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Antología deCuentos

2011

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ANTOLOGÍA DE CUENTOS, 2011

1a. Edición, Guatemala, noviembre de 2011.

Fundación Myrna Mack2a. calle 15-15, zona 13Ciudad de GuatemalaGuatemala, Centro América

PBX: [email protected] - www.myrnamack.org.gt

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ÍNDICE

La última lágrima de DiosAdolfo Escobar Hernández

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La danza de los zopilotesMario Alejandro Chavarría González

/17/

El perfil de un dictadorJosé Antonio Arana

/29/

Los niños de la basuraKevin Roberto Morales Escobar

/41/

El curso del ríoYonny Rivahí Serrano Moya

/51/

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La última lágrima de Dios

* Ganador del Primer Lugar en el Concurso de Cuento Corto convocado por laFundación Myrna Mack, en 2011.

Adolfo Escobar Hernández*

I

Esa noche de media luna, cuando la procesión de la SantaPatrona recorría las calles terrosas del pueblo, en la últimachoza del poblado (la �choza de la jiotosa� la llamaban loslugareños con ignorante fascinación, pensando que hacíanpoesía), Sabina Noj se rascaba la soledad con uñasdesgastadas por la tristeza. El viento frío se colaba por lasparedes de caña de la covacha, le mordía la piel de adoberesquebrajado y le traía desde las calles el sonido hipnóticoy repetitivo �cual reclamo tribal� de la tuba. El pum-pom,pum-pom, pum-pom de la marcha fúnebre se le deslizabapor las orejas hasta el alma y allí, en la fría penumbra de lalocura, los pies regordetes de su tristeza marcaban elcompás a ritmo de sepelio. Era la última noche de SabinaNoj. Esa noche le tocaba morirse.

La mujer llevaba ya tres días sin dormir, tres días de llantoimparable, tres días de fiebre despiadada, señales y síntomasinequívocos de su muerte inminente; sentada en un tocónde pino frente al poyo, sola fuente de luz y calor en esedecrépito cuartucho que era comedor, cocina y dormitorio,Sabina Noj se abrazaba al frío con sus manos viejas y jiotosasy miraba con ojillos de conejo encandilado la vieja olla de

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barro en la que se cocían los frijoles con apazote para unaquincena que no iba a vivir. Mientras en las calles todo unpueblo se volvía hacia Dios, en el interior de la choza elalma de la mujer se consumía en el hervor de la amarguray la melancolía.

A ratos se apagaba las lágrimas cual si fueran mechas decandela y hablaba con su sombra, fiel y única compañía desu vida, y le contaba de nuevo cuánto le habría gustadoparticipar en la procesión de la Santa Patrona. De lascenizas de sus recuerdos nacieron cien llamaradas que lequemaron el corazón y mientras el humo de las memoriasamargas le picaba los ojos, le repetía en murmullos a susombra que no le dolía que le hubiesen prohibido toda suvida llevar en hombros a la Patrona del pueblo. Dizquepara no contaminarla.

Pero le dolía, como le habían dolido las primeras cien vecesque la ignoraron, la insultaron y la rechazaron� le dolíacomo cualquiera otra vez, como todas las veces; la mujerlanzó una mirada alrededor del cuartucho forrado de cañascomo buscando allí una o mil razones que le explicaran elinnato desprecio de los demás. Quizá habría entendido,aunque no aceptado, el desprecio ajeno si hubiese tenidoun marido furioso �que agarrara la furia, pues� o un hijomás largo que el río Negro o una hija más fácil que deciruna mentira o hasta un chucho jiotoso, su compañero�yen una esquina del alma, en donde guardaba sus máspreciadas verdades, deseó tener marido, hijos y chucho,como fueran, pero ella, Sabina Noj, no tenía nada ni a nadie,sólo su jiote, su soledad y su tristeza.

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A fuerza de lágrimas se arrancó los recuerdos como searrancaba las garrapatas, tomó del piso de tierra el radioCrown de baterías y buscó la difusora con el locutor de lanoche y Nufo Pérez, el chinchín de las mujeres, laacompañó hasta que la tristeza y el cansancio de estarcansada la vencieron; luego, apagó el dial y antes dedormirse como las gallinas, la cabeza bien metida en elbuche, escuchó el pum-pom pum-pom pum-pom de la tubacuando la procesión regresaba a la iglesia antañona; antesde hundirse en el olvido definitivo de su últimainconsciencia, deseó que la Virgen, la verdadera, la damade cabellos de elote tierno, la Santa Gringa de su niñez, laacompañara en sus sueños, porque entonces revivía surostro, su voz, sus manos y el día bendito en que tuvo ensus manos jiotosas las lágrimas de Dios por primera vez�

II

Cuando Sabina Noj era una pajarilla multicolor quedespertaba a la vida con los ojos cerrados, una dama decabellos de elote tierno le regaló un frasco de perfume quefue un obsequio para toda la vida, aunque ninguna de lasdos lo supo en ese momento. En el parque del pueblo, o loque pasaba por ello, detrás de una ceiba añosa, la pequeñaSabina Noj rezaba por su nana enferma mientras se rascabael jiote. La niña tenía ya años de esconderse y huir de lagente como chucho jiotoso, y le sobraban razones parahacerlo. La mujer de cabellos rubios y ojos claros como aguade arroyo, con mochila a la espalda y botas de faena en suruta sagrada hacia el Santiago de sus ideales, la observabadesde alguna distancia con compasiva curiosidad. La gringa

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se acercó y le dijo cien cosas amables en un idioma bastardo,fruto de la lengua del poblado, de la de los ladinos y de lasuya propia, que a la niña le pareció el lenguaje de losángeles. Sabina Noj escondía con profunda vergüenza susmanos jiotosas, pero la gringa, a diferencia de los lugareños,sin temor ni repugnancia, las buscó y las encontró y conalgo parecido a la ternura las tomó entre las suyas. Lapequeña se preguntó si el jiote se pasaría a esas manosblancas como agua de maíz y las suyas dejarían de versecomo paxte ennegrecido.

La niña estaba segura de que la extranjera era laencarnación de la Santa Patrona, la Virgen de la vieja iglesia,o un ángel de los retablos para cuando eso de los convites.Cuando Santa Gringa (fue la primera vez que la llamó así)sacó de su mochila un saquillo de tela fina, como la de losropajes que el párroco usaba para las procesiones, extrajoun frasco de perfume y se lo ofreció, Sabina Noj no supo sillorar, reír o rezar. Desde que su nana había caído enfermay se quedaba en silencio por horas viendo el camino haciala montaña como esperando a alguien o se pasaba los díasllenando huacales con un llanto interminable o se dormíacon los ojos abiertos y parecía que se había muerto y ya nose acordaba de nada, ni de su hija, y entonces ella le hablabay le hablaba y le hablaba pero la señora sólo la miraba conojos sumergidos en un profundo olvido y luego, arrastrandosus pensamientos, se marchaba sin moverse de allí adondequiera que estuviera viviendo esos días, ésta era laprimera vez que recibía un gesto afectuoso; aun así, lapequeña Sabina Noj rechazó el frasco de perfume cienveces, las cien veces que la otra insistió; como último recurso

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para vencer la tozudez de la niña, la gringa, entonces,señaló el interior del envase y le dijo, mitad a pie, mitad acaballo:

�Please� Esto ser� Son las lá-gri-mas de Dios� Take it�¡Las lágrimas de Dios�!

¡Las lágrimas de Dios! Sabina Noj, extrañamenteconmovida, tuvo que aceptar el obsequio; sus manosagrietadas le parecieron indignas de recibir semejanteportento, pero como se toma una paloma en el hueco de lasmanos antes de lanzarla al viento, así tuvo por largosmomentos el regalo; cuando al fin alzó la vista la gringa sealejaba lentamente, como queriendo quedarse. En ladistancia, la extranjera dibujó con una de sus manos deatol blanco un gesto que parecía de despedida, pero enrealidad era una promesa de quedarse para siempre. SabinaNoj pensó que esa mujer que tomaba el sendero sin regresohacia las montañas era de plano la misma madre de Dios,quien había bajado al pueblo para consolarla con la ausentepresencia de su madre; a lo lejos, la gringa se detuvo unúltimo momento y volvió a verla como si quisiera llevarsealgo de ella, como si esa última mirada de los ojos de carbónde la pequeña Sabina Noj fuera a llevarla con ella como selleva una cicatriz, para siempre. El destino delineó en elcorazón de las dos ese instante que, supieron, iba a ser másvalioso que muchas vidas juntas. La niña se quedó en susitio hasta que la otra se hizo una con el horizonte, y en elcorazón se esculpió la sonrisa de esa hada de cabellos yojos claros, como si supiera que nunca más vería un gestoasí de amable.

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La pequeña guardó el regalo junto con los objetos a los quesu madre les había tenido algún cariño y que ahora con suextraña dolencia carecían de significado; durante muchosdías buscó a la extranjera por el pueblo y sus alrededores,para asegurarse de que las lágrimas de Dios realmente lepertenecían, pero Santa Gringa, como todos lo que tomabanel sendero hacia la montaña, jamás volvió a aparecerse. Alcabo del tiempo, la niña sacó el frasco con el perfume, actoque para ella fue como abrir un regalo, la primera y últimavez en su vida que haría algo así. El envase de cristal clarotenía, apropiadamente, forma de lágrima y cuando la niñalo destapó, supo que las lágrimas de Dios olían a florestiernas bañadas en viento, brisa y verano.

La primera vez que usó el perfume fue cuando su nanamurió de verdad, a causa de esa enfermedad sin nombre nirostro, después de que se fue quedando sin habla, sinfuerzas, sin vida y al final pasó tres días sin dormir, tresdías de llanto imparable y tres días de fiebre despiadada. Ala tercera noche, mientras la procesión de la Santa Patronarecorría las calles terrosas del pueblo, la nana se sentó en elviejo tocón de pino que le servía de sentadero, durmió treshoras como si fuera gallina, con la cabeza bien metida en elbuche, se levantó, salió al patio de tierra y se acostó sobrelos chiltepes de la huerta, para no levantarse jamás; la niñalloró y lloró y lloró, tres días pasó llorando, de todos los quelloraron fue quien más lloró y nadie le habló, ni la consoló,ni la vio siquiera; parecía que era ella y no su nana quien sehabía ido al corazón del cielo, el lugar a donde �decían� seiban los que se morían de locura. Después del sepelio, seencerró en el cuartucho a donde su tata la había desterrado

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desde la enfermedad de la nana, y no hubiera salido de allísino hasta el día en que, de tanta tristeza, se hubiera reunidocon la madre tierra, si no es por el envase de cristal quecontenía las lágrimas de Dios. La gota de perfume que, sinsaber por qué, se aplicó obró una especie de milagro. Guardósu llanto para otros momentos, se aseó y arregló lo mejorque pudo e incluso se olvidó de que tenía jiote. El perfumeestaba hecho de aliento vital. Hasta sus andrajos usuales leparecieron ropa de ir a la capital.

La vida sin su nana fue como un cuento de hadas: espantosa;el cuerpo de la difunta aún se encontraba fresco en elcementerio cuando llegó la otra mujer de su tata, junto conlos otros hijos. Cien veces al día soñaba con marcharse dela casa o morirse y las horas se le iban en desear tener lamitad del cariño que esa gente extraña le tenía a los chuchos,gallinas y marranos y que alguna vez le hablaran con elaparente cariño con que le hablaban a esos animalitos; perolo peor era su tata, quien se enfurecía con sólo verla. Parecíaque al mirar los ojos de carbón de la niña se acordaba de lanana y eso, ya fuera por amor o por odio, era insoportablepara el hombre. Quizá el cariño que algún día debió tenerlea la señora, o la lástima que como buen cristiano sentía porsu hija, fue lo que pesó para no echarla a la calle, pero igualSabina Noj vivió desde esa vez en total abandono, sinescuela, sin ropas, sin nada, sólo con su jiote incurable y elfrasco con el llanto de Dios. Aquel era su cruz; éste, suredención.

El barrilete de los días se elevó al cielo y se perdió en ladistancia y la vida de la joven Sabina Noj sufrió un cambio

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que provocó que en el usual rostro frío de su tristezaapareciera un rictus de amargura: la muchacha observóque los domingos y fiestas de guardar sus conocidas de lainfancia, quienes desde hacía algún tiempo se veían másbonitas y se ponían ropas más vistosas, platicabananimadamente en lo que pasaba por parque con los peladosque trabajaban en el cuartel de las afueras del pueblo y fueentonces como si ella se mantuviera escondida detrás deuna ceiba porque nadie, ni el más feo de los cuques, la invitójamás a tomar atol o a comer tostadas con guacamol o aprobar el algodón de azúcar o a dar una vuelta por dondefuera. La reacción de la muchacha fue enclaustrar sucorazón en el cuartucho de paredes de cañas hasta que undomingo después de muchos domingos encerradaescuchando al chucanote de Nufo Pérez, el chinchín de lasmujeres, mezclar rancheras y tropicales, recitar poemas ydecir patanadas, se aplicó otra gota de perfume.Transformada, salió ese y muchos domingos más, la esenciaformando una burbuja dentro de la cual se sentía digna, sesentía persona, se sentía mujer. Aunque los demáscontinuaron ignorándola, el dolor dolió menos y sintió porella misma algo muy parecido al respeto. Detrás delhorizonte de su vida quizá no había nada, pero al menossoñaba con llegar un día a alcanzarlo.

Parecía otra, era otra, cuando se ponía el perfume. Lo usómuchas veces porque muchas veces lo necesitó. De algúnmodo sabía que no hacía más que huir, pero esas huidas leevitaban la locura, la desesperación y hasta el suicidiocuando el destino, las circunstancias y la gente �pero másla gente� le propinaban reveses, cada uno peor que el

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anterior, como cuando sus parientes postizos laecharon de lo que siempre creyó era la propiedad de sumadre y la obligaron a mudarse a la última choza delpueblo (la choza de la jiotosa la llamaron con ignorantefascinación los lugareños, pensando que hacían poesía). Ocomo cuando el tiempo llenó de ceniza su pelo azabache ylos claveles rojos de su fecundidad se marchitaron y tuvoque enterrar en el cementerio de las decepciones laesperanza de tener algún día un fragmento de barro paradarle forma y mostrárselo al mundo. Todo eso le causómucho dolor, pero no tuvo la menor intención de llorar.Dios ya lo había hecho por ella. La prueba se hallaba en elfrasco de cristal claro.

El perfume se agotó. Dos gotas le quedaban, dos gotas queguardó con incertidumbre, quizá para usarlas antes demorirse de la pura melancolía; Sabina Noj exudabaangustias, miedos y ansiedades� ya no habría más lágrimasde Dios que le brindaran un poco de sentido a su vida, vidaque cada día le parecía más absurda y miserable. Nada, nila yerbamala es inmortal, se dijo el día que su tata murió decólera, tal y como había vivido, y cuando no se encontróninguna lágrima para llorar, quizá porque las guardabapara el futuro, y después de ver que metían al viejo cabrónen la tierra, creyó feliz y equivocadamente que una manoomnipotente comenzaba a darle vuelta a la tortilla de suexistencia. �Más fácil que se me quite el jiote�, murmurócon amargura cuando vio que todos esos hermanos,sobrinos, nietos y demás familia, unidos todos por elparentesco del desprecio y la infamia, se reunieron de prisacon un señor de saco y pantalón funerarios y, sobre la

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panza, una corbata tan larga como su lengua, quien leyóen voz alta y frígida de una hoja con sellos y firmas y sededicó a repartir a diestra y siniestra los bienes ypropiedades del difunto y a ella ni la mencionó y entonces,escondida detrás de una puerta, le resucitaron las lágrimasy entendió por fin que no tenía nada en el mundo, quenunca había tenido nada, solamente su jiote y el frasco conel llanto de Dios y aunque en ese momento no se dio cuenta,luego de que se fue a su cuartucho de paredes de caña y seaplicó la penúltima gota de perfume, supo que eso le bastabapara ser feliz.

El frasco se quedó adentro del cajón de madera en dondeguardaba sus pertenencias. Todos los días lo sacaba, todoslos días lo limpiaba y todos los día veía a contraluz esamilagrosa única gota de elíxir y se preguntaba cómo ycuándo iba a usarla por última vez y al mismo tiempodeseaba no tener que usarla; en sus oraciones, pedía ser unángel, porque los ángeles veían cuando Dios lloraba y podíanguardar sus lágrimas y usarlas cuantas veces lo desearan.Después de mucho pensarlo, decidió que esa última lágrimade Dios le iba a durar lo que le durara la vida. Desdeentonces la miraba como las madres miraban a sus hijos,como los niños miraban los camioncitos de madera y lasmuñecas de tusa en el mercado y deseó morirse prontoporque ese día se pondría esa última gota y moriría comola dama, como la mujer, como el ser humano que muy pocasveces había sido en la vida absurda y miserable que le habíatocado.

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III

Esa noche de media luna, Sabina Noj despertó tres horasdespués sin saber que había dormido; Nufo Pérez, elchinchín de las mujeres, desde hacía rato dormía y roncabadesde la radio. La mujer se levantó del viejo tocón de pinoy se dirigió lentamente hacia el cajón en donde coexistíanmaravillas y miserias y de allí tomó el frasco de perfume ensus manos laceradas y arrugadas. Antes de salir a la calleterrosa, pensó por última vez en la Santa Gringa de su niñez;afuera, el silencio era abrumador, como si el mundo seestuviera acabando. En la distancia creyó escuchar el pum-pom, pum-pom, pum-pom de una marcha fúnebre, perono era más que el tamboreo desenfrenado de su corazón enagonía; caminó como ánima en pena la legua que loseparaba de la casa de su niñez, se coló al patio de tierra y,de rodillas sobre el huerto, en donde nunca hubo una cruzque recordara a su madre, rezó la oración fervorosa de losmoribundos. Con los ojos humedecidos, Sabina Noj se aplicóla última gota de perfume y envuelta en un aroma a florestiernas bañadas en viento, brisa y verano, se recostó sobrelos chiltepes, sus manos rugosas sobre el regazo, el frascovacío reposando en ellas. El negro telón de la nada apagólentamente sus ojos y cerró sin aplausos el drama de suvida absurda y miserable� en ese momento, todos loschuchos del pueblo comenzaron a aullar y quizá esosgemidos lastimeros fueron el adiós que nadie quiso ni pudodarle�

Allí la encontraron tres cucuruchos trasnochadores� supiel de adobe fundiéndose con la tierra, en su cuerpo la

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placidez de los muertos que mueren en paz, en su semblantela dignidad de las damas. En las manos tersas y hermosasde Sabina Noj se encontraba un frasco de perfume con unagota que al brillo de la media luna les pareció una lágrima,el gesto más divino de un ser humano, el gesto más humanode un ser divino...

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La danza de los zopilotes

Mario Alejandro Chavarría González*

Dos zopilotes volaban sobre el cielo despejado formandocírculos en el aire, como si bailaran una danza ovípara.Una imagen que Milton capturó con su vieja cámara Leica,obsequio del grupo de voluntarios que llevaron a cabo, elaño pasado, un curso de fotografía con algunos niños delbasurero. No muy lejos del niño se encontraban un par dezopilotes peleando por un pedazo de los intestinos de unperro, y un tercero devoraba alguna cosa, parado sobre untonel oxidado. El patojo se acercó lo más que pudo sin hacerruido y enfocó la escena. Tomó la foto y se quedó unmomento observando la lucha entre los dos pajarracos.

A Milton le fascinaban los zopilotes, esas aves carroñerasque con sus grandes alas de color carbón, le infundíanadmiración y respeto; unos atributos asignados a las águilas,esas aves que solo conocía por los libros de texto de la escuela.Le gustaban tanto los zopilotes que, si no fuera por sumamá, él ya habría adoptado a más de alguno comomascota. Si tan solo fueran más pequeños para poderesconderlos en una caja de zapatos como lo hacía Evelyn,su vecinita, con su reciente mascota: una rata. El niñotampoco entendía por qué los otros patojos les tirabanpiedras para ahuyentar a los zopilotes, si todos los

* Ganador del Segundo Lugar en el Concurso de Cuento Corto convocado por laFundación Myrna Mack, en 2011.

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habitantes del Relleno Sanitario �incluso las mascotas�tenían derecho a convivir juntos, al menos eso decía lamaestra Julia. Después de todo, hombres y animales, vivíanahí de las sobras de la sociedad.

��¡Miltooon! ¿Dónde andás?

El niño reconoció la voz de su hermanito de siete años,Chepe, quien a esa hora lo andaría buscando para jugar.El niño se adentró entre las montañas de basura paraperderse, procurando no ser advertido por algún adulto orecolector de basura. Desde hacía algunos años el área debotadero y recolección de basura había sido vedada a losniños menores de catorce años para evitar accidentes. Sinembargo, los adultos olvidaban que muchas veces lasprohibiciones, en vez de ahuyentar, incitan.

El basurero era el lugar ideal para jugar a las escondidas.Pero no era eso lo que Milton quería hacer en ese momento.Vio tirada una gran llanta de tractor, llena tanto de parchescomo de agujeros, y se metió en el círculo. El olor era agrioy nauseabundo. A través de uno de los orificios, pudoobservar a su hermano que lo seguía buscando. El contornocarcomido del agujero del neumático le pareció un marcointeresante para fotografiar, apresurándose a enfocar aChepe para tomar la foto.

El hermano de Milton tomó otra dirección y se perdió enlos laberintos del vertedero, caminos hechos por loscamiones y tractores que removían la basura de un lugar aotro, formando cerros de residuos. Entonces el niño se puso

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a ver qué cosas interesantes había adentro de la gran llantapara fotografiarlas. Encontró varias botellas de gaseosas,unos envases que a su hermano Chepe le encantabainspeccionar con la idea de encontrar adentro algúnmensaje escrito, como si fueran botellas lanzadas al mar.Su maestra le había contado una vez la historia de unosniños que habían encontrado una carta, dentro de unabotella enterrada en la playa. Milton también encontró enel neumático un par de suelas de zapatos, unos pedazos demadera enmohecida y una mano dentro de una bolsa desupermercado. Era una mano izquierda cercenada a partirde la muñeca. El niño se asustó y dejó caer la bolsa. A pesarde que varias veces había encontrado algún pedazo de ani-mal, está era la primera vez que descubría una parte de unser humano. Pero el susto le pasó rápido y pensó que nosería mala idea fotografiarla. Agarró la bolsa y dejo caer lamano sobre la llanta. Era un pedazo de carne hinchada, decolor grisáceo que olía terriblemente. De un brinco se saliódel neumático para tener más espacio. Inmediatamenteenfocó el objeto inerte y le tomó la imagen.

Colocó una botella de vidrio a un lado de la mano pero sedio cuenta de que le hacía falta algo a la composición y sepuso a buscar algún otro objeto alrededor del neumático.A pesar de tener solo once años, había aprendido bastantede cómo se componía una buena fotografía con los gringosvoluntarios que llegaron a dar el taller. Debajo de una tablaencontró el mango de un machete y se lo colocó a la palmade la mano. Antes de capturar la imagen abrió el obturadorpara dejar entrar más luz, pues el sol ya se ocultaba en elhorizonte de desperdicios.

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��¡Miltooon, ya te encontré! ��gritó el hermanito, corriendoa lo lejos.

El niño tomó rápidamente la foto y empujó con un palo lamano de regreso al interior de la llanta. Luego le lanzó unpedazo de madera para taparla y se fue corriendo a sucasa, con Chepe pisándole los talones.

��¡Pérame, Miltooon, que te voy a alcanzar!

Al llegar a la champa de láminas y tablones de madera endonde vivían Milton y su familia, los niños entraroncorriendo y haciendo bulla. Fueron recibidos con un agudoberrido de Letty, su hermanita de apenas un año de edad.

��¡Que joder! ��gritó la mamá de los niños��. Lo que mecostó dormir a la ishta para que ustedes vengan adespertarla.

La madre le dio con la mano abierta un golpe en la cabezaa cada niño y se encaminó hacia la colchoneta donde llorabala pequeña Letty.

��¡Vayan a chingar a otro lado! ��exclamó la madre,tomando a la bebé en sus brazos.

Los niños volvieron a salir de la casa, una construcción deun solo cuarto, parapetada tras un largo paredón; al igualque algunas champas que conformaban parte delasentamiento La Paz, lugar que lo único que tiene deesperanzador es el nombre. El hermanito de Milton sacóuna bolsita llena de cincos y se pusieron a jugar. El niño

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hubiera preferido continuar tomando fotos pero el sol ya seestaba ocultando, y también ya había sacado suficientesfotografías por ese día. En el Centro de Refuerzo Educativo�la escuela del basurero, como le llamaban algunos� seguíanrecibiendo apoyo del grupo de voluntarios para incentivara los niños a seguir tomando fotos. Les daban a cada unonada más que un rollo de 36 exposiciones al mes, y cadatres meses les mandaban a revelar las imágenes a un centrofotográfico de la zona siete.

Al rato, la mamá de los niños salió a decirles que entrarana cenar, pero en silencio. Como siempre, Chepe habíaganado todas las jugadas, por algo era el campeón de cincosentre los patojos del basurero. Cuando entraron vieron asu hermanita durmiendo sobre la colchoneta, cubierta conuna raída toalla de la Barbie; y se sentaron en silencio sobreblocks de concreto a falta de sillas, alrededor de un tablónapolillado de plywood sobre dos cajas de gaseosas quefuncionaba como mesa.

��Quitáte esa babosada del pescuezo ��dijo la madre envoz baja, señalando la cámara fotográfica; como si fuerauna falta de modales sentarse a la mesa con semejanteobjeto.

Unos frijoles parados con un par de tortillas y un vaso deagua fueron la cena, apenas iluminada por un par decandelas. La hora de la cena era de los pocos momentosque el aire del hogar se llenaba de olores más agradables.Al terminar de comer, la mamá los envió a la cama, uncolchón que habían rescatado del basurero y quecompartían los dos hermanos.

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Milton sacó un álbum de fotos que guardaba debajo de unabolsa plástica llena de papeles, que le servía como almohada.Comenzó a hojear las mejores fotografías, en tonos grises,que había tomado a los largo de nueve meses. Tanto sufamilia como algunos compañeros aparecían en sus fotos,pero sobre todo, había retratos de zopilotes, tanto volandocomo en tierra firme, e imágenes de naturaleza muerta. Elbasurero era el lugar perfecto para encontrar de todo parasaciar la ansiedad fotográfica de un niño: chuchos muertos,frutas podridas, flores marchitas, cadáveres en estado deputrefacción� el niño recordó la mano cercenada quehabía encontrado dentro del neumático por la tarde. Pensóen decírselo a su madre, pero sabía que se limitaría areprenderlo por andar tomando fotos en lugar de haceralgo más productivo.

En cuanto ella terminó de lavar los platos de la cena en elbalde de agua que tenía afuera del recinto, apagó las can-delas y se recostó suavemente en la colchoneta quecompartía con su bebé, para no despertarla. Los rayos dela luna se colaban en la vivienda a través del techo de láminade zinc agujereado, formando un falso cielo cuajado deestrellas. El niño volvió a guardar su álbum debajo de laalmohada de papeles. Le dio un codazo a su hermanitopor el pedo que se tiró. Y cerró los ojos con una sonrisa enel rostro, sabiendo que el próximo viernes entregaría susúltimos tres rollos a la maestra Julia, y que una semanamás tarde las vería impresas en una hoja de contactos. Luegoelegiría, con la ayuda de algún voluntario, las mejores doceimágenes que serían impresas en formato de cuatro porseis pulgadas y, por último, las agregaría �como unrecolector de imágenes� a su álbum fotográfico.

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��¿Cuántas botellas llevás, Milton? ��preguntó donJerónimo, el hombre encargado de la recolección demateriales reciclables en el Relleno Sanitario.

��Unas cuarenta, don Jero ��respondió el niño.

Dos tardes a la semana �martes y jueves�, Milton debíarecolectar botellas, tanto de plástico como de vidrio, paraganar unos centavos extras y así ayudar en la economíafamiliar. A pesar que los niños menores de catorce años nopodían trabajar como recolectores, la madre del niño lehabía suplicado a don Jerónimo que hiciera una excepcióncon su hijo. �No se olvide que soy nana soltera con trespatojos y el Milton es el mayorcito� le dijo.

��¿Ya estás igual que el Chepe buscando mensajes? ��lepreguntó el hombre, con una sonrisa apenas disimulada,al ver a Milton observando el interior de una botella.

��¡Pensé que traía pisto! ��aclaró el niño.

Don Jerónimo también había crecido en aquel lugar y sabíaque esos juegos e ilusiones hacían más divertida larecolección y menos dura la vida. Cuando dieron las cinco,Milton entregó los envases recolectados al encargado.Inmediatamente salió corriendo a la casa en busca de sucámara. Esperaba sacar las últimas fotos que le quedabanen su rollo, pues al día siguiente llegaría un voluntario a laescuela para recoger los rollos a revelar.

��¿Ya vas con tus fotos? ��le recriminó su madre al verloentrar por su cámara.

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��Ahorita regreso.

��¡Te apuras que ya voy a calentar los frijoles! ��exclamó lamujer, quien se arrepentía de haber dado su consentimientopara que el hijo llevara ese inútil taller.Una pelea entre tres chuchos por un hueso, el armazón deuna plancha oxidada y un zopilote sobrevolando lasmontañas de desperdicios fueron las últimas tres imágenesque tomó Milton. Luego se puso a rebobinar el rollomanualmente. Al terminar, lo sacó del cuerpo de la cámara,como le habían enseñado, y se lo metió en el bolsillo delpantalón antes de regresar a su casa.

Una semana más tarde, Milton se emocionó al ver a lavoluntaria del proyecto fotográfico en la entrada de su clase.La muchacha cruzó unas palabras con la maestra Julia,quien luego mandó a llamar a Milton para que saliera aplaticar con la voluntaria. El niño no lo podía creer,posiblemente alguna de sus fotos volvería a salir publicadaen una revista, como había sucedido hacía seis meses, conla foto del zopilote que extendía sus alas sobre una cruz demadera. O quien quitaba que hubiera ganado algún con-curso fotográfico al que había sido inscrito sin haber sidoconsultado.

La ilusión se difuminó, como negativo develado afuera delcuarto oscuro, al ver a dos señores con chumpas negras ycaras largas en el pasillo. Habrían descubierto que él habíasido el responsable del robo de una caja de crayones, dosmeses atrás. De ser necesario, se defendería con las palabrasque un día había dicho la maestra Julia en la clase de dibujo:crear arte no es un delito.

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��Mira, Milton, nos gustaron las fotos que tomaste en esteúltimo trimestre ��dijo la voluntaria con una sonrisa��, perohay un par de fotografías que nos preocuparon.

En ese momento, el niño se dio cuenta de que fue unatontería haber tomado esas dos fotos de La Claritabañándose en ropa interior a guacalazos, pero nunca seimaginó que ese desliz le pudiera costar ir a la cárcel.Mientras Milton pensaba en alguna excusa, la muchachasacó de un sobre de papel manila un par de fotografías.

��Milton, necesitamos saber dónde sacaste estas fotos��dijo la voluntaria, entregándoselas.

Al ver las dos fotos el niño suspiró aliviado. Eran lasimágenes de la mano cercenada. Los dos señores, que teníanen sus chumpas dos letras amarillas que decían �MP�, seacercaron para hacerle un par de preguntas. En seguida lepidieron que los llevara al lugar donde se hallaba laevidencia, recorriendo las cinco cuadras que separaban laescuela del botadero.

Al siguiente día llegaron policías, más hombres delMinisterio Publico, algunos investigadores forenses y variosreporteros. Habían encontrado el resto del cuerpo mutiladoen los alrededores del neumático donde Milton habíadescubierto la mano izquierda. Eran las partes delLicenciado Rosendo Goycochea Duarte, un magistrado dela Corte Suprema de Justicia, quien primero había recibidoamenazas y, semanas atrás, había sido secuestrado. Porello la cantidad de reporteros que no paraban de llegar alvertedero.

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En esos días, Milton fue la figura famosa del basurero. Salióhablando en un noticiero y fue entrevistado para un par deperiódicos. Su madre no dejaba de cacaraquear que fueella quien lo incentivó a tomar las clases de fotografía yque, sin duda, su adorado hijo se volvería algún día unfamoso fotógrafo que trabajaría para un gran periódico dela ciudad. Desde el día del descubrimiento don Jerónimo lodejaba irse veinte minutos antes para que fuera a �tirarflashazos�. Sus compañeritos de clase lo admiraban y, aveces, lo acompañaban a tomar fotos.

Muchos niños esperaban con ansias, como aguardaban laépoca de lluvia para que cayeran los primeros zompopos,el próximo taller fotográfico para ser inscritos. Uno de ellosera Chepe, el hermano menor del famoso Milton, quienestaba dispuesto a dejar a un lado los cincos y dedicarse almundo de la fotografía. Después de todo, ser el campeónde los cincos en el basurero de la zona tres no era noticia niatraía reporteros.

Poco a poco, la algarabía se fue desvaneciendo hasta que elbasurero regreso al olvido de los medios. Sin embargo, a lasdos semanas del hallazgo apareció en los periódicos lanoticia de que habían capturado a algunos miembros de labanda que había cometido el crimen. Era un grupo desicarios. En los siguientes días los medios le siguieron dandocobertura a la noticia, pero ningún periodista se volvió aasomar por el basurero.

Una semana después, Chepe dijo que no regresaría aestudiar esa tarde porque estaba malo de la panza. Teníadiarrea. No obstante, al ratito que Milton se había ido a

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recolectar botellas, el niño sacó la cámara de su hermano.Si Milton le hubiera prestado su cámara fotográfica cuandoChepe se la pidió, no tendría que haber hecho eso aescondidas, pero él también deseaba saber cómo se sentíaeso de ser famoso. Aprovechando que su mamá había salidoa traer a la pequeña Letty a la Guardería, el patojo salió dela casa para ir a tirar fotos.

Se fue a un lugar retirado para que nadie viera que cargabala cámara de su hermano. Para comenzar capturó en unafoto a un camión de basura que ya iba de salida. Luego sepuso a buscar miembros humanos alrededor de algunosviejos toneles, como quien busca tomates en el mercado.De repente, vio que un vehículo con vidrios polarizados seacercaba. El carro se estacionó a un lado del niño y el pilotobajó la ventana negra.

��¿Vos sos, Milton, el patojo fotógrafo? ��le preguntó eltipo que iba al volante. Llevaba la cabeza rapada y unoslentes oscuros.

��Ehhh� sí ��contestó Chepe, con la cámara colgada alcuello��. ¿Por qué?

��Es que necesitamos que nos tomés unas fotitas, chato.Una expresión de duda se dibujo en la cara del niño. Eltipo le mostró un billete de cien quetzales.

��Las otras cien varas te las doy después de sacarnos lasfotos, oíste.

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A Chepe se le abrieron los ojos y, sin pensarlo dos veces, seacercó a tomar el pago. La ventanilla de atrás del vehículose abrió y alcanzó a ver la boca de un cañón. El disparo seperdió en el aire, amortiguado por los montículos de basuray desperdicio.

Milton estaba desvelado. A lo lejos vio a un zopilote que loestaba mirando desde unas cajas de cerveza. Le tiró uncinco que llevaba en la mano pero el ave se limitó a lanzarleun graznido. El niño le comenzó a gritar y recogió un envasede gaseosa. Antes de arrojarle la botella al ave, se dio cuentaque llevaba un papel enrollado en su interior. Lo sacórápidamente y vio que era la carta de una niña que explicabaque a falta de mar a orillas de su casa, había decidido echarsus botellas con mensajes al basurero. Arrugó la carta ensu mano y levantó la vista al cielo abierto. Vio como elzopilote emprendía vuelo para unirse a otros, dejándosellevar por el viento y formando círculos entre las corrientesde aire. En ese instante, Milton hubiera querido tambiéntener alas.

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* Ganador del Tercer Lugar en el Concurso de Cuento Corto convocado por laFundación Myrna Mack, en 2011.

El perfil de un dictador

José Antonio Arana*

Hágame un favor, permítame que le hable de mi tío, JoséRufino Sologaistoa Izeppi, víctima de la más cruel einhumana dictadura que asoló a la Patria durante largoscatorce años. Estimo intrépido decirle que fue un tipazo,por supuesto, que otro lo diga, no yo. Empero, adviértoleque a mi tío le cabía el mundo en la mirada, en una charlasintetizaba el enciclopedismo y sentaba cátedra de moral yurbanidad. Sonreía, si alguna vez sonrió y hubo sobradarazón para ello, de lo contrario, permanecía: sobrio y sereno.Claro y didáctico en la conducción de su discurso, analítico,centrado en la crítica si debía emitir criterio. Caminabaerguido sin doblegar el rostro, atento y amable sin caer enla lisonja, ecuánime en su actuar, desmotivado de lo banal.Lector consuetudinario y Calígrafo de Alta Escuela. He dedecirle que al escribir dibujaba la anatomía de las letrascon suma presteza y natural maestría, cada palabra queanotaba emanaba poesía en su elegancia, sus escritoscertificaban diplomacia en su contenido. Hacía a un lado,con el antebrazo derecho, la Rémington, veía con menoscabosu avanzada tecnología, no obstante, apreciaba su canuterocon la plumilla incrustada en un tintero, Pelikan, de cristal;con sapientísima ternura y destellos de amor fraterno.Tomaba el canutero con estilo propio, sin vanagloria,clavaba la mirada en la cuartilla, calculaba los márgenes ycon sutil sabiduría apuntaba la plumilla al sínodo de lapalabra.

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Aquellos librotes de actas, conocimientos y contables que eltío certificó con la palabra escrita sobre topografía conduct-ible, eran verdaderas obras de arte, recreaban la vista dellector, ver la letra de idéntica estatura de rasgos anatómicosy las mayúsculas: ¡qué decirles!, dos o tres rulosperfectamente delineados para adornar su anatomía y darvida a su onomatopeya, precisas sus curvas y a nivel susrectas como trazadas con teodolito, y en la simetría de lasletras, mano de Arquitecto que conduce la estructura a laelocuencia del idioma. Sin salirse un ápice del surco, bajolas normas rítmicas del diapasón y la armonía, sin desviarse,tantito, de su cause estructurado. Tal su letra, tal su estilode vestir. Frac negro con discretas líneas blancas verticalesestrictamente tallado en su cuerpo de asta para bandera,luego su camisa blanca impecable, como la leche, cuello ypuños almidonados, adornados con mancuernillas de orode 14 ks. cubríase el tórax con un pulóver de lana babycolor crema, el cual tenía un discreto bolsillo en el costadoizquierdo donde introducía un reloj circular de legítimaplata alemana, atado a una leontina de oro que leatravesaba en comba el esternón y luego su nítido saco,que le hacía lucir en el bolsillo de pecho tres picos de undelicado pañuelo blanco adquirido en Madrid, el cual levislumbraba como la guinda del pastel, luego la corbata defranjas celestes en diagonal con un unicornio bordado deseda azul, atrapada por un prensa corbata que réplica erade una pluma del ave de la paz, en oro macizo de 24 ks.Adquirido en la Casa Kaffretty de París.

Metódicamente, el tío, se levantaba a las 5 de la mañana, seduchaba, se afeitaba y al instante su loción ópalo de la casaGudolff Rendell. Desayuno, donde se medía con exactitudlas calorías que había de ingerir, leche pura y pasteurizadade vaca prieta con hojuelas de maíz y miel de polen, su

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vaso de jugo de toronja, su rodaja de pan integral untadocon mermelada de acerolas hecha en casa. Luego de suaseo bucal, la ceremonia de su investidura, talcos en suspies y escarpines de seda, su paraguas en el antebrazo,aunque fuese verano, sobre la gabardina. Su sombreroEstetson de medio lado y su ataché de piel de cocodrilo conesquinas doradas las cuales jamás tocaron piso alguno, ahíalmacenó recortes de prensa internacional que sólo él supopor qué y para qué, un libro de poesía de su poeta predilectoRony Rambal y el Decámeron de Boccaccio y un libro pordemás extraño: �La Biblia contra Dios�, de un tal León deGandarias. Por supuesto, he de confesar que a su estudioestaba estrictamente prohibido el ingreso a toda persona, yla limpieza se hacía en su presencia, el piso debía brillartanto como su calzado y jamás ojo alguno vio el interior desu ataché y yo, lo hice por picardía, con la consabidasentencia de que, de ser descubierto, me pondrían de patitasen la calle y mi osadía no tardó más allá del minuto, empero,suficiente para ver dentro, además de lo descrito, fotografíasde mujeres exhibiendo sus vergüenzas, una linda muñecade china, una revista con extrañas fotografías de nubes ypeñones que semejaban figuras caprichosas y a la ligera viun manual de caligrafía y cuadernos para tales propósitosde doña Celeste de Espadas y un sinfín de canuteros y cajascon plumillas, aún empacadas. Al marcharse para suoficina, en Correos y Telégrafos, caminaba erecto con lavista puesta en un punto del horizonte, si saludaba a alguienen el camino, no volvía para verlo, a no ser que se tratarade una dama de su aprecio, gastaba gestos, ademanes ylisonjas propias de un galán de cine. Yo, jamás lo vi a losojos, /me inspiraba temor/, no obstante, decían en casaque tenía un ojo celeste y el otro azul, aducían a cromosomasgenéticos de herencia atávica de lo cual yo, no entendía.

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Corrían los 14 años de la dictadura ubiquista, el sólomencionar su nombre erizaba el cuerpo, por muy honradoque se fuera, pues en el umbral de su gestión hizo fusilar atres hombres a quienes no se les probó un supuesto crimenacaecido en la ciudad, se declararon inocentes hasta elúltimo momento de la ejecución, el vulgo se encargó depublicar, en voz baja, que en efecto eran inocentes. Cadaquince días las oficinas públicas donde se manejabanRecursos del Estado eran visitadas por Auditores; un díaantes de ser auditado, el tío dejaba los libros debidamenteordenados para que el Auditor no tropezara con ningúnequívoco y no le restara tiempo en su ardua y delicada la-bor encomendada por el Supremo Jefe de Estado. Jamás,en sus veintiún años de servicio, el tío supo de unaamonestación, nunca. El día menos pensado salta la liebrepor donde menos se espera, el Libro de Caja consignaba unfaltante de Q 04.28 y ello, era un flagrante delito penadopor la ley, no se aceptaban enmiendas para reponer elfaltante y el tío, ipso facto, fue conducido a la PenitenciaríaCentral, en tanto los Organismos de Justicia se encargabande estructurar el proceso de conformidad con las leyespenales del país. Y, la prensa sensacionalista, como es usuala la fecha, se encargó de armar el escándalo con agregadosinfundados para coadyuvar a la condena y congraciarsecon el Supremo Presidente Constitucional: General, JorgeUbico Castañeda. Obviamente, para la familia fue un rayoen seco el cual constituyó, un incongruente desequilibrioemocional que nos sacudió a todos. El tío, fue llevado a losTribunales de Justicia para que dilucidara su situación y seapantallaran aires de democracia. En primera instancianegó, a pie juntillas, la acusación; manifestó que él jamás,de los jamases, se apropió de dinero alguno, pues nuncatuvo el mal habito de apoderarse de lo que no le pertenece,

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que podía jurarlo ante la tumba de sus progenitores y porlos años de servicio al Estado, adujo no ser cleptómano, ysu patrimonio, aunque modesto, le permitía llevar una vidasolvente y decorosa. Todo, lo heredó de sus padres quienesle dieron buenos hábitos de conducta, vida ejemplar y elpatrimonio que posee: una manzana en el camino aChinautla, una casa en el Barrio La Ermita y ampliosconocimientos contables que le permitían ganar lo suficientey ahorrar para su vejez. Solicitó, le fuera mostrado el Librode Caja de la Oficina donde laboraba, pues tenía dudassobre la última página del Libro de Caja, podía jurar, sintemor a equivocarse, de que, lo escrito en el último folio noera letra suya. El Juez, en tono hepático le corrigió,advirtiéndole que, lo qué decía desdecía la honorabilidadde la justicia y ello eran argumentos en su contra, almanifestar falta de confiabilidad en la interpretación de lasleyes, de la justicia del País y por ende del HonorablePresidente Constitucional de la República. Le manifestó queél, (el Juez) había observado el libro, el cual denotaba AltaEscuela Caligráfica la cual sólo él, (el tío) poseía, en toda larepública. Que el juez había hecho las comparaciones yque toda la letra del libro había sido escrita por el mismoTenedor de Libros, por lo que el Juez daba por sentado que,la letra era del tío pero, para mejor fallar, se haría un peritajecon un Calígrafo de renombre, idóneo e imparcial ydependiendo del dictamen, se dictaría sentencia.

Por supuesto que el tío jamás vio al perito ni la resolucióndel peritaje, sólo escuchó lo conducente que le fue leído porel juez: �Tanto primero como último folios del Libro de Cajade la Oficina de Correos y Telégrafos Central, fueron escritospor el mismo ente�. El tío insistió en que él, jamás escribióel último folio del Libro de Caja donde se encontraba la

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supuesta operación fraudulenta, la cual el Auditorconsignó, y exigía se le mostrara el fallo del perito, así comoel Libro de Caja aludido. El Juez, puso oídos sordos a losargumentos del tío y dictó sentencia: tres años de prisión oel pago de cien pesos por día. El tío, estimó la pena desevera; al instante hizo números y estimó que reunir nuevemil pesos le era imposible, por lo que no hubo más remedioque pagarlos con la prisión. Todo mundo sabía que órdenesy sentencias venían de arriba, era un secreto a voces que,quien condenó al tío fue el dictador, General Ubico, loque la gran mayoría de la población no sabía era elpropósito del Presidente con tales sentencias, las cuales sesintetizaban en tres. Primero: dar imagen de honradez a suGobierno. Segundo: gobernar bajo el régimen del miedo.Tercero: que se observara y se supiera que durante sumandato todo se hacía con estricto apego a la ley. Alextremo que, si a un recaudador de impuestos le sobrabadinero en caja, al ser audita-do, por lo mismo era destituidoy enviado a prisión. /De inmediato/. El dictador exigía:cuentas cabales.

Pese al miedo y a las represalias, no faltó quien soltara lalengua y manifestara que él sabía quien escribió el últimofolio del Libro de Caja de la Oficina Contable de Correos yTelégrafos y por orden de quién. El dictador pretendíasentar precedentes para aquellos que si nunca habíanrobado, que ni siquiera lo intentaran, por ello eligió al másprobo de los recaudadores fiscales. Verbigracia, el caso deFeliche Luna y compañeros. Ni más ni menos. Y, muchoshechos que se consumieron en el olvido con etiqueta paralos indígenas.

El tío se consumió en la prisión. A la semana de encierro yano era el mismo, lo atacó una inmisericorde depresión que

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lo tenía al borde de la demencia, se le pintaron de negroojeras que daban miedo. Perdió el sueño y según suscompañeros de celda no hacía otra cosa sino lamentarse yllorar, con ambos puños se golpeaba la cabeza y se tirabadel pelo. El apetito se le borró de la memoria y su relojbiológico se le trastornó, de aquel hombre altamentedisciplinado, hasta para ir al baño, con cuerpo deleptosomático, cayó al deterioro de la desnutrición y de sumente, antes pulcra y limpia, pasó a ser un desesperadofelino enjaulado. Se negó a bañarse, no se afeitó y se entregóal pestilente germen del abandono, hubo reclusos que loinvitaron a la Biblioteca y se opuso a tomar un libro. En laPenitenciaría había sala de cine y se negó a recrearse, habíatalleres de manualidades donde se rebajaban las penas, setrabajaba mimbre y palma, el tío no quiso saber nada deeso, había veladas de boxeo y no asistió, cuando habíanfusilamientos, no era de todos los días pero sí con regularfrecuencia, el tío mascaba papel periódico y se lo introducíaen los oídos para evadir el golpe sicológico de la muerteirracional. Repentinamente tomó la decisión de caminar ytrazó una ruta dentro del penal donde hubiera menosmovimiento de reclusos y no estuviera Roberto Isaac, alias,Tata Dios, y se dio a la tarea de caminar y caminar, surutina dejó profunda huella, pues otros reclusos al verlo, loimitaron y formaron una fila india a quienes apodaron: lasgaviotas.

Muchas veces rehusó las visitas, no quiso que su esposa loviera con frecuencia ni que lo observaran sus hijos, se hacíamuerto y prefería que lo recordaran como cuando iba altrabajo y no en el deplorable estado en que se encontraba.La prisión lo dilapidaba física y emocionalmente; hubo díasque perdía la coherencia de la razón y platicaba trivialidadessin ton ni son. Afuera, el miedo era tan agresivo como

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adentro, la gente hablaba grandezas del dictador, no porquelas tuviera sino por el mismo miedo que les ocasionaba.Obviamente, Ubico gustaba de lisonjas y adulaciones lascuales le daban sus seguidores, la prensa, inclusive. Los ricoslo ensalzaban, con toda razón, el dictador era su benefac-tor, con la ley de vagancia los ricos duplicaron sus fortunaspues, acumulaban ejércitos de trabajadores y les pagabanuna bicoca por la firma en la libreta de jornales. Los traba-jadores temerosos de hacer trabajo forzado en carreteras yedificios públicos, preferían la libreta de jornales aunque elsalario fuese de hambre. La prensa de la época difundió,con lujo de detalles, los fusilamientos y despertó terror ymorbo en la población, quienes terminaban de matar alfusilado con sentencias triviales. �Bueno estuvo porharagán�, �eso se merece todo ladrón�. Recordé por añosla foto de Timoteo Cajtunaj Balux, retratado con unrascuache racimo de bananos, previo al fusilamiento, luegoante el pelotón y al final tendido sobre la cerca de púas dela finca de los Goicoechea, para escarmiento de los demás,pese a que el ejecutado confesó que sí, que lo había robadoporque tenía hambre. El juez ejecutor de la sentencia lenegó credibilidad, aún viéndolo desnutrido.

El tío siguió gastando suela y por la tarde se amontonabaen una esquina del presidio a filosofar su paradigmáticadesgracia. Cuando le faltaba un año para cumplir sucondena, sentía que el tiempo no pasaba, cada día le parecíaun siglo, el pelo se le destiñó y la piel se le puso como cortezade árbol milenario, la conciencia, sí aún le quedaba algúnatisbo, la tenía tirada en el suelo. Su autoestima era unapiltrafa en el fondo del escusado. Le dolía el alma, los mesesno transcurrían, como que el tiempo se estacionó a degustarsu tragedia, sentía que la ropa que andaba le lastimaba, le

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pesaban los pies, por las noches soñaba que al salir loesperaban para fusilarlo, que lo iban a sacar para decirle:�ándate para tu casa�, y al dar la vuelta lo iban a ametrallarpor la espalda, después consignarían en el reporte que habíaintentado fugarse. Así se especificaba en los partes de la leyfuga. El tío tenía miedo de ser libre, pero las dictaduras asíson, infunden miedo, terror, cuentan con los manipuleosde la prensa, y a los ricos, poco les importa el grueso de lapoblación. Los últimos dos meses le fueron más que eternos,con el agravante que el dictador salió de gira dos días antesy regresaría hasta mediados de la otra semana, así loconsignaba La Gaceta, pero no, dejó la orden de libertaddel tío, con un agregado donde se le pedía que no volvieraa delinquir pues su nombre se encontraba registrado en losarchivos, que todo le sirviera de escarmiento y que procurarallevar una vida honrada y digna para ejemplo de su fa-milia y de la ciudadanía en general. Al final, firma y sellodel dictador y la palabra: Cúmplase.

En casa, todos esperábamos al tío, tía Rosa compró papelde china de varios colores e hizo moños, compró hoja depacaya y las clavó en las paredes, con gusano de pino yvejigas, regó pino en la sala para dar la bienvenida al tío.Todos estábamos contentos, la tía hubiera querido quemarcohetes pero alguien le dijo que era peligroso pues elgobierno era delicado y ello pudiera dar origen a un cateoy en el mismo le pusieran armas de fuego; entonces pensóen marimba pero también le dijeron que no, que el dictadorlo tomaría a mal, ya que tiene por costumbre enviar �orejas�para vigilar a sus �enemigos�. Entre que sí y que no, de lamarimba, el tío apareció en el umbral: sucio, barbudo ymaloliente como extraído de una hecatombe; cómo sivolviera de una guerra sicológica donde se lió a bofetadas

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con extraterrestres. La tía se le tiró con los brazos abiertos,lo abrazó con un llanto inconsolable, el tío apenas si derramóuna lágrima, saludó a todos con ojos de rencor, abrazótibiamente a sus hijos y se escurrió a su estudio y ya nosalió para nada. La familia le tenía preparado un almuerzoel cual rehusó servirse, por lo que todos nos lo comimos envoz baja, y la alegría que sentíamos de ver libre al tío, setornó en hosca reunión familiar.

- No hablen recio, está dormido.- Sálganse pa´fuera, patojos.

Por la tarde la tía le tocó la puerta para solicitarle quesaliera, lo querían ver, pero él dijo no estar de humor. Otrodía, saldré.

Al día siguiente salió y cuando le ofrecieron desayuno dijoque sólo quería agua con pan. Concluido el desayuno fue abuscar unos costales vacíos que había en el cuarto decachivaches y los entró a su estudio. Por el ojo de la llave lovieron que echaba a los sacos sus tacuches y sus camisasalmidonadas, después salió sin decir nada y se fue por lavía férrea hacia el norte, llevaba en los hombros los tressacos llenos de ropa. Nadie lo siguió, cuando regresó,regresó sin nada por lo que dedujeron que los había ido atirar al Puente de Las Vacas; se entró de nuevo a su estudioy se encerró como antes lo había hecho.

A los ocho días que el tío llevaba de libertad, llegó unemisario a la casa con una carta de El Señor Presidente dela República, donde le pedía, según contó él, sin darpormenores, se presentara al Despacho Presidencial pararecibir el nombramiento de Ministro de las Finanzas

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Públicas. Vimos al tío romper la misiva con toda la ira queacumulaba su subconsciente empero, con la aparentetranquilidad que le caracterizaba, se quitó el reloj de pulsera,enchapado en oro, juntó sus mancuernillas y su prensacorbata y todo lo fue a echar al retrete.

Un tarde, sin avisar nada, ni decir: hay vengo, salió de lacasa y se marchó al centro de la ciudad y retornó cayendola noche con: una pala, un azadón y una piocha, alverlo entrar nos quedamos atónitos, sin saber que decir,no obstante, la tía lo llamó para cenar y vino callado,como siempre, sin decir nada. La prisión le demolió elestado anímico y la salud de la convivencia social, sólohabló para dar las gracias por la cena y se encerró. Ala mañana siguiente se marchó a su terreno del caminoa Chinautla, suponíamos, llevaba: piocha, azadón ypala.

De momento, dado su hermetismo, no sabíamos cuales eransus planes y proyectos, por meses lo vimos ir a buenamañana y retornar, entrando la noche, sucio y con lodo.No obstante nadie le preguntaba cuál era su oficio, nadie,todos respetábamos su conducta silenciosa.

El sábado llegó a la casa el mismo emisario con otra cartadel Presidente de la República para el tío, la tía la recibió yle notificó al emisario que el tío no se encontraba en casa yque, por lo mismo, se la entregaría cuando volviera. Yo, nosupe que hizo el tío con la misiva, lo que vi fue, que él siguióyéndose por la mañana y volviendo por la noche, ¿a dónde?,no sé. Por lógica intuimos que iba a trabajar a su propiedaddel Camino a Chinautla.

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Un día, me pidió favor la tía para que la acompañara alterreno y allá lo vimos, batuqueaba un cerro de lodo conlos pies, estaba en la más ardua faena de hacer adobes parala construcción de viviendas baratas. Lo veíamos, en ladistancia, aculados a un cerco de chichicaste. Acarreabalodo con la pala y llenaba el molde para el adobe. Despuéslo vimos cantear adobes oreados, por el medio día juntóuna yunta de bueyes, les colocó el yugo, los ató a la carretay la cargó con adobes secos, se paró frente a la yunta, luegocon una delgada vara larga y lisa les indicó a los bueyescaminar, él iba adelante con la vara sobre el hombro, portrechos se adelantaba de la carreta, al percatarse regresabapara apurar, con la vara, a los bueyes quienes le obedecían.Un raído sombrero de petate lo protegía del sol, las mangas,de un deteriorado pantalón, remangadas hasta las corvasy típicos caites de llanta calzaban sus pies. La tía y yo,escondidos en el cerco lo esperamos a que volviera, pero sedemoró y nosotros, cansados de esperar, nos volvimos acasa. Entrada la noche llegó el tío, andrajoso y fatigadocomo ya nos habíamos acostumbrado a verlo, no se bañó,se entró a su cuarto y no salió para nada. Pobre el tío, laprisión le cambió por completo la personalidad, como quienle da vuelta a un calcetín.

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Los niños de la basura

* Mención Honorífica en el Concurso de Cuento Corto convocado por la FundaciónMyrna Mack, en 2011.

Kevin Roberto Morales Escobar*

El valor real de los seres humanossólo lo sabremos cuando dejemos de

medirnos por el dinero que poseemos.

I

Esa noche habían paches para la cena, en el centro de aquellarústica mesa una flor de color rojo dentro de un bote plásticodestilaba un olor de color hermoso, todos sonreían; en elrincón más triste de la casa un árbol de plástico viejo,adornado con esferas que acumulaban años les recordaba�junto con el aire frío proveniente del norte- que diciembreestaba instalado; por la ventana izquierda la luz de la lunallena se filtraba por el agujero de un vidrio roto, su madrecoloca el pan francés en la mesa, su hermano le sonríe alhumo de los paches, su madre toma la áspera mano gastadade su esposo, el perro viejo duerme tranquilamente al ladode la leña para cocinar; a lo lejos el trueno intermitente delos cohetes en las calles tristes y solitarias, el olor a pólvoray el aire impregnado de una extraña magia lo reconfortan�

En su frente una gota de lluvia, que se precipitóviolentamente desde el techo raído de láminalo sustrajo deun sueño con papas para la cena y flores con olor de colorhermoso; el olor fétido de los sueños que morían a sualrededor se confundía con el de las montañas de basura

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que circulaban su vivienda; a lo lejos el ruido de las rataspeleando por los desperdicios ahuyentaba el silencio. Tratóde terminar su sueño con papas para la cena para sentir elsabor de la comida normal, no lo pudo lograr, el chillido delos roedores no dejaba a su sueño y a él encontrarse.

Había llovido por tres días seguidos, el goteo constante dela lluvia contra los cúmulos de basura era un himno alsilencio de las cosas inservibles, las casas alrededor formadaspor restos de lonas con agujeros y pedazos de cartón usado,empezaban a absorber la humedad y los cadáveres de tantosueño muerto.

Él dormía en un colchón viejo que olía a sueños ajenos,sueños pasados, sueños de extraños, sueños que él mismoañadía cada noche, pero sobretodo olía a viejo; miró al techo,suspiró fuertemente y perdió la conciencia entre la peste debasura húmeda, sueños podridos, colchones viejos y rataspeleando por desperdicios.

El sol del amanecer lo encontró sentado en el cúmulo debasura, su vista se pierde en el cielo, inicia su laborrecolectando lo que a otros les sobra; los zopilotes vuelan.Todos los niños sin zapatos corren en la calle, la pobrezalos acompaña en cada paso; un perro raquítico los observa,las calles huelen a dolor; las piedras y los desperdicios deotros se incrustan en la frágil piel de sus pies, corren deprisa para que en su pobreza no los alcance la sombra de lamuerte.

Antonio corre detrás de su hermano, ese día llegan loscamiones amarillos que vienen de la zona más rica del país,habrá comida a medio terminar que casi no tiene gusanos

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o platillos a medio comer, ropa sin usar, y revistas conlugares bellos que por un minuto los aleja de la miseria queles corroe sus jóvenes almas. Tienen que pelear contra laspersonas mayores, los zopilotes y los perros famélicos, paraacaparar algo del preciado tesoro de desperdicios finos; laúnica diferencia es que hoy llueve, como lo ha hecho losúltimos cuatro días, todos parecen haberse acostumbradoa esa nueva forma de humedad clara, a ese silencio queacompaña a toda lluvia constante, a esa nueva forma deausencia de color.

Como quien pone su mano en una balsa de salvación,colocan sus manos gastadas por la basura sobre loscamiones amarillos, caminan lentamente en una procesiónde necesidad diaria, acompañan a los camiones hasta laorilla donde verterá sus preciados desperdicios, al llegar ala orilla el caos y el desorden se confunde que la peste y sunecesidad, la ley del más fuerte impera, y ellos -los niños-se escabullen entre los adultos para lograr encontrar algoútil para vender o comer.Es en este sector donde a veces seescuchan retumbos fuertes, las ancianas dicen que es elsurgir de un demonio, porque como ellas gritan �si el diabloa de nacer en un sitio, no hay mejor lugar que esta sucursalpestilente del infierno-, poco saben ellas del gas metano.

II

El tercer hermano de Antonio tiene dos años, su madre lodeja dentro de una caja de cartón vieja para poder ir arecolectar botellas de plástico, cada día lo deposita en unacaja que contenía jabón, el niño llora, su cara sucia se lavacon sus lágrimas y su dolor de soledad; todos los niños sufrenel inevitable destino de dormir de pequeños en las cajas de

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cartón viejas, pero en los primeros meses acompañan a susmadres a recolectar desperdicios, lo hacen en las espaldasde estas �de sus madres- desde una edad de meses, inhalanla pobreza que les espera a ellos, una pobreza que los haacompañado por generaciones enteras, una pobreza quela tendrán tan arraigada en su ser que la harán propia,una pobreza que quizás jamás los abandone.

Antonio también soñó dentro de una caja de cartón cuandoera un bebé, pero cuando tuvo fuerzas para cargar unabolsa inició su labor entre la basura; ahora ya no vive consu madre porque ella convive con un hombre que cadanoche llega oliendo a licor y amores baratos, fue un viernesque tuvo que huir cuando comenzó a golpearlo a él y a suhermano, dejó atrás a su perro viejo y raquítico, unoszapatos con la suela agujereada, el amor de su madre y uncolchón viejo con sueños ajenos y los propios muriendo dedesuso.

No tenían a donde ir, así que ahora duermen con suhermano en el basurero, son arropados por dos pedazos decartón viejo y el miedo a las ratas, prefieren el olor de losdesperdicios y el ruido de las ratas, al olor de su padrastroa licor y amores baratos, y al sonido de su mano ásperaencontrando la cara de su madre.

Era un lunes cuando Antonio encontró a un gatomoribundo dentro de una bolsa plástica llena de gatos reciénnacidos muertos; Antonio lo curó y lo cuidó como a unhermano, le puso el nombre de �Mishito�, su nombre lerecordaba a la planta que de vez en cuando se encontrabaa la orilla del barranco y con un soplido enviaba sus esporasal viento, ahora el gato casa ratas todas las noches, los

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chillidos ya no asustan a los hermanos que consuelan sussueños entre la basura y la custodia de Mishito.

Antonio y su hermano utilizan una barreta para escarbardentro de tanta basura, de primero no aguantaban laherramienta, ahora es una extensión más de su cuerpo, sufrío áspero les ayuda a remover lo realmente inservible dela basura, de lo que puede ayudarles ese día a engañar elhambre. Buscaban basura �buena�, esa que venden a laspersonas que llegan cada tarde a pesarla y llevársela paravolver a utilizarla, ganaban lo suficiente cada día comopara espantar el sentimiento del hambre, porque acá loesencial para cada ser -adulto, niño o animal- es lasupervivencia; pero lo que realmente les emocionaba a losniños el alma eran los juguetes, esos trozos de plástico, telao felpa que pertenecieron a alguien más y que por faltarleuna pieza, estar roto o sin un ojo, habían sido botados, enellos -los juguetes- quedaron impregnados recuerdos,sonrisas, sueños, pesadillas y tantos sentimientos propiosde la niñez, ahora todos los sentimientos yacían muriendo-dentro de los juguetes- enterrados con toneladas dedesperdicios; y sin quererlo cada juguete viejo impregnabade una felicidad tan sincera la cara de aquellos niños de labasura, que su objetivo de hacer feliz a alguien por fin secumplía.

III

Cada tarde los niños y adultos juegan futbol entre la basura,entre risas sinceras, sudor, pestilencia y cansancio, gritan,vociferan y corren detrás de sus sueños en forma de balóngastado, cada uno de esos jugadores es por media horarealmente feliz, ahí -en ese momento- se olvidan de los

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residuos de realidad que los rodea; pero hoy no jugaron.Luego de tres días de lluvia, el suelo está inusualmenteresbaloso y pegajoso, hoy no se olvidaron de su realidad.En la tarde del cuarto día de lluvia, un perro cojo caminalentamente por las calles tristes alrededor del basurero, unniño con la cara sucia lo observa venir, el agua correlentamente por las calles impregnadas de soledad, esasoledad de color gris que deja la lluvia continua; el perropasa al lado del niño, -¡chucho!- dice el pequeño, el perro loobserva melancólicamente y sigue su camino hacía ningúnsitio; él -el niño- sigue viendo el agua que correconstantemente, subió a un barco de papel periódico suniñez, se acercó a la orilla de la calle triste y lo dejó irsehacía la nada.

IV

Un retumbo desde el centro de la tierra hizo estremecer losmiedos de todos los habitantes del basurero, las ratashuyeron y los zopilotes volaron hacía el árbol viejo a laorilla del barranco; eran las nueve de la mañana del quintodía de lluvia cuando una montaña de basura se precipitósobre los sueños de veinte trabajadores que buscaban en elsector sur de aquel lugar latas vacías para vender; y cuandola mujer vio venir la basura corrió con todas sus fuerzas,huía de su destino, ese destino pestilente de la muerte cayósobre su alma y encima de sus sueños cayeron toneladas dedesperdicios humedecidos por cinco días seguidos de lluvia.

Un retumbo desde el centro de la tierra hizo estremecer losmiedos de todos los habitantes del basurero, las ratashuyeron y los zopilotes volaron hacía el árbol viejo de laorilla del barranco; y el hermano de Antonio había

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encontrado un viejo reloj bañado en oro, lo observó, luegode limpiarlo vio que se quedó detenido a las tres de lamañana, metió el reloj en su bolsillo izquierdo; varias rataspasaron corriendo a su lado, los zopilotes pasaron volandoencima de su cabeza, luego sintió un peso enorme sobre suespalda, el peso de la muerte, el peso de la basura, el pesode la pobreza, el peso de la necesidad, el peso de la soledadeterna.

Un retumbo desde el centro de la tierra hizo estremecer losmiedos de todos los habitantes del basurero, las ratashuyeron y los zopilotes volaron hacía el árbol viejo de laorilla del barranco; y el anciano con una gorra tandesgastada como su cuerpo aplastaba las latas vacías derefrescos, jugos y licores; sus zapatos lucen viejos, conagujeros en la suela, han absorbido los jugos de la basura yla lluvia continua de cinco días no consigue limpiarlos, sonmuchos años aguantando suciedad y el peso de alguien aquien la muerte no le interesa; el anciano siente que algoocurre cuando todo el suelo bajo sus pies �con sus zapatosviejos y con agujeros en la suela- empieza a desaparecer,dibuja en su pecho una cruz, abre sus brazos comoaceptando su destino, de repente todo el peso de la vida enforma de desperdicios cayó sobre su ser.

V

Una especie de temblor alertó el alma de todos, cada quiencorrió hacia el lugar del deslave, algunos llevaban el corazónen la mano y otros palas para mover toneladas de basura;se oyen lamentos, oraciones, llantos, gritos, pero sobretodose oye el dolor de varias personas que sin estar unidas porun vínculo sanguíneo acaban �por las circunstancias-

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siendo como una familia. Las sirenas se oyen a lo lejos, elolor que se desprendió por el deslave de tanta basura esinsoportable; huele a dolor y muerte por doquier. Todoscorren deprisa a buscar entre la basura a quienes estabanahí apenas un minuto antes que el destino y exceso de lluviaderrumbaran sus vidas; Antonio sentía que el corazón seescapaba por su pecho, sabía que su hermano estaba ahí,porque él �su hermano- le dijo que iría a ese sector en lamañana.

Al llegar a la orilla el terror invade la mirada de los ahípresentes, se encuentran con la muerte que sonríesádicamente porque les arrebató parte de su corazón altomar de la mano a veinte personas que buscaban latasvacías, ahora se desliza por la espina dorsal �en forma deescalofrío- de los familiares, amigos, bomberos y animalesque participan sin así quererlo en esa postal de desolación.

Todos unidos por su desgracia toman palas, piochas,azadones y sus manos -gastadas por la basura- para tratarde mover toneladas de escombros; es imposible mover contanto dolor tanta basura,tanta muerte, tantas lágrimas,tanta agua.

Luego de dos días de trabajo, de varias toneladas de basuraremovidas, de varias lluvias continuas, las autoridadessuspendieron la búsqueda de los desaparecidos; decretaronluto nacional por un día. Los noticieros inundaron juntocon la lluvia aquel basurero, la sociedad dejó de taparse lanariz al pasar enfrente de aquel sitio, por un día, por unsolo día tomaron conciencia que eran personas las que vivíanahí.

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Cada una de las personas que perdió a alguien ese día,llevó flores tristes -pero bonitas- para arrojarlas a la orilla,Antonio sintió que se iba parte de su ser al decirle adiós asu hermano que ahora se convertía en un fantasma en mediode la basura; Antonio sin quererlo pregunta en voz alta-¿Cuánto pesa la pobreza?-, una anciana que llevaba unclavel moribundo en la mano le contestó �pesa toneladasmijo-, mientras de sus ojos tristes gastados por el tiempo sedesprendía una lágrima que resbalaba lentamente por lasarrugas que le dejó la soledad y el dolor.

Nunca se encontraron a diecisiete personas que quedarondebajo de los desperdicios para convertirse en una parteintegra de aquel lugar, solamente hallaron a tres personasdos kilómetros abajo en el río de aguas negras; un ancianoque tenía los zapatos viejos con agujeros en las suelas, unamujer con latas de aluminio a su lado y un niño que teníaen su bolsillo izquierdo un viejo reloj bañado en oro que sequedó detenido a las tres de la mañana; al lado de todosellos yacía un triste barco de papel periódico donde un niñodejó ir su niñez.

VI

Al octavo día escampo; con una vieja gorra Antonio cubresu joven cabeza, está sentado en la montaña más alta delbasurero pensando en lo que la basura le ha arrebatado, enlo que se ha llevado a diario y que esa misma basura lotiene vivo, aunque muere por dentro cada día. A sus piesuna pequeña flor nace en medio de tanto dolor, Antonio laarranca de raíz �tanta belleza no merece morir acá- dice, lamete en un recipiente usado de jugo para llevársela luego.En el sector del derrumbe aún se escuchan los fantasmas

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de los fallecidos destripando latas, luchando contra supobreza, evadiendo la realidad de su muerte, él �Antonio-los escucha cada noche, ha tratado de hablarles pero tienenla boca llena de lodo y basura; sabe que algún día losacompañará a destripar latas.

Suspira profundamente su desgracia y alza la mirada alcielo, el atardecer naranja en el firmamento, los zapatosque cuelgan de los alambres en las calles tristes desdibujanel paisaje casi perfecto, los niños juegan en medio de loscúmulos de basura, el olor fétido de las sobras del mundosubía al cielo; en un árbol viejo y quemado, los zopilotesobservan a sus compañeros de desgracia y en su vueloquiebran el atardecer pastel.

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El curso del río

* Mención Honorífica en el Concurso de Cuento Corto convocado por la FundaciónMyrna Mack, en 2011.

Yonni Rivahí Serrano Moya*

I

«¡Cómo es la vida!», se queja al desmontarse del caballo ala orilla del camino. «Mientras que todos mis pensamientosestán puestos en la ciudad, el trabajo me trae en direccióncontraria, hasta este hoyo.»

El polvo que levanta a cada paso se queda pegado al cueroviejo de sus botas. Lleva el caballo hasta un horcón dedurazno clavado en la entrada del patio; patio de barroduro, de tierra asentada a fuerza de regarla todos los días.Se quita los guantes y con ellos se sacude el camino de laropa.

�¡Buenas tardes!� grita para revelar su presencia.

En el umbral de la puerta aparece la señora de la casa,pequeña y recia, secándose las manos con el delantal. Llevael pelo recogido en dos trenzas que caen sobre los hombros.Su rostro es redondo y sus ojos achinados.

�¿Luisito?� pregunta, dando un paso hacia afuera.

�No señora, mi nombre es Nicolás Enteco. ¿Es usted DoñaSonia Martínez?

�Sí, la misma.

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�Soy mensajero de la comisaría. Vengo del pueblo, aavisarle que falleció Luis Ernesto Cardona, hijo de MaríaMartínez.

�¡Ay mijo!�exclama ella�. ¿Y cuándo? ¿Qué le pasó?

�Murió anoche. Mañana es el entierro �Nicolás intenta sercordial pero breve.

�¡Ay mijo! �repite con los ojos húmedos�. Y yo que teconfundí con él cuando llegaste. El mismo porte, la mismaedad. ¡Ay dios!

�Lo siento, señora �dice Nicolás, aproximándose y poniendola mano sobre el hombro de la mujer.

�¡Tan joven y arrecho!

«En eso talvez sí nos parecíamos» piensa Nicolás con sorna,mientras ella se limpia las lágrimas con el delantal. Despuésde unos minutos Nicolás se despide, recomendandoresignación y fuerza a la mujer.

Las casas de La Concepción reciben el último baño de luzde la tarde. Nicolás cabalga rápido, bordeando la finca. Elsombrero da saltos sobre su nuca al compás del trote. Labrisa del este le refresca la cabeza.

«Así, de esta forma, sin remordimientos, debo desprendermede mi abuela. ¿Cuánto tiempo más tengo que quedarmecon ella? Si fuera por la gente del pueblo, sería para siempre,hasta que se muera. Pero, ¿y mi vida? ¿Lo que yo quiero?Ya tengo el dinero completo para largarme, entonces, ¿quéme detiene?

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«Los muertos no son números», le dijo una vez su abuela,al sorprenderlo haciendo cuentas y organizando su agendade viajes semanal. «Están más cerca de nosotros de lo quecrees; al morir, su cuerpo regresa al viento, al agua, a latierra. Su espíritu también se fracciona y dispersa entre losdemás seres vivos. Llegan a ti en forma de escalofríos,presagios y advertencias de peligro.»

II

Dos perros lo reciben ladrando al detenerse en una de lasúltimas casas de La Concepción. Se desmonta y trata deasustarlos golpeándose las botas con el fuete.

�¡Quietos! �regaña Nicolás� ¡Aha, quietos!

�¡Negro, Negro! �grita un niño parado en un corral, rodeadode gallinas. Pone el canasto de maíz en el suelo y se acercaal cedazo.

�¡Negro! �repite con más fuerza y los perros retroceden,gruñendo, mostrando los dientes a Nicolás y su caballo.

�¿Está tu papá?

�¡Papaaá! �grita el niño desde su sitio, sin quitarle los ojosde encima al recién llegado.

Para calmar la desconfianza del niño, Nicolás habla con él.

�¿Como se llama ese? �pregunta, señalando al perro de colorcanela.

�Negro.

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�No, no el negro �aclara Nicolás�. El otro, el canelo.

Por el callejón lateral de la casa aparece un hombre viejo,de piel parda y reseca, de cuerpo flaco y resistente como lasramas de un zarzal espinoso.

�Los dos se llaman Negro �explica el viejo sonriendo�. Esmás fácil así, pa� regañarlos.

�¿Don Apolinar Cardona? �pregunta Nicolás.

�Para servirle. Disculpe usté a mis perros, normalmenteson muy tranquilos, pero hoy han estao� inquietos todo eldía.

�No se preocupe Don. Le traigo novedades del pueblo.

�¿Que habrá pasado?

�El hijo de María Martínez, Luis Ernesto, murió anoche.

Nicolás espera un momento y luego continúa,aprovechando el silencio del hombre:

�Mañana es el entierro, a las tres de la tarde.

El hombre se toma un momento para asimilar la noticia.

�Dígale a María que ahí estaremos �responde ya de espaldas,desapareciendo por el callejón.

�Así lo haré �concluye Nicolás, dando media vuelta parabuscar su caballo. Se cala el sombrero y apoyando un pieen el estribo se monta de un salto.

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�¿Quiere agua y zacate para el tordillo? �pregunta el niñoalzando la cabeza por encima del cedazo.

�No sé si me dé tiempo, quiero llegar a San José Patriarcaantes de medianoche.

�Espéreme, ahorita se los traigo.

III

El camino de salida de La Concepción se encarama sobre elcostado de un cerro. Nicolás salva la cuesta con la nocheencima. A fuerza de práctica y empeño, ha aprendido amantenerse ajeno al dolor que encuentra en cada visita.En ocasiones, el impulso por acercarse lo invade con tantafuerza que tiene que usar un dominio mayor sobre sí mismo.Entonces, dirige a los desventurados una o dos frases deconsuelo y se marcha.

«Es mi trabajo, abuela. Sólo soy un mensajero: cumplo conmi tarea y sigo.

«Los vivos paseamos nuestro ser intacto por el mundo, sindisolvernos, hasta que llega la muerte, y cada granito denosotros, visible o invisible, regresa a su origen, a su causa.¿Entiendes?

«Deja las adivinanzas para tus clientes, abuela.

«Tanta muerte te hará más sensible, hijo, a las cosas que noson de este mundo.

El camino ahora es un descenso constante. Pasa porterrenos de milpa tapiscada, bosques de pino olorosos a

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ocote y barrancos oscuros que bordean el camino. La nochees fresca y clara, perfecta para viajar.

Después de dos horas de andar, Nicolás reduce el paso alescuchar un rumor lejano. La cercanía de agua excita alcaballo sediento. El camino baja hacia el río con suavidad,formando una cuchilla con la corriente.

En la superficie del agua danzan cientos de destellosfugaces, reflejos de luna. En invierno el cauce es bravo ypeligroso pero en esta época puede cruzarse incluso a pie.El caballo hace sonar sus cascos contra las piedras alacercarse a la orilla a beber agua. Nicolás, sin desmontar,calcula cual es el mejor lugar para cruzar. Busca diferenciasen la corriente, rocas sobresalientes, cualquier signo queindique poca profundidad. El camino a San José continúaal otro lado del río.

De pronto nota, a lo lejos, varias sombras que luchan con elagua. El tordillo resopla y se mueve inquieto. Nicolás lohace recular dos pasos. Un hombre a pie, con el agua porencima de las rodillas, conduce dos caballos enormes haciala margen opuesta. Lleva las riendas de ambos en una manoy un improvisado y largo bastón en la otra. Nicolás lo vealcanzar la orilla opuesta sin contratiempos.

IV

El hombre es grande y robusto, como sus caballos. Llevasombrero negro y un poncho que lo cubre hasta los muslos,la camisa arremangada y las mangas del pantalón metidasentre las botas. De su rostro, bajo las alas del sombrero,sólo se distingue una barba negra y espesa.

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Uno de sus caballos está ensillado, el otro lleva carga. Seacerca a revisar la cincha del caballo cargado y asegura losbultos.

Nicolás busca las huellas de aquel viajero. Se pone a lamisma altura, frente a frente a él, y con afán examina elsuelo. El hombre descubre a Nicolás, atraído por el sonidometálico de las pisadas del caballo sobre las piedras.

�¡Más arriba! �grita desde lejos�. ¡Hay una piedra grandeque parece lavadero!

�¿Arriba? �pregunta Nicolás, también a gritos.

�¡Sí! ¡Hay una flor de Candelaria en la orilla!

�¡Ah! ¡Ya la vi!

�¡Por ahí mismo!

Nicolás encuentra las huellas y se acerca a la flor. La lunaalumbra los pétalos morados y el corazón sangrante de laorquídea. «¡Hermosa!», dice para sí y luego pica las grupasde su caballo y se mete al agua.

El lugar indicado por el hombre para cruzar es seguro. Elagua queda por debajo de las rodillas del caballo. Nicolásavanza con cuidado, observando el agua que corre bajosus pies. Al llegar a la mitad del río, sin motivo aparente,se detiene. Por su mente pasan, encadenadas, imágenesrecientes: la solitaria orquídea, los perros, la comparacióncon el difunto, las palabras de su abuela.

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Levanta la vista del agua y mira fijamente a aquel extrañoque lo espera a pocos metros. El caballo de Nicolás resoplay marca el paso con las patas delanteras sin moverse de susitio. El hombre nota la duda de Nicolás. Se mueve haciael caballo de carga y de un costado extrae un largo ma-chete, colima de doble filo. Con dos pasos y un ágil salto seencarama en su caballo y lo enfila de vuelta al río. Nicolásdespierta de su estupor y gira con rapidez, levanta el fueteen el aire y azota los costados de su montura. Escapa atoda velocidad perseguido por el hombre.

V

�Aquí he estado con él, desde que lo trajimos. Esperando aque despierte para tomarle declaración. Talvez nos digaalgo que nos ayude a capturar al responsable. Ha estadoardiendo en fiebre, según el doctor a causa de los golpes ylas quebraduras. Aunque, según dijo, va mejorando y yaestá fuera de peligro.

Confiando en su discreción, señora, voy a contarle lo quepasó desde el principio. Cosas que talvez usted ya sabe oprevé. A la mañana siguiente del homicidio del jovenCardona, al no tener pistas que seguir, decidí apoyarme enlas comisarías de los pueblos vecinos. Envié telegramas conlos detalles más intrigantes del caso. Luego, tenía que daraviso a los familiares del muerto así que mande a llamar aNicolás. Lo despaché, entregándole los nombres de tresfamiliares del difunto: dos en La Concepción y uno en SanJosé Patriarca.

A las diez de la mañana recibí la primera respuesta a mistelegramas proveniente de la comisaría central: �Otras

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muertes relacionadas, pueblos en las márgenes del río�.Telegramas posteriores confirmaron que había homicidiosen circunstancias similares en distintos lugares del país.Ejecutados con arma blanca, sin sospechosos ni motivos.Las víctimas eran hombres jóvenes de 25 a 30 años de edad,asesinados brutalmente.

También había un patrón geográfico: el curso del río. Lamuerte de Cardona vino a confirmar que el asesino habíapasado por aquí y que, siguiendo el río, su próximo objetivoera San José Patriarca. No tuve recursos para organizarun grupo que saliera de inmediato. Pero, al día siguientesalí de madrugada, con cinco hombres, hacía San José.

En La Concepción tuvimos noticias de Nicolás, pero ni unapalabra de viajeros sospechosos que pudiéramos relacionarcon el asesino. Continuamos hacia San José. Al llegar alBarranco del Zanate, el rastreador del grupo descubrió lashuellas de un caballo que caían, entre ramas rotas y monteaplastado, hacia el fondo del abismo. Otras pisadas, de uncaballo más grande, se detenían al borde del precipicio. Laextraña configuración de huellas y la violencia que senotaba sobre el monte de la orilla, llamaron nuestraatención.

Ordené a un hombre que se quedara conmigo y envié a losdemás rio abajo, hacia San José. Encontré a Nicolás,inconsciente, en el fondo del barranco. Su caballo estabamuerto. Deduje que había caído al barranco huyendo dealguien. Quien quiera que fuera lo dio por muerto.

Como le decía, señora, aquí he estado con él desde anoche.Se despertó un momento de madrugada, empapado en

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sudor y delirando. Sólo dijo, y me perdona usted la palabra:�Comisario..., dígale a mi abuela que esto no cambia nada,que cuando me pare de aquí me voy a la mierda de estepueblo�. Y se volvió a dormir.

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