El sano sentido común está desacreditado entre los filósofos» (13). El sano sentido

común sólo sirve o bien para comprar un cuarto de libra de queso o para determinar si

un acusado ha cometido un robo, o para pedir a una mujer en matrimonio; no nos da

para responder qué sea «propiamente» el queso, el delito o la mujer. Lo segundo lo

puede responder el filósofo (¿qué es el ser?, la pregunta esencial de la filosofía según

nuestro último gran filósofo):

¿O no es la sola filosofía la primera que, asombrada, se detiene justo ahí por donde el

sano sentido común, sin parar mientes, pasa de largo? Y aunque por lo demás la

filosofía no le aventajara en nada, ya este solo asombrarse le daría a ella esa primacía

que para sí reclama. Pues el sano sentido común, dicen, no se asombra. (13)

El ataque (Primero)

Rosenzweig pregunta: pero, ¿de dónde le viene al filósofo el asombro? «¿No se

asombra también la mitad de la humanidad que no filosofa?» La respuesta del filósofo:

ese asombro en los no-filósofos desaparece con la misma naturalidad con que surgió. Lo

asombroso envuelve al asombrado, le acontece, y así cesa el asombro (se ha resuelto).

Pero el filósofo quiere ya, el día en que le ha venido el estupor, resolver su asombro, no

espera como los hombres. Por eso se para a pensar, y en vez de seguir pensando, re-

piensa. Entonces: «La paralización asombrada se le vuelve eterna en esa imagen

especular de ella igualmente paralizada: el ‹ob-stante›». (15)

El obstante lo sujeta, lo obliga a quedarse quieto, por haberse detenido él mismo

en su asombro. «Y así, en el sitio por donde antes fluyera el río de la vida tiene ahora la

imagen estática, la estatua, del objeto» (15). Este proceder se sustenta por esa imagen y

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por la pregunta que lo hace blanco: ¿Qué es? Ante ella, cualquier respuesta vale, pues

sólo así se mantiene la especulación que ha dado inicio por el asombro y la

desesperación y ansia por el instante. Lo importante es mantener la pregunta, porque así

se mantiene la imagen estática, artificial, que es consecuencia de tal imprudencia:

Sólo se obtiene una respuesta siempre igual. Pues, al no ser capaz de preguntar en el sentido de la extensión de la vida, hacia lo largo, por no timarse su tiempo para no esperar la respuesta, tiene que preguntar en ese preciso instante y lugar, y en ese instante y lugar tiene que venirle la respuesta. (15)

Como pregunta de esta manera, sin darse el tiempo de tender hacia lo largo (Vivir es

esperar), entonces el filósofo se dirige a lo profundo, lo que está por debajo del objeto,

es decir, la sub-tancia (cambiando así el ob-stante por el sub-stante). Por eso el filósofo

pregunta por ella, por la esencia, por el ser «auténtico» del objeto.

Tanto la pregunta como su respuesta son aquí independientes del tiempo, ya que

el objeto llegó a separarse del fluir. A la artificiosa atemporalidad de la pregunta (¿qué

es?) corresponde la artificiosa atemporalidad de la respuesta (la esencia).

En la vida, sin embargo, esta pregunta vale poco y es raro que se dé en el vivir.

«Tampoco el filósofo la hará en caso extremo» (16). El filósofo no pregunta cuánto

cuesta propiamente el queso; en la vida se dice realmente y no propiamente. Así,

rechazado y limitado a lo propiamente auténtico, el filósofo separa su camino de los

caminos del sano sentido común, que se fía de lo real y de la actividad de esto real (¿el

fluir?) [p. 17]. Pero el filósofo se siente seguro allá. El filósofo está hechizado.

Ahora bien, cualquier persona puede ponerse a filosofar de la noche a la

mañana: «No hay persona sana que sea inmune a esta enfermedad» (17). Se observarán

más de cerca las consecuencias al visitar al filósofo, al enfermo.

Visita al enfermo (Segundo)

La primera visita del médico: El paciente ya no lleva las acciones necesarias de la vida

cotidiana.

La cura: El “como si” aplicado a Dios, al mundo y al yo. No debe creer

necesariamente en todo esto, sólo aplicar el “como si”. Porque el enfermo ya no cree ni

en sí, no sabe si es el que es o si está soñando. El “como si”, «síntesis de un Kant

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simplificado y un Nietzsche despojado de sus tonterías» (20). «¿Quiere usted casarse?

Haga simplemente como si quisiera casarse. Es considerablemente menos dispendioso y

tiene igual éxito» (21).

El enfermo recorría su camino como todos los días, y de repente se le ocurrió

algo, entonces se quedó parado. Como si la calle se le hubiera escapado por debajo de

los pies. El “como si”, el recurso para quien, sin salir de la enfermedad, intenta vivir de

nuevo.

Diagnóstico (Tercero)

Este proceso enfermizo que va de la ocurrencia, el asombro, el objeto, la pregunta por él

y la esencia, desemboca en el concepto universal:

El queso recordado, el deseado y, finalmente, el comprado no se parecen. Incluso pueden parecer muy distintos. Algo lo son siempre. Así, pues, tiene que haber un tercero que los enlace. Esta necesidad de un tercero ha pasado a asociarse al concepto universal […] Este «queso en general» es la «idea» de queso, lo que el queso «auténticamente» es […] Sólo es una línea auxiliar mediante la cual intentamos unir esos dos puntos, el queso de ayer y el de hoy. (24)

Pero la idea general es sólo una vía, una línea o puente que surge de la necesidad de la

unificación, de la autenticidad. Sin embargo, lo que muestra esta transformación, «si la

contemplamos libres de prejuicio, no es nada más que la palabra queso» (25).

Meramente un nombre, todo lo demás ha cambiado. Por ello:

[…] que nadie caiga ante el nombre en la tentación de pensar que él es la auténtica esencia de la cosa. No se querrá afirmar que el queso «es» la palabra queso. Aún así, la palabra es lo único permanente, lo único de lo que cabe decir que fue, es y será. Todo lo demás o fue, o es, o será. Sólo el nombre es ayer, hoy y mañana. Y el nombre no es la cosa. (25)

Uno se atiene a lo duradero y entre dos hombres, eso es el nombre, los nombres propios

de ambos. Aunque ninguno afirmaría que ellos dos son sus nombres. En esta relación no

cabe el ¿qué es?, sino, y sólo momentáneamente, el ¿quién eres? Pero ésta no aparece

completamente formulada por causa del nombre:

El nombre no es la «esencia». Es otra cosa. Es tan permanente, empero, como debía serlo la «esencia». Y solamente con su permanencia, no con la permanencia de una «esencia», es con lo que se preocupa el sano sentido común en su obrar. (27)

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Mientras el sano sentido común se conforma con los nombres, quien ha enfermado los

considera sin valor; retiene las cosas, las vivencias y acontecimientos para preguntar por

su ¿qué es?

Terapia (Cuarto)

Puede lograrse la vuelta al sano sentido común. Para ello tiene que intervenir un

acontecimiento, por sí solo, y esto exige tiempo. Puede ser un gran susto, una gran

alegría o una fatalidad tremenda:

En instantes así los nombres relucen con tal intensidad en su originaria luminosidad ‒por ejemplo, la palabra «Alemania» en agosto de 1914‒ que todo teorizar acera de lo “propio y auténtico” se hunde espontáneamente en la nada. Pero claro es: esta clase de curación no puede ser en absoluto provocada. Tan sólo el acontecimiento puede traerla. (34)

No puede ser provocado porque los influjos de la vida así buscados acaban en el “ideal”,

que exalta los sublimes sentimientos, sentimientos más auténticos que la seca realidad,

negadores de la vida cotidiana, con sus pequeñas tareas y sus nombres que permanecen.

El acontecimiento provocado parece que logra la cura y el sentido común

vuelve. Sin embargo, no hay conciencia de ello, por decirlo así. Se puede vivir en la

cotidianidad, pero anhelando lo que anhela el enfermo. El filisteo es quien vive así,

tiene mala conciencia. Aún llevando una vida sana, piensa de manera enfermiza: vive

en el día y sus exigencias, pero piensa en la eternidad, en lo transmundano. Por lo

menos el filósofo es coherente: vive y piensa de manera enferma, el filisteo no. (El

sentido común, por tanto, también es la reconciliación entre el obrar y el pensar).

Se podría extirpar este idealismo del filisteo con libros afilados como cuchillos,

pero por este método nos podemos engañar, al poner al idealismo como el verdadero

enemigo a combatir y transformarlo en algún otro ismo que lo sustituya: realismo,

irracionalismo, materialismo, antiidealismo, naturalismo, etc. Todos estos ismos son

igual de peligrosos, porque conducen fuera de la vida. Pasan de largo ante el hecho de

que los nombres son nombrados.

El verdadero enemigo es el asombro, la pregunta a la que apunta la

determinación de la vida. Precisamente, una de las razones del rechazo del sano sentido

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común es que no da respuesta a las «preguntas últimas»: por Dios, por el ser humano,

por el mundo.

Correspondencia entre facultativos (Quinto)

*Nombre de la enfermedad: apoplexia philosophica aguda.

*Vacuna inmediata: vacunación con criticina.

*Aunque hay otra inyección que está de moda y estará en los próximos tiempos:

inyecciones de misticol.

*Otra propuesta: una silla giratoria para un cambio obligado de perspectiva.

El otro facultativo le da su programa: frente a su clínica están las tres montañas antes

mencionadas. Sacará al paciente (primero en auto, después en mula y al final a pie) para

que vea a veces un pico, a veces otro, en ascenso zigzagueante sobre una tercera

montaña, «hasta que, una vez llegado arriba, pueda abarcar ambas al mismo tiempo , y

junto con ellas dos también el pico al que ha subido» (44).

Anteriormente, Rosenzweig apelaba a la madurez que implica dar el tiempo, y

ahora deja ver que la reconciliación con el sano sentido común implica el regreso a la

autonomía, al andar en la fluidez de la cotidianidad, pasando de la estática a la ayuda de

un auto y, después, de una bestia. El sentido común sano es andanza del hombre

también sin el yo que lo hace idealista, u otros elementos que lo hacen místico . Uno y

otro lo alejan del sentido común sano, de la vida.

La cura [Primera semana] (Sexto)

Habla el paciente: es bueno tener una visión del mundo, pero de él lo que tenemos

inmediatamente sólo son las cosas, personas y acontecimientos.

La enfermedad se desarrolla cuando esta visión nos lleva a buscar lo auténtico

del mundo, de tal manera que lo que éste nos ofrece es apariencia y hay que buscar

aquello que no lo sea. El mundo se convierte en otra cosa distinta de sí. Se busca

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entonces lo seguro, y aquí asoman la cabeza tres términos aún no devorados: el «yo»,

Dios y la nada.

a) Yo: Frente al mundo, sea apariencia o no, tengo todavía mi yo: «Pienso, luego

soy. Mi yo es “lo único seguro”. El yo es esencia del mundo, porque me aparece

a mí aun en su apariencia: «Con algunas diferenciaciones de una importancia

increíble, por cuya razón se separan las ‹escuelas›, tal es la sapiencia de la

filosofía» (48). Pero ¿por qué habría de ser el yo más cierto que cualquier otra

cosa, siendo él un trozo del mundo? El yo tiene tan poco de conciencia como de

objeto, por tanto, nada de esencia. Pero si acaso esto fuera así, habría que aceptar

que hay muchísimas esencias del mundo y no una, tendría que aceptar que en los

otros también hay una autoconciencia, aunque no la mía. Pero como esto rompe

con el objetivo primordial, tendremos que postular una conciencia abstracta en

general (Hegel). Y en tanto que no es ni yo, ni mundo propiamente, tendría que

ser la nada. Hay una correlación yo-mundo, ni uno ni otro primero.

b) Dios: quien ilumina a ambos es Dios, él mora esencialmente detrás del mundo.

No queda más que afirmar que Dios es lo otro totalmente diferente del mundo, y

por tanto, la esencia del mundo, pero esto sería afirmar que es apariencia de la

apariencia y ya no cumpliría su función, porque al no ser mundo ni yo, sería

nada.

c) Nada: ¿Sería la nada lo absolutamente otro que reina en calidad de esencia?

Un trampolín para salir de este problema es la afirmación de que el mundo es algo: algo

y no nada, algo y no Dios, algo y no yo, algo y no todo (53). Quien asuma esto sólo en

el pensar y en el vivir se liberará de esta respuesta y la pregunta que la origina, ambas

falsas.

Lo que encontramos en todo acontecimiento en el mundo es la palabra. «El

lenguaje es apéndice del mundo» (54). No es el mundo ni pretende serlo, sólo tiende un

puente entre el mundo y lo demás. Le da nombres al mundo. Adán nombra.

Precisamente, ya no vale decir que el mundo es reflejo de mi pensamiento, porque él

también me refleja. Me puedo distinguir de él porque lo nombro: «Donde haya resonado

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una palabra ahí ha establecido el ser humano la señal de su presencia. La palabra no es

una parte del mundo. Es el sello del hombre». [55]

Está múltiplemente escindido. Las palabras se adhieren a las cosas. Los nombres

pasados pueden permanecer aunque sus nombradores ya estén muertos. Nombrar

nuevos nombres es legítimo derecho del ser humano. Aunque al hacerlo ese nuevo

nombre tiene que acompañárselas de algún modo con el antiguo. Por la tradición, éstos

se mantienen, se nombran y renombran (traducen) y esto crea en última instancia el

vínculo común de la humanidad (56). La humanidad, sin embargo, siempre está ausente,

sólo los hombres, este, aquel, este otro, están presentes.

La humanidad de halla presente en la palabra de dios. La palabra de Dios porta

en sí la certeza de convertirse en la palabra de todos. Si esto dependiera de la voluntad

del hombre, entonces hablaríamos propiamente de cultura o cosas parecidas.

De las dos palabras, la de Dios y a del hombre, participa la cosa, cada cosa.

«Nada deja el lenguaje en el mundo sin que lleve la huella del hombre, la huella de

Dios» (57-58). El contexto de la cosa es el mundo. Por eso la cosa es algo. El enfermo

ya no podía comprar un trozo de queso porque se le había hecho incierto el vínculo

entre el nombre y la cosa, su derecho a nombrar y su fuerza para hacerlo dada por Dios;

«se le había vuelto incierta esa fuerza de Dios presente en el lenguaje» (58). Y es que

exigía que su palabra fuese la cosa y que su palabra fuese la del otro.

Dios

Hombre Mundo

Mundo Hombre

Dios

Del sentido enfermo que separa los tres picos y elimina su relación, el sentido común

sano comprende la relación entre Dios, Hombre y Mundo, lo divulga todos los días. Nos

dice que no hay un mundo en sí, es el mundo nuestro y de Dios, y sólo en la medida en

que se convierte en mundo del hombre y de Dios, en esa medida se convierte en

mundo.

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La cura. Segunda semana (Cap. Séptimo)

«La vida no es el más alto de los bienes. Sin embargo, es bella» (60) ¿Por qué? Pienso

que porque podemos desear morir o desear no haber nacido. Si nos preguntamos qué es

la vida, caemos en la pregunta por la esencia, pero se acerca a la pregunta por el

hombre. De ahí podemos acercarnos a la primera.

Si hago del yo objeto de mi consideración, encuentro cientos de vivencias; ahí se

me deshace el yo. Por eso, el yo es mundo, es un trozo de mundo que se ha separado

según una ley eterna, y con ésta cree ser por sí mismo cuando aparece como “yo” (63),

como la rama separada del árbol.

El nombre es lo que atrae al hombre al presente. Es lo que lo atrae para dejar de

ser un trozo de mundo. Y es lo único permanente que tiene. Sin embargo, es llamado

hacia el futuro, no hacia el pasado, aunque en su apellido da testimonio de ser criatura

del mundo y su nombre de pila, criatura de Dios. El nombre de pila significa que el

hombre debe ser un nuevo hombre. Lo lanza hacia el futuro. El nombre indica estas dos

cosas.

La cura. Tercera semana (Cap. Octavo)

La naturaleza no es dios. El mundo no es Dios. El espíritu no es Dios. Afirmar

cualquiera de estas cosas es suponer que Dios no es, que el mundo es nada. ¿Qué se

puede entonces decir de él? Que Dios es algo, como algo es el hombre y el mundo.

De Dios tenemos su nombre con el que lo nombramos. Dios no tiene su nombre

para ser llamado, lo tiene por mor nuestro, para que podamos llamarle. Por nosotros

deja que le nombremos. (80)

Su nombre es como el de las cosas: está sometido a mudanzas y cambios. Por

eso es encontrado en todas partes de la tierra con nombres diversos. Su función es

reconciliadora entre el camino del hombre el camino del mundo. Es dios del hombre y

Dios del mundo. Sin llegar a confundir los caminos, pues el hombre no debe ser

cosificado, convertido en organismo, y el mundo no debe ser sentimentalizado (82).